El soplado vaginal de las vacas.

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Soplado vaginal entre los actuales Dinkas, del Sudán

Los lejanos comienzos de la domesticación del ganado vacuno.

Se da por hecho que la domesticación del ganado vacuno se produjo en la zona conocida como el Creciente Fértil, situada en el Próximo Oriente, durante el periodo que el arqueólogo australiano Vere Gordon Childe denominó como la Revolución Neolítica. Según la Teoría de los Oasis de Childe y, tras un periodo de desecación, las poblaciones humanas y animales se fueron concentrando en las orillas de los ríos y en oasis donde la proximidad favoreció la domesticación de varias especies, bovinos y ovinos principalmente, además de algunas plantas, como los cereales. Estos cambios climáticos se produjeron en un periodo comprendido entre finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, hace 10.000 o 12.000 años.

Pero la Revolución Neolítica no se produjo sólo en ese Creciente Fértil, que se extendía desde los ríos Tigris y Eufrates por el este, hasta la ribera del Mediterráneo por el oeste, pasando por el norte de Siria. Hubo otras zonas en el Viejo Continente, tales como el valle del Nilo en Egipto, los de los ríos Indo y Ganges en La India, o el valle del Yang Tse en China, en los que la arqueología ha demostrado procesos paralelos e independientes de domesticación.

Hay otra zona más en debate: el Sahara central (en árabe pronunciado asájara = desierto). Concretamente en la inmensa zona delimitada por los actuales desiertos de Libia y Argelia, pero que comprende también parte de los actuales estados de Níger, Mali, Chad y Mauritania. En tan extensa región se encuentran numerosos yacimientos arqueológicos, con una antigüedad máxima estimada de 12.000 años. En estos yacimientos los testimonios en forma de grabados y pinturas rupestres son abundantísimos. La zona con más densidad es la del Tassili N’Ayyer, al sureste de Argelia lindando con Libia, una gran meseta rocosa que se extiende a lo largo de 800 kilómetros, pero existen grabados y pinturas desde el desierto occidental de Egipto hasta prácticamente la costa del Atlántico, en Marruecos y el antiguo Sahara Español.

 

 

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Escena de ordeño en grabado rupestre, en Wadi Tiksatin (Libia)

En el Tassili N’Ayyer y zonas aledañas (Murzuk en Libia, Tibesti en Chad, la meseta de Yado en Níger o el macizo de Hoggar al sur de Argelia) los grabados rupestres nos muestran casi desde el comienzo una variada fauna que originalmente correspondía a la fauna salvaje allí presente, y objeto de caza: muflones, búfalos, avestruces, hipopótamos, elefantes o rinocerontes, entre otros. Más adelante y en los diversos periodos estudiados por los especialistas, aparecerán los bóvidos con evidencia de domesticación y, en la fase de las pinturas (posterior a los grabados en roca), un período cuyo nombre ya define la temática: el Periodo Pastoral o Bovidiense, que se extendió a grosso modo entre los años 7.000 y 2.500 a.C. En este periodo, el más numeroso en representaciones y de un gran naturalismo, aparecen multitud de escenas de pastoreo, con rebaños de vacas y escenas de la vida familiar de los pastores.

 

 

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Pinturas rupestres de vacas del periodo pastoril o bovidense en el Tassili N’Ayer. Se trata de uno de los miles de calcos, reales, que hizo Henry Lothe durante su estancia en el Tassili N’Ayer. Actualmente se pueden ver en el Museo del Hombre de París. Cada 2-3 meses los sustituyen para evitar el deterioro que supone su exposición a los agentes atmosféricos.

La domesticación de los bóvidos en el Sahara

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Escenas de ordeño en el Antiguo Egipto. De 2ª Dinastía, y de Mastaba de Kagemni

Antes de entrar en la polémica sobre la domesticación de los bóvidos en el Sahara central quisiera hacer una aclaración. En la actualidad estamos acostumbrados a contemplar el Sahara como un lugar sumamente árido pero, ni siempre ha estado seco, ni tan siquiera caliente. Los expertos han establecido varias fases climáticas. Así, hasta hace unos 20.000 años el Sahara era una región muy húmeda, con grandes lagos en su interior. Pero durante los 10.000 años siguientes (hasta hace unos 10.000, aproximadamente) la influencia de las épocas glaciares europeas y, en concreto, la última y más dura glaciación de Wurm, se dejó sentir experimentando un clima muy frío y árido, sin apenas precipitaciones y con muy bajas temperaturas. La aridez hizo que los cauces de los ríos Nilo, Níger y Senegal, así como el gran lago Chad se secasen, quedando sus cauces cubiertos por la arena.

La situación de frío y aridez se mantuvo hasta el final de la glaciación de Wurm, hace 10.000-12.000 años, en que volvieron las lluvias y el clima se templó. Entre los años 9.000 y 2.500 a.C. el Sahara fue un lugar perfectamente habitable, con ríos caudalosos, lagos estables y una vegetación floreciente, con zonas de arbolado y verdes praderas, dignas de una postal de Irlanda. La fauna procedente del sur se expandió por el Sahara, y de ahí su imagen frecuente en los grabados donde los cazadores la dejaron representada. En 1.933 el teniente Brenans explorando la zona al frente de un cuerpo de camelleros descubrió, para su asombro, en las paredes del reseco cauce del Ued Yerat, al norte del Tassili, numerosos grabados a tamaño natural de aquella fauna salvaje hace tiempo desaparecida en la zona. Este hallazgo dio comienzo a las exploraciones en las que Henry Lothe tomó la supervisión, centrándose sobre todo en el Tassili N’Ayer, cuya traducción del bereber significa precisamente «la meseta de los ríos», evidencia de tiempos mejores.

La domesticación de los bóvidos en el Sahara central es un tema sujeto a polémica. Arqueólogos como la gran experta en la zona, la argelina Malika Hashid, arqueóloga, antropóloga y ex directora de los yacimientos del Tassili N’Ayer, opina que fue un proceso independiente, debido a la evolución del control de la fauna salvaje y, en concreto, de los bóvidos como los búfalos de grandes cuernos, a los que en numerosos grabados se puede ver ya sujetos con cuerdas. Por el contrario, otros expertos sostienen, apoyándose incluso en el estudio filológico de las lenguas de los pueblos allí presentes (que probaría sus migraciones), que el ganado vacuno provenía desde el lejano Creciente Fértil y que penetró en África difundiéndose bien por el norte hasta el Mediterráneo, emigrando a aquel Sahara aún verde y totalmente apto para mantener grandes rebaños y, en otro de sus movimientos, bajando por la costa oriental del continente hasta el extremo sur.

¿Para qué valen las vacas?. La leche.

Hoy día decir «vaca» es decir «leche». Hay expertos que sostienen que, inicialmente y al igual que sucedió con el ganado ovino, su primera utilidad fue como fuente de carne. Puede ser. Pero en la estrecha convivencia durante milenios de los pueblos pastores con su ganado, la utilidad de ese producto con que las vacas alimentaban a sus terneros debió resultarles evidente. En un proceso natural común a todas las hembras mamíferas, las madres producen leche para alimentar a sus crías, y esa producción finaliza cuando éstas alcanzan el desarrollo suficiente para ser autónomos en cuanto a su alimentación.

Hoy día la leche de vaca es un producto sujeto a muchas controversias debido a los problemas que su ingestión puede producir, bien por las alergias debidas a su proteína: la caseína, o debido a la intolerancia a su azúcar, la lactosa, en aquellas personas con deficiencia en cuanto a la enzima necesaria para su digestión: la lactasa. Si queréis profundizar en el tema podéis consultar la entrada a mi blog titulada: La leche, ¿buena o mala para nuestra alimentación?. Pero desde hace miles de años ha sido una de las principales fuentes de alimentación para muchos pueblos nómadas y ganaderos que han utilizado la leche de vaca, de búfala, de yak, de reno, de yegua, de cabra, de oveja o de camella, obteniendo de ella las proteínas, vitaminas y minerales necesarios. Incluso el agua necesaria, en zonas áridas.

Pueblos ganaderos africanos como los masai, los fulani, los dinkas, los nuer o los tuareg, entre otros muchos, dependen en gran medida para su alimentación de la ingesta de leche. Pero incluso los antiguos europeos debieron su supervivencia en gran parte a la leche de sus vacas. Todavía forma parte importante de la economía agraria. Con esta dependencia no es raro, pues, la abundante iconografía que desde la antigüedad nos han dejado en grabados y pinturas los primitivos pueblos ganaderos.

 

 

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Escenas de ordeño en el Ued Yerat (Argelia) y en Jebel el-‘Uweynat (Libia)

Testimonios arqueológicos. El soplado vaginal de las vacas

 

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Grabado rupestre con escena de soplado en el Wadi Imrawen, en el Messak (Libia)

Las vacas producen la apreciada leche tras parir los terneros. Mientras éstos se amamantan, las vacas producirán leche. Pero en las modernas razas de producción exclusivamente lechera, tales como las frisonas (las típicas vacas blancas con manchas negras) se ha conseguido mediante selección que, aunque se les retire el ternero nada más nacer (ya se le alimentará con leche en polvo) y estimulada su producción bien con el ordeño manual, bien como es el sistema actual con las ordeñadoras automáticas, la vaca continúe produciendo leche durante casi un año, hasta que se la insemine artificialmente de nuevo, para producir más terneros… La vaca no va a conocer ya a sus hijos, sino tan siquiera al padre de éstos. Son las exigencias de la moderna industria lechera…

En las antiguas economías agrarias la vaca producía leche mientras el ternero continuase mamando. Los pastores permitían al ternero mamar lo justo, mientras que ellos a su vez ordeñaban a la vaca para conseguir «su» leche. Pero cuando el ternero estaba más crecido, o en aquellos casos frecuentes en los que el ternero moría, la vaca se «secaba» (como se dice en el argot ganadero) en cuestión de muy pocos días. Y el ingenio humano sumado a la necesidad comenzó a buscar soluciones.

 

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Soplado vaginal, pintura rupestre en I-n-Sebuk, en Immidir (Macizo del Hoggar, Argelia)

Un remedio clásico era colocarle otro ternero a la vaca. Pero, para que la vaca lo aceptase y no lo rechazase, uno de los trucos era rociar al nuevo ternero con orina del recién muerto. La vaca, tras olisquearle y reconocer el olor, comenzaba a lamer al nuevo ternero y la suplantación ya estaba hecha. Esta solución, por ejemplo, me la han contado personalmente amigos marroquíes, tal y como la utilizan en su pueblo. Otras suplantaciones similares se conseguían colocando frente a la vaca el cadáver del ternero muerto con lo que, inicialmente, la vaca era estimulada para la lactación. Pero incluso en estos casos, o bien cuando por su ciclo natural, la vaca iba produciendo cada vez menos leche, los ganaderos inventaron un  recurso que a nosotros, habitantes de un mundo desarrollado, nos podrá parecer un tanto asqueroso pero que demostraba su efectividad: el soplado vaginal de las vacas.

En esencia consiste en arrimar la cara a la vulva de la vaca y soplar fuertemente dentro de ella. Generalmente, aunque no siempre, uno aprovecha para ordeñar mientras otro sopla. Bien directamente, bien con el auxilio de un tubo (hueso o caña) insertado dentro, o bien mediante artilugios de arcilla en forma de embudo para facilitar la insuflación. La base fisiológica del soplado es la estimulación de la matriz para producir un aumento de la hormona oxitocina, responsable de las contracciones uterinas en el momento del parto, pero también de la producción de leche.

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Caracola, Hungría, S. XIX                           «Embudos» cerámicos neolíticos, para el soplado

Esta técnica se ha descrito en prácticamente todos los pueblos ganaderos africanos: los afar de Etiopía, los masai de Kenia, los tuareg de Argelia, los turu y los ziba de Tanzania, los fulani de la franja del Sahel, los dinka y los nuer del Sudán o los hotentotes sudafricanos. Pero también en pueblos asiáticos ganaderos como los yakutos siberianos, los kalmukos mongoles, los kirguises, los irakíes de Basora, los tibetanos o los pastores hindúes. En La India, en concreto, la técnica utilizada era la inserción de una caña de bambú por donde se soplaba, lo que se conocía como fuka. Ghandi consiguió, llevado por sus buenos sentimientos hacia los animales, la prohibición de la fuka alegando el malestar que podía producir a las vacas.

 

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Hotentotes. Grabado de 1719

Pero no hay que irse tan lejos. Heródoto en sus Historias nos lo cuenta como una costumbre entre los escitas del sur de Rusia aunque, en este caso, no con vacas sino con yeguas, animales que se siguen utilizando hoy día para ese fin entre los pastores de Mongolia. La cita es así:

tras tomar unos tubos de hueso, muy semejantes a flautas, introduciéndolos en los genitales de las yeguas, soplan con sus bocas y, mientras unos están soplando, otros las ordeñan. Y dicen que hacen ésto por lo siguiente: que las venas de la yegua se hinchan al ser sopladas y la ubre se pone en acción… (Heródoto, «Historias», Libro IV, cap. 2)

Aún en el Siglo XIX se describió en Europa: entre los magyares de Hungría, entre los bosnios, los irlandeses (mención en 1.681) o en la cercana Alsacia (mención de 1.894). Hay incluso una comunicación personal de un ganadero de la región de Aubrac, en Francia, fechada en 2.010.

 

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Nuer, del Sudán

La costumbre no se ha perdido. Hay testimonios actuales en ganaderos que viven en pleno neolítico, como los dinkas y los nuer del Sudán y que, mientras insuflan aire en la vagina de sus vacas, masajean las ubres para conseguir una mayor estimulación, una mayor producción de oxitocina (aunque ellos obviamente no lo sepan) y una mayor producción de leche. Insisto: a nosotros nos parecerá una cochinada éso de arrimarle la cara a la vulva, pero para ellos no tiene nada de asqueroso, al revés, la supervivencia es lo primero.

 

 

 

 

 

Un comentario en “El soplado vaginal de las vacas.

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