El largo peregrinar de los manuscritos árabes. La Biblioteca de El Escorial y la Fundación Kati de Tombuctú. 2ª parte.

Manuscritos. El Monasterio en invierno

Quiero agradecer su cordial ayuda en lo referente al Fondo Árabe de la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial a su bibliotecario y antiguo prior, Don Jose Luis del Valle y, muy especialmente a una buena amiga, restauradora de cubiertas antiguas, por su abundante y valiosa información. Y en cuanto a lo que atañe a la Fundación Kati, a su depositario y conservador contra viento y marea Ismail Kati, siempre amable y de siempre interesante conversación, y a Manuel Alonso Navarro, al que conocí casualmente frente a la mezquita de Yingueraber cuando aún desconocía la existencia de los Kati, y junto al que emprendí una accidentada «huída» de Tombuctú, huída que significó el comienzo de una estupenda amistad. A todos, gracias.

1.- El destierro del toledano

2.- los antepasados de Ali Ben Ziyad y el rey visigodo Witiza

3.- El exilio

4.- El fin del viaje

5.- En familia

6.- La biblioteca Kati

7.- La triste vida de Muhamad Abana

8.- Ismail Diadié Haidara Kati y el Fondo Kati

9.- Las bibliotecas de Tombuctú

El destierro del toledano

Arde Toledo o, de momento, arde La Magdalena. Mudéjares y conversos se han rebelado ante la creciente presión de los cristianos viejos que han acabado con la situación de tolerancia a sus instituciones, hasta entonces respetadas. Estamos en el día 22 del mes de Julio del año 1.467. Diez y seis años antes, en 1.451, se promulgan una serie de medidas restrictivas contra judíos y musulmanes. Los judíos protestan y alegan que ya Juan II en 1.450 -volvería a hacerlo en 1.452- había revocado normas similares, aunque los episodios de asaltos a las juderías han sido casi una constante desde la toma de Toledo por Alfonso VI el 25 de Mayo de 1.085, apoyado por los judíos, por cierto. En principio los nobles toledanos aceptan, pero sólo en parte, y las restricciones aumentan: prohibición de andar de noche, salir a la calle durante las festividades cristianas o llevar señales distintivas en la ropa que les identifiquen, entre otras.

La Liga de Nobles ha destronado simbólicamente a Enrique IV de Castilla en la llamada Farsa de Ávila, el 5 de Julio de 1.465, coronando a su hermanastro Alfonso como Alfonso XII -aunque en su momento se le conoció como «El Inocente»- con tan sólo doce años. No les duraría mucho, murió a los catorce de edad. Los cristianos viejos comienzan a limpiar Castilla de todo aquello que llevase sangre judía, ya fueran judíos o conversos, así como a los mudéjares y musulmanes convertidos al cristianismo. Mudéjares y conversos (para los cristianos viejos son la misma cosa) sintiéndose cada vez más amenazados y fuertemente armados han cercado la catedral, matando a dos canónigos y algunos fieles. Cuando se aproximan refuerzos, los rebeldes montan barricadas en puertas y puentes, pero los cristianos consiguen escapar de la catedral y la respuesta de los rebeldes es pegar fuego al próximo barrio de La Magdalena donde mil seiscientas casas van a quedar arrasadas. Tras varios días de lucha el fuego es controlado y los rebeldes reducidos. El cabecilla converso Fernando de la Torre es ahorcado para general escarmiento en la Plaza de Santa Leocadia, mientras que su hermano Álvaro lo será en la Plaza del Seco. Durante varios días más otros conversos continuarán dando ejemplo con su ejecución. La antigua tolerancia queda cortada en seco, quedando tanto judíos, como mudéjares o conversos excluídos de todo cargo público.

En 1.460 un mudéjar principal, descendiente de visigodos conversos al Islam, Alí Ben Ziyad al-Quti, ejerce como juez y autoridad entre la comunidad musulmana. Las crónicas -o las memorias familiares, sería más exacto- nos cuentan que además de su patrimonio, contaba con negocios de hostelería y restauración, como diríamos ahora. Pero tras lo que quedará para la posteridad como «Los Fuegos de La Magdalena», su situación así como la de otros mudéjares empieza a ser muy complicada. Atrás quedan tiempos mejores, como cuando la Escuela de Traductores de Toledo, desde la toma por Alfonso VI hasta Fernando El Santo o hasta la muerte de su hijo Alfonso X, llamado El Sabio, cristaliza en el mundo del conocimiento la tan proverbial convivencia de las tres culturas.

El 22 Dhu’l-Qa’dah del año 872 de la Héjira -el 22 de Abril del 1.468 de la Era Cristiana- Alí Ben Ziyad fue autorizado a abandonar Toledo junto a un grupo de mudéjares y conversos, llevando consigo algunas propiedades: algo de dinero y, sobre todo, sus bienes más preciados entre los que se cuentan sus libros, unos 400 manuscritos escritos en hebreo, árabe y aljamiado -castellano escrito bajo caracteres árabes-, compendios de astronomía, matemáticas, medicina y filosofía, que Alí Ben Ziyad ha podido reunir con facilidad en una ciudad como Toledo, sede que fue de la Escuela de Traductores. La condición impuesta para poder marcharse es dejar en la ciudad en calidad de rehenes a sus familias. Durante su exilio les enviará cartas. Todos confían, ¡inshaláh!, que el exilio sea breve y volver a reunirse con ellos, tarde o temprano, cuando la situación mejore aunque en su interior sospechan que será difícil. Jamás volverá a verles.

Los antepasados de Alí Ben Ziyad y el rey visigodo Witiza

…oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza… cuentan las crónicas. Algo debía de «cocerse» para tan negros augurios, y no andaban descarriados. Si el tema os interesa podéis profundizar algo más en la figura y las circunstancias de Witiza en la entrada de este blog titulada: De Toledo a Tombuctú y los descendientes de Witiza. Pero para entender de cómo la figura del mudéjar Alí Ben Ziyad surge en Toledo, os aclararé algunos datos.

Entre los nobles visigodos era costumbre escoger rey en asamblea. Con el tiempo se volvió una cuestión casi hereditaria, de padres a hijos, pero originalmente primaba la validez del candidato. Una cuestión que suscitó divisiones profundas entre ellos fue el enfrentamiento entre unitarios y trinitarios. La iglesia cristiana de los primeros siglos estaba dividida en múltiples sectas. Uno de los principales desacuerdos se basaba en la cristología, o la relación entre Jesús y Dios. Originalmente los visigodos practicaban el cristianismo basado en los principios del presbítero Arrio de Alejandría que sostenía la subordinación de Jesús respecto a Dios, lo que se definió en griego, la lengua culta de la época, como homoiusia (de diferente materia) para los arrianos. Dios sólo era lo que ahora llamamos Dios Padre, mientras que Jesús no compartía esa naturaleza divina.

La corriente oficial se había establecido en el Primer Concilio de Nicea, convocada por el emperador Constantino en el año 325, y sostenían que Dios Padre y Dios Hijo (Jesucristo) eran de la misma naturaleza, lo que llamaban la homousia (en griego, la consustancialidad). Una letra más, una letra menos, pero unos conceptos radicalmente enfrentados. Algo más tarde y en el Concilio de Constantinopla del año 381 convocado por el emperador Teodosio se añade la figura del Espíritu Santo, con lo que se constituye el dogma o «misterio» de la Santísima Trinidad. El denominarle «misterio» no fue a la ligera. Es una figura que, aunque hoy en día tengamos bastante asimilada en el subconsciente de la cultura cristiana, en su momento generó importantes debates teológicos y muchas controversias. Pero la poderosa iglesia de Roma con el apoyo del todavía fuerte Imperio Romano la acabó imponiendo. Sus partidarios comenzaron a llamarse los «trinitarios»-o católicos, de «universalidad»-  en oposición a los partidarios de Arrio, o «unitarios». Por diferentes motivos, los recién llegados y cristianizados visigodos eran arrianos y, por tanto, unitarios.

En España la Iglesia tiene su sede oficial en Toledo. Dependiente de la casa madre de Roma y trinitaria, por tanto. Aunque en sus comienzos la nobleza visigoda se encuadra bajo la creencia unitaria, el rey Recaredo en el año 589 convoca el Tercer Concilio de Toledo donde se impone la doctrina trinitaria. El objetivo puede que fuese la reconciliación entre la Iglesia y la monarquía, y el apoyo de parte de la nobleza hispanoromana. No sin fuerte oposición y focos de resistencia, Recaredo implanta la doctrina trinitaria que pasa a ser la oficial a todos los efectos.

Oficial…para las altas esferas. Si para los eclesiásticos más preparados debió ser arduo entender el «misterio», para las gentes de a pie, analfabetos en su inmensa mayoría, debía ser «cosa de los curas» que había que acatar como tantas otras bajo el riesgo de ser declarado hereje y morir bajo torturas, aunque nadie la entendiese, que tampoco se les pretendía discusiones teológicas, con acatar el dogma les bastaba. Fe, al fin y al cabo, significa creer ciegamente, con la proverbial e incombustible fe del carbonero, en lo que no se puede ver ni demostrar.
 
Tras más de cien años desde la conversión oficial de la aristocracia goda al catolicismo, Witiza da un golpe de timón y se declara partidario del unitarismo arriano. No podemos saber sus motivos, tan sólo especular. ¿Enfrentamientos con la Iglesia…convencimiento propio?…. Su decisión divide a los nobles visigodos: mientras unos vuelven al unitarismo arriano, otros siguen siendo partidarios del trinitarismo católico. Pero hay un hecho que resulta sospechoso. De los diez y ocho concilios de Toledo (desde el año 397 hasta el 702) se conservan las actas de todos…excepto del último, celebrado ya bajo el reinado de Witiza. ¿Perdido, destruído quizá…?. En los concilios se registraban tanto acontecimientos religiosos como las leyes promulgadas por el monarca de turno.
 
Aunque no podamos consultar las actas de ese último concilio, y cualquier especulación sobre su contenido está sujeto a la particular interpretación de numerosos autores, hay testimonios y comentarios que giran sobre él en los que, con una mezcla de escándalo y de asombro, se nos cuenta que, por ejemplo, Witiza autoriza el matrimonio de los sacerdotes y tolera la poligamia, amén de otras reformas «escandalosas» y que limitan el poder de la Iglesia. Es muy posible que Witiza regularice unas costumbres que se habían vuelto casi norma. La moral de la época no era la nuestra, y concubinatos (dentro de la iglesia) o poligamia (usual entre los judíos) no eran hechos aislados. 
 
Sea como sea y por estas u otras razones, efectivamente, «oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza»… De una forma que las crónicas reconocen como violenta, Witiza es encarcelado y desaparece del mapa. De su sucesor Don Rodrigo nos cuenta la historia su derrota a manos de los invasores musulmanes que, desde su foco original en Arabia, se van expandiendo y van dominando el Magreb hasta acabar desembarcando en Gibraltar. Las crónicas nos cuentan también que el gobernador de Ceuta y de la Hispania Tingitana, provincia española que comprendía la franja costera de lo que ahora es Marruecos, el conde Don Julian, solicita ayuda a los recién llegados para combatir a Rodrigo. ¿La causa?. Por una parte, por fidelidad debida al depuesto Witiza que le había nombrado gobernador. Y, por otra parte, el romancero cuenta que Rodrigo había violado o seducido a su hija, Florinda la Cava, por lo que Don Julian busca venganza para restablecer su honor. Como argumento de los abusos de Don Rodrigo cuenta el romancero con un toque muy fantasioso que cuando localizan a Rodrigo, ya derrotado y escondido en una cueva donde mora una enorme serpiente, ésta le está devorando y, en sus propias palabras, confiesa: …ya me come, ya me come, por do más pecado había…
 
Visigodos y musulmanes se enfrentan en la famosa batalla del río Guadalete (en otras crónicas el escenario será la laguna de La Janda, al pie del cerro donde se encarama el pueblo de Véjer de la Frontera), que se extendió entre el 19 y el 26 de Junio del año 711, en forma de escaramuzas o combates abiertos. Durante esa semana los enfrentamientos son constantes. Ya apunta el romancero:
… Las tropas de Don Rodrigo se desmayaban o huían cuando en la octava (el subrayado es mío) batalla sus enemigos vencían… 
Rodrigo, o Rodericus como también se le llama, ha acudido al sur a toda prisa para luchar contra los invasores, enredado como estaba en sofocar otra rebelión de los vascones, una más, dejando en el norte parte de sus tropas para asegurar la paz. En una de esas contiendas los partidarios y parientes de Witiza se largaron del campo de batalla con sus particulares mesnadas, dejando solo a Rodrigo, lo que condujo a su derrota. No fue sólo éso: a finales de ese mismo año Don Oppas, hermano de Witiza y obispo de Sevilla entrega la ciudad de Toledo sin combatir, completando su venganza.

En el libro La Revolución Islámica en Occidente su autor, Ignacio de Olagüe, sumamente documentado y obra de un erudito como sin duda lo fue -publicado por primera vez en París y en francés- argumenta que los primeros musulmanes que llegan a España y los pobladores hispanos con los que se encuentran, se entienden perfecta y pacíficamente. Ni imponen ni compiten por su religión. Los musulmanes luchan si acaso por desplazar del poder a la élite visigoda para ponerse ellos, pero el hecho es que la población les acepta sin ningún problema y numerosos nobles visigodos se islamizan y se integran con los recién llegados. Es una «conquista» que sorprende por lo rápida para la escasa fuerza de tan sólo siete mil soldados que cruzan el Estrecho, en barcos facilitados por el Conde Don Julián. Excepto alguna pequeña resistencia como la declarada en Mérida por los visigodos allí refugiados, o los focos en las montañas del norte, el país es dominado en un año y pico.

Hay otro hecho a tomar en cuenta: los musulmanes son unitarios (No hay más Dios que Alá, comienza la shahada,su declaración de fe), al igual que los judíos, para los que sólo hay un Yahvé. La masa de la población hispana posiblemente también. Y el sector visigodo como el que encabeza Witiza, se declara unitario. En cambio para los musulmanes, el trinitarismo de la Iglesia oficial y de Don Rodrigo y sus partidarios les resulta cuando menos extraño, y lo asimilan al politeísmo de los griegos. Para ellos, en absoluto respetable. El entendimiento es mucho más fácil con los unitarios, con los que se identifican

La visión, o la imagen que hoy día tenemos de los musulmanes como fanáticos intransigentes e intolerantes, dispuestos a la yihad (en árabe: el esfuerzo) o a reventarse con un cinturón de explosivos o a bordo de un avión, no tiene nada que ver con lo que debió ser la convivencia en la España de los Siglos VIII y IX. Según las actas de los diez y ocho Concilios de Toledo, desde los años 397 al 702, éste último misteriosamente perdido o eliminado, y que va detallando Olagüe uno tras otro, tanto musulmanes como judíos y cristianos eran indistinguibles por el aspecto y la vestimenta, y su religión se limitaba a un discreto ámbito doméstico. Según estas mismas actas, los matrimonios mixtos eran  frecuentes.

Witiza ha muerto encarcelado por Rodrigo. Su hijo Agila II y supuesto sucesor había combatido contra Don Rodrigo por el control de las provincias Tarraconense y Narbonense, y allí se queda. Su hijo mayor Alamundo -o Almundo- también se islamiza y adopta el apellido Quti: «el hijo del godo», al que se le concede el derecho a seguir con su patrimonio de «mil fincas» en el Guadiana Occidental. La hija de Alamundo, Sara, se casa en Sevilla con Isa ibn Muzahim al que ha conocido en Damasco donde acude a reclamar ante el sultán la propiedad de esas tierras que su tío y hermano de Alamundo, Ardabasto, le ha usurpado. Sus descendientes serán los Qutiya: «los hijos de la goda». Uno de sus descendientes directos, el cronista Abu Bakr Ibn al-Qutiya y autor del Ta’rij Iftitah Al-Andalus (Historia de la conquista de Al Andalus) nos cuenta aproximadamente en el año 900 que las campañas militares fueron escasas y poco importantes, al contrario de las políticas de pactos y relaciones. Los Quti han entrado en escena.

El exilio

Alí Ben Ziyad al-Quti al-Muttawakki (por su padre) al-Tolétuli al-Andalusí… así es como firma sus escritos cuando cruza el Estrecho: Alí Ben Ziyad el Godo, el Toledano, el Español… los nombres completos de los musulmanes parecen liosos pero nos dan información de su origen y su genealogía: el hijo de Muttawakk, el nieto de Ziyad…Un destino contra el que no puede luchar va alejando a Alí Ben Ziyad cada vez más de esa Toledo que, como él mismo cuenta en sus poemas, tanto añora. Desde Toledo marcha a Sevilla, que obra en poder de los cristianos desde que el 23 de Noviembre de 1.278 Fernando III la rindiera tras largo asedio, expulsando a sus moradores. Es parada corta, pues desde Sevilla parte hasta Granada donde un hombre de los conocimientos y la valía de Alí Ben Ziyad encuentra rápido acomodo en la corte nazarí. Pero la desgracia le persigue. Luchas de sucesión le hacen perder el favor del que disfruta y le obligan a marcharse -una partida más- de la ciudad.

Desde 1.464 hay treguas firmadas y respetadas entre Enrique IV de Castilla y Abú-l-Hasán de Granada. La situación es tranquila y Alí Ben Ziyad prospera. Enrique no quiere dispersar sus fuerzas inmerso como está en la lucha civil contra su hermanastra Isabel, la que tras su coronación será llamada «La Católica». Pero en 1.470 Abú-l-Hasán reinicia hostilidades y emprende fuertes razzias que alcanzan Castilla. El asustado obispo de Toledo advierte al propio monarca:

tan poderosamente y hazer las crueldades que se hazen, matando y quemando y destruyendo sus tierras; esto parece un mal irreparable según la forma nueva deste rey de Granada, y la entrada que aora hizo o do muy grandes tiempos que moros no llegaron… 

El motivo de las razzias es doble: el granadino sabe que Enrique IV no pasa por su mejor momento y, por otra parte, está estableciendo contactos con dos focos rebeldes que le están dando mucha -literalmente- guerra, en las ciudades de Málaga y Almería.

Siempre según sus propias anotaciones o por la crónica familiar de su futuro hijo africano, un hijo que aún ni se imagina, sabemos que Alí Ben Ziyad recala en Ceuta, bajo dominio portugués y mera escala hacia el Marruecos musulmán, aunque Ceuta es ciudad pacífica y más enfocada al comercio que a la guerra. Juan I de Portugal la gana a los benimerines el 21 de Agosto de 1.415, de forma fulminante y casi sorpresiva. 30 años antes los portugueses se han quitado de encima la amenaza de Castilla en la batalla de Aljubarrota y están imparables. Pero Ali Ben Ziyad pretende bajar más al sur.

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     El periplo de Alí Ben Ziyad, aunque no consta la parte del viaje por Egipto y Asia

Durante los dos años siguientes viaja de un lado a otro. Las diversas crónicas no coinciden o, mejor, no aseguran si realmente Alí Ben Ziyad llegó hasta El Cairo y La Meca, aunque para un un hombre como él es más que posible que aprovechara la «ocasión» brindada por su exilio y, como buen musulmán, peregrinara a La Meca para cumplir con el precepto del Hayy (pronúnciese «Hash»).  En algunos escritos donde se le menciona se antepone a su nombre el «Hayyi» que sólo pueden llevar los peregrinos, y los musulmanes con esas cosas no bromean. Sabemos que de Ceuta se encamina a Fez, capital del Islam en Marruecos. Sin duda visitó la medersa de la gran mezquita de Qarawiyyin, centro del conocimiento generado y adoptado desde el mundo grecorromano por el mundo musulmán y orgullo de sus habitantes, los fasis. Desde Fez parte a Marrakesh donde intentará en vano tras una breve estancia  volver a establecerse, pero los conflictos dinásticos le obligan, por su seguridad, a marcharse. Su opción es abandonar Marruecos donde ve que no tiene nada que hacer, donde incluso y en su condición de andalusí, de «extranjero», está mal visto en una corte llena de intrigas

El punto de partida es ahora Siyilmasa, antigua ciudad caravanera cuyos adobes vemos hoy desmoronados a las afueras de Rissani, al sur de Marruecos, testigos de su pasado esplendor. Siyilmasa, «la puerta del norte», donde llegaron durante mil años las caravanas procedentes de Bilat al-Sudan, «el país de los negros», cargadas de oro, marfil y esclavos, y que retornaban al sur atravesando el Sahara hasta ciudades como Ualata, Chinguetti, Uadan o la mítica Tombuctú, cargadas con sal, telas y otra valiosísima mercancía: manuscritos. Ali Ben Ziyad no podía adivinarlo desde Siyilmasa, pero su periplo acabaría justo al otro extremo, allá donde termina la ruta de las caravanas y los agotados comerciantes dan gracias a Alá por haberles librado de los bandidos, de la sed, de las tormentas de arena, del extravío y de la muerte.

Manuscritos. Corán de Ceuta

                                     Corán de Ceuta, escrito en caracteres cúficos

En Ceuta compra lo que constituye una de las joyas de su colección, un corán terminado el 13 de Noviembre del año 1.198 según consta, pieza almohade con sus cubiertas grabadas en oro y redactado en escritura cúfica. De entre los diferentes estilos de la caligrafía árabe como el nashí y ruq’a -de tipo cursivo- , el thuluth o el diwani, la cúfica es una letra ornamental -de trazos rectos y no tan recargada de curvas como la cursiva, usada para inscripciones en piedra pero también para todo lo solemne, y el Corán de Ceuta sin duda debió parecérselo a los almohades que lo encargaron. Este corán en concreto es el primero de una serie de tres, copiado uno tras el otro -recordemos: Guttemberg no ha nacido todavía y la imprenta tardará más de 300 años en aparecer- y del que se conocían los otros dos ejemplares, uno en El Cairo y el otro en la medersa de la gran mezquita de Kairuán, en Túnez, aunque actualmente en Estambul. De éste comprado en Ceuta se sabía la existencia pero se consideró perdido. No aparecerá hasta finales del Siglo XX. La familia lo ocultará para protegerlo.

En Siyilmasa berrean los camellos en los caravansares. Su descanso durará poco, barruntan partir cargados una vez más, girando el largo cuello y  viendo a sus camelleros ordenar las mercancías. Alí Ben Ziyad barrunta la cada vez más menguada esperanza del retorno. Su destino será atravesar el desierto suplicando a Alá, según su propio testimonio, para que le devuelva la felicidad perdida. Escribe en los márgenes de sus libros:

…salí de Toledo, tierra de los moros, camino del reino del sur, tierra de los negros, donde espero encontrar la paz… o también, lleno de dudas:

lloro mi país, lloro mis hijos, lloro mi tierra, lloro mi vida, lloro mi exilio, lloro la tierra de los godos…¡cómo dejar la tierra que tanto amé, el paraíso de este mundo!¿qué me espera en la tierra de los negros, tierra que no conozco?… 

Podemos fácilmente compadecerle, entender su desesperación. Es un exilado que añora su ciudad perdida, que escribe a su familia prisionera en Toledo, pero que aprovecha para ver, para conocer y para estudiar. Un alma inquieta como es la suya y entre tanta melancolía aún tiene tiempo para hacerse en los oasis del Tuat con otra de las que serán las joyas de su biblioteca particular, Kitab As Shifa, título completo Kitab As Shifa Bi Ta’rif Huquq Al-Mustafa, una biografía del Profeta que cambia el 22 de Julio del año 1.468  por 225 gramos de oro en polvo según anota minuciosamente en aljamiado (recordemos: castellano escrito en caracteres árabes), en las márgenes del manuscrito, costumbre que él y sus descendientes continuarán y gracias a las cuales nos van a ir informando de los muchos avatares en la vida de la familia Quti.

Los oasis del Tuat se encuentran en el centro del desierto argelino, a unos 540 km al sur de Siyilmasa y son parada obligada para las caravanas que atraviesan el Sahara. El viajero tangerino Ibn Battuta paró allí en 1.353 acompañando una caravana que conducía 600 esclavas entre otras «mercancías», haciendo escala a su regreso de Tombuctú camino de Siyilmasa, y describe los villorrios escalonados a lo largo del oasis como áridos a pesar del agua de sus pozos, donde ni siembran ni cosechan nada, y donde sus habitantes se alimentan de dátiles y de langostas:

éstas son abundantes entre ellos… se almacenan como se almacenan los dátiles y las utilizan para la comida, salen a cazarlas antes de la salida del sol porque en ese tiempo no vuelan a causa del frío… nutritivas son, sin duda, y como dice el refrán: a buen hambre no hay pan duro.

Manuscritos. Abraham Cresques

Detalle del Atlas Catalán de Abraham Cresques, 1.375, de la Escuela de Cartografía Mallorquina, actualmente en la Biblioteca Nacional de París. En la parte superior izquierda podemos ver la costa de Andalucía. Abajo, sentado en su trono y sosteniendo una gran pepita de oro, al mítico Mansa Musa, el hombre más rico del mundo de todos los tiempos.

La única riqueza natural del Tuat es el agua de los pozos. Caravanas como en la que viajó Ibn Battuta se detienen allí para rellenar sus odres y permitir abrevar a sus camellos, y donde los comerciantes aprovechan para intercambiar sus mercancías. Las principales: sal hacia el sur, oro hacia el norte. O manuscritos, como el Kitab As Shifa que compra Alí Ben Ziyad, entre otras cosas. Algunos comerciantes se instalan allí y entre ellos, los más activos, los judíos, que detentan el monopolio de la sal. Sus barrios en todo el Magreb son conocidos como mellah: la sal, cuya demanda en el País de los Negros, en el lejano Bilat al Sudan es tan fuerte que en algunos puntos se intercambia al mismo peso, sal por oro.

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Planchas de sal de las minas de Taudeni, a catorce días (en camello) al norte de Tombuctú, presente en todos los mercados del Sahel

Los judíos establecen colonias para controlar el comercio en cada estación de paso desde el norte hasta el sur y están perfectamente informados de la geografía del desierto. En ello les ayudan los cartógrafos -judíos, como la familia de Abraham Cresques- que, por encargo de los reyes de Aragón, trazan atlas de todo el Mediterráneo, vitales para la exploración y el comercio. En el conocido como Atlas Catalán figuran los oasis del Tuat y aparece un personaje coronado en el centro del borde inferior sosteniendo una gran pepita de oro en su mano derecha. Es el Kanka Musa (el «rey» Musa),o Mansa Musa, emperador del reino de Meli, el hombre más rico de todos los tiempos, al que se le ha calculado un patrimonio de 400.000 millones de dólares actuales y que, partiendo de Tombuctú, peregrinará a La Meca en el año 1.324 con tal cantidad de oro derrochado a lo largo de su viaje que durante diez años hará que baje la cotización del oro en El Cairo.

El fin del viaje

Siempre según sus crónicas, Alí Ben Ziyad continuó su viaje desde los oasis del Tuat hasta Chinguetti, al norte de Mauritania. Su destino inmediato era el de la ciudad caravanera de Walata aunque dieron un rodeo por Chinguetti, evitando el árido y peligroso desierto del Tagant, una travesía de unos catorce días sin un solo pozo de agua, donde las caravanas a veces perecían de sed. Cuentan los viajeros que, los que se atrevían a bajar directamente hasta Walata, adelantaban emisarios para que desde la ciudad, y a un punto distante dos o tres días antes de llegar, fuesen a buscarles con el agua que necesitaban y de la que habían agotado sus reservas. Pero el Tagant, dicen, es un desierto traidor lleno de yinns, de diablos que extravían a los mensajeros que se han atrevido a cruzarlo para que todos perezcan de sed.

Chinguetti es ciudad santa en Mauritania. Como casi todas las antiguas ciudades caravaneras, perdido su pasado esplendor, decrépita y comida por las arenas. Desde lejos se contempla el minarete de su mezquita, emblema de Mauritania, coronado por huevos de avestruz como símbolos preislámicos de la creación y de la vida. Hoy los peregrinos viajan a La Meca en avión, pero antaño se agrupaban junto a la mezquita todos los musulmanes piadosos que querían cumplir con el precepto del Hayy  -a pie, por supuesto- y protegerse mutuamente en tan largo y peligroso viaje. Aquellos que lo conseguían regresaban a sus pueblos anteponiendo a su nombre el Hayyi de peregrino, respetados en su comunidad y consultados en casos de conflicto.

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Alminar de la mezquita de Chinguetti construída con la técnica de la «piedra seca», sin argamasa, sistema utilizado desde Wadán hasta Walata

Desde Chinguetti y vía Tishit llegó hasta Walata, la antigua Biru fundada por los negros soninke, que compitió con Tombuctú como la «puerta del sur» en el comercio transahariano de las caravanas del oro y la sal, pero que acabó perdiendo posiciones al gozar Tombuctú de puerto sobre el río Níger, lo que le facilitaba el comercio, esta vez ya en barcas, bien hacia Gao por el Este, bien hacia Yenné -que ellos pronuncian Yéne- por el Oeste. Walata es otra ciudad antaño próspera y hoy semiderruída, aunque los descendientes de los antiguos comerciantes -y hoy empobrecidos- siguen anclados en su dignidad cual si de hidalgos castellanos se tratase.

Walata, como Tombuctú, vive de sus recuerdos, de cuando eran ricas ciudades dedicadas al intercambio en la época de las caravanas. En el ambiente y en las gentes queda un rastro de grandeza aunque ya no comercian, ya no hay maestros ni escuelas coránicas de las muchas que acogió. Como en cualquier población del mundo venida a menos, se palpa un clasismo exagerado y trasnochado. Hoy en día Walata es famosa por la decoración de sus casas, que realizan las mujeres metiendo sus manos en barro rojo y blanco y trazando geometrías llenas de simbolismo en patios y portadas, pero como ejemplo del complejo de superioridad de los herederos de los antiguamente ricos comerciantes, nos contaron allí que una mujer de la casta superior rechazó el trabajo de una haratin, descendiente de esclavos y la mejor decoradora del momento, indigna de poner sus sucias manos en tan digna vivienda…

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Para más información a los interesados en el origen y la técnica de la decoración en Walata podéis verlo en la entrada «Mauritania, entre ciudades perdidas y AlQaeda«

Otro ejemplo más antiguo: cuentan los actuales walatís con bastante sorna que hace años e indignados los ricos comerciantes, al parecer por una ofensa a su jefe, iban a enfrentarse en una batalla campal a la casta de los nemadis, cazadores seminómadas bastante rústicos (lo que ya es decir mucho en el desierto), moradores de una barriada aparte en las afueras de Walata. Pero al contemplar desde lo alto de la duna que habían escogido como campo de batalla a los nemadis, y considerar los comerciantes que podían ensuciarse sus babuchas de seda y sus ricos vestidos bordados al menor roce con aquellos bárbaros, dejaron la pelea para mejor momento y a los desharrapados nemadis allí plantados…

Desde Walata continúa su camino hacia el sur, cruzando lo que hoy es la frontera con Mali. Ganas dan de entonar el famoso poema de Rodrigo Caro: …Éstos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron en tiempos Itálica famosa…  Aún dentro de territorio mauritano debió de pasar cerca de otro lugar en tiempos muy próspero pero, para cuando Alí Ben Ziyad pasa por allí, ni él ni nadie recuerdan su existencia: Kumbi Saleh, la que fue capital del extinto Reino de Ghana (nada que ver con el actual país del mismo nombre) desde el Siglo VII, ciudad que contó con treinta mil habitantes repartidos en dos zonas. Al norte, los comerciantes musulmanes con sus doce mezquitas. Al sur, el palacio real de Ghana con sus jardines y dependencias. En el año 1.076, cuatrocientos años antes del viaje de Alí Ben Ziyad, los guerreros almorávides de la tribu shanaya –los zenetes que mencionan los cristianos- al mando de Abu Bakr la arrasan hasta los cimientos.

Pisando quizá sin saber las piedras de Kumbi Saleh y, quizá sin saber que estaba llegando a lo que sería el término de su viaje, Alí Ben Ziyad se va acercando a la ciudad de Gumbu, conocida en su momento como «la ciudad de los sabios», hoy otro pequeño emplazamiento al norte de Mali, pero en aquel momento con medersa –universidad islámica- y asociado a ella, un gran comercio de libros. En Gumbu le esperan dos descubrimientos. Uno, el imperio de los shongay. El otro, una mujer: Khadiya Bint Abubacar Syla.

En familia

Los shongay comienzan a expandirse a partir de comienzos del Siglo XIV desde su región originaria de Gao, en las orillas del Níger, al este del actual Mali. Cuentan con el control y el dominio sobre el río Níger, para el que construyen una pequeña flota. Aprovechan la descomposición y debilidad del imperio Meli para ir ganándole terreno, aquel imperio del que fuera máxima autoridad el riquísimo Mansa Musa, el mismo que en 1.324 peregrinó a La Meca devaluando el precio del oro en El Cairo por todo el que derrochó. Pero como nos enseña repetidamente la historia, los grandes imperios acaban por caer, incapaces de abarcarlo todo. Los shongay apenas se han islamizado. Su emperador Sonni Ali Ber de hecho es animista y cuando conquista Tombuctú ignora e incluso persigue a los musulmanes. Su sobrino y sucesor, Muhammed I, el Askia, por el contrario, se ha convertido en un devoto musulmán. Cae Tombuctú en primer lugar y, más tarde, Yenné -que ellos, insisto, pronuncian Yéne, con acento llano y no en agudo como los franceses-. Desde Yéne y continuando hacia el norte y el oeste su reino incluirá entre otras zonas Gumbu, y en Gumbu se los va a encontrar Alí Ben Ziyad.

El imperio shongay se mantendrá con los altibajos, conspiraciones, derrocamientos y complots propios de todo imperio que en el mundo han sido, son y serán, desde los asirios a los chinos pasando por los romanos, por los incas…y los shongay, por supuesto. Su fin vendrá a manos de otro reinado, en este caso desde Marrakesh y de la mano de Yuder Pachá, capturado de niño por piratas berberiscos en las costas de Cuevas de Almanzora -en Almería- y que por su capacidad llegará a general del sultán. Aunque hay quien sostiene que Yuder Pachá era morisco -descendiente de musulmanes- las crónicas le describen como de tez clara y de ojos azules…además de pequeña estatura, lo que ya no es significativo. Yuder Pachá  comanda un ejército de más de siete mil hombres con los que durante dos meses y en dura travesía atraviesa el Sahara, perdiendo casi la mitad de sus efectivos. Los soldados de Yuder son en su mayoría moriscos procedentes de Al Ándalus y el ejército habla en castellano. Las listas del material están asimismo en castellano.

Cuando se enfrentan por fin al ejército de los shongay en la batalla de Tondibi en el año 1.591 -a las orillas del Níger, entre Gao y Tombuctú- son sólo cuatro mil contra cuarenta mil, pero van provistos de armas de fuego, lo que determinará su victoria sobre los shongay, armados tan sólo con lanzas y escudos de cuero, incapaces de detener las balas de los arcabuces. Los descendientes de estos moriscos se asentarán en Tombuctú como clase privilegiada, aunque se irán mestizando con las nativas y seguirán siendo conocidos en la ciudad como los «arma», aunque hoy día ellos mismos lo pronuncien un tanto deformado, algo así como «úrruma», por el nombre en español de las armas de fuego. El dominio marroquí se extenderá desde su conquista en 1.591 hasta 1.833, en que otros tomarán el relevo del poder. En este caso los peul -perdonad que me ponga pesado, aparece siempre escrito con la grafía francesa, pero en honor a la verdad ellos lo pronuncian píul-, pueblo de pastores seminómadas que se acaban de islamizar y avanzan con la fe y el arrojo de los neófitos. Pero me estoy adelantado mucho. Hemos dejado a Alí Ben Ziyad, recién llegado a Gurma, y estamos todavía en el año 1.471.

No sabemos porque nadie nos lo ha contado cómo era físicamente Alí Ben Ziyad. Sabemos que era descendiente de godos, de familia aristocrática y, seguramente, emparentadas siempre entre ellas como hace la nobleza para preservar su «pureza», sus propiedades y sus privilegios, familias nobles de origen visigodo, manteniendo un físico posiblemente nórdico. No será descabellado imaginarle de piel, ojos y cabellos claros, quizá incluso de buena estatura, un «buen mozo», como diríamos ahora. En Gurma su aspecto «exótico» para los africanos, sumado a su gran cultura de hombre de mundo, muy viajado y unido a sus conocimientos como ulema, doctor de la ley islámica, profesión que ya ejercía en la lejana Toledo, convierten al recién llegado en un personaje digno de interés. Para cuando Alí Ben Ziyad llega a Gurma el año 1.471 el emperador de los songhay, Sonni Ali Ber, que reinará desde el año 1.464 hasta 1.492 -morirá el año en que otros que ni conoce están descubriendo mundos nuevos que ni imagina- sigue expandiendo su reino. Ya domina Gurma y en 1.473 va a conquistar la ciudad de Yénne, famosa por su gran mezquita de estilo sudanés tras un largo asedio de varios meses. Igual que podemos imaginar el aspecto de Alí Ben Ziyad, podemos hacer un ejercicio de imaginación, y pensar cómo debió ser aquel primer encuentro entre el rey y el sabio, la atracción o la curiosidad que se despertaría entre Sonni Ali Ber y Alí Ben Ziyad.

Entre los admiradores y -sin duda- admiradoras de Alí Ben Ziyad no sólo blanco, sino con pinta de «sueco» se contó otra vital para la continuación de lo que será la dinastía Kati: la sobrina mayor del emperador, la princesa Kadiya Bint Abubacar Syla o, más abreviado familiarmente, Kadiya Syla. Un hombre de estado como Sonni Ali Ber y por muy animista que fuera debió pensar que no había que dejar escapar semejante «fichaje». Y qué mejor forma que meterle en la familia. Alí Ben Ziyad era un hombre todavía joven y, como se suele decir, «cayó de pie». Ni más ni menos que yerno del rey. No tenemos datos sobre la fecha de la boda, pero debió ser casi inmediata. Se acabaron las desgracias.

La biblioteca Kati

El emperador Sonni Ali Ber murió el año 1.492 y le sucedió su sobrino Muhammad I, el Askia, o el «usurpador», mote que se puso él mismo, y bajo cuyo apodo reina hasta el año 1.528. Muhammad es hermano menor de Kadiya Syla con lo que Ali Ben Ziyad pasa de yerno a cuñado del emperador, ganando puestos en la corte shongay. Pese a su indudable valía y su experiencia como jurista y como administrador no todo era fácil. En Tombuctú a los andalusíes emigrados y que acompañan a Ali Ben Ziyad les conocen despectivamente entre la casta de ricos comerciantes, anterior a la llegada de los shongay -reprimida por ellos y como tal, rencorosos con estos privilegiados recién llegados- como los laluyi, los «renegados», a los que acusan de estar emparentados con godos cristianos. Un poco por disimular es cuando cambian su apellido: de los al-Quti pasan a llamarse Kati. Un poco por apartarse de Tombuctú y de esa nobleza sometida y rencorosa, van gradualmente estableciéndose en Tindirma, localidad a la orilla del Níger, a unos 200 km río arriba.

No sabemos exactamente en qué fecha, pero tras la boda nació el primer hijo: Mahmud Kati. El primer Kati africano, y mestizo. Alí Ben Ziyad era godo, pero Kadiya Syla era negra, y ya se sabe cómo tira la genética hacia lo «oscuro».  Los sucesivos matrimonios de los Kati, así como sucedió con los «arma», se realizan con mujeres de la zona, de raza negra, y negra se vuelve la familia. El actual patriarca de la familia Kati, Ismael, personaje de gran afabilidad y sentido de humor y del que ya hablaré cuando toque, comenta riéndose  que en Tombuctú y sólo por sus orígenes andalusíes le catalogan como «blanco», cuando su piel -dice, señalándose el brazo- es negra como el carbón.

Cuando el riquísimo rey de los MeliMansa Musa, volvió de su famosa peregrinación a La Meca, además de depreciar el valor del oro en El Cairo se trajo consigo a la corte a otro personaje de los de la época: el poeta y arquitecto As Saheli (pronúnciese «Sájili» como dicen ellos), con la misión de construir y embellecer sus palacios.  Su nombre completo sería Abu Isaq Ibrahim As Saheli  Al-Garnati… Garnati: «el granadino», pues había nacido en Granada en 1.290, de familia de perfumistas árabes. Vivió el resto de su vida entre Gao y Tombuctú -donde murió el 13 de Octubre de 1.316- como arquitecto real, construyendo mezquitas con el característico estilo sudanés, y allí se casó y formó familia. Y comenta en sus Crónicas sahelianas, con un humor muy socarrón que, sus hijos…son negros como escarabajos… Una descendiente de As Saheli, Mariam, se casará con un KatiAlfa Mahmud Kati, biznieto de Alí Ben Ziyad y padre de Alfa Ibrahim del que luego hablaré. 

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Posando cual turista en la azotea de la mezquita de Yingueraber, en Tombuctú, de estilo sudanés, una de las primeras obras del arquitecto granadino Isaq As Saheli

Mahmud Kati fue el equivalente a ministro de Finanzas y de Justicia en la corte shongay, así como virrey en la parte occidental del imperio. En Tombuctú tuvo ocasión de conocer a un joven con el que hizo amistad: Hassan bin Muhammed al-Wazzani al-Fasi ( lo que traducido sería: Hassán, hijo de Mohammed el alamín de Fez), más conocido en Occidente como León el Africano. Hassán -o León- había nacido en Granada (¡otro «garnati»!) en 1.488 pero tras la toma por los Reyes Católicos se exilió con su familia a Fez, donde su padre había sido alamín -el encargado de controlar pesas y medidas-, donde estudió en la medersa de la gran mezquita de Karauín, y desde donde partió con su tío en un largo viaje diplomático desde el Magreb hasta Arabia, pasando por Kano (en Nigeria) y Tombuctú, donde conoció a Mahmud Kati. Con venticinco años fue capturado por nave cristiana en el mar, cerca de Creta, y llevado a Roma donde el Papa León X, asombrado por su inteligencia, le liberó en 1.520, le bautizó como León el Africano y donde, bajo su encargo, escribió -en italiano- un libro que marcó época, que se tradujo en toda Europa y que durante años fue la única fuente fiable de aquellos países lejanos: Descripción de África y de las cosas notables que ahí hay.

Como correspondía a su origen y posición Mahmud Kati fue un erudito, autor de textos de historia, de astronomía, derecho y medicina pero, por lo que ha llegado hasta nosotros, ha sido por ser el autor del Tarik Al-Fettash: la «Crónica del Viajero», compuesta en 1.489, donde narra eventos de su propia familia, los Kati, además de sucesos históricos como los hechos del imperio shongay desde su tío-abuelo Sonni Ali Ber hasta el año 1.599, la primera historia de África contada por un africano. Obviamente  Mahmud Kati no vivió tanto como hasta 1.599, aunque se nos dice que muere en 1.593. Se supone que la recopilación final la compuso su nieto Ibn al-Mukhtar sobre los textos originales de Mahmud Kati. 

De hecho el Tarik Al-Fettash es la única obra del Fondo Kati de la que existieron copias fuera del propio Fondo. Cuando los franceses conquistan Mali en 1.893 ya saben de la existencia de la biblioteca y en concreto de esta obra y de su autor por testimonios secundarios, aunque no disponen de ella por más que buscan infructuosamente los libros por ciudades y aldeas, con lo que acaban considerándola perdida… En 1.896 se publicó un artículo en Francia hablando de Mahmud Kati y de su importancia como historiador. Pero hubo que esperar hasta 1.911 para encontrar una copia (no he conseguido encontrar referencias sobre su localización), lo que supuso todo un descubrimiento. Ya en 1.914 se había traducido al francés, descrito y comentado y, años más tarde, auspiciada bajo la UNESCO. Pero quisiera destacar cómo tan sólo en la copia original del Fondo  Kati –y no en las demás- es donde se narran los eventos de los andalusíes, como si posteriormente hubiesen sido censuradas.

Mahmud Kati fué el verdadero creador del Fondo Kati. A los cuatrocientos manuscritos que su padre llevó consigo desde Toledo, a los que se fueron añadiendo los libros que tuvo tiempo y afición de comprar por el camino, tales como el Corán de Ceuta, o el Kittab As Shifa cambiado por polvo de oro en los oasis del Tuat, a esos manuscritos paternos suma la biblioteca de su familia materna, heredada por su tío el rey Askia, hermano de su madre, biblioteca que a su vez han ido reuniendo poco a poco. Entre los manuscritos del Fondo Kati consta una carta que el emperador Askia escribe al sultán de El Cairo solicitándole «libros de religión»… Con ambas bibliotecas, materna y paterna, se constituirá lo que conocemos como el Fondo Kati. Y es en muchos de esos libros, dada la escasez y la carestía del papel, donde los Kati, generación tras generación, irán escribiendo anotaciones en sus márgenes donde podemos reconstruir los avatares de la familia, desde bodas hasta contratos, desde los nacimientos de los hijos a los fallecimientos.

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Manuscrito con los márgenes repleto de anotaciones, lo que en castellano se llamarían las «glosas»

Los Kati se fueron sucediendo. Mientras dura el imperio shongay, de cuya familia imperial forman parte, va todo bien. Pero en 1.591 llegan atravesando el Sahara desde la lejana Marrakesh unas tropas que diezman al ejército con sus arcabuces y se instauran como nuevos amos. Obedeciendo las órdenes del sultán saquean Tombuctú y, entre otras cosas, se llevan 1.600 manuscritos de la medersa de la mezquita de Sankoré (que ellos pronuncian Sánkore, en esdrújulo, aunque nos haya llegado en su versión francesa), centro de estudios islámicos, que acabarán por esas cosas de la historia y las vueltas que da la vida en la Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial. En Tombuctú el idioma de la administración, ahora que están gobernados bajo el control de los moriscos, es el castellano, y así seguirá al menos durante un siglo. Cambian las tornas para los Kati. Se alejan de Tombuctú, se instalan definitivamente en Tindirma  y en Kirchamba –aldea escondida entre marismas a unos 50 km de Tombuctú- y «por si las moscas» deciden, por primera vez, esconder sus libros.

Manuscritos. Fundación Kati

El método es simple: la familia ha ido creciendo y las diferentes ramas se han ido integrando con la población y dispersado por pueblos y aldeas de la Curva del Níger, lo que ellos llaman «la joroba del camello». A lo largo de unos 500 o 600 kilómetros el río traza una gran curva, se dirige primero desde Segú hacia el noreste para descender después, dirección sureste hacia Gao, y más allá. Es territorio intrincado, no una simple orilla de río. A lo largo de toda esa curva hay zonas de marismas, islas interiores, lagos e incluso un delta interior, el lago Debo, que inunda los alrededores en la época de las crecidas. Algunos de los Kati siguen prestando servicio en la administración de Tombuctú  pero la mayoría son ya simples campesinos. A cada jefe de familia se le entregan lotes de manuscritos con instrucciones precisas para que los guarden: emparedados tras los muros de adobe, enterrados dentro de cofres en los campos de cultivo…Le pregunté una vez a Ismail, cuando nos contó la última dispersión de los manuscritos, que cuántos eran en su familia, a lo que me contestó -como siempre- riéndose: …unos mil, ¡lo normal en África!…

Podemos reconstruir con bastante fiabilidad la genealogía de los Kati, o al menos las líneas directas, gracias sobre todo a esas anotaciones que hemos comentado sobre los márgenes de los manuscritos, algunos de ellos cuajados de notas. Sin andarnos por las ramas… colaterales, me refiero, de la familia, de lo que no es lugar ni momento , sabemos o deducimos algo sobre la familia que Ali Ben Ziyad dejó en Toledo. No tenemos constancia del nombre de su mujer toledana pero sí el de un hijo: Musa. Y sabemos que Alí Ben Ziyad murió en Gumbu. Del hijo que tuvo con la princesa Khadiya Syla, Mahmud Kati (nombre completo: Alfa Kati Mahmud al-Andalusí al-Tuláytuli al-Wa’kori) sabemos que nació en Tombuctú y se nos dice que murió en un lugar llamado Arkiya, el 27 de Septiembre de 1.593 (mucho me parece, con 120 años, no se descartan errores). De su mujer no tenemos el nombre aunque sabemos que era hija de su tío, el emperador Askia, prima suya por tanto.  Sí que sabemos los nombres de sus cinco hijos (Ismail, Alí, Ibrahim, Yusuf y Al-Amín) de los que dos fallecen en Kirchamba, iniciada la diáspora tras la llegada de los «arma» a Tombuctú. Y, siguiendo la descendencia, vamos bajando: de uno de ellos, Alí, a Alfa Mahmud Kati, casado con Mariam – descendiente del arquitecto As Sáhili- ,  Alfa Ibrahim,  Abana,  Muhamad, Abd Al-Rahmán (por sobrenombre «Darhamán Sini-Kandi», nos dicen), Hamma, Yayé Diadié y, por último, Ismael Diadié Haidara Kati, «nuestro» Ismail, nacido el 15 de Marzo de 1.957 en Tombuctú, aunque eso ya no hace falta que conste en los manuscritos, con esa facultad de seducción de los nacidos bajo el signo de Piscis.

Retrocedemos un poquito. A finales de mil seiscientos las cosas parecen tranquilizarse y el patriarca de la familia, Mahmud Kati II, vuelve a reunir los manuscritos aunque a su muerte deciden dispersarlos de nuevo. No será la última vez. El hijo de Mahmud Kati:  Alfa Ibrahim  junto a su hijo Abana deciden volver a juntar los manuscritos, en cuyos márgenes comienzan a copiar y ya de manera sistemática textos en los márgenes sobre los andalusíes. Pese a tanta anotación no podemos dar por totalmente seguros los años. En 1.818 sabemos que el Seuk Amadú, de la etnia peul fulani, como también se los conoce, acaba de volver de La Meca, lleno de afán evangelizador digno de los actuales integristas, aplicando la sharía, la más estricta ley islámica allá por donde pasa. Ha reunido a su alrededor un ejército fiel de más de 10.000 hombres y desde su centro en  Hamdulalih  forma lo que se conoce como el imperio Mássina, que engloba la zona occidental de la Curva del Níger, dominando desde Ségu hasta Tombuctú, donde entra en 1.825 acabando con el dominio marroquí.

Los Kati que continúan viviendo en Tombuctú son muy mal vistos por los fulani, les consideran a la vez cristianos y judíos que mantienen ocultas sus creencias y, para colmo, se sabe que tienen manuscritos escritos en hebreo y en «cristiano» (se refieren a los aljamiados, escritos en castellano bajo caracteres árabes). Alfa Ibrahim es asesinado por los peul. Los Kati de Tombuctú, viendo las cosas francamente mal, deciden dispersarse por las aldeas de la Curva del Níger y olvidando sus antiguas ocupaciones administrativas o en la judicatura, van a disimular dedicándose a cultivar la tierra cual pacíficos labriegos. Algunos se llevarán sus libros. Su hijo Abana lamenta la dispersión de los manuscritos pero no puede entretenerse y con los que había conseguido reunir junto a su padre Alfa Ibrahim se marcha con su familia a Gundam, a unos 100 km. al este de Tombuctú, donde vive su suegro y amado maestro Ali Gao. Siempre les unirá un gran afecto, superior a la relación del maestro con el discípulo favorito que para él fue. Para Abana, que se ha quedado huérfano, Alí Gao será como un padre.

La triste vida de Muhamad Abana

A Abana le pudieron las circunstancias. Acaban de asesinar a su padre y la intolerancia de los peul le obliga a abandonar su ciudad. Se siente obligado por fidelidad al recuerdo de su padre a volver a reunir la biblioteca familiar, de la que se supone es depositario. Y, para colmo, tiene diferencias con su mujer. Ella, Arkia Alí-Gao, es prima lejana de su marido. Por aclarar digamos que su padre, Alí Gao, era sobrino-nieto del padre de Abana, pero en familias como los Kati son frecuentes los intentos por no dispersar en exceso la cohesión familiar. Según cuenta el propio Abana él ya había decidido recorrer el país, aprender de los maestros e intentar recuperar los dispersos manuscritos de la familia, decisión que es muy mal recibida por su mujer, apoyada por su madre y sus hermanas (¡vaya panorama para el pobre Abana!). Sigue contando que una noche hubo tan fuerte bronca que hasta acudieron, alarmados, los vecinos. Aquella misma noche se marchó para no volver.

Manuscritos. La Rihla de Abana

                  La Rihla de Abana, en su edición en castellano, de la Editorial Almuzara

Deja todo el fondo manuscrito bajo el cuidado de su mujer Arkia y se marcha, posiblemente ya no aguanta más presión.  Abana escribe un libro que podemos conseguir traducido, editado por la editorial Almuzara -en cuyo fondo abundan los de tema andalusí- y en el que nos describe su periplo, penas y pensamientos: la Rihla (pronúnciese Rij-la), que podemos traducir como el «viaje» o la «crónica».  El melancólico Abana comienza a recorrer pueblos y aldeas de la Curva del Níger hablando con unos y con otros. Tuvo tiempo para todo. Llegó hasta la lejana Chinguetti. Vivió temporadas con maestros sufís o astrólogos, estudió botánica y farmacopea. Incluso tuvo otros hijos con otras mujeres. Podemos definirlo como una mezcla de Quijote y de filósofo, siempre en la búsqueda del conocimiento, pero no olvida su tarea de compilador de la biblioteca. Negocia con parientes y con extraños la compra de manuscritos contándonos que los va cambiando por vacas o camellos, y todo lo que obtiene lo envía a la casa familiar. Su gran mérito sin duda es haber conseguido recopilar un total de dos mil manuscritos, incluso reescribir aquellos que se encuentran en mal estado y a los que hace llegar a Gundam, aunque él no los verá. A veces y vencido por la nostalgia decide volver con su familia pero, y así nos lo cuenta él mismo en la Rihla:  llegando a Gundam decide darse la vuelta en el último momento y encaminarse a Tindirma. Sin duda, un alma atormentada.

Tras leer y releer los manuscritos de la familia, Abana, nos cuenta, tiene un sueño y es conocer aquel lejanísimo Al-Ándalus de donde proviene y que, en la distancia, idealiza. Para él, Al-Ándalus es un mito. Yo conocí Tombuctú en el año 2.003 y para entonces ya había muchísima más información, pero me contaron viajeros españoles que allá por mil novecientos noventa y tantos, cuando Ismail Kati comenzó con la debida cautela a desvelar el secreto de su «secreta» biblioteca y acompañado por «garnatis» de Granada, al hablar con descendientes de los «arma» y decirles que eran andaluces se les abrían unos ojos como platos…¡¡¡andaluces!!!, ¿de Al-Ándalus?….flipaban, me decían, porque para ellos Al-Ándalus era su tierra mítica de origen, pero que dudaban incluso para situarla en un mapa. Una cosa era Europa o Francia que conocían bien, incluso España pero…¡¡¡Al-Ándalus!!!…aquello era un mito perdido en los tiempos…

En un siglo en que muchos exploradores europeos quieren descubrir África, subvencionados por las Sociedades Geográficas que se fundan en Francia o Gran Bretaña con la obvia intención de primero descubrir para después colonizar y ampliar sus imperios en expansión, Abana se obsesiona con un viaje inverso, desde Tombuctú hasta Europa. El Atlas Catalán de Abraham Cresques y las narraciones que llegan a Europa a través de los comerciantes despiertan la codicia de todos por el oro y, en especial, por el mito -esta vez para los europeos- de Tombuctú, a la que se imaginan en la distancia pavimentada en oro. Mientras exploradores como el escocés Mungo Park o el inglés Gordon Laing se dejan la vida en el intento, otros como el francés René Caillié, el alemán Heinrich Barth o el malagueño Cristóbal Benitez vuelven para contarlo y para describir Tombuctú como una ciudad en completa decadencia. Pero la conquista se ha iniciado y cae en poder de los franceses en 1.893. Coincidiendo en el tiempo con aquellos intrépidos Abana desea conocer Al-Ándalus. Creemos que no lo consiguió. En todo caso se pierde totalmente su rastro, dejándonos la Rihla como recuerdo. Arkia le sobrevivió hasta 1.857, guardando fielmente los manuscritos y no sólo eso. Ya casi anciana, sin noticias de Abana desde hacía años y dándolo por muerto, buscó los hijos que éste había tenido con otras mujeres y se los llevó a vivir con ella, adoptándolos. Tanta fidelidad no valió de nada. A su muerte sus descendientes decidieron de nuevo dispersar los manuscritos.

Ismail Diadié Haidara Kati y el Fondo Kati

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     Ismail (a la izquierda) y uno de sus copistas, en los «buenos tiempos», en su casa de Tombuctú

En 1.952 la tía de Ismail Kati pensó que había llegado el momento de volver a reunir el fondo. Nos cuenta Ismail que su padre, Yayé Diadié, en un sueño parecido al de su abuelo Muhammad Abana, quiso conocer Al-Ándalus pero sólo llegó a contemplar desde Tánger las costas, tan cerca y tan lejos, de Tarifa.  A la muerte de su padre, en el año 1.982 y  con venticinco de edad, a Ismail le toca la tarea de hacerse cargo de la biblioteca familiar. Semejante empeño le supuso quince años. A veces solo o, en ocasiones, acompañado de su tía, aldea por aldea, visitando a los numerosos familiares depositarios de los manuscritos para tratar de convencerles, para negociar su rescate -con las cosas de comer no se juega y todos tenemos un precio-  y poder recuperar casi todos, aunque hubo excepciones y alguno queda por ahí. Podría parecernos excesivo, quince años, hoy que contamos con teléfonos móviles y con internet para comunicarnos, pero en África las cosas funcionan de otra manera y, ni en aquellos años había esos medios, e incluso ahora, en muchas aldeas, no disponen de ellos. Y además allí no hay prisa. En África las distancias son largas, los caminos incómodos y una vez que has llegado la visita no se solventa con un simple café con pastas. La visita puede prolongarse una semana o más, en las que se habla de todo, en las que se pregunta por todos, y en las que se negocia. El tiempo en las zonas rurales de la Curva del Níger, de Mali y de toda África parece haberse quedado detenido. Como contaba el propio Ismail en 1.988:

seguimos casándonos y bautizándonos como en tiempos de Yuder, y nuestros padres siguen entregándonos militarmente sus espadas en cuyas empuñaduras se lee Córdoba y Granada…

Muy poco a poco, se fueron reuniendo los manuscritos. Escritos en pergamino, sobre papel vitelado, protegidos por cubiertas de cuero, la mayoría estaban y están en muy mal estado. Como saben los que trabajan con ellos es material muy frágil. Tras todos los avatares sufridos con anterioridad y a partir de la muerte de Arkia, en 1.857, los manuscritos habían permanecido enterrados o emparedados tras adobe, sufriendo año tras año la humedad, las crecidas del Níger y las termitas, cuando no sirviendo de pasto para ratas. Los manuscritos fueron llegando a Tombuctú. Actualmente el Fondo Kati consta de 12.714 manuscritos, lo que no supone doce mil libros. Una gran parte de ellos son una simple hoja: cartas, contratos, hojas sueltas… y dentro de esos libros hay un total de 7.115 anotaciones en las páginas, lo que constituye la verdadera crónica de la familia, los «cotilleos» al margen -nunca mejor dicho- de los Kati.

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      «Paisaje» de Tombuctú: chozas de nómadas y paredes derruidas de adobe

Nos contaba Ismail entre las muchas anécdotas que suelta sin parar que, cuando a finales de los años 80 del pasado siglo y con casi todos los manuscritos reunidos en su casa, empezó a llover… Tombuctú está en el desierto pero, cuando en el desierto se pone a llover, llueve a raudales. Cuando caminas por la ciudad encuentras muchas casas derruídas. Construídas todas en adobe, el barato material de la zona, vuelven al barro del que están hechas por las esporádicas y copiosas tormentas. Las calles comenzaron a encharcarse, el agua comenzó a rodear la casa -de adobe- e Ismail entró en pánico….¡no puede ser, nos decía, que ahora esto se inunde y los manuscritos se pierdan!…pero para entender la importancia y el respeto de los habitantes de Tombuctú a lo que sabían -allí se sabe todo-  que Ismail había reunido, sin que nadie les dijese nada, sin haberles pedido nada, sin decir una palabra, todos los habitantes de Tombuctú, negros, moros, tuareg, shongay o bambara se dispusieron como un sólo hombre a apilar sacos de arena rodeando la casa para contener la riada y evitar la catástrofe… ¡qué lección de sabiduría y de solidaridad por parte de ésos que desde Europa contemplamos como moros o negros ignorantes y atrasados!… ¡qué gran lección!…

Las bibliotecas de Tombuctú

El Fondo Kati no es la única. Ciudad con un activo tráfico comercial desde siglos, con una universidad como la de la mezquita Sánkore, con una tradición  de más treinta centros de estudios islámicos, los valiosos manuscritos copiados allí o llegados desde el norte a lomo de camellos eran muy solicitados. En otras ciudades antaño prósperas como Chinguetti, Wadán o Walatta en Mauritania, o Gao, Yéne y Tombuctú en Mali, muchas familias de los antiguos comerciantes guardan con mimo sus viejos libros.

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            Una de las antiguas bibliotecas de Chinguetti, en Mauritania

Tan sólo en Tombuctú se conocen más de sesenta bibliotecas. Algunas no tienen más que unos pocos ejemplares. Otras como las del Fondo Kati tienen esos 12.714 que ya hemos mencionado. La conocida como Mamma Haidara consta de unos 9.000 y fue creada por Abdul Kader Haidara en memoria de su padre, Mamma Haidara, cadí, académico y gramático sobre un fondo creado en el Siglo XVI por su antepasado Mohamed El Mawlud, y al que Mamma Haidara añadió manuscritos comprados en Egipto y Sudán. Cabe comentar que como su apellido (Haidara) ya nos hace suponer están emparentados con Ismail, con el que han colaborado en ocasiones.

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                  Parte de los fondos de la biblioteca Mamma Haidara

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               Tratados de astronomía de la biblioteca Mamma Haidara

Mucho más rica en fondos, unos 20.000 manuscritos, es la biblioteca Ahmed Baba. Contiene manuscritos desde los Siglos XIV al XVI. La mayoría en árabe, pero también en turco y en hebreo, y algunos en lenguas locales como el shongay, tamashek (la lengua hablada por los tuareg, variante del bereber) y bamanankán (de los bambara, población mayoritaria al este de Mali). Una de sus «joyas» es el Tarik Al-Sudan, «Historia o Crónica del Sudán», escrita en 1.655 por Abd al-Sadi, erudito que trabajó en la administración para los «arma» de Tombuctú. El nombre dado a la biblioteca de Ahmed Baba es un homenaje a Abu Al-Abbas Ahmad Ibn Ahmad Al-Takruri Al-Massufi Al-Timbukti, más conocido -y más corto- como Ahmed Baba (Papá Ahmed, podríamos traducir), escritor y erudito shongay, decano que fue en la medersa de la mezquita de Sánkore.

Ahmed Baba se le ocurrió la «genial» idea de protestar cuando, conquistada Tombuctú por Yuder Pachá, los «arma» comenzaron a abusar de la población, saqueando y robando. Como respuesta fue deportado a Marruecos y de paso los 1.600 libros de que constaba la biblioteca de Sánkore desaparecieron, aunque sabemos lo que pasó con ellos: fueron detrás de Ahmed Baba hasta Marrakesh, a engrosar la colección particular del sultán. Más tarde su hijo, Muley Zaydán se los quiso llevar hasta Agadir, como ya he contado en la primera parte de esta entrada. Y desde allí, todos, o en parte, fueron capturados por la Armada Real española al interceptar el barco en que Jean Philippe de Castelane los quería llevar hasta Marsella. Acabaron, desde la biblioteca de Sánkore, en la del Monasterio de El Escorial.

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Entrada de la biblioteca de Ahmed Baba, y portada en su memoria en Tombuctú

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La Ahmed Baba se creó bajo la UNESCO en 1.973 bajo el nombre de Instituto Ahmed Baba de educación Superior e Investigación Islámica, y cuenta con patrocinio de Kuwait, lo que sin duda le permite disponer de grandes medios a la hora de cuidar y mantener sus instalaciones, y modernizar algo tan importante como es el microfilmado y la restauración de los manuscritos.

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Mali, Tombuctú, mezquita Sidi Yahia S.XV

La antigua puerta de la mezquita de Sidi Yahiha, del siglo XV, destruída por los yihadistas en el 2.013. 

Pero hay algo muy difícil de controlar, como es la barbarie. En 2.013 y bajo la ofensiva yihadista, una de las cosas de las que se preocuparon los combatientes de Ansar Al-Din  (Defensores de la Fe, podemos traducir) ayudados por AlQaeda del Magreb, fue la destrucción de bibliotecas. Y la de Ahmed Baba resultaba muy golosa. Tiranos y dictadores siempre le han tenido mucha manía a los libros, ejemplos hay demasiados por desgracia a lo largo de la historia: la de Alejandría, las quemas de libros por los nazis, el Índice de libros prohibidos de la Inquisición, la destrucción de la librería del califa Al-Hakam de Córdoba por Almanzor, las de El Cairo o la de Damasco…los musulmanes argumentaban siempre lo mismo: si repiten lo que ya dijo Alá son inútiles, si lo contradicen son pecado… Para su desgracia el papel y el fuego hacen muy buenas migas. Afortunadamente para el Fondo Kati y como dice Ismael, sin perder la sonrisa, …llevamos más de quinientos años escondiéndonos, tenemos experiencia… A eso se une el que, y es importante, la biblioteca de los Kati es algo familiar y, por tanto, visceralmente más defendible. Los yihadistas también se acercaron a ella pero consiguieron engañarles y ahora mismo los libros se encuentran, otra vez, escondidos en lugar seguro, en casas de amigos de plena confianza.

Cuando se destapó en 1.998 la existencia de la «biblioteca perdida» – como se la llamó en su momento- de Tombuctú la reacción internacional en los medios académicos fue enorme: de repente salían a la luz miles de manuscritos de gran valor económico y, sobre todo, intelectual. Se comparó a los manuscritos esenios de las cuevas del Qumrán, en el Mar Muerto, pero como dice Ismail aquellos son escritos sólo de temas teológicos y no pasan de pocos cientos. En los del Fondo Kati se cuentan por miles, y se tocan todos los temas. Todos querían acceder a ella, todos querían investigarla.

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Conocí a Ismail en el año 2.005, con ocasión de una pequeña exposición que se hizo en Sevilla sobre el Fondo Kati, gracias a la amistad con Manuel Alonso Navarro al que conocí, como digo en la introducción, frente a la mezquita de Yingueraber, una de las primeras construcciones de As Sáheli en Tombuctú. Manuel es íntimo de Ismail, y cuando le conocí venían precisamente rodando un documental para el que recorrieron los escenarios que recorrió hace más de quinientos años Alí Ben Ziyad en su exilio desde Toledo, documental titulado «Fondo Kati. Testigo del exilio ibérico en Tombuctú«. Pude ver en Sevilla y en privado el Corán de Ceuta junto con otras veinte piezas: un tratado de oftalmología, una página en tamashek (lengua tuareg), creo recordar un manuscrito hebreo… Me sentía sencillamente alucinado. Recuerdo que me temblaban los dedos de la emoción sólo de rozar aquellas páginas, de pensar en la historia que llevaban a cuestas. En la conferencia que dio Ismael por la tarde en su correctísimo español -este hombre lo habla todo: árabe, bambara, shongay, tamashek, francés, inglés, alemán, italiano…y todo bien- y donde me dejó alucinado por su memoria, la memoria de los africanos, la de la tradición oral, le pregunté -y corría el año 2.005, estaban las cosas tranquilas- si no le parecería más conveniente depositar los manuscritos en lugar seguro, incluso en alguna caja fuerte en Europa. Su respuesta fue la siguiente: …estos libros no son sólo unos libros, son la familia, son nuestra historia, y debo siempre tenerlos cerca...

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Más tarde me comentó que alguna universidad norteamericana le habían ofrecido muchísimo dinero si se los daba en depósito, a lo que se negó…e Ismail suele andar siempre muy corto de dinero. Pero me contó otra cosa que refleja aún más su decisión de no dividir la biblioteca, al costo que sea. Cuando se supo lo del Fondo Kati y los manuscritos que contenía, apareció un día en el aeropuerto de Tombuctú un avión privado, perteneciente a un jeque de los Emiratos del Golfo Pérsico, un multimillonario como sólo los jeques de los Emiratos pueden serlo. El jeque venía con la intención de llevarse el Corán de Ceuta. Le colocó delante un cheque en blanco y le dijo: pon lo que quieras…lo que quieras….e Ismail volvió a negarse. La biblioteca no se separa.

En 2.003 -yo no tuve ocasión de verlo- se inauguró la sede de la biblioteca, con fondos donados por la Universidad de Granada y la Junta de Andalucía. Ismail vive repartido entre Tombuctú y Granada. A finales del siglo pasado había contactado con intelectuales de Granada y de otros sitios (José Saramago, Angel Valente, Antonio Muñoz Molina, Goytisolo…) que le apoyaron con entusiasmo en la tarea. Hubo su parte de «hispánica chapuza» en la construcción del edificio. En primer lugar se construyó con bloques de hormigón, poco adecuados en cuanto al control de calor y humedad que tanto daño pueden hacer a un material tan sensible como los manuscritos. Para la instalación eléctrica se trajeron desde España unas tomas que no coincidían con las clavijas que se utilizan en Tombuctú…

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Ismail, como digo, viene a España con frecuencia. Cuando le conocí en el 2.005 tuve ocasión además de conocer algunas personas muy relacionadas con él. Entre otras, la pintora Irene López de Castro con la que he seguido manteniendo contacto y de la que me honro en poseer alguna de sus obras, en las que valoro -aparte de su calidad técnica- el cómo capta sobre todo los personajes y la luz de aquella región. Irene ha estado varias veces en Tombuctú disfrutando de su hospitalidad y la de su familia. En varias ocasiones han coincidido en exposiciones -en España- compartiendo ambos su visión, una visión que confluye: la pictórica de Irene y la poética de Ismail. Conozco el país, conozco a Ismail y conozco a Irene, son exposiciones que procuro no perderme.

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A raíz de la amenaza que supuso para el Fondo la ofensiva yihadista, en el año 2.012 el grupo asegurador DKV se ha hecho cargo del patrocinio en cuanto al mantenimiento de los manuscritos y los traslados, incluyendo los necesarios para Ismail. Se prevén traslados y exposiciones temporales -la idea siempre es retornar a Tombuctú…cuando buenamente se pueda-  en el Centro Cultural de San Marcos de Toledo, en los Claustros de Santo Domingo en Jerez y en el castillo de Guzmán el Bueno de Tarifa, con el apoyo de los respectivos ayuntamientos. Como dice Ismail con su habitual socarronería: …hasta ahora he conseguido entenderme con el  PP, con el PSOE, con la Junta de Andalucía y con Ciudadanos…sólo me falta hablar con Podemos…

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El largo peregrinar de los manuscritos árabes. La Biblioteca de El Escorial y la Fundación Kati de Tombuctú. 1ª parte.

Manuscritos. El Monasterio en invierno

Quiero agradecer su cordial ayuda en lo referente al Fondo Árabe de la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial a su bibliotecario y antiguo prior, Don Jose Luis del Valle y, muy especialmente, a una buena amiga y restauradora de cubiertas antiguas, por su abundante y valiosa información. Y en cuanto a lo que atañe a la Fundación Kati, a su depositario y conservador contra viento y marea Ismail Kati, por su amabilidad y de siempre interesante conversación, y a Manuel Alonso Navarro, al que conocí casualmente frente a la mezquita de Yingueraber cuando aún desconocía la existencia de los Kati, y junto al que emprendí una accidentada «huída» de Tombuctú, huída que significó el comienzo de una estupenda amistad. A todos, gracias…

1.- Una lucha dinástica más, y una traición

2.- Moriscos y corsarios

3.- Los libros de la librería del padre de Muley Zaydán

4.- los arábigos y los Plomos del Sacromonte

5.- El Fondo Árabe de la Biblioteca de San Lorenzo

6.- El incendio de la Biblioteca y otros desastres

7.- Un héroe afrancesado, Jose Antonio Conde

Una lucha dinástica más, y una traición.

Las menguadas tropas que aún le permanecían fieles se habían conseguido refugiar con el sultán en el puerto de Safi, junto a su reducido séquito, sus mujeres y las pertenencias que había conseguido llevar con él al abandonar Marrakesh. Derrotado en la última batalla por el general Abu Malib, cada vez más acosado por las fuerzas de su hermano Muley Xeque, al que se podía peligrosamente considerar ya casi como su sucesor, el sultán intentó una última jugada. Aún tenía bastante oro como para contratar un barco que le sacase de Safi y escapar de su ambicioso hermano. Temiendo traiciones entre los musulmanes ante la visible pérdida de su poder, negoció sin saberlo otra traición, esta vez con el capitán provenzal Jean Philippe de Castelane, su transporte hasta Agadir. Llegados a este puerto, el capitán reclamó el pago íntegro del flete antes de entregar la carga. Pero al no serle satisfecha la suma previamente acordada de tres mil ducados, aprovechó la noche para zarpar rumbo a Marsella llevándose consigo las pertenencias del derrocado Muley Zaydan, entre las que se encontraba la rica biblioteca de su padre, el anterior sultán de la dinastía saadí, Abu-l-Abbas Ahmad al-Mansur al-Dahabi, más conocido como Ahmad al-Mansur, en árabe: «el Victorioso», debido a ser el ganador de la batalla de Alcazarquivir, más conocida como la de los Tres Reyes. 

Sus victorias no se limitaron tan sólo a Marruecos. En el año de 1.590 envió una expedición que atravesó a pie el desierto del Sahara en una agotadora marcha de dos meses, que redujo el número de soldados casi a la mitad: de 7.000 a 4.000. Desde Marrakesh querían llegar hasta Tombuctú, atraído el sultán por la fama del oro y las riquezas. El cuerpo expedicionario superviviente de 4.000 soldados estaba integrado principalmente por moriscos llegados de España, hispanoparlantes por tanto, e incluso las listas de la intendencia aún las podemos consultar, y están en castellano. Los comandaba Yuder Pachá, capturado de niño por los berberiscos en Cuevas de Almanzora, en la costa de Almería, aunque criado y educado en Marrakesh.

En Noviembre  de aquel año y ya junto al río Níger se enfrentaron a un ejército de 40.000 guerreros shongay en la batalla de Tondibi, cerca de Gao, a los que derrotaron por la gran ventaja que les supuso el llevar armas de fuego, enfrentadas a las lanzas y escudos de cuero y paja de los shongay que, contra los arcabuzazos, no les valieron de nada. Desde entonces a los descendientes de aquellos moriscos que se asentaron en Tombuctú se les conoce como «armas» -«úrrumas» tal y como las pronuncian ahora-, por la palabra en castellano, del que conservan en su dialecto muchas otras. El dominio marroquí en Tombuctú y la Curva del Níger se extenderá hasta 1.833 pero hasta 1.618 al menos la lengua usada en la administración será el castellano.

Pero como los manuscritos árabes tienden a ser muy peregrinos, y aunque volveré a Tombuctú cuando toque hablar de los de la Fundación Kati, cabe aquí mencionar que tras la conquista de Tombuctú por las tropas comandadas por Yuder Pachá, parte del botín se hizo con 1.600 manuscritos árabes que figuraban en la medersa o universidad islámica de la mezquita de Sánkore (según pronuncian ellos). De Tombuctú viajaron a lomo de camello hasta Marrakesh, a la librería de Ahmad al-Mansur. Su hijo Muley Zaydán, con el que comenzamos esta crónica, y como veremos con más detalle y por los avatares de la guerra, se los llevó al puerto de Safi, de donde el francés Jean-Philippe de Castelane los transportó hasta Agadir. Y desde Agadir, con la intención de navegar hasta Marsella, fueron interceptados por la Armada Española yendo a dar ya no con sus huesos sino con sus lomos hasta la Biblioteca de San Lorenzo. Largo peregrinar, desde Tombuctú hasta El Escorial.

Moriscos y corsarios

Los barcos de la Armada Española solían patrullar frente a las cotas de Salé, intentando evitar la práctica del corso. Larache servía de base a los españoles al haber sido cedida a Felipe III por Muley Xeque, en agradecimiento o como pago por su apoyo frente a Muley Zaydán y, teniendo Larache en su poder, controlaban la costa que llamaban de la Mámora, por lo que Salé se convirtió en uno de los pocos puertos marroquíes en el Atlántico. Pero para los marroquíes disponer de Salé tampoco fue posible.

En 1609 se establecieron en Marruecos unos 40.000 moriscos, tras el decreto de expulsión dictado por Felipe III. La mayoría se establecieron en las ciudades del norte (Tetuán, Tánger, Xauen o Fez) pero 10.000 de ellos, por diferentes circunstancias que no vienen al caso, acabaron estableciéndose en Rabat y en Salé, a ambos lados del ancho estuario del río Bu Regreg. Rabat había sido fundada por el sultán almohade Yuqub al-Mansur (otro «victorioso») tras su victoria en la batalla de Alarcos, en 1195 contra el rey castellano Alfonso VIII. Aunque hoy día sea la capital marroquí, en 1.600 estaba en un estado ruinoso y prácticamente abandonada, apenas la habitaban un centenar de pobres viviendas.

Salé, en la orilla norte del Bu Regreg, por el contrario tenía una población estable de musulmanes y judíos sefarditas, expulsados de España por los Reyes Católicos tras la toma de Granada. El sultán pretendió establecer una base de corsarios, flota formada sobre todo por moriscos y controlada por un caid al que se pagaba el 10% de los botines. Pero en 1626 los moriscos mataron al caid y se declararon independientes. De aquellos moriscos, cerca de dos mil procedían de la localidad pacense de Hornachos que, debido a estar mejor organizados, se hicieron con el control de lo que se conoció como «La República de las Dos Orillas».

La República de los «hornacheros», como se les conocía más coloquialmente, se mantuvo hasta 1668. En sus mejores momentos contó con una flota de más de cuarenta barcos y sus fortificaciones estaban protegidas por 68 cañones que apuntaban al mar en previsión de ataques. Los hornacheros mantuvieron relaciones diplomáticas con Holanda e Inglaterra al convertirse en un activo centro comercial, aunque su actividad principal fue la piratería. Actuaban en el Estrecho de Gibraltar y en el Mediterráneo, aunque en sus correrías también capturaban barcos en el Atlántico, llegando en sus incursiones hasta la lejana Islandia.

La anécdota «sentimental» por parte de los hornacheros fue el intento de llegar a un acuerdo con Felipe IV, para lo cual hicieron llegar una larga carta al Duque de Medina-Sidonia en 1.631 en la que, entre otras cosas, proponían entregar la ciudad… por el gran amor que tienen a España, pues desde que salieron suspiran por ella… Proponían que se les dejase volver a Hornachos, indemnizar a los vecinos que hubiesen ocupado sus casas y tierras, entregar sus 68 cañones y sus barcos, que les respetaran haciendas y privilegios, demostrar su fe cristiana….pero las negociaciones no prosperaron y los hornacheros debieron seguir dedicándose al corso.

Corría el mes de Junio del año 1.612. Tres -hay quien dice cuatro- bajeles de la Armada Española gobernados por Pedro de Lara, lugarteniente del almirante Luis Fajardo que patrullaban cerca de Salé, apresaron al navío francés Nôtre-Dame-de-la-Garde, comandado por el capitán Jean-Philippe de Castelane. Castelane era cualquier cosa menos un comerciante. Había llegado a Safi con cartas de Luis XIII y del Duque de Guisa, y había sido el cónsul francés en 1.610, bajo el reinado de Enrique IV, con el fin de repatriar a sus compatriotas capturados. Hay quien aventura que se hubiera puesto en secreto de acuerdo con los españoles pero, ¿para qué, si su propósito seguramente y a todas luces sería el de hurtar las propiedades de Muley Zaydan y llevárselas a Marsella?…Conducido a Cádiz fue juzgado como pirata y, como tal, condenado a galeras. Y como suele suceder con los «agentes especiales» pillados en falta, Francia se desentendió de su pirata.

Los libros de la librería del padre de Mulay Zaydán

Muley Zaydán y contra todo pronóstico logró restablecer sus fuerzas, derrotar a su ambicioso hermano y regresar, victorioso, para poder descansar en sus añorados palacios de Marrakesh. Pero, aunque restablecido en el trono, no se olvidó de las pertenencias robadas arteramente por el ex-capitán y ahora galeote Jean-Philippe de Castelane y, muy especialmente, de la valiosa librería -como se la llamó en su tiempo- reunida por su padre, el sultán Ahmad al-Mansur, lo que consideró su mayor pérdida. Mulay Zaydán estaba perfectamente informado de que la librería obraba en estos momentos en poder de la Corona española, a donde dirigió en primer lugar sus quejas, por una parte, y sus reclamaciones. Pero la respuesta de Felipe III fue contundente: el botín no se había robado a Marruecos, sino capturado en barco francés y, por tanto, a Francia. Añadiendo que este botín…era contrabando, y contrabando de buena presa es contrabando… Las cosas claras.

Con posterioridad y bajo las salidas de códices del Fondo Árabe con «pasaporte legítimo» hubo alguna devolución al Reino de Marruecos. En 1.776 y ante una visita al Monasterio por parte de una delegación marroquí llegada para un Tratado de Paz y Comercio, siempre con el permiso del rey, le fueron regalados varios códices. Y en 1.880 el embajador Muhammad ibn Utman, llegado para restablecer las buenas relaciones entre España y Marruecos y en visita a la biblioteca seleccionó catorce códices, bajo el beneplácito de Carlos III. Hay que señalar que en la primera visita y para no tentar la suerte, se ocultaron los más valiosos de la librería de Mulay Zaydán, diciendo que se habían perdido durante el incendio de 1.671. Mentiras piadosas…los diplomáticos siempre han de ser así: cuando dicen tal vez, realmente están diciendo no…

Agotada la vía del pedir favores a Muley Zaydán le quedaba intentar la del rescate. Ofreció una elevada suma a Felipe III quien la rechazó, pidiendo a cambio la liberación de los cautivos cristianos que hubiese en Marruecos. Aunque como «el rey prudente» se conoció a su padre Felipe II, Felipe III anduvo igual de prudente y esperó antes de devolver nada a cambio de nada. Pasados dos años y dado que la petición no se cumplía, el rey solicitó un Dictamen del Consejo de Estado sobre el cual resolvió que dicha librería aráuiga se trasladase a la Real Biblioteca del Monasterio del Escorial, donde ingresó en 1.614.

No es de extrañar el empeño del sultán por recuperar la librería de su padre. Según Gurmendi, de quien hablaré a continuación, el número de manuscritos procedentes de la Biblioteca Real Marroquí de Marrakesh y con la marca de la dinastía sa’adí ascendía a cuatro mil, veinte o treinta menos, de los cuales más de quinientos y, siempre según el testimonio de Gurmendi, estaban desenquadernados. Sería excesivamente prolijo hacer relación de ellos, pero solo comentar que, excepto aquellos desenquadernados,  la mayoría estaban cuidadosamente provistos de tapas de piel ricamente labradas en relieve y con ribetes de oro, algunos incluso adornadas sus cubiertas con piedras preciosas. Tratados de leyes, de gramática, de medicina, de astronomía, de filosofía…y, por supuesto, algunos Coranes.

El más famoso, el llamado Corán de Mulay Zaydán, realizado según consta en el Folio 264 por encargo de su padre, el sultán Ahmad al-Mansur en la mezquita del Palacio al-Badi  de Marrakesh y terminado el 13 del mes Rabi’a del año 1.008 de la Héjira, 2 de Noviembre de 1.599 de nuestra era cristiana. Encuadernado con piel de cabra blanca, estampado en oro, cantos dorados así como los herrajes. Escritura de tipo mabsut: la reservada a la escritura del Corán. Los títulos de las suras, en cúfica oro sobre fondo azul….toda una joya. Sin duda a Mulay Zaydán le llevaban los demonios la desgracia de haberlo perdido. Sobre el original albergado en la Biblioteca de San Lorenzo se han hecho algunos pocos facsímiles por expertos según reproducción fiel -fidelísima como corresponde- , cuya cotización ronda los 3.700 euros.

Manuscritos. Coran de Mulay Zaydan

                                        Facsímil del Corán de Mulay Zaydán

Los arábigos y los Plomos del Sacromonte

Como se lee en la carta del rey al prior de San Lorenzo, fechada el 6 de mayo de 1.614, la entrega e instalación se hicieron bajo la supervisión de Francisco de Gurmendi, a quien le había sido entregada por el mismo Felipe III para que la ordenase…por sciencias y facultades…  El guipuzcoano Gurmendi servía en la corte de Felipe III en la… traducción e interpretación de las lenguas arábiga, turquesa y persiana… El conocimiento de tan inusuales lenguas le venía a Gurmendi por la circunstancia de haber sido discípulo de Diego de Urrea, de supuesto origen calabrés, capturado de niño por corsarios berberiscos y educado en Tremecén, Argelia, donde compartió enseñanzas con el entonces joven príncipe Muley Xeque -causante indirecto de la llegada de la librería de Mulay Zaydán al Monasterio-, y donde adquirió el dominio de la lengua árabe, así como de la… Turquesa, Persiana y Tártara… 

Diego de Urrea fue nombrado en 1593 a petición del entonces rey, Felipe II, profesor de lengua árabe en la Universidad de Alcalá. En 1.595 el rey exige -tal cual, poder real, sin opción- a… Arias Montano y al arávigo…, o sea, Urrea, que traduzcan los recién encontrados Plomos del Sacromonte y, un año más tarde, se les conmina a trasladarse a Granada… y no salgan della… –sigue quedando bien clara la voluntad real- para asistir a la traducción de dichos libros.

Benito Arias Montano fue otro de los arábigos y todo un personaje de la época. Nacido en la localidad pacense de Fregenal de la Sierra en 1.527, estudió varias disciplinas en las que destacó, y entre otras el estudio de latín, griego, árabe, hebreo y sirio. La Inquisición siempre le tuvo en el punto de mira por sus «desviaciones» en cuanto a la interpretación de la Biblia Vulgata y, posiblemente, se libró de morir en la hoguera gracias a la protección que siempre le dispensó Felipe II . Cabe añadir que Fregenal de la Sierra fue uno de los «puntos calientes» junto a la cercana Sevilla de lo que se llamó los «alumbrados», una especie de pre-protestantismo español y, como tal, perseguida con saña. Del mismo Fregenal y con cuatro años de diferencia era Cipriano de Valera, conocido de Arias Montano en su época de estudiantes en Sevilla y religioso en el monasterio de San Isidoro del Campo, muy próximo a las ruinas de Itálica. En el verano de 1.557 y sabiéndose vigilados de cerca por la Inquisición doce monjes, entre ellos Valera, consiguen huir a Ginebra y ser condenados «en ausencia». Otros cuarenta monjes no tuvieron tanta suerte: fueron quemados vivos, bajo la acusación de herejía.

El 18 de Marzo del año 1.588 se decide derribar la Torre Turpiana, el minarete de la antigua mezquita mayor de Granada. El hallazgo de una caja de plomo conteniendo restos humanos, una imagen de la Virgen y un pergamino manuscrito -con textos en árabe- detuvo la demolición. Se dieron para la traducción a dos notables de la ciudad, moriscos conversos, Miguel de Luna y su suegro Alonso del Castillo. En el pergamino constaba una profecía de San Juan sobre el fin del mundo que San Cecilio, arzobispo de Granada, había hecho ocultar para que no fuese profanado por los árabes. Pero el pergamino de la Torre Turpiana contaba algo más: cual mapa del tesoro daba vagas pistas sobre la localización de otros escritos portentosos ocultos en las proximidades de la ciudad.

Manuscritos. Torre Turpiana

                                            El manuscrito de la Torre Turpiana

Lo de los Plomos del Sacromonte es una de esas historias dignas y comentadas por su aura de misterio por entusiastas profesionales del esoterismo como Jiménez del Oso o Iker Jiménez en programas como Cuarto Milenio y similares. Los tales Plomos consistían en 21 libros formados por 223 planchas circulares de plomo … con extraños dibujos e inscripciones latinas y árabes… de factura morisca… salomónicos según comentaron en su momento, que habían sido halladas entre los años 1.595 y 1.599 a las afueras de Granada, en la colina de Valparaíso, desde entonces conocido como el Sacromonte. Para su traducción fue para lo que se «exigió» a arábigos como Benito Arias Montano y a Diego de Urrea ir a Granada y no salir hasta que no quedasen traducidos a satisfacción de la Corona.

Manuscritos. Plomos del Sacromonte

                                                   Los Plomos del Sacromonte

Como es de imaginar, semejante hallazgo levantó auténticas polvaredas. En su momento llegaron a ser interpretados como un Quinto Evangelio revelado por la Virgen -en árabe, éso sí- para ser divulgado en España. Hubo autores cristianos como el arzobispo Pedro Vaca de Castro que apostaron incondicionalmente por su autenticidad. Otros, como su traductor Benito Arias Montano, manifestaron serias dudas al respecto. La crítica filológica e histórica parece determinar que pudo ser obra de moriscos de alta posición en los años posteriores a la Rebelión de Las Alpujarras, y se sospechó de Miguel de Luna y Alonso Castillo, los traductores del pergamino de la Torre Turpiana, en un intento de conciliar el cristianismo «islámico» de los moriscos con el catolicismo castellano. En 1.682 fueron definitivamente declarados falsos y heréticos por el Papa Inocencio XI.

El Fondo Árabe de la Biblioteca de San Lorenzo

Felipe II, monarca debatido, mantuvo siempre gran preocupación por todo lo intelectual. Siendo todavía príncipe ordena comprar en Valencia, en 1.542 -a sus catorce años de edad-, un Corán a través de Gil Sánchez de Baeza: …un libro de alcorán que mandó su alteza comprar…(citado por Jose Luis Gonzalo Sánchez-Molero, La «Librería Rica» de Felipe II: estudio histórico y catalogación, en Archivo General de Simancas).  Desde 1.567 y siendo ya rey se reúne en el Monasterio un fondo bibliográfico que no para de crecer, comenzando por la librería particular del monarca. Y como parte importante, la del Fondo Árabe. Formado a base de compras por toda Europa, de copias de libros prestados, de adquisiciones a particulares, de donaciones como la del propio Arias Montano, entre ellos 19 libros Aráuigos. O la célebre biblioteca de Diego Hurtado de Mendoza, donada por disposición testamentaria según dice el mismo Mendoza poco antes de morir, el 14 de Agosto de 1.575, a Hernando de Briviesca, guardajoyas de Felipe II: …cuenta de lo que tenía hecho, que es haber dado a su Mg. sus libros y pinturas y antiguallas… El rey aceptó el legado condonando la elevada deuda que el antiguo embajador tenía con él, encargando a su secretario Antonio Gracián el reconocimiento y traslado de la biblioteca. De los 853 códices registrados, 268 corresponden a los Lingua arabica manuscripta.

A primeros de marzo del año 1.577 el rey Felipe II requiere a su «hombre de confianza» Benito Arias Montano para organizar la entonces joven Biblioteca, a lo que el arábigo  accede por fidelidad al rey aunque, según cronista, de la misma…malísima gana… con la que se encargó del asunto de los Plomos del Sacromonte.  En 1.579 ya es nombrado oficialmente como Librero Mayor de la Laurentina. Hombre sin duda puntilloso y responsable tuvo a su cargo la ardua tarea de poner inicialmente orden en semejante colección de legajos, tarea que le ocupó diez meses, ordenándolos por idiomas: lenguas vulgares -las habladas en Europa: castellano, francés, italiano, toscano, – junto a las obras en latín y griego, y las que constituirían el Fondo Árabe: en árabe, persa y hebreo, principalmente, y para dejar clara la propiedad el diseño de las cubiertas, en piel de becerro y con la parrilla, símbolo del martirio de San Lorenzo, estampada dentro de un óvalo en el centro de la tapa, con instrucciones a veces precisas del propio Felipe II.

Alonso del Castillo es otro personaje digno de comentario, y al que ya mencioné junto a su yerno Miguel de Luna en el extraño asunto del pergamino hallado en la Torre Turpiana y los Plomos del Sacromonte. Su padre, morisco principal, nació bajo el dominio nazarí y fue de los obligados a convertirse al cristianismo en 1.500, tras la toma de Granada por Los Reyes católicos en 1.492. Alonso se educó ya bajo el cristianismo como morisco asimilado. Estudió medicina en la Universidad de Granada donde aprendió además latín y griego, lenguas que dominó junto al castellano y al dialecto árabe-granadino. Con estos conocimientos el Concejo le encargó la traducción de las inscripciones árabes en el palacio de La Alhambra, de las que evitó traducir algunas para evitar su destrucción por su contenido religioso. En calidad de romançeador o informador, intervino en la represión de la revuelta morisca conocida como la Guerra de las Alpujarras. En 1.573 es llamado a la Corte para colaborar en la formación del Fondo Árabe de El Escorial, además de ser nombrado intérprete real como traductor de la correspondencia que Felipe II mantuvo con gobiernos árabes. Durante su estancia en El Escorial, obtuvo autorización real para atender a la numerosa clientela que solicitaba sus servicios atraída por el prestigio de …su ciencia médica arábiga y por su competencia en descifrar los manuscritos que la contenían…

Comenzaron a llegar los libros, en este caso los arávigos que, antes de nada, hay que numerar. Arias Montano hace una sucinta relación de 285  Libri Arabici en 1.579. El Licenciado Alonso del Castillo había concluído el 16 de Agosto de 1.583 un Catalogus CCLXI (de 261, para los que se les hayan olvidado los números en  latín) Manuscriptorum Arabicorum  según los fondos del Monasterio. En 1.598 -18 años después del inventario de Arias Montano-  Diego de Urrea, cumplida su tarea de traducir los Plomos, concluye el Índice de los libros arávigos detallando 499 entradas, aunque no incluye los 268 en Lingua arábica manuscripta adquiridos a raíz del testamento de Don Diego Hurtado de Mendoza. Obviamente, el Fondo va creciendo. Alonso del Castillo y siempre con permiso real había viajado ex profeso hasta Andalucía para realizar algunas compras. Acabada la Reconquista sin duda había un goloso mercado de libros arábigos, bien por necesidad de sus dueños, moriscos empobrecidos, bien por alejar la sombra de la sospecha de mantener el culto prohibido ante la siempre vigilante Inquisición.

Los estragos del Cardenal Cisneros, y unos cuantos libros menos

El 2 de Enero de 1492 se produce la caída de Granada. En aquellos momentos Cisneros era ya confesor de la reina Isabel la Católica. Se sabe muy poco de aquellos últimos años de la civilización nazarí, y es más que probable que este desconocimiento de deba en parte al gran estrago de sus manuscritos por Cisneros. Este acontecimiento se produjo no a raíz de la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos, sino a finales de 1499, cuando Cisneros fue enviado expresamente a Granada para convertir al cristianismo a la ciudadanía musulmana. La represión fue tan fuerte que los granadinos se convertían en masa.

Julián Ribera, que nos habla, entre otras arábigo-hispanas, de las famosas bibliotecas granadinas, como la real de los Beni Alahmar, con sabios bibliotecarios al frente, las de particulares como Azzobaidi, Ben Faracún, Attazar o Ben Lope, asegura que…

…una de las quemas más famosas, con las que se empezó en la España cristiana la obra de destrucción, fue la que tuvo lugar en la plaza de Bibarrambla de la ciudad de Granada por orden del Cardenal Cisneros. Allí se abrasaron millares de preciosos códices de esmerada labor caligráfica y artística y, al decir del padre Alcolea, había muchos con cantoneras y manecillas de plata y oro, y bastantes perlas, apreciado todo en más de 10.000 ducados que algunos espectadores dieran en el acto si se los hubieran querido vender…

Pero, dice el mismo autor, esto no fue más que empezar: aún tuvo consecuencias más nefastas el decreto de doña Juana (1511) que ordenaba a los moriscos entregar a los justicias todos los libros escritos en lengua árabe para que, una vez examinados…

les fueran devueltos los de filosofía (que no tendrían, porque ellos mismos los habían quemado) y los de medicina e historia (de los que ya no tendrían muchos), y se quemasen los de su dañada ley y secta (que eran los más)… (Daniel Eisemberg, «Cisneros y la quema de los manuscritos granadinos», Journal of Hispanic Philology, 1992. Julián Ribera y Tarragó, «La enseñanza entre los musulmanes españoles. Bibliófilos y Bibliotecas en la España Musulmana». 1925)

En tiempos todavía de Arias Montano ingresan en la Biblioteca unos manuscritos árabes procedentes de los bienes de Isabel la Católica que se custodiaban en la Capilla Real de Granada. Alonso del Castillo fue el encargado en 1.573 de examinarlos previamente a su traslado a la Biblioteca, donde ingresaron en 1.591. Según la copia notarial  había…Onze libros chicos y grandes, enquadernados y desenquadernados, todos escriptos en arávigo…   En 1.582 y también desde Granada se habían enviado 32 cuerpos de manuscritos hasta entonces custodiados por la Inquisición. Aunque antes y después continuara la llegada de manuscritos árabes, el gran aporte sin duda fue el procedente ya citado de la captura por parte de la Real Armada de la librería de Muley Zaydán, aquellos cuatro mil…veinte o treinta menos… según la estimación del guipuzcoano Francisco de Gurmendi.

Manuscritos. utilidades de los animales

Libro de las utilidades de los animales, de Ibn al Durayhim al-Mawsili, de 1.354. Signatura nº 898 en manuscritos árabes, de la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo.

El incendio de la Biblioteca y otros percances

en muy breve rato se quemó la librería manuscrita, sin que remedios humanos bastasen para reprimir la actividad del fuego… (según el informe testimonial del archivero Fray Juan de Toledo).

Manuscritos. Incendio del Monasterio

        El incendio del Monasterio de 1.671, según cuadro en el Museo del Prado

Libros y fuego son peligrosa combinación, del que la historia nos cuenta numerosos ejemplos. Muchos por censura, otros por accidente. Incendios en el Monasterio hubo varios. En el primero de 1.579 ardió la llamada Torre de la Botica. En 1.731, 1.744, 1.763, 1.827 y 1.872 fueron reseñados otros, aunque parciales y pronto controlados. Pero el 7 de Junio de 1.671, cuentan que a las tres de la tarde, se declaró un incendio comenzado al parecer en una de las chimeneas del colegio situada en la parte norte. Brasas vivas en las buhardillas y un fuerte viento azuzaron un fuego en apariencia controlado, de forma que pese a los esfuerzos y en menos de tres horas habían desaparecido las cubiertas de la mitad del edificio que mira al norte. Del campanario de las torres que flanquean la entrada principal, se fundieron 38 de sus 40 campanas cuyo bronce, cuentan, corría como el agua por las escaleras y los muros. El entramado de viguería, la tablazón de ripias y pares, reseca madera directamente bajo la cubierta de pizarra que, bajo el sol del verano, quema sólo con tocarla contribuyó al desastre. El Vicario con gran piedad y supongo mirando hacia atrás de reojo por si había que salir corriendo, presentó ante las llamas el Santísimo Sacramento, incluso el velo milagroso de Santa Águeda, que en tiempos hubo contenido las lavas del Etna, pero el fuego debía ser ateo porque arreciaba cada vez más.

Visto que Dios no echaba una mano, gentes de todos los alrededores se afanaron durante horas entre el ahogo y el agotamiento. Su esfuerzo no fue en vano y gracias a ellos se salvó gran parte del edificio y de sus tesoros. Pero la librería resultó seriamente dañada y, en especial, los manuscritos árabes. Actualmente y desde el año 1.850 el Salón de Manuscritos se encuentra en la antigua ropería del Monasterio, con gruesos muros y bóvedas de piedra, lo que les protegió en el incendio de 1.872. En 1.671 la mayoría de los códices se guardaban en el Salón Alto y el Salón de Verano, en la planta alta, de altas bóvedas y con sus ventanales abiertos al Patio de Reyes, orientados al norte. El fuego se cebó en los viejos manuscritos. Sin extintores, sin los modernos medios anti incendios y entre la confusión del momento algunos se amontonaron, mojados, en rincones de alguna sala, en una espera que duró más de cincuenta años. Otros, y ante la desesperación…

… para salvarlos del incendio muchos de los códices árabes fueron arrojados por las ventanas, y son bastantes los que aún conservan las huellas del agua, mezclada en algún caso con tierra y arena. En tales operaciones de salvamento hubo códices que se desvencijaron, con la correspondiente dispersión de hojas. En la subsiguiente confusión, no siempre fueron debidamente reagrupadas las de uno mismo, al tiempo que de otros se conservaron solo algunas. De ellas resultó un mare magnum sin orden ni concierto, de hojas o cuadernos, que constituyeron esa massa damnata que Casiri dejó totalmente de lado en su catalogación… (Justel Calabozo, Legajos árabes de El Escorial, pag. 437).  

Braulio Justel Calabozo, catedrático de Lengua y Literatura Árabes en la Universidad de Cádiz desde 1984, fue uno de los arabistas que investigó modernamente el Fondo Árabe. Según sus cálculos y tras el desastre, de 3.974 manuscritos arávigos catalogados se perdieron 2.500, de los que quedan en la actualidad tan solo 1.939, árabes en su mayoría, aunque haya una parte en persa, turco o aljamiados. Ya Justel Calabozo nos da una idea del desbarajuste que sufrieron los manuscritos supervivientes en el intento desesperado por preservarlos del fuego. Si un libro moderno y bien cosido lo más seguro es que quedase desencuadernado al ser arrojado desde un tercer piso, podemos imaginar como quedarían los viejos manuscritos, formados en muchos casos por hojas apiladas dentro de un estuche, como las cartas de una baraja. Y de aquellos otros arrojados, amontonados y mojados en los rincones, la acción del agua sobre papel viejo solo pudo producir una pasta irreconocible, esa massa damnata que, según Justel Calabozo… Casiri dejó totalmente de lado en su catalogación…

El mencionado Miguel Casiri, nacido en Trípoli en 1.710, experto en árabe, sirio y arameo, y presbítero por el rito maronita, es llevado a El Escorial en 1.749 para organizar «los restos del naufragio» que llevaban más de cincuenta años en un estado de casi abandono, y para que descifre …si son tesoros o carbones lo que se guardan…. Emprende el encargo de la catalogación, empezando por los manuscritos que se hallaban recogidos en la Biblioteca Alta,…limpios y no olvidados, pero sin índices ni inventarios, como selva inculta que nadie se atreve a pasear… Al cabo de diez años Casiri había concluído prácticamente sus índices y catálogos de su Bibliotheca Arabico-Hispana, aunque consta que excluyó los códices sin encuadernar y los manuscritos desencuadernados. Pero a los manuscritos árabes aún les quedaban daños por sufrir.

han sido víctimas de varios incendios, y como si esto no fuera bastante, han sufrido mucho por el interés que por ellos se han tomado algunos bibliotecarios más celosos que discretos, quienes tuvieron la fatal idea de encuadernar de nuevo libros estropeados, que vistieron con encuadernaciones lujosas, a veces, y siempre funestas para los manuscritos, pues lo menos malo que resultó fue el que quedaran cortadas o inutilizadas las notas marginales por la cuchilla de sucesivos encuadernadores… (Francisco Codera, Informe, 1.898). Codera comprobó ya en 1.844 que muchos códices habían sido cosidos desordenadamente, hallando los folios faltos en legajos o encuadernados como parte de otros códices mezclando unos con otros o confundiendo, como se suele decir, «las churras con las merinas». Casi todas las evidencias señalan a Félix Rozanski, sacerdote polaco y bibliotecario del Monasterio entre los años 1.875 y 1.885. El celo de Rozanski como encuadernador fue notorio:

los dos mil árabes que encontré a mi llegada al Escorial en un estado muy deplorable desde el incendio de 1.671, algunos desgarrados, otros mitad en un manuscrito y otros mitad en otro, varios despues de haber recibido aguas, vueltos en una masa compacta y dura como madera, etc., han sido recompuestos, ordenados, despegados con cuidado, foliados, unos restaurados y otros de nuevo encuadernados en pasta negra, por mis cuidados, añadiendo unos 22 volúmenes que compuse de fragmentos y otros acumulados en los legajos…

Percances y pérdidas no faltaron. A veces, «despistados» al ser sacados -en una época en que había poco control- por investigadores, con el resultado de perderse su pista. Otras, en viajes a veces sin retorno a la Biblioteca Nacional, pese a la acreditada procedencia de la Biblioteca del Monasterio. Afortunadamente fueron más las recuperaciones que las pérdidas.

Manuscritos árabes. Códice árabe Medicina castellana S.XV

Medicina castellana, códice árabe S.XV. Actualmente en la Biblioteca Nacional de Madrid (con nº 5240 en Fondo Manuscritos) aunque consta como «Procedente de la Biblioteca del Escorial», lo que se advierte por la «marca de la casa»: parrilla grabada en el centro de la cubierta, símbolo de San Lorenzo

Un héroe afrancesado, Jose Antonio Conde

Decir «afrancesado» en España supone todavía hoy y en el sentido peyorativo de la palabra decir traidor, antipatriota y colaboracionista con el enemigo, esto es: el francés. No voy a entrar en la atracción que el ejemplo francés supuso para muchos españoles de la época, ansiosos de libertad, de ilustración y de modernidad, frente al absolutismo de la monarquía española, el atraso de la sociedad y el enorme lastre en muchos sentidos que suponía la religión. Entre tanto incendio, tanto celoso encuadernador y tanta pérdida por sustracción, que la hubo cuando el control de los fondos no era tan exhaustivo como afortunadamente es hoy, habría que destacar algún personaje que, como en las películas de héroes, decidió jugarse el tipo para salvar lo que él supo que estaba en peligro: el afrancesado Jose Antonio Conde.

El 20 de Agosto de 1.809 se ejecutaba la Real Orden de José I Bonaparte por la que se expulsaba a la comunidad jerónima de San Lorenzo y se confiscaban todos los bienes del Monasterio, que fueron enviados en carretones a Madrid. Para el traslado se comisionó al arabista Jose Antonio Conde, conservador de la Real Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial. Sabedor del riesgo de que fuesen sacados de España, los ocultó en una capilla del Convento de la Trinidad, lo que durante muchos años se llamó el «grupo extraviado». Seis años permanecieron ocultos hasta el fin de la guerra bajo montones de impresos en el Convento de la Trinidad, largos años en los que seguramente pudo afectarles la humedad, así como el trajín de los traslados en carretas tanto en su salida del Escorial como ya en 1.815, a su definitivo regreso.

Exilio más dilatado de más de cien años sufrieron los códices con los que Conde estaba trabajando en su casa cuando tuvo lugar la invasión napoleónica. Por su condición de afrancesado hubo de salir de España con ciertas prisas en 1.813. A su regreso y hasta su fallecimiento, en 1.820, los libros seguían en su casa, aunque a su muerte sus testamentarios hicieron un inventario de sus bienes, entre ellos la librería. Hubo una venta y dispersión de libros de Conde. Algunos propios, otros tomados en préstamo de la Biblioteca de San Lorenzo pero que quedaron en su casa al huir de España.

por razones no esclarecidas y circunstancias harto confusas los libros de Conde fueron a parar a Londres, donde el martes 6 de Junio de 1.824 abrió pública subasta de los mismos Mr. Evans el cual redactó a tal fin un sucinto catálogo… (Justel Calabozo)

Aunque no formase parte del Fondo Árabe, una de las joyas del Monasterio, con número de lote 1.169 en la subasta fue el manuscrito del Cancionero de Johan de Baena, recogido por el judino Johan Alfón de Baena -como consta en su título completo- hacia 1.445, para ofrecérselo como regalo a Juan II de Castilla. Otros ejemplares subastados procedentes de la librería de Jose Antonio Conde fueron 78 libros impresos y 112 manuscritos, entre los que se encontraban varios códices árabes escurialenses dados por desaparecidos desde la invasión napoleónica en los inventarios y catálogos posteriores a 1.809.  El Cancionero de Baena fue adquirido en la subasta de Mr. Evans por el librero londinense Thomas Thorpe, quien lo vendió al bibliófilo Richard Heber, a cuyo fallecimiento en 1.833, el mismo Mr. Evans lo subastó de nuevo detallando…. this extraordinary manuscript…one of the treasures…in the Royal Library of San Lorenzo in the Escurial…, siendo adquirido entonces por Léon Tèchener, librero y editor, para la Biblioteca Nacional de Francia donde se encuentra desde 1.836. Y allí sigue, sin atender a reclamaciones…destino similar al de la librería de Mulay Zaydán…

Manuscritos. cancionero Johan de Baena

Cancionero de Baena, del fondo de manuscritos del Monasterio y actualmente en París

Más suerte hubo con los códices árabes escurialenses subastados por Evans en 1.824. Los adquirió el anticuarista irlandés Edward King, vizconde de Kingsborough, para donarlos en ese mismo año a la recién fundada Société Asiatique de Paris que, más de un siglo después, los restituiría a su legítima dueña, la Biblioteca de El Escorial. En el mes de Julio de 1.948 se celebró en París el XXI Congreso Internacional de Orientalistas. La Société Asiatique  encargó con tal ocasión una nueva catalogación de los manuscritos árabes de su biblioteca observándose que varios de los donados por Edward King contenían información incontestable de su pertenencia a la Biblioteca del Monasterio y, algunos de ellos, la signatura y la marca antigua. El profesor Jean Sauvaget, miembro destacado de la Société Asiatique, se puso en contacto con su colega, Emilio García Gómez, director de Al-Andalus y participante en el Congreso. Juntos pudieron comprobar la procedencia e iniciaron las gestiones oportunas para el traslado a España y su tardío pero oportunísimo reingreso en la Biblioteca, que se realizó en 1.949. Final feliz.