Españoles en Viet Nam. La guerra secreta.

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La guerra del Viet Nam desatada contra los Estados Unidos, junto con su precedente contra Francia – a la que se conoció como la guerra de Indochina- provocó un total aproximado de entre un millón y medio a seis millones de bajas. Determinó el mapa geopolítico del mundo en la segunda mitad del Siglo XX como consecuencia de la prolongación de la Guerra Fría, e involucró directamente a más de diez países. Pero poco se sabe de la participación de españoles en aquellas guerras, aunque se calculan en más de mil los que lucharon en tan lejanas tierras… Uno de ellos fue el legionario Ángel de Haro, al que tuve la oportunidad de conocer. Ángel murió hace pocos años pero las veces que nos veíamos le encantaba contarme historias que me ilustraron bastante lo que fue aquel conflicto, tan lejano para nosotros.

Millones de muertos

Ese amplio y nebuloso margen de bajas «de entre un millón y medio a seis millones» vino de la imposibilidad material de cuantificar con exactitud las bajas de los anónimos norvietnamitas, tanto los milicianos como la población civil. Más precisión encontramos en los censos facilitados por el bando opuesto: durante la guerra de Viet Nam murieron 58.159 soldados norteamericanos, más 1.700 desaparecidos y 303.000 heridos. Los que tuvieron el triste honor de encabezar la lista fueron el comandante Dale Buis y el sargento Chester Ovnard, durante los ataques a la base de Bien, aunque después les seguirían miles más. Entre soldados de ejércitos colaboradores, como survietnamitas, coreanos (del Sur), australianos, neozelandeses y thailandeses sumaron otras 225.000 bajas más. Por parte de Viet Nam del Norte las bajas calculadas, siempre con una relativa aproximación, ascendieron a más de 600.000 militares más 400.000 civiles, cerca de un millón de muertos. Por otra parte en la guerra de Indochina los franceses perdieron cerca de 93.000 soldados frente a 175.000 milicianos del Viet Minh mas unos 250.000 civiles muertos…

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Marines norteamericanos con prisionero norvietnamita

Viet Nam fue el primer conflicto televisado de la historia, lo que permitió la denuncia de los frecuentes abusos y violaciones contra la población civil. La conocida como batalla de My Lai desató un escándalo en los Estados Unidos, debido a la masacre que supuso por parte de los soldados norteamericanos en aquella localidad, donde sólo encontraron viejos, mujeres y niños, y reflejada pese a los desmentidos oficiales por la presencia de periodistas y reporteros gráficos. De hecho y a lo largo de toda la guerra del Viet Nam 278 soldados norteamericanos fueron condenados por sus propios tribunales, debido a las atrocidades cometidas. La excusa declarada por la intervención norteamericana para una guerra que se prolongaría desde 1.955 hasta 1.975 fue la de impedir la reunificación de ambos Viet Nam, norte y sur, bajo un gobierno comunista, reunificación que al final no consiguieron evitar. Pero la guerra del Viet Nam fue tan sólo la prolongación de la que los franceses mantuvieron en lo que se conoció en su momento como la guerra de Indochina.

Españoles bajo uniforme francés

Se calculan en más de mil los españoles que combatieron en Indochina a lo largo de los nueve años que duró la guerra con Francia. La inmensa mayoría soldados republicanos que, tras la derrota en la Guerra Civil y huídos a través de los Pirineos, acabaron confinados en los campos de refugiados del sur de Francia como Saint-Ciprien o Argelès-sur-Mer. El gobierno francés les ofreció dos opciones: ser devueltos a España (con la casi total seguridad de ser fusilados), o bien alistarse en el ejército francés y, en concreto, en la Legión Extranjera. Ante tales perspectivas se alistaron bajo bandera francesa unos 15.000 en total. Tras la experiencia bélica de tres años de lucha y ante la funesta posibilidad de ser entregados a Franco, muchos de ellos aceptaron. Posiblemente ya no sabían hacer otra cosa. La 2ª Guerra Mundial no tardó en desencadenarse y bastantes de ellos lucharon en el norte de África (unos 2.000 en Túnez contra el Africa Korps del general Rommel), en suelo francés o hasta en las lejanas Indochina o Narvik, en Noruega. 

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Milicianos republicanos en la batalla del Ebro

Parte acabaron tras largo periplo a las órdenes de Philippe Leclerc, conde de Hauteclocque, más conocido como el general Leclerc. Rebelde al gobierno colaboracionista de Pétain, partidario y a las órdenes del entonces en Londres general Charles De Gaulle, comenzó desde Chad en 1.943 una larga lucha que le llevó hasta la liberación de París. La Deuxième Division contaba con una compañía: «la Nueve», llamada así, en castellano, al estar integrada en su inmensa mayoría por 144 republicanos españoles. Leclerc se dirige al capitán Raymond Dronne, responsable de la Novena Compañía (la «Nueve») con estas palabras:

no hay que obedecer órdenes idiotas (por parte del Alto Mando norteamericano, en teoría coordinador del avance). Dronne, tome a sus hombres de la Novena y entre en París. Diga a los parisinos que toda nuestra división estará con ellos mañana…

La Nueve

Los españoles de «la nueve» en París, con su tanqueta Guadalajara

Y según testimonio personal de Dronne, que sabía apreciar a sus hombres y se había ganado su respeto, cuenta en sus Memorias:

…eran hombres muy valientes. Difíciles de mandar, orgullosos, temerarios. Con una experiencia inmediata de la guerra. Muchos de ellos atravesaban una crisis moral grave, como consecuencia de la guerra civil española…

Los de «La Nueve» son los primeros en entrar a París, el 25 de Agosto de 1.944, con sus tanquetas rotuladas con nombres de famosas batallas de nuestra Guerra Civil: Guadalajara, Belchite, Brunete, Teruel… Pero ésa es otra historia. Volvamos a Viet Nam.

Españoles en Viet Nam

Hay testimonios o citaciones de muchos españoles que lucharon en Viet Nam: Robert Pujol, José Cortés, Antonio Polanco… De entre ellos quizá destacar al Doctor Ripoll Fonte que, tras la guerra, se instalo como médico en la capital de Camboya haciéndose amigo del general camboyano Susten Fernández…como suena. Susten viajó a España en alguna ocasión asombrándose de la cantidad de Fernández que encuentra en España… De lo que se enteró más tarde es que, en el Siglo XVII, sus antepasados habían llegado desde Filipinas con la intención de conquistar el reino Jemer, sembrando su «exótico» apellido… Por mi parte, tuve la ocasión y el placer de conocer al amigo Ángel, de arrebatada historia y que cada vez que nos veíamos gustaba de contarme «batallitas» de su estancia en la Legión… o de lo que fue su experiencia en Dien Bien Phu.

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Legionarios españoles, los novios de la muerte

Ángel se había alistado a la Legión en España por razones que no vienen al caso. Cuando le faltaban pocos meses para licenciarse,  una mañana les formaron en el patio, donde les ordenaron despojarse de sus uniformes. En la Legión ni se cuestionaban las órdenes. Así que se quedaron en calzoncillos en el patio inmediatamente a la voz de ¡ar!. Ahora, dijo el oficial, pónganse esos otros… y señaló un montón que había apilados, allí al lado. Se los pusieron sin rechistar y, una vez puestos, mirándose con disimulo unos a otros murmuraron, oye, esto no es del ejército español…

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      Legionarios caídos tras la masacre de Edchera, en el antiguo Sahara Español1.958

Efectivamente: eran uniformes de la Legión Extranjera Francesa… Sin mayores explicaciones los metieron en aviones y al cabo de muchas horas llegaron, para su asombro, a un  lejano país del que seguramente ninguno de los legionarios ni siquiera había oído hablar. Faltaban aún unos cuantos años para que el nombre de Viet Nam se hiciera famoso. Pero, según me contaba mi amigo Ángel, nada más llegar muy pronto aprendieron otro nombre: Dien Bien Phu. Corría el año 1954.

Dien Bien Phu, la gran derrota

Tras nueve años de guerra en Indochina, y pese a algunas sonadas victorias del ejército francés, el tesón y la moral irreductibles de los guerrilleros del Viet Minh (más tarde conocido como Viet Cong) fueron cercando poco a poco a los franceses, hasta quedar reducidos en el valle de Diem Bien Phu, al norte del Viet Nam. Un amplio valle  de 16 por 9 kilómetros, lleno de arrozales y pequeñas aldeas, surcado por el río Nan Yun. Los franceses escogieron este amplio valle por cuestiones estratégicas: principalmente para cortar la comunicación entre Laos y China, y pensando que aquí serían invencibles. Agrupados en el valle, instalaron dos pistas de aterrizaje y ocho puntos fuertes, todos con nombres de mujer: Beatrice, Gabrielle, Claudine, Anne-Marie, Huguette, Dominique, Eliane e Isabelle … es lo que tienen los franceses, que para estas cosas se ponen románticos y quieren convencer a todo el mundo de que son muy seductores…

Los generales franceses  subestimaron a los norvietnamitas pensando que allí podrían defenderse bien, y que los guerrilleros serían incapaces de instalar artillería potente en el circo de montañas que lo rodeaban. Los soldados franceses se burlaban de aquellos hombrecillos, bajitos y canijos…Pero como la Historia nos enseña a menudo y como suele suceder, cuando un ejército regular se enfrenta a guerrilleros, siempre se creen mejores que ellos… y casi siempre se equivocan…

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Ho Chi Minh y el general Giap. Planeando acciones y satisfechos tras la victoria

Los norvietnamitas estaban bajo el mando de su líder Ho Chi Minh, conocido cariñosamente como «el tío Ho» por los suyos. Su verdadero nombre era Nguyen That Than. Lo de Ho Chi Minh era su nombre de guerra y significa «el que ilumina»… Formado en Francia y en la URSS, combatiente en China con Mao Tse Tung contra el derechista Kuomintang de Chiang Kai-Shek, y vencedor del ejército japonés que invadió Viet Nam durante la Segunda Guerra Mundial, a los que logró expulsar. En Diem Bien Phu, el ejército norvietnamita estuvo bajo las órdenes directas del general Vo Nguyen Giap que, con anterioridad, había sufrido una derrota contra los franceses, pero también una sonada victoria y, contra lo que pensaron los del Alto Mando francés, subieron prácticamente a pulso su artillería y abundante munición hasta la cresta de las montañas, cargándola a hombros, tirando con cuerdas de los cañones, escondiéndolos después  en refugios antiaéreos a salvo de los aviones enemigos, con los que castigaban continuamente al ejército francés en el valle. Cuenta Giap:

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Transportando munición y piezas hasta los refugios de la montaña

para el Estado Mayor francés era imposible que pudiéramos instalar artillería en las alturas que dominan la olla de Dien Bien Phu, pero desmontamos los cañones para transportarlos pieza por pieza… (y añade, irónico) …¡siguiendo su lógica formal, tenían razón!... Más adelante continúa: …¡nuestros pies son de hierro!…utilizamos millares de bicicletas fabricadas en Saint Étienne (en Francia) que modificamos para llevar cargas de 250 kg…

El ejército regular de Giap, conocido como el Chu Luc, consta de 50.000 hombres, a los que había que añadir artillería pesada china atendida por expertos chinos, cosa que los franceses desconocen. El ejército francés destacado en Dien Bien Phu consta de 13.000 hombres. En parte, ejército regular; en parte, la fuerza de choque de la Legión Extranjera y el resto, mercenarios argelinos, marroquíes, senegaleses y vietnamitas. Como soporte, 28 cañones, 28 morteros, 10 tanques ligeros M24 y 6 aviones, cazas Bearcat. Los españoles «invitados» a formar parte de la Legión Extranjera son englobados en el 2º Batallón Extranjero de Paracaidistas, bajo el mando del comandante Liensenfelt, en total, unos doscientos. Y entre ellos, mi amigo Ángel.

En lo que se denominó la Operación Castor, el 20 de Noviembre de 1.953 son lanzados 4.000 paracaidistas que toman el lugar en ese mismo día, sin encontrar resistencia. En los siguientes tres días se van sumando 9.000 hombres más. Durante casi dos meses la situación parece tranquila. Construyen las dos pistas de aterrizaje y los ocho campamentos con nombres de mujer. Pero la noche del 31 de Enero de 1.954 se desata el comienzo del fin. Desde la cresta de las montañas, desde sus escondites a salvo de la aviación, ante la incredulidad y la desesperación de los franceses, 200 cañones machacan los campamentos y las pistas de aviación. Cañones que, para colmo, están fuera del alcance de la artillería francesa. Para cuando el Alto Mando francés intenta una operación de apoyo a cargo de la R.C.P. (Regimiento de Cazadores Paracaidistas), son ferozmente rechazados por el Viet Minh con artillería antiaérea. Nuevo desconcierto para los franceses que no contaban con que los vietnamitas contaran con ese tipo de armamento. Durante pocas semanas Giap no arriesga a sus hombres, tan sólo deja que la artillería siembre la carga mortal de sus obuses.  

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Paracaidistas norteamericanos de la 101 División

En la madrugada del 12 de Marzo Giap se decide a lanzar su infantería, que conquista las posiciones Béatrice y Gabrielle y aniquila dos batallones de franceses. El comandante de artillería se suicida aquella misma noche aunque el Alto Mando decide no comunicarlo inmediatamente a la tropa por no desmoralizar. El Jefe de Estado Mayor, conde Hubert-Marie-Jean-Albert de Seguins-Pazzis, sufre una crisis nerviosa que le mantiene varias horas fuera de juego. Seis días más tarde, el 18 de Marzo, los vietnamitas han tomado el primer aeropuerto. Pocos días después, el segundo aeropuerto ya es suyo. El 28 de Marzo aterriza el último avión francés que resulta inmediatamente destruído. Inhabilitadas las pistas de aterrizaje, los suministros de munición y de materiales ya sólo se pueden hacer lanzándolos en paracaídas que, para desgracia de los franceses, suelen caer dentro de la zona controlada por el Viet Minh. Para colmo, a mediados de Abril hacen su aparición los monzones, imposibilitando cualquier ayuda desde el aire, además de convertir bunkers y trincheras en pozos y lodazales.

La moral de los franceses no puede estar más por los suelos. Su prioridad es aguantar como sea hasta que se celebre la Convención de Ginebra donde se pretende establecer la paz entre Francia y el Viet Nam, pero no les va a dar tiempo. Los mercenarios vietnamitas han desertado en masa, y otros dos mil desertores, magrebíes en su mayoría, han abandonado los campamentos y se esconden en cuevas a lo largo del río Nam Yum («las ratas del Nam Yum«, les llaman sus antiguos camaradas) de dónde sólo salen por la noche para robar comida. Entre los desertores también se contaron españoles, pero no para escapar, sino para unirse al enemigo. Desde el comienzo de la Guerra de Indochina, hacía ocho años, muchos de los soldados bajo uniforme francés, antiguos soldados republicanos y de fuertes convicciones comunistas, veían con mucha más simpatía a los vietnamitas de Ho Chi Minh que a los «imperialistas» franceses. De hecho Ho Chi Minh hizo algunas emisiones por la radio al ejército francés invitándoles a desertar y unirse a ellos, en las que algunas de las alocuciones se dirigía a los españoles y en español que, curiosamente, dominaba de forma casi perfecta. 

Angel de Haro y sus “caballeros legionarios” trasplantados a Viet Nam sufrieron junto al ejército francés el acoso norvietnamita, replegándose cada vez más, abandonando de uno en uno aquellos puntos fuertes con nombre de mujer, incapaces tan sólo de una débil resistencia. Ángel me contaba anécdotas como la de una oficial médico, de las pocas mujeres que había en Dien Bien Phu, que salía a recoger heridos con los camilleros bajo el fuego enemigo, disparando con la otra mano una pistola sin parar.

El general Giap describió de una forma muy oriental, hasta poética si se quiere ver así, los estragos que su táctica de guerra producía en los franceses:

será una pelea entre un elefante y un tigre. Si el tigre se queda quieto el elefante lo aplastará sin remedio, pero el tigre nunca se quedará quieto. Saltará sobre el lomo del elefante arrancándole grandes trozos de carne para esconderse después en la jungla. Así el elefante morirá desangrado. Será el lento desangrar del elefante caído… 

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Largas filas de prisioneros, custodiados por el Viet Minh

Por fin, diezmados, cercados y sin más opción, los franceses se rinden el 8 de Mayo de 1954. Hasta el último momento se lanzaron refuerzos de paracaidistas, pero no bastaban: fueron enviados 4.306 soldados en total para sustituir a las pérdidas, que ascendían a 5.500 bajas. De los 20.000 combatientes franceses de la guarnición se contabilizaron un total de 7.500 bajas entre muertos y heridos. Sólo los muertos, 2.293, entre fuerzas aerotransportadas y Legión Extranjera. Tras la rendición 11.721 fueron hechos prisioneros y enviados a campos de trabajo. De éstos sólo sobrevivieron 3.290. El resto murió en los campos, por hambre y enfermedades.

Ángel tuvo suerte. Como él decía, al alistarse vendió su vida a la Legión por un sueldo ínfimo… pero salvó la vida. Ho Chi Minh había vuelto a ganar, lo que se llamó la Batalla de Indochina. Repetiría la victoria una vez más contra el poderoso ejército norteamericano, en lo que se llamaría la Guerra de Vietnam aunque no pudo llegar a verlo. Murió poco tiempo antes de la victoria, de tuberculosis, en una cueva donde se escondía cerca de Hanoi, el 2 de Septiembre de 1.969, a los 79 años de edad.

Franco y los Doce de la Fama

Mi amigo Manolo Navarro, al que conocí en Tombuctú, dueño de la productora La Nave de Tharsis, terminó hace poco un documental titulado: Go Cong. La guerra secreta de los españoles en Vietnam, que estuvo preparando pocos años atrásMe preguntó en su momento si no conocería alguien que hubiese luchado por allí. Justo, le dije, mi amigo Ángel, y le conté el episodio de Diem Bien Phu.

Mi sorpresa fue que, con lo locuaz que era Ángel habitualmente, se negó a aparecer ante una cámara contando sus experiencias en Vietnam. Ángel murió hace pocos  años pero con su hija elaboramos algunas teorías, como la de que hubiese un pacto de silencio ante aquellos hechos, posiblemente con la Legión Extranjera o el ejército francés. De hecho, el gobierno de París, en agradecimiento por los servicios de armas prestados bajo su uniforme, le ofreció la nacionalidad –que no aceptó- y trabajos de responsabilidad y confianza en factorías francesas de la aviación, donde trabajó varios años.

En el documental de mi amigo Manolo sale a relucir una historia, de las varias que se ocultaron bajo el franquismo. Ya en la Guerra del Vietnam con el gobierno norteamericano, el presidente Lyndon B. Johnson  solicitó colaboración militar en 1965 a varios países europeos en un intento de no aparecer él sólo como el agresor. Entre ellos pidió ayuda a España, con la seguridad de que con la amistad hispano-norteamericana y contando con el feroz anticomunismo de Franco, sin duda éste le apoyaría. La solicitud se hizo a través de la Free World Military Assistance Office.

La gran sorpresa fue la respuesta de Franco. En unos documentos recientemente desclasificados se puede ver una carta enviada al embajador español en Washington, Merry del Val, en la que se afirma que la carta ha sido redactada de puño y letra por el Caudillo, aunque más tarde corregida, con la orden de que le fuese entregada al presidente. Expone –resumo algo, pero el contenido es literal- un análisis certero y lleno de sentido común sobre la situación en varios puntos:

1º La guerra en la selva será un fracaso. La guerra de guerrillas será interminable.                 2º Una guerra prolongada sólo favorecerá a los chinos.                                                           3º Los americanos siempre serán considerados como extranjeros. Nunca aceptados por la población local.                                                                                                                            4º No es un asunto militar, sino un asunto político.                                                                  5º Los pueblos oprimidos y pobres siempre elegirán el comunismo porque es el único camino eficaz que se les deja.                                                                                                      6º No se pueden negar realidades presentes como el socialismo. El comunismo no desaparecerá del sudeste asiático por la fuerza de las armas.                                                   7º Hay soluciones. Todos los actores en conflicto aspiran a lo mismo: echar a los chinos.         8º A “Hochi Ing” (así llama Franco a Ho Chi Minh en la carta), por su historia y su empeño en echar a los japoneses primero, a los chinos después y a los franceses más tarde, hemos de confirmarle un mérito de patriota al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Dejando a un lado su carácter de duro adversario, podría ser el hombre de esta hora que el Vietnam necesita.

Asombra la indiscutible admiración que Franco procesaba a Ho Chi Minh, y aquí hay que reconocer la inteligencia militar de un hombre, con la experiencia de haber combatido a la guerrilla de los rifeños durante varios años.

Franco, pese a lo que esperaba el presidente Johnson, no envió destacamentos armados. A cambió envió un grupo de doce médicos militares, todos ellos voluntarios, a los que se conoció más tarde como Los 12 de la fama, y que estuvieron durante cinco años atendiendo al personal civil en el Hospital Español,  en la población de Go Cong, en el delta del Mekong, al sur de Vietnam.

Recuerdan algunos de aquellos médicos, entrevistados en el documental de mi amigo, el trabajo con la población local, entre los que estaban muy bien considerados, sobre todo al comprobar éstos la diferencia del trato hacia los vietnamitas por parte de aquellos médicos españoles que les atendían y el personal norteamericano, muy militarizado, que utilizaba sus propios hospitales generalmente para ellos solos.

De hecho Los Doce de la Fama solían estar escasos de medios y tuvieron que solicitarlos en repetidas ocasiones tanto al mando norteamericano como al gobierno español.  Atendían sobre todo enfermedades comunes, cirugías, pero también algún caso aislado por heridas de guerra entre las que, sospechan, hubo algún que otro guerrillero del Viet Cong, a los que cuidaron igual que a los demás. Los militares del Viet Cong eran conscientes y apreciaban la ayuda prestada a los civiles.

Según avanzaba la guerra y los guerrilleros del Viet Cong ganaban terreno, comenzaron a bombardear Go Cong y alguna bomba dañó parte del hospital. Aguantaron aún un tiempo, pero la presión se iba haciendo cada vez más fuerte. La guerra estaba llegando a su desenlace, y  al final fueron evacuados y devueltos a España.

El soplado vaginal de las vacas.

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Soplado vaginal entre los actuales Dinkas, del Sudán

Los lejanos comienzos de la domesticación del ganado vacuno.

Se da por hecho que la domesticación del ganado vacuno se produjo en la zona conocida como el Creciente Fértil, situada en el Próximo Oriente, durante el periodo que el arqueólogo australiano Vere Gordon Childe denominó como la Revolución Neolítica. Según la Teoría de los Oasis de Childe y, tras un periodo de desecación, las poblaciones humanas y animales se fueron concentrando en las orillas de los ríos y en oasis donde la proximidad favoreció la domesticación de varias especies, bovinos y ovinos principalmente, además de algunas plantas, como los cereales. Estos cambios climáticos se produjeron en un periodo comprendido entre finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, hace 10.000 o 12.000 años.

Pero la Revolución Neolítica no se produjo sólo en ese Creciente Fértil, que se extendía desde los ríos Tigris y Eufrates por el este, hasta la ribera del Mediterráneo por el oeste, pasando por el norte de Siria. Hubo otras zonas en el Viejo Continente, tales como el valle del Nilo en Egipto, los de los ríos Indo y Ganges en La India, o el valle del Yang Tse en China, en los que la arqueología ha demostrado procesos paralelos e independientes de domesticación.

Hay otra zona más en debate: el Sahara central (en árabe pronunciado asájara = desierto). Concretamente en la inmensa zona delimitada por los actuales desiertos de Libia y Argelia, pero que comprende también parte de los actuales estados de Níger, Mali, Chad y Mauritania. En tan extensa región se encuentran numerosos yacimientos arqueológicos, con una antigüedad máxima estimada de 12.000 años. En estos yacimientos los testimonios en forma de grabados y pinturas rupestres son abundantísimos. La zona con más densidad es la del Tassili N’Ayyer, al sureste de Argelia lindando con Libia, una gran meseta rocosa que se extiende a lo largo de 800 kilómetros, pero existen grabados y pinturas desde el desierto occidental de Egipto hasta prácticamente la costa del Atlántico, en Marruecos y el antiguo Sahara Español.

 

 

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Escena de ordeño en grabado rupestre, en Wadi Tiksatin (Libia)

En el Tassili N’Ayyer y zonas aledañas (Murzuk en Libia, Tibesti en Chad, la meseta de Yado en Níger o el macizo de Hoggar al sur de Argelia) los grabados rupestres nos muestran casi desde el comienzo una variada fauna que originalmente correspondía a la fauna salvaje allí presente, y objeto de caza: muflones, búfalos, avestruces, hipopótamos, elefantes o rinocerontes, entre otros. Más adelante y en los diversos periodos estudiados por los especialistas, aparecerán los bóvidos con evidencia de domesticación y, en la fase de las pinturas (posterior a los grabados en roca), un período cuyo nombre ya define la temática: el Periodo Pastoral o Bovidiense, que se extendió a grosso modo entre los años 7.000 y 2.500 a.C. En este periodo, el más numeroso en representaciones y de un gran naturalismo, aparecen multitud de escenas de pastoreo, con rebaños de vacas y escenas de la vida familiar de los pastores.

 

 

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Pinturas rupestres de vacas del periodo pastoril o bovidense en el Tassili N’Ayer. Se trata de uno de los miles de calcos, reales, que hizo Henry Lothe durante su estancia en el Tassili N’Ayer. Actualmente se pueden ver en el Museo del Hombre de París. Cada 2-3 meses los sustituyen para evitar el deterioro que supone su exposición a los agentes atmosféricos.

La domesticación de los bóvidos en el Sahara

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Escenas de ordeño en el Antiguo Egipto. De 2ª Dinastía, y de Mastaba de Kagemni

Antes de entrar en la polémica sobre la domesticación de los bóvidos en el Sahara central quisiera hacer una aclaración. En la actualidad estamos acostumbrados a contemplar el Sahara como un lugar sumamente árido pero, ni siempre ha estado seco, ni tan siquiera caliente. Los expertos han establecido varias fases climáticas. Así, hasta hace unos 20.000 años el Sahara era una región muy húmeda, con grandes lagos en su interior. Pero durante los 10.000 años siguientes (hasta hace unos 10.000, aproximadamente) la influencia de las épocas glaciares europeas y, en concreto, la última y más dura glaciación de Wurm, se dejó sentir experimentando un clima muy frío y árido, sin apenas precipitaciones y con muy bajas temperaturas. La aridez hizo que los cauces de los ríos Nilo, Níger y Senegal, así como el gran lago Chad se secasen, quedando sus cauces cubiertos por la arena.

La situación de frío y aridez se mantuvo hasta el final de la glaciación de Wurm, hace 10.000-12.000 años, en que volvieron las lluvias y el clima se templó. Entre los años 9.000 y 2.500 a.C. el Sahara fue un lugar perfectamente habitable, con ríos caudalosos, lagos estables y una vegetación floreciente, con zonas de arbolado y verdes praderas, dignas de una postal de Irlanda. La fauna procedente del sur se expandió por el Sahara, y de ahí su imagen frecuente en los grabados donde los cazadores la dejaron representada. En 1.933 el teniente Brenans explorando la zona al frente de un cuerpo de camelleros descubrió, para su asombro, en las paredes del reseco cauce del Ued Yerat, al norte del Tassili, numerosos grabados a tamaño natural de aquella fauna salvaje hace tiempo desaparecida en la zona. Este hallazgo dio comienzo a las exploraciones en las que Henry Lothe tomó la supervisión, centrándose sobre todo en el Tassili N’Ayer, cuya traducción del bereber significa precisamente «la meseta de los ríos», evidencia de tiempos mejores.

La domesticación de los bóvidos en el Sahara central es un tema sujeto a polémica. Arqueólogos como la gran experta en la zona, la argelina Malika Hashid, arqueóloga, antropóloga y ex directora de los yacimientos del Tassili N’Ayer, opina que fue un proceso independiente, debido a la evolución del control de la fauna salvaje y, en concreto, de los bóvidos como los búfalos de grandes cuernos, a los que en numerosos grabados se puede ver ya sujetos con cuerdas. Por el contrario, otros expertos sostienen, apoyándose incluso en el estudio filológico de las lenguas de los pueblos allí presentes (que probaría sus migraciones), que el ganado vacuno provenía desde el lejano Creciente Fértil y que penetró en África difundiéndose bien por el norte hasta el Mediterráneo, emigrando a aquel Sahara aún verde y totalmente apto para mantener grandes rebaños y, en otro de sus movimientos, bajando por la costa oriental del continente hasta el extremo sur.

¿Para qué valen las vacas?. La leche.

Hoy día decir «vaca» es decir «leche». Hay expertos que sostienen que, inicialmente y al igual que sucedió con el ganado ovino, su primera utilidad fue como fuente de carne. Puede ser. Pero en la estrecha convivencia durante milenios de los pueblos pastores con su ganado, la utilidad de ese producto con que las vacas alimentaban a sus terneros debió resultarles evidente. En un proceso natural común a todas las hembras mamíferas, las madres producen leche para alimentar a sus crías, y esa producción finaliza cuando éstas alcanzan el desarrollo suficiente para ser autónomos en cuanto a su alimentación.

Hoy día la leche de vaca es un producto sujeto a muchas controversias debido a los problemas que su ingestión puede producir, bien por las alergias debidas a su proteína: la caseína, o debido a la intolerancia a su azúcar, la lactosa, en aquellas personas con deficiencia en cuanto a la enzima necesaria para su digestión: la lactasa. Si queréis profundizar en el tema podéis consultar la entrada a mi blog titulada: La leche, ¿buena o mala para nuestra alimentación?. Pero desde hace miles de años ha sido una de las principales fuentes de alimentación para muchos pueblos nómadas y ganaderos que han utilizado la leche de vaca, de búfala, de yak, de reno, de yegua, de cabra, de oveja o de camella, obteniendo de ella las proteínas, vitaminas y minerales necesarios. Incluso el agua necesaria, en zonas áridas.

Pueblos ganaderos africanos como los masai, los fulani, los dinkas, los nuer o los tuareg, entre otros muchos, dependen en gran medida para su alimentación de la ingesta de leche. Pero incluso los antiguos europeos debieron su supervivencia en gran parte a la leche de sus vacas. Todavía forma parte importante de la economía agraria. Con esta dependencia no es raro, pues, la abundante iconografía que desde la antigüedad nos han dejado en grabados y pinturas los primitivos pueblos ganaderos.

 

 

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Escenas de ordeño en el Ued Yerat (Argelia) y en Jebel el-‘Uweynat (Libia)

Testimonios arqueológicos. El soplado vaginal de las vacas

 

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Grabado rupestre con escena de soplado en el Wadi Imrawen, en el Messak (Libia)

Las vacas producen la apreciada leche tras parir los terneros. Mientras éstos se amamantan, las vacas producirán leche. Pero en las modernas razas de producción exclusivamente lechera, tales como las frisonas (las típicas vacas blancas con manchas negras) se ha conseguido mediante selección que, aunque se les retire el ternero nada más nacer (ya se le alimentará con leche en polvo) y estimulada su producción bien con el ordeño manual, bien como es el sistema actual con las ordeñadoras automáticas, la vaca continúe produciendo leche durante casi un año, hasta que se la insemine artificialmente de nuevo, para producir más terneros… La vaca no va a conocer ya a sus hijos, sino tan siquiera al padre de éstos. Son las exigencias de la moderna industria lechera…

En las antiguas economías agrarias la vaca producía leche mientras el ternero continuase mamando. Los pastores permitían al ternero mamar lo justo, mientras que ellos a su vez ordeñaban a la vaca para conseguir «su» leche. Pero cuando el ternero estaba más crecido, o en aquellos casos frecuentes en los que el ternero moría, la vaca se «secaba» (como se dice en el argot ganadero) en cuestión de muy pocos días. Y el ingenio humano sumado a la necesidad comenzó a buscar soluciones.

 

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Soplado vaginal, pintura rupestre en I-n-Sebuk, en Immidir (Macizo del Hoggar, Argelia)

Un remedio clásico era colocarle otro ternero a la vaca. Pero, para que la vaca lo aceptase y no lo rechazase, uno de los trucos era rociar al nuevo ternero con orina del recién muerto. La vaca, tras olisquearle y reconocer el olor, comenzaba a lamer al nuevo ternero y la suplantación ya estaba hecha. Esta solución, por ejemplo, me la han contado personalmente amigos marroquíes, tal y como la utilizan en su pueblo. Otras suplantaciones similares se conseguían colocando frente a la vaca el cadáver del ternero muerto con lo que, inicialmente, la vaca era estimulada para la lactación. Pero incluso en estos casos, o bien cuando por su ciclo natural, la vaca iba produciendo cada vez menos leche, los ganaderos inventaron un  recurso que a nosotros, habitantes de un mundo desarrollado, nos podrá parecer un tanto asqueroso pero que demostraba su efectividad: el soplado vaginal de las vacas.

En esencia consiste en arrimar la cara a la vulva de la vaca y soplar fuertemente dentro de ella. Generalmente, aunque no siempre, uno aprovecha para ordeñar mientras otro sopla. Bien directamente, bien con el auxilio de un tubo (hueso o caña) insertado dentro, o bien mediante artilugios de arcilla en forma de embudo para facilitar la insuflación. La base fisiológica del soplado es la estimulación de la matriz para producir un aumento de la hormona oxitocina, responsable de las contracciones uterinas en el momento del parto, pero también de la producción de leche.

soplado concha para insuflar, Hungría S. XIX0007soplado cerámicas para insuflar de Wadi Hawar (Sudán) del neolí0007

 

 

Caracola, Hungría, S. XIX                           «Embudos» cerámicos neolíticos, para el soplado

Esta técnica se ha descrito en prácticamente todos los pueblos ganaderos africanos: los afar de Etiopía, los masai de Kenia, los tuareg de Argelia, los turu y los ziba de Tanzania, los fulani de la franja del Sahel, los dinka y los nuer del Sudán o los hotentotes sudafricanos. Pero también en pueblos asiáticos ganaderos como los yakutos siberianos, los kalmukos mongoles, los kirguises, los irakíes de Basora, los tibetanos o los pastores hindúes. En La India, en concreto, la técnica utilizada era la inserción de una caña de bambú por donde se soplaba, lo que se conocía como fuka. Ghandi consiguió, llevado por sus buenos sentimientos hacia los animales, la prohibición de la fuka alegando el malestar que podía producir a las vacas.

 

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Hotentotes. Grabado de 1719

Pero no hay que irse tan lejos. Heródoto en sus Historias nos lo cuenta como una costumbre entre los escitas del sur de Rusia aunque, en este caso, no con vacas sino con yeguas, animales que se siguen utilizando hoy día para ese fin entre los pastores de Mongolia. La cita es así:

tras tomar unos tubos de hueso, muy semejantes a flautas, introduciéndolos en los genitales de las yeguas, soplan con sus bocas y, mientras unos están soplando, otros las ordeñan. Y dicen que hacen ésto por lo siguiente: que las venas de la yegua se hinchan al ser sopladas y la ubre se pone en acción… (Heródoto, «Historias», Libro IV, cap. 2)

Aún en el Siglo XIX se describió en Europa: entre los magyares de Hungría, entre los bosnios, los irlandeses (mención en 1.681) o en la cercana Alsacia (mención de 1.894). Hay incluso una comunicación personal de un ganadero de la región de Aubrac, en Francia, fechada en 2.010.

 

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Nuer, del Sudán

La costumbre no se ha perdido. Hay testimonios actuales en ganaderos que viven en pleno neolítico, como los dinkas y los nuer del Sudán y que, mientras insuflan aire en la vagina de sus vacas, masajean las ubres para conseguir una mayor estimulación, una mayor producción de oxitocina (aunque ellos obviamente no lo sepan) y una mayor producción de leche. Insisto: a nosotros nos parecerá una cochinada éso de arrimarle la cara a la vulva, pero para ellos no tiene nada de asqueroso, al revés, la supervivencia es lo primero.

 

 

 

 

 

El perro Paco. Un héroe y mártir castizo en el Madrid de 1882

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EL PERRO PACO

Corría el año de 1879, el día 4 de Octubre concretamente, festividad de San Francisco de Asís, cuando un caballero camina por la calle de Alcalá, rodeado de varios amigos. Este hombre era don Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, grande de España, borbónico hasta las cachas y persona con gran futuro pues algunos años más tarde será alcalde de Madrid. Se dirigen hacia el Café de Fornos donde han decidido cenar. La Historia sin que él lo sepa ha decidido que sea el introductor de uno de los personajes más famoso de Madrid: el perro Paco.

Según las crónicas, un chucho de los muchos que deambulan por la calle, tirando a pequeño y de color negro con mancha blanca en el pecho. Se cuenta, aunque no está contrastado y quizá forme parte del mito, que Paco nació en Colmenar de Oreja. El perro se había acostumbrado, con ese don de gentes que le caracterizaba, a viajar en el pescante de los coches de posta que unían Colmenar de Oreja con Chinchón, hasta que un día le dio por ampliar sus horizontes y llegar hasta la capital. Aquella noche del 4 de Octubre de 1879 el perro se acercó a las perneras del señor marqués y, por esos azares de la vida, le cayó simpático. Sus destinos, para suerte del perro Paco, quedaron unidos.

El Café de Fornos

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El mencionado Café de Fornos se situaba donde actualmente hay un Starbuck, en el cruce de Alcalá con la calle de Nuestra Señora de los Peligros, antiguamente calle Angosta de los Peligros, para distinguirla de la calle Ancha de Peligros (para los madrileños, Peligros sin más).  Conviene señalar para jóvenes y viejos que Madrid, por aquel entonces, era un poco diferente a la actual. Para empezar, aún no existía la Gran Vía. Se construiría unas décadas después a costa de la demolición de más de dos mil viviendas, angostas y oscuras en un laberinto de callejas más oscuras y angostas todavía, en pleno fervor de saneamiento y modernización de la ciudad.

Las únicas calles amplias que mereciesen ese nombre eran las cuatro que confluyen en la Puerta del Sol: Arenal, Mayor, la Carrera de San Jerónimo y Alcalá, que acababa con tal nombre en lo que hoy es la Plaza de Cibeles y en aquellos tiempos cauce del arroyo de la Castellana, que discurría extramuros en dirección Norte-Sur, formando parte de la Cañada Real y en cuyos prados y descansaderos pacían los rebaños de merinas en su trashumancia. De su existencia quedan ecos, como el del Paseo de Recoletos, antiguamente Prado de los Recoletos Agustinos, o la Fuente Castellana que dio nombre al largo paseo bajo el que se soterra el arroyo y que se situaba en la actual Plaza de Emilio Castelar. Pero volvamos al Fornos y al perro Paco.

En la esquina entre Alcalá y Peligros, como decíamos, se encontraba el café de más postín del Madrid de entonces: el Fornos, llamado así por el apellido de su propietario, don Manuel. Que, por cierto, se pegaría un tiro en la cabeza en uno de sus reservados tal que en 1905. Pero aún faltaban algunos años. En el de 1879 con el que comenzaba esta crónica, se acababan de mudar desde su primitiva ubicación en la calle de Arlabán. El nuevo local se montó a todo lujo: muchas mesas de mármol, sillas de madera y divanes de terciopelo rojo. Grandes espejos, pinturas (de Plasencia, de Gomar y de Sala) por las paredes, reloj con dos esferas e incluso cubertería de plata que acabarían sustituyendo al ser ésta objeto de “coleccionismo” por parte de la selecta clientela.

Porque la clientela del Café de Fornos era de lo más selecto. Por la tarde iban a merendar los matrimonios burgueses. Según avanzaba la tarde, se instalaban en sus mesas políticos, militares, cómicos, intelectuales, toreros y demás gente de mal vivir. Se hicieron famosas las tertulias como la del escritor y comediógrafo Vital Aza y, sobre todo, la de don Felipe Ducazcal. Actor y empresario de teatro, fundador de El Heraldo de Madrid y amigo de don Amadeo de Saboya y de Alfonso XII. Con él se sentaban los cómicos Rafael Calvo y Antonio Vico, el tenor Julián Gayarre, los músicos Chueca y Chapí, el torero Frascuelo o el inventor Isaac Peral. Además del ya citado, el Marqués de Bogaraya, que comandaba el conocido como el Batallón del Aguardiente. El Café de Fornos no cerraba nunca. En los reservados del piso inferior se gestaron conspiraciones o, lo que era más habitual, citas galantes aprovechando la intimidad de los compartimentos.

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                                La tertulia de Vital Aza, en el Café de Fornos

El perro Paco entra en escena

Quiso la suerte que aquella noche el Marqués y aquel chucho se hiciesen amigos, y con semejante padrino entrase por pleno derecho al selecto Café de Fornos. El perro Paco (como fue bautizado por la festividad del día) dormía en las cocheras de los tranvías, por aquel entonces todavía tirados por mulas, sitas en la calle Fuencarral, que unían la Puerta del Sol con la glorieta de Cuatro Caminos. Cuando Paco se quería retirar rascaba la puerta de las cocheras que le eran franqueadas por el guarda. Paco era, nunca mejor dicho, un animal de costumbres, o todo un bohemio, como queráis llamarle. Ya famoso, nunca aceptó las muchísimas invitaciones para entrar en las casas de sus protectores.

Aquella noche en el Café de Fornos le arrimaron una silla y, como un comensal más, le pusieron un plato con carne asada que el perro, suponemos, engulló con delectación. Acabada la cena, pidió el Marqués una botella de champán. Y echándole unas gotas sobre su cabeza quedó bautizado como Paco, entrando en la leyenda. Para los parroquianos del Fornos invitar al perro Paco se convirtió en una costumbre. Paco se acercaba al Fornos, al que los camareros permitían pasar como personaje señalado que era. Siempre había alguien que le invitaba a un plato de carne que el perro, como había aprendido, comía subido en una silla. Como persona educada, esperaba a que su mecenas de turno se retirase acompañándole sin prisas hasta la puerta de su domicilio. Nos cuenta Natalio Rivas, por aquel entonces joven político y que asegura haberlo visto personalmente que, tras acompañarle, y rechazando toda invitación a entrar a la casa, se dirigía hasta su lugar de descanso, en las cocheras de la calle Fuencarral.

El perro Paco comenzó a frecuentar no sólo el Café de Fornos, sino el cercano teatro Apolo, nada que ver con el actual, y que estaba situado en el número 45 de la calle de Alcalá de Madrid, justo a la derecha de la iglesia de San José. Inaugurado el 23 de Marzo de 1873 tenía cabida para 1.200 espectadores, lo que le valió la popular denominación de la “catedral del género chico”. Y donde, por supuesto, le dejaban entrar. No había en Madrid portero o conserje que osase impedirle la entrada. Si había butaca libre, se sentaba. Y si el teatro estaba lleno siempre había espectadores que le hacían sitio. Una vez acabada la función y como costumbre adquirida por derecho, al Fornos, que ya habría algún amigo que le invitaría a cenar. Al poco otro de sus mecenas, don Felipe Ducazcal antes mencionado, le invitaba a desayunar a diario en el Café Suizo, situado en la acera de enfrente, en la esquina entre las calles de Alcalá y la de Sevilla. Con el bollo mañanero y su bistec nocturno del Fornos, Paco tenía la vida resuelta y bien resuelta. El can se había convertido en un icono de la época. Se escribieron canciones sobre él, los periodistas mencionaban su asistencia a los eventos como si se tratara de una celebrity más, e incluso se editó un periódico, El Perro Paco, donde se reflejaban las “opiniones” del chucho sobre política, arte, cultura, y todo lo debatible. Incluso se anunció una manzanilla de Sanlúcar bajo la denominación de El perro Paco, al precio de tres pesetas la botella.

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El perro Paco y los toros

 

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                                    La antigua plaza de toros. Al fondo, Madrid

Como madrileño de pro, Paco se aficionó a los toros. Por aquel entonces la plaza de Madrid se situaba entre lo que serían las calles Goya y Jorge Juan, de ahí la tradición actual de los toreros de vestirse en el Hotel Wellington, a un tiro de piedra de aquella localización. Los toros eran llevados a la plaza no en camión, que no los había, sino arreados a caballo desde las vegas de Aranjuez al mejor estilo campero cual auténticos cow-boys  del lejano Oeste y, ya en Madrid, por el paseo de las Delicias arriba, ganado bravo descendiente de la afamada ganadería sevillana de Veragua.

Los días de lidia los madrileños se acercaban a la plaza subiendo la calle Alcalá o, como se decía y se dice en el foro, por la “c’alcalá p’arriba”. Eran días de fiesta, ataviadas ellas con pañolón o mantillas, ellos con su mejor terno y claveles en la solapa. Los más pudientes en coches de caballos, algunos en tranvía, los más a pie. Y con ellos, el perro Paco. Ocupaba su localidad como uno más y, acabada la faena y muerto el toro, gustaba de saltar a la arena para pegar unos saltos, volviendo a la localidad cuando los clarines anunciaban el siguiente toro, lo cual era muy celebrado por los espectadores excepto algún purista, que siempre los hay, como don Mariano de Cavia, criticando en algunas de sus crónicas lo que consideraba indecoroso con la lidia.

La muerte del perro Paco

 Desde el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías lorquiano a la ¡Talavera, Talavera, qué triste suerte tu suerte!…por la muerte de Joselito El Gallo, el mundo taurino ha gustado lamentar con coplas y poemas la desgraciada muerte de sus héroes.  A toda una celebridad como el perro Paco, por desgracia, nadie supo cantarle.

La tarde del día 21 de Junio de 1882, festividad de San Luis Gonzaga, se celebraba en Madrid una becerrada “de las de convite”, del gremio de vinateros, en la que estaban anunciados Isidro Grané, Ernesto Jiménez, Enrique Gaire y José Rodríguez Miguel, más conocido en el mundillo taurino como Pepe el de los Galápagos, mote que debía al regentar una taberna en la calle de Hortaleza, frente a la fuente de los Galápagos. Todos ellos con la ayuda de Santos López, Pulguita, banderillero que formó parte de la cuadrilla de don Luis Mazzantini.

El último becerro de la tarde correspondió a Pepe el de los Galápagos, un ejemplar peligroso que demostró bravura y embestía con aviesas intenciones. El Pulguita no consiguió hacerse con él y menos aún El Galápagos. Como la faena se dilataba y el respetable se aburría, el perro Paco decidió saltar a la arena. Las crónicas se contradicen. No se aclaran si El Galápagos tropezó con él, o si Paco distraía en exceso al morlaco, pero el caso es que El Galápagos, nervioso,  lanzó un estocazo al chucho que le atravesó los ijares. Y allí se lió la marimorena. Mientras la plaza abucheaba al Galápagos por herir a uno de los personajes más queridos de Madrid, cerca de cien espectadores se arrojaron al ruedo, ignorando al becerro, con la intención de linchar al novillero, cosa que consiguió evitar la fuerza pública.

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y a Paco no le faltaron amigos. El jefe de areneros, Pepe Chinchilla, tomándole en brazos lo condujo presto a la enfermería donde le hicieron unas curas de urgencia, aunque la cogida parecía grave. Se requirieron los servicios profesionales del veterinario don Ciriaco Baigorri que, viendo el mal estado del can, avisó a su colega don Francisco de Jaime y que a su vez convocó a un tercer veterinario, don Pedro Benito Aguado. Dice el refrán popular que…»un médico cura; dos, dudan; tres, muerte segura»… No dudamos de su competencia pero es cierto que Fleming tardaría aún sesenta años en inventar la penicilina, que el estoque del Galápagos había atravesado al pobre chucho de lado a lado y que posiblemente no había nada que hacer, pero el caso es que Paco falleció a los pocos días.

Otro amigo de los del Fornos de Paco, el torero Frascuelo, se hizo cargo del cuerpo y lo mandó disecar por el mejor taxidermista de Madrid, don Ángel Severini. Tras un breve periplo en un par de establecimientos, entre ellos una droguería sita en el 22 de la calle Desengaño (aunque las crónicas se contradicen si fue antes o después) el busto disecado del perro Paco acabó decorando una taberna taurina sita en el 89 de la calle de Alcalá, propiedad de aquel Pepe Chinchilla que lo condujo a la enfermería de la plaza. Podemos imaginarlo sin mucho esfuerzo, quizá flanqueado por sendas y serias cabezas de astados. No dudo de la buena intención del propietario, pero posiblemente también hubo en el lucimiento de los restos mortales del pobre Paco su poquito de lo que aún no se llamaba marketing, y podemos imaginar también los brindis que más de uno y más de dos, con los ojos húmedos no se sabe si por la emoción o por el vino, dedicaban a Paco levantando el vaso y recordando sus hazañas. Pero a Paco aún le faltaba un último viaje, y pasado el primer y lógico entusiasmo tampoco duró mucho tiempo en la taberna del Chinchilla. Acabó, anónimamente, enterrado en El Retiro.

Epílogo

La memoria de Paco entre los madrileños aún seguía viva pocos años después de su muerte. Hubo un personaje del que no he logrado encontrar el nombre aunque bien me hubiese gustado, que promovió una campaña para recaudar fondos y erigir una estatua al perro Paco. El caso es que, en muy poco tiempo y apelando al buen recuerdo del chucho, logró reunir la nada desdeñable cantidad de 2.900 pesetas de las de la época. Pero, si Paco era libre y bohemio, el recaudador demostró serlo todavía más. Según crónica de la época: …desapareció con el dinero y nunca más se supo de él…