La flora bacteriana: un kilo de bacterias en los intestinos

Escherichia coli

Fotografía al microscopio electrónico de una bacteria muy común: la Escherichia coli, más popularmente E. coli. Benef

Hoy se define la flora bacteriana con el nombre más técnico de la microbiota, o microbioma. Como quien no quiere la cosa, resulta que tenemos un kilo de bacterias en nuestro intestino. Ni cien ni doscientos gramos: un kilo. Pero toda esa cantidad de microorganismos no existe tan sólo en el aparato digestivo, lo que incluye boca, intestino delgado e intestino grueso, aunque ahí es donde la presencia sea más numerosa. Tenemos toda una serie de bacterias en la piel, en los ojos, en la cavidad orofaríngea (nariz, garganta) y en el aparato génito-urinario.

Pero inevitablemente surgen una serie de preguntas, tanta cantidad nos asusta: ¿cómo es que tenemos tantas?. ¿Son necesarias?. ¿Son malas, o son buenas?. ¿De dónde han aparecido?. Y, ¿qué es lo que hacen por fuera y por dentro de nosotros?… ¿Tenemos tantas bacterias porque somos unos guarros?…¿será que no nos lavamos lo suficiente?…¿será que comemos alimentos contaminados?…¿necesitaríamos, quizá, inflarnos a antibióticos para eliminar este exceso?.. Muchas dudas…

Nos están acostumbrando, tanto los medios de difusión como el márketing farmacéutico y de la nutrición, a familiarizarnos con estos dos términos: prebióticos probióticos, insistiendo en que ambos son muy buenos para la salud. Seguramente es verdad pero a veces inducen un poco a confusión. Porque aunque los tomemos por la boca no son alimentos per se. No nos nutren, no nos engordan. Y sin embargo, es cierto: son dos elementos fundamentales para un correcto equilibrio y, sobre todo, para una buena digestión intestinal. Vamos por partes.

Los prebióticos

Se definen como alimentos «funcionales», que no «nutritivos». Están constituídos por fibras solubles, productos lactofermentados y fructooligosacáridos vegetales. Me explico:

-Fibras solubles: Bajo la denominación de «fibras solubles» hay que descartar otras fibras «insolubles» tales como la lignina…que llegarían a nuestro estómago en el caso de que masticáramos madera, por ejemplo. Estas «fibras solubles», presentes en el alimento, sí las podemos digerir (con ayuda, como veremos) y aportan, entre otras cosas, el volumen necesario para que las heces tengan la consistencia necesaria. Cuando ingerimos muy poca fibra en nuestra dieta, las heces son más escasas y más duras, la digestión se ralentiza y se produce el estreñimiento. Pero hay más.

Nos «venden» la fibra en multitud de productos, enfocados sobre todo a combatir el estreñimiento y, secundariamente, para perder peso, pero no es sólo eso. Las fibras ayudan a regular el tránsito intestinal, pero no hay que confundir el hecho de ingerir fibra con lo que sería comerse un puñado de paja. La fibra, en los alimentos, forma parte sobre todo de frutas y verduras. Aunque sea en trocitos pequeños, incluso en puré, está en las moléculas que las forman.

Si para cualquier animal -entre ellos, nosotros- son muy importantes, para los herbívoros tales como los rumiantes (vacas, ovejas) o los caballos lo son más: ellos necesitan un volumen de heces grande y además de consistencia blanda para digerirla bien. Pero para los roedores (cobayas) o los lepóridos (conejos) son sencillamente vitales, por su peculiar fisiología digestiva. En estos dos últimos grupos de animales su carencia acarrea estreñimiento que, si dura más de un día, a su vez produce una intoxicación intestinal por desequilibrio de la flora que les conduce a la muerte.

Además, las fibras atrapan y eliminan exceso de azúcares que producen un índice glucémico elevado, y ayudan por tanto al control de la diabetes. Y no sólo eso: atrapan, transforman y eliminan sustancias tóxicas transportadas por la función secretora de la bilis. Es el caso de la lactulosa, un azúcar sintético al que podríamos asimilar al grupo de los fructooligosacáridos, compuesto por los azúcares naturales fructosa galactosa, que transforma el ión amonio o amoniaco en urea, eliminable por la orina. Si el ión amonio se acumula en intestino y no se elimina produce cuadros de intoxicación, como la llamada encefalopatía hepática. 

-Productos lactofermentados: los fermentos lácteos o de cereales seleccionados favorecen la digestibilidad de la celulosa. La celulosa es un polímero formado por cadenas, de cientos a miles según la especie vegetal, de moléculas de beta-glucosa. Es el principal componente de la pared celular de las plantas. Con esta composición en teoría sería un alimento muy nutritivo para los animales, pero tiene dos pegas: por una parte son fibras muy compactas y, además, es insoluble, con lo que su digestión es imposible. Gracias a los fermentos lácteos, podemos fragmentar, solubilizar y, por tanto, digerir la celulosa. Pero hay más: refuerzan y agilizan la hidrólisis de las enzimas bacterianas, favoreciendo por tanto las actividades enzimáticas necesarias para la transformación de muchos nutrientes en el intestino.

-Fructooligosacáridos: el más conocido es la inulina (no confundir con la insulina, responsable del control de la glucosa). La inulina resiste la digestión en toda la parte superior del intestino (intestino delgado) con lo que se evita su absorción, lo que le permite llegar hasta el colon, donde se convierte en alimento para las bacterias -«buenas»- allí presentes y, también, para las células epiteliales del colon, estimulando su renovación. La inulina permite además la producción de ácidos grasos volátiles, responsables de la acidificación del colon, reforzando el efecto barrera contra las bacterias putrefactivas, las «malas».

Probióticos

La O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) define a los probióticos como:

…microorganismos vivos que, cuando son suministrados en cantidades adecuadas, promueven beneficios a la salud del organismo hospedador…

Por tanto los probióticos serían alimentos con microorganismos vivos adicionados, que permanecen activos en el intestino y ejercen importantes efectos fisiológicos. Y tienen muchos, aunque su efecto principal es el de contribuir al equilibrio de la flora intestinal, potenciando el sistema inmunitario. Pueden atravesar todo el aparato digestivo y, de hecho, recuperarse vivos en las heces, aunque la mayoría se adhiere a la mucosa intestinal.

Estos microorganismos vivos son las conocidas como bífidobacterias. Las más efectivas son: Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus casei Lactobacillus rhamnosus GG. Esta última es una cepa del Lactobacillus rhamnosus «original». La cepa GG se aisló en el año 1983, y se patentó el 17 de Abril de 1985 por sus investigadores: Sherwood Gorbach y Barry Goldin, de cuyos apellidos recibió las dos «G» finales. Las tres, y en especial esta última, son resistentes a los ácidos gástricos del estómago con lo que su implantación en el intestino está asegurada.

Entre sus funciones principales podemos destacar:

-estimulan y facilitan la digestión gracias a la actividad de sus enzimas lactasa, invertasa y la maltasa, y la asimilación de aminoácidos.

-actúan sobre los microvilli (los pliegues de la mucosa) intestinales, aumentan sus dimensiones y su renovación celular al favorecer su proliferación, mejorando por tanto la fisiología de la absorción de los alimentos en el intestino delgado.

-contribuyen a la síntesis de Vitaminas B2, B5, B9, B12 y Vitamina K.

-al producir ácidos orgánicos como el ácido láctico a partir de glúcidos como la inulina, disminuyen el pH intestinal o, lo que es lo mismo, acidificando por tanto el intestino y limitando el crecimiento de gérmenes patógenos en el intestino.

-destruyen las nitrosaminas, uno de los causantes de tumores.

-estimulan la actividad de los macrófagos (la «policía» del organismo, encargados de eliminar bacterias y células tumorales) y la actividad de anticuerpos, especialmente las Inmunoglobulinas A, con efecto inmunoestimulante.

La microbiota

Estas bífidobacterias tan interesantes forman parte de la flora microbiana normal, o microbiota. Pero no son las únicas. La microbiota es el conjunto de microorganismos que, como adelanté al principio, se localizan de manera normal en distintas zonas del organismo: piel, orofaringe, aparato génito-urinario y aparato digestivo.

Tan sólo en el aparato digestivo se han clasificado hasta ahora casi 500 géneros diferentes de bacterias, aunque se especula que pueden llegar hasta mil. Las cifras son abrumadoras: en todo nuestro organismo se calcula que, por cada célula, de las que tenemos aproximadamente diez billones (, con «b») hay un total de diez bacterias «buenas», lo que supone unos cien billones (con «b»)…lo que no significa que cada célula tenga «sus» diez bacterias, es sólo un problema de proporción.

Lo admito sin ningún empacho: admiro a los microbiólogos por la amplitud de sus conocimientos. En mis tiempos de estudiante en la Facultad de Veterinaria estudiábamos en la asignatura de Microbiología muchas especies, de las que recuerdo y que siguen estando presentes en la clínica diaria algunos géneros como Escherichia, Pseudomona, Salmonella o Campylobacter. Pero  dentro de estos 500 géneros de bacterias intestinales aparece una larga lista que me eran totalmente desconocidos y que me producen cierto vértigo por sus nombres dignos de una película de ciencia-ficción: Caloranaerobacter, Phascolarctobacterium, Subdoligranulum, Anaerobiospirillum Faecalibacterium entre otros… Si hay algún valiente entre el público que crea que he escrito alguno mal, que me lo diga a la cara…

Pero, ¿de dónde aparecen, como si fuera de repente, todas estas bacterias antes desconocidas?. Obviamente no son nuevas, siempre han estado ahí, lo que ocurre es que antes eran muy difíciles de estudiar. La mayoría de las bacterias intestinales son anaerobias, esto es: crecen en ausencia de Oxígeno y su cultivo (por los tradicionales métodos de las placas de Petri, esas plaquitas redondas de cristal con agar-agar para que crezcan) es muy difícil. Su identificación se está haciendo, cual detectives de la serie C.S.I., detectando el PCR de sus cromosomas.

Lo cierto es que la proporción de cada uno de estos géneros de bacterias varía según la zona del aparato digestivo que consideremos. Menos abundantes en el estómago, como el famoso Helicobacter pilori, al que se atribuye cierto protagonismo (relativo) en las úlceras gástricas, y mucho más abundantes en el intestino. Pero mientras que en el íleon (la parte final del intestino delgado) la concentración de bacterias es aproximadamente de 100.000 por cada gramo de materia fecal, en el colon aumenta hasta llegar a 10.000.000.000 (diez mil millones) por cada gramo de sustancia fecal. De ahí la cifra real de un kilogramo en nuestro intestino. Y además el censo de estas bacterias, la diferente proporción de géneros, varía en cada individuo, sobre todo con su tipo de dieta, en lo que influye mucho el país donde hayan nacido y su cultura culinaria…

Sólo en algunos casos podría producirse un desequilibrio que diese lugar a enfermedades. Las más recientes investigaciones o los conceptos más modernos de la biología hablan de nuestro organismo como una colaboración o conjunto de nuestras propias células más toda esa cantidad de bacterias e incontables virus, asociados u origen de esas bacterias. Del concepto antiguo que sólo contemplaba a las bacterias y virus como «enemigos», hoy se tiende a pensar en el organismo como un «gran equipo» orgánico donde todos realizan y tienen asignada una función. De hecho, en nuestro cuerpo habitan bacterias y virus que, en caso de desequilibrio, producirán trastornos. Pero en condiciones normales conviven con nosotros en nuestro interior, interaccionando sin producir enfermedades.

Origen de las bacterias del microbioma

Hoy se considera que las células «modernas», nuestras células actuales, provienen de colonizaciones o colaboraciones con ciertas bacterias. Dentro del citoplasma o cuerpo de nuestras células, y de la inmensa mayoría de las células eucariotas o más evolucionadas, existen unas estructuras llamadas mitocondrias.  Se las considera  como las «centrales energéticas» de la célula, responsables de sintetizar ATP (Adenosín Trifosfato, un nucleótido fundamental para la obtención de la energía celular) a partir de los «carburantes» metabólicos como son la glucosa, los ácidos grasos o los aminoácidos. Las mitocondrias, al igual que el núcleo de las células, poseen su propia cadena de ADN pero con una estructura particular: circular y bicatenario, como el de las bacterias.

De hecho, este ADNm o mitocondrial es muy utilizado en estudios genéticos, porque también se replica en el proceso de la división celular pero con una salvedad frente al ADNn  o nuclear: mientras que éste se produce por una combinación de los ADNn maternos y paternos, mezcla de los núcleos del óvulo y espermatozoide, respectivamente, y por tanto con más posibilidad de variaciones, el ADNm sólo proviene de la mitocondria del óvulo materno, puesto que el espermatozoide no aporta célula completa, sólo núcleo, y es menos dado a variaciones. Es un ADN mediante el cual se hace la trazabilidad de las líneas maternas. Como ejemplo: todos los estudios recientes sobre los posibles cruces entre el hombre de Cromagnon (el Homo sapiens actual, o sea, nosotros) y el hombre de Neanderthal, se realizan con estudios del ADN mitocondrial.

Pero, os preguntaréis: y todo este rollo del ADN mitocondrial, ¿a cuento de qué viene?. Tranquilos que voy. La doctora norteamericana Lynn Margulis propuso la teoría endosimbiótica según la cual, hace 1.500 millones de años, células procariotas o bacterianas, menos evolucionadas y carentes de núcleo, se fusionaron con células eucariotas primitivas, más evolucionadas y con núcleo, aportándose ventajas mutuas, como por ejemplo: el aprovechamiento de la luz solar para realizar la fotosíntesis (obtención de materia orgánica a partir de materia inorgánica).

Una prueba de esta colaboración, además de la estructura inequívocamente bacteriana de las mitocondrias, es el hecho de que, de los más de 25.000 genes presentes en los cromosomas de los animales superiores, 300 de ellos son claramente de origen bacteriano, es decir: de bacterias que se asociaron con nuestras células. Pero el tema, de por sí sugerente, se hace apasionante (al menos para mí que me entusiasmo con facilidad) si consideramos que la forma en que estos 300 genes bacterianos se acoplaron a nuestros cromosomas fue merced a un «trasplante» por virus, que se introdujeron en las células y fueron capaces, como acostumbran, a modificar la cadena de ADN  de los cromosomas.

La relación del organismo con estos gérmenes no es sólo una relación simbiótica o de colaboración, en la que todos sacamos ventajas, que lo es. Un buen ejemplo sería el de la humilde lombriz de tierra. La lombriz practica la geofagia, esto es: come tierra. Pero para transformar los compuestos bioquímicos del suelo y aprovecharlos como fuentes de energía, además de las bacterias que ingiere con la tierra tiene en su aparato digestivo una serie de protozoos en colaboración con otras bacterias que le posibilitan la digestión y, a su vez, va a excretar en sus heces compuestos orgánicos ya transformados que, como saben todos los amantes de la jardinería, enriquecen el suelo con nutrientes aprovechables ahora por las plantas.

El hecho es que nuestra vida sería literalmente imposible sin su ayuda y presencia. En nuestro caso, como apuntábamos más arriba, nos ayudan en la digestión de los alimentos, en la producción de ciertas vitaminas o con un antagonismo microbiano: protegiendo frente a la colonización o, más exactamente, a la proliferación incontrolada de microorganismos patógenos. De hecho hay muy pocos parámetros fisiológicos o inmunológicos que no estén profundamente afectados por la naturaleza y presencia de la microbiota normal.

Posiblemente uno de los factores más importante sea la resistencia del organismo hospedador a las infecciones producidas por gérmenes patógenos. Ésta es una de las razones por las que, tras un tratamiento antibiótico prolongado, se producen diarreas u otros transtornos digestivos: los antibióticos han destruído parte de las bacterias «buenas», hemos perdido parte de sus funciones y se ha producido un desequilibrio en la flora intestinal a favor de las bacterias «malas».

En la medicina más moderna se ha comprobado la importancia de tener una flora intestinal variada y numerosa. En las patologías donde se ha perdido gran parte de esta flora, se están haciendo tratamientos a base de enemas fecales. Ni más ni menos que introducir en el intestino enfermo un enema o suspensión de heces de individuos sanos, con una abundante flora bacteriana. De esta forma, como si fuera un jardín, se «transplantan» millones de bacterias «buenas» al intestino enfermo, consiguiendo que la flora intestinal alterada se reequilibre y vuelva a funcionar correctamente.

La llegada al intestino de la microbiota

Se sabía que la «colonización» intestinal de los mamíferos recién nacidos se inicia vía materna, a través del calostro ingerido en las primeras venticuatro horas de vida, aunque continúa durante toda la lactancia, ininterrumpida y contínuamente. El neonato, de hecho, nace con el intestino totalmente estéril, sin presencia de bacteria alguna. Pero según recientes investigaciones realizadas en nuestro país, y en concreto por empresas en colaboración con la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense donde me formé, al aportar probióticos microbiota normal a la dieta de la madre gestante (estudiado en mujeres, en ratonas, en vacas y en cerdas), se produce la llamada ruta enteromamaria: del intestino materno emigran vía sanguínea las bacterias «buenas» al tejido mamario, y de ahí directamente por la leche al intestino del recién nacido, con toda la serie de ventajas que acabamos de detallar.

No es el único camino. En un parto natural (sin cesárea) el recorrido del neonato por el estrecho canal vaginal deja al recién nacido totalmente impregnado de las secreciones (y los millones de bacterias) presentes en la vagina, y que van a absorberse en parte por la piel. En los modernos paritorios y aunque el bebé haya nacido de cesárea, le impregnan la piel con gasas empapadas en las secreciones vaginales para no perder este aporte de bacterias «buenas». Desde nuestra moderna perspectiva «aséptica» parece una cochinada, pero los partos han sido así toda la vida y tiene su justificación. Las madres animales lamen inmediata y concienzudamente a sus crías recién nacidas para limpiarlas y estimular de paso la respiración, pero en esos breves minutos, las bacterias ya han hecho su entrada.

Recuerdo un anuncio de la tele de productos de limpieza hace años, donde se veía un bebé gateando por una cocina limpísima, con los suelos brillantes como un espejo. A todo ésto al niño se le cae el chupete al suelo y la madre, al verlo, se horroriza  viendo, como si tuviese un microscopio en vez de ojos, una horripilante fauna microbiana con el aspecto de una película de amenazadores monstruos… Una cosa es que el niño ande por una cuadra (y tampoco sería para tanto), pero el exceso compulsivo e hipocondríaco de higiene se ha demostrado que no «acostumbra» al niño a formar sus naturales defensas, y acarrea con el tiempo desde tendencia a procesos alérgicos hasta una reducción de su inmunidad. Ni tanto ni tan calvo.

Comiendo  probióticos

¿Dónde podemos encontrar estos probióticos tan buenos?.  Pues en bebidas producto de fermentación como la sidra, el vino y la cerveza, dosis moderadas, por favor, no hace falta emborracharse. Pero sobre todo en alimentos fermentados: el chucrut alemán (procedente de la col) o el kimchi coreano (a base de verduras). Y mucho más fácil de utilizar y localizar para nosotros, en los yogures frescos. Hay otros productos lácteos fermentados, como el kéfir del Cáucaso, el jocoque de Méjico o el labneh de Oriente Medio, pero no están tan fácilmente disponibles.

Por cierto: para los reticentes al consumo de yogur «por si aquello de la intolerancia a la lactosa», sólo comentar que en los yogures naturales, la proporción de lactosa oscila entre el 0,4 y el 0,5%. Si tenemos en cuenta que para que los intolerantes (a la lactosa) desarrollen síntomas se precisa que el porcentaje supere el 2%, podemos tener claro que en ningún caso el yogur va a perjudicarles en ese sentido.

Hay un producto que, aunque nos recuerde al yogur, no es una leche fermentada con la ayuda de probióticos: la cuajada. Se trata en esencia de leche de oveja sola o mezclada con leche de vaca. El proceso de obtención de la cuajada es similar al de los quesos. Se cuaja o coagula la leche mediante el «cuajo» (presente en el estómago de mamíferos lactantes, en este caso el cordero) o mediante productos ácidos tales como el zumo de limón o el vinagre o, lo que es más cómodo en la economía rural, con extractos de algunas plantas: géneros Cynara (la alcachofa), Sylibum (cardo mariano) y, sobre todo, el Galium, conocido popularmente como el «cuajaleches» (¿por qué será?). Está muy rica pero, pese a su aspecto similar al yogur, la cuajada no nos va a aportar lactobacilos.

Un último apunte: el Sistema Nervioso Entérico

El intestino no es un simple tubo de paso. En el intestino, además de sus microvilli (donde se absorben los nutrientes) y de las glándulas relacionadas con la digestión (hígado, páncreas) existe también un Sistema Nervioso Entérico, extendido a todo lo largo de su trayecto, con su estructura a base de neuronas, de células nerviosas, al igual que en cerebro, la médula o los nervios periféricos. Los neurólogos han constatado que las neuronas entéricas liberan diversos neurotransmisores, tales como acetilcolina, dopamina, norepinefrina y serotonina, entre otros.

El 95% de la serotonina y el 50% de la dopamina, dos de los neurotransmisores más importantes, son segregados en el intestino. Los neurotransmisores regulan estados de ánimo, emociones o estados depresivos. Afectan también al ritmo cardíaco, regulan la secreción de hormonas y al apetito, actúan en los ciclos sueño-vigilia, y además coordinan la hormona del estrés  y la temperatura corporal. Regulan e influyen en tantas cosas que la lista se haría casi infinita: esquizofrenia, transtornos obsesivo-compulsivos, depresión, ansiedad, agresividad, insomnio, fibromialgia, hiperactividad…También se sabe que el intestino, o su microbiota, produce benzodiazepinas, sustancias sintetizadas en laboratorio y que se utilizan como tranquilizantes, registradas bajo nombres que a todos nos suenan: Valium, Librium, Tranxilium, Lorazepán, Diazepán…

Y todo ello, desde el intestino. No me voy a extender más, pero hay numerosos estudios sobre la correlación entre el Sistema Nervioso Central, el intestino y la microbiota. La correcta alimentación y una microbiota equilibrada van mucho más allá de una buena digestión. Las alteraciones y desequilibrios pueden producir algo más que gases y diarreas. Pueden influir en nuestro estado emocional hasta un punto que ahora comenzamos a descubrir.

¿Sienten dolor los gatos?

Los gatos, al igual que todos los animales, sienten dolor en mayor o menor grado. Pero su «inexpresividad» llega a confundirnos hasta el punto de hacernos pensar que son más insensibles de lo que en realidad son.

Los seres humanos, como animales sociales que somos, tendemos a ser bastante quejicas, poco sufridores, y nos gusta exteriorizar nuestro dolor e incluso contar a todo aquel que quiera escucharnos -incluso a los que no- con detalle nuestras molestias o nuestras operaciones. Con esta forma de comunicación buscamos el consuelo y el apoyo de nuestros semejantes. Bajando un poco en la escala zoológica, los perros, iguales de sociales que nosotros, tienden también a expresar su dolor con quejidos o posturas. Es muy fácil «entender» a un perro cuando llora o cuando pone «carita de pena». Al fin y al cabo busca lo mismo que nosotros: la protección de la manada, de su «familia».

Los gatos son otra cosa y en situaciones de enfermedad sacan su instinto de animal solitario. Al contrario que los perros o los humanos, un gato no busca consuelo porque un solitario no tiene  a quién pedírselo. Es más: se cuida muy mucho de que ningún otro animal, felino o no, se de cuenta de que está en inferioridad de condiciones. Quejarse sólo daría pistas a sus enemigos y competidores de los que, en situaciones de debilidad, tal vez no pueda defenderse, y sólo suscitaría el riesgo de una agresión.

Excepto en los casos de un dolor brusco y agudo (como cuando les pisamos la cola accidentalmente, por ejemplo), los felinos tienden a «sufrir en silencio» sus males, al estilo de lo que popularmente se dice de las madres o de las hemorroides. Se esconden, se quedan quietos y encogidos, y esperan a que su enfermedad se resuelva sola o avance, inexorablemente, pero nunca se quejan.

Esta peculiar forma de reacción nos ha llevado a pensar, equivocadamente, que los gatos son unos «tíos duros» o unos monjes zen, a los que el dolor no afecta tanto como a nosotros. Pero sí que les afecta, y podríamos decir, como la Dirección General de Tráfico cuando aconseja cómo socorrer a las víctimas de un accidente, que «el que más se queja no es precisamente el que peor está».

Ante este hermetismo se plantea un problema: ¿cómo pueden los propietarios sospechar si a su gato le duele algo, y cómo podemos ayudarles a resolverlo?. Es una cuestión importante, tanto por «humanidad-gatidad» (ayudémosle a que no sufra), como porque muchos problemas de conducta de los felinos (eliminación inadecuada, crisis de agresividad. anorexia) están producidos, precisamente, por este dolor silencioso y falsamente inaparente.

Indicios de que un gato siente dolor

Cambios de actitud y posturas: sus propietarios observan que ya no juega, no corre, no se sube a los sitios altos. Cuando duerme ya no adopta esa postura tan envidiable de estirarse relajadamente, sino que se queda encogido. Tiende a esconderse, a veces apenas sale ni para comer u orinar.

Anorexia: por un dolor generalizado (artrosis, cirugía reciente) que le hace sentirse incómodo, o por lesiones en la boca (úlceras en la lengua, gingivitis, faucitis…) que le impiden tragar o masticar aunque tenga hambre. Se acerca al comedero, pero no toca la comida.

Agresividad: la ansiedad producida por el dolor o incluso el temor a que le rocen o le cogan, desencadena una agresividad «defensiva».

Problemas de eliminación: el gato orina o defeca fuera de su bandeja. Bien porque tiene artrosis que le dificulta el acceso o la postura adecuada para una cosa aparentemente tan sencilla como es «agacharse y apretar», o bien porque padece cistitis/enteritis/inflamación de las glándulas anales. Algo en teoría tan fácil como es hacer sus necesidades se convierte en un acto que les hace «ver las estrellas». Al asociar el dolor a la bandeja, prefieren intentarlo en otro lado.

Causas que producen dolor en los gatos

dolor en gatos 20003

Problemas bucales: en dientes, lengua, encías, faringe, fauces… Son frecuentes incluso en animales jóvenes. Otra causa son cuerpos extraños (agujas enhebradas con hilo que ingieren al jugar, anzuelos, etc.). A menudo se acompañan de babeo y mal olor, y pueden impedirle el acicalado al no poder lamerse, lo que ocasiona pegotes de pelo en el dorso o acúmulo de caspa.

Artrosis: los gatos alcanzan edades que hace veinte años eran inimaginables. Hoy día no son nada raros los pacientes con quince, diez y ocho años o más. Y con los años, llegan los achaques. A partir de los nueve o diez años de vida la mayoría de los gatos han desarrollado artrosis: en la columna o en las articulaciones de las extremidades. Al igual que las personas mayores, a los gatos ancianitos les duele todo. Ésta es una causa importante de agresividad y problemas de eliminación.

Abcesos: provocados en su mayoría por peleas. Los colmillos de los gatos son muy finos y los orificios por mordedura cierran en pocas horas…pero la saliva que ha penetrado ha vehiculado gérmenes que, en pocos días, ha formado un abceso bajo la piel. Lo normal es que en una semana, aproximadamente, ese abceso fistuliza y se vacía pero mientras se está formando duele, y mucho. Cubiertos por el pelo, los propietarios no suelen advertirlos.

Enfermedad de la vejiga/intestino/glándulas anales: con molestias al orinar y defecar lo que suele conducir a los problemas de eliminación: hacer sus necesidades fuera de la bandeja. Una causa frecuente y debida al estrés es la llamada cistitis idiopática. Idiopático es un término que los médicos atribuyen a enfermedades por causa desconocida. En este caso los veterinarios sí conocemos la causa: el estrés. Y dado que los gatos se estresan con facilidad por multitud de factores, el gato con cistitis idiopática sufre grandes molestias al orinar lo que conduce a que lo hagan fuera de su bandeja habitual, e incluso a la aparición de sangre en la orina. Lo mismo que en las personas nerviosas puede desencadenarse una gastritis, en los gatos puede producirse una cistitis.

Cirugía: desde la extracción de un diente a la más complicada traumatología, pasando por las habituales esterilizaciones en machos y en hembras. Toda cirugía produce dolor y precisan analgésicos. Parece absurdo recalcarlo pero todavía hoy descuidamos a menudo esta faceta postoperatoria.

Consecuencias del dolor

dolor en gatos 10003

El dolor en los gatos va más allá de sufrir las molestias. En su caso se traduce además en problemas de comportamiento y de convivencia o, incluso las más graves, como la anorexia, que puede conducir a la debilidad, la deshidratación y la muerte del animal.

Pongámonos en su lugar, practiquemos la empatía: ¿nos gustaría estar sufriendo durante meses o años un terrible dolor de muelas, verdad que no?. Pues a ellos tampoco, seamos solidarios. La historia de la medicina es la historia de la lucha contra el dolor.

Hoy en día, afortunadamente para todos -y en especial para los gatos- contamos con fármacos muy eficaces para controlar el dolor y, lo que es más interesante, fáciles de administrar. Los sufridos propietarios ya no pueden excusarse en que hay que luchar para introducirles una pastilla por el gaznate.

Como comprenderéis no voy a detallar marcas comerciales ni dosis: ésta es una competencia exclusiva de vuestro veterinario. En lo que sí me gustaría insistir es en lo que no hay que hacer: caer en la tentación de darles nuestros remedios habituales. Y es muy importante no cansarse de insistir e informar a los propietarios, y más especialmente en el caso de los gatos, con un metabolismo y un hígado muy especial, de que no acudan a los clásicos remedios caseros. Jamás hay que darles aspirina, paracetamol, ibuprofeno, voltarén y tantos productos muy usados por nosotros, pero que para los gatos pueden resultar tóxicos.

 

 

Prisciliano. ¿Quién está enterrado en Compostela?

Camino Santiago y Pirineos-06 019

Nuestras sombras. Siempre de Este a Oeste, siempre con el sol a las espaldas

Sostienen los heterodoxos que en la cripta de la Catedral de Compostela no está enterrado el Apóstol Santiago, sino Prisciliano. Decía Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler: 

Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá

El que, siglo tras siglo, una idea o creencia se mantenga, perpetuada por aquellos que se copian unos a otros sin plantearse apenas variaciones no revalida nada, pero se convierte en materia de fe, que consiste en creer aquello que nadie puede demostrar. La Historia está plagada de casos.

Los exégetas la defienden con ardor, ardor guerrero incluso, pero históricamente la figura del Apóstol Santiago no es más que un cúmulo de leyendas. Dicen, se supone, nos cuentan que, en vida, llegó incluso a predicar en España. Que descorazonado por el poco caso que aquí se le hacía, se le apareció milagrosamente en Zaragoza la Vírgen María en persona, encima de una columna por más señas, lo que daría origen a «La Vírgen del Pilar», patrona de Zaragoza y de España entera. Que de regreso a Judea, fue martirizado y decapitado y que, milagrosamente de nuevo y a bordo de una barca de piedra que navegaba sola, atravesó todo el Mediterráneo y las Columnas de Hércules hasta llegar a Galicia. En concreto hasta Iria Flavia, la actual Padrón, donde unos fieles le enterraron tierra adentro.

Camino Santiago y Pirineos-06 039

                                              Con mi amigo Killian, frente a la catedral

Que en el Siglo VIII, un eremita de la zona llamado Pelagio viese luces por el campo, que un obispo llamado Teodomiro le escuchase, y que un rey batallador llamado Alfonso, por otro nombre El Casto le diese crédito, no significa mas que le daba argumentos para combatir contra los sarracenos, en unos tiempos que aún nadie llamaba Reconquista.

Llama la atención el desconocimiento de la predicación de Santiago el Mayor en Hispania en toda la tradición literaria cristiana, al menos hasta el siglo VII. Y hay muchos autores que pudieron haberlo reflejado (de haber sido cierto) en sus obras y donde sin embargo no aparece.

Así, Prudencio (348-405) relata tradiciones hagiográficas españolas, pero no menciona a Santiago. Orosio (383-420) escribió su Historia Universal, en la que no se habla de él. Hidacio ((400-469), obispo de Chaves, localidad próxima a Compostela, escribió una Crónica Gallega sin mencionarle. Martín de Dumio, también conocido como San Martín de Braga (510-580), no le cita. Gregorio de Tours (-594) describió los santuarios marianos pero no habla de Santiago el apóstol.

Como curiosidad (para el que le interese el tema), Venancio Fortunato (-600) en su De Virginibus, enumeró las regiones correspondientes a cada apóstol y santos. A los dos Santiagos (el Mayor y el Menor) les adjudicó Palestina, dejando Galicia para San Martín de Braga, con quien mantuvo correspondencia. Ni mención a Santiago.

Menos conocida es la tradición de los llamados «varones apostólicos», según un manuscrito del siglo X, aunque basado en un texto original entre los siglos VIII y IX. Según la tradición, siete discípulos (Torcuato, Tesifonte, Segundo, Indalecio, Eufrasio, Hesiquio y Cecilio) fueron enviados por los apóstoles desde Roma para predicar la fe cristiana en Hispania. Tras unos avatares de persecución, establecieron varias diócesis, todas en Andalucía. Una inscripción datada en el año 652 hallada en Guadix, Granada, enumera 30 santos, aunque no figura ninguno de los siete «varones apostólicos». Por supuesto, tampoco Santiago.

Por si no fuera bastante semejante «ignorancia» sobre el apóstol Santiago en Hispania, para terminar quiero citar al prestigioso historiador Claudio Sánchez Albornoz:

pese a todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy, no es posible, sin embargo, alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su traslado a ella, una sola noticia remota, clara y autorizada. Un silencio de más de seis siglos rodea la conjetural e inverosímil llegada del apóstol a Occidente, y de uno a ocho siglos la no menos conjetural e inverosímil «traslatio». Solo en el siglo VI surgió entre la cristiandad occidental la leyenda de la predicación de Santiago en España; pero ella no llegó a la península hasta fines del siglo VII…(«En los albores del culto jacobeo». 1971)

Prisciliano

Que Prisciliano existió históricamente está demostrado con numerosos testimonios. Gallego de nacimiento, obispo de Ávila y predicador de creencias gnósticas, de las que abundaban en todo el orbe cultural grecoromano, desde Hispania hasta Asia Menor. En los comienzos del cristianismo más de doscientas sectas diferentes se extendían por cada comunidad cristiana, con nombres que hoy nos suenan extraños pero que estaban muy bien definidas y, bajo las cuales y en aquellos tiempos, se agrupaban múltiples ideologías, enfrentadas unas a otras: agapetas, basilianos, maniqueos, carpocracianos, felicianos, adamitas… y unas doscientas más.

En el Epitoma Chronicon de San Próspero de Aquitania se nos cuenta que…(en el año 379) bajo el consulado de Ausonio y de Olybrio comenzó a predicar un discípulo de los agapetas llamado Prisciliano, natural de Galicia… Por otra parte un testigo de la época, Sulpicio Severo en su obra Chronicorum Libri Duo (también conocida como Historia Sacra) nos lo describe como perteneciente a una familia aristocrática, muy rica, lo que le había permitido adquirir una gran cultura. Más personalmente nos lo describe como:

atrevido, facundo, erudito, muy ejercitado en la declamación y en la disputa; feliz, ciertamente, si no hubiese echado a perder con malas opiniones sus grandes dotes de alma y de cuerpo. Agudo e inquieto, habilísimo en el discurso y la dialéctica. Velaba mucho, nada codicioso, sumamente parco y capaz de soportar el hambre y la sed. Pero con estas cualidades mezclaba gran vanidad, hinchado con su vana y profana ciencia, puesto que había ejercido las artes mágicas desde su juventud….

Prisciliano propugna el rechazo a la unión de la Iglesia con el estado imperial, y a la corrupción y el enriquecimiento de las jerarquías eclesiásticas. Los obispos peninsulares se dividen ante sus planteamientos. Dos de ellos, Salviano e Instancio consiguen elevarle a la sede episcopal vacante de Ávila. Otros se convierten en enemigos suyos a muerte: Higinio de Córdoba e Hidacio de Mérida escriben una carta a Ambrosio, obispo de Milán, donde se encontraba la corte imperial, consiguiendo la excomunión de Prisciliano.

Pero el enemigo más feroz es Itacio, obispo de Ossonoba (la actual Faro, al sur de Portugal). En su Apologetica atribuye sus conocimientos de magia y astronomía a Marcos de Memphis (Egipto), creador en España de la secta de los agapetas, gnóstico y seguidor de las doctrinas del esclavo persa Manes, fundador del maniqueísmo, creencia dualista (bien frente al mal, luz frente a la oscuridad, Belcebú frente a Dios, etc), acusaciones que Prisciliano rebate constantemente frente a sus acusadores. Itacio, de hecho, en su campaña personal llegó a Tréveris antes que Prisciliano, «calentando» el ambiente y consiguiendo la condena de éste. No debía ser el tal Itacio trigo limpio. Sulpicio Severo define a Itacio como: …osado, parlanchín, desvergonzado, suntuoso, demasiado proclive al vientre y a la gula…

Prisciliano gana adeptos en toda España con un credo abierto al que se adhirieron gentes de todas clases y sobre todo, ¡peligro!, mujeres, a las que admitía en sus grupos. Pero en un momento tan convulso como fue el Siglo IV y  bajo una iglesia cristiana cada vez más fuerte y protegida por el Imperio Romano, que quiere controlar a todos aquellos herejes, Prisciliano resultaba cuanto menos incómodo, si no peligroso.

Catalizó la tradición céltica precristiana, que aún se mantenía de «tapadillo» en su Galicia natal, con sus cultos druídicos de adoración a la naturaleza, junto a tradiciones arcanas de Oriente. Los que le critican nos dan la pista. Uno de sus detractores, el Padre de la Iglesia San Jerónimo, redactor de la biblia Vulgata, en su Ad Ctesiphontem adversus Pelagium, llama a Prisciliano: Zoroastris magi studiosissimum («estudiosísimo de la magia de Zoroastro»), lo que nos da una pista de sus conocimientos de las religiones orientales. Otros le acusan a él y a sus discípulos de permitir a las mujeres asistir a sus lecciones. Les critican, concretamente, y causa cierto estupor el escándalo, por ayunar, por celebrar ritos en las cavernas y en los montes, por dejarse el pelo largo o por caminar descalzos… Aún dos o tres siglos después el hecho de caminar descalzo o el «ser gallego» (tal cual), era motivo sospechosísimo que te podía llevar ante un tribunal de la Inquisición o ser añadido como agravante.

Confiado en su inocencia y con el propósito de revocar su edicto de excomunión, Prisciliano se dirigió con un grupo de fieles hasta Tréveris, ciudad en el noroeste de Alemania. En Tréveris el general romano de origen hispano, Magno Clemente Máximo, gobernador militar de Britania, se ha rebelado cruzando a las Galias derrotando y asesinando a Graciano, emperador de Occidente, proclamándose a su vez emperador. Su «jefe» y emperador de Oriente, Teodosio, aceptó a regañadientes y le cedió el mando de la parte occidental del imperio. Sabedor Clemente Máximo de su situación de inestabilidad, procura atraerse el apoyo de la Iglesia Católica. Ésta a su vez necesita el apoyo institucional para enfrentarse a las numerosas sectas que proliferan en el imperio. Sólo en Occidente se cuentan por decenas: arrianos, rigoristas, binionitas, patripasianos, novacianos, nicolaítas, ofitas, maniqueos, agapetas, homuncionitas, catáfragos, borboritas… y los propios priscilianistas.

En este marco de guerras civiles y sus alternancias de poder dentro del Imperio Romano, con un emperador de Occidente católico y ultra ortodoxo como era Máximo, y una iglesia recelosa de la popularidad y la heterodoxia de Prisciliano, éste fue acusado en Tréveris, entre otras cosas, de maleficios, de utilizar hierbas abortivas, de orar desnudo, de conciliábulos con danzas nocturnas y de otros graves pecados.

Pecados inventados o, mejor aún, confesados al final bajo tortura, donde hasta el más valiente admite todo lo que le digan sus torturadores. En un proceso rápido y casi de tapadillo, y en lo que fue la primera condena por herejía, Prisciliano fue decapitado en el año 385 junto con seis de sus seguidores. Las reacciones de protesta fueron numerosas e inmediatas en toda la cristiandad, de entre ellos personajes tan poco sospechosos de simpatías priscilianistas como San Martín de Tours o San Juan Crisóstomo en Oriente que declara: …condenar a muerte a un hereje sería desencadenar en la tierra una guerra sin cuartel… (¡ni se imaginaba la reacción de la Iglesia en los siglos posteriores!), e incluso el Papa Siricio… pero en aquellos tiempos el único medio de comunicación era mediante cartas, muy lentas en llegar, y para entonces el enemigo ya había sido eliminado. Tres años más tarde, en el 388, el emperador Teodosio que no ha olvidado la traición, derrota y decapita a Clemente Máximo y condena a los que condenaron a Prisciliano. El propio obispo de Ossobona, Itacio, es excomulgado y deportado en el año 389 por su implicación en el juicio.

¿Qué quedó de Prisciliano?. Pues que pese a las contínuas condenas y admoniciones por parte de la jerarquía eclesiástica, el priscilianismo siguió extendiéndose y practicándose por toda Hispania desde su centro gallego, de una forma más o menos encubierta durante varios siglos más, aprovechando que los suevos conquistan Galicia en el año 409 y les libran de los controles del Imperio Romano. La Iglesia, no obstante, sigue condenando siglo tras siglo los «errores» priscilianistas, señal inequívoca de que seguía latente. Todavía en el IV Concilio de Toledo, en el año 633, los obispos allí reunidos condenan los dogmas de Prisciliano..

Que Prisciliano seguía molestando, y mucho, lo demuestran las actas del Primer Concilio de Toledo, celebrado entre los años 397 y 400, doce años después de la eliminación del «hereje». Los diez y nueve obispos reunidos para la ocasión condenan, en primer lugar, el priscilianismo. Obviamente seguía latente y tan preocupante como para obligarles a celebrar un Concilio. Aprovechan también para reafirmarse en lo que se ha acordado en el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, y uno de cuyos controvertidos dogmas es el del «misterio de la Santísima Trinidad». A tal fin, se instaura el rezo del Credo (en latín: «yo creo»). Durante el Concilio de Toledo el obispo Sinfosio escribe, literalmente:

Condeno, juntamente con su autor, todos los libros heréticos y en especial la doctrina de Prisciliano, según acaba de ser expuesto, donde se afirma que escribió que el Hijo de Dios no puede nacer…(opinión contraria al dogma de Nicea).

En el año 567 y en el Concilio de Braga, se insiste en sus diez y siete cánones contra la, se supone que resistiendo contra viento y marea, herejía priscilianista. Entre otras:

si alguno niega que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas, de una sola substancia, virtud y potestad, y sólo reconoce una persona, como dijeron Sabelio y Prisciliano, sea anatema.

si alguno introduce otras personas divinas fuera de las de la Santísima Trinidad, como dijeron los gnósticos y Prisciliano, sea anatema.

si alguno cree, con los paganos y Prisciliano, que las almas humanas están sujetas fatalmente a las estrellas, sea anatema.

si algún clérigo o monje vive en compañía de mujeres que no sean su madre, hermanas o próxima parienta, como hacen los priscilianistas, sea anatema.

si alguno afirma, al modo de Prisciliano, que los doce signos del Zodiaco influyen en las diversas partes del cuerpo y están señalados con los nombres de los patriarcas, sea anatema.

si alguno lee, sigue o defiende los libros que Prisciliano alteró según su error, bajo los nombres de patriarcas, profetas y apóstoles, sea anatema.

Como curiosidad, el 2º Concilio de Toledo, de los diez y ocho que se convocaron, se celebró 127 años después del primero. Pero en éste primer Concilio, y como demostración de que eran otros tiempos, bastante machistas (de ahí el escándalo de que Prisciliano admitiese mujeres en sus ritos), permitidme tan sólo citar un par de «perlas»:

Cánon VII: …que el clérigo cuya mujer pecare (obviamente se casaban), tenga potestad de castigarle sin causarle la muerte (describe tenerla atada y someterla a ayunos y azotes), y que no se siente con ella a la mesa…

Cánon XVII: …que sea privado de la comunión aquel (clérigo) que teniendo ya esposa tuviere también concubina…

Pero, volviendo a Prisciliano. Tres años tras la ejecución y ya restaurada la normalidad bajo Teodosio, un grupo de seguidores fue autorizado a rescatar sus restos de Tréveris. Bajando el río Mosela y después el Rin, navegaron hasta Galicia donde le dieron sepultura. Seguía siendo, aún después de muerto, una «figura» incómoda, no consta públicamente dónde le enterraron y posiblemente fue una ceremonia, si no clandestina, bastante restringida. En todo caso no muy lejos de donde le desembarcaron. Y, ¿dónde desembarcaron sus restos?. Pues precisamente en Iria Flavia, actual Padrón (a una jornada de Compostela), donde justo la tradición cristiana posterior sostiene que apareció, milagrosamente transportado en su barca de piedra, el cuerpo del Apóstol Santiago, casual y curiosamente decapitado, al igual que Prisciliano.

Los escritos de Prisciliano fueron cuidadosamente expurgados y quemados sus libros. Se condenaba a aquellos que guardasen textos priscilianistas aunque, como ya hemos visto, debieron de quedar algunos cuidadosamente ocultos para mantener y difundir su doctrina. Oficialmente, desaparecieron todos. Pero en 1885 el erudito alemán Georg Schepps encontró en la biblioteca de la Universidad de Würzbourg, en Baviera, once opúsculos en un códice datados por los expertos como de finales del Siglo V y con evidentes caracteres de escritura española, con hermosas letras unciales. Consta de diez y ocho cuadernos que contienen en todo 146 hojas que reproducen textos de Prisciliano y de sus seguidores. En ellos aparecen parte de sus doctrinas y poemas místicos. Los tres más interesantes (para los estudiosos o teólogos al menos): el  Liber Apologeticus, Liber as Damasum episcopum y el Liber de fide et de apocryphis.

Cuenta el escritor Fernando Sanchez Dragó (al que la figura de Prisciliano le apasiona) que, hace muchos años, y hablando con un anciano aristócrata gallego, éste le contó que hacía también muchos años, un cantero gallego le confesó, llorando, un secreto. En unas obras llevadas a cabo en la cripta de la Catedral de Compostela descubrieron sobre la supuesta tumba de Santiago una lápida donde se podía leer el nombre de Prisciliano. El obispo le ordenó destruirla a mazazos. Así se construye -o destruye- la historia.

La pregunta es, de nuevo: ¿quién está enterrado en Compostela?.

Camino Santiago y Pirineos-06 026

Fin del camino en Finisterre, como mandan los cánones. Donde acaba la tierra, donde se pone el sol.

De Bamako a Tombuctú, o de cómo sobrevivir en el intento

 

cartel de Zagora 

Cartel en las afueras de Zagora, al sur de Marruecos, muy fotografiado, donde indica los días que se tardaba en llegar desde allí hasta Tombuctú en los tiempos de las caravanas: 52 días…en camello.

1.- Dejándome liar

2.- Aclaración sobre los nombres locales

3.- Hasta Bamako…y más allá

4.- Por las carreteras de Mali

5.- ¡A comeeer!

6.- El hotel Byblos de Sevaré

7.- Paseando por Moptí

8.- Al país Dogón

9.- Los dogones y la estrella Sirio

10.- Trekking por el país Dogón

11.- En barco por el Níger

12.- Diarrea en el Níger. Perdemos a Pepe

13.- Por fin, Tombuctú

14.- Manolo: españoles por el mundo, y por Tombuctú

15.- Visitando a la familia

16.-La alegría de Tombuctú

17.- Un homenaje español en forma de tortilla

18.- Irse de Tombuctú no es fácil

19.- A Bamako por tierra

Dejándome liar

Me llama mi amigo Pepe, con 65 años por aquel entonces. Muy viajado, hiperactivo (por no decir otra cosa, como agotador o tocapelotas) e incansable. Que si me apunto a un «viajecito» por Mali para ventitantos días. ¿Y qué le iba a decir?: pues que por supuesto que si. Ya durante los preparativos del viaje me aclaró que buscaba como compañero alguien «no demasiado exigente con la higiene»…como un poco cerdo, vaya. Al principio me mosqueé, pero después tuve que reconocer que tenía razón: a lo largo de aquellos ventitantos días nos sobraron dedos de una mano para contar las poquitas ocasiones en que tuvimos ocasión para asearnos, y éso con el método local de la douche africaine, es fácil traducir: la «ducha africana»…un poco de agua por encima, y además agradecido. De bañeras ni hablamos.

Sólo teníamos cerrado el billete de avión con la Royal Air Maroc, desde Madrid a Bamako ida y vuelta, con la escala en Casablanca. El resto…a nuestra bola. Mi experiencia africana, por lo de cruzar el Estrecho se refiere, se limitaba a haber estado con anterioridad tan sólo una vez en Marruecos. Con posterioridad viajaría a Marruecos unas cuantas veces más, y a Argelia (tres veces), a Mauritania (dos), a Egipto (cuatro), y algún otro sitio, pero éste era mi primer viaje «africano» de verdad, y lo cierto es que me apetecía bastante.

Aclaración sobre los nombres locales

Sobre las ex-colonias francesas, la grafía de los nombres se ciñe «a la francesa», cuya pronunciación se parece a la local, aunque añadiéndole un acento agudo, como corresponde a su gramática. Como casi toda la información nos ha llegado a través de ellos, pues así consta en mapas y relatos. Intento siempre que puedo poner los nombres con una grafía lo más aproximada posible al «original». Así, en vez de Djenné, como suele aparecer, pondré Yéne (como ellos lo pronuncian, con acento llano). En vez de Segou (pronunciado en francés:  Segú), pues pondré Ségu, como ellos dicen. El caso de Tombuctú es especial, ya iréis viendo.

Hasta Bamako…y más allá

 

  cuaderno de mali             

                           Cuadernito donde iba tomando mis notas durante todo el viaje

Volamos hasta Casablanca. En principio nuestra hora de partida era a la hora de comer, pero casi en el último momento nos cambiaron el vuelo a otro a las ocho de la mañana, con la consecuencia de recoger a Pepe antes de las seis para llegar a tiempo al aeropuerto, que todavía se llamaba sólo Barajas y no, como ahora, Madrid-Barajas-Adolfo Suárez (¡con la caña que le dieron al pobre por todos lados en su etapa política!). Pero lo cierto es que los marroquíes se enrollaron bien y, para compensar el madrugón, nos facilitaron un hotel hasta por la noche, hora de la partida a Bamako. Aprovechamos para descansar un poquito y de paso visitar la espectacular mezquita que han construído, con fondos saudíes, junto al mar. Presumen, y es verdad, que dentro cabe Notre-Dame de París…y me pareció que casi cabía París entera… ¡Grandiosa, en todos los sentidos!, está claro que los saudíes disponen de muuucho dinero. Entre el cansancio del madrugón y que Casablanca tampoco tenía mucho que ver, no hicimos más. Serían como las diez de la noche cuando cogimos nuestro vuelo a Bamako.

Llegamos a Bamako de madrugada, aproximadamente a las dos y media. El aeropuerto internacional de Casablanca es muy moderno y está muy bien, en cuanto a instalaciones, decoración y todo lo demás. El de Bamako ya es otra cosa: bastante desangelado. Mali (o Malí, ex-colonia francesa) es uno de los países más pobres del mundo. Unas instalaciones más que escuetas, estoicas. La cinta de las maletas era una cinta recta de unos diez metros de larga: en un extremo los operarios iban echando las maletas que habían sacado del avión…y que caían por el otro extremo al suelo, tal cual, teníamos que estar al tanto porque se iban amontonando. Pese a la hora que era, aquello estaba lleno de gente. Más tarde me iría acostumbrando, pero había muchos negros (¡normal!), muy buenos mozos, y las mujeres iban envueltas con sus vestidos y sus turbantes, todas diferentes, cada cual con colores más vivos, me parecieron mariposas.

 

Mali. rio Niger mujer

Pepe tenía un par de direcciones y con un taxi de los de allí nos dirigimos a un hotel. Sencillito, pero apañado. Afortunadamente contaba con aire acondicionado, detalle importante porque hacía mucho calor, un calor espeso y pegajoso. El propietario era de Tombuctú, y cuando se enteró que queríamos ir hasta allí nos dio tarjetas para contactar con sus parientes y colegas, todos te facilitan direcciones para «hacerse valer» y reforzar los vínculos. Luego nos enteramos que a los de Tombuctú no les gusta nada, pero que nada Bamako (días más tarde pude vivir la diferencia), mientras que a los de Bamako no les gustan los de Tombuctú. Algo así como los de Ocho apellidos vascos, sevillanos versus euskaldunes, dos conceptos opuestos de entender la vida. El estrés de Bamako frente a la tranquilidad de Tombuctú. Bamako, ciudad de aluvión donde acuden miles de campesinos empobrecidos y desplazados que se expanden con sus chabolas por la periferia, más de dos millones de personas (no hay censo) y posiblemente más de tres…

Descansamos un poco y ya de día, nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Si se pudiera definir con una sola palabra sería…abarrotada. Y muy sucia. Lo de pobre venía por añadidura. Nos abríamos paso a codazos por las calles, llenas de gente, de basura, de cartones y de plásticos por todos lados… Los vendedores de CDs, al ver tubabus (blancos) se acercaban y nos querían colocar sus músicos: Alí Farka Touré, el ubícuo Salif Keita, el senegalés Ismael Lö y muchos más que no conocía. Compramos algunos, en general era muy buena música.

Ya a la vuelta, el último día en Bamako y prácticamente finalizado el viaje, me gané un buen puñetazo en las costillas aunque no era para mí, era para Pepe. Fiel a sus ganas de ir de «listillo», regateó fieramente con un vendedor de CDs que nos abordó -es su trabajo- hasta el extremo para, al final y cuando el pobre negro aceptó, poner una sonrisilla y darse la vuelta. Craso error, y él lo sabía: en África si entras al regateo es porque te interesa lo que te venden porque si no te interesa, pasas de regatear. El vendedor se sintió lógicamente humillado y por no darle una hostia al «pobre viejo» de Pepe, bajito y canoso, me la dio a mí, que para éso iba con él, que para éso era más joven y para éso era un maldito tubabu de mierda… Pepe iba delante, ni se enteró. Yo sí, por supuesto, pero no quise ni abrir el pico por si acaso todavía me ganaba otro, me aguanté el dolor y tiré p’alante calladito como un chico bueno, lo menos encogido y lo más ligerito que pude. En un banco cambiamos euros por Cefas: el Franco CFA (Franc de la communauté financière d’Afrique), la moneda común a catorce países de las antiguas colonias francesas, 600 cefas por eurobilletes gastadísimos. De repente, éramos ricos con toda aquella cantidad de papel.

En Bamako hay muchos hoteles, incluso de lujo. Restaurantes para occidentales o para los malienses ricos, pero para éso había que salir un poco a las afueras donde la influencia francesa en cuanto a la arquitectura se notaba más. El centro era, sencillamente, caótico. Había algún museo de arte africano con algunas máscaras, no muchas. Son famosos los dogones (a los que visitaríamos, en el extremo oriental, pegados a Burkina Fasso) como tallistas en madera, pero también los bambara, la población dominante en la zona occidental incluyendo Bamako. Talleres y cooperativas de artesanos dogones bambara en madera por todos lados, que te ofrecían su producción, igual que los vendedores de CDs. Había piezas estupendas pero nos quedaba aún mucho viaje como para empezar cargados con máscaras. Lo cierto es que, más tarde, en el país dogón compraríamos cosas, es inevitable. Con el tiempo me hice un entusiasta del arte africano, y tengo en casa varias piezas muy bonitas. Los bambara eran esos buenos mozos que me sorprendieron en el aeropuerto y me sorprenderían a lo largo del viaje, o como el que me descargó el puñetazo: altos (mujeres de 1,80, hombres de 1,90 y más), muy bien proporcionados y además muy guapos, auténticos modelos de pasarela de moda, tanto ellos como ellas. Hitler se hubiese llevado un disgusto ante esta evidente ventaja de los üntermenschen (de los infrahombres) frente a la raza aria.

 

Mali. rio Niger joven madre

Cruzamos caminando el larguísimo puente sobre el río Níger, atestado como todo de gente que iba y venía y de los ubícuos microbuses, los bachées: furgonetas abarrotadas donde la gente se subía o bajaba en marcha. Según nos dijeron Bamako significa en bambara el vado de los cocodrilos, aunque ya no quedaba ninguno. Volveríamos a cruzarlo para coger el bus.Nuestro destino final era Tombuctú, nos esperaba un largo viaje. Hicimos una única comida en un restaurante libanés de los que vimos varios por la ciudad, los únicos dignos de confianza por alcanzar un mínimo de higiene, y los más serios en cuanto a su funcionamiento. Allí probé por primera vez el «capitán», una gran perca del río, deliciosa. Los libaneses en Malí marcaban la pauta.

Paseando por la calle dimos con un mercado callejero. En uno de los puestos que debía ser de un curandero y entre polvos, frascos y otros restos de animales vimos en el suelo un par de manos de gorila, tal cual, inconfundibles. Ellos saben que aquello está prohibido y se mosquearon al ver a Pepe con sus cámaras. Pero, viajero avezado por África, disponía de un objetivo con una ventana lateral, un «robafotos» con la que en teoría apuntabas al frente pero realmente estabas fotografiando hacia un lado. Yo me colocaba delante de él haciendo posturitas mientras que Pepe tiró un par de fotos al puesto. Los negros no son tontos, cuando vimos que empezaban a mosquearse de verdad preferimos irnos antes de tener problemas.

Todavía tuvimos un rato de diversión jugando al futbolín en plena calle. Anclados al suelo, un par de grandes mesas de futbolín de hierro y madera, rodeadas de un montón de niños sin una triste moneda para echarle dentro. Pepe, fotógrafo compulsivo, cargaba con dos cámaras y un montón de carretes, aún no se habían popularizado las digitales. Me dijo: ponte a jugar con los chavales… Aquello fue el acabóse: moneda tras moneda, yo jugaba con un «compi» que iba rotando contra otros «compis» que a su vez iban alternándose entre toda aquella panda. Celebrando con grandes risas y voces cada jugada y cada gol (yo el primero, «animado a la afición», aunque no necesitaban ningún ánimo) y, a todo ésto, Pepe disparando fotos a placer. Cuando nos fuímos aún les dimos un puñado de monedas, por supuesto ni nos dieron las gracias ni se despidieron dispuestos a «fundirse» toda aquella pasta caída del cielo de los tubabus que, como todo el mundo sabe, son ricos…

 

Mali. Bamako futbolin

A la mañana siguiente, muy prontito, con nuestras escasas pertenencias en sendas mochilas como auténticos «mochileros» a nuestros años, y sobre todo a los de Pepe, nos dirigimos a la estación de autobuses. Aunque en teoría y según un papel informando de los horarios salía uno a las ocho…se había ido media hora antes. Seguramente ya se había llenado y el conductor desestimó respetar el horario, ¿para qué, pensaría?, si ya estamos todos. Nos sentamos en la «sala de espera» donde una pantalla de televisión entretenía al personal y esperamos una hora y pico. Buses destartalados, abarrotados (ya sé que repito la palabra a menudo pero no encuentro mejor definición) de gente, sin reserva de asiento. Nos apretujamos en las «taquillas» para comprar los billetes. Una vez con nuestros billetitos de papel nos hicimos un hueco y comenzamos la travesía.

Mali. Bamako los buses 1Mali. Bamako los buses 2

En la sala de espera, y un «empujoncito» para arrancar el bus

Por las carreteras de Malí

La carretera era una pista de tierra apisonada con algún amago de asfalto marrón que atravesaba el país dirección Este, entre un paisaje de sabana semiarbolada que fue dejando paso a los aislados baobabs y se iba haciendo gradualmente más árido.. Cada pocos kilómetros el bus paraba en pueblecillos donde subía y bajaba gente, y donde los vendedores ambulantes (chavales y mujeres) ofrecían bolsitas de plástico con cacahuetes o con zumos de colores de frutas desconocidas. A las pocas horas y en pleno viaje comenzó la «ceremonia del te»…nada que ver con el sofisticado y ritualizado ceremonial japonés donde los invitados, con elegantes kimonos, hacen girar lentamente las tazas en la palma de la mano admirando en voz alta los dibujos de la porcelana…no, nada que ver. Ésto es África. En un momento dado todos los pasajeros colocaron en el pasillo (por supuesto, con el autobús en marcha), a su lado, pequeños hornillos de carbón donde iban cociendo el agua en pequeñas teteras, preparándose su infusión. Lo chocante fue que hasta el propio conductor colocó a su lado su hornillo, encendió el carbón, calentó su agua y se preparó su te, mirando alternativamente a la carretera y a la tetera…Insisto: ésto es África.

 

Mali. Bamako el viaje

                                                              Parada y vendedores

¡A comeeeeer!

A las pocas horas paramos en un pueblo, Segou según los franceses, Ségu para ellos. Los nativos, muy amables y sonrientes siempre, nos guiaron acompañándonos al «restaurante» por si nos perdíamos (estaba justo al lado de donde paró el bus, a diez metros escasos). Tras unos barrotes, unos empleados te daban un papelito o recibo, o ticket, como queráis llamarlo previo pago, luchando con un montón de negros que se amontonaban y estiraban el brazo por dentro de los barrotes con el dinero hasta que tenían suerte y les daban el papel. Una vez conseguido el recibo y justo al lado, volvías a estirar el brazo para intercambiar el papelito y conseguir el plato de comida. Muy organizado, algo así como el Burguer King donde primero pagas y luego te dan de comer.

A nosotros, por ser tubabus nos dieron gentilmente una cuchara, abollada, roñosa, con huellas de haber sido mordida mil veces. Al resto de la parroquia, nada. Allí, como en toda África, se come con la mano. En el plato desportillado uno de los cocineros echaba un cazo de arroz, y el de al lado otro cazo de «salsa»…una salsa marrón, indefinida, que podía ser chivo, o pollo, o su propio abuelo, imposible saber, aunque al parecer era cacahuete. Una vez en feliz posesión del plato nos apartábamos al lado y te sentabas sobre una piedra o, si no había piedras libres, en el mismo suelo, rodeado de negros tan felices como tú.

 

comida 2

                                             (sin comentarios…mi cara lo dice todo)

Mi amigo Pepe, pese a estar muy viajado, intentó manifestar sus dudas sobre la composición del menú, como si en aquel remoto lugar  hubiese posibilidad de cambiar de restaurante pero -yo ya empezaba a identificarme con el país y con el paisanaje- le convencí fácilmente: Pepe, vamos a comernos ésto que a lo mejor mañana no encontramos ná… y nos lo comimos todo como niños buenos. A todo ésto los negros que nos rodeaban, siempre risueños y encantados de poder compartir el momento de la comida y charlar con unos tubabus distinguidos como nosotros, reforzaban sus argumentos (por supuesto no nos enterábamos de nada pero sonreíamos mucho también) apoyando sus manos en nuestros hombros…manos llenas de restos de arroz y de salsa…

Seguía apareciendo más y más gente para comer, debía ser la hora, o allí siempre es la hora. Unos niños iban recogiendo del suelo los platos vacíos que iban dejando tirados en cualquier lado los que ya habían comido. El sistema de limpieza era impecable: en un enorme barreño lleno de agua sucia y jabonosa, otros niños los sumergían una vez: ¡zas!, sin soltarlos, y se los pasaban a los niños de al lado, donde en otro enorme barreño lleno de agua igualmente sucia y jabonosa los aclaraban con un sólo pase: ¡zas!, y directamente se los pasaban a los cocineros que, inmediatamente, los rellenaban con más cazos de arroz y de salsa.

Viendo aquello y una vez vencidas sus reticencias, Pepe y yo nos reímos acordándonos de una amiga común de la que decir hiperescrupulosa es decir poco, imaginándola en esta tesitura (¡se hubiera muerto de hambre antes que ni siquiera coger el plato!), y yo pensé qué hubiesen podido improvisar aquí cocineros estrella tales como Arzak, Ferrán Adriá o Sergi Arola, por ejemplo, con tan pobres ingredientes y tan escasos medios.

Nuestro camino en esta primera etapa acababa en Moptí, (aunque ellos dicen Móti) puerto fluvial y gran mercado de la zona. Nos hubiese gustado detenernos en Djenné (aunque ellos no lo pronuncian en francés, con acento agudo, sino «Yéne«, con acento llano), antigua capital, con su gran mezquita de estilo sudanes, pero nos pillaba un poco apartada y habíamos decidido ir directos a Tombuctú. Llegamos a Mopti ya atardecido, casi de noche. Desde Bamako la distancia era de unos 650 kilómetros. En España hubiesen sido seis u ocho horas de coche pero en Mali las carreteras no son buenas y los transportes tampoco, habían transcurrido unas catorce horas desde la partida.

El hotel Byblos de Sevaré

Muy cerca de Moptí está Sevaré, algo más «residencial» y en todo caso menos caótica que Moptí. Localizamos un hotelito libanés, el Byblos (aún guardo la tarjeta), gestionado por una madre, Laila, y por su hijo del que no recuerdo el nombre. Ambos muy agradables, nos hicimos muy amigos. Llevaban allí más de veinte años y el hijo regentaba un almacén de todo: comida, telas, aperos de cocina, de labranza…todo lo necesario. El Byblos estaba todo lo limpio que era de desear y, sobre todo, disponía de un gran jardín con mesas lleno de plantas y flores por donde correteaban sin que nadie les molestase unas salamanquesas enormes, ideales para comerse los insectos.

Nos gustaba y nos quedamos allí dos noches (volveríamos en dos ocasiones). La primera cena, era ya tarde, fue improvisada. Para la segunda cena organizamos entre los cuatro, trufados de nostalgia como en el tango, una cena «mediterránea». Pepe, viejo diablo -hice buen uso de sus enseñanzas en viajes posteriores-  me indicó que en el escueto equipaje metiese una botella de tinto y alguna lata de sardinas. Él también llevaba algo «español»: una barra de turrón que aportamos a la cena, junto con el rioja y las sardinas. Laila preparó una rica ensalada con tomate y pepino, queso blanco que ella misma preparaba, unas croquetas de carne y humus de garbanzos al estilo libanés, pollo y pescado y, sobre todo, ¡sorpresa!, sacó de no sé dónde…¡aceitunas aliñadas!, que nos hicieron sentir como en Andalucía… Llevábamos tan pocos días fuera de España pero nos sentíamos ya tan lejos (y lo estábamos), que a punto estuvimos de que se nos escapase un lagrimón (sí: de nuevo como en el tango). Fue una cena de lo más agradable.

Hace un año escaso, con ocasión de la ofensiva yihadista desde Tombuctú, me pude enterar por el periódico que hubo un altercado por parte de AlQaeda en Sevaré. Justo, en el Byblos. En Agosto del 2015 , varios terroristas se atrincheraron por la noche en el hotel tomando rehenes, y resistiendo el cerco de las tropas del ejército maliense durante venticuatro horas. Aquello acabó saldándose con doce muertos: cuatro terroristas, cinco soldados, un rehén occidental y dos empleados del hotel. No pude por menos de acordarme con mucha pena de lo a gusto que me sentí allí y de la gentileza de los dueños, así como de la amabilidad de los empleados de los que aún recuerdo el nombre de algunos: Fadimata, o Usmán. Cuando nos fuimos, además de la propina, les regalamos algo de ropa. Espero que no les pasara nada.

Paseando por Mopti

Moptí es un puerto fluvial muy activo sobre la confluencia de los ríos Níger y Bani. De aquí parten los barcos dirección Tombuctú y, más allá, hasta Gao…cuando la sequía no ha hecho bajar en exceso el nivel del río. Pero aproximadamente a unos 80 kilómetros de Mopti el río se ensancha formando un lago enorme, un delta interior realmente: el lago Debo, por el que casi pareces navegar por el mar. Sacamos billetes de tercera porque ya no quedaban de 1ª ni de 2ª clase. No ví los camarotes de primera (para dos personas, con baño) ni de segunda, con dos literas. Ir en cuarta suponía buscarte un rincón de poco más de un metro cuadrado en cubierta sobre el que extender una estera y sobre la que descansar con tu familia y cocinar, los días que durara tu travesía.

Dimos un paseo por Mopti. En las orillas, multitud de canoas, más conocidas como pinasses (en francés) o pinazas, aunque allí los nativos las llaman gaal. Hechas con un tronco de árbol ahuecado las más pequeñas de 6 u 8 metros, las grandes (hasta 20 metros o más) a base de tablazón. Son todas muy estilizadas, planas, de proa y popa puntiagudas, se utilizan para todo: son los taxis, las furgonetas o los camiones en esa autopista fluvial que constituye para los nativos el río Níger. Algunas escuetas en su negra madera, otras en cambio muy decoradas con motivos geométricos, incluso con su nombre pintado. Para llevar pasajeros, provistas de un entoldado para proteger del sol… para cargar forraje, madera, material de construcción, ganado, comida, para pescar…en constante movimiento.

Curioseamos por los «astilleros». Allí las construían o reparaban. Agachados en el suelo, los herreros: con un minúsculo fuego de carbón, forjando clavitos obtenidos de recortar latas de conserva o tiras de metal…en África no se tira nada. Al lado, el mercado. Apenas podíamos caminar entre cestos y cestos de mimbre con verduras pero, sobre todo, con la gran riqueza del río: pescado enroscado secado al sol, de todas las especies. Como más llamativo algún gran ejemplar de «capitán» (para los curiosos: Lates niloticus) o «perca del Nilo», que despierta siempre gran expectación y genera corrillos a su alrededor, una especie de perca que puede alcanzar hasta los dos metros de longitud. Más allá, telas, barreños y cubos de plástico (chinos) y grandes recipientes de barro. Nos acercamos a ver la mezquita. De origen sudanés y bastante grande, ya nos advirtieron que los occidentales no podían ni acercarse. Un marabut o santón se empeñaba en quitarles las cámaras a los turistas que se acercasen demasiado.

Mopti está en una encrucijada de caminos y podías encontrarte en el mercado a casi todas las etnias de Mali, reconocibles por sus sombreros, por sus turbantes, por su ropa o por su constitución física. Por doquier los bozos, los habitantes de las orillas del río, dedicados a la pesca, muy negros y de cabeza redonda. Los fulani, ganaderos nómadas, altos y estilizados, de piel apenas morena, con unos característicos sombreros cónicos de paja que me recordaban a los de los chinos. Los ubícuos bambara, altos y fuertes. Los dogones a los que visitaríamos en breve. No vi ningún targui (singular de tuareg) pero a ésos me hartaría de verlos en su zona, en Tombuctú. Algún shongaï (ellos pronuncian sorrai, los franceses guturalizan las «erres» y luego lo escriben así, con diéresis en la «i» además para no pronunciar songué) aunque estaban lejos de su territorio, por Gao, más allá de Tombuctú. Como se suele decir típicamente, un crisol de gentes…pero es que era verdad, allí había de todo…hasta un par de tubabus como nosotros, para darle color, aunque fuese de un tono pálido…

Al País Dogón

Tombuctú llevaba allí más de mil años y no se iba a mover, y dado que Moptí no estaba lejos del País Dogón, a unos ochenta y tantos kilómetros, decidimos postergar por unos días la llegada a Tombuctú y visitar antes a los dogones. Con la ayuda de los libaneses del Byblos contratamos un propio con coche que nos acercaría hasta lo alto de la falla (accidente geográfico, no confundir con el espectáculo pirotécnico típico valenciano) de Bandiágara y que nos recogería días después al final del recorrido.

El camino era lo clásico: una carretera recta de tierra apisonada en un paisaje muy árido. El coche, nada de 4×4: un Peugeot ya bastante viejo. A la mitad del recorrido pinchó una rueda. Por ayudar, y una vez calzado el coche sobre piedras (sobra decir que no llevaba gato) saqué la rueda del eje. Me pinché las manos: la cubierta estaba tan desgastada que sobresalían los alambres. Como pude ver ésto era lo habitual. En las calles y caminos podíamos encontrar numerosos «talleres de reparación» de ruedas, que consistían en un montón de ruedas apiladas de diferentes tamaños, alguna valdría. Un par de palancas para sacar la goma «in situ» y un bote de caucho para taponar agujeros. Y p’alante. Ésto es África.

 

DSCN1272                   A los lados de la carretera, los talleres de neumáticos, alguna valdrá…

Los dogones son una de las tribus que más curiosidad despiertan entre los occidentales. Su economía es agrícola, cultivando sobre todo mijo, sorgo, algo de arroz y cebollas (introducidas por los franceses). Y aunque van, poco a poco, islamizándose y cristianizándose, siguen siendo mayoritariamente animistas. No me voy a extender mucho porque hay abundantes trabajos sobre sus ritos, basados en la observación de los astros y su identificación con numerosos animales, y sobre todo con sus festivales en los que lucen una gran variedad de máscaras, cada una con sus significado. Los dogones son famosos como tallistas de madera con la que no hacen sólo sus famosas máscaras, sino también puertas y ventanas, profusamente decoradas.

 

 

chip10005

Estos dos dibujos y otros más se los compré a un chaval dogón que representaba muy bien parte de sus máscaras tribales

Viven pegados a lo que se conoce como la falla de Bandiágara: un precipicio de hasta trescientos metros de desnivel (200 de media) y a lo largo de doscientos kilómetros de extensión, creando un paisaje espectacular. Sus aldeas se reparten desde el nivel superior hasta el inferior, a la que se puede bajar por algunas sendas escarpadas y, a lo largo de la pared, sus almacenes, cementerios y refugios. Al parecer, los dogones se refugiaron en la falla huyendo desde el occidente de Mali de la islamización forzosa, hace unos mil años. Allí se encontraron con un pueblo, los tellem, de los que tomaron parte de su tradición, y éstos a su vez de una tribu anterior, los hombrecillos rojos, posiblemente la población africana más primitiva, de la que nos han quedado restos como los bosquimanos de Sudáfrica.

 

Mali. Pais dogón. La Falla

La Falla de Bandiagara. Abajo se pueden distinguir las chozas. En medio, las cuevas

Los dogones y la estrella Sirio

Una de las cosas que más han asombrados a los occidentales es su cosmogonía. Los dogones, agricultores primitivos, sin ningún tipo de instrumento, ni siquiera un triste catalejo, describen a la Luna como «seca y estéril». Hablan de los anillos de Saturno y de los cuatro satélites de Júpiter (aunque hoy día se hayan descubierto hasta nueve). Pero es Sirio la que más expectativas ha despertado. Los dogones celebran un festival en su honor cada sesenta años. Sirio es la estrella más brillante visible desde la Tierra por su proximidad, desde la constelación de Canis Maior (el Perro Grande), lo que ha motivado mitos en muchas culturas. Los antiguos griegos ya le achacaban el causar la rabia en los perros.

En una fecha tan precoz como 1718 el astrónomo, físico y matemático inglés Edmund Halley (el que dio nombre al cometa más famoso) observó que la trayectoria de Sirio en el firmamento, más notoria al ser más próxima, no era rectilínea sino que describía «eses». En 1844 el astrónomo y físico alemán Friedrich Bessel dedujo que la trayectoria de Sirio se veía afectada por otro cuerpo, invisible debido al intenso brillo de la estrella, al que llamó Sirio-B o «el cachorro» (por aquello de la constelación  Canis Maior). Hubo que esperar a 1862 cuando ya, con telescopios más potentes, se pudo contemplar a Sirio-B, una «enana blanca», de menor brillo pero con un gran poder gravitacional, lo que explicaba la trayectoria sinusoidal de Sirio-A. Aún en 1995 dos astrónomos franceses hablaron de una tercera estrella en el sistema Sirio: Sirio-C, una enana roja de intensa atracción sobre Sirio-A, aunque en el año 2011 se descartó su existencia.

Pues bien. Los dogones cuando se refieren a Sirio siempre dicen: sólo vemos una, pero caminan tres juntas…afirmación cuanto menos, asombrosa para nosotros. Teorías hay para todos los gustos: desde los que afirman que desde los años 20 del siglo pasado el contacto con los europeos les «informó» de detalles como éstos, de gran interés para ellos, hasta los que creen que los extraterrestres visitaron a los dogones tiempo ha, transmitiéndoles sus conocimientos…Es cuestión de fe que, como todo el mundo sabe, consiste en creer lo indemostrable. Allá cada cual.

Trekking por el País Dogón

Pepe y yo llegamos, pinchazos aparte, a la parte superior de la falla. Allí los dogones están a la caza del turista. Aparte de ofrecerte artesanía te ofrecen/obligan a coger un guía local para acompañarte, cosa que hicimos, es barato y siempre facilita las visitas. El nuestro en concreto se llamaba Chiquén…cuando le dije que «Chicken» significaba pollo en inglés se rió pero ya lo sabía, por visitantes anglosajones a los que había guiado otras veces.

Previamente en Moptí y aconsejados por los libaneses del Byblos compramos en el mercado una bolsa de nueces de cola, auténtica golosina para ellos, con las que obsequiábamos a los jefes del poblado o a la gente «importante» con la que tropezábamos. Pepe, zorro viejo y viajado, llevaba  siempre tabaco para ofrecer en el momento de los saludos: todos sin excepción aceptaban y «distendía» el ambientillo. Por aquel entonces yo no fumaba, más tarde cogí el vicio, y no me olvidaba de llevar tabaco de sobra para ofrecer en los campamentos nocturnos del desierto. Ya se sabe: los tubabus (o los perros infieles) son ricos.

Antes de bajar nos enseñaron junto al borde del precipicio una casa que habían regalado al pintor mallorquín Miquel Barceló y en la que había vivido a temporadas, en su periodo maliense. Barceló les llevó muchos medicamentos y otras cosas necesarias y le tenían en gran aprecio, aunque se quejaban de que hacía tiempo que no les visitaba. Desde allí arriba, la vista era espectacular: el cortado se extendía, vertiginoso a derecha e izquierda. Abajo, un paisaje de sabana muy arbolada con numerosos baobabs y allá, un poquito más lejos en zona de dunas, la frontera con Burkina Fasso: «el país de los hombres dignos», conocida bajo el dominio francés como Alto Volta.

Bajamos por una escarpadura, una grieta en medio de la falla por donde había que caminar con mucho cuidado, aunque ellos están acostumbradísimos. De hecho nos cruzamos con un dogón que llevaba una vaca del ramal. Una vez abajo, comenzamos a andar por un sendero más o menos pegado a la pared de la falla. Cada vez que nos cruzábamos con alguien, el guía soltaba una retahila de saludos entrecortados con los de la parte contraria. ¿Qué le preguntas?, le dijimos (en francés). Le pregunto por sus padres, por los hijos, por la salud y por el trabajo, y ellos contestan «bien, bien, bien, bien». Tomé nota de la costumbre del saludo, general en Malí, y lo utilicé más tarde en el barco, en Tombuctú y hasta con los taxistas de Bamako, aunque en francés: Ça va les parents?-Ça va-Ça va les enfants?-Ça va-Ça va la santé?-Ça va-Ça va le travail?-Ça va…. todo muy rápido.

 

chip10004

Acuarela que pinté in situ con mujeres dogonas volviendo de recoger mijo, todas con su niñito a la espalda. No es un «Barceló», pero a mí me gusta

Estuvimos unos días de trekking por el País Dogón. Caminatas de 15 o 20 kilómetros por la mañana. Luego por la tarde y tras la comida (a base de arroz) y la siestecilla inevitable, unos diez más. Cruzándonos con los campesinos que venían de los campos de mijo, todas las mujeres con un niño sujeto a la espalda, en el hatillo. Lo cierto es que no nos hacían apenas caso, mitad por discreción y mitad por timidez, no parecíamos llamarles mucho la atención, aunque nos saludaban cordialmente. Hacía calor y el agua era de pozos, por lo que añadía a nuestras botellas pastillas potabilizadoras por si acaso, no valía la pena correr el riesgo de una diarrea en un sitio tan aislado. Sólo vimos un par de motos. Lo demás, algún carro tirado por burros…

 

charla valencia 29-1-07 073 (1)

Esta foto fue un «robado» como dicen los famosos, una foto a traición por parte de Pepe…no es lo que parece, puedo explicarlo: estoy a punto de darme una douche africaine. Obsérvese la puerta primorosamente tallada, al estilo dogón.

Al llegar a las aldeas por la tarde, nos presentábamos al jefe y tras el saludo ritual y regalarle varias nueces de cola preguntábamos a ver si había suerte, por la cerveza, llegábamos sedientos…A veces había suerte, había nevera, e incluso había un par de cervezas que nos bebíamos con delectación. En alguna ocasión se nos había adelantado un alemán o un inglés que se las había bebido todas. Y en un par de aldeas, compartiendo la cena a base de arroz y pollo, nos ofrecieron cuencos con la cerveza local, de mijo. Estaba buena, o al menos nos sabía muy rica. Dormíamos al fresco…poco fresco, porque hasta de noche hacía calor, sobre la terraza plana de las casas, a donde subíamos por la típica escalera dogona: un tronco de árbol con los peldaños tallados. Las noches discurrían amenizadas por rebuznos, cantos de gallo y el contínuo sonido de las mujeres moliendo el mijo o el arroz en los bidon, los cubos de madera…y suavemente arrullado por los ronquidos de Pepe..

Siempre cercanos a la pared del precipicio. Veíamos allá arriba, en pleno cortado, cuevas u escondrijos. Había que ser muy hábil y muy buen escalador para acceder a esos huecos de tan difícil acceso. Supongo que directamente trepando, no me imagino que dispusiesen de cuerdas y, mucho menos, un mínimo material de escalada. Pero está claro que los utilizaban para todo. Y en general, poca gente. En alguna aldea tropezamos con un pequeño mercadillo, nada que ver con el tráfago de Moptí ni con el barullo de Bamako. Sitio tranquilo, y lejos de todo, el País Dogón. Llegamos al final de nuestro trekking y volvimos a trepar por otra grieta, procurando no mirar para abajo porque, la verdad, aquello estaba alto de verdad y en algunos pasos daba «miedito». Ahora que no me oye, Pepe tuvo un par de momentos en que lo pasó visiblemente mal, aunque nuestro guía «Chicken» estaba siempre al quite, dispuesto a ayudarle. Se hubiese agradecido un arnés, o una cuerda, pero ésto es lo que tocaba: agarrarse con las uñas. El que vale, vale. La primera ascensión al Naranco de Bulnes la hicieron dos asturianos con alpargatas y cuerdas de esparto, y llegaron. Estando en plena subida dificultosa por la grieta recordé lo que me contaron abajo, en una de las aldeas: que la nevera de donde sacaron nuestras cervezas la habían bajado a lomos de un nativo por una grieta como ésta.

Una vez arriba nuestro chófer nos esperaba puntual, donde habíamos quedado. Nos despedimos de nuestro guía, con propinilla incluída, y aún compramos artesanía de madera en la cooperativa más próxima, hubiese sido literalmente imposible escapar del País Dogón sin llevarnos algo. Y ya, sin pinchazos extras, volvimos a nuestro segundo hogar en Mali, el hotel Byblos, con nuestros amigos libaneses. Próxima estación: Tombuctú.

En barco por el Niger

El barco era digno de una película de tahures por el Mississipi, sólo le faltaban las paletas a los lados. De la compañía estatal Comanav (Compagnie Malienne de Navigation, no hace falta que os lo traduzca). Pintado, repintado y vuelto a pintar cien veces. No muy grande, podía tener veinte metros de eslora. Tres plantas. En el «entresuelo» la sala de máquinas, un coche que habían metido no se cómo, y los camarotes de tercera, los nuestros. En la primera planta los camarotes de segunda (con dos literas), el bar-restaurante y los camarotes de primera, con dos plazas y baño particular. Y en la segunda planta, exterior, los «camarotes» de cuarta clase: rincones por cualquier lugar ferozmente defendidos donde una familia entera se amontonaba sobre una esterilla… ¡y cuidado con pisarla, que te caía una bronca por parte del patriarca!… El barco, como todo en Mali, abarrotado de pasajeros y de sacos: de arroz, de carbón y de más cosas. Como en el horror vacui: no había un rincón vacío.

 

Mali. rio Niger barco

    El barco. Un crucero de lujo, para . Algo así como el Queen Mary pero más modesto

Nos dirigimos como los buenos chicos que éramos a tomar posesión de nuestro camarote de tercera: cuatro literas de hierro de tres pisos con unas colchonetas de gomaespuma finitas y bastante estropeadas. Compartíamos el camarote con un soldado (no se quitó las botas en todo el viaje ni para dormir, creo que lo agradecimos, sobre todo los tubabus), un par de tipos y unas mujeres. En el suelo y sobre una estera cinco niños de entre uno y dos años que al tocarles ardían, las mujeres nos contaron que tenían malaria (primera causa de mortalidad infantil en África). El camarote era pequeño y estábamos un poco apretados, nos movíamos como podíamos. Escogí la parte superior de una de las literas que estaba libre. La cara me quedaba como a un palmo escaso del techo de hierro. Cuando me fui a subir a mi sitio, a los compañeros de camarote les faltó tiempo para decirme, alarmados, que pusiese una estera o algo. Efectivamente: la colchoneta tenía un olor sospechoso a vómitos mezclado con orines y fritanga. Las mujeres, por supuesto, cocinaban con sus perolos y su hornito de carbón en el estrecho camarote.

 

Mali. rio Niger animales en proaMali. rio Niger camarote

Nuestro camarote era el que estaba más a proa. Por delante y sobre una pequeña plataforma al exterior estaba «la granja»: dos caballos, un ternero, dos o tres ovejas y alguna gallina, todos en feliz comandita, como nosotros en el camarote. En una de las paradas bajaron a uno de los caballos, por el expeditivo método de levantarle entre varios y tirarle por encima de la borda al muelle, método sin duda más fácil que hacerle pasar por los estrechos pasillos y puertas ( no sé cómo lo meterían). Llevábamos ya un buen rato en el barco pero seguía amarrado. La hora de partida, supuestamente y según el horario previsto era a las siete y media de la mañana, pero al final salimos a las diez y pico. Cuando al capitán le pareció que había llegado el momento, sonó la sirena y partió. El retraso, por supuesto, no pareció inquietar a nadie. Salimos a dar una vuelta por el barco, aunque la misma idea debía tener todo el pasaje porque aquello era un contínuo movimiento de personas subiendo y bajando por escalerillas y pasarelas, a todas horas, tampoco había nada especial que hacer. Como Pepe había trabajado con motores, le faltó tiempo para enrollarse con el patrón para hablar de caballos (de vapor) y detalles técnicos.

Fuimos viendo alejarse la orilla y con ella, a Moptí. La travesía hasta Tombuctú o, mejor dicho, hasta su puerto de Kabara, eran tres días con dos noches. Íbamos viendo pasar las orillas, al comienzo todo era muy verde, árboles en las orillas, las islitas llenas de cañaverales, aldeas de pescadores, pinazas de vez en cuando, alguna pequeña población un poco más grande, gente por las orillas… La travesía era muy tranquila. Aparte de nosotros dos sólo había otros seis tubabus más: cuatro franceses y dos mujeres belgas ya maduritas, muy educadas pero a las que apenas vimos en cubierta, lo mismo que a los franceses, debían ocupar seguramente alguno de los camarotes de primera o de segunda clase -sin duda más confortables que el nuestro- y salían muy poco, no como nosotros, que estábamos todo el tiempo en cubierta. Hablábamos en francés con la gente y debíamos ser bastante populares, por lo exóticos (para ellos). Cuando Pepe quería hacer fotos a los niños o alguna vez que cogí uno en brazos, los pobres ponían cara de miedo y lloraban, asustados por aquella «blancura» tan extraña para ellos.

Por el barco, el mismo trasiego de gente, como si fuésemos a algún lado, alguna cita urgente. Algunos habían instalado pequeños tenderetes donde vendían de todo, desde aspirinas a comida o ropa. Una pequeña ciudad en movimiento. Pepe, infatigable, seguía haciendo fotos. Al día siguiente el río se ensanchaba: entramos en el lago Debo.Perdimos de vista las orillas aunque seguía habiendo islitas, cañaverales y pescadores. Yo me había llevado un bloc de papel de dibujo y una cajita de acuarelas con las que me entretenía, de vez en cuando, sentado en las pasarelas superiores, pintando el paisaje.

 

Mali. rio Niger, dibujando

En una de esas un niño, aburrido, se sentó mirándome a una distancia prudente, como a tres metros. Como no le decía nada se fue acercando a aquel tubabu que hacía cosas raras, imperceptiblemente, muy poco a poco mientras yo le veía por el rabillo del ojo. Cuando estaba a un metro le sonreí y le enseñé la acuarela. Se plantó ya junto a mí, y cada vez que pintaba una pinaza, o una palmera, o una casita, se la enseñaba y se ponía a reir. Por supuesto el chaval no hablaba francés. Le intenté preguntar por su origen: ¿Bambara?…se rió y negó con la cabeza. ¿Sorray?…Lo mismo. Él mismo me aclaró: Bozo, la etnia de los pescadores del río. Al final metió la cabeza justo encima de los papeles, impidiéndome ni mover el pincel.

Ya sobrepasado el lago Debo, el barco cada tres o cuatro horas hacía paradas que duraban de diez a veinte minutos, en pequeños poblados con embarcadero. De repente un frenesí agitaba a la tripulación como un hormiguero, el movimiento de la tripulación era digno del puerto de Nueva York: mucha gente que bajaba o que subía al barco, cargando o descargando sandías, muchas sandías (pastèque, en francés). Aprovechábamos para pisar tierra firme y Pepe para disparar más fotos. No era nada raro (es más: era lo normal) ver pegados al embarcadero un tipo que lavaba con jabón a una cabra, al lado de otro que lavaba la moto, y al lado una oveja muerta e hinchada, y al lado una mujer cogiendo el agua turbia del río para cocinar y, entre todos ellos, montones de niños bañándose y atentos como gorriones para cuando una sandía despistada se caía al agua, saltar y comérsela.

Mali. rio Niger lavando cabrasMali. rio Niger lavando motos

 

El paisaje, poco a poco, se iba haciendo cada vez más árido. En las orillas, menos vegetación, si acaso una línea de cañaverales junto al agua. Más allá, el desierto de dunas. El pasaje seguía su rutina. Por la mañana nos lavábamos los dientes con nuestro cepillo… nosotros y los nativos más occidentalizados. El resto usaban unos palitos rojos fibrosos con los que dejaban sus dentaduras blancas e impecables. Cuando hablaban con nosotros -o entre ellos, no era que les diésemos asco- escupían constantemente por la comisura, siempre hacia el río, a donde se tiraba todo: papeles, restos de comida, basura de todo tipo…y de donde las mujeres cogían el agua para cocinar. Al menos la hervían.

Diarrea en el Níger. Perdemos a Pepe

La parada anterior fue en la aldea de Nianfunké, la patria chica del músico Alí Farka Turé, según me informaron los siempre sonrientes compañeros de pasaje, una de las celebridades de Mali. Farka =  burro, en sorrai, me aclararon. En la cantina del barco comíamos alguna cosa, sobre todo arroz y pescado. La tónica en Mali era comer una vez al día. Cometí la temeridad de probar una ensalada, atraído por la buena pinta de los tomates y las verduras, aunque sabía porque lo había visto y era lo natural, que lavaban la verdura con el agua turbia que cogían directamente del río. Al cabo de una hora empezaron a sonarme las tripas de forma alarmante, y a sentir la urgencia de evacuar todo aquello. Los servicios de tercera clase estaban bien señalizados: Toilettes 3éme. classe… cuatro cabinas metálicas con un  orificio en el suelo (que daba directamente al río, por supuesto, nada de empaquetar como en los aviones) y un grifo en la pared a medio metro del suelo, para limpiarse como se estila en África: con agua y con la mano izquierda, la impura (con la derecha se come). Justo en ese momento el barco hacía una de sus paradas. Más tarde me enteré del nombre del pueblito: Tonka, jamás se me olvidará.

No quisiera parecer en exceso escatológico, si a alguien le molesta que se salte este párrafo, pero fue uno de los recuerdos más intensos del viaje. Afortunadamente había un baño libre porque la cosa se estaba poniendo ya urgente. Me encerré en la cabina, acuclillado como corresponde, y aquello fue el acabóse, el Apocalipsis con sus cuatro jinetes, la caja de Pandora abierta y la central de Fukushima, todo junto y me quedo corto. Sólo decir que salpiqué casi hasta el techo, pero me quedé muy a gusto. Primer susto: al darle al grifo, no salía agua. El barco había parado el motor (no se oían) y no funcionaban las bombas. Segundo susto: contra mi previsora costumbre no llevaba ni un triste papel en el bolsillo con el que limpiarme. Mi mano izquierda ya estaba bastante sucia, y aún me tuve que subir los pantalones (con la mano derecha, la «pura») con todo «aquello» allí, maldiciendo la verdura, a la compañía naviera, a la paradita del barco… cagándome en todo como se suele decir, y nunca mejor dicho.

Cuando salí de la cabina no tuve más remedio para irme limpiando la mano izquierda que irla restregando contra los numerosos sacos de arroz que se apilaban en cubierta, dejando algo así como la bandera catalana, pero en horizontal… Para aquellos que no lo sepan, el origen legendario de la senyera vino de cuando el rey Carlos el Calvo mojó sus dedos en la sangre de las heridas de su súbdito Wilfredo el Velloso, pintando las cuatro rayas rojas en su escudo… Bueno pues algo así, pero ni con sangre ni en un escudo. Me acerqué hasta el camarote, caminando un poco como John Wayne en las pelis de vaqueros, ligeramente entreabierto de piernas, y con habilidad y tan sólo la mano derecha, al estilo del manco de Lepanto, saqué papel higiénico de mi mochila, hice una bola y con discreción me limpié lo mejor que pude. El pegote de papel, por supuesto y como corresponde, dada la ausencia de papeleras, fue derechito al río. El barco se puso en marcha y con los motores las bombas. Pude colarme en una toilette 2éme classe y en la intimidad de la cabina, limpiarme mejor la mano y la entrepierna, y quitarme los calzoncillos que, como todo lo sucio del barco, acabó en el río.

Me esperaba otra sorpresa. Al salir de la toilette Los negros me preguntaban, más sonrientes que de costumbre: Et Pepé, et Pepé, et ton ami?…(¿Y Pepe, y Pepe, y tu amigo?)… ¡Y yo que sé!, les contestaba en español y con mala leche, estará por ahí haciendo fotos…. Pero no estaba haciendo fotos. Ya, muertos de la risa: Pepé, il a resté en terre! (¡Pepe se ha quedado en tierra!)…¡¡¡¡Quéééé!!!. Miré por la borda de babor (la del lado izquierdo), hacia el pueblecito, que se iba viendo cada vez más lejos. Recuerdo que lo primero que pensé fue: ¿Qué le digo a Lupe? (a su mujer). Corrí a hablar con el capitán que pasó ampliamente de dar la vuelta. Debió pensar: …estos tubabus están gilipollas, ¡haber estado atento!… Desde aquella mísera aldea hasta la siguiente parada igual habría más de treinta y cinco kilómetros. Y por una pista de arena por la que habría que ir en un 4×4… si lo encontrabas.

Me enteré más tarde por Pepe que, en aquella bendita parada, con su escasísimo francés y su ignorancia absoluta del idioma negro que fuese, «había» entendido que el barco iba a parar media hora, cuando no paró ni diez minutos. Así que se bajó al pueblecillo con su cámara para hacer unas fotos. Cuando con su cachaza le pareció bien y volvió al embarcadero, lo encontró vacío. Lo primero que pensó: Me he debido confundir de puerto…¡como si aquello fuese Hamburgo!… Lo segundo, rodeado de entusiastas y risueños nativos, vio en la lejanía el barco, cada vez más lejano, valga la redundancia.

Ahí Pepe demostró su capacidad de supervivencia. No llevaba más que su cámara, ni un euro ni un triste cefa encima. Así que lió a unos de una pinaza ofreciéndoles su reloj para alcanzar el barco. Los buenos mozos le dieron al remo con un brío digno de las tradicionales regatas entre Oxford y Cambridge pero, aunque nuestro capitán, gentilmente, al menos redujo la marcha, era mucha diferencia entre los nudos que marcaba el barco y la velocidad que podían conseguir a remo, así que aprovechó que pasaba otra pinaza más grande y con motor para señalarle el barco y decirles que le acercasen. Bien, debió pensar para sí el patrón, la ocasión la pintan calva y los tubabus, como todo maliense sabe, son ricos, muy ricos… Argent, argent, de la monnaie!… (¡Dinero, dinero!)…Ésto lo entendió Pepe. Y señalando el barco dijo: Dans le bateau! (¡En el barco!)…y para allá que enfiló el patrón de la pinaza a motor.

A todo ésto, en el barco estaban encantados. De una travesía aburrida, de repente el incidente supuso pasar a una gran animación. Casi toda la tripulación asomada a babor, agitando la mano o aplaudiendo y gritando al unísono: Pe-pé, Pe-pé!!,  como si animasen a su futbolista favorito. Por su parte, «Pe-pé»  gritándome a mí desde la canoa: ¡Trae dinero, trae dinero!… El patrón de la pinaza fue abarloándose al barco, estirando a su vez el brazo para coger el billete de veinte euros que le pasé (¡un dineral, para ellos, le salió bien la jugada!) porque hasta que no lo cogió no dejó que cogiese de la mano a Pepe. Tiré de él y subió al barco.

 

Mali. rio Niger Pepe

Pe-pé pidiendo dinero y el patrón a su lado, dispuesto a cogerlo antes de soltarle

En aquel momento me dieron ganas de estrangularle y devolverle al río a ver si se lo comían los cocodrilos pero, por no darle explicaciones a «su Lupe», bien que me contuve. Si Pepe ya era conocido en el «bateau», ahora era superpopular. Recién subido al barco mantuvo su sempiterna sonrisa aunque noté que se había quedado algo  pálido, y no era malaria precisamente. Todos quisieron saludarle -y de paso a mí, «el amigo de Pe-pé»-, dando la mano a todo el pasaje, del capitán al último mono. De la emoción, hasta nos invitó en el bar a una cerveza a mí, al cocinero y a un par de íntimos, entre los que ya se contaba Ibrahim. Cuando, de vez en cuando «Pe-pé» se iba a dar una vuelta y le perdía de vista me bromeaban algunos compañeros del pasaje: Oú est Pepé? (¿Dónde está Pepe?), a lo que yo les contestaba -en francés- Como vea que se baja del barco le tiro una piedra, lo que celebraban con grandes risotadas (¿os he dicho que los malienses son muy risueños?)

De entre toda la gente con la que charlamos en los tres días de travesía en el barco, y tres días dan para mucha vida social en un espacio tan reducido, conocimos a un chaval muy majo que nos invitó amablemente a su casa en Tombuctú: Ibrahim Oyahit. Ibrahim era de la etnia bela, lo que en sí no es ninguna etnia concreta, como sí lo son los dogones, bambara, shongay, fulani, etc. Los bela agrupaban a los antiguos esclavos negros de los tuareg. Y al igual que, como por ejemplo en Mauritania los haratin o, eufemísticamente, «moros negros», los antiguos esclavos de los árabes y bereberes, mantienen relación de clientelismo con sus antiguos amos, en los territorios tuareg, los bela siguen manteniendo vínculos de dependencia con éstos.

En Tonka, aldea inolvidable ya para siempre, subieron al barco dos norteamericanas jovencitas. Una de ellas, Sara, además de su inglés nativo, hablaba un buen francés y algo de español, ya que según nos contó vivía en San Francisco y allí hay mucho mejicano. Nos contaron también que viajaban por el río en pinaza pero que el patrón las había dejado tiradas en Tonka, sin más explicaciones (algo tiene Tonka que pierde a sus tubabus). Eran bastante aventureras: habían estado en Níger (el estado, no el río) cuatro meses y ahora se disponían a viajar por Mali durante un mes más. Como todos los camarotes estaban repletos iban a dormir, a base de cabezadas, en el bar-restaurante, donde la música siempre estaba bien alta. Aún hicimos otra parada, antes de la última noche en el río, donde se bajaron tres personas de nuestro camarote. La ocasión y el lugar lo aprovecharon tres franceses que acababan de subir, uno de ellos una chica que trabajaba de médico en París y que atendió a uno de los niñitos con malaria. La verdad es que me dejó sorprendido de lo eficientemente que atendió al niño, ante la mirada agradecida de la madre.

Por fin, Tombuctú

ahmed baba

Frente a la puerta del memorial de Ahmed Baba, maestro en la medersa de la ciudad y deportado por los moriscos recién llegados para conquistar Tombuctú, a las órdenes del sultán de Marrakesh

Ibrahim se dedicaba en Tombuctú un poco al sector turístico y como tal, con una mezcla de hospitalidad y para hacer algo de negocio, nos «adoptó», pero no era una persona interesada, fue muy amable y paciente con nosotros  (sobre todo con Pepe), y nos resolvió muchas cuestiones. Desembarcamos en el puerto fluvial de Kabara ya por la tarde, a diez y nueve kilómetros de Tombuctú. Hay otra entrada en este blog titulada Tombuctú o, mejor, Timbuktú, donde si os apetece podéis encontrar algo más de información, más tipo «vivencias sensoriales» así que, para no repetirme y no cansar, me limitaré en ésta a otras experiencias, sobre todo las relacionadas con las personas.

La casa de Ibrahim era una casa, como todas, muy modesta. Tras pasar una puerta desde la calle, se abría un patio común a donde daban a parar las diferentes viviendas. Además de la de Ibrahim, dos o tres mujeres con algunos hijos, algunos ya adolescentes y, con cierto ascendente sobre todos, la de un hombre de unos cuarenta años que vivía con una mujer joven con la que tenía un bebé. Nos instalamos en la casa de Ibrahim, dormiríamos como todos sobre un par de esterillas en el suelo, cenamos arroz cocido con algo de pescado y descansamos. A la mañana siguiente y estando sobre las esterillas se presentó el hombre: Abdulaye Macko, las mujeres no osaban molestar, y charlamos un poco. Era el presidente y fundador de una especie de partido político. Socialiste?, preguntó Pepe. Non, capitaliste. Hacía sus negocietes y tenía, nos dijo, unos terrenos de cultivo en las afueras. Por el aspecto, le iba bien. Según él, sería el próximo alcalde de Tombuctú.

En el patio pude darme el gusto de otra douche africaine. Fue la cuarta que me dí en todo el viaje: dos en el Byblos y otra en el país dogón, y la última hasta que abandoné el país. No en vano el viejo zorro de Pepe buscaba un compi de viaje «sin especiales exigencias en cuanto a mi higiene»…y como pude comprobar en mis carnes, no le faltaba razón. Falta me hacía un poquito de higiene tras el episodio gastrointestinal del barco. Ya estaba casi bien, ayudado por el Fortasec de mi botiquín, pero aún me recuerdo vigilando con discreción las tonalidades de mis calzoncillos, igual que las mujeres cuando sospechan que les va a venir la regla. El excusado estaba en un rincón del patio junto a la tapia exterior, sin techo y aislado por un muro de adobe de metro ochenta de alto. En el suelo un desagüe que vertía directamente a la calle…ésto es África. Pero me di el enorme gustazo de enjabonarme todo el cuerpo y aclararme, a pleno sol, con la ayuda de un par de cubos de agua.

Por la puerta de la calle entraba y salía gente constantemente, muchos venían a ver a los tubabus de Ibrahim, todos muy amables como parecía ser la norma en Tombuctú. Ibrahim nos llevó a dar una vuelta por la ciudad. Nos condujo en primer lugar a la comisaría de policía donde era obligatorio registrarse como extranjeros, un pequeño trámite por una escasa cantidad de cefas a cambio de un sello en el pasaporte. Nos llevó también a visitar el famoso pozo a cuyo alrededor se formó la ciudad y le dio nombre: el Tim (del bereber «lugar») de Buktú (la «ombligona», por la esclava negra tripona encargada de su limpieza). Los franceses la llamaron Tombuctú al leer y pronunciar el «Tim» en francés como «Tam» o «Tom»…y así se quedó, aunque los anglosajones sí la conocen, al igual que los naturales como «Timbuktú».

Mali, Tombuctú, mezquita Sidi Yahia S.XV

La antigua puerta de la mezquita de Sidi Yahiya, destruída por los yihadistas en el 2.013

Vimos las tres grandes mezquitas: la de Sankoré (que ellos pronuncian Sánkore), donde hubo un importante centro de estudios islámicos, de los varios que hubo, a cuyo reclamo y prestigio acudían jóvenes de todo el mundo musulmán. La de Sidi Yahiya,  cuya puerta del Siglo XV destruyeron los yihadistas hace poco en sus avances por ser un símbolo de idolatría (decía la tradición que sólo se abriría en el fin de los tiempos), eliminable por tanto, así como destrozaron algunos morabitos, tumbas de santos donde acudían los fieles (Tombuctú es conocida como «la ciudad de los 333 santos») ya que, según los integristas, sólo se puede rezar a Alá. Y la Yingueraber, «la del viernes», día santo del Islam, la más grande, concurrida y visitable por los infieles (como nosotros) y en cuyas puertas conocí a Manolo «el de Tombuctú». Ahora os lo cuento.

Pero antes un apunte «cultureta» de los que a mí me gustan. Muchas mezquitas de Mali se encuadran en lo que se ha dado en llamar «estilo sudanés». Lo de sudanés no viene porque provengan del país llamado Sudán sino porque bajo la colonización francesa, en un principio se generalizó como «Sudan» toda la región al sur del Sahara. Y «Sudán» venía a su vez de la denominación árabe: Bilat al Sudan: el país de los negros. El «estilo sudanés» se extiende por Mauritania, Burkina, Níger y Mali, donde nació. Y fue aquí, precisamente con la construcción de la mezquita de Yingueraber por un arquitecto granadino, por una de esas vueltas que da la vida. En 1324 el emperador Mansa Musa del reino Meli, el hombre más rico de la historia (se ha calculado su fortuna en 400.000 millones de dólares) como buen musulmán peregrinó a La Meca tan cargado de oro y tan generosamente repartido que,  durante diez años, bajó su cotización en El Cairo. La vida de Mansa Musa merece una entrada aparte.

Manuscritos. Abraham Cresques

Existe un famoso mapa de 1375 que podéis ver aquí arriba conocido como el Mapa Catalán, el de Abraham Cresques, judío de la Escuela de Cartografía Mallorquina, donde en su borde inferior aparece representado un rey con una gran pepita de oro en su mano. Se trata de Mansa Musa. En su peregrinación a La Meca conoció y se trajo a su imperio a un arquitecto y poeta, nacido en la Granada nazarí: Ishaq Es-Sáheli, para reformar y embellecer sus dominios. Construyó palacios y mezquitas, de las cuales la primera fue, precisamente, la de  Yingueraber: «la del viernes», día festivo para los musulmanes. Son esas mezquitas de gruesos muros de adobe, con techos formados con troncos de palmera y cañas y, lo que les da su aspecto más característico, con torres cónicas de las que sobresalen como si fuera un acerico gruesas ramas o troncos de tamarindo, de palmera o de acacia, según la disponibilidad.

Yingueraber

 

                                            Sobre la azotea de la mezquita de Yingueraber

Pero esos troncos no tienen un objetivo meramente estético. Son usadas como apoyos, tras cada estación de las lluvias, para que los encargados de restaurarlas trepen y revoquen la cubierta de adobe. En algunas de las más principales y más grandes como la de Yéne, hay familias yemenís con el monopolio de la restauración, que se pasan de padres a hijos. Lo más curioso es que el arquitecto Antonio Gaudí se inspiró en la arquitectura sudanesa para diseñar las torres de la Sagrada Familia de Barcelona. Hay pruebas: Gaudí jamás viajó a Mali, pero sí a Tanger, donde pudo ver imágenes de las mezquitas sudanesas y donde, hace algunos años, se encontraron numerosos bocetos en los que se ve la transición de la estética sudanesa a la gaudiana. De un granadino a un catalán.

Manolo: españoles por el mundo, y por Tombuctú

En mi móvil está registrado como «Manolo de Tombuctú», porque Manolos conozco muchos pero de Tombuctú sólo uno y, como la vida es así, lo normal es que conozcas a la gente en un bar, en la facultad, en Atocha o en Cuatro Caminos, pero conocer a alguien en Tombuctú, ya marca una diferencia. A las puertas de la mezquita de Yingueraber Ibrahim nos señaló un tubabu diciendo: ése es español… En Tombuctú había pocos blancos y los tenían fichadísimos. Si a nosotros nos tenían controlados, al resto de los tubabus también.

¡Coño -dijimos nosotros, haciendo patria- un español!…y, por supuesto, nos acercamos a saludarlo, intercambiamos unas palabras y nos despedimos. Volveríamos a encontrarnos días después en nuestra huida dramática de Tombuctú, lo que nos dio ocasión para conocernos muy bien y sellar una amistad que continúa hasta hoy. Manolo venía desde Nuatchok, en Mauritania, y estaba filmando un reportaje sobre la Fundación Kati, la colección de manuscritos atesorada durante siglos por los miembros de la familia Kati, o Kuti, descendientes directos del último rey godo legal, Witiza (Don Rodrigo fue un usurpador) y que, por los azares de la vida acabaron en este remoto rincón de África. La historia y avatares de los Kati, de su patriarca actual Ismael y de su biblioteca bien ha merecido otra entrada que podéis leer si os apetece: El largo peregrinar de los manuscritos árabes. De la Biblioteca de El Escorial a la Fundación Kati de Tombuctú. 2ª parte.

Visitando a la familia

Ibrahim, ya lo he comentado, era un bela y como tal mantenía buenas relaciones con los tuareg. De hecho, entre las primeras visitas que nos hicieron, vinieron algunos tuareg a vernos. Mitad por curiosidad, mitad a ver si nos vendían algo. Si la gente es pobre, los tuareg lo son aún más, aunque mantienen ese orgullo de raza, como el de los hidalgos castellanos que menciona el Buscón, de Quevedo, que se echaban unas migas de pan por encima de la ropa para que creyesen los demás que habían comido. Ya no comercian como antaño, ahora viven de sus rebaños de cabras y poco más. Y lo poco que sacan de su artesanía.

Un día nos dijo Ibrahim que si queríamos acompañarles a visitar a unos parientes, en algún campamento por las afueras de Tombuctú. Naturalmente, dijimos nosotros, encantados por la oportunidad. ¿Y cómo fuimos?: pues en camello, como se estila allí. Nos prepararon un par de camellos para nosotros y les seguimos. El jefe targui (repito: targui:  singular, tuareg: plural) se llamaba Tamalá. Salimos por la tarde para un recorrido que pudo ser de una hora, aunque con el paso tranquilo y el balanceo de los animales lo convirtió en un recorrido muy agradable. Sobrepasamos las últimas casas de Tombuctú entre suaves dunas y alguna acacia, cada vez más escasa. Ya no hacía calor. Colocamos los pies descalzos y cruzados sobre el largo cuello como nos explicaron y aunque teníamos el ramal en la mano no era necesario dirigirles, iban siguiéndose unos a otros, como buenos chicos. Por el suelo vimos a menudo una especie de pequeños melones. Nadie los tocaba, lo que me extrañó. Me explicaron luego que son venenosos, ni los burros se los comen, pero las mujeres tuareg, las targuías, sacan las pipas, las tuestan y las muelen, obteniendo una harina comestible.

charla valencia 29-1-07 070

Esta foto me gusta mucho. Aquí aparecemos: yo, en primer lugar; Tamalá al fondo y adelantado nuestro amigo Ibrahim. Envié esta foto como christma en navidades con una leyenda donde explicaba: «ni somos los Reyes Magos ni estamos en Belén».

Cuando llegamos a las tiendas ya nos esperaban. En aquellos años en Tombuctú no había apenas teléfonos y en los campamentos menos aún, aunque ahora se han popularizado los móviles tanto como en Europa, pero no los necesitaban para estar al tanto de nuestra llegada. Hombres y mujeres, ellos con el turbante bajado dejando ver la cara. Ante los desconocidos o las gentes «de respeto» se cubren, pero nosotros éramos «de confianza» y estábamos en familia, y ellas sin pañuelo que les tapase el pelo, si acaso alguna de las más mayores, porque los tuareg son matriarcales y las mujeres (las targuías) gozan de un enorme respeto social y bastante desenvoltura.

Nos acomodamos sobre una estera, afuera de las tiendas, directamente sobre la arena, y disfrutamos todos de la ceremonia del te, pausadamente como se acostumbra en el desierto, no había ninguna prisa. Aún sacaron algo de artesanía: joyas de plata sobre todo (a los tuareg no les gusta el oro aunque en tiempos guiaban a las caravanas de comerciantes -o les cobraban «peaje» para no asaltarles-), algún cuchillo, collares y colgantes con cuentas de piedra… A mí me hubiera apetecido especialmente hacerme con alguna de sus espadas, las famosas takubas (proverbio tuareg: «que tus esclavos defiendan los rebaños, que tu takuba defienda tu honor») pero no tenían ninguna y seguro sería cara, aunque siempre se puede negociar. Muchas takubas, las más antiguas, se forjaban en Toledo o en Solingen y las hojas llegaban hasta el lejano sur con las caravanas.

Compramos algunas cosillas, algunos colgantes, aunque al regresar también les dimos una propina previamente concertada con Ibrahim, siempre hay que corresponder a la generosidad. La recuerdo como una tarde bonita: por la luz del atardecer, por la sencillez del paisaje, por el balanceo de los camellos y sobre todo muy cordial, por lo relajado que me sentía entre aquella gente, educados y sonrientes pero sin excesos, bien acogido. Disfrutando de su hospitalidad y de esa calma proverbial que siempre he disfrutado en el desierto. Al regresar Pepe prefirió volver caminando. Un tanto paticorto, se rozó la entrepierna con la silla de madera, no le daban las piernas para entrecruzarlas sobre el cuello de los camellos.

En los días que estuvimos en Tombuctú solía salir a pasear mientras Pepe descansaba. Lo cierto es que me sentía muy a gusto en esta ciudad tranquila, de gente amable, de niños nada pesados que se reían al verme por mi «palidez». Tombuctú, salvo momentos cíclicos de integrismo bajo los peul o los tuareg, siempre fue una ciudad abierta y tolerante con los forasteros, y relajada de costumbres. Cuando cogimos el bus en Bamako uno de los pasajeros cargó varios paquetes con cervezas. Nos le volvimos a encontrar en Tombuctú, a donde iban destinadas. Era agradable tomarse una cervecita por la tarde en alguna terraza de los «bares» donde se podían encontrar. Y donde solíamos coincidir con nuestro vecino de patio, el «capitalista», que nos contaba con su cervecita en la mano, muy ufano, sus proezas sexuales, las queridas que tenía por la ciudad y sus planes de desarrollo para Tombuctú. Estoy seguro de que tenía derecho de pernada sobre todas las mujeres del patio. Los médicos cubanos le tenían fichadísimo por lo caradura que parecía ser.

Había en el patio de vecindad tres chavales adolescentes, muy buenos chicos, que enseguida se mostraron dispuestos a «pegar la hebra» con nosotros. Sus nombres: Mohamadu, Buba y Alasán. Cuando le expliqué a este último que «alazán» era la denominación para los caballos de capa rojiza les hizo muchísima gracia. Nos acompañaron alguna tarde a pasear y nos iban explicando, atropellándose entre ellos, muchas cosas de Tombuctú, encantados de que les viesen con los tubabus, sin duda les hacía sentirse «importantes».

Uno de ellos llevaba un libro y lo fue a dejar en casa antes de pasear. Cuando le pregunté qué era me dijo, muy serio: una biblia… Le pregunté: ¿eres cristiano?, a lo que los otros dos, entre risas, dijeron que era animista (gran pecado, entre los musulmanes). Me respondió más serio todavía: no, soy un buen musulmán, pero quiero saber y conocer otras culturas… Me pareció un gran gesto, por su parte. Me gustó tanto el detalle que a mi vuelta y una vez  en España le envié un paquete con varios libros, con muchas fotos. El chaval se lo merecía e imagino que le hizo muchísima ilusión recibir desde Al Ándalus, territorio tan mítico para ellos como para los europeos Tombuctú, un regalo de su amigo tubabu, ¡anda que no habrá presumido entre sus colegas!…

La alegría de Tombuctú

Tuvimos también la ocasión de conocer a los que nosotros pusimos de nombre «la alegría de Tombuctú». No penséis mal. Se trataba del grupo de ocho médicos cubanos destinados en un dispensario con instalaciones. Un pequeño grupo de hombres y mujeres entre los que se repartían las funciones de cirugía, ginecología, medicina general y otras especialidades. De un total de algo más de mil en toda África, nos contaron, subvencionados por el gobierno de Sudáfrica. Prestando una asistencia gratuita, para unas gentes que viven rozando la miseria. Donde la medicina privada es muy escasa e inalcanzable para la mayoría de la población, la presencia de los cubanos era una auténtica bendición para aquellas pobres gentes.

Descubrimos a un par de ellos en la terraza de un bar la primera tarde, aunque luego iríamos conociendo al resto. Casi todos eran «morenos», en el sentido cubano de la palabra (o sea: negros o casi), nada confundibles con tubabus por tanto, pero al oírnos hablar en español se acercaron la mar de contentos…eufóricos, extrovertidos, alegres, vitales…muy «caribeños». Llevaban allí un año, o dos, y la verdad es que, aunque tenían su lógica morriña de la isla, nada que ver con el desierto, se les veía contentos. Iban destinados para una temporada, pero el trabajo que hacían, dentro de las lógicas limitaciones, les reportaba mucha satisfacción. Y siempre era un placer encontrártelos, saludándonos a voces, siempre con una sonrisa pintada en la cara…la «alegría de Tombuctú»…

 

Mali. Tombuctu cubanos

Pepe (en medio) y yo con tres miembros de «La alegría de Tombuctú»

La casa de Ibrahim estaba en una barriada de casas muy parecidas, todas de adobe, a la que llegabas por unas callejuelas por supuesto sin rótulos y sin numeración. ¿Para qué, si pocos sabían leer y ya sabían orientarse?… Nos costó trabajo aprender a orientarnos de día. De noche y sin farolas, era imposible. Todas las noches escuchaba hasta el amanecer la música y los cantos de los nómadas acampados en sus tiendas por las afueras o en los descampados de la ciudad. Me hubiese encantado acercarme a escucharles más de cerca pero no me atreví a hacerlo, ante el miedo a extraviarme, y bien que me arrepiento. El miedo te recorta la vida…

Si Tombuctú era caótica, para aumentar más el caos, en los descampados entre las casas, a menudo deshecha su estructura de adobe por las esporádicas lluvias, instalaban provisionalmente sus tiendas los nómadas de paso por la ciudad, como si estuviesen en medio del desierto. Estaban unos días para resolver sus inexplicables asuntos, y tal como los veías un día, a la mañana siguiente habían levantado el campamento y se habían marchado.

Mali, Tombuctu paisaje urbano 1

Mali, Tombuctu paisaje urbano 2

                          Tiendas de los nómadas, parte del paisaje urbano de Tombuctú

Cuando hace pocos años llegaron los yihadistas la cosa empeoró bastante: obligaron a las mujeres a ir cubiertas cuando, hasta entonces, iban con su pelo al descubierto y se dirigían a ti sin el menor rubor. Prohibieron fumar por la calle (castigado con azotes) y, por supuesto, beber cerveza. Demolieron un par de bares, aparte de la paliza a los dueños. Además de lo ya contado: arrasaron morabitos y la puerta de la mezquita de Sidi Yahiya. Los tuareg practican un islam bastante relajado pero en Mali y el país de Níger siempre han estado bastante puteados.

Para unas gentes tradicionalmente esclavistas como los tuareg,

ser gobernados por negros, desde sus capitales de Bamako y Niamey, era cuanto menos incómodo. Pero para los negros gobernantes, los nómadas tuareg eran también unos súbditos díscolos. En Argelia y Libia la situación es diferente. Es un gobierno de «blancos» (árabes pero blancos) y están muy bien considerados. En Mali desde su independencia ha habido cuatro revueltas tuareg, la penúltima una insurrección armada que dio lugar a una pequeña guerra civil, reprimida con dureza y que se saldó con un armisticio.

Esta última y más reciente pretendía la independencia del territorio del Azawad, la parte desértica al norte de Tombuctú. Grupos tuareg más fuertemente islamizados formaron el grupo Ansar Al-Din (los  «hermanos de la fe»). El problema para el mundo occidental es que ya no se trataba de unos pobres tuareg dispersos y mal armados. El problema creció hasta hacerse muy preocupante cuando les comenzaron a apoyar desde AlQaeda a través de su sección del Magreb Islámico. Y a esta yihad ( en árabe: el esfuerzo) se sumaron combatientes muy bien armados, fuertemente concienciados y con experiencia militar desde el conflicto de Libia y más allá (Chechenia, Irak, Afganistán…)

Con estos furibundos yihadistas la situación se complicó mucho en la, hasta entonces, tranquila Tombuctú. Incluso quemaron los valiosos manuscritos de alguna de las antiguas bibliotecas allí conservadas… Los libros suelen molestar a los tiranos y en tiempos de dictaduras, de cualquier signo, pueden acabar en la pira. Por desgracia la historia está llena de ejemplos: desde la más famosa de Alejandría a la criba hecha por los nazis, desde el Índice de libros condenados por la Inquisición, a la biblioteca del califa cordobés Al Hakam por parte de Almanzor, de la biblioteca de El Cairo a la de Damasco…el argumento para destruirlos era impecable y siempre el mismo: si ya confirman lo dicho por Alá, son inútiles; si le contradicen, son impíos…

Un homenaje español en forma de tortilla

Ibrahim nos había preparado un día y como homenaje a sus invitados una comida típica «tombuctueña». Un tukassu: bollo de harina y carne, con trozos de cordero y salsa, y vita: una pasta hervida a base de mijo y arroz, que nos recordaba a nuestro arroz con leche y yogur, muy rico. Así que, y como se acercaba el día de nuestra partida decidimos, como agradecimiento, preparar un par de tortillas «a la española» para nuestros vecinos. Primer problema: en el desierto no hay patatas, así que compramos unas duras mandiocas a las que hubo que cocer primero antes de poder freirlas. Segundo problema: en el desierto no hay aceite de oliva, así que compramos unas bolsas (no hay tampoco botellas) con aceite de cacahuete. Tercer problema: las gallinas que corretean por los patios son muy pequeñitas, igual que sus huevos. Nos hicieron falta un par de docenas.

Con semejantes ingredientes e inasequibles al desaliento, pedimos prestadas un par de sartenes. De ésas sí que había, afortunadamente. Tuvimos que pelearnos con las mujeres que se empeñaban en hacerse con los perolos, para ellas era sencillamente inaudito que los hombres se empeñasen en cocinar cualquier cosa, por sencilla que fuera. Me imagino cómo hubiesen alucinado viendo las cofradías y sociedades gastronómicas vascas donde sólo cocinan los hombres, seguramente hubiesen pensado: estos tubabus están locos… Afortunadamente hay fotos que lo demuestran: Pepe y yo friendo la mandioca, ellas muertas de la risa…

comida

 

Preparamos dos tortillas «de patata a la tombuctueña» (nada que ver con la tortilla de Betanzos, por ejemplo) y, la verdad, es que no nos salieron pero que nada mal. Cuando apareció por allí el «boss» al que estábamos esperando como personaje principal, se la dimos a probar. Entre Pepe, él y yo, nos comimos media. Está muy buena -dijo-, guardadme esa otra mitad. Y se fue. Y en ese momento, y sólo en ese momento en que desapareció del patio, las mujeres y los niños que estaban mirando alejados y en silencio la merendola, se atrevieron a lanzarse como hienas sobre la otra tortilla de la que, como es de imaginar, no dejaron ni los restos. Para que luego me digan que en España hay machismo.

Irse de Tombuctú no es fácil. Nos vamos…al segundo intento

Teníamos el billete de vuelta a Madrid desde Bamako vía Casablanca para dentro de un par de días. El viaje por tierra suponía un periplo por incómodas pistas de desierto y estepa que se podía alargar otro tanto. La forma más rápida era coger un vuelo interno en un bimotor de catorce plazas que hacía el trayecto Bamako-Mopti-Tombuctú-Gao, ida y vuelta, dos veces por semana. Las líneas aéreas maliense disponía de dos aviones, de los cuales siempre había uno averiado, ya dije que Mali es un país muy pobre. Habíamos reservado el billete nada más llegar a la ciudad. Volver por tierra suponía un viaje de dos días: hasta Mopti, más de 500 km por pistas muy incómodas, y de Moptí hasta Bamako unos 750 km más, un total de 1.250 km y en condiciones duras.

El día de la partida nos acompañó Ibrahim al aeropuerto a las seis de la mañana. Decir aeropuerto quizá sea una osadía. Una casamata en medio del desierto y a su lado, la pista de aterrizaje: una pista de arena casi indistinguible de las dunas que la rodeaban. Nos encontramos allí de nuevo con «Manolo el de Tombuctú» que volvía a Bamako a recoger unos compañeros; otro español, Jaime Alejandre, viajero solitario inveterado que estaba escribiendo otro libro de viajes por el mundo y acababa de llegar a pie desde Bamako, caminando por lo que se conoce como la curva del Niger (ellos dicen «la joroba del camello»); dos o tres franceses y un par de yanquis, uno de ellos una señora mayor en silla de ruedas.

 

Mali. rio Niger, con Manolo y Jaime

                      Manolo, un servidor y Jaime. Españoles por el mundo.

A todo ésto aparecieron por el «aeropuerto» un grupo de catorce marines norteamericanos de las fuerzas especiales, de los Seal Navy, que acompañaban o escoltaban a su cónsul en Mali. Faltaba poco para que estallase la llamada Segunda Guerra del Golfo y, aunque Mali no iba a verse implicada, el cónsul estaba reconociendo la zona. Se plantaron allí y, con una sonrisilla en la cara que sonaba a guasa, nos dijeron que el avión era para ellos…¡Pero…pero…tenemos los billetes…nos esperan en Bamako…tenemos que coger un vuelo…!. El cónsul ni hablaba. Los marines tampoco. El jefe de ellos -ciertamente eran parcos en palabras- sólo dijo (en inglés): el avión es nuestro.

Los franceses medio protestaron un poco, sin levantar la voz, también es verdad, no tenían pinta los marines de gustarle los gritos. Los españoles, más sufridos y acostumbrados por la historia a la resignación, apenas dijimos nada entre nosotros. Los yanquis, por aquello de ser compatriotas de los marines, aún se atrevieron a protestar un poco más. Yo miraba en silencio a los marines. Decir «cachas» es quedarme muy corto. De los que no cabían por la puerta, caso de haberlas en el desierto. Pero tenían pinta de arrancarte la cabeza de un guantazo, y sin hacer mucho esfuerzo además, caso de llegar la ocasión de tocarles las narices, ocasión que no pensábamos darles, por si acaso.

Vimos llegar el avión. Vimos aterrizar el avión. Vimos despegar el avión, todos (españoles, franceses y yanquis) con la expresión del tonto en la cara. Sólo se llevaron, movidos por su infinita compasión, por hacer la buena obra diaria del boy-scout  o por su proverbial respeto a los ancianos, a la señora yanqui mayor en su silla de ruedas. Una vez que nos desahogamos cagándonos a voces en las madres de los marines, éso sí: cuando ya no nos podían oír, tampoco somos suicidas, empezamos a pensar qué hacer. El próximo avión llegaría en tres días. Nos volvimos a Tombuctú a reclamar en las oficinas de la compañía que, sin discutir y visto lo visto, nos devolvieron el dinero.

Nos reorganizamos, que es lo que hay que hacer en África. Porque muy a menudo por las circunstancias del país, aunque en este caso fuese por marines yanquis, te encuentras con obstáculos e impedimentos que te tuercen los planes pero, como ésto no es Europa y aquí nunca funcionan las cosas de forma cuadriculada, sencillamente te reubicas, lo mismo que el GPS cuando abandonas la ruta prevista. Nos pusimos de acuerdo entre varios: Pepe y yo, Manolo-el-de-Tombuctú, Jaime Alejandre y un francés de los que se quedaron colgados y necesitaba, como todos, volver a Bamako. Ibrahim, que se había quedado con nosotros, nos buscó a un tal Issa, propietario de un Toyota y con amplia experiencia -lógica- en el desierto, y salimos aquella misma mañana.

A Bamako por tierra

Hace años Tombuctú fue etapa frecuente en el rally Paris-Dakar aunque los avatares hicieron modificar la ruta a los organizadores, cambiando el recorrido y desde hace pocos años, hasta de continente. Pero en Tombuctú muchas personas han colaborado, de una forma o de otra con el París-Dakar, y además cuentan a su favor que han «echado los dientes» en el desierto y están más que habituados a las dificultades que supone conducir por las siempre traidoras arenas.

En el Toyota íbamos de pasajeros, ya lo mencioné, los cuatro españoles y un francés. Y además del conductor, Issa, que nos demostraría su experiencia en numerosas ocasiones en cuanto al manejo del coche sobre la arena, un adolescente -posiblemente su hijo- que viajaba echado sobre nuestros bultos, en la parte de atrás. El francés, me contó, llevaba unos veinte años trabajando en la empresa Air Liquide dedicada a la explotación de gas natural, y había vivido en varios países del Sahel, desde Sudán hasta Senegal. Llevaba en Mali cuatro años.

Volvía ahora de acompañar a una caravana de camellos, más de tres semanas de viaje. Al final no me enteré si se trataba de la última caravana que hacen los tuareg, la del Azalai, hacia las minas de sal de Taudeni, dirección norte desde Tombuctú, catorce días en camello, los últimos siete sin un pozo de agua. Me contaba que el desplazamiento se hacía cuatro horas a pie y cuatro horas en camello. Cuando tocaba caminar iban en silencio, para no deshidratarse, imitando la zancada lenta de los camellos, a temperaturas que oscilaban entre los 40 y 45º centígrados. Supongo que sí, que volvía de las minas de sal, porque una vez llegados a Bamako se olvidó dos placas de sal, que el conductor me regaló y que guardo en mi casa, entre otros recuerdos del viaje.

Cruzamos el río Níger desde el puerto de Kabara, a bordo de una plataforma junto con otro coche y varios indígenas. A lo lejos resoplaban los hipopótamos. En esa zona el río era muy ancho, e hicimos tres o cuatro paradas intermedias en islitas llenas de vegetación. Una vez al otro lado comenzó una travesía de muchas horas por el más puro desierto. Encontramos coches abandonados, semienterrados en la arena, y ayudamos a sacar a otro que se había quedado semihundido hasta las ruedas. Pero nuestro conductor esquivaba la arena blanda y en ningún momento tuvimos que empujar. Nos demostró su pericia en un momento en que subiendo una gran duna, hubo un momento en que pareció que iba a atascarse. ¿Nos bajamos?, le dijimos. Pero negaba con la cabeza, se dejaba caer hacia atrás y remontaba por otro lado. ¡Chapó por el chofer!.

Poco a poco fuimos dejando la arena y entramos en zonas de densos matorrales espinosos. De vez en cuando parábamos a cambiar de posiciones en el coche o a hacer un pis. En una de esas paradas y rodeados de matorral de dos metros hacíamos chistes: ¡Ten cuidado, no sea que salga un león y te la coma!… El caso es que una vez en España y siguiendo el recorrido en un mapa vi que sí: que en aquellas zonas…¡había leones!. El ambiente en el Toyota durante el trayecto era magnífico. Muchas horas juntos y aliviados por escapar de Tombuctú, nos dedicamos a contar chistes en una escalada de carcajadas que debieron despistar al conductor y hacer pensar al francés que estos españoles debían estar un poco locos. Pero los chistes relajan el ambiente  y hermanan los espíritus, y desde entonces Manolo-el-de-Tombuctú y yo nos hicimos íntimos. Aunque él vive en Málaga y yo en San Lorenzo de El Escorial, nos vemos cada vez que podemos, he dormido en su casa muchas noches y compartimos unas cuantas aficiones, entre otras la de la historia y, en concreto, la historia andalusí, de la que Manolo es un experto.

Ya atardeciendo salimos por fin a una pista de tierra a la altura de Duentza. Encontrar aquella humilde pista después de tantas horas por pistas de arena nos pareció grandioso, cual autovía de seis carriles con áreas de servicio, la llegada a la civilización, la resplandeciente entrada a Las Vegas… Seguimos pocas horas más hasta Moptí y sugerimos acercarnos a Sevaré y a nuestro bendito hotel Byblos para cenar algo, lugar que a todos les gustó y donde nos recibieron encantados. El conductor sólo se tomó un te, se echó a dormir en el suelo mientras nos reponíamos y partimos de nuevo, ya de noche cerrada.

Las carreteras nocturnas en Mali son peligrosas. Se atraviesan burros o gente, de repente, en plena oscuridad. Los faros de los coches no son de halógenos, precisamente, e iluminan mal. Y de vez en cuando te cruzabas de frente con un camión, por esas pistas estrechas donde no hay sitio para dos, y era un pulso donde ganaba el más fuerte: en el último momento el Toyota daba un brusco quiebro para evitar estamparse contra el camión que no había cedido ni un milímetro, mientras nosotros, con los ojos como platos, aguantábamos la respiración, viéndonos volar hacia la cuneta para ser devorados por las hienas.

Justo empezando a clarear, llegamos a Bamako. Una boina de contaminación cubría la ciudad, visible desde lejos. Y desde muy temprano, otra vez, el tremendo follón del tráfico y de la gente. Nos habíamos desacostumbrado a todo este tremendo jaleo, y hasta el conductor empezó a maldecir (no en vano era de Tombuctú), Bamako debía parecerle el infierno.

 

DSCN7449

                                        Las placas de sal que se dejó olvidadas el francés

El francés pidió al conductor que le dejase en el hotel Mandé, a la orilla del Níger y bastante lujoso por lo que pudimos ver. Nos despedimos y para mi suerte se dejó olvidadas las dos placas de sal. Nosotros fuimos al hotel Djenné, muy digno y no caro, que ya conocía Manolo. Allí le estaban esperando su socio y Carmen, su novia, preocupados por su tardanza. Tenía que haber llegado ayer, pero África es así. Llegados vía París con una cámara grande…y una estupenda sorpresa: unos sobrecitos con ¡jamón, chorizo, salchichón!…después de tantos días a base de una comida diaria de arroz, se nos saltaban las lágrimas de la emoción recordando a la patria… Se volvían a Tombuctú otra vez a continuar el reportaje, y aprovecharon a nuestro conductor y su Toyota, que había demostrado ser un chofer muy fiable. El hombre por lo menos aprovechó el viaje de vuelta y pudo resarcirse de su «visita» a la ciudad horrible.

Pepe y yo volábamos aquella misma noche. Teníamos un día entero que aprovechamos para dar un último paseo por Bamako, paseo en el que, como conté al principio, me llevé de recuerdo y gracias a las «gracias» de Pepe un buen puñetazo en las costillas. Una vez en el aeropuerto aproveché la espera para asearme un poco en los lavabos del aeropuerto. Sólo nos habíamos podido dar un par de «douches africaines» en el Byblos, otra en el País Dogón y la última en la casa de Ibrahim, en Tombuctú. De los dos pares de zapatillas que llevaba ya había tirado una, y de las dos camisetas que llevaba, estaba a punto de liquidar la más sucia, la más rota, lo que no fue fácil de decidir. No me daba cuenta, pero debía oler a cabra muerta.

En los baños cuando me miré al espejo casi me di un susto, hacía quizá dos semanas que no me veía la cara: quemado por el sol, la barba crecida y cierta capa de mugre, mezcla del sudor y el polvo. Me quité la camiseta y me froté con jabón cara, torso y axilas, para aclararme después con las manos. Justo en el momento del enjabonado se abrió la puerta y entró un policía, un bambara de dos metros de alto. Se quedó mirándome en silencio. Al cabo de un rato de estudiarme sólo dijo, irónicamente, supuse: Hace calor, ¿no?. Debió pensar: Estos tubabus están locos.

En el aeropuerto nos sorprendieron los controles, al menos tres, en los que registraron nuestro equipaje minuciosamente, no sé qué esperaban encontrar en las mochilas de los tubabus, aparte de alguna figurita dogona, quizá nos vieron cara de drogadictos. Una vez dentro del avión y antes de despegar, las azafatas, marroquíes como su compañía aérea, avanzaron una por cada pasillo rociando generosamente, muy generosamente, con ambientador. Llegué a sospechar si era por nuestra causa, pero no. El pasaje era mayoritariamente de negros, y no hay nadie más racista con los negros que los árabes, precisamente.

El vuelo transcurrió sin incidentes, la escala en Casablanca se nos hizo muuuuuy larga, estábamos aún atontados bajo el influjo africano y, sobre todo, estábamos deseando volver. Llegamos a Barajas por la tarde y, por fin, a nuestra confortable rutina, a nuestra blanda cama sin arena y a nuestra calentita ducha, esta vez europea…daba gusto dejar correr el agua sobre el cuerpo… Aún me llamó Pepe a la mañana siguiente para preguntar que qué tal estaba pero, sobre todo, para decirme: ¡He follao, he follao! (al parecer no le concedió tiempo a su Lupe ni para darle las buenas tardes). Yo, por mi parte, me fui a comer con mi numerosa familia, se celebraba algo pero no recuerdo qué. Habíamos quedado en un restaurante del barrio y habían encargado una tremenda paella. Somos muchos, y comemos muy bien.

Ante una paella, soy más temible que las hienas, que los leones del matorral espinoso, o que las vecinas y vecinitos de Tombuctú ante la segunda tortilla «al estilo tombuctueño». Me suelo comer un segundo, incluso un tercer plato, y bien cargadito además, es raro que perdone ni un grano de arroz en el fondo de la paella. En esta ocasión, me serví sólo medio plato. Mi madre y mis hermanos me miraron extrañados. –Pero…¿no te echas más?….-No me apetece, gracias… Debieron pensar si no estaría enfermo, si no había cogido algo «raro» por aquellas tierras tan poco saludables. Me quedé mirando el plato vacío que, ni siquiera, en contra de mi costumbre, había rebañado. No, no me apetecía más. No es que se me hubiese encogido el estómago, simplemente me había acostumbrado a la comida escasa. Aún tardaría unos días en ir recuperando mis viejos hábitos alimenticios. África es así.

 

.

Adoptando un gato adulto

 

gato de la Acrópòlis

Generalmente cuando nos planteamos adoptar un gato pensamos directamente en un “gatito”, esto es: un cachorro al que podamos educar pero…¿por qué no plantearnos adoptar un gato adulto?… Pensamos que un adulto podría crear problemas pero se suelen adaptar muy bien. La ventaja es que ya está «criado», más hecho en cuanto a desarrollo y madurez, y sin alguno de los problemas que, a veces, aquejan a un cachorrito.

Un gato hecho y derecho 

Ciertamente la introducción de un gato adulto necesita quizá un poquito de experiencia en cuanto al trato y manejo previo de otros gatos. Pero esto es cierto sólo en algunos casos, en otros adoptar un gato adulto ha sido la primera opción, generalmente exitosa. 

El origen del gato adulto tiene cierta importancia: bien porque sea adoptado de la calle, bien porque proceda de la casa de otra persona. En uno u otro caso habrá que controlar su estado de salud y si está vacunado y desparasitado. 

Hay muchos casos, en gatos domésticos de libre acceso al exterior, en que es el gato el que nos «adopta» a nosotros. De repente, un gato que deambulaba cerca de nuestra casa, sea porque le ponemos comida, porque nos vé “fiables” o porque le gusta nuestro jardín, decide instalarse allí como si lo hubiese hecho toda la vida. Pueden ser gatos, incluso, con domicilio fijo, pero que con ese desparpajo de los gatos, que no se supeditan a un amo, si alguien les cae bien, se mudan y ya está. Conozco, no uno, ni dos…muchos casos de gatos que se acoplaron cual okupas a una casa y que, al cabo de los meses o de los años se descubrió que era el gato de unos vecinos que vivían unas cuantas casas más para allá.

Gato en tejado de mi casa

¿Qué hay que tener en cuenta? 

En cualquier caso es aconsejable una visita al veterinario, y más en gatos procedentes de la calle. Conviene saber si ha estado vacunado, en qué fecha y de qué. Tal vez el dueño anterior nos diga que sí, que lo está…pero sólo mirando las fechas y sellos en una cartilla podremos saber con seguridad si las vacunas están en regla o si necesita algo más. 

El desparasitado es muy importante. Un análisis de heces con una pequeña muestra nos servirá para saber si el recién adoptado trae “visitantes” o no (lombrices, tenias…). Y en todo caso es conveniente la aplicación de pipetas insecticidas para prevenir la presencia de pulgas u otros parásitos externos. La aplicación es sencillísima y el efecto dura un mes. De hecho hay pipetas con efecto combinado, que cubren tanto parásitos internos como externos. La duración es de un mes.

La adaptación a un sitio nuevo 

Si en casa ya hay otros gatos, habrá que tener cuidado los primeros días, porque siempre es fácil que ambos –el recién llegado y el propietario- se asusten ante lo que consideran un extraño. El «residente», con ese instinto territorial de los gatos, puede sentirse invadido por este intruso reaccionando con miedo, que puede conducir a agresividad. Son más desconfiadas las hembras, más territoriales, y suelen ser más confiados los machos (sobre todo si están castrados), aunque hay excepciones en los dos campos.

Incluso si no hay otros gatos, para el recién llegado todo es nuevo, carente de olores familiares. En estos casos es muy aconsejable la aplicación de feromonas (las mal llamadas hormonas sociales), tanto en spray como en difusor, lo que va a crear un ambiente acogedor y tranquilizador, reduciendo –de 7 a uno ó dos días- el plazo de aclimatación al nuevo hogar. 

La estrategia con el nuevo gato es, como en muchas otras situaciones, paciencia y no forzar. No agobiarle con caricias que tal vez él no desea, ni con nuestra presencia. Hablarle suavemente y respetando distancias. Se le puede dejar junto a su bandeja de arena y su comedero/bebedero, y que luego haga lo que quiera. 

Normalmente se esconderá. Al fin y al cabo lo nuevo nos asusta a todos hasta que lo asimilamos. Pero poco a poco irá saliendo y explorando su nueva casa, frotándose con las esquinas para dejar su olor personal. Cuando ya la haya reconocido y se sienta seguro, se irá acercando a nosotros o se nos subirá a las rodillas, como si toda la vida hubiese estado allí.

 

Dersu mirando Monasterio

El gran problema de los gatos: el estrés. Nuestro aliado: las feromonas

 

simba y mandi- 002                                 

                              Ejemplo de gatos bien socializados y nada estresados

 Hace poco más de veinte años que se sintetizaron y comercializaron las feromonas faciales de los gatos. El uso que se puede hacer de ellas en la clínica felina, sobre todo para aliviar situaciones de estrés (la fuente de prácticamente el 100% de los problemas de conducta de los gatos), es todavía el gran desconocido por parte de los veterinarios que, por otra parte, ven como cada año se incrementa el porcentaje de gatos en su práctica diaria y, con ellos, el número de consultas por alteraciones del comportamiento. 

Las estadísticas realizadas en países como Estados Unidos nos muestran que el 46% (casi la mitad) de los propietarios de gatos piensan que éstos presentan comportamientos anormales. Y en base a estos trastornos de conducta (reales o imaginados) se produce un 15% o más de abandonos y eutanasias. 

Sólo en Estados Unidos se sacrifican aproximadamente cuatro millones de gatos al año (algo menos del censo total estimado de gatos en España) en las sociedades protectoras, saturadas por el abandono de animales, debido a esta razón. Y para acabar con los números: en nuestro país la Fundación Affinity (antes Fundación Purina) calculó un mínimo de 25.000 gatos abandonados al año. 

Desconocer el uso de las feromonas es desaprovechar la solución para muchos casos que nos plantean propietarios desesperados. No utilizarlas en esos casos es desperdiciar consultas, pacientes, y clientes. 

 Las claves del estrés. El miedo al cambio: 

 

aa 13

Gatito asustado ante la «amenaza» de la niña

  1. a) la territorialidad: 

El agriotipo del gato doméstico, el gato salvaje norteafricano o Felis lybica, es un animal cazador, solitario y territorial. Necesita conocer perfectamente el medio por donde se mueve para que la caza sea productiva, y necesita marcar constantemente ese territorio con dos finalidades: 

            1/ dejar señales destinadas a él mismo para tranquilizarle al detectar su propia presencia y el control del lugar (“yo ya conozco esto, estuve aquí ayer”), con las feromonas faciales.

            y 2/ avisar a posibles intrusos. Su principal interés respecto a los congéneres (excepto en la época del celo) es verse lo menos posible y evitar peligrosos enfrentamientos, en los que hasta el vencedor puede resultar herido. Y para esto utiliza el único lenguaje que no requiere cercanía: el olfativo, a base de señalizar sus zonas (de descanso, de caza, de paso) con diferentes secreciones por donde elimina sus feromonas informando a todo aquel que las huela sobre su edad, sexo, estado de salud y receptividad, así como el tiempo que hace que fueron depositadas (“soy un macho fuerte, joven y bien alimentado, pasé hace pocas horas, cuidado conmigo”). 

Para un animal tan apegado a su territorio como el gato, cualquier novedad, cualquier cambio por nimio que nos pueda parecer va a resultar amenazador, y le puede acarrear estrés. Para los gatos, la estabilidad en su entorno es fundamental. 

  1. b) el etograma del gato asilvestrado vs. el gato doméstico: 

Si comparamos la “agenda” diaria de un gato de vida libre con la de un gato casero, vamos a observar grandes variaciones en el tiempo destinado a las actividades más importantes: cazar, comer, jugar, asearse y dormir. 

En el capítulo de la caza los gatos salvajes destinan una media de 4 a 8 horas al día, pudiendo llegar a 12 horas, según sus necesidades y la disponibilidad de alimento. Todas esas horas van a quedar vacías en un cazador “condenado al paro”, como el gato casero, con un comedero siempre lleno. 

Pero la caza no es solamente matar y comer. Es un conjunto de horas destinadas a la actividad física del acecho y la captura, la “emoción” de la caza. El gato va a dedicar esas horas muertas en dormir más, pero va a volcar la energía sobrante en las llamadas “actividades orales” (liberación del estrés por el movimiento, algo así como la Enfermedad Obsesivo-Compulsiva o  las estereotipias que estudian los psiquiatras), fundamentalmente la bulimia y el acicalado obsesivo: dos síntomas que podremos asociar ya con un gato estresado. Y otra forma de desahogar sus energías es la de los “juegos de caza”: el acecho de tobillos y manos, con el lógico desagrado de los propietarios “cazados”. 

  1. c) el periodo de socialización y la influencia materna: 

El periodo de socialización (antes periodo sensible, o periodo crítico) abarca el espacio de tiempo en que el cachorro ha adquirido la suficiente fuerza física y agudeza de los sentidos como para comenzar a explorar su pequeño mundo, a  reconocer las cosas que le rodean, pero debe acabar antes de que, inexperto y con más autonomía, pueda empezar a “meterse en líos”. Su final coincide con la activación en el cerebro de los llamados centros del miedo, que van a frenar la aceptación de todo lo nuevo. 

La Dra. Eileen Karsh, de la Universidad Temple,de Filadelfia, logró determinar en 1983 con exactitud el periodo de socialización para los gatos, que abarca desde las dos semanas hasta las siete semanas de edad. 

Varía mucho según cada especie: en los animales precociales (aquellos capaces de valerse por sí mismos desde el nacimiento) es cuestión de horas, o incluso minutos: el fenómeno de la impregnación, que estudió Konrad Lorenz con las ocas recién salidas del cascarón. Por el contrario, en las especies altriciales (de desarrollo mucho más lento, como nosotros, por ejemplo) no hay tanta urgencia  en que el cachorro “aprenda” a qué especie pertenece. 

 

konrad lorenz

Konrad Lorenz con sus ocas troqueladas

Pero si, por ejemplo, en un animal social y con fuerte protección familiar como los cánidos, ese periodo puede extenderse desde las cuatro a las doce semanas de edad, en una especie como el gato, en que la madre debe ocuparse ella sola tanto de cazar como de la crianza de los gatitos, sí que corre más prisa para que los cachorros espabilen rápido, y el periodo debe ser más precoz. 

Es durante este periodo de socialización cuando los gatitos aceptarán como normales, como parte de su “territorio conocido” otras especies diferentes que, una vez superado el periodo de socialización, ya sólo inspirarán como mínimo desconfianza y miedo, cuando no agresividad. Un gato no-bien socializado, como un gato callejero, podrá aceptar nuestra comida, pero no nuestro trato ni nuestro contacto. Podremos tenerle en casa con nosotros pero será de por vida un animal nervioso y proclive a respuestas de estrés. 

 

sociabilizacion gato 1

Una pareja «imposible» en la naturaleza, pero adaptada gracias a la socialización

El marcador somático: repertorio de aprendizaje emocional adquirido. O, lo que es igual: la carga innecesaria de experiencias negativas, lo que conducirá a respuestas emocionales, con frecuencia excesivas. El miedo se retroalimenta, y crece. 

Un gatito bien socializado puede “malearse” a costa de malas experiencias o, muy importante, la influencia materna. Según sea la madre, se orienta el carácter del cachorro, “aprenden” el miedo. Pero un gatito que desde muy pequeño haya visto, oído, tocado y olido personas, ése será el indicado si queremos tener un gato confiado y no problemático en el futuro. 

  1. d) El gato estresado. Los circuitos neuronales del miedo y su perpetuación. 

El estrés produce en los gatos respuestas variables, y más según sea cualquiera de sus muchas causas. Lo mismo puede darle por no comer, que por la bulimia. Por no moverse que por recorrer nerviosamente la vivienda. Por depresión que por ansiedad. Puede producirle cistitis idiopática (confundible con F.U.S.: Síndrome Urológico Felino) o una colitis nerviosa. Por marcar en exceso que por esconderse en un rincón. Por agresividad que por apatía. Pero en general el propietario “observador” suele notar cambios en lo que se considera la actividad normal de un gato: comer frecuentemente pequeñas cantidades, jugar, interactuar con sus dueños, pasear por la casa… 

Como mencioné en la introducción la causa principal del estrés, en un animal tan “conservador” como es el gato, son los cambios, las novedades de cualquier tipo en su territorio, aunque sus dominios se limiten a un apartamento de veinte metros cuadrados. Todo su interés se centra en reconocerlo constantemente, y en prevenir la aparición de posibles competidores. Y para ambas funciones utiliza su lenguaje preferido: el olfativo. Y para escribir sus mensajes, las feromonas. 

3/ Las feromonas: 

La existencia de las feromonas se sospechó ya en 1925, con los experimentos del francés Henry Fabre acerca de la atracción de las polillas hembras sobre los machos que se encontraban a kilómetros de distancia. Hoy día las conocemos bien. Las feromonas, mal llamadas también como hormonas sociales, son un conjunto de sustancias químicas. En los invertebrados su composición es bastante sencilla: una sola molécula, dos o tres como máximo, lo que facilitó su síntesis para el control de plagas agrícolas. 

En los mamíferos es mucho más compleja, y pueden estar formadas hasta por 40 componentes diferentes: cetonas, aldehidos, terpenos, aminas, alcoholes, ácidos carboxílicos, etc. También pueden ser volátiles o estables, según interesen que se difundan y lleguen lejos (feromonas espaciales, como las de las polillas de Fabre) o que, por el contrario, permanezcan en un lugar y sean fácilmente localizables (feromonas de proximidad). 

Los gatos eliminan sus feromonas a través de las glándulas sebáceas de la piel y las mucosas. En los años 70, Robert Prescott, de la Univ. de Cambridge, comprobó que los gatos además de las que poseen en la base de los dedos y en las glándulas anales, tenían también glándulas emisoras de feromonas en la cola, las orejas, el mentón, las comisuras de la boca y el espacio entre ojo y oreja. 

  1. Las feromonas faciales. La F3: 

 

feromonas 40004feromonas 40005

 

El marcaje facial es el que realiza el gato al frotar su cabeza contra objetos, otros gatos o nuestras piernas. Ya fue estudiado por los pioneros de la etología felina pero no fue hasta hace unos pocos años que se consiguieron aislar las feromonas presentes en las secreciones faciales. 

Su análisis permite diferenciar hasta 40 componentes químicos distintos. De los 40, sólo 13 son comunes a todos los gatos. Y con estos 13 elementos podemos distinguir cinco combinaciones diferentes para cinco mensajes distintos, que los investigadores llamaron F1, F2, F3, F4 y F5. 

Nos interesa la F4 (de familiarización, comercializada como “Felifriend”), que es la que el gato frota contra otros gatos u otras especies que les resulten familiares, y aplicada por nosotros le hará sentirse “entre amigos”, y sobre todo la F3 (de identificación, comercializada como “Feliway”), que es la que el gato frota contra objetos inanimados conocidos y que al ser aplicada por nosotros le hará sentirse “como en casa”, en un espacio cómodo, tranquilo y relajante. 

Catitude 1

El Catitude fue el primer intento de comercialización de los gatos de las feromonas, pero por una mala explicación o un mal lanzamiento comercial, la idea no prosperó

4/ El control sobre el comportamiento del gato: 

Gato, educar

Esta foto obviamente es una broma, el texto original decía: ¿quién se ha orinado en la alfombra?… El castigo o la amenaza NUNCA es la forma de educar a un gato

Ante un gato estresado que manifiesta trastornos del comportamiento, o incluso ante un gato no estresado que, simplemente, desarrolla sus hábitos por instinto (p. ej. el marcaje en los machos enteros) y nos molesta, contamos con varios recursos. Algunos son muy eficaces por sí solos, pero lo habitual es que combinemos varios de ellos.

  1. reducir el estrés: evitar en lo posible “novedades” o situaciones que puedan alterarle. Tratarle con suavidad, no forzar contactos ni caricias indeseadas. Facilitarle escondrijos (una caja de cartón puede valer) donde pueda refugiarse y sentirse más seguro. Y jamás, como respuesta a algo malo, gritarle, regañarle ni, mucho menos, castigarle, porque éso sólo va a contribuir a aumentar su estrés, al sentirse amenazado.
  1. Educación: a través del juego (pelotitas, cuerdas, cañas, punteros laser) interaccionar con él. Si está muy nervioso o demasiado “pesado” (cazando nuestras manos, p.ej.) no responderle, sino irnos y dejarle solo. Refuerzos positivos (premios), refuerzos negativos no estresantes (pistolas de agua)
  2. Medicina felina: psicotropos (ansiolíticos, antidepresivos), estimulantes del apetito. La castración reduce en un porcentaje muy elevado los problemas de eliminación inadecuada y algunos de agresividad. Deungulación, en algunos casos concretos.
  3. Feromonoterapia: principalmente con la F3 (Feliway), en casi todas las situaciones en que, como veremos a continuación, se va a generar estrés, minimizando los periodos de adaptación del gato a las nuevas situaciones. Nosotros aconsejamos tanto la aplicación diaria en spray como en difusor (válido durante 30 días, para una casa de aprox. 70m.). En todo caso se recomienda no saturar el ambiente y utilizarlo el tiempo necesario hasta la normalización del comportamiento del gato. 

En situaciones concretas como el marcado por orina, y combinado con el uso del Feliway en difusor, sería aconsejable lavar la mancha con agua o, mejor, con detergentes aniónicos comerciales tipo KH6 y hacer una aplicación local de Feliway spray durante unos días. 

5/ Situaciones estresantes más frecuentes, y su control: 

  1. cambio de casa: desaparecen sus marcas faciales y sus zonas de reposo, de juego, de eliminación…
  2. obras en casa de reforma, pintura: se eliminan las marcas faciales y además hay personas nuevas, ruidos, material…
  3. nuevas personas en casa, o nacimiento de un bebé: se cambian las rutinas, se impide hacer al gato cosas que antes podía, se le cierran puertas, se juega menos con él, cambian mucho los olores por las personas nuevas, incluso se le mira con recelo o se le regaña si hace cosas raras
  4. vacaciones con el gato: casa nueva sin marcas faciales y sin sus zonas conocidas. Pasa miedo en el viaje y a veces comparte la nueva casa con otros animales, familiares, niños…
  5. vacaciones sin el gato: se queda solo, con comida y agua, pero sin sus rutinas, sin juegos ni los miembros de la familia ya conocidos. Puede pasar que se asusten de las nuevas personas que aparecen para echarles de comer.
  6. Cambios de mobiliario y/o pintura en la casa: desaparecen las marcas faciales o “su” orden de la casa, tan necesario para su tranquilidad.
  7. Introducción de nuevos gatos o animales: el que ya estaba reacciona con miedo ante el intruso, se siente amenazado. Si el recién llegado es un cachorrito de perro o gato insistirá en acercarse y jugar con él. Si es un gato algo más crecido, la llegada a un territorio desconocido y ya ocupado por un propietario que le recibe con hostilidad también suele producirle estrés.
  8. h) Llegada a la clínica veterinaria, residencias, etc. El viaje ya le altera lo bastante (ruidos y movimientos del vehículo), llega a un lugar nuevo o, peor, ya recordado con experiencias malas. Muchos olores de “miedo”de otros gatos (orines, gl. anales, sudoración de almohadillas). Gente extraña que le manipula y le hace daño… 

Transportin en suelo consulta

6/ Conclusión:

Estas y otras situaciones se resuelven con unas pocas normas básicas, como comentaba más arriba hablando del control de los gatos estresados: facilitando a los gatos lugares seguros (cajas, escondrijos) en los que guarecerse cuando sienta miedo, jugando más con él para normalizar su actividad, no incrementar su estrés con castigos ni regañándole y, sobre todo, reestablecer “su hogar”, un territorio seguro, mediante la aplicación de feromonas, lo que llamamos el enriquecimiento ambiental. 

Un gato estresado o bien se esconde y no se mueve, con lo que sus marcas faciales irán desapareciendo y con ellas la sensación de un lugar seguro, o bien marcará una y otra vez, no sólo con la cara sino además con orina, garras, etc, para reforzar su sensación de control sobre ese territorio que, por una u otra causa, siente amenazado. 

La aplicación de feromonas en cualquiera de los 8 casos anteriores (incluso en el muy conflictivo de las clínicas veterinarias) va a reducir notablemente los periodos de adaptación a un entorno nuevo: de una media de 8 días, a uno ó dos como máximo, minimizando el estrés del cambio y las consecuencias molestas, tanto para los propietarios de agresividad y marcaje excesivo (con las posibles consecuencias de sacrificio y abandono) o para ellos: apatía, anorexia, bulimia, lamido compulsivo, cistitis idiopática, etc., etc.

 

Castrar o no castrar, he aquí el dilema

DSCN1370

Pareja de gatos callejeros, la hembra adelante, el macho detrás, a punto de entrar en acción

En el drama de Shakespeare, Hamlet, es famosa la pregunta que el príncipe danés que da nombre a la obra se plantea en el cementerio con el cráneo del bufón Yorick en la mano:

ser o no ser: he aquí el dilema

No hay que ponerse tan dramático para pensar si esterilizar o no a nuestro gato, pero lo cierto es que, para muchos propietarios de mininos, sí les resulta una decisión, como poco, difícil.

¡Cómo no va a ser difícil plantearse, con meses de anticipación, ante una bolita de pelo tranquila, inofensiva y cariñosa, una operación mutiladora!…para colmo con sinónimos tan espantosos (que nos sugieren sangrientas y sucias maniobras) como “capar”. Es frecuente escuchar por parte de aquellos comandos “anticastración” argumentos tales como: “¡pues para castrarle, mejor no haber cogido un gato!”…Y sin embargo hasta elementos tan pro-gato y libres de toda sospecha de crueldad como las múltiples asociaciones protectoras coinciden todas, no ya en la conveniencia, sino en la necesidad de esterilizar a los felinos no destinados a la cría.

No hay que «comerse tanto el coco». Aparte de las ventajas que detallaré a continuación, hay que considerar que en cualquier animal domesticado han de producirse unos cambios destinados a facilitar la convivencia con los seres humanos. Una vaca salvaje no se dejaría ordeñar, ni un caballo salvaje se dejaría montar. Sería imposible esquilar a un carnero salvaje, y los perros seguirían siendo lobos y nos morderían.

Con los gatos lo que se tiende, además de dulcificar su carácter, es evitar muchos de los problemas de convivencia que su conducta sexual acarrea y que, en el caso de las hembras, tantas leyendas y tantos «agrios» comentarios han suscitado. Sólo por citar un ejemplo, el comentario que el naturalista francés Georges-Louis Lecrerc, más conocido como el Conde de Buffon, reflejó en su obra Historia natural, en 1825, sobre el carácter de las gatas:

más ardiente que el macho, lo invita, lo busca, lo llama; anuncia a gritos el furor de sus deseos o, más bien, el exceso de sus necesidades; y cuando el macho la huye o la desprecia, lo persigue, lo muerde, lo obliga, por así decir, a satisfacerla… (¡tremendo, no?)

Salgan a la calle o no, lo cierto es que (y pese a los escalofríos que la castración despierta en muchos propietarios amantísimos), salvo alguna particularidad que luego veremos, esterilizar a los gatos sólo ofrece ventajas.

Las ventajas de la esterilización

1.Evitar camadas indeseadas: 

 

DSCN4107

Como suele pasar, cuando queremos cruzarles todo son pegas, pero uno de los grandes problemas de los gatos es que “crían como conejos”…Tanto se trate de colonias callejeras, como de gatas out-door, con posibilidad de acceder libremente al exterior, la fisiología sexual de las gatas funciona de maravilla, hasta el punto de que una gata sana y prolífica, puede sacar al año cinco, e incluso seis camadas. Y si consideramos una media de cinco gatitos por parto, es fácil hacer las cuentas: la misma gata puede colocar en el mundo venticinco nuevos gatitos sin mucha dificultad.

Si estos gatitos nacen en la calle les espera una vida de enfermedades y privaciones, con una elevada tasa de mortalidad infantil, debido a una alimentación deficiente y al elevado riesgo de contagios. Pero, aún en el caso de tratarse de una gata casera cuidada, colocar a camada tras camada, por mucho empeño que le pongamos acaba siendo, sencillamente, una tarea imposible, y son cachorros destinados a la indefensión. ¿Entendemos ahora por qué las sociedades protectoras son todas pro-castración?.

2. Conductas sexuales molestas:  maullidos 

La típica postal de un grupo de gatos maullando sobre los tejados y un vecino insomne y desesperado tirándoles un zapato puede resultar graciosa. Pero cuando se trata de nuestra propia gata, maullando toda la noche al venirle el celo de repente, ¡éso, señores, es una sensación de las que nunca se olvidan!…y lo digo con conocimiento de causa, porque a mi me ha pasado.

Más de una gata (y más de diez) me han traído a la consulta nada más levantar el cierre para una “castración de urgencia”, acompañada por un dueño ojeroso y desesperado, con pinta de no haber pegado ojo en toda la noche…y no es una exageración. Y casos conozco de denuncias por parte de los vecinos en los casos de gatas (las siamesas son auténticas “mezzosopranos”) particularmente ruidosas. Yo creo que el ya citado Conde de Buffon debió tener alguna de estas experiencias. El descanso es sagrado.

3. Conductas sexuales molestas: marcajes

Aunque tanto machos como hembras pueden marcar con orina o heces cuando entran en celo y quieren hacer saber a todos, cual pregón, su “disponibilidad”, es sobre todo molesto en el caso de los machos enteros, por el intenso olor de su orina. Este olor está causado por un aminoácido, la felinina, producto a su vez del metabolismo de otro aminoácido, la taurina” que, al contrario de los perros o de nosotros mismos, los gatos son incapaces de metabolizar y obtienen sólo de la carne de sus presas. El fuerte olor de la orina de los gatos no-castrados es un claro mensaje dirigido a otros gatos advirtiéndoles de la buena salud del propietario del terreno.

El macho cuando marca no lo hace dentro de su bandeja, sino sobre superficies verticales que en el exterior son árboles, pero que en casa son paredes, muebles, cortinas, etc. Dentro de un piso el olor resultante es francamente desagradable. Y en este caso concreto, la castración elimina este marcaje en un 99%, y el olor en un 100%.

4. Conductas sexuales molestas: la agresividad 

Hay varios tipos de agresividad felina, y la gran mayoría son una respuesta al estrés, a esos cambios que suponen amenazas, al miedo: animales nuevos, personas desconocidas, ruidos, olores, situaciones…Si un gato se siente amenazado y puede, huirá. Si no puede, se esconde. Pero si tampoco puede esconderse reconvertirá su miedo en ataque.

Sí que hay un caso de agresividad directamente relacionada con la acción hormonal: las peleas por competencia entre los machos no-castrados. En este caso, la esterilización, al eliminar la fuente de la hormona masculina, la testosterona, va a reducir notablemente este afán de competencia entre machos. Incluso entre los otros tipos de agresividad algunos (no todos) al menos se reducirían al castrar, tanto en machos como en hembras.

Evitar problemas de salud 

Tradicionalmente se castraba tanto a machos como a hembras cuando comenzaban a manifestar esas conductas molestas que acabamos de ver: maullidos, marcajes, agresividad, etc. Incluso, sigue circulando entre la gente el bulo de que “es conveniente que tengan al menos una camada”….Nada más lejos de la realidad: ni física ni psicológicamente es necesario tanto para perros/as como gatos/as ninguna “realización” de sus instintos. La tendencia actual, a nivel preventivo, es incluso la de la castración precoz, a edades tan tempranas como los dos o tres meses de edad. ¿Y estas prisas?, se preguntarán ustedes…

Esta precocidad está aconsejada en la esterilización de las hembras (perras y gatas), aparte de la mejor recuperación en las hembras jóvenes, sobre todo porque, una vez alcanzada la pubertad, se estimulan en el tejido mamario unos receptores hormonales. Es en estos receptores donde, años después, podrán desarrollarse (o no, no siempre va a pasar) la formación de tumores. La castración precoz funciona pues como una “vacuna anti cáncer de mama”, ya que está comprobado que la incidencia de tumores mamarios en perras y gatas castradas pre-pubertad es prácticamente nula.

Cuando la castración se realiza transcurrido el primer celo, el porcentaje va aumentando un poco, un 60%, aunque aún estamos a tiempo, pues a partir del tercer celo el porcentaje será similar a aquellas hembras que hayan criado o no. Además del tema de los tumores, obviamente, la extirpación de testículos, matriz y ovarios evitará la aparición de otras patologías que se asientan en estos órganos: quistes, infecciones, tumores, etc.

Alguna pequeña pega…

romería04 025

Sí, alguna pega ha de tener, y es la de la conocida tendencia a la obesidad en las perras y en las gatas castradas (en las perras está la de la incontinencia urinaria pero no toca mencionarla aquí). La causa de esta temida obesidad es por la desaparición de los estrógenos, las hormonas femeninas encargadas de la actividad sexual, y es un fenómeno similar al de las mujeres tras alcanzar la menopausia.

Los estrógenos, además de su papel sexual tienen tres efectos principales: aumentan la actividad, reducen el apetito y, ¡principal!, ejercen un efecto “tapón” ante la entrada de la grasa en las células. Con la castración o con la menopausia el efecto es similar: se produce menos actividad y se incrementa el apetito. Ya sólo con eso la tendencia a la obesidad estaría clara. Pero si además añadimos que desaparece el “tapón” que antes obstaculizaba la entrada de grasa, el incremento de peso puede ser notorio.

El problema de la obesidad no es sólo estético: se van a añadir complicaciones importantes para la salud del animal como la diabetes, artrosis, dermatitis, etc. Afortunadamente contamos hoy día con alimentos especiales para mantener a nuestra gatita “en forma”. No hay excusa para eludir la esterilización.

Otro día hablaremos de las distintas técnicas que se pueden emplear, y también de las alternativas posibles en aquellos casos en que no sea posible o aconsejable la cirugía.

 

Como mejorar el entorno de tu gato

aa 12

Gatos “in-door” y gatos “out-door”

 

Existen dentro del mundo de los gatos algunos afortunados a los que se conoce como gatos “out-door” (=de puertas afuera), es decir: aquellos que , aun teniendo una casa y unos dueños que les alimentan y les cuidan, tienen la suerte de contar con libre acceso al exterior, disfrutando de todo un mundo de sensaciones y “aventuras”. Pero también existen otros muchos, los llamados “in-door” (=de puertas adentro), los conocidos como “gatos de apartamento” que, quizá en toda su vida, no van a conocer nada más allá de los límites de lo que constituye su hogar.

Son gatos igualmente muy queridos y cuidados pero, obviamente, van a carecer de todos esos estímulos exteriores pero sólo al alcance de los “out-door”. Para estos gatos “in-door” confinados entre cuatro paredes, con una vida más aburrida, privados de la emoción del acecho, de subirse a los árboles o de perseguir las hojas, existe no obstante la posibilidad de estimular sus sentidos, de enriquecer su vida, de procurarles abundantes distracciones.

¿Se aburren los gatos?

Más que aburrirse –concepto en principio aplicado a la mente humana- lo que sí les pasa a los gatos es que, carentes de estímulos, tienden a la inactividad: a dormir largas siestas, a permanecer muchas horas en el sofá o a comer más a menudo. El gato, por instinto, es un animal cazador y, como tal, muy curioso y atento a todo lo que le rodea. Para un gato salvaje es vital conocer perfectamente su territorio y estar pendiente de cualquier cambio, de cualquier movimiento. El gato de apartamento no hace nada de eso.

 

unnamed

Los problemas de la inactividad

Está estudiado que los gatos asilvestrados, y algo menos los “out-door”, reparten las horas de su agenda diaria principalmente en actividades tales como el cazar/acechar, en descansar o en acicalarse, por ejemplo. Nuestro gato casero no necesita cazar, ya nos encargamos nosotros de que tengan su comedero lleno, de modo que todas esas horas destinadas al acecho: de 6 a 8, incluso hasta 12 en algunos casos, las van a emplear más bien en dormitar (más de 12 horas al día, incluso 16) o en acicalarse (hasta 6, cuando lo normal en un “out-door” son 3 ó 4.

 

cropped-dscn7455.jpg

La primera consecuencia de tener el comedero siempre lleno, la falta de ejercicio y las larguísimas horas de siesta es obvia: la obesidad…exactamente como nos pasaría a nosotros. En unos cuantos países de los “desarrollados” más del 50% de los gatos padecen sobrepeso. Pero la obesidad va más allá de tan sólo un efecto estético. La obesidad está directamente ligada y es un factor predisponente en problemas tales como la diabetes, la artrosis, los problemas circulatorios y los de piel…igual que en nosotros.

Otra consecuencia de la inactividad por ausencia de estímulos es el acicalado obsesivo: gatos que se lamen, se lamen, y se lamen…hasta depilarse zonas enteras e incluso hacerse heridas en la piel. Podríamos equipararlo a aquellas personas “aburridas” que se muerden las uñas, o se rascan sin parar.

Cómo aumentar los estímulos dentro de casa

No tenemos más que observar la tremenda excitación que una mosca en la ventana les produce. Hasta el gato más tranquilo la mirará fijamente o dará saltos para intentar atraparlas en el cristal… Pero no se trata de llenar la casa de moscas (o de ratones) para aportarles un poquito de animación. Hay otros trucos mucho más sencillos. Los hemos mencionado en ocasiones anteriores, pero no sobra recordarlos.

rascadores. Aunque su función principal es la de que se afilen las uñas (y dejen en paz el sofá de piel), algunos de ellos son prodigios de ingeniería gatuna: con varios postes, con varios pisos, con plataformas, con escondrijos… A los gatos les encanta  meterse en sus recovecos o subirse a ellos, se sienten más “seguros” en lo alto, igual que los leopardos en lo alto de una acacia.

la lógica felina

La lógica felina. A este gato le acaban de instalar un super-rascador y, ¿dónde se ha instalado?: ¡encima de los cartones!

-ventanas. Una mirada al mundo exterior distrae a cualquiera, podemos tirarnos horas asomados a la ventana. Y a un gato curioso más todavía. Pero, ¡ojo!, ya hablamos en su día del conocido como Síndrome del Gato Paracaidista: todas las lesiones, más o menos graves, que puede sufrir un gato cuando, por un descuido, cae desde una ventana. La forma más sencilla es protegerles de accidentes mediante una tela metálica que nos permita ventilar la casa y a ellos asomarse y cotillear, pero evitando percances desagradables. Hay muchos tipos de rejillas, desde las comerciales hasta las que nosotros mismos, con un poquito de maña, podemos fabricar.

Imagen3

-el juego. ¿Necesitan jugar los gatos?….¡¡¡sí!!!. Parece mentira que desde los orígenes solitarios de su antepasado, el Felis lybica, haya salido un animal tan juguetón. Con el juego estimulamos sus instintos, ayudamos a que descarguen toda esa actividad que ya no desarrollan con la caza y además, ¡muy importante!, reforzamos los vínculos entre ellos y nosotros. El juego va desde llamarles para que acudan (y premiarles con caricias) a todo ese mundo de cuerdas, ratoncitos de peluche, cañas, plumas o pelotitas. Y un elemento que les encanta son los punteros láser: se pueden tirar mucho, mucho rato persiguiendo a ese “mágico” puntito rojo y saltando tras él, intentando cazarle, por suelos y paredes.

-compañero de juegos. No hay nada más divertido que ver jugar a dos gatos. Es cierto que a veces la introducción de un segundo gato puede causar cierto estrés, aunque sólo sea temporalmente. Pero si ambos son jovencitos se adaptarán sin ningún problema desde el principio, y les proporcionará toda la distracción que necesitan.

-el enriquecimiento ambiental. Tenemos aún otros medios a nuestra disposición para que un gato  se sienta a gusto en casa, o para minimizar el estrés que tantas cosas (ruidos, personas o animales extraños, cambios de casa) les pueden producir. Algunos son tan sencillos como una simple caja de cartón vacía, donde les encantará esconderse, o el uso de las feromonas, que les relaja haciéndoles sentir “como en casa”. Pero eso ya es tema para otro artículo.

 

gato de la Acrópòlis

                   Un gato arqueólogo, el gato de la Acrópolis de Atenas

Stripper por un día o, ¡lo que hay que hacer por las amigas!

DSCN5005

Se casan

Me llama mi amiga Pati:

-Hola, Santiago, ¿qué tal?. Mira, te llamaba por una cosa. 

Pues tu dirás.

Mira, no sé si sabes que se casan Sonia y Cristina, la francesa (para aclarar, se casaban cada una con su novio, por separado, no entre o contra ellas)…. 

¡Anda, qué bien, pues no lo sabía!. (Las dos forman parte de una panda de amigas con las que hasta hace pocos años nos veíamos en Madrid).

Pues el caso es que nos vamos a juntar todas las amigas en El Escorial para una pequeña despedida de solteras. Pensábamos cenar allí, tomar unas copas…vamos a reservar en el Hotel Victoria y, bueno, había pensado darles una sorpresa. Y lo que no sé, o si tu sabrás, si hay por allí algún «boys» para pasar un rato divertido…

¡Hombre, qué buena idea!… Yo (puse una voz muy digna), por supuesto, no frecuento esos sitios de mala nota (nos reímos)…pero que yo sepa no, no hay ningún «boys» por la zona. Pero…(y aquí entró en juego mi imaginación)…si quieres te organizo yo algo de ésto, con unos amigos, y hacemos de strippers nosotros mismos…

-¡Uy, estaría genial!…

-Pues dime para cuando, y lo voy preparando…

Y así fue como me lié, para el sábado 5 de Diciembre del 2012, con la idea de preparar un espectáculo de «boys». Lo primero, necesitaba contar con algunos amigos. Lo segundo, la ropa. Lo tercero, el local y la música. Lo cuarto, quitarnos de encima, además de la ropa, la vergüenza…

Aquella misma noche se lo conté a mi hija Maya (podéis consultar en Google su correo mayapixelskaya, su tienda virtual shopmayapixelskaya.com y su blog historic.trash), con la que había quedado para cenar en Madrid. Y como la «niña» es (casi) peor que yo para muchas cosas se rió mucho, le pareció una idea excelente y comenzó a darme ideas. Me dijo que acababa de ver en la calle Preciados, en el escaparate de la lencería Intimissimi, «algo» que me podría valer. Tras cenar, nos acercamos a verlo: se trataba de unos calzoncillos de gala elegantísimos, casi como de frac, negros con botoncitos y ribetes blancos, y con el añadido de unos tirantes finos, negros, sujetos con botones a la prenda. ¡Genial!, le dije, ya tenemos parte del «uniforme»…

El staff

DSCN4989

Hablé con varios amigos para intentar convencerlos… A todos les hacía mucha gracia, pero a todos les daba muchísima vergüenza. Al final, y no sin trabajo, convencí a dos amigos: Juan Carlos, frutero de San Lorenzo, motero, aficionado a la juerga, y Lee, médico-acupuntor surcoreano. Lee me había tratado de alguna lumbalgia y nos habíamos hecho íntimos. También le gustaba el cachondeo. Juan Carlos lo tuvo claro desde el principio y no hubo arrepentimientos de última hora.

Pero Lee, pocos días antes y en un par de ocasiones aún me envió un par de whatsapp excusándose y diciendo que no podía venir a la fiesta… Para decidirle sólo tuve que responderle, de forma muy educada y diplomática:

-Tú lo que eres es un maricón y un cobarde y ya he comprado la ropa. Como no vengas te doy un par de hostias…(que conste que Lee está cachas, practica Taekwondo y esgrima de katana). Le convencí.

La impedimenta

Estuve barajando la posibilidad de pantalones con velcro, para poder quitárnoslos de un tirón, llegado el momento, como en la película Full Monty, pero era más complicado. Ya había comprado tres calzoncillos de los de Intimissimi, pero dado que el evento era un 5 de Diciembre y aunque estaríamos en un local, para esas fechas hacía mucho frío en El Escorial. Para cubrir el torso y para ir los tres iguales, adjunté tres camisetas que guardaba como oro en paño de cuando presenté mi tercer libro, ¿Qué le pasa a mi gato?, y donde figuraba la imagen de un gato, dibujada precisamente por mi hija para la portada.

Teníamos que taparnos la cara (inicialmente) porque a mí las chicas sí me conocían. A tal fin conseguí tres caretas de las que usaban los Indignados, las de Anonymous, las de V de Vendetta, inspirada en el católico Guy Fawkes que en 1605 intentó volar el parlamento de Londres. Para completar el camuflaje y dado que faltaba poco para la Navidad, tres gorritos rojos de Papá Noel. Y ya, para redondear el disfraz, y a juego con los elegantes calzoncillos, tres pajaritas. Para completar y seguir con el numerito, alguna gorra de policía y algunas esposas…

El local y la música

Hacía falta un local despejado y de confianza. Hablé con mis amigos Jóse y Silvia, dueños del Clipper, local de copas con buena música de fondo y que estaba, además, muy cerca de mi casa. Como a todo el mundo, les hizo muchísima gracia la idea, y además iban a hacer negocio. Estuvimos preparando una selección de música con temas idóneos  de strip-tease , del tipo de You can leave your hat on, todo un clasico de Joe Cocker, como You sexy thing, de Hot Chocolate, o como Moving on up, de M People…además de unas cuantas más que ya irían saliendo.

El día D y la hora H

Sábado 5 de Diciembre de 2012. Aquel día se murió un viejo amigo, al que hacía más de un año que no veía, me avisó su hija, y aunque al día siguiente estuve muy resacoso me acerqué a despedirle al tanatorio. Pero aquella noche estaba ya todo dispuesto para el espectáculo de los «boys».

Mi amiga Pati sólo sabía que tenían que dejarse caer, cuando acabasen de cenar, por el Clipper. Pero no sabía nada de nada más: ni la impedimenta, ni el numerito preparado. Sólo tenía que hacerme una llamada discreta por el móvil al salir del restaurante para que estuviésemos ya preparados. Calculaba que sería a partir de las once de la noche. A tal fin habíamos quedado los tres «boys» en mi casa a las diez, para vestirnos y picar algo. A las 9, una hora antes, se presentó Lee, nerviosísimo, con una enorme bolsa de deportes.

-¡No sé bailar, no sé bailar!…

Corrió al ordenador y descolgó vídeos de «boys»…en ellos se veían tíos cachas, musculosos, semidesnudos, con calzoncillos de cuero negro y bates de beisbol y cosas así,  contorneándose y plantándoles la entrepierna en la cara a las excitadísimas y risueñas parroquianas de los locales de strippers. Lee sudaba, angustiado….

-No te preocupes, Lee, tranquilo, no va a ser así, no va a ser así… Pero, ¿qué traes en esa bolsa?…

Y como le había avanzado lo de las gorras de policía, a Lee sólo se le había ocurrido traer un traje completo de ninja y, en sus fundas, dos katanas: una de entrenamiento, de madera, y otra de las de verdad, de brillante acero.

-Pero, ¿qué quieres hacer con éso?…

En un momento y en la soledad de mi casa, Lee me hizo una demostración de esgrima de katana. La hoja silbaba, cortando el aire, a cada movimiento…

-Mira, mejor dejamos ésto aquí, en casa. Porque como te bajes la katana las chicas se van a entusiasmar y vamos a acabar cortándole la cabeza a alguien…

A todo ésto llegó Juan Carlos. No habían visto los calzoncillos todavía. Nos los pusimos, muertos de la risa, junto con la camiseta del gato y las pajaritas. Juan Carlos se trajo un pantalón de motero, tipo zahón, que se podía quitar con rapidez. Lee y yo, unos de chándal. Para taparnos, unos forros polares. En una bolsa, las máscaras de Anonymous y los gorritos de Papá Noel.

Como la primera parte íbamos a estar con las caretas y callados, había preparado cuatro pancartas, que iríamos sacando por turnos. En primer lugar una donde ponía: ¿Quién se casa aquí?. En la segunda: ¿Queréis menos ropa? (para irnos quedando ya en gayumbos y en camiseta). En la tercera: Ésto se está poniendo más duro (y sacar las gorras de policía). Y en la cuarta, y una vez ya liberados de las máscaras: Heterosexuales, solteros y con trabajo.

Bajamos al Clipper.  Había mucha gente, estaba prácticamente lleno. Nos colocamos semiescondidos al final del local. Al cabo de un rato llamó Pati, acababan de salir del restaurante e iban andando hacia el bar, llegaron en diez minutos. Además de Pati y las dos novias, Cristina y Sonia, había cinco o seis chicas más. Venían riéndose. Esperamos a que pidieran las copas y, discretamente, nos pusimos las máscaras y los gorros (seguíamos tapados por los forros polares), le dí la señal a Jóse para empezar con las canciones y armados con la primera pancarta, salimos al ruedo.

Comienza el espectáculo

DSCN4917

Había que vernos: tres tíos con la careta de Anonymous y gorros de Papá Noel, silenciosos y con una pancarta donde decía: ¿Quién se casa aquí?, señalando con el dedo a todas y cada una de las chicas que había en el local, que se reían diciendo: ¡No, yo no!, y dejando para las últimas, como corresponde, a las interfectas. Desde su grupo empezaron a gritar: ¡Éstas, éstas son las que se casan!…

Ya centrados y frente a ellas, contoneándonos como dios nos daba a entender, pero sin quitarnos las máscaras, sacamos la segunda pancarta: ¿Queréis menos ropa?… Todo el mundo aullaba en Clipper: ¡¡¡si, si, menos ropa!!!…y empezamos a bajarnos, lo más sensualmente que podíamos, o sea, poco y torpemente, la cremallera de los forros polares, y a quitarnos los pantalones, mostrando al tendido nuestros estupendos y elegantísimos calzoncillos…

El público y, en especial, nuestras chicas, se doblaban de la risa, nos silbaban en plan piropo, nos gritaban ¡tíos buenos! y demás expresiones al uso…en un momento dado, y dado que estábamos sudando como pollos, nos quitamos los gorros de Papá Noel y las caretas, y aunque hacía unos años que no me veían me reconocieron al instante:

-¡Pero si es Santiago….Santiago!…

Ya fueron todo besos… para mí, para Juan Carlos y para Lee… Juan Carlos es mucho más desenvuelto, estaba encantado con todas aquellas chicas. Luego contaría -yo no lo ví- que más de una le metió mano al paquete e incluso le arrancaron la camiseta, pero Lee…el tímido Lee… el vergonzoso Lee…aquella noche descubrió el paraíso y a sus huríes. El que no sabía bailar, decía… ¡No paró en toda la noche, arrimado a una o a otra, a todas!. Durante muchos días después no paraba de repetirme: ¡Nunca había bailado tanto!... Sacamos las otras dos pancartas, con gran jolgorio por parte del respetable. La música no paraba, las copas tampoco (las chicas no nos dejaron pagar ni una)…DSCN4947

Perdí las gorras de policía y las esposas. El resto de la parroquia del Clipper se nos unió, bailaba todo el mundo, todos estaban encantados y, muy especialmente, las chicas, que lo recordaron durante mucho tiempo como una de sus mejores fiestas. Hasta nos llegamos a plantear dedicarnos a ésto profesionalmente. Pero cuando le tocó el turno de casarse a Cristina, la francesa, el 14 de Febrero, y nos propuso repetir el numerito antes de su boda dijimos que no: el factor sorpresa es el factor sorpresa, y las repeticiones ya no son lo mismo.

Ya no recuerdo ni a que hora acabamos. Les regalé los calzoncillos a mis colegas, como recuerdo y por lo «sudaos». Las camisetas sí se las pedí porque para mí valían mucho. Y al día siguiente, molido y resacoso, aún fui al tanatorio a despedir a mi amigo.

DSCN4947