Monumento al Cid en Burgos. Inaugurado junto a la reforma de la plaza con la asistencia personal del generalísimo Francisco Franco el 24 de Julio de 1955. El autor, el almeriense Juan Cristobal Gonzalez Quesada, curiosamente estuvo afiliado en 1933 como «amigo de la Unión Soviética».
ALMANZOR. Sus orígenes. La esclava navarra Subh, madre de califas. Sus contactos: el general Gálib. El califa Al-Hakén II. La familia de Almanzor. Los «despoblados» del Duero. Las campañas de Almanzor. Compostela. Sus ejércitos. EL CID Sus orígenes. Sancho II el Fuerte, rey de Castilla. Alfonso VI de León. Los almorávides. Segundo destierro y Valencia. La muerte del Cid.
ALMANZOR




…en el año 852 de la Era Hispánica salieron de Malacoria (actual Mazcuerras en Cantabria) los foramontanos y vinieron a Castilla… (Anales castellanos).
Alfonso II el Casto, facilita que los foramontanos (siervos de Cantabria, los que pagan los «fueros de los montes» al señor de la tierra) bajen de las montañas como colonos libres a Castilla a los que se adjudican tierras. La mentalidad de «propietarios de la tierra» castellanos frente a la de siervos en el reino de León es la principal causa de la mentalidad conservadora actual -y su tendencia política-. Nada como ser dueño de tu tierra para querer que nada cambie.
…espolón contra Castilla y un nudo en la garganta de los infieles…
Pero es en plena Sierra de Guadarrama donde se encuentra la primera línea de fuego, la frontera, el último campamento tras el cual ya sólo hay tierra cristiana: el Fagg Humaid (o Puerto de Humaid), identificado también como Balat Humaid (Camino de Humaid), el «Balatomé» mencionado en las fuentes cristianas:
…se exime de todo pecho (impuesto) a las alberguerías de los puertos de Valathomé, Fuenfría e de Manzanares e de Malangosto… (Carta de Alfonso X El Sabio, fechada el 26 de Junio de 1273).
Las fuentes árabes confirman que la frontera siempre estuvo ahí, desde el Siglo VIII al X. Se llegaba a él subiendo el curso del río Guadarrama hasta la altura de Tablada, camino del Puerto del León (o de Los Leones, rebautizado así por el frente mantenido aunque, esta vez, en la Guerra Civil), paso natural entre ambas Castillas. Pero que a los árabes no les asustaba cruzar la montaña, lo demuestra la misma existencia del Puerto y, sobre todo, el frecuente uso del mismo para dirigir desde allí sus aceifas por territorio cristiano:
-Abderramán I, casi recién llegado, huído de Damasco para restaurar la dinastía Omeya en Córdoba, cruzó el Puerto el año 755 para atacar Segovia.
-Abderramán II organizó una expedición de castigo contra Castilla por la ayuda prestada a los rebeldes toledanos, el mes de Julio del año 838. Partiendo de Toledo, subió el curso del río Guadarrama hasta llegar al Balatomé. En el año 840 repitió la expedición, llegando casi hasta Galicia.
-En el año 943, Abderramán III invitó a un príncipe idrisí, norteafricano, que quería participar en una aceifa, y le aseguró que sería regiamente atendido en cada uno de los treinta campamentos reales, desde el primero en Algeciras, hasta el de Humaid, en el confín de la frontera. Por supuesto, Almanzor lo usó muchas veces, así como a Medinaceli, como cabeza de puente.
También se produjeron incursiones por parte de los cristianos, aunque menos numerosas y sin tanta tropa al ser organizadas por ciudades mucho más pequeñas que las musulmanas. La Chronica Adefonsis Imperatoris (Crónica del emperador Alfonso) menciona con mal disimulado orgullo algunas de estas incursiones. Pero si las huestes de reyes y nobles, más fuertes, asedian las ricas ciudades de Al Ándalus, codiciosos de oro y plata, las milicias concejiles, paramilitares, encuadradas por campesinos armados, se dedican al abigeato. Más cuatreros que guerreros, buscan sobre todo ganado que llevarse a sus tierras.
Estas razzias cristianas no siempre tenían un final feliz. El riesgo de ser alcanzados por la caballería que salía en pos de los ladrones era alto, entorpecidos en su fuga por la lentitud de los rebaños. Un «comando» que regresaba, feliz, a Salamanca con rico botín de oro, plata y ganado obtenido en Badajoz, fue sorprendido y derrotado por las tropas que en su busca mandó Yusuf Ben Tasufin, emir almorávide. Sahib al-Sala, cronista árabe, cuenta que los musulmanes rescataron en Ávila un botín de, nada menos, 50.000 ovejas y 200 vacas. O, para terminar, la crónica conocida como el Anónimo de Madrid nos cuenta que, en 1117, un destacamento de ochenta cristianos a su regreso de Talavera, fueron sorprendidos a la vuelta de una razzia por los almohades, rescatando un botín de ovejas y vacas, y esclavizando a los cristianos.
Las campañas de Almanzor. Compostela
Mapa con algunas de las campañas de Almanzor. En verde claro, el califato. En verde oscuro, los despoblados del Duero. Y sobre él, en sepia, los reinos cristianos
Salamanca (destruída tres veces), Clunia, Cuellar, Osma, Toro, León (tres veces), Astorga (tres veces), Zamora (cinco veces), Coimbra (tres veces)…podría seguir… Las campañas de Almanzor pusieron a prueba la paciencia y el tesón de los cristianos. Sepúlveda, por ejemplo, fue arrasada, vuelta a poblar, vuelta a arrasar, vuelta a poblar y arrasada una tercera vez. Hay ciudades castellanas, hoy de importancia, que no existían durante esta dura etapa de razzias. Un ejemplo es el de Valladolid, fundada más tarde, en el año 1072 por orden del rey Alfonso VI, gran protagonista en la expansión del reino, durante su plan de repoblación del valle del Duero.
No siempre fue «culpa» de Almanzor: ciudades hubo fuera de la zona del Duero que quedaron despobladas durante más de un siglo, como Tarragona. De fundación romana, fue arrasada por los musulmanes entre los años 714 y 716 y aunque hubo intentos de recuperación en el siglo IX bajo el dominio por parte de Carlomagno de la Marca Hispánica, la ciudad no levantó cabeza. Las contínuas algaradas musulmanas y la fragmentación de los condados catalanes -muy al norte, lejos de ella- no ayudaron a su mantenimiento. De hecho, durante un par de siglos, Tarragona queda no sólo en la frontera entre cristianos y musulmanes, sino en una cuña despoblada de «tierra de nadie», que nadie reivindica y que nadie defiende, pero donde vivir puede ser muy peligroso.
Al igual que en el caso de los «despoblados» del Duero, no significa que no hubiese absolutamente nadie. Seguramente siempre quedaría algún pequeño núcleo de población aislado o algún grupo de familias, aunque sin la organización de tipo político y administrativo que supone incluso una aldea. En el caso de Tarragona, el conde Borrell II se autoproclamó «príncipe de Tarragona» en el año 960, pero los sucesivos intentos de consolidación bajo el supuesto dominio cristiano demuestran su precariedad, al menos hasta el siglo XI.
Almanzor no se limitó al valle del Duero. Extendió sus razzias hasta Pamplona (tres veces), Barcelona o Compostela… Los cristianos no podían sentirse seguros en ningún lado. Pero, para Almanzor, Compostela suponía todo un desafío. Los musulmanes en su conquista inicial nunca habían sobrepasado Lugo, dejando a los cristianos «tranquilos» en sus montañas del norte o en Galicia. Pero, además, Compostela era todo un símbolo para la Cristiandad.
Según la crónica conocida como la Concordia de Antealtares (escrita en 1077), en el año 814 un eremita llamado Pelagio vió luces en el campo…el obispo Teodomiro le hizo caso, y el rey Alfonso, de sobrenombre el Casto, encontró en aquellas luces portentosas un estupendo argumento para su lucha contra los sarracenos… Que en Compostela esté enterrado el apóstol Santiago o el «hereje» Prisciliano no es el objeto de esta entrada, y para quien tenga curiosidad le recomiendo consultar en mi blog DersuLee la entrada titulada: Prisciliano. ¿Quién está enterrado en Compostela?.
En el verano de 997 una expedición mixta alcanzó Compostela. Parte de las tropas fueron por mar hasta Oporto, donde se reunieron con el resto de las tropas que habían ido por tierra, vía Coria y Viseo, donde se le reunieron algunos condes cristianos de la región que actuaban como vasallos de Córdoba y de los que conocemos sus nombres: Gonzalo y Rudesindo Menéndez o Suero Gundemáriz, rebeldes contra la autoridad de Bermudo II y ávidos de riquezas. Fueron estos nobles cristianos los que, una vez reagrupado el ejército de Almanzor en Oporto, condujeron a las tropas por un terreno hasta ahora desconocido para los musulmanes.
Desde Oporto cruzaron el Miño arrasándolo todo a su paso hasta llegar a Padrón, y de ahí a Compostela. Antes que Almanzor están llegando a la ciudad grupos de cristianos que huyen con los musulmanes pegados a sus talones, y a los que no hace falta exagerar sobre los horrores que cometen los bereberes para terminar de aterrorizar a los compostelanos. Saben que será imposible resistir, y abandonan en masa la ciudad, con su obispo Pedro de Mezonzo al frente (igual que hizo el obispo Próspero de Tarragona en su momento), que confía más en poner tierra por medio que en la intervención divina o, en lo que es igual, la «superioridad» de su fe cristiana frente a la «herejía» de estos moros. Ya decía un romance medieval que actualizó Juan Eugenio de Hartzenbusch en 1860:
…llegaron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos…
Los musulmanes saquearon las riquezas de la desierta Compostela a capricho durante una semana, arramblando un buen botín…¿Desierta?…excepto por un viejo monje que Almanzor encontró orando ante el sepulcro del apóstol. Cuenta el cronista árabe Ibn Idari al-Marrakutti (recordemos: «el de Marrakesh») en su Kitab al-Bayan al-Mugrib, que podemos traducir como «El libro de la increíble historia de los reyes de Al Andalus y del Magreb«…más resumido por los investigadores como el «Bayán», que Almanzor le preguntó:… ¿Por qué estás ahí?…a lo que el monje respondió:… Para honrar a Santiago…
Bien sea porque quedase impresionado por su valentía, porque Almanzor ya estaba viejo (contaba 60 años) y menos «fogoso» a la hora de cortar cabezas, o porque para los musulmanes Yaqub, como llamaban a Santiago, fue ayudante de Jesús (para ellos muy respetado como el penúltimo profeta antes de Mahoma), Almanzor no sólo respetó su vida sino que incluso dispuso una guardia permanente para que nadie le molestase, ni destruyese el sepulcro. La consecuencia fue que, reconstruída la ciudad en un año tras su destrucción, continuasen aún con más fervor las peregrinaciones desde toda Europa, aunque durante aquellos años inestables solían utilizar la «Vía del Norte» (bordeando el Cantábrico) en vez de «el Camino Francés» (el actual y más conocido, más al sur) que, desde Jaca, transcurría hasta Burgos-León-Astorga y de ahí a Galicia por el Puerto del Cebreiro, más dado a repentinas aceifas que sorprendiesen a los peregrinos.
Almanzor aún asoló durante unos días territorios más al norte de Compostela, pero estaba muy lejos de Córdoba y decidió volverse, hostigado en su retirada por tropas cristianas, deseosas de venganza. Antes, quemó el templo pre-románico edificado en el año 899 y, como episodio más recordado, ordenó transportar las once campanas del templo hasta Córdoba a lomos de cristianos, para convertirlas en lámparas de aceite que iluminasen la ampliación que hizo en la mezquita de Córdoba. Había capturado, aparte del botín, más de cuatro mil prisioneros, no le faltó mano de obra para acarrear las campanas…
En esta representación moderna del saqueo de Compostela el autor (Jose Luis Serrano Silva, alias «Arteaga») se ha permitido licencias, como la del guerrero que aparece a la derecha, con la cara enturbantada al estilo de los almorávides, que llegarían a la península más de un siglo después de las campañas de Almanzor.
El objetivo de sus razzias como ya hemos comentado, era múltiple. El botín en oro y joyas podía ser muy rico, pero el principal fue el de capturar prisioneros para venderlos como esclavos, aunque lo más valioso en los mercados eran las mujeres, destinadas a los harenes, como esclavas o concubinas, y de las que las más apreciadas eran las de tipo «nórdico» (como las suecas míticas de las películas de Alfredo Landa): rubias o pelirojas, de amplios senos y caderas, muy al gusto de los musulmanes de entonces…y de ahora. Gallegas, leonesas, «vasconas» (las navarras como Subh) o catalanas…
En su primera campaña, la de Salamanca, capturó unos 2.000 prisioneros. En Simancas, algo más: 17.000, mujeres en su mayoría. Y en la campaña en la que asoló Barcelona y su comarca, se dice que capturó la nada despreciable cantidad de 70.000. Los hombres eran destinados a trabajar como esclavos y en un porcentaje alto eran castrados, para «trabajar» como eunucos en los harenes. Hay que señalar que los «mayoristas» solían ser judíos, que los compraban en el mercado de esclavos y luego los exportaban a otros países musulmanes, con gran demanda de «carne humana».
Almanzor. Sus ejércitos
Una de las bazas principales de Almanzor fue su ejército. Las tropas califales estaban formadas inicialmente por árabes, yemeníes y sirios, a los que se añadieron un siglo antes un fuerte contingente de eslavos: originalmente soldados esclavos de origen eslavo, comprados para aumentar la fuerza de las tropas, aunque con el tiempo llegarían a tener gran peso sobre todo como guardia personal de los califas…los saqalibah, a los que tuvo que eliminar Almanzor en su momento cuando instauró a Hisham en el trono… Para Almanzor, poco dignas de confianza, por lo que suponían de más sujetas a lealtades tribales (heredada de sus orígenes nómadas) que a sus gobernantes. De hecho, la principal «debilidad» de los árabes siempre ha sido su desunión. Me contaba un amigo marroquí:
...lucho contra mi hermano. Pero me junto con él para luchar contra nuestro primo. Pero nos aliaremos con nuestro primo para luchar contra nuestro vecino. Pero nos juntaremos con el vecino para luchar contra la aldea de al lado…
Si a este planteamiento le añadimos clanes, tribus, regiones y países, podemos ver que los musulmanes siempre han estado envueltos en constantes enfrentamientos. El precavido Almanzor poco a poco las fue sustituyendo, no sin resistencia, por tropas bereberes del Magreb, mucho más fiables para él. Sus soldados estaban muy bien pagados, a los que proveía además de montura, armas y pertrechos. A «sus» fieles bereberes podía sumar mercenarios ávidos de paga y botín, tales como cristianos renegados, negros (los suddan africanos) o musulmanes de otras procedencias, incluso soldados-esclavos, algo frecuente en aquellos momentos.
Y sin despreciar un contingente de musulmanes exaltados, venidos de todas partes, voluntarios a la par que voluntariosos, deseosos de combatir por su fe contra los infieles y que encontraban en las razzias de Almanzor, que se habían hecho famosas en todo el Islam su oportunidad, justo lo que estaban deseando, lo que hizo que en su momento Al Andalus fuese conocido como Dar Yihad: «el país del esfuerzo»…del árabe yihad: «esfuerzo» o, más acertadamente, «compromiso». No lo confundían con qital, que es el término usado para definir «guerra»… La guerra era otra cosa: podías desertar o cambiar de bando, o hacer las paces…la yihad era -y sigue siendo- como un juramento personal. En todo caso, era un ejército altamente profesionalizado, con gran experiencia, y que seguramente idolatraban a su jefe Almanzor, el Invicto.
Representación de los ejércitos de Almanzor que figura en las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio (en la Biblioteca de El Escorial), unos doscientos años posterior. El ilustrador se ha permitido aquí la licencia de mostrar a uno de los soldados con yelmo al estilo cristiano, aunque no se puede discutir que pudiese haber sido un cristiano renegado, o un yelmo cogido a un enemigo vencido, pero creo que se trata más bien de una licencia del ilustrador.
El ejército califal osciló entre un número de 35.000 a 75.000 combatientes, según periodos. Estaban inscritos dentro de la escalilla militar para una mejor organización. Respecto a su estructura militar, el ejército se dividía en unidades basadas en el número cinco y sus múltiplos. Así, la unidad de mayores dimensiones estaba basada en cinco mil hombres a cuyo frente iría un general. Esos cinco mil hombres estarían encuadrados en cinco cuerpos menores de mil soldados al mando de un oficial o al-qaid. A su vez, cada una de estas unidades de mil hombres se componía de cinco grupos de doscientos bajo las órdenes de un capitán. Cada uno de ellos tenía cinco secciones de cuarenta hombres divididas en cinco unidades de ocho soldados. El general al mando de todo el ejército era el hayib.
Para sus aceifas reunía un mínimo de 20.000 soldados (hasta 60.000 como pudo ser la de Compostela). Normalmente unos 12.000 jinetes, de caballería ligera, a los que daba gran importancia por su capacidad de movilización y, el resto, peones, en una proporción de tres jinetes por cada dos infantes, proporción que aumentó con la incorporación de los batallones norteafricanos. Para abastecerse de buenos caballos organizó su cría monopolizando para ello las marismas del Guadalquivir.
Los caballos utilizados por los musulmanes eran caballos pequeños, ligeros y ágiles, aunque muy resistentes, principalmente de las razas árabe o bereber. Más que capaces para los soldados de caballería, que llevaban un armamento ligero. No solían llevar pesados yelmos -si acaso un casco ligero- ni armaduras, si acaso una cota de malla, aunque hubo pequeños destacamentos de caballería acorazada. Sus armas eran sables curvos -sus famosas cimitarras-, un escudo redondo y pequeño y una lanza. Por contra, los jinetes cristianos iban más pertrechados, con armadura o cotas de malla, yelmos que cubrían toda la cabeza, grandes escudos, grandes espadas y lanzas de embestida para lo cual y para sostener tanto peso, utilizaban caballos grandes y fuertes, haciendo menos ágiles sus cabalgadas.
Otro cuerpo de ejército desarrollado a partir de Abderramán III fue la marina, con bases en Algeciras, Alcácer do Sal, Almería, Denia, Tortosa, Ceuta y Melilla. Sólo el número de naves con base en Almería durante el reinado de al-Hakam II ascendía a 300. Bajo el mandato de Almanzor la flota rondaría las 500 naves, lo que permitió empresas tales como los castigos a los puertos catalanes y del sur de Francia, patrullar el Mediterráneo y el Atlántico en busca de naves cristianas, combatir a los normandos o campañas como la de Compostela. La importancia de la flota califal era tal que su almirante estaba considerado como uno de los personajes más notables de la corte cordobesa
Representación moderna de tropas norteafricanas del ejército de Almanzor
Para abastecerse de armamento, las fábricas de Córdoba producían cada mes 1.000 arcos, 1.300 escudos y 20.000 flechas… Como ejemplo, en la última campaña de Almanzor, en el año 1002, y según sus listas, llevaron un total de 200.000 flechas… Pero para sostener semejante ejército hacía falta una población no sólo rica, sino floreciente. Se calcula con cierta aproximación que Toledo contaba con una población de 30.000 habitantes, Sevilla con 80.000 o Granada con 50.000. Ciudades más pequeñas como Zaragoza, Badajoz, Valencia, Málaga, Almería o Palma de Mallorca, con unos 20.000 habitantes. Un estudio cuenta que la Córdoba califal pudo contar con 100.000 habitantes, aunque seguramente pudieron ser muchos más. Un recuento censal de su población (capital y arrabales) bajo el «reinado» de Almanzor enumera en Córdoba una cantidad de 213.007 casas de la clase media y del pueblo llano, 60.300 grandes casas, palacios o villas de la aristocracia y de altos funcionarios, 600 baños públicos y 80.455 comercios…
Oración en la Mezquita de Córdoba. La mezquita se construyó en tiempos de Abderramán I sobre una antigua iglesia consagrada a San Vicente, una basílica paleocristiana del Siglo VI, varios de cuyos restos se descubrieron al hacer excavaciones bajo las naves de la mezquita. El cronista Ibn Idari ya menciona la iglesia de Shant Binyant: San Vicente
Por contra, las ciudades cristianas antes del siglo XI muestran unos censos muy inferiores: Oviedo, León, Zamora, Salamanca, Barcelona, Lugo o Compostela alcanzan si acaso los 5.000 habitantes, pongamos que en sus mejores momentos quizá 10.000… muy por debajo de las ciudades musulmanas. Y sus ejércitos, por tanto, son mucho más reducidos. Las tropas locales pueden alcanzar rara vez los 2.000 combatientes. Para contar con más apoyo, los reyes necesitan a menudo la ayuda de las mesnadas de los nobles, de unos pocos centenares de jinetes y peones. Por esa razón se coaligan a menudo para unir fuerzas: navarros junto a castellanos o aragoneses, juntando con suerte 15.000 soldados. Se entiende ahora la imbatibilidad del Victorioso.
La muerte de Almanzor
Pero, ¡ay!, al igual que el amor es eterno mientras dura, hasta un hombre como nuestro heroico protagonista acusaba la edad. Hombre piadoso, realizó la cuarta y última ampliación de la Mezquita de Córdoba, y en sus razzias llevaba siempre un ejemplar del Corán que fue copiando pacientemente a mano (recordemos que su primer trabajo fue el de escribano). Padecía hacía más de 20 años de artritis gotosa al punto que en algunas de sus campañas fue necesario transportarle en litera, incapaz de sostenerse sobre el caballo.
Aunque los cristianos presumen que al final le infligieron una derrota (…Calatañazor, donde Almanzor perdió el tambor…), no es totalmente cierto, aunque es verdad que la batalla fue muy comprometida y que posiblemente se salvaron escapando al caer la noche dejando miles de muertos en el campo. Tras volver a vencer, como siempre, el Victorioso estaba ya muy enfermo. Contaba con 65 años, una edad provecta para un hombre de acción como él. Sus acongojadas tropas le llevaron hasta la ciudad de Medinaceli, donde murió la noche del 9 al 10 de Agosto del año 1002. Llevado su cuerpo hasta Córdoba, fue envuelto en telas de lino tejidas por sus hijas y, siguiendo una costumbre musulmana por la que sobre el difunto echan puñados de tierra, sus generales esparcieron sobre la mortaja el polvo que habían ido reuniendo, sacudiendo sus ropas, campaña tras campaña.
Arco romano de la ciudad soriana de Medinaceli, donde murió Almanzor
Su hijo favorito y que hubiese podido continuar su dinastía, Abd al-Malik, murió de enfermedad a los pocos años de morir su padre, y «Sanchuelo» acabó decapitado por sus antiguos seguidores un año después de morir Abd al-Malik, el 3 de Marzo del año 1009. Descabezada la dinastía, enfrentados de nuevo árabes, bereberes y mercenarios, un contingente de bereberes saquearon la capital de Córdoba en Mayo del 1.013. Al saquear y destruir el palacio de Medina al-Yazira aún encontraron, supongo que asustado y escondido -o quizá ni se enteró- al califa-pelele Hisham, al que asesinaron. Tras un periodo de luchas para ver quién se podía asegurar el califato, en los años 30 del primer milenio, Al Andalus se fragmentó en una guerra civil: la fitna (ya no era la qital, la guerra como tal, contra otros reinos), que dio origen a los reinos de taifas dando su oportunidad, ahora sí, desaparecido el Invencible, a su conquista por parte de los reinos cristianos.
EL CID
Firma autógrafa del Cid donde consta como ego ruderico: «yo, Rodrigo»
La figura del Cid, bajo su calidad de caballero cristiano, es mucho más popular en nuestra cultura occidental que la de Almanzor. De él nos han llegado los romances medievales y, ya en nuestra época, desde cómics y novelas hasta películas. No obstante y, pese al «peso» de su figura, la historia ofrece muchas lagunas sobre todo en lo que a sus orígenes se refiere, historia que en el caso de Almanzor es bastante más completa, aunque tengamos que acudir como es lógico a los anales musulmanes.
La gran oportunidad de los cristianos, una vez desaparecido Almanzor, fue la descomposición de Al Andalus en los reinos de taifas, lo que posibilitó el dominio de los reinos cristianos y, entre otros, el del Cid. No obstante nadie dijo que fuese fácil: siguió habiendo batallas constantes, enfrentamientos y coaliciones continuas entre los diferentes reinos, tanto islámicos como cristianos, o la irrupción de enemigos potentes como los almorávides, llegados de África y que pusieron en serios apuros a la cristiandad.
El Cid. Sus orígenes
Casi todos los investigadores están de acuerdo en que nació en Vivar, pequeña población a 7 km de Burgos. En lo que no están de acuerdo es en la fecha, barajándose entre los años 1041 y 1057. Para el gran especialista Menéndez Pidal sería en el año 1041. Para otros, como Ubieto Arteta, en el 1057. Aunque las investigaciones más fiables a cargo de Martínez Díez y que se han establecido como más seguras lo sitúan en el año 1048.
En cuanto a su categoría social, también hay diferentes propuestas. Volviendo a Menéndez Pidal, para él el Cid sería un «infanzón» de humilde origen. Pero ese criterio se basó en una propaganda que propugnaba cómo un burgalés de origen humilde consiguió, gracias a su valor y sus victorias militares, ir ascendiendo en la corte de León y Castilla. Su padre, Diego Laínez, no pasó de ser un «capitán de frontera» de las luchas entre navarros y castellanos. Menéndez Pidal argumenta la …ausencia total de Diego Laínez en todos los documentos otorgados por el rey Fernando I…
Diego Laínez no perteneció a la corte real, posiblemente por haber sido fruto de un matrimonio ilegítimo, o también por ser hijo segundón y no primogénito (carente de herencia, por tanto, según la tradición visigótico-leonesa). El patrimonio de Diego Laínez y que hereda su hijo, Rodrigo Díaz, es extenso, con propiedades en numerosas localidades de la comarca del valle del río Ubierna…lo que no descarta haber sido adquiridos esos bienes como premios por su vida como guerrero de frontera, y no como herencia familiar.
Pero otras teorías, según los diferentes investigadores, es que Diego Laínez perteneciese a la ilustre familia leonesa de los Flaínez, una de las cuatro familias más poderosas del reino de León desde comienzos del siglo X, mencionando como padre de Diego Laínez (y abuelo, por tanto, de Rodrigo Díaz) a Flaín Muñoz, personaje ya un tanto dudoso como para ser certificado. Estas teorías de «noble origen» se apoyan en la madre del Cid: de apellido Rodríguez aunque se duda si su nombre pudo ser María, Sancha o Teresa, hija a su vez de Rodrigo Álvarez del que sí tenemos datos fiables: perteneciente a la alta nobleza castellana y que, al parecer, formó parte del séquito de Fernando I de León desde el 21 de Junio del año 1038 hasta el 1066.
Estos datos, a veces confusos, tienen su origen en que hasta un siglo después no se documenta la figura del Cid. Así, la primera mención un tanto difusa como Meo Çidi («mi señor») aparece en el Poema de Almería o, más propiamente, el Praefatio Almeriae, poema épico redactado en latín medieval entre los años 1147 y 1149, y que aparece como un añadido al final de la Chronica Adefonsis imperatoris, crónica sobre el rey Alfonso VII de León. La biografía más antigua como tal del Cid la encontramos en la Historia Roderici, fechada entre los años 1188 y 1190, donde se le menciona como «varón ilustrísimo». Y, por ejemplo, la primera mención como «Cid Campeador», aparece por primera vez en el año 1200 en el códice escrito en el dialecto navarro-aragonés Linaje de Rodrigo Díaz, y que forma parte del Liber regium (escrito entre los años 1194-1209), o «Libro de las generaciones y linajes de los reyes», donde aparece bajo la fórmula de… mio Cit el Campiador…
La Historia Roderici, en la Real Academia de la Historia
El Cid y Sancho II el Fuerte, rey de Castilla
En el año 1058 y siendo muy joven (al parecer pudo quedar huérfano de padre, pero no está confirmado) entró al servicio de Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, futuro Sancho II de Castilla, diez años mayor que él. Sancho nació en Zamora (la ciudad que le verá morir) en el año 1038. Rodrigo es adiestrado, como era costumbre en aquellos tiempos tan revueltos, en el manejo de las armas, pero además en el estudio de las letras, estando documentado por diversos manuscritos de su puño y letra que sabía leer y escribir. Incluso pudo adquirir conocimientos de derecho, pues también está documentado que intervino, al menos en dos ocasiones, para dirimir contenciosos. Pero su actividad principal fue como hombre de armas.
En el breve reinado de Sancho II -y quizá debido a la brevedad- no se menciona en las crónicas que hubiese en su corte nadie con el cargo de armiger regis o spatharius regis, también llamado arma gerens post regem («el que lleva las armas del rey tras él»), cargo honorífico del que portaba en las ceremonias oficiales el escudo y la espada del monarca. En otras ocasiones el alférez porta el pendón real -siempre tras el rey- cuando marchan a caballo. Pero en todo caso Rodrigo y tras la coronación de Sancho como rey de Castilla (que pasa de condado a reino en ese momento) el 27 de Diciembre del año 1065, pasa a ser nombrado como escudero o alférez de Sancho.
Esta imagen es una representación no de Sancho, sino de Alfonso II el Casto. Pero en ella podemos ver, tras el rey, y rotulado como tal «armiger regis»(esquina superior derecha), la figura de su escudero
Rodrigo se «estrena» en el año 1063 (con tan sólo 15 años si damos como buena la fecha de nacimiento de 1048) en la batalla de Graus, acompañando a Sancho, al que aún le faltaban dos años para ser coronado rey, para ayudar a su protegido, el rey Al-Muqtadir de Zaragoza contra Ramiro I de Aragón, tío de Sancho. Poco más tarde y en esta espiral de guerras entre reinos cristianos, lucha como escudero junto a Sancho entre otros contra sus hermanos, durante siete largos años. Es durante esta serie de batallas y no en la de Graus (Rodrigo aún era joven y poco «curtido») cuando se le comenzó a llamar el «Campeador»: experto en batallas campales, a campo abierto y no meras escaramuzas. Pero para explicar esta lucha fratricida hay que remontarse al padre de Sancho: Fernando I.
Fernando I de León, llamado el Magno, nació en León en el año 1016, siendo hijo del rey Sancho Garcés III de Pamplona, llamado el Mayor. La Cronica silense o Historia legionensis (citada justo al comienzo de esta entrada sobre la memoria de los horrores que en los cristianos aún despertaba la memoria de Almanzor) nos cuenta un poco la sucesión de Sancho III:
…mereció también gozar felizmente por mucho tiempo de la compañía de sus hijos, a los cuales el padre dividiendo el reino mientras vivía, puso al frente de los pamploneses a García, el primogénito; la belicosa Castilla por mandato del padre recibió como gobernador a Fernando; y dió a Ramiro, al que había tenido en una concubina, Aragón, pequeña parte desgajada de su reino, para que no pareciese ser heredero del reino entre sus hermanos, ya que era desigual por su origen materno…
Un reparto feliz…aparentemente. Pero, igual que en Juego de Tronos, las envidias y la ambición jugaron su papel. El condado de Castilla que le había tocado en el reparto en el año 1029 a nuestro protagonista -Fernando- era un territorio recortado en gran parte por Navarra y por León. Castilla, paradójicamente, dependía de Navarra aunque nominalmente era parte de León, y como tal conde Fernando rendía vasallaje a su rey, Bermudo III el Mozo, con cuya hermana Sancha se había casado. Pero ante la ambición, no hay cuñados que valgan: Fernando se levantó en armas contra su cuñado, rey y señor al que se enfrentó en la batalla de Tamarón el día 4 de Septiembre del año 1037, miércoles para más exactitud, según cuentan las crónicas. No hizo falta ni pelear. Bermudo, por sobrenombre el Mozo (tenía apenas 20 años recién cumplidos) y llevado por el entusiasmo -o más bien la inconsciencia- de la juventud…
…incitó a su caballo, famoso por su ligereza, del que los cronistas han dejado el nombre: Pelayuelo, y se lanzó contra el enemigo adelantándose a sus huestes, siendo derribado del caballo y muerto de diez y seis lanzazos, aseteado y atravesado con espadas y puñales en unas cuarenta ocasiones…
«Cosido a lanzadas», tal y como detallaron los cronistas del siglo XI. Así nos lo cuenta Lucas de Tuy en 1238 en su Crónica del Tudense o, más propiamente, Chronicon mundi.
El pobre Bermudo fue enterrado, como era costumbre, en el Panteón Real de San Isidoro de León, edificado tras el paso de Almanzor con la intención de prestar eterno descanso a los reyes leoneses durante la Edad Media. Reposan allí 12 reyes, 10 reinas y 8 infantes: 30 en total. Pero el descanso de los muertos no siempre es respetado. Siglos más tarde y durante la invasión napoleónica, las tropas francesas utilizaron la colegiata como caballeriza y pajar, saqueándolo todo, sacando los esqueletos -que tiraron a un lado- de los sepulcros buscando joyas y utilizándolos como abrevaderos para los caballos y, al marcharse, pegándole fuego a todo.
Me contó una amiga que, en el año 1997 y siendo estudiante de Historia Antigua, colaboró con la Sociedad Española de Paleontología para «poner orden» en aquel batiburrillo de huesos: un montón revuelto de los restos de treinta difuntos, todos mezclados, un auténtico puzzle. Un equipo de venticuatro expertos y forenses, a los que dieron un plazo de quince días se puso manos a la obra. Se trataba de intentar identificar los restos reales, una tarea digna de las series del C.S.I. En estos casos se alinean en primer lugar los huesos «largos»: tibias, fémures, húmeros…viendo como se aparejan los derechos y los izquierdos y que correspondan a igual tamaño, calculando por la osificación la edad aproximada y, según las partes del esqueleto, si correspondían a hombres y a mujeres…Una vez aparejados los huesos «largos», tocaba recomponer vértebras, costillas y los huesecillos de manos y pies…tarea ardua, paciente y laboriosa…
Radiografía del cráneo de Bermudo III. Podemos apreciar a la izquierda de la imagen (lado derecho de Bermudo) la marca vertical de la lanzada que le atravesó el ojo.
Pues bien, me contó mi amiga que con el único que no tuvieron ningún problema fue con los huesos de Bermudo III, correspondientes a un varón joven de entre 1,70 y 1,74 metros de altura. Mientras que sus parientes habían muerto casi todos apaciblemente en la cama, los de Bermudo se «chivaron» de su triste final. : estaban todos llenos de marcas, producto de aquel «cosido a lanzadas», que no dejaron hueso sano. Los forenses hicieron una relación de sus heridas, determinando -aparte de las leves- un total de diez y seis lances mortales.
Deducen que Bermudo levantó su celada (la visera del casco), joven e impetuoso, por aquello de ver mejor. Así, una de las heridas mortales fue un lanzazo -herida inciso punzante de 47 mm, puntualizaron- que le entró por el ojo derecho, rompiendo la órbita ocular, rasgando el hueso parietal por dentro y arrancando parte de la pared del maxilar, como las radiografías del cráneo demuestran. Pero hubo más: un par de lanzazos en la cadera, un espadazo en la parte delantera del fémur más otro en la posterior, cortes en la mejilla, marcas en las costillas, o una docena de estocadas que le atravesaron la parte inferior del tronco. No, no fue difícil adjudicarle a Bermudo el Mozo la autoría de aquel esqueleto, «cosido a lanzadas»…
Pero estábamos con Fernando, el «cuñicida». Tras morir Bermudo (sin hijos, tuvo un varón que murió a los pocos días) y por su matrimonio con Sancha, hermana de éste y heredera del trono de León, Fernando pasó de ser de sólo conde de Castilla a rey de León en el año 1037, y ungido como tal el 22 de Junio del año 1038. Su ambición no paró ahí. Enfrentado a su hermano García III, de sobrenombre «el de Nájera», rey de Navarra (ferox Garseas, le llaman las crónicas,. también debía ser «fino» el tal Garseas) le dieron muerte en el año 1054 en la batalla de Atapuerca. Ya no era sólo el «cuñicida», ahora era también el «fratricida»…aunque como vemos, en aquellos tiempos, tampoco era tan escandaloso…
A Fernando y una vez coronado rey de León, le supuso diez y seis años de luchas casi constantes para pacificar por la fuerza a los nobles levantiscos de su reino que no le aceptaron como rey en principio, razón que alega para no haber combatido a los musulmanes, debido a estar tan ocupado con sus propios asuntos. A él le debemos la proliferación del románico en Castilla y León y el apoyo -ya iniciado por su padre Sancho III de Navarra- a la orden francesa benedictina de Cluny que acabaría desplazando al rito mozárabe -o de San Isidoro- en la misa sustituyéndolo por el rito latino, en una reforma litúrgica al que su hijo Alfonso VI daría el espaldarazo definitivo…a lo que quizá no fue ajeno que, de las cinco esposas de Alfonso, al menos cuatro fueron francesas. Pero, ya asentado Fernando en su trono y sintiéndose mayor, dispuso su testamento repartiendo, como era la tradición navarra, y como hizo su padre el navarro Sancho Garcés, sus posesiones entre sus hijos lo que (no cuesta trabajo adivinar), al igual que pasó con él y sus hermanos, diese lugar a nuevas luchas.
A finales del año 1063 Fernando convocó la Curia regia y dispuso el reparto. A Sancho, como primogénito y según el derecho visigodo y leonés, le hubiese correspondido heredarlo todo, como él esperaba. Pero aplicando la ley navarra, le adjudicó el condado de Castilla (elevado a la categoría de reino tras su nombramiento) mas las parias sobre el reino taifa de Zaragoza. A Alfonso, el favorito, le tocó en el reparto el reino de León mas los derechos sobre la taifa de Toledo. A García, el reino de Galicia y norte de Portugal, creado a tal efecto, y los derechos sobre las parias cobradas a los reinos taifas de Sevilla y Badajoz. Y a las dos hijas, el señorío sobre la ciudad de Zamora (con título real, y sus rentas) para Urraca, y la ciudad de Toro con iguales privilegios para Elvira.
Sancho debió montar en cólera: no sólo le restringían a un pequeño condado, «mordido» en sus límites por Navarra y León y sólo abierto por el sur a «tierra de moros», sino que le usurpaban el mucho más próspero y extenso reino de León, al que se creía con derecho. No existen documentos que reflejen las tensas conversaciones que debió tener con su padre Fernando, pero por las escasas evidencias debió ser algo así como que, Sancho, muy batallador, sería el más indicado para ganarle tierras a los moros y ampliar de esa manera Castilla, mientras que su hermano Alfonso, buen batallador también pero sobre todo mucho más maquiavélico y capaz de moverse entre las intrigas palaciegas, sería el más capaz para conservar el ya asentado reino de León.
El 27 de Diciembre del año 1065 murió Fernando, siendo enterrado en la colegiata de San Isidoro y dejando coronados sus hijos, entre ellos Sancho, ya como Sancho II de Castilla llamado el Fuerte, y una de cuyas primeras medidas fue nombrar a Rodrigo como Alférez Principal. Descontento con el reparto que hizo su padre, aún le supuso siete años de guerras para hacerse con los reinos de sus hermanos. No voy a detallar las batallas, que fueron muchas. Sólo nombrar que, apoyando a su hermano Alfonso VI, usurparon en primer lugar el reino de Galicia a su hermano García (encarcelado y exiliado a la taifa de Sevilla) aunque poco después se enfrentara al propio Alfonso. Derrotado éste en la batalla de Golpejera, con un ejército a cuyo frente marcha Rodrigo, fue encarcelado tras de lo cual logró huir a la taifa de Toledo. Por fin Sancho entra en León y es coronado como rey -de León- el 12 de Enero de 1072, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido. Pero…¿estaba ya unificado?…
Toda la Galia está ocupada por los romanos…¿Toda?, ¡no!. Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor…
¿Lo habéis reconocido?…¡En efecto!, esta introducción de los famosos comics del héroe galo Astérix refleja un poco la situación que se encontró Sancho II, tras coronarse rey en León. Su hermana Urraca, dueña y señora de Zamora, partidaria de Alfonso y que le ha ayudado a huir a Toledo, se resiste a entregar la ciudad a Sancho…y éste la asedia, pero la bien fortificada Zamora donde se han refugiado nobles leoneses que no admiten a Sancho, resiste el cerco durante siete largos meses…y aquí llegamos a un punto que ha dado lugar a varias leyendas, no confirmadas por la historia: el asesinato a traición de Sancho y la Jura de Santa Gadea.
…aqui yaze el rey do sacho que mataro iobre zamora… («aquí yace el rey Don Sancho que mataron sobre Zamora»)
Tal inscripción figura a la cabecera del sarcófago, en madera de nogal, que contiene los restos de Sancho II. El 26 de Agosto de 1066 el rey había dispuesto al monasterio de San Salvador de Oña para su sepultura, y no en la colegiata de San Isidoro de León, como sus parientes. Obedeciendo sus órdenes, el sarcófago se situó bajo el baldaquino del lado de la Epístola junto a los de sus abuelos paternos, el rey Sancho Garcés III el Mayor de Pamplona y su esposa, la reina Muniadona de Castilla. Unos años más tarde, el 7 de Octubre del año 1072, Sancho muere mientras mantiene el asedio.
Según la Chronica naierensis (o de Nájera), compuesta entre 1173 y 1194 y supuestamente basada en anteriores romances de gesta, Sancho murió asesinado por el noble zamorano Bellido Dolfos (nombrado otras veces como Vellido Adolfo) que, fingiéndose desertor de doña Urraca y tras dos meses acompañando a Sancho en su campamento, ganándose su confianza y con la excusa de enseñarle una entrada secreta en las murallas, le asesinó en un descuido con su propia azagaya, huyendo a «uña de caballo» como se solía decir, o sea, al galope, y refugiándose en Zamora a través una puerta de la muralla.
Quiso el destino que en los años 50 del siglo XX se descubriese en el lienzo noroeste de la muralla una entrada tapiada, a la que se dio en nombre del «Portillo de la Traición». Pero como la historia da esas vueltas y los leoneses ahora reivindican a sus héroes frente a los malvados castellanos, en el año 2009 se le cambió el nombre rebautizándola oficialmente como el «Portillo de la Lealtad», con gran alharaca de fiestas, celebraciones y homenajes al esforzado héroe zamorano.
El antiguo «Portillo de la Traición» y actual «Portillo de la Lealtad», en las murallas de Zamora
La anécdota del asesinato se recoge, como dije, en la Chronica naierensis, posterior al menos un siglo al suceso. El que Sancho muriese durante el cerco de Zamora está claro, lo que no queda claro fueron las circunstancias exactas de su muerte. En la Historia roderici, la biografía más antigua del Cid, escrita entre los años 1188 y 1190, no menciona un suceso que se hubiera considerado tan importante. Y en el Cantar del mío Cid, en cuya fecha de composición (año 1200) todos los investigadores están de acuerdo, tampoco se hace mención. Puede que la Chronica naierensis «adornase» el tema de la muerte de Sancho dándole un toque más dramático, más heroico, en el enfrentamiento ya personalizado entre un noble leonés y el rey castellano. De todas formas el personaje de Bellido Dolfos sí que aparece registrado en 1057 (15 años antes de la muerte de Sancho), citando a un noble zamorano, de nombre Vellit Adulfiz, del que no podemos saber si fue inspirador o protagonista del magnicidio.
El Cid y Alfonso VI de León
Vista ya la más que probable falsedad histórica del asesinato a traición de Sancho, toca revisar otro hecho inventado que se hizo muy célebre: la Jura de Santa Gadea (actualmente, Santa Águeda). Aunque es una historia conocida, conviene recordarlo: en él se narra el juramento que Rodrigo Díaz de Vivar obliga a hacer al rey Alfonso VI de León, antes de ser coronado como rey de Castilla tras el asesinato de su hermano Sancho, en la iglesia burgalesa de Santa Gadea, haciéndole reconocer que no tuvo arte ni parte en la muerte de su hermano… Y siguiendo con la historia Alfonso, tras jurar, destierra a tan rebelde súbdito.
La Jura de Santa Gadea, obra de Armando Menocal, de 1887. Expuesta en el ayuntamiento de Alfafar
Aunque el episodio de la Jura sea falso y hoy día nos pudiese parecer una «chulería» por parte del Cid, el hecho de hacer jurar al rey sí que era posible en casos de duda, como juramento de expurgación antes de reconocerle vasallaje, según se disponía en el Fuero Juzgo. Dicho Fuero Juzgo, traducción romance del Liber Iudiciorum o Lex gothica, era un código legal visigodo promulgado ya por Recesvinto en el año 654, basado en códigos visigodos anteriores, en el derecho romano y en aportaciones de eclesiásticos posteriores y que se mantuvo vigente hasta la aprobación del Código Civil en el siglo XIX, constituyendo un total de unas 500 leyes que formaban una norma de justicia común, sometiendo por igual, según refleja en su lengua romance original…
…a los barones, cuenno a las mugieres, é a los grandes cuenno á los pequennos…
Como tema, la Jura de Santa Gadea es muy pintoresca y está muy bien…pero no sucedió nunca. Los investigadores modernos ya apuntan que el episodio…carece de cualquier base histórica o documental… En el Cantar del mío Cid (año 1200) no se refleja, y el primer destierro que el Cantar comenta se produce por otras causas que no son la famosa Jura. Aparece por primera vez en el Romance de la Jura de Santa Gadea, compuesto en el año 1236, bajo el reinado de Fernando III el Santo, artífice de la unión definitiva de los reinos de Castilla y León. Es a partir de entonces cuando tan famoso episodio comenzó a aparecer en romances, obras de teatro y hasta en películas, pero el hecho es que sus coetáneos ni lo mencionaron. Aquí hay que buscar, posiblemente, la «dignidad» de Castilla frente a un usurpador -leonés- del trono que, en aquellos tiempos, se veía casi como un extranjero.
Primera página del Cantar del Mío Cid. Biblioteca Nacional. Madrid
Lo cierto es que las relaciones entre el rey Alfonso y el Cid comenzaron siendo excelentes. Rodrigo tenía fama de ser ya un gran guerrero, y para una época de tanta conflictividad el rey de León (y ahora de Castilla) ni siquiera pensó en prescindir de tan valioso «fichaje». Bajo Alfonso, Rodrigo no sólo ostentó cargos de relevancia, como juez en varios pleitos, sino de la propia amistad del rey y algo tan significativo como que le concertase la boda con su prima tercera Jimena, de rancio abolengo, bisnieta del rey Alfonso V de León, y según consta en las cartas de arras, el 19 de Julio del año 1074. Otra prueba de la confianza que Rodrigo despertaba en el rey fue que delegase en él la comisión, en el año 1079, para cobrar las parias o impuestos que el reino de León cobraba al rey Almutamid de Sevilla.
En una de estas comisiones, hubo de defenderle (a Almutamid) de una incursión de la que fue objeto por parte de Abdalah ibn Buluggin, rey de la taifa de Granada, aliado en esta ocasión al noble castellano García Ordoñez, conde de Nájera y amigo personal de Alfonso VI, y que a su vez había ido a cobrar para el rey sus parias a Granada, pero al que capturó e hizo prisionero en la batalla de Cabra. Según cuentan las crónicas y en uno de sus rasgos de «chulería», mantuvo encadenados tres días tanto a García Ordoñez como al rey Buluggin, lo que le hizo merecedor de rencores de por vida por parte del conde castellano por esta doble humillación: ser vencido en batalla por un «plebeyo» como Rodrigo y, para colmo, aherrojado vilmente en una mazmorra. Podemos imaginar su enorme cabreo…
Miniatura medieval del rey Alfonso
Tras su vuelta de Sevilla, en la que entregó a Alfonso las parias íntegras, Rodrigo fue blanco de veladas -o no tan veladas- acusaciones por parte de personajes de la corte (el primero, sin duda, el humillado García Ordóñez). León, como toda corte que en el mundo ha sido, debía ser un auténtico avispero, nido de envidias, complots y murmuraciones. Rodrigo nació en Burgos y su carrera la desarrolló en el reino de Castilla, motivo quizá más que suficiente para despertar envidias entre los leoneses. El rey Alfonso sin duda podía estarle muy agradecido, habiendo rescatado íntegras sus parias. Pero Almutamid de Sevilla sin duda más aún, haciéndole valiosos regalos personales, lo que debió despertar las envidias de la corte. Fue una de estas misiones la que condujo (y no la inexistente Jura de Santa Gadea) a su primer destierro.
Los destierros eran penas graves aplicados en caso de desacato a la autoridad real, sólo superados por la condena a muerte. Si el desterrado regresaba sin permiso de su rey, suponía ejecución sumarísima en caso de ser sorprendido. Este primer destierro no fue de los peores: Alfonso no expropió sus posesiones y su mujer, Jimena, continuó viviendo en Castilla. El motivo consistió en que Rodrigo acudió en el año 1080 a Soria al frente de sus mesnadas para repeler unas incursiones de tropas andalusíes. Pero entre escaramuza y escaramuza se adentró en tierras pertenecientes a la taifa de Toledo, propiedad de Al-Qadir, vasallo a su vez del reino de León y saqueando su zona oriental, lo que provocó las iras de Alfonso VI, que acabó expulsándole de su reino.
Fragmento del camino del destierro por tierras sorianas
Los caminos del Cid en sus destierros han sido muy estudiados y se conocen con bastante aproximación. Hoy día hay «Rutas del Cid» por gran parte de su recorrido para su uso turístico pero, ¿por dónde decidió el Cid marchar de Burgos?… Hay que considerar que, ser desterrado y en aquellos tiempos tan revueltos, podía suponer una estupenda ocasión de venganza para sus enemigos…como García Ordóñez, «el humillado»… No he podido encontrar datos acerca de cuántos fieles acompañaron a Rodrigo en su destierro, pero seguramente serían pocos, una pequeña mesnada de incondicionales como mucho.
Con ocasión de un viaje con un grupo de amigos biólogos por Soria, Guadalajara y Teruel (Medinaceli, Layna, Molina de Aragón…) y en el que fuimos atravesando parte de la Ruta del Cid, la profe nos hizo notar que, por las zonas que recorrimos, el camino del destierro transcurrió en su mayor parte por bosquetes de sabina, mucho más despejados que los encinares con mucho monte bajo, en los que una emboscada hubiese sido mucho más fácil, circunstancia que para un guerrero experimentado como Rodrigo sin duda no debió pasar desapercibida.
Sin rey, Rodrigo ofreció sus servicios como mercenario al rey de la taifa de Zaragoza, su viejo amigo y conocido Al-Muqtadir, al que podemos suponer que encantado con semejante refuerzo. En aquellos años de constantes enfrentamientos, no paró quieto desde comienzos del año 1081 hasta el 1086. Durante este lustro y al servicio de los reyes de Zaragoza al-Muqtadir primero, de su sucesor al-Mutamán después y finalmente con al-Musta’in II, Rodrigo mantuvo campañas, siempre victoriosas, comenzando la que mantuvo contra Mundir, gobernador de Lérida y hermano de al-Mutamán al que prestaron ayuda (a Mundir) el conde Berenguer Ramón II de Barcelona o el rey de Aragón, Sancho Ramirez (a su vez hijo de Ramiro, el hermanastro de Fernando I de León y primo por tanto de Alfonso VI…¡qué lío de familias!…). Pero si las genealogías, tanto árabes como cristianas, ya suponen cierto lío, la relación de batallas y sus localidades lo son aún más, con lo que me disculparéis que no haga una relación pormenorizada que sería muy extensa. Sólo comentar que durante el lustro en que actuó como mercenario en Zaragoza, Rodrigo comenzó a ser conocido entre las tropas musulmanas a su servicio como «el Cid», castellanización del árabe sidi = «mi señor», en reconocimiento a su valor.
En el año 1086 el rey Alfonso «decide» perdonar a Rodrigo, o ya al Cid, como prefiramos. No es un noble acto de generosidad. El 23 de Octubre del año 1085 Alfonso pierde la batalla que se conoció como de Sagrajas contra unos poderosos enemigos que acaban de llegar de África: los almorávides, cuando parecía que la cristiandad ya no iba a tener rivales de importancia. Alfonso necesita más que nunca soldados con experiencia, «campeadores», y el Cid continúa siendo, si no el mejor, uno de los mejores. Pero como exigían los protocolos de la corte en aquellos tiempos, el perdón real exige unas formas. Alfonso perdona a Rodrigo en Toledo cumpliendo un viejísimo rito de sumisión: el Cid tomó un puñado de hierba entre sus dientes, postrándose ante su rey…
El Cid y los almorávides
A lo largo de la historia es frecuente la aparición, o el resurgir, de grupos imbuídos de una fe arrolladora. Los almorávides fueron uno de ellos. Nómadas bereberes, habitantes del norte de la actual Mauritania, donde pastoreaban sus rebaños de cabras y camellos. La confederación shanaya (más conocidos en el cristianismo como «zanata» o «cenetes») que formará el grueso de los almorávides, englobó a tribus como los lamtuna o los masmudíes. Los almorávides acaban de ser fuertemente evangelizados por su líder espiritual, Abdalah ibn Yasin, a la vuelta del peregrinaje a La Meca. Hasta entonces y como muchos bereberes han mantenido sus creencias preislámicas o han sido muy superficialmente convertidos, aislados en sus montañas y desiertos, pero Ibn Yasin tiene otros planes para ellos. Ayudado por Yahía Ben Omar, jefe militar, unifica a los bereberes para conquistar nuevos territorios.
Los almorávides recibieron el nombre por el que los conocemos por al morabitum (de ribat: «convento», «los del convento», en este caso), pero con el significado también en árabe de «el que se ata» o, figuradamente, «el que está listo para la batalla», aunque en un principio se los conoció como los al-Mulatamum (del litham: el turbante, «los enturbantados»), por la costumbre nómada de cubrirse la cara dejando libres sólo los ojos, al igual que hacen hoy día otros bereberes como los tuareg de Argelia, y que se acabó implantando como norma exclusiva y reservada sólo para ellos. El «convento» que les dio nombre estuvo situado, según algunos, en la isla de Tidra, situada en el Banc d’Arguin, en la costa norte mauritana, donde se refugiaron inicialmente un grupo de sesenta o setenta seguidores muy austeros, una especie de monjes-soldado, aunque otros la sitúan con más seguridad en el interior, cerca de la localidad de Attar, en su zona de origen del Adrar Tmar: «la Montaña de los Dátiles».
Duros y muy combativos, se repartieron expandiendo sus dominios por el norte hasta España, y por el sur hasta Senegal, controlando el mercado de las caravanas por su ruta más occidental, llevando principalmente sal (hacia el sur) desde las salinas de Iyil, y oro (hacia el norte), desde las minas de Bilat al-Sudan: «el país de los negros». Desde las ciudades marroquíes de Zagora, al sur del ued o río Draa, y Siyilmasa, la gran puerta del norte, cuyas ruinas de adobe todavía podemos ver a las afueras de Rissani, en el extremo sur del palmeral del Tafilalet, a orillas del Ued Ziz. Tras abandonar Marruecos, las caravanas cruzaban el desierto hasta las ciudades mauritanas de Walata, Tishit y Wadan.
Pero antes de controlar el comercio y en su expansión hacia el sur, los almorávides arrasaron hasta los cimientos la gran ciudad de Kumbi Saleh, en el sur de la actual Mauritania, muy cerca de la frontera con Mali. Capital del imperio de Ghana (nada que ver con el actual país del mismo nombre, en el golfo de Guinea), llegó a tener 30.000 habitantes, repartidos en dos distritos: el de los negros Ghana con el palacio real, y el de los comerciantes shanaya (que aún no se habían coaligado con los almorávides, o al menos no los de la ciudad), con doce mezquitas. Una vez eliminados los Ghana, el control del comercio fue suyo durante más de doscientos años.
La expansión hacia el norte desde Mauritania tuvo, lo que es innegable, un añadido espiritual, tras la «evangelización» de los bereberes mauritanos por parte de Abdalah ibn Yasin. Pero hubo otro factor decisivo: un cambio climático. Hacia el siglo X una sequía desertificó aun más la zona tradicional de los pastizales de la Saquía al-Hamra (en árabe: «la acequia roja»), al norte del antiguo Sahara Español, y del Adrar Tmar («la montaña de los dátiles»), al norte de Mauritania, lo que obligó a aquel pueblo de pastores a emigrar al norte buscando el sustento para sus rebaños de ovejas y cabras, de los que dependía su supervivencia. Llegando a la frontera natural del Ued Draa, límite con los dominios del sultán de Marruecos, pidieron permiso para cruzar el río y buscar nuevos pastos, a lo que el sultán se negó.
Al principio acataron la prohibición del sultán pero, según la situación se iba haciendo cada vez más desesperada, acabaron por atravesarlo y a entablar enfrentamientos con los soldados marroquíes, a los que derrotaron en la batalla junto al Ued Draa, pese a sufrir grandes pérdidas. A partir de ahí y mientras una parte de los almorávides avanzaba hacia el sur, la otra parte fue conquistando poco a poco y no sin resistencia el reino marroquí y de esta forma tan elemental comenzó la expansión del imperio almorávide. El fuerte integrismo religioso de sus líderes les añadió los pocos motivos que les faltaban para irse imponiendo a la población, la excusa perfecta.
…Él (se refieren al rey Alfonso VI) ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes…Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y la defensa de sus derechos, por vuestra labor…y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán la vida en el paraíso…
Con este mensaje, recogido por el cronista al-Tud Banu Abbid, el rey Al-Mutamid de la taifa de Sevilla pidió ayuda a los almorávides en el año 1080. Mensajes parecidos han llegado desde la taifa de Badajoz, después que Alfonso VI haya conquistado Coria en el 1079 y en el 1085 Toledo, cuyos partidarios solicitan el apoyo. Tras ellos Zaragoza, que se siente amenazada y, poco más tarde, Granada. Los almorávides conquistan Ceuta y pactan con la taifa de Sevilla que les sea cedida Algeciras. Desde esta cabeza de puente comienzan su avance que cristalizará en la victoria sobre el rey Alfonso de la batalla de Sagrajas.
De aquel grupo inicial de sesenta o setenta partidarios de monjes-soldados en el ribat mauritano, los almorávides van sumando partidarios hasta alcanzar más de 20.000 efectivos. Su unidad solía estar formada por 1.400-2.000 hombres formados por caballería ligera (han sustituído los camellos por caballos, más ágiles) y por infantería, armados de escudos y largas lanzas. Se mantiene el espíritu austero. Uno de sus líderes, Ibn Tasufin, se vestía con pieles de oveja y se nutría tan sólo de dátiles y leche de cabra, respetando el modo de vida de los nómadas del desierto. Al llegar a las cortes de Granada o de Sevilla les escandalizó el «relajo» de la alta sociedad andalusí: bien vestidos, bien comidos, con gusto por el vino y una religiosidad mucho más tibia, a la que ellos enfrentarán su fe intransigente, lo que despierta simpatías del pueblo llano. Es con estos duros guerreros con los que se va a encontrar el Cid en su segundo destierro.
El Cid y el segundo destierro. Valencia
Antes de terminar el año 1088 se produjo un nuevo y definitivo desencuentro entre el Cid y el rey Alfonso VI. Con motivo de unas campañas hacia Levante, amenazados por las algaradas de las taifas de Murcia, Granada y Sevilla unidos ahora a las fuerzas almorávides, el Cid, por motivos no claros, no acudió al punto de reunión fijado con el rey Alfonso. Es muy posible que en ese momento de batallas, dificultad de comunicación (no había teléfonos móviles aunque ahora nos resulte extraño), ciudades sitiadas, respuestas armadas y movimientos de tropas, el Cid no anduviese muy libre de movimientos. También es muy posible que Rodrigo, habituado por su hábito de guerrero mercenario con capacidad de improvisar y de «ir a su aire» decidiese un movimiento táctico u otro.
El caso es que Alfonso, suponemos que muy indignado con tan díscolo súbdito, volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro aplicándole esta vez una medida que sólo se ejecutaba en casos de traición, como fue la expropiación de todos sus bienes y la encarcelación de su mujer, Jimena, y de sus tres hijos. El Cid recurrió enviando cuatro formas distintas de juramento de exculpación, lo que demuestra sus conocimientos en materia jurídica y que Alfonso no admitió, consiguiendo únicamente la puesta en libertad de Jimena y de sus hijos. No volvieron a verse.
Mapa de la serie «Atlas Histórico de la Península Ibérica» correspondiente al momento del primer destierro del Cid, donde podemos ver ya la descomposición del califato en los reinos de taifas. Aún quedan tierras despobladas en el valle del Duero. En el borde derecho se puede apreciar la posición de Tarragona, de cuyo despoblamiento ya hablamos antes, justo en la frontera entre la taifa de Zaragoza y los condados catalanes que han avanzado hacia el sur.
Es en este momento cuando Rodrigo se considera desligado de la corona y comienza a actuar como un caudillo independiente, planeando sus campañas en Levante ya como una actividad personal y no como una misión al servicio del rey, convirtiéndose en la figura más poderosa del oriente español, dominando y cobrando impuestos desde Lérida hasta Denia y Sagunto, pasando por Albarracín, Tortosa y, sobre todo, Valencia. Sólo se libró de sus impuestos la ciudad de Zaragoza y su rey al-Musta’in II, a la que agradeció el apoyo que siempre le brindó. Con la conquista de Valencia el Cid se plantea establecer un señorío hereditario, estatus extraordinario para un señor de la guerra independiente y no sometido a ningún rey cristiano. Desde mediados del año 1093 hasta el 17 de Junio de 1094 en que Valencia capitula, la Crónica anónima de los Reyes de Taifas (donde sólo se menciona a dos cristianos: Alfonso VI y, por supuesto, al Cid Campeador bajo su nombre árabe de Ludriq al-Qanbiyatur) nos cuenta como transcurrió el cerco de Valencia durante aquel año para sus desgraciados moradores:
…les cortó los aprovisionamientos, empleó grandes catapultas y horadó sus muros. Los habitantes, privados de víveres, comieron ratas, perros y carroña, hasta el punto de que la gente comió gente, pues a quien de entre ellos moría se lo comían. Las gentes, en fin, llegaron a sufrimientos tales que no podían soportar. Ibn’Alqama ha escrito un libro relativo a la situación en Valencia y sobre su asedio que hace llorar al que lo lee y espanta al hombre razonable…
Durante cinco años el Cid y ya señor de Valencia, aún rechazó varios ataques de los almorávides, cobrando las parias a sus ciudades vasallas y combatiendo, ora a los musulmanes, ora a los cristianos, incluyendo a su antiguo señor Alfonso VI de Castilla, pero también estableciendo pactos con reinos como los de Navarra o con el condado de Barcelona, con los que concertó alianzas matrimoniales. Así, casa a su hija Cristina con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona, y a María con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III, con la «noble» consecuencia de que el rey de Navarra García Ramirez, llamado el Restaurador, era nieto del Cid, y el rey Alfonso VIII de Castilla fue su tataranieto.
En el año 1098 consagró la nueva Catedral de Santa María reformando lo que había sido la mezquita aljama. En el diploma de dotación de la catedral, a finales del año 1098, Rodrigo firma el documento donde consta como princeps Rodericus Campidoctor, considerándose por tanto como «princeps», como soberano autónomo pese a no tener ascendencia real. A todos los efectos, el «rey» de Levante.
Diploma de dotación de la Catedral de Santa María, en Valencia
El Cid. Su muerte
Se le reconocen según las diferentes crónicas hasta 72 acciones de guerra, en las que siempre salió triunfador, y en las que aplicó muchas veces la «carga tornada» (enfrentamiento en cuña ante un enemigo formado en un frente lineal): un «Victorioso», como Almanzor. Pero, como tal victorioso fue inevitable que, al correr de los años, se tejiese a su alrededor un pasado legendario.
Los cronistas musulmanes y como cabe esperar, se deshicieron en insultos contra él (al igual que los cristianos contra Almanzor cuando le llamaban «azote de Dios»). Así, aparece citado a menudo como «al que Dios maldiga» o la muy pintoresca de «perro gallego», aunque la más frecuente era kalb ala’du: «perro enemigo»… Sólo un cronista del siglo XII, ibn Bassam al-Shantarini («el de Santarem», en Portugal), entre algún inevitable insulto que otro, reconoció sin ningún empacho sus valores militares. También es cierto que ibn Bassam manifestó siempre una visión proalmorávide, despreciando la «blandura» de los reyezuelos taifas, a los que ellos tuvieron que socorrer, admirando por tanto su valor como soldado. Los cronistas árabes, por otro lado, nunca se refirieron a él como «Cid», puesto que Sidi era un tratamiento restringido a dirigentes islámicos, y lo de «Cid» se lo pusieron las tropas musulmanas a su servicio. Cuando hablan de él lo mencionan siempre como Rudriq o Ludriq al-Kambiyatur: Rodrigo el Campeador.
En mi -obsesiva- búsqueda de la verdad siento desengañar a aquellos que siguen disfrutando con las poéticas leyendas que se tejieron alrededor de tan famoso personaje. Basándonos en datos corroborados por la historia, ni es totalmente seguro que naciera en Vivar (no sabemos la fecha exacta), ni hubo asesinato a traición a Sancho II por parte de un tal Vellido Dolfos (dudoso), ni hubo por consiguiente una Jura de Santa Gadea, ni hubo tampoco esa escena, tan querida por el cine, del Cid muerto al frente de sus tropas espantando a los sarracenos…
Por no haber no hubo ni caballo Babieca, enterrado, por cierto (¿sera otro caballo anónimo, como la tumba del soldado ídem?), en el monasterio de Cardeña, que nunca recibió donaciones del Cid -aunque se localizase dentro de sus posesiones- y donde reposó el cuerpo de Rodrigo antes de ser trasladado a la catedral de Burgos. En cuanto a sus famosas espadas: la Colada y la Tizona, de esta última la leyenda nos cuenta que fue forjada en Córdoba y propiedad de un rey de Marruecos…aunque los árabes usaban sobre todo sus curvas cimitarras y no las rectas espadas cristianas. Las espadas sí que pudieron existir, y de hecho las legó como dote a sus hijas, pero lo de sus nombres quizá no es más que leyenda…
Hasta nos faltan datos exactos de la fecha de su muerte, que se sitúa según las diferentes crónicas entre Mayo y Julio del año 1099, aunque se da como fecha más probable y que se ha establecido como oficial la del 10 de Julio del 1099, según las investigaciones de Gonzalo Martínez Díaz. Pero alrededor de la muerte del héroe también (¡cómo no!) se tejieron diferentes mitos. Así, en la Estoria o Leyenda de Cardeña, recopilada por los monjes del monasterio del mismo nombre a mediados del siglo XIII, es donde aparece por primera vez la leyenda o profecía (a toro pasado, éso sí) de que Dios concedería al Cid la victoria en la batalla aún después de su muerte. Es en esta Leyenda donde aparece con su nombre el famoso caballo Babieca… Que el Cid combatiese a caballo nadie lo puede poner en duda, ahora bien, que se llamase Babieca es otro cantar… También aquí es donde se mencionan sus espadas con sus nombres aunque, y como dije, es cierto que legó dos espadas como dote en las bodas de sus dos hijas.
Según la leyenda «heroica» el Cid fue atravesado por flecha enemiga mientras estudiaba el campo moro desde las almenas de Valencia. Una vez muerto, dispuso o bien él mismo, ya agonizante, o fueron su mujer Jimena o sus nobles, que le sujetasen a su caballo (¿Babieca?) vestido con su armadura, lo que condujo que al salir al campo de batalla sus enemigos huyesen espantados creyéndole ya muerto. Pero hay más versiones: según la Estoria de España, redactada entre los años 1282 y 1284…
…el Cid estando en Valencia enfermó y murió en el mes de Mayo, e dió el alma a Dios…
Es en la Crónica de Castilla, refundición elaborada en el año 1300 de la última parte de la Estoria de España (y de la que ha desaparecido casi todo lo referido al Cid), donde se cuenta que dos días antes de morir (no dice nada si por flecha o por enfermedad) dispuso que le colocasen muerto sobre su caballo.
Si murió de enfermedad, Rodrigo era todavía relativamente joven cuando falleció, a los cincuenta y pocos años, aunque al parecer cayó gravemente enfermo un par de años antes, en Daroca, en una de sus campañas. Cuando por fin consiguió entrar en Valencia todos pudieron observar su deterioro físico. Para colmo de desgracias, su único hijo varón, Diego, había muerto en la batalla de Consuegra en el año 1.097, lo que al parecer le dejó bastante hundido.
Su esposa Jimena aún mantuvo Valencia durante tres años a salvo de las incursiones almorávides, ayudada esta vez por su yerno Ramón Berenguer III, conde de Barcelona. Pero la situación fue haciéndose cada vez más difícil. A finales de Agosto del año 1.101 el general almorávide Mazdalí sitió Valencia durante seis meses. Jimena solicitó auxilio al antiguo señor del Cid, el rey Alfonso VI de Castilla, que acudió a socorrerla en persona al frente de sus ejércitos. Pero al final, entre el 1 y el 4 de Mayo de 1.102 abandonaron la ciudad tras llevarse todo lo de valor y quemándola en parte. Al día siguiente entrarían los almorávides en Valencia, de donde ya no saldrían hasta la conquista por Jaime I.
El Cid permitió muchas veces, noblemente, que los sarracenos abandonasen una ciudad ya rendida, sin hacerles daño. Los almorávides y como signo de respeto a su gran rival, permitieron la huida de Jimena con el cortejo fúnebre y a los que quisieron escapar con ella. Pero tampoco puedo asegurar si esto último fue realidad, o tan sólo una leyenda…
Capilla del Cid y doña Jimena en San Pedro de Cardeña, donde reposaron durante varios años los restos del Cid de cuerpo presente, hasta que fueron trasladados definitivamente a la Catedral de Burgos