El Holocausto y el horror nazi en Polonia (3ª parte)

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1ª parte:
-Introducción. Orígenes del antijudaísmo
-El guía: Mario Sinay
-Comienza el viaje. Varsovia
-Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
-Los antecedentes. La invasión nazi
-Comienza la caza del judío
-El ghetto de Varsovia
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
La aldea de Tykutin y el bosque de Lubojova
Lublin, cuna de la ortodoxia
El campo de Majdanek
Cracovia
3ª parte:
Schindler, el de la lista
Auschwitz-Birkenau
Los experimentos de Auschwitz
La vida cotidiana en los campos
El fin de Auschwitz
3ª parte:
 
Schindler, el de la lista
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      Los 1.200 judíos de la Lista de Schindler, junto a su oficina, en Cracovia
Hay un cargo honorífico creado en Israel en el año 1.963 por el Yad Vashem (institución creada para honrar a las víctimas del Holocausto), para honrar a su vez a aquellas personas que, sin ser de confesión o ascendencia judía, prestaron ayuda de manera altruista a las víctimas -generalmente en situación de muy grave riesgo- por su condición de judíos durante la persecución nazi. Añadiendo, además, que eran conscientes de estar poniendo en peligro su propia vida al estar penada la ayuda por las autoridades alemanas. Es el de Justo entre las Naciones. Entre otras prebendas económicas y sociales por parte del estado de Israel, se les concede una medalla: la Medalla de los Justos con una inscripción tomada del Talmud que reza así: Quien salva una vida salva al Universo entero.
Hasta el año 2.010 el número alcanzó la cifra de 28.000 «Justos». El porcentaje mayor por nacionalidades está encabezado, en más de un 75%, por ciudadanos polacos, ucranianos, franceses, holandeses y belgas, pero en la lista de «Justos» hay personas de 48 países. Entre ellos algunos españoles como Ángel Sanz Briz, embajador en Hungría (el «ángel de Budapest»), o José Rojas Moreno, embajador en Bucarest. De los que ya hemos mencionado, el polaco Tadeusz Pankiewicz (el farmacéutico del ghetto de Cracovia). Y un alemán: Oskar Schindler.
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                                       Ángel Sanz Briz, un Justo entre las Naciones
Schindler fue uno de tantos que aprovechó las circunstancias del expolio de los judíos para amasar una gran fortuna. Pero antes de éso, ya había colaborado con los nazis. Nacido en Moravia (en la actual Chequia) de familia alemana y antes de la ocupación nazi de Checoeslovaquia en 1.938, aprovechó su nacionalidad checa y sus movimientos como comerciante para pasar información al gobierno alemán desde el año 1.936, en lo relacionado con vías férreas y movimiento de tropas, muy útiles de cara a la ya prevista anexión. De hecho el gobierno checo lo arrestó y encarceló bajo la acusación de espionaje, aunque hubieron de liberarlo debido a las presiones del gobierno alemán. En 1.939 solicitó la afiliación al partido nazi, que le fue concedida al poco tiempo, entre otras cosas por sus méritos como espía. 
 
En 1.939 le encontramos en Cracovia donde, utilizando sus contactos, compró (iba a alquilarla pero un amigo le convenció para adquirirla) una fábrica de menajes esmaltados incautada a los judíos, la llamada Rekord Ltd., situada en la otra orilla del Vístula, junto al ghetto judío de Podgorze. Gracias a las invitaciones y regalos con los que agasajaba a menudo a la oficialidad de las SS y de la Wehrmatch, consiguió numerosos contratos como proveedor al ejército, con lo que la fábrica, ahora rebautizada como Deutsche Emarlewaren-Fabrik (Fábrica Alemana de Esmaltes), familiarmente conocida como Emalia, comenzó a funcionar muy bien desde el principio. Llegó a contratar hasta 1.750 trabajadores, de los cuales unos 1.000 eran judíos. Procedentes todos del ghetto de Cracovia, con lo que la mano de obra le resultaba muy barata. Recordemos: si un alemán cobraba 20 marcos, un polaco cobraba 10, mientras que un judío cobraba sólo 5. Cantidad que el empresario, en este caso Schindler, no entregaba a los judíos, sino directamente al gobierno nazi.
 
En Julio de 1.944 los nazis fueron evacuando los campos situados más al Este ante el avance de las tropas soviéticas. Por la razón que fuese, Schindler había dejado de ver a los judíos no ya como mano de obra anónima, sino como personas, y personas con un futuro muy negro, además. En la película La lista de Schlinder, el punto de inflexión es el momento en que, paseando a caballo ve, caminando escoltados por las SS, a un grupo de judíos, entre ellos una niña, «la niña del vestido rojo», dirección a la plaza Bohaterov, para ser embarcados al campo de Plaszow. Sea como sea, allí empezó la transformación de un especulador como era Schindler a un «Justo». Consiguió para sus judíos medidas beneficiosas, entre otras, como que durmiesen junto a la fábrica, en naves habilitadas al efecto, y evitarles los para ellos peligrosos desplazamientos.
 
Schindler convenció (sobornando) al capitán de las SS, Amon Göth, comandante del campo de Plaszow, para trasladar su factoría a la región de los Sudetes (en la actual Checoeslovaquia) con el argumento de fabricar munición y material de guerra en zona segura, librando de esta manera a sus trabajadores de la peligrosa vecindad de los campos. Y no sólo a sus mil judíos. Consiguió añadir, haciendo trampas, a unos doscientos más. De acuerdo con el secretario judío del ghetto que le confeccionó una lista con 1.200 nombres, el secretario de Göth mecanografió una lista con los 1.200 nombres, la famosa «lista de Schindler», que pudieron viajar en trenes hasta Brünnlitz, a costa de ir sobornando todo el tiempo desde Amon Götz a todos los oficiales de las SS con los que se cruzaba. Schindler tuvo un momento de grave riesgo cuando intervino para rescatar a 300 trabajadoras de su fábrica que, por un despiste, fueron llevadas en los trenes al campo de Auschwitz. Consiguió, por fin, sacarlas de allí al precio, como siempre, de sobornar a unos cuantos oficiales alemanes. Para cuando acabó la guerra, en Mayo del 1.945, había logrado salvar la vida de los 1.200, pero él había quedado arruinado.
 
Tras la paz aún intento algunos negocios, como una cementera en Alemania o la cría de ganado en Argentina, pero ya no tenía las «facilidades» que la guerra y el expolio judío le habían proporcionado, y no levantó cabeza. Tras varias quiebras, de hecho en Alemania fue ayudado para subsistir gracias al apoyo financiero de los conocidos como Schindlerjuden: los judíos de Schindler. No sin alguna voz en contra, fue nombrado «Justo entre las Naciones». Hoy reposa en el cementerio de Monte Sión, en Jerusalén.
 
El Museo de Schindler es posiblemente el más visitado sobre el tema judío. A ello contribuye su vecindad a Cracovia, ciudad turística per se, pero sin duda ha contribuído mucho la ya mencionada película de Spielberg. Pero además, el museo tiene un planteamiento expositivo muy bueno. El museo como tal ocupa la planta superior, lo que fueron las oficinas, ya que la fábrica -en la planta inferior- aloja actualmente a un museo de arte contemporáneo. Vamos haciendo un recorrido con abundancia de objetos y, sobre todo, de fotografías, donde podemos ir viendo desde reconstrucciones de las escenas del ghetto a imágenes de los campos. Mario, como experto documentalista, nos iba explicando algunas en concreto porque, y gracias al testimonio de los supervivientes, se ha conseguido poner nombre a muchos de aquellos judíos. Así, escenas de familias enteras junto al tren o por las calles del ghetto dejan de ser personas anónimas para convertirse en padres e hijos o parientes con nombre y apellidos. 
 
Hubo, hay y habrá numerosos genocidios en la historia de la humanidad. De algunos conocemos detalles arqueológicos. De otros del Siglo XX como el de los armenios por parte de Turquía, nos llegaron algunas fotografías. Pero el Holocausto judío fue el primero del Siglo XX en ser abundantemente documentado. La industria óptica se había desarrollado y puesto a disposición de todo aquel interesado muchas cámaras fotográficas con las que retratar todo lo retratable. Los alemanes hicieron no sé si millones, pero sí miles y miles de fotografías como propaganda, tanto para eternizar los triunfos nazis, como para reflejar lo que fueron campos de batalla y, entre otras cosas, la vida diaria en los ghettos y en los campos de concentración. Dentro de los campos se hicieron algunas fotos clandestinas con la intención de sacarlas fuera y mostrar al mundo lo que allí estaba pasando. Pero fueron las propias fotos de los alemanes las que muchas veces sirvieron de prueba en los procesos posteriores al fin de la guerra.
 
El único testigo español en los Juicios de Nuremberg fue un ex-prisionero republicano del campo de Mauthausen, el catalán Francisco Boix, ayudante del laboratorio fotográfico del campo para positivar los negativos de las abundantes fotos que se hacían. Con riesgo de su vida logró esconder muchos de aquellos negativos. Fue gracias a aquellas fotografías como se pudo demostrar la presencia en el campo del «arquitecto del Reich» y hombre de confianza de Hitler, Albert Speer, que siempre había negado el conocimiento de la existencia de los campos, y que le valió la condena a prisión.
El caso de Lilly Jacob merece mención especial. El 26 de Mayo de 1.944 fue deportada con 18 años desde Hungría a Auschwitz con su familia. Sólo sobrevivió ella, y podríamos decir que milagrosamente. Liberada al final de la guerra, se encontraba en un hospital alemán y estaba enferma de tifus. Pesaba 32 kg. En el cajón de la mesilla junto a su cama encontró un montón de fotografías. En una de ellas pudo ver a su familia subiendo la rampa de Auschwitz, camino de las cámaras de gas. Tiempo después donó las fotos al ya citado Yad Vashem de Jerusalén, con las que muchos judíos han podido identificar a parientes y conocidos, presentes en Auschwitz.
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                       Reproducciones de dibujos hechos por los niños de los campos.
El museo estaba lleno de gente. La inmensa mayoría y como es lógico, judíos. Y muchos grupos de militares israelíes de los que luego veríamos en abundancia en los campos. En una de las salas me impresionó ver, reproducidas en la pared, pequeños graffitis pintados por los niños en los campos, con lo que era su cotidianeidad en aquellos días: escenas de ahorcamientos, de fusilamientos, soldados armados, prisioneros en filas…uno de ellos representaba un árbol tronchado (¿recordáis, el símbolo de la madre muerta en el cementerio de Varsovia?) con una inscripción en yiddish: querida mamaíta
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En lo que fue el despacho de Schindler está su mesa con un par de teléfonos (de los antiguos, de bakelita), algunos portafotos, tinteros y un flexo. La sala es grande. Justo enfrente, y contenidos por una tela metálica, una instalación hasta el techo de los cacharros que se fabricaban allí: perolos, jarras, bandejas… Si lo rodeamos por detrás, un gran panel con la lista de los 1.200 Schindlerjuden: aquellos 1.200 afortunados a los que consiguió salvar la vida. Pero ya en el museo de Auschwitz nos esperaba otro listado de nombres: los de 4 millones de judíos de los 6 millones que murieron, y de los que al menos ha quedado la memoria. El resto, los otros dos millones, me dijo Mario que ya será muy difícil recuperar ni siquiera el nombre, quedan pocos supervivientes, no más de 15.000 en todo el mundo, ya muy mayores, casi cada día muere alguno y de los que quedan su memoria flaquea cada vez más, aunque las investigaciones continúan a otro nivel y, en goteo, se consigue identificar a muchos. 
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           Buscando apellidos de antepasados entre los cuatro millones del listado
El listado de las víctimas del Holocausto en cuestión eran dos enormes libros, a guisa de guía telefónica pero a lo bestia. Con páginas de aproximadamente un metro de alto por cuarenta o cincuenta centímetros de ancho, a doble cara, y a lo largo de cuatro o cinco metros, quizá más, por cada lado. Allí estaban registrados por orden alfabético de apellidos y, en cada apellido, los nombres. Si había datos, constaba lugar y fecha de nacimiento, y lugar y fecha de la muerte. Obviamente en la mayoría eran registros incompletos. Muchas personas, civiles y militares, hojeaban los registros, en busca de algún antepasado o algún pariente. Venían de muy lejos, de Israel y de otros sitios, y podías ver a muchos que, cuando encontraban algo, fotografiaban con sus móviles las páginas. Nuestros dos compañeros argentinos de viaje: «Bobby» y Adriana, encontraron sus apellidos. Yo, por mi parte y por curiosidad busqué mi apellido materno: Caraballo. Siempre hemos tenido la idea en la familia de que, siendo un apellido de la zona de Génova, podríamos tener judíos en la familia. Busqué «Caraballo», «Caravallo», «Caravaggio», por apurar posibilidades, pero lo cierto es que no encontré nada, creo que me hubiera hecho ilusión este rastreo familiar. Pero sí que vi apellidos claramente de origen castellano, seguramente de los sefardíes -de origen español- que también cayeron en los campos.
 
Auschwitz-Birkenau
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La tristemente famosa puerta de entrada a Auschwitz con su lema Artbeit macht Frei: «El trabajo os hará libres», y con la no menos famosa letra «B», de Arbeit, puesta al revés, posible ironía del herrero (prisionero en el campo) pero que nunca se corrigió.
Posiblemente sea el nombre, el símbolo más conocido a nivel mundial de lo que fue el Holocausto. Cada año lo visitan 1.200.000 personas. A ello contribuyen su proximidad a Carcovia (está a 43 kilómetros, suele formar parte de los «tour» turísticos organizados), su buen estado de conservación (los nazis huyeron ante el avance soviético y no les dio tiempo a destruirlo), y al ser los últimos en construirse y los más grandes, su perfeccionamiento y eficacia en lo que se llamó eufemísticamente la Endlösung = la solución final. Sólo por dar algunos datos: desde que se abrió el 20 de Mayo de 1.940 hasta que entraron los soviéticos, el 27 de Enero de 1.945, allí murieron entre 1.100.000 y 1.500.000 personas, el 90% de ellos judíos.
 
Auschwitz tuvo tres sectores:
-Auschwitz-I, el original. Lo mencionaré por mayor sencillez sólo como Auschwitz. Se utilizó aprovechando un acuartelamiento de ladrillo del cuerpo de caballería del ejército polaco, construído durante la 1ª Guerra Mundial. Su primer uso fue el de campo de concentración y exterminio donde perdieron su vida unas 70.000 personas, entre intelectuales polacos y prisioneros de guerra soviéticos. Los primeros internos, el 14 de Junio de 1.940, fueron 30 criminales comunes alemanes, utilizados como kapos, y 728 prisioneros políticos polacos. Según aumentaba el número de prisioneros, ya en Septiembre de 1.940 los alemanes decidieron levantar en los bloques un segundo piso.
-Auschwitz-II-Birkenau. Por mayor sencillez, como Birkenau a secas. Sobre todo utilizado como campo de exterminio. Llegaron a instalarse 4 crematorios que funcionaban noche y día. Con capacidad para eliminar hasta 2.500 cuerpos cada día, lo que arrojaba la cifra de 10.000 judíos incinerados diariamente. Birkenau está a 3 kilómetros de Auschwitz-I y era el más grande: 2,5 x 2 kilómetros, dividido en secciones por doble alambrada electrificada, así como la perimetral.
-Auschwitz-III, utilizado como campo de trabajo con diferentes subcampos (unos 40) con fábricas, de armamento u otros productos como caucho sintético, tales como la I.G. Farben.
 
Según las normas de la organización de visitantes debíamos ir acompañados con un guía oficial del lugar. Así, en el museo de Schindler de Cracovia nos acompañó durante toda la visita una chica joven que hablaba un castellano muy bueno. En Auschwitz y Birkenau Mario no iba acreditado como guía oficial pero, hombre curtido en acompañar grupos, ya en Birkenau le dijo a la guía si podríamos hacer la visita los cinco solos, para ir con más soltura. Desde el gran portón de entrada por donde entraban los trenes hasta el andén, una gran torreta de madera ofrece una visión panorámica del campo. Pero al intentar acceder a la escalera, un torno nos impedía la entrada. El vigilante nos preguntó por la guía, y como íbamos sin ella desistimos de subir. Ya dentro del recinto de Birkenau y nada más entrar Mario se encontró con un guía amigo, israelí (¡este hombre no hacía más que saludar amigos por toda Polonia!) que, con una sonrisa y diciendo…¡para Mario, lo que necesite!… nos facilitó el acceso al torno con lo que pudimos subir la escalera y contemplar la panorámica desde lo alto de la torreta… ¡Hay que tener amigos hasta en Birkenau!…  
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Vista desde la torreta, gracias a los «buenos oficios» de Mario. Al fondo, las cámaras.
Cerca de 6.500 miembros de las SS sirvieron en estos tres campos durante los casi cinco años de existencia. El número habitual solía ser de 1.000 hombres y 200 mujeres, todos de las SS. El número de prisioneros oscilaba entre 13.000 y 16.000, llegando a 20.000 en 1.942. A los que no se eliminaba directamente se les destinaba a trabajar: en las canteras y graveras cercanas, en el mantenimiento del campo, en las fábricas cercanas o como Sonderkommando, para ocuparse de los cuerpos de los gaseados y del crematorio. En Birkenau se prolongaron las vías del tren hasta el interior, hasta un apeadero donde actualmente se ha dejado un vagón como muestra: vagones de carga, sin ventilación, cerrados por fuera, donde se transportaba una media de 100 prisioneros por vagón y generalmente sin agua, en un trayecto que en los desplazamientos más largos (Grecia, Hungría, Holanda, incluso Francia) podía suponer más de una semana. No era raro que por el calor y la deshidratación llegasen muertos la mitad de los deportados. En el andén se les clasificaba, según el criterio de los médicos del campo: a un lado los útiles para trabajar, hombres generalmente, y a otro lado viejos, enfermos, mujeres y niños. 
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Según avanzaba la guerra había novedades en el campo. En Marzo de 1.944 los alemanes ocuparon Hungría, aunque tenía un régimen filonazi. Entre Mayo y Junio de 1.944 llegaron a Birkenau 438.000 judíos húngaros. Un 90% acabaron en las cámaras de gas. Otros recién llegados fueron los gitanos, aunque también se les había perseguido y eliminado con anterioridad por Alemania y los territorios conquistados. El trato dispensado a los gitanos no dejaba de ser curioso. En Birkenau llegaron la mayoría procedentes de Alemania, Austria y Hungría desde 1.942. Vivían en barracones aparte, el llamado campo de las familias gitanas, con toda la familia, mujeres y niños incluídos, aproximadamente unos 6.000.
El hecho de que fuesen tan «tribales» no hubiese supuesto ningún escrúpulo para los nazis, que de todas formas les consideraban antisociales. Entre ellos hubo una familia de siete hermanos enanos (la familia Ovitz), que se dedicaban al circo. A Mengele les hizo gracia e hizo algunos experimentos con ellos pero tuvieron suerte y sobrevivieron todos. Pero la compasión brillaba por su ausencia. Desde la subida de Hitler al poder comenzó su persecución por todos lados aunque para los nazis los gitanos constituían una paradoja. Claramente su lengua, el romaní, procedente del norte de La India, era una lengua aria. Al final los «expertos» y tras investigarles decidieron que sí, que eran de origen ario, pero durante siglos de deambular por su vida nómada se habían mezclado con razas inferiores y constituían un riesgo para la pureza aria buscada. 
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                                                    Expulsión de gitanos
El 16 de Diciembre de 1.942 Heinrich Himmler ordenó que los gitanos de Alemania y Austria fueran llevados a Polonia, la mayoría a Auschwitz, donde se les identificaba mediante un triángulo marrón invertido cosido sobre sus ropas. En el campo de las familias gitanas se declararon epidemias de tifus y de difteria por lo que las autoridades del campo decidieron acabar con ellos, aunque se llevaron una sorpresa: los gitanos les esperaban y decidieron resistir. El 16 de mayo de 1.944 unos 50 ó 60 miembros de las SS rodearon el campo encontrándose con los hombres armados con barras de hierro y otras armas improvisadas. No les faltaban arrestos ni experiencia: entre los gitanos había muchos veteranos del ejércitoPor no correr riesgos y evitar otros motines en Auschwitz, los SS decidieron retirarse aunque, más tarde y poco a poco, fueron llevándose los que salían a trabajar, hasta un total de 3.000. 
Los 3.000 restantes (exactamente 2.897), mujeres y niños sobre todo, fueron sacados pese a su débil resistencia la noche del 2 al 3 de Agosto de 1.944, la llamada Zigeunermatch, «la noche de los gitanos», y llevados directamente a las cámaras de gas. El Holocausto más conocido y difundido fue el de los judíos. En el caso de los gitanos y por el hecho de estar menos organizados, es muy difícil calcular el número de los asesinados. Del aproximadamente un millón de gitanos que vivían en toda Europa, se calcula que murieron entre un 25 y un 50% o, lo que es igual: entre 220.000 y 500.000.  
 
Hubo otros grupos. Tras anexionarse Grecia, los nazis deportaron a unos 55.000 judíos de la numerosa comunidad de Salónica. Sólo considerar que el viaje en tren desde Atenas hasta Auschwitz solía tardar hasta 8 días, con el sufrimiento y el porcentaje de muertos que las durísimas condiciones del transporte en los vagones de carga suponían. Lo curioso y lo que, entre los propios judíos, suponía paradójicamente de racismo es que, al ser judíos sefarditas, procedentes de la expulsión de España a comienzos del Siglo XVI bajo los Reyes Católicos, su lengua era el «ladino», directamente derivado del castellano.
Para la mayoría de los judíos centroeuropeos de origen askenazi y que hablaban yiddish, aquellos «judíos del sur» eran como judíos de 2ª, al no hablar yiddish. Una de las placas de homenaje junto a las cámaras de gas en Birkenau está escrita, precisamente, en ladino, que pudimos leer perfectamente. Ya nos comentaba nuestro guía Mario con su socarronería habitual las divisiones que enseguida se plantean entre los propios judíos:… Cuando se juntan dos judíos, edifican no dos, sino tres sinagogas…
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               La placa en ladino, el idioma de los sefardíes expulsados de Grecia
Sea como sea a los que iban a ser eliminados se les conducía a la zona de las cámaras de gas. Eran estancias subterráneas donde a los recién llegados se les decía que iban a recibir una ducha y donde previamente debían desnudarse en un plazo de 10 minutos como máximo. Para evitar reacciones de pánico y dar imagen de verosimilitud, en las salas había numerosas perchas numeradas donde, les decían, debían colgar su ropa y dejar los zapatos en el suelo atados por los cordones. Y les insistían en recordar el número de cada percha para recoger sus ropas después de la «ducha» y no perder tiempo. Acompañados de los Sonderkommando y de los SS les conducían a las cámaras de gas donde, para figurar, hasta había plafones en el techo (por supuesto sin servicio de agua). En un momento dado daban un aviso para que Sonderkommando y SS salieran de las cámaras, y cerraban las puertas. Y una vez encerrados, introducían por unos conductos el gas Zyklón-B con lo que, en unos 25 minutos, habían muerto todos.
 
Una vez comprobado que estaban todos muertos, un equipo de Sonderkommando cortaban el pelo a las mujeres si no lo habían hecho previamente con la excusa de eliminar los piojos. Les quitaban los anillos de los dedos y los pendientes, con tenazas les arrancaban los dientes de oro y registraban sus orificios por si habían ocultado joyas o dinero. En un montacargas que había más adelante les subían a nivel de calle y allí, en camillas y carros, les llevaban hasta los hornos, donde según el volumen de «trabajo» debían esperar los cadáveres horas, incluso días, para ir siendo incinerados.
Previamente habían recogido la ropa y los zapatos y, de sus fardos, cualquier objeto útil: perolos de cocina, peines, cepillos del pelo, cepillos de dientes…incluso las muletas. Todo ello era desinfectado con el Zyklon-B (por si los piojos), lavado y enviado a Alemania para revenderlo. Los zapatos se remendaban si hacía falta, así como la ropa. Hoy día no compraríamos un cepillo de dientes usado, nos daría asco pensar en qué bocas no habrá estado, y tenemos la facilidad de que en cualquier supermercado los hay a docenas y bien baratos, pero en aquellos tiempos hasta los alemanes eran pobres y todas esas cosas encontraban fácil acomodo.
 
Al extremo de Birkenau uno de los barracones servía de almacén de todo lo que le quitaban a los prisioneros: desde los dientes de oro hasta las gafas, pasando por las joyas, el dinero, la ropa o los cepillos, todo. Los alemanes le pusieron el mote de Kanada, porque en su imaginario la lejana Canadá era un país rico donde sobraba de todo aquello. Pero como se suele decir, donde está la tentación está el peligro. Entre soldados y oficiales de las SS no era raro el robo de algunos de los objetos más valiosos (supongo que precisamente los cepillo de dientes no), hubo una red de corrupción y contrabando, e incluso el primer comandante del campo, Rudolf Höss del que hablaré más tarde, fue destituído por esta causa.
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Peines por un lado; a la izquierda brochas de afeitar, cepillos y cepillos de dientes.
 
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 Zapatos de todos los tipos. A la izquierda un zapato de niño con su calcetín dentro, seguramente tal y como lo dejó una madre tras descalzar a su hijo, tras entrar en las cámaras
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Auschwitz pelo humano 1
Montones de pelo en la foto superior. En la inferior, fieltro tejido con pelo humano
Una de las cosas más espectaculares y difundidas de Auschwitz son las inmensas montañas de pelo que ocupan todo un lateral hasta el techo, en forma de trenzas, coletas, melenas…, pelo que se rapaba en vida o post mortem, sobre todo a las mujeres. Había oído hace tiempo que se usaba como aislante en los submarinos. Mario me corrigió: se usó como relleno para almohadillar los sillones y sofás. Otros grandes montones son los zapatos: ves de todo tipo, muchos de tacón, otros infantiles…los judíos encargados de remendarlos los ponían a punto. En otros grandes montones las gafas, los cepillos, las muletas… Lo que podemos hoy día ver allí es lo que los soviéticos hallaron al llegar a Auschwitz: cientos de miles de trajes de hombres, 800.000 vestidos de mujeres, 8.000 kilos de pelo… Si consideramos que lo que vemos es lo último que quedó, podemos imaginar las toneladas que fueron enviadas a Alemania durante los años que el campo estuvo a plena «producción»…
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                                           Las latas del Zyklon-B
En Auschwitz y Birkenau ya no se usó anhidrido carbónico de los motores, sino sólo el Zyklon-B. En su composición interviene el ácido cianhídrico, también conocido como ácido prúsico, empapado en fibra o tierra caliza de diatomeas como estabilizante. Su efecto es el de provocar la muerte celular al impedir la captación de oxígeno, por inhibición enzimática de la respiración celular. Se usó en sus principios como raticida e insecticida, y en los campos para despiojar el pelo rapado o la ropa de los prisioneros antes de mandarla a Alemania. Por sus características, cuando absorbe humedad ambiental (basta la eliminada por cuerpos sudorosos) se vaporiza como cianuro de hidrógeno, siendo letal por inhalación, aunque no es una muerte instantánea: se producía sofocación, anoxia con pérdida del control de esfínteres (los prisioneros se orinaban y defecaban encima), inconsciencia y muerte cerebral en un plazo de 15 a 20 minutos. Se supone que bastaban 4 gramos por persona.
En los campos utilizaban unos 2.700 kilos al mes, suministrados por la empresa química IG Forben (fusión de la Bayer y otras dos). La primera prueba en humanos se realizó en Enero de 1.940, con 250 niños gitanos procedentes de Brno, en el campo de Buchenwald. En Majdanek también se usó al final, sustituyendo al CO2 de los motores. Ya en Auschwitz la primera prueba se realizó el 3 de Septiembre de 1.941, con un grupo de 850 polacos y rusos, en el Bloque 11 de Auschwitz.
 
El Bloque 11 era conocido como el de las torturas, para aquellos prisioneros que se habían atrevido a mostrar algún signo de insumisión, incluso de agresión a miembros de las SS. En su planta baja se pueden recorrer pasillos donde, a un lado y a otro, mínimas mazmorras alojaban a los desgraciados prisioneros. Muertes por hambre y sed, por latigazos, a bastonazos, o encerrados en estrechos cubículos de un metro por un metro en los que no podían ni tumbarse. En algunos de estos cubículos llegaron a encerrar hasta cinco presos juntos…sin sitio ni para respirar. Cuando el castigo se quería hacer público se les ahorcaba a la vista de todos, en unos raíles de tren colocados especialmente. Si el castigo quería ser más cruel, a veces se les dejaba colgados por el cuello con los pies apoyados en una silla durante uno, dos, tres días…hasta que no conseguían mantenerse más en pie y morían. Pero la imaginación de los carceleros siempre encontraba maneras aún más dolorosas: se les colgaba de las manos atadas a la espalda, en un tormento que podía durar hasta un par de días…
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      Rail de tren colocado en Auschwitz para los ahorcamientos. Siempre estaba lleno
Un pequeño patio separa el Bloque 11 (el de las torturas) del Bloque 10 (el de los experimentos). Cuando entramos al patio a través de un portón vemos un muro de ladrillo rojo al fondo con un revestimiento parcial de oscuros bloques de hormigón. En su momento se le conoció como «el paredón negro». El actual es una reconstrucción, ya que los nazis lo destruyeron al evacuar el campo ante el avance de los soviéticos. Aquel paredón era el sitio escogido por los alemanes para fusilar a los prisioneros, principalmente a los polacos. Aunque echaban arena en el suelo para empapar la sangre, a menudo ésta acababa corriendo por dos canalones a cada lado del patio. Al pie del «paredón negro» ramos de flores y velas encendidas sirven de homenaje a los fusilados. Se calcula que unos 60.000 fueron aquí ejecutados.
Auschwitz, el muro negro
 
                                                             El Paredón negro
Los experimentos de Auschwitz
 
El Bloque 10 era el de los tristemente célebres experimentos. Es de los pocos que permanecen cerrados al público, para evitar visitas. El médico más famoso fue el doctor Méngele, pero no era el único. En Auschwitz y Birkenau trabajaron unos 20, ayudados en algunas tareas por médicos prisioneros, aunque Méngele llegó a ser ascendido a «primer médico» de Birkenau. Entre otras funciones, los médicos eran los encargados de seleccionar a simple vista, de entre los que bajaban de los vagones, a los útiles para el trabajo físico o a los inútiles. Simplemente señalando con el dedo les mandaban a la derecha o a la izquierda, lo que significaba o bien una muerte inmediata en las cámaras de gas, o bien una muerte lenta a costa del trabajo y las privaciones. Aunque la selección no era competencia directa de Méngele, supervisaba a los recién llegados buscando «objetos de investigación»: parejas de gemelos, personas con heterocromía (ojos de diferente color), enanos u otras anomalías físicas.
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Selección de los prisioneros en Birkenau. En la de abajo y a la derecha, con uniforme de oficial, Méngele
Josep Méngele, capitán médico de las SS, fue conocido como Todesengel = el «ángel de la muerte». Su afición era la genética, investigando sobre todo en gemelos y en embarazadas para intentar aplicar sus conocimientos a fin de aumentar la natalidad de la raza aria. Uno de los barracones estaba destinado a los niños, a los que protegía y alimentaba mejor, pero no por humanidad sino para que sus «conejillos de indias» aguantasen mejor los experimentos. Creó incluso una guardería con zona de juegos y cuando les visitaba repartía caramelos y se hacía llamar el «tío Méngele». Pero llegó al extremo de coser, espalda con espalda, a parejas de gemelos (lo que conducía a infecciones y muerte), a trasplantes de miembros y transfusiones entre gemelos (con idéntico resultado) o en inyecciones de productos químicos en los ojos para cambiar el color del iris (con consecuencia de ceguera). Sólo en gemelos Méngele investigó en más de 1.500 pares de ellos, de los que sólo sobrevivieron 200… Méngele abandonó Auschwitz el 17 de Enero de 1.945, pocos días antes de la llegada de los soviéticos. Ayudado por organizaciones de las SS consiguió huir a Sudamérica, cambiando de nombre y eludiendo la persecución de los «cazanazis», muriendo en Brasil.
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                                                    El barracón de los niños
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              Arriba, ficha con la firma de Méngele. Abajo, recibo por un envío de Zyklon B
Los experimentos que realizaron los nazis aprovechando los prisioneros que tenían a su disposición perseguían un fin científico: casi todos ellos, aunque no todos, estuvieron enfocados a los problemas de los soldados en plena guerra. Para ello utilizaron judíos, gitanos, soldados soviéticos, disidentes políticos polacos… La lista de los diferentes experimentos es larga: heridas en la cabeza a base de golpes para ver lesiones cerebrales abriendo el cráneo (a veces en vivo), trasplantes (y regeneración) de huesos, músculos y nervios…secciones que se hacían sin anestesia.
Inoculación de malaria, tifus, fiebre amarilla, viruela, cólera y difteria, haciendo lotes con prisioneros vacunados y no vacunados, o para ver el efecto de medicamentos. Diferentes tipos de venenos administrados en la comida. Quemaduras en la piel con fósforo y gas mostaza para ver el efecto de las bombas incendiarias. Consecuencias de altitud elevada (el equivalente a 20.000 metros de altura) en cámaras de baja presión. El uso de sulfamidas en heridas provocadas donde se introducían astillas de madera o trozos de cristal para que se infectasen. Efecto de ingestión tan sólo de agua de mar, lo que producía deshidratación y desequilibrios electrolíticos con consecuencia de muerte en un par de días… 
 
El doctor Carl Vaernet inyectó productos químicos en homosexuales para «curar» su homosexualidad. O el doctor Sigmund Rascher, que diseñó una tabla llamada Exitus donde anotaba metódicamente temperaturas del agua, temperatura rectal del cuerpo, tiempo en el agua y tiempo de supervivencia para calcular cuanto aguantaba un ser humano en agua a 4º centígrados. Rascher pudo comprobar que con una temperatura corporal de 25º ya se producía la muerte, aguantando los que más un máximo de 3 horas. A veces a los comatosos intentaban reanimarles con agua caliente, bajo focos infrarrojos o incluso rodeándoles de cuerpos humanos, de mujeres principalmente. Otra prueba de resistencia al frío la hacían con prisioneros desnudos a los que empapaban una y otra vez con agua helada, por aquello del frío siberiano que soportaban los del ejército alemán en la campaña de Rusia (aunque los de la Wehrmatch iban con uniforme, también se helaron).
 
Otro de los experimentos más conocidos era el de la esterilización, efectuados por Carl Clauberg. Con exposiciones de radiación mediante rayos X y en sesiones de 2 ó de 3 minutos (una radiografía normal tiene una exposición de sólo décimas de segundo) buscaban sobre las gónadas: testículos y ovarios, el cese de la actividad hormonal. El otro método era mediante inyecciones endovenosas con sustancias tales como Yodo y nitrato de plata. Los efectos secundarios oscilaban desde grandes hemorragias vaginales, aparición de cáncer de cuello de útero o dolor abdominal severo.
En todos estos conejillos de indias, si es que no morían durante los experimentos, se les eliminaba mediante inyecciones de fenol en vena o, a los niños, inyecciones de cloroformo intracardiacas. Y a los hornos. No obstante y como nos contaba Mario, los programas de esterilización no estaban pensados tanto para los judíos (que eran «pocos» y cuyo destino era la eliminación inmediata) sino a los 300 millones de eslavos (Rusia, Ucrania, Bielorusia, Polonia, etc) que «estorbaban» de cara al programa del Lebensraum, del «espacio vital», de la colonización por parte de alemanes de tan amplios territorios, destinados según el ideario nazi a ser La Gran Germania
 
Carl Clauberg no llegó a extender sus experimentos como a él sin duda le hubiera gustado. No pudo escapar, como Méngele. Fue capturado, juzgado y murió en prisión el 9 de Agosto de 1.957. Otro de los médicos, esta vez del campo de Mauthausen,  fue el doctor Eduard Krebsbach (juzgado y ejecutado en 1.947) al que haciendo un juego de palabras fue llamado irónicamente por los prisioneros doctor Spritzbach = doctor «inyección», por su afición a ejecutar con inyecciones de gasolina intracardiacas. Entre sus hazañas hay una que nos tocan más de cerca: mató a 732 prisioneros republicanos españoles con una inyección de fenol intravenosa. No fueron los únicos: en Auschwitz se calcula que murieron otros 1.200 republicanos españoles.
 
La vida cotidiana en los campos
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En el extremo de Auschwitz, al lado opuesto al de la entrada y pegado a los barracones, había una piscina que todavía podemos ver: larga aunque no muy ancha, con césped a su alrededor y hasta con su trampolín y todo… Claro que, no estaba destinada a los presos, sino para el disfrute exclusivo del comandante del campo. Aunque desde sus barracones o camino del trabajo, los prisioneros podían verla. Para los prisioneros había otras «distracciones»…
 
Gracias a los testimonios de los supervivientes sabemos que, al igual que en otros campos de exterminio, nada más llegar a Auschwitz se les dividía en «inútiles» (que iban directamente a las cámaras de gas) y en «útiles» para el trabajo, lo que no garantizaba supervivencia: la vida media era unos pocos meses, un año como sumo. No obstante al llegar se les ordenaba dejar la ropa y los objetos personales, se les proveía del uniforme oficial: pantalón, camisola y gorra a rayas, y zuecos de madera, y se les tatuaba un número en el brazo para su control. Para ello utilizaron un sistema de tipos móviles, como los de la imprenta, tipos con agujas que formaban números, sujetos sobre una placa que se presionaba sobre el brazo, aplicando la tinta. Número que debían aprenderse en alemán para repetirlo cada vez que se lo exigieran y al que los prisioneros, con un sentido de humor muy negro, pero sentido de humor al fin y al cabo, llamaban el Himmlische Telefonnummer: «el número de teléfono celestial».
 
La jornada empezaba antes del amanecer, toque de diana a las 4 o las 5 de la mañana. Unos escasos 10 minutos para recolocar la paja de las literas, para asearse (a veces sin agua y en todo caso agua fría, sin jabón ni toallas) y el desayuno: un tazón de «café», o lo que es lo mismo, agua caliente con un toque de color marrón que, al menos, les servía para calentarse. Entre Auschwitz y Birkenau dormían hasta 20.000 prisioneros, a razón de 600 o más por cada barracón. Literas de madera de tres pìsos con algo de paja a guisa de colchón. Las literas podían ser corridas o simples. En las simples y en cada piso o nivel llegaban a apretujarse hasta 8 prisioneros. Para caber, se colocaban intercalados: los pies de uno en la cara del siguiente. Complicado hasta para darse la vuelta. A cada lado de la puerta de cada barracón una pequeña dependencia para los vigilantes, los temidos kapos. Por supuesto y aunque en invierno la temperatura en Polonia puede bajar a 20º bajo cero, nada de calefacción. En Auschwitz sí había instalaciones en forma de «glorias» para calentar los barracones…pero de cuando allí, en tiempo de los polacos, estabulaban los caballos del ejército. Para los prisioneros, nada.
 
Al amanecer, primer control, el Appel, formados en posición de firmes al exterior mientras pasaban lista. A veces un cuarto de hora, otras veces un par de ellas… Nos contaba Mario que la vida en el campo te obligaba a agudizar los sentidos. Durante el Appel convenía no ponerse en primera fila (corrían el riesgo de ser más visibles) ni tampoco en la última (los SS o los kapos podían pasar por detrás de ti sin poderles controlar). Siempre estarías más seguro en las filas intermedias. Si alguno necesitaba orinar por la noche, había unos grandes baldes en cada barracón, con la obligación de que el que lo llenaba debía salir fuera a vaciarlo en las letrinas exteriores…lo que les exponía estar a la vista de los SS o los vigilantes que, aburridos, quizá le daban un tiro al paseante. Moraleja: por el sonido de los que meaban sabías si el balde estaba a punto de llenarse o todavía no, todavía era seguro vaciar la vejiga sin jugarse la vida.
 
La jornada de trabajo (en las carreteras, en las canteras, en la construcción, en las fábricas) duraba 11 ó 12 horas, hasta el atardecer, en que de nuevo formados en filas se repetía el control. A eso de las 12 de mediodía y luego por la noche, tocaba el rancho: un plato de sopa de patatas o repollo y las «porciones»: un trozo de 300 gramos de pan, amasado con salvado o incluso mezclado con serrín. Para los que hacían trabajos más duros, alcanzaba 1.300 calorías al día. Para los trabajos más «suaves», sólo 1.200. Totalmente insuficiente para un adulto. Recordemos que en el ghetto de Varsovia la ración oficial era de 184 calorías. Y, como en el ghetto, el hambre era tanta que los prisioneros comían hierba, mondas de patata o cualquier cosa que se pudiesen echar a la boca.
Y aquí nos volvía a repetir Mario aquello de que la vida en el campo obligaba a agudizar los sentidos. Por el olor sabías si la sopa era de patatas o de repollo. Las patatas se hunden: conviene ponerse al final de la cola por si hay suerte y te toca un trozo. Por el contrario, si es de repollo, flota: convenía ponerse de los primeros para pillar algo más que caldo. La dieta insuficiente y el trabajo duro iba consumiendo a los prisioneros.
En la jerga del campo se conocía como Muselmann (plural, Muselmänner: musulmanes) a aquellos pobres desgraciados extenuados, débiles, sin capacidad de reacción que acababan inútiles para el trabajo. Lo de «musulmanes» se lo pusieron, evidentemente, no por su religión, sino porque solían caer al suelo, agotados y encogidos en una postura como la de los musulmanes cuando rezan en las mezquitas. No duraban mucho: los SS los eliminaban con rapidez.
 
Pero no hacía falta llegar al grado de Muselmann para ser eliminado. En Plaszow, junto a Cracovia, el comandante de campo Amon Göth (aquel con quien Oskar Schlinder negoció llevarse a sus judíos a territorio seguro) gustaba de disparar con su rifle, a capricho, a cualquier prisionero que se cruzase por delante, sin más motivo que por puro placer. Su pulcritud llegaba al extremo de pedir la ficha del ejecutado para, si tenía familiares en el campo, ejecutarles también con  el argumento de que no quería «gente insatisfecha» en su campo. Por esta diversión, se calcula que pudo eliminar a 8.000 prisioneros. En el caso de Amon Göth se hizo justicia: juzgado tras la guerra por un tribunal polaco, se le condenó a ser ahorcado en «su» campo de Plaszow. En Auschwitz y sin llegar a los graves castigos reservados para rebeldes, cualquier falta, cualquier lentitud, cualquier mirada, cualquier desacato o cualquier lo que fuese, suponía como mínimo una tanda de latigazos, tanda que el prisionero debía ir contando -en alemán- y que, caso de equivocarse, volvía a repetirse desde el principio, las veces que hiciera falta.
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Según las reglas del campo, los domingos no se trabajaba: se dedicaban a limpiar los barracones y se duchaban (esta vez de verdad, con agua y no con Zyklón B) aunque, por supuesto, con agua fría, sin jabón y sin toallas: con quitarse la mugre ya era suficiente. Afeitarse, se afeitaban. Lo que no he conseguido por más que he mirado y he leído es saber cómo. No había maquinillas en aquel tiempo y era imposible que tuviesen navajas en su poder. En un prurito de higiene los SS les inspeccionaban tras la ducha, desnudos. A los Muselman o a aquellos con pinta de enfermos les mandaban a las cámaras de gas. Les rapaban el pelo y controlaban las uñas de los prisioneros: si no se gastaban con el duro trabajo manual y a falta de tijeras, las de las manos se las roían con los dientes. Las de los pies solían desgastarse por el roce con los zuecos. 
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Para hacer sus necesidades los llevaban al menos una vez al día a las letrinas donde, en unas largas planchas de cemento, se abrían alternativamente a un lado y a otro en zig-zag (para caber más, todos apretados) unos agujeros de aproximadamente 30 centímetros de diámetro sobre los que se sentaban para evacuar. Cabían al tiempo según el tamaño de las planchas unos 200 o más. El tiempo concedido eran 7 minutos para cada grupo de 100 o 200 prisioneros, transcurrido el cual debían levantarse y ceder el sitio a los siguientes, y éstos a los siguientes, y así todo el campo. Podemos imaginar con facilidad la peste y la suciedad de aquellos servicios. Por supuesto sin papel higiénico ni nada que se le pareciese. Y aquí hacen su aparición los niños que, como todos en el campo, tenían su utilidad. Su pequeño tamaño unido a su delgadez les convertían en idóneos para meterse en los sumideros del campo o, en el caso de los servicios, en los agujeros por donde los presos defecaban. Tras acabar todos los hombres de hacer sus necesidades los niños entraban por las letrinas para acabar de arrastrar -o sacar- los excrementos. 
 
El cine nos llega siempre mucho mejor que lo escrito, ilustrando por su obvia fuerza de lo que entra por los ojos. Bien lo sabe nuestro guía Mario, experto en comunicación audiovisual que nos enseñaba tantas fotos, o nos puso durante los trayectos en coche fragmentos de películas (y no de las de Walt Disney, precisamente). Hay unas cuantas películas que se han hecho sobre el tema del Holocausto y basadas en historias reales, que ilustran tanto la vida en el ghetto como en los campos. Como se suele decir, «parece que estuvieras ahí»… Algunas como El pianista de Polanski, La lista de Schlinder de Spielberg o El triunfo del espíritu de Robert M. Young (por cierto, sobre un boxeador judío griego, Salamo Aruch, uno de aquellos sefardítas sureños despreciados por los askenazis del norte), están bien consideradas por los judíos, tanto por la exposición correcta de los hechos como por el trato respetuoso de lo que fue el drama del Holocausto. Hay otras en cambio, muy bien acogidas por el público pero que dan una visión edulcorada de la vida en un campo de exterminio, muy poco realista, huyendo de exponer lo que fue: una desagradable verdad, tales como El niño del pijama de rayas La vida es bella. A los judíos no les gustan nada, aunque para gustos se hicieron los colores. Mi opinión me la reservo, aunque creo que se me nota.
 
El fin de Auschwitz
 
El 7 de Octubre de 1.944 el Sonderkommando consiguió destruir el crematorio número IV de Birkenau. Cuatro prisioneras que trabajaban en las fábricas de explosivos: Ella Gartner, Regina Safir, Estera Wajsblum y Roza Robota, fueron poquito a poco robando pólvora y por medios inverosímiles puesto que no tenían contacto con los hombres, pasárselo a ellos. Cuando tuvieron suficiente explosivo, demolieron el horno y en la confusión intentaron huir,  aunque fueron todos capturados y ejecutados.
Murieron tres de los SS y unos 450 Sonderkommando. Aquellas cuatro mujeres fueron públicamente ahorcadas el 6 de Enero de 1.945. Como es de suponer hubo numerosos interrogatorios a los sospechosos, entre ellos al ya citado boxeador sefardita Salamo Aruch. Pero aunque realmente estuvo implicado consiguió resistir los tormentos y no confesó nada. Había perdido a toda su familia en Auschwitz: su hermano se negó a trabajar en los Sonderkommando lo que le supuso la ejecución inmediata. La mujer de su hermano fue seleccionada nada más llegar para las cámaras de gas. Y su padre, aunque robusto cargador de muelle se fue agotando hasta que, convertido en un Muselmann y pese a los esfuerzos de Salamo, también fue ejecutado.
 
Salamo sobrevivió y, con el tiempo, se casó con el amor de su juventud de Salónica y se establecieron en Israel, donde se integró en el ejército. Tuvieron varios hijos, y después nietos, con los que se le puede ver, sonriente, en las fotos. En el museo de Schindler de Cracovia y en el de Auschwitz podemos ver numerosas fotos de supervivientes, ya ancianos, sonrientes y rodeados de su familia. Mario nos contaba que para estos hombres que tan cerca estuvieron del final y a los que no lograron exterminar, el hecho de engendrar hijos y nietos supone el triunfo sobre la muerte, y la perpetuación de su familia y de su raza. Miles de SS consiguieron escapar, como Méngele, aunque otros miles fueron capturados por los soviéticos o por las fuerzas aliadas. Algunos fueron juzgados y condenados en Nuremberg. Otros pocos fueron localizados por los «cazanazis», como Simon Wiesenthal, superviviente de Mauthausen. Para la mayoría, sin embargo, tras cortas condenas o amnistías, recobraron la libertad e incluso continuaron ocupando cargos en la política y la administración alemanas.
 
El destino de los comandantes de campo de Auschwitz afortunadamente no fue tan bueno. El primero de ellos, Rudolf Höss, fue famoso por su crueldad con los prisioneros. Investigado y destituído por sus superiores, acusado de haber robado riquezas del barracón Kanada, e incluso por haber mantenido relaciones sexuales con una prisionera judía austríaca (cargo que no pudo probarse o que al menos se sobreseyó). Debido a sus buenas relaciones con Himmler y con Méngele, volvía a menudo por Auschwitz. Rudolf Höss había ingresado en las SS en Junio de 1.934. Destinado en Noviembre de 1.934 en Dachau, donde adoptó por primera vez el famoso lema Arbeit mach Frei: «el trabajo os hará libres», que lucía en la entrada de varios campos de trabajo. Cuando el avance soviético se hizo inminente se disfrazó de suboficial de la marina alemana cambiando su nombre. Pese a éso fue localizado y entregado a las autoridades polacas. Procesado y condenado a muerte, fue ahorcado el 16 de Abril de 1.947 en un patíbulo levantado en «su» Auschwitz, para mayor humillación, donde la ejecución fue abundantemente fotografiada. El patíbulo es también una de las cosas más retratadas por los visitantes.
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Tras la destitución de Höss vino Arthur Liebehenschel, que tampoco le iba a la zaga. También fue condenado por un tribunal polaco, y ejecutado en 1.948. A Liebehenschel le sucedió Richard Baer. Baer consiguió escapar de los soviéticos aunque no pudo salir de Alemania. Las redes de las SS le consiguieron identidad falsa y con ella vivió varios años, pacíficamente, en Hamburgo. Pero tuvo mala suerte: fue reconocido y arrestado. Se suicidó en prisión en 1.963.
 
Pero decíamos que el avance soviético seguía imparable desde el Este, recuperando el territorio de lo que estaba destinado a ser La Gran Germania. Hasta los más furibundos SS veían que la guerra estaba perdida. El 17 de Enero de 1.945 los nazis deciden evacuar Auschwitz y Birkenau y replegarse a Alemania, volando antes las cámaras de gas para no dejar demasiadas evidencias así como destruyendo numerosa documentación. Pero no se van solos: en lo que se llamó La Marcha de la Muerte se llevaron consigo 30.000 prisioneros, dejando en el campo unos 7.600, demasiado débiles ni para andar. Mario se preguntaba: ¿para qué se los llevan, si sólo les entorpecían en su marcha?. Mi hija Maya y yo pensábamos que, quizá, como salvoconducto, o quizá como escudo humano.
Aquella Marcha de la Muerte fue la última prueba que les quedaba por resistir a los prisioneros. Desde Auschwitz hasta su destino, el campo de Buchenwald, cerca de la ciudad de Weimar, la distancia es de 720 kilómetros. Durante casi un mes de marcha, debilitados, agotados, algunos no podían ni caminar. Las SS iban liquidando a tiros directamente a los demasiado débiles. Para cuando llegaron a Alemania, de los 30.000 sólo quedaban 20.000. Diez mil se quedaron por los caminos.
 
Los que aguantaron desde Auschwitz fueron realojados en Buchenwald. El caos imperaba en el ejército alemán, cada cual pensaba en salvarse como podía. Aún así en su rabia y desesperación, las ejecuciones continuaban. En algunos casos, los nazis incendiaron en su retirada barracones cerrados con todos los prisioneros dentro. En Büchenwald los deportados sabían que la guerra estaba a punto de acabar pero temían la venganza nazi. Organizaron un servicio de vigilancia dentro del campo pero un día, como si nunca hubiesen estado allí, los alemanes habían desaparecido. En pocos días, el 11 de Abril de 1.945, aparecieron los primeros destacamentos del ejército norteamericano, alucinando con el aspecto de muertos vivientes de los prisioneros. Aún alcanzada la ansiada liberación y tras aguantar tantas desgracias, cientos de ellos no pudieron recuperarse, muriendo de las secuelas de la desnutrición crónica y las enfermedades.
Para cuando los soviéticos entraron en Auschwitz, el 27 de Enero de 1.945, les esperaba una escena parecida. Los 7.600 prisioneros dejados allí precisamente por su debilidad aún protestaron cuando los soviéticos se proclamaron, muy en su línea soviética, «liberadores de Auschwitz». De éso nada – dijeron, o algo parecido- , nosotros ya éramos libres cuando llegásteis…
 
Nos decía Mario que, en Europa, antes de la guerra, había 18 millones de judíos. Quitando los seis millones del Holocausto, quedaron doce. Actualmente, dice, hay 14 millones de judíos en todo el mundo… Aún no nos hemos recuperado… 
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El Holocausto y el horror nazi en Polonia (2ª parte)

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1ª parte:
-Introducción. Orígenes del antijudaísmo
-El guía: Mario Sinay
-Comienza el viaje. Varsovia
-Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
-Los antecedentes. La invasión nazi
-Comienza la caza del judío
-El ghetto de Varsovia
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
La aldea de Tykutin y el bosque de Lubojova
Lublin, cuna de la ortodoxia
El campo de Majdanek
Cracovia
3ª parte:
Schindler, el de la lista
Auschwitz-Birkenau
Los experimentos de Auschwitz
La vida cotidiana en los campos
El fin de Auschwitz
2ª parte:
 
Comienza el exterminio. Treblinka
 
Una vez construído el campo, comenzó la Gran Acción de Realojamiento. Se ordenó al Presidente del Consejo Judío del ghetto, Adam Czerniakow, que a partir del 22 de Julio de 1.942 comenzase a sacar judíos en número de 6.000 diarios (al día siguiente le ordenaron que debían ser 7.000). El argumento por parte de los nazis era que iban a ser conducidos «al Este», a trabajar en fincas agrícolas. Pese a esa intención manifestada, el hecho de ser sacados del ghetto y conducidos a los trenes produjo gran inquietud en los deportados. De hecho Adam Czerniakow, desesperado al intuir el final que les esperaba a todos, se suicidó al día siguiente. La intención real de los nazis era terminar la «limpieza» del ghetto para el 31 de Diciembre de ese mismo año. 
 
El método era el siguiente: los policías judíos del ghetto acordonaban una calle, e iban sacando de las casas a todos los judíos. Los que se resistían eran ejecutados allí mismo. Tras revisar su documentación, sólo permitían quedarse a aquellos que trabajaban en fábricas o talleres de alemanes, así como a la policía judía y sus familias. Los demás: hombres, mujeres, jóvenes, viejos y niños, sanos y enfermos, con un hatillo como única posesión y escoltados por guardias letones y ucranianos bajo el uniforme de las SS, eran conducidos a pie desde el ghetto hasta un lugar conocido como el Umschlagplatz (=lugar de transferencia), un recinto junto a las vías del tren. Allí permanecían por lo general unas pocas horas aunque en ocasiones debieron esperar días. Los que tenían dinero, intentaban sobornar a los guardianes para escapar. Al principio algunos lo consiguieron por mil o dos mil zlotys. Días más tarde el soborno ascendió a diez mil.
 
Eran encerrados en vagones de carga en grupos de 100 por cada vagón, 60 vagones por cada convoy, un total de 6.000 judíos (llegaron a ser 10.000) en cada tren. El trayecto hasta Treblinka, poco más de 100 kilómetros, con suerte duraba pocas horas pero, debido a que estaban categorizados como trenes de carga, debían esperar en las estaciones intermedias a que pasaran otros trenes, bien de pasajeros normales o los más preferentes, con tropas destinadas al frente del Este, con lo que el trayecto podía dilatarse hasta dos días. Vagones cerrados, con candados en las puertas, sin apenas ventilación, con suerte con un cubo de agua, la mayoría de las veces ni éso.
El ambiente dentro de los vagones era dantesco. Sin apenas sitio para moverse, los supervivientes nos narran que se deshidrataban en los vagones bajo el sol, llegando a beber su propia orina. Obligados a hacer sus necesidades en un rincón, que se iban mezclando en el suelo con los vómitos y los cuerpos de aquellos que morían al no poder resistir más la sed, el calor y el agotamiento… Cuando consideramos los hechos, pensamos que no podía haber nada peor…pero siempre lo hay. De Varsovia a Treblinka el trayecto era relativamente corto. Cuando más tarde comenzaron a llegar los trenes a Auschwitz, a Majdanek o a Birkenau, con su carga humana desde Francia, Hungría o desde Grecia, el viaje podía prolongarse una semana o más, en idénticas y pésimas condiciones. No era raro que muriese en el trayecto la mitad del pasaje.
 
Hasta el 21 de Septiembre de 1.942, 263.000 judíos del ghetto de Varsovia fueron conducidos a Treblinka, Para cuando acabaron las deportaciones quedaban en el ghetto menos de 50.000, de los 400.000 que lo habitaban. Uno de los «héroes» de la deportación, si es que puede llamarse así, y recordado en varios monumentos, fue Janus Korczak: médico y pedagogo innovador. Fundó en 1.912 en Varsovia el Dom Sierot = el Hogar de los Huérfanos. Tras la creación del ghetto lo siguió dirigiendo desde dentro, con los numerosos huérfanos que se fueron acumulando. El 5 de Agosto de 1.942 le ordenaron que los niños fueran al Umschlaplatz pero no quiso abandonarlos y con más de doscientos huérfanos junto a una decena de educadores, ordenadamente, marcharon a los trenes con él al frente. Fueron eliminados todos en Treblinka. 
Los hubo con más suerte. Unos 20.000 consiguieron esconderse por sótanos y escondrijos, dentro del ghetto, evitando la deportación. Fuera de él, unos 8.000 judíos por el resto de Varsovia, protegidos por polacos. Cabe decir que en toda situación de horror a veces brilla la caridad humana. Hubo pueblos protestantes de Holanda que escondieron a todos sus judíos. No se puede negar que en plena Alemania nazi miles de judíos fueron escondidos por «arios». Sobra decir que todos ellos: arios, holandeses, polacos y judíos, se jugaban -y a veces perdían- literalmente sus vidas.
 
Treblinka no fue un campo grande. Cuando las «necesidades» de la Solución Final fueron aumentando, se crearon otros campos de exterminio en Polonia como Majdanek, Auschwitz o Birkenau, donde llegaron a alojarse hasta 50.000 personas, entre judíos y guardianes. Treblinka se extendía en un área de 600 x 400 metros.  Su objetivo inicial fue el exterminio de los judíos del ghetto de Varsovia, pero no fueron solamente varsovianos. Desde el 22 de Julio de 1.942 hasta el 2 de Agosto de 1,943 en que se clausuró, fueron eliminados 870.000 judíos de toda Europa mas unos 2.000 gitanos.
El personal de vigilancia consistia en doce oficiales alemanes ayudados por unos 120 o 150 ucranianos, que patrullaban el campo y controlaban a los deportados. Los que se encargaban del trabajo sucio eran los Sonderkommando, unos 500 judíos utilizados tanto para gasear los prisioneros como para ir quemando los cuerpos, aunque formar parte de los Sonderkommando no suponía garantía de supervivencia: eran simple mano de obra que cada 3 ó 5 días eran ejecutados y sustituídos por otros. El gaseamiento se hacía en Treblinka con CO2 (anhidrido carbónico), dentro de cámaras donde motores de tanques T-34 en funcionamiento vaciaban los gases tóxicos. Se estima en unos 15 a 20 minutos el tiempo que tardaban en morir. El «famoso» gas Zyklon-B se utilizó más tarde, cuando las necesidades del exterminio se fueron haciendo más y más numerosas.
 
Se prolongaron las vías férreas desde la estación próxima para llegar al campo aunque debido a las escasas dimensiones, en la terminal no cabían más de veinte vagones. Se fraccionaban los convoys de sesenta vagones en grupos de veinte. Una vez allí, eran desembarcados los judíos y conducidos a través de un camino en curva, cerrada la visión con árboles y cercado con alambre de espino electrificado, directamente hasta las cámaras de gas. El camino era denominado eufemísticamente por los alemanes como el Himmelstrasse = el camino al cielo, aunque más coloquialmente como «el embudo».
Los deportados a Treblinka lo fueron no para trabajar, sino para ser asesinados directamente. La media de vida de los que bajaban del tren no pasaba de una hora, aunque en repetidas ocasiones en los que el «trabajo» se acumulaba, los judíos debieron esperar en los andenes hasta un par de días. El problema logístico era que a veces se amontonaban los cuerpos de los gaseados sin darles tiempo a ser quemados. Hubo veces en que los cuerpos quedaban allí, apilados durante una semana, pudriéndose al sol. Para evitar que se deshiciesen en trozos al cogerlos, la dirección del campo hubo de disponer largas correas de cuero con las que ceñirles y poder arrastrarles hasta las piras donde iban a ser quemados.
 
Los hornos crematorios se dispusieron más tarde, en otros campos. En Treblinka el método de eliminación consistió en quemar los cuerpos. Para ello fue dispuesto un foso de un metro de profundidad por 20 metros de largo. Inicialmente utilizaron gasolina, pero como les salía muy costoso uno de los encargados, Herbert Floss y tras controlar las cremaciones, anotó en sus informes de forma meticulosa y germánica, que los cuerpos viejos (más deshidratados) ardían mejor que los recién muertos, que los gordos (los pocos que había, supongo, y por tener más grasa) mejor que los flacos, que las mujeres mejor que los hombres y que los niños peor que las mujeres pero mejor que los hombres… Científico, sin duda. Animados por estas observaciones hicieron pilas de unos mil cuerpos en el foso poniendo debajo los más «combustibles» y encima los menos. Arrimaron haces de leña y, de forma oficial, como en una ceremonia, Herbert Foss encendió la hoguera. Aquel método funcionó tan bien que los alemanes dispusieron mesas con cervezas y aguardiente, haciendo brindis con entusiasmo durante casi toda la noche mientras duró la pira, por el Führer y por Alemania.
 
Treblinka se cerró en parte porque en Varsovia quedaban ya pocos judíos, pero sobre todo por una revuelta organizada por los Sonderkommando, la noche del 2 de Agosto de 1.943. Con queroseno que habían ido reuniendo poco a poco, y alguna pistola distraída a los guardas ucranianos, rociaron varios edificios incendiándolos, matando algunos alemanes y ucranianos y sembrando una gran confusión. La mayoría de los Sonderkommando consiguieron salir del campo, aunque se organizó su caza sin piedad por los SS y la guardia ucraniana. Así y todo, 40 lograron escapar y sobrevivir para contarlo.
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                               El «bosque de piedras» de Treblinka. Al fondo, el memorial
Durante su funcionamiento Treblinka fue un campo clandestino, muy escondido de la población en medio de los espesos bosques polacos. Cuando lo construyeron, los alemanes desalojaron a los granjeros de la zona. Cuando se clausuró, los alemanes destruyeron todas las instalaciones, incluyendo las vías del tren, y asentaron allí algunos de los ucranianos, en granjas destinadas inocentemente al cultivo del altramuz. Todo lo que vemos allí hoy día es una utópica reconstrucción de lo que fueron las vías, un gran monumento en hormigón, y unas doscientas rocas formando un bosque de piedras donde podemos leer el nombre tallado del lugar de procedencia de los judíos, junto a varias placas escritas en yiddish, en alemán, en polaco o en francés. En una de las piedras, el nombre del que fue director del Orfanato del ghetto, Janus Korczak, y que decidió acompañar hasta aquí a doscientos niños y no dejarles solos. Junto al memorial, una fosa con negras piedras de basalto simulando el carbón, señala el lugar donde se quemaban los cuerpos. 
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                  Memorial en el ghetto de Varsovia a Janus Korczak, director del Orfanato
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
 
Además de la revuelta de los Sonderkommando, hubo algún superviviente en Treblinka. Algún fugitivo aislado, e incluso alguno que consiguió tirarse de los trenes en marcha arrancando tablones del suelo de los vagones. Los primeros que regresaron al ghetto -no tenían dónde ir- y contaron lo que habían visto, fueron recibidos con escepticismo por los que allí seguían. Les parecía imposible que algo así se estuviese produciendo. Al fin y al cabo, pensaban, los alemanes les pretendían convencer de que su destino eran campos de trabajo agrícolas en el Este… de que podían seguir viviendo… Poco a poco se fueron rindiendo a la evidencia. Entre los abusos, los malos tratos y los testimonios de los supervivientes, se organizó la insurrección del ghetto. La primera medida que tomaron fue asesinar a los judíos colaboradores con los nazis, incluyendo a la policía judía.
 
Se achaca a menudo a los judíos que se dejaran encerrar en los ghettos o ser llevados a los campos, como ovejas al matadero, sin ninguna resistencia. Es cierto que la mayoría eran mujeres, viejos y niños, o que no había evidencias al principio de propósitos de exterminio. Quizá que con una última esperanza (lo último que se pierde) confiaban en que la situación no fuese a peor. Pero los testimonios que iban llegando de los escapados de los campos y las pésimas condiciones de vida en los ghettos disiparon toda esperanza. El detonante fue la orden De Heinrich Himmler en Enero de 1.943 para organizar la reanudación de las deportaciones de los judíos del ghetto hacia el campo de exterminio de Treblinka.
 
Entre los judíos que continuaban malviviendo en el ghetto menos de mil tenían alguna experiencia militar. Mordechai Anielewicz, un joven de 24 años (conocido entre los suyos como «el abuelo» al ser el de mayor edad) organizó un grupo de unos 200 jóvenes para la resistencia, escondidos en una red de búnkeres que comunicaban los sótanos entre sí. Contaban con algunos revólveres y pistolas, algunas decenas de rifles viejos y granadas de mano que habían conseguido de la resistencia polaca, a través de las alcantarillas. El resto del armamento eran cócteles molotov.
La insurrección duró menos de un mes -28 días- pero con la desesperación de los que no tenían ya nada que perder, salvo la vida. Para cuando los alemanes entraron en el ghetto, en Enero de 1.943, consiguieron repelerles desde ventanas y azoteas, lanzándoles granadas de mano y cócteles molotov, y haciéndoles retroceder. El general Jürgen Stroop se hizo cargo del asalto al frente de unos 2.000 soldados y oficiales acantonados alrededor del ghetto, más unos 800 granaderos de las Waffen-SS. El día 19 de Abril de 1.943 comenzaron los ataques por parte de los alemanes. La táctica era quemar casa por casa, dirigir los lanzallamas a los sótanos y alcantarillas, y asesinar a todos los judíos que capturasen. Jürgen Stroop relata en sus diarios cómo… familias enteras se arrojan por las ventanas de edificios incendiados… 
 
El 6 de Mayo en un golpe de mano capturaron 1.500 judíos y asesinaron directamente a 365 combatientes, calificados por loa alemanes como bandidos. El 8 de Mayo los alemanes descubren los búnkeres, arrasando con el fuego de sus lanzallamas todo lo que estuviese dentro. Anielewicz y sus compañeros prefirieron suicidarse dentro del bunker a caer en sus manos. Se calcula que 51 resistentes quedaron allí, enterrados en el bunker, que no se ha tocado desde entonces. Un sencillo túmulo guarda su memoria. Tras la represión de la revuelta el ghetto quedó arrasado casi en su totalidad. Unos 7.000 judíos murieron en los ataques, otros 6.000 perecieron asfixiados o quemados en los búnkeres. Los restantes 40.000 supervivientes fueron enviados a Treblinka.
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         Sobre el memorial del túmulo del bunker, bajo el que yacen los resistentes
La aldea de Tykutín y el bosque de Lubojova
 
Polonia es un país muy verde, lleno de bosques salpicados por frescas praderas. Me sorprendía por todos lados la abundancia de flores amarillas de la plantita llamada en España «diente de león». En España la flor dura poco y enseguida forma sus frutos, los llamados popularmente «paracaidas», por cuando los soplas y se reparten por el aire. En Polonia, por el contrario, de clima mucho más húmedo, la planta parecía eternamente fresca y las flores llenaban los prados. Desde los desplazamientos en coche casi todo el tiempo atravesábamos extensos bosques que yo identificaba como de pinos, abetos, robles, arces, hayas y olmos. Enclavado en uno de esos bosques se encuentra la aldea de Tykutín o Tykocín en polaco, según la grafía. En yiddish, Tykuchin.
 
Hoy día Tykutín es una pequeña aldea agrícola de casitas bajas, casi todas de madera, de una sola planta, al lado del río Narew. Tiene un par de calles principales y en medio una gran plaza donde se celebra el mercado semanal y en uno de cuyos extremos se levanta la iglesia cristiana. Adornando la plaza, una figura a tamaño natural de bisonte europeo, que todavía vive en libertad -protegido- en las cercanas selvas de Bialowieza. 
 
En 1.941 vivían 2.500 judíos, además de otros 2.500 polacos. Los judíos comenzaron a llegar en el año 1.522, traídos por el rey Segismundo, inicialmente diez familias procedentes de Grozno para desarrollar el comercio. Ya en 1.548 era una ciudad próspera, con numerosos comerciantes y artesanos, al ser una encrucijada de caminos hacia Cracovia. De hecho, la actual frontera con Bielorusia se encuentra a unos escasos 60 kilómetros. Protegidos por los nobles, en el año 1.642 edificaron la sinagoga, esta vez de ladrillo en vez de la anterior, levantada en madera.
Reconstruída, en la actualidad es la segunda más grande de Polonia, decorada en su interior con pinturas simbólicas y cabalísticas y numerosos textos de la Toráh, que los fieles podían leer en la pared para seguir los rezos, al no tener entonces la mayoría, campesinos pobres, los libros. Hoy día en todas las sinagogas hay libros que los judíos pueden tomar prestados, al igual que en las iglesias católicas disponen de libros de salmos para los fieles. 
 
En 1.941 se desató la tragedia. El 24 de Agosto por la tarde fueron avisados los judíos de que a las seis de la mañana del día siguiente deberían reunirse todos en la plaza. A las 8 del día 25 y ya concentrados los judíos, aparecieron siete camiones de la Gestapo armados con ametralladoras, del Kommando Bialystok, dirigido por Wolfang Birkner. Los alemanes separaron a los judíos por grupos: a un lado las mujeres y los niños, al otro lado, los hombres. Mujeres y niños fueron llevados en camiones hasta el cercano bosque de Lubojova. Los hombres fueron obligados, escoltados, a caminar los 8 kilómetros que les separaban de un claro en el bosque, cercado con alambre de espino en donde les fueron concentrando a todos. Ellos aún no lo sabían pero a un kilómetro escaso habían abierto días antes tres fosas: dos de ellas de 12 metros de largo por 4 de ancho y 5 de profundidad, más otra un poco menor. 
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El método fue el siguiente: conducidos en grupos de diez, las primeras fueron las mujeres, sujetas del brazo por los soldados hasta las fosas, donde les arrojaban y después les disparaban. Seguramente los que esperaban su turno en el claro podían oir los disparos, y en todo caso podían darse cuenta de que no volvía nadie de aquel «paseo», pero les era imposible escapar. Cuando acabaron las ejecuciones, habían eliminado a 1.700 judíos. Al día siguiente registraron concienzudamente las casas, sacando a unos 700 judíos más que se habían escondido y a los que ejecutaron en el bosque. La mayoría de ellos delatados por sus vecinos polacos, que aprovecharon para saquear las casas de los judíos, o para robar su ganado. Fue una ocasión magnífica para vengarse de afrentas, hacerse con sus cosas o librarse de deudas, por parte de los vecinos de los judíos. 
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El camino que conduce desde el claro, donde actualmente se aparcan los coches, serpentea por el bosque hasta donde estuvieron las fosas. Es un camino casi sagrado, por lo que supuso en su día de camino hasta la muerte. No costaba mucho esfuerzo imaginar el sufrimiento de aquella gente conducidos a la fuerza por el camino, entre el bosque, intuyendo que iban a morir. Al final del camino unos cercados delimitan el lugar de las fosas. En medio, una gran roca con inscripciones y unos cuantos ramos de flores, junto a banderas israelíes y sobre la cerca numerosas piedrecitas con la estrella de David pintada en azul. Varios grupos de judíos -los hombres tocados con la kipá, algunos con la bandera de Israel sobre los hombros- rezaban. Mario nos puso un kadish en su pequeño altavoz que sonó en el silencio del bosque.
El lugar, sobra decir, impone como si fuera un templo. Pero me sorprendió que incluso entre los judíos no todos guardaran el debido respeto a semejante lugar. Observé una mujer que allí mismo se encendió un cigarrillo, con despreocupación. Creo que a mí no se me hubiese ocurrido por mucho «mono» que tuviese. Se lo hice notar a Mario que fue hacia ella y le pidió que lo apagase, cosa que hizo pidiendo disculpas. Pero hubo otro detalle más. Ya cerca del claro, de un autobús salieron dos jóvenes que a un lado del camino, de aquel camino «sagrado», se pusieron a orinar. Cuando se lo comenté a Mario puso cara de desesperación y me comentó que bien podían haberse ido a aliviar al otro lado de la carretera -a escasos diez metros- y no allí, pero prefirió no decirles nada, y nos marchamos.
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Visitamos la sinagoga -yo respetuosamente cubierta la cabeza con mi gorra- y después recorrimos la apacible aldea de Tykutin.  Mario nos iba enseñando fotografías de la época. Frente a una de las casas de madera, que pudimos reconocer, posaba una sonriente madre con seis niños, el menor de ellos en brazos. La mujer se llamaba Regina Taube y, según nos contó Mario, fue degollada junto a sus hijos la noche anterior, siendo la casa saqueada. De los 2.500 judíos de Tykutin tan sólo consiguieron escapar 160, la mayoría niños. Según los testimonios de alguno de los supervivientes, se escaparon al mismo bosque de Lubojova que conocían bien y, donde escondidos, vieron las ejecuciones de sus familiares o vecinos. Cuando, sin saber dónde ir, volvieron a la aldea, alguno pudo ver en su casa cómo una vecina polaca ordeñaba a la vaca que fue de su familia. Al ver al niño, la vecina se limitó a encoger los hombros. Hoy viven en Tykutin 2.000 personas, ninguna de los cuales es judía.
 
Lublin, la cuna de la ortodoxia
Lublin es actualmente una de las mayores ciudades de Polonia, con un censo total de unas 600.000 personas. Declarada Monumento Histórico por su riqueza en monumentos y arquitectura, está considerada como ciudad universitaria contando con dos centros: la Universidad Católica, y la tecnológica de Marie Curie-Sklodowska, en homenaje a la investigadora polaca nacionalizada francesa, premio Nobel de Física en 1.903 y de Química en 1.911, por sus descubrimientos en el campo de la radioactividad, y la primera mujer que impartió clases en la Universidad de La Sorbona.
En su casco antiguo podemos ver la gran Plaza del Mercado, donde las casas que la rodean aparecen con sus fachadas decoradas con policromías, figuras y emblemas de sus propietarios alusivos a su actividad: músicos, panaderos, etc. En lo que fue la antigua muralla se abren dos grandes puertas: la de Cracovia por un extremo, y la Grodzka, frente al castillo, separando esta última lo que fue el barrio judío del cristiano. Ya en 1.553 se había legislado prohibiendo que viviesen en el casco antiguo, junto a los cristianos.
Saliendo por la puerta Grodzka y a su izquierda hay una pequeña plaza abierta cuyas fachadas, en curva, se orientan hacia el castillo, allá en lo alto. A la derecha de la puerta un pequeño parque y, en el parque, una farola siempre encendida, tanto de noche como de día. Así lo dispuso el obispo (cristiano, obviamente) de Lublin al finalizar la Segunda Guerra Mundial con la intención, según declaró, que los judíos que quisiesen regresar a la ciudad no se perdiesen y encontrasen el camino.
 
En 1.939 vivían 42.830 judíos en Lublin, de un total de casi 130.000 habitantes. En las comarcas de los alrededores, vivían unos 300.000 judíos más. Lublin siempre fue un importante centro judío de educación, de cultura y de religión, con dos periódicos en yiddish. Contaba con doce sinagogas y unas cien casas particulares de oración. Los judíos eran propietarios de más del 50% de los talleres de la ciudad y del 30% de las factorías: principalmente textil, piel y joyería. Y aunque la comunidad judía era sólida había un nivel alto de asimilación con sus vecinos polacos. La mayoría y sobre todo los jóvenes hablaban fluidamente en polaco.
 
Hay dos cementerios judíos en Lublin. El de Kirkuk, el más viejo, data según su lápida más antigua al menos desde 1.541. Mario nos dijo que la reja de hierro que da acceso suele estar cerrada (hay que pedir la llave a una vecina, como en algunas ermitas románicas de Castilla) pero tuvimos suerte: la encontramos abierta, y pasamos. El cementerio se halla sobre una pequeña colina boscosa donde en el Siglo X hubo un castillo. En este viejo cementerio sólo están enterrados los que fueron grandes rabinos. Y las lápidas (o macevas) están casi ilegibles, escritas en hebreo, la lengua sagrada de los judíos, cubiertas por el musgo que los siglos han acumulado sobre ellas. Quedan unas sesenta macevas, algunas aisladas, otras en pequeños grupos.
Había muy pocas personas paseando por el cementerio, entre ellas dos chicas hacían fotografías con trípode y buenas cámaras a las macevas. Sin duda, pensé, para hacer algún trabajo de investigación… Mario -como siempre, en su papel de buen guía- nos llamó la atención hacia dos árboles que habían crecidos pegados el uno al otro. ¿Véis la lápida?… Y al fijarnos ya con detenimiento pudimos verla: una pequeña lápida, totalmente ilegible por el tiempo y por el musgo, a la que los árboles en su crecimiento casi habían engullido, tapándola por ambos lados, dejando ver menos de la mitad. Todo un símbolo.
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El cementerio nuevo es mucho más grande, a un lado de una avenida donde en la otra acera se levanta el cementerio cristiano, cuyas cruces asoman por encima de la tapia. Subimos unos peldaños para asomarnos al interior del cementerio judío pero, ¡oh, asombro!, allí sólo había una pradera despejada. En el muro del cementerio y adosadas por su parte interior sí había algunas lápidas, con pinta de ser nuevas. Pero en el recinto, no había ninguna. Cuando miramos a Mario con la interrogación en nuestras miradas nos explicó. Allí hubo, y seguramente siguen enterrados los cuerpos, 130.000 tumbas. ¿Y las lápidas?… Se las llevaron todas los alemanes. Les vino muy bien para pavimentar los caminos embarrados cuando levantaron el cercano campo de Majdanek.
 
La ocupación nazi comenzó el 18 de Septiembre de 1.939. Gradualmente comenzaron los abusos y las extorsiones. El 14 de Octubre fueron conminados a entregar 300.000 zlotys al ejército alemán como «compensación» de gastos de guerra. El 25 del mismo mes se hace un censo, arrojando un total de 37.054 judíos. La diferencia de 5.000 fue debida sobre todo a jóvenes y activistas políticos que, viendo el peligro, se habían marchado tras la ocupación para intentar alcanzar el territorio polaco bajo dominio soviético. El 9 de Noviembre de 1.936 es nombrado Odilo Globocnik como SSPF Lublin: jefe de las SS y de la policía en el distrito de Lublin. Una vez efectuado el censo y designado Globocnik, comenzó el proceso de confiscación de propiedades, echándoles de sus casas, y el asentamiento en la zona judía del casco antiguo. 
 
Los nazis deciden que el distrito de Lublin debía transformarse en Judenreservat = reserva judía, donde judíos del Reich (Alemania y Austria) y de los territorios incorporados (Checoslovaquia, Polonia) serían reasentados. Desde Diciembre de 1.939 hasta Febrero de 1.940, decenas de miles de judíos fueron deportados a Lublinland. Acantonados allí, los nazis podían disponer de ellos como de mano de obra esclava. Ya en 1.940 miles de ellos fueron enviados a campos de trabajo cerca de la frontera soviética para construir la «Muralla Oriental», fortificaciones pensadas para reforzar la próxima ofensiva de la Operación Barbarroja.
 
Para la primavera de 1.941 se había creado el ghetto, alojando allí a 40.000 judíos procedentes de Lublin y alrededores, deportando a 14.000 desempleados y pobres al campo de exterminio de Belzec. A finales de ese año, fueron llevados muchos jóvenes para construir el campo de Majdanek, en las afueras de Lublin. Dentro del ghetto pronto fueron delimitadas dos partes: el ghetto A (donde alojaban a los desempleados) y el ghetto B (donde se alojaban los ocupados en trabajos para los alemanes). Con esta división disponer de los judíos fue todavía más fácil. El 16 de Marzo de 1.942 los desempleados, los habitantes del ghetto A, fueron conducidos a Belzec. Cada día 1.500 judíos debían presentarse para ir «al Este, a trabajar». Podían llevar consigo 15 kg de equipaje con los objetos de valor y las joyas. Hasta el 14 de Abril de 1.942, 26.000 judíos fueron deportados a Belzec. Pero algunos no llegaron tan lejos: muchos eran directamente fusilados en los suburbios. Varios cientos de ancianos y enfermos fueron sacados de los hospitales y fusilados junto con sus médicos y enfermeras. Y 200 niños del orfanato judío junto a sus profesores fueron también ejecutados en los suburbios, en un anticipo casi calcado de cuando un poco más tarde, el 5 de Agosto, Janus Korczak quiso acompañar a sus 200 huérfanos desde el ghetto de Varsovia hasta Treblinka. 
 
Los nazis sólo autorizaron inicialmente a 2.500 judíos que trabajaban para ellos permanecer en el ghetto, debidamente acreditados e identificados, pero no les duró mucho la calma: el 30 de Marzo de 1.942 se llevaron a los miembros del Judenrat (el consejo judío de la ciudad) así como a la policía judía, junto a sus familias. Cada vez quedaban menos. El 3 de Noviembre de 1.943 y como respuesta a la revuelta que el 2 de Agosto los Sonderkommando habían organizado en Treblinka,  el SSPF Lublin sucesor de Globocnik, Jacob Sporrenberg, organizó a su vez lo que llamaron pomposamente como la Aktion Erntefest = la Fiesta de la Cosecha, eufemismo para designar el fin de la Operación Reinhard: fueron fusilados 18.000 judíos entre los pocos que quedaban de Lublin y alrededores, prisioneros en Majdanek y arrojados a las fosas. Para cuando acabó la pesadilla, de los 42.000 judíos de Lublin sólo habían sobrevivido 200 o 300, escondidos o supervivientes de los campos. Ignoro si a alguno le apeteció regresar, pero ahí sigue, encendida, la farola.
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Majdanek
 
A tan sólo 4 kilómetros del centro de Lublin y literalmente pegado a las casas de las afueras se levantó el campo de exterminio de Majdanek. Del polaco, «el pequeño Majdan», al llamarse Majdan el suburbio junto al que se construyó. Si Treblinka fue un campo casi clandestino, Majdanek quedó bien a la vista de todo el que quisiera verlo, como aviso de lo que les esperaba a los que se resistiesen a los nazis. Una cerca de alambre de púas, no electrificada, rodea todo el perímetro, pero a ningún polaco se le ocurrió ni siquiera acercarse a ella: había orden de disparar a todos los que se arrimasen, orden escrupulosamente cumplida. Porque el primer destino de Majdanek fue el de alojar a prisioneros políticos polacos, funcionando como fábrica y como almacén. Lo del exterminio vendría más tarde. 
 
Himmler ordenó su construcción el 21 de Julio de 1.941 dentro de la Operación Reinhard, efectuada por jóvenes judíos del ghetto como trabajos forzados. En un principio se denominó como Campo de prisioneros de guerra de las Waffen SS en Lublín, y estaba destinado a formar parte de la red de complejos agrícolas militarizados e industrializados. Majdanek, en concreto, para la producción de munición y como fábrica de armamento. La idea era ir expandiendo asentamientos alemanes en la Europa Oriental, tras exterminar a los judíos y a las élites polacas y soviéticas e incluso posteriormente a los eslavos en general, una vez que la Operación Barbarroja hubiese limpiado de Untermenschen, de «infrahombres» toda Rusia y Ucrania, para crear lo que en el ideario nazi se llamó con antelación La Gran Germania bajo la idea del Lebensraum = el espacio vital. Afortunadamente para nosotros, los soviéticos no sólo les contuvieron sino que, al final y para su asombro, les derrotaron. Sólo hay que imaginar qué hubiese pasado de haber tenido éxito su plan: el dominio del mundo bajo el ideario nazi. En aquel momento la situación era más que posible. Sólo por ese miedo se suicidaron muchos. Como ejemplo el que ya mencioné, el del escritor judío austríaco Stefen Zweig, aunque estuviese tan lejos del escenario como en Brasil.
 
De los seis campos de exterminio que hubo, todos ellos en Polonia, Belzec, Sobibor, Treblinka y Chelmno fueron campos pequeños, no llegaban a un kilómetro cuadrado. No necesitaban mucho más: los presos no iban allí para trabajar ni, por tanto, se alojaban allí sino que, recién llegados, eran directamente conducidos a las cámaras de gas. Los posteriores, como Auschwitz-Birkenau y Majdanek, y llevados por sus necesidades de servicio, eran mucho más grandes, aproximadamente de 4 x 5 kilómetros. El número de eliminados es difícil de evaluar exactamente por motivos obvios pero, y según las diferentes fuentes, oscilaron dentro de las siguientes cifras:
 
-Auschwitz-Birkenau: entre 980.000 y 1.500.000
-Treblinka: entre 700.000 y 870.000
-Belzec: entre 434.000 y 600.000
-Majdanek: entre 78.000 y 350.000
-Chelmno: entre 152.000 y 340.000
-Sobibor: entre 167.000 y 250.000
Y, ya fuera de Polonia, podemos añadir el de Maly Trostinek, en Bielorrusia, con una cifra entre 160.000 y 500.000.  Sólo como añadido, en Julio de 1.941 vivían unos 400.000 judíos en Bielorrusia. El 80% fueron eliminados por el método de fusilamiento y las fosas en bosques como el de Blagovschina. El resto, en campos como el de Maly Trostinek.
 
Pero, y como objetivamente nos lo señalaba Mario, las víctimas no fueron solamente judíos, aunque el Holocausto haya sido lo más conocido. Por poblaciones, la cifra de muertos aproximada fue:
-judíos: 6.100.000
-civiles eslavos: 6.000.000
-prisioneros de guerra, sobre todo soviéticos: 4.000.000
-prisioneros políticos (disidentes y comunistas): 1.500.000
-gitanos: 500.000
-discapacitados (físicos y mentales): 400.000
-religiosos «molestos» (Testigos de Jehová principalmente pero también jesuítas): 2.500
 
En Majdanek llegaron a alojarse al tiempo hasta 50.000 personas, entre vigilantes y prisioneros, llegando a pasar por el campo durante su existencia hasta casi 500.000, y de 52 nacionalidades diferentes. Ya en Octubre de 1.941 comenzaron a llegar los prisioneros. Los primeros y como ya adelanté, disidentes polacos. Los segundos, judíos del ghetto y alrededores de Lublin. En todos los campos han levantado grandes monumentos de hormigón con iconografías, símbolos del horror que alojaron. El de Majdanek me pareció singularmente impresionante: para acceder a la base debes bajar una pequeña rampa flanqueada por muros de piedra para, inmediatamente después, subir una escalera, con lo que el monumento te recibe allá en lo alto, imponente, una gran mole sujeta sobre dos peanas. Ya en la base y bajo la mole puedes ver el campo y un poco más allá de la alambrada exterior, las casas de Lublin, del barrio de Majdan.
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Majdanek se extiende ahora por una verde pradera donde aún se pueden ver los barracones y, al fondo, las chimeneas de los crematorios. Antes de los barracones estaban las viviendas de los SS que controlaban el campo y, antes de las viviendas, una casita blanca, aislada, en la que vivía el comandante del campo. El primero y desde Septiembre de 1.941 fue Karl Otto Koch al que, por cierto, arrestaron por corrupción un año más tarde, en Julio de 1.942. Koch, durante el año que estuvo en Majdanek, vivió en la casita con sus tres hijas y con su mujer, Ilse Koch. Al parecer formaban una familia feliz. Las niñas estudiaban piano (con un profesor, judío, prisionero en el campo), latín (con otro profesor, judío, también prisionero) y hasta daban clases de hípica (ya no sé si con profesores alemanes o judíos). Pero Ilse tenía una pequeña «manía»: le gustaba forrar los libros (incluso los de sus hijas) o hacer pantallas para las lámparas con piel humana, especialmente las que tenían tatuajes. Para escoger las que más le gustaban, inspeccionaba a los recién llegados a Majdanek, seleccionaba los más apropiados y ya estaba. Los SS se encargaban de darles un tiro en la cabeza. Supongo que eran prisioneros los que les desollaban y curtían las pieles para que Ilse pudiese desarrollar su afición favorita. 
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       El hogar de los Koch, e Ilse juzgada tras la guerra ante un tribunal militar
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                                            Parte de la colección de Ilse Koch
Pero la afición de Ilse venía de atrás. Antes de mudarse a Majdanek, la familia Koch estuvo viviendo en Buchenwald, al estar allí destinado Karl en calidad de comandante del campo. En la «colección» de Ilse figuran, enmarcados, numerosos trozos de piel tatuada procedentes de Buchenwald. En el cuarto de los oficiales del campo varias «piezas» decoraban las paredes, se ve que a los de las SS les hacía gracia. Lo que ya no se quién le contagió la afición a quién. La felicidad de Ilse Koch duró hasta el final de la guerra. Fue capturada, juzgada y condenada a cadena perpetua. Pero no pudo soportarlo: el 1 de Septiembre de 1.967 se ahorcó anudando las sábanas de la cama y colgándose del techo, a la edad de 60 años. Que se sepa, nunca dio señales de arrepentimiento.
 
Mujeres como Ilse Koch hubo varias en los campos. Ilse era comandante-consorte, pero dentro de las SS también hubo mujeres famosas por su crueldad con los y, sobre todo, con las prisioneras. De Majdanek nos han llegado testimonios de algunas como Hermine Braunsteiner, Rosy Suess o Elsa Erich. En Auschwitz fueron tristemente famosas otras como Irma Grese, conocida en su momento por el eufemismo de «el Ángel de Auschwitz», a cargo de 30.000 reclusas a las que gustaba de azotar, sobre todo a las más atractivas, destrozándole los senos a latigazos, y que seleccionaba cada día un mínimo de 150 prisioneras con destino a las cámaras de gas. Irma se adhirió al partido nazi con sólo 18 años y pronto hizo carrera en las SS. Por éstas y otras bestialidades, fue juzgada en Nüremberg y condenada a la horca. Aunque no fue la única en actuar en los campos de exterminio: Herta Oberheuser, Alice Orlowski, Herta Ehlert… ¡para qué seguir!…
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Majdanek está en una zona de prados bastante húmedos. Y en un clima como el polaco, de frecuentes lluvias, los caminos se embarraban con facilidad. Como ya conté, trajeron unas 100.000 lápidas del cementerio de Lublin para pavimentar los caminos. Eso sí: con las inscripciones hacia abajo, creo que más por estética que por no verlas. Para asentar mejor los suelos y como especial forma de castigo, unos pesados rulos de piedra, de hasta una tonelada de peso, eran rodados por todo el campo arrastrados por grupos de prisioneros a los que se hacía tirar de ellos hasta el agotamiento. Cuando ya no podían más y caían al suelo, los compañeros debían seguir tirando de los rodillos, machacando al pobre desgraciado, que sería reemplazado con rapidez. Mario nos contó que nuestra vieja conocida Ilse Koch prestaba especial atención en que el camino que discurría frente a su casa estuviese siempre «bien planchado»… posiblemente para no manchar sus botas con barro… aunque seguro que tenía a su servicio un tropel de zapateros para dejárselas siempre impecables.
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La alambrada exterior que perimetraba el campo era sencilla y sin electrificar. Dentro del campo y dividiéndolo en secciones, la alambrada era alta, de unos tres metros, doble y electrificada con cables de alta tensión. En las esquinas y en algunos puntos intermedios, torretas de vigilancia desde donde vigilaban los SS. Majdanek se organizó en seis recintos separados uno del otro por doble alambrada:
-recinto I: para alojar a las mujeres
-recinto II: hospital de campo para colaboradores rusos integrados en el ejército alemán
-recinto III: prisioneros políticos polacos y judíos de Varsovia
-recinto IV: prisioneros de guerra soviéticos
-recinto V: hospital de campo para hombres
-recinto VI: crematorios, cámaras de gas y fábricas, que no dio
tiempo a construir. 
Sólo cabe añadir que como el ser humano es así, tras la liberación de Majdanek por parte del ejército soviético, éstos utilizaron los barracones como campos de concentración para la resistencia polaca y los miembros del Armia Krajowa, el ejército popular polaco.
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                Las cámaras de gas. La ventana lateral es nueva, para darle claridad.
Visitamos -y nos metimos- en lo que fueron las cámaras de gas. Decir que impresiona, suena casi a necedad. Acojona, sería una mejor definición de lo que se siente cuando entramos -mejor si es solos- en esos cubículos cuadrados, reducidos, vacíos de todo, de techos bajos (menos volumen de aire, mayor concentración del gas), oscuros, cuya única ventilación es la puerta (que obviamente, se cerraba) y unos huecos por el techo por donde, una vez dentro, no cuesta trabajo imaginarlo, apretados y desnudos comenzaba a entrar el gas, hasta que empezabas a marearte, a toser, a vomitar, viendo -si no eras el primero- como a tu alrededor los demás comenzaban a caer al suelo… Hay mucha gente con los que he hablado cuando les contaba el destino de mi viaje, cuya respuesta invariablemente era: …¡Uy, no, qué horror, no quiero ir allá para sufrir!… Pero incluso los que iban con nosotros u otras personas desconocidas con las que coincidíamos en la visita a los campos, algunos lloraban prefiriendo ni entrar siquiera…y puedo entenderlo.
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                                                                    Los hornos
Al principio los judíos de los Sonderkommando vaciaban de las cámaras los cuerpos y en unas depresiones, decenas de metros más allá, los quemaban. Según nos contaba Mario muy gráficamente y con un sentido de humor irónico, muy argentino  (¿he dicho ya que es un magnífico guía?) las mujeres de los oficiales de las SS que vivían cerca de la entrada, la propia Ilse Koch, quizá, se quejaron a sus maridos por las humaredas y la peste de las piras, con lo que para que no les diesen la tabarra y agilizar la eliminación de los cuerpos, instalaron en la parte posterior, al final del campo, los hornos crematorios. Actualmente y para protegerlos de las inclemencias del tiempo están protegidos por un pequeño edificio, aunque en su momento estaban al descubierto (que lloviese sobre los Sonderkommando les daba igual), para ventilar mejor. Cuando había muchos cuerpos, funcionaban día y noche. Las cenizas y los pequeños restos óseos que quedaban se iban acumulando en unos patios posteriores. De hecho, se vendían como abono para los campesinos (se aprovechaban hasta las cenizas).
Hoy día se ha levantado un mausoleo, un recinto redondo de más de diez metros de diámetro donde se acumulan en un enorme montón las cenizas que quedaron tras quemar miles de cadáveres. Dado que a veces el fuerte viento las repartía, añadieron más tarde una cúpula, una especie de gran boina de hormigón, para protegerlas y que el aire no se las llevase. Como en todos estos lugares, ramos de flores y pequeñas piedrecitas con la estrella de David pintada en azul. Mario nos puso en su pequeño altavoz un kadish, que escuchamos con respeto.
 
Cracovia
 
El centro de Cracovia fue declarado hace pocos años como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. De hecho, está considerada como una de las ciudades más bonitas del mundo, centro muy importante de turismo local e internacional. Se calcula en unos ocho millones la cifra de turistas que la visitan cada año. La mayor parte de los atractivos turísticos se concentran en los barrios del centro: el Stare Miasto (la ciudad medieval) y el Kazimirz (el centro histórico de los judíos). Es una ciudad vieja y las primeras menciones que se hacen de ella constan del S. VII. Ya en el año 966 se la describe como un activo centro comercial. Su nombre en polaco: Krakow, significaría «la ciudad de Krak», legendario héroe fundador de la ciudad. 
 
En el año 1.370 Casimiro el Grande facilitó el asentamiento de judíos en Cracovia, conocedor de su capacidad para el comercio y la industria. En aquella época habían sufrido persecuciones por varios países de Europa Occidental y muchos acudieron, aunque poniéndole al rey tres condiciones:
 
-mantener su autonomía religiosa, cultural y su educación. 
-prerrogativas para el comercio, como el intercambio de mercancías a lo largo del Vístula (que recorre Polonia de sur a norte).
-seguridad, a cuyo fin se redactó una carta real de protección.
Aceptadas las condiciones por Casimiro, la comunidad judía fue prosperando. Fue en Cracovia donde se levantó la primera sinagoga de Polonia, en el año 1.570 (la de Tikuchin fue en 1.620).
 
Cracovia fue la capital de Polonia hasta 1.596, año en que la capitalidad se desplazó a Varsovia, pero sigue siendo la segunda ciudad en población, tras ésta. Actualmente viven en el centro unas 760.000 personas, que aumentan hasta los 3 millones si consideramos todo el área metropolitana. Pasear por su parte vieja es un placer para los sentidos, con su castillo, la Barbacana, la catedral, su gran plaza, docenas de viejas iglesias a cada cual más bonitas o los 28 museos de la ciudad.
Numerosas tiendas, lujosos restaurantes o cafeterías, con clubes de jazz por doquier, hacen el paseo aún más ameno. En la plaza varios coches de caballos, ricamente engalanados y conducidos por señoritas en traje de época, que invitan con una sonrisa a los visitantes a dar un paseo. Mi hija Maya y yo nos fijamos que bajo las herraduras llevaban  unos calzos de goma, seguramente para evitar resbalones sobre el suelo empedrado.
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Rodeada en parte por el río Vístula, tradicionalmente Cracovia ha sido el centro económico, científico, cultural y artístico de Polonia. Ocupada por los alemanes tras la invasión, fue nombrada la capital de la administración nazi a partir del 4 de Noviembre de 1.939, con Hans Frank al frente, que instaló sus dependencias en el castillo de Wawel. Aunque fue saqueada en parte de sus tesoros artísticos, la ciudad se mantuvo intacta, no disparándose ni un tiro por designio personal de Hans Frank, salvándose su legado arquitectónico. Los oficiales alemanes, las cosas como son, solían ser cultos y amantes de las artes, lo que ayudo a que Hans Frank la protegiese.
 
Los judíos vivían tradicionalmente en el distrito de Kazimirz (nombre en polaco del rey Casimiro, que los acogió). En Noviembre de 1.939 se legisló obligando a todos los judíos de más de 12 años a ir identificados con brazaletes donde debía figurar la estrella de David. Las sinagogas fueron todas cerradas, y los alemanes confiscaron las reliquias y los objetos de valor. Ya en Mayo de 1.940, la autoridad central nazi decidió que Cracovia debía convertirse en la ciudad «más limpia» de Polonia, comenzando la deportación en masa. De los más de 68.000 judíos que vivían en Kazimirz, sólo permitieron permanecer allí a 15.000 trabajadores de los alemanes, con sus familias. El resto fueron expulsados de Cracovia y asentados en las comunidades circundantes.
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Paseamos por el barrio de Kazimirz, viendo las diferentes sinagogas. Las más interesantes, la Vieja y la Remuh, única que en la actualidad presta servicios religiosos. A su lado, un viejo cementerio del S.XVI. La sinagoga Remuh se encuentra en la calle Ancha, donde se abren varios bares y restaurantes. Mario nos iba guiando y señalando lugares destacados. Así, en uno de los restaurantes se podía ver el rótulo: Rubinstein. Nos aclaró: de la familia de la empresaria Helena Rubinstein, emigrada a los Estados Unidos donde se convirtió en una de las mujeres más ricas del mundo gracias a su actividad en el mundo de la cosmética. En otro de ellos, el Ariel, se filmó la primera escena de la película La lista de Schindler (del director Steven Spielberg, otro judío, en este caso norteamericano), cuya acción se desarrolló en Cracovia. Mario iba enseñándonos sus imprescindibles y didácticas fotos. A mi hija Maya y a mí nos llamó la atención que fue sólo en Cracovia donde vimos varios grupos de judíos ortodoxos, típicamente ataviados con bombín, largas levitas negras y medias -también negras- en vez de pantalones. Bajo el bombín asomaban los característicos tirabuzones que los hombres se dejan crecer desde las sienes, además de la barba. 
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Otro detalle que me sorprendió mucho fue la presencia de un restaurante en apariencia árabe, muy cerca de la sinagoga Remuh (en pleno barrio judío, por tanto) llamada Hamsa y con el símbolo de la mano de Fátima. «Hamsa», en árabe, significa «cinco», y la mano de Fátima (hija de Mahoma) simboliza con sus cinco dedos ese «cinco», por los cinco pilares o preceptos del Islam (declaración de fe, los rezos diarios, la limosna, la peregrinación a La Meca y el ayuno durante el Ramadán). Se lo comenté a Mario pero me dijo que en israelí «hamsa» también es cinco, y que el símbolo de la mano de Fátima es también un amuleto de buena suerte en Israel. El restaurante en cuestión no era árabe, sino judío. Sólo pude responderle que no les faltan puntos en común, entre árabes y judíos.
 
El 3 de Marzo de 1.941 se crea el ghetto. Desde Kazimirz son llevados al distrito (pobre) de Podgorze, en la otra orilla del Vístula. Antes de cerrar el ghetto vivían allí 3.000 polacos no judíos, que fueron obligados a realojarse al barrio de Kazimirz, donde se les adjudicaron las mucho mejores casas de los judíos, ahora vacías. Con la llegada de los judíos, el censo ascendió a 15.000 habitantes, hacinados en tres calles, con 320 edificios y 3.167 habitaciones en total. Haciendo una sencilla cuenta, en cada apartamento vivían cuatro familias. Así y todo, los más desafortunados y por falta de espacio se vieron obligados a dormir al raso.
 
El ghetto estaba rodeado por un muro. Quedan algunos restos donde podemos ver que simulaba, irónicamente, grandes lápidas. Las ventanas que desde las casas de los judíos daban a las calles de los polacos fueron tapiadas. El día 30 de Mayo de 1.942 comenzó la salida de los judíos desde el ghetto hacia los campos. Algunos fueron llevados al de Plaszow, creado el 28 de Octubre de 1.942, muy próximo a la ciudad, en principio sólo campo de trabajo y no de exterminio, aunque la mayoría fueron conducidos al cercano de Auschwitz. 
 
El 13 y 14 de Marzo del año 1.943 el Sturmbannführer de las SS, Willi Hasse, comenzó lo que llamaron la liquidación final. Unos 8.000 judíos capaces de trabajar fueron llevados al campo de Plaszow. Otros 2.000 enfermos y débiles fueron asesinados directamente en las calles. Los demás, a Auschwitz. El método, similar al utilizado en el ghetto de Varsovia, era el siguiente: desde sus casas y custodiados por las SS los concentraban en la Plac Zgody, actualmente rebautizada como Plac Bohaterow Getta (= Plaza de los Héroes del Ghetto) donde los iban seleccionando y metiéndoles en los vagones de carga, con destino a los campos. 
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     Placa en la Farmacia del Águila, homenaje a su propietario, salvador de judíos
Visitamos la Plaza Bohaterow, en el antiguo ghetto. Es una plaza grande y cuadrada. Mario nos enseñó fotos donde se veían algunos edificios circundantes, de la época. En una de las esquinas hay una farmacia: la Apteka pod Orlem o Farmacia del Águila. Su propietario Tadeusz Pankiewicz, al que los nazis ofrecieron locales fuera del ghetto, solicitó (y obtuvo) permiso del gobierno alemán para seguir allí al frente de su negocio. Durante aquellos años fue el único habitante no judío del ghetto, con permiso para entrar y salir libremente. Lo que los alemanes no sabían era que, por su parte trasera y camuflado, un estrecho corredor daba salida a la parte exterior, a la zona «libre». Además de suministrar medicamentos a los judíos, consiguió sacar a muchos de ellos. Pankiewicz les conseguía comida, hacía de correo con el exterior, contactos con el ejército de resistencia polaco o cosas tan útiles en aquel momento como tintes para el pelo, con lo que los viejos podían pasar como más jóvenes (y no ser eliminados), o sedantes para los niños que sacaban ilegalmente del ghetto y que no les delatasen, llorando, en el último momento.
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En medio de la plaza Bohaterow hay plantadas unas veinte sillas de bronce. Se trata del Monumento a Las Sillas, como homenaje a los judíos que esperaban allí a ser deportados. El monumento fue costeado por el director de cine Roman Polansky, director entre otras de la película El pianista, sobre una historia real sucedida en el ghetto de Varsovia. Polansky nació en París en 1.933 pero en 1.936 sus padres decidieron regresar a Cracovia. ¿Nostalgia de la tierra, búsqueda de nuevas oportunidades?… ¡Cuántas veces no lamentarían la decisión!… Durante su infancia no se le educó en el judaísmo, pero los acontecimientos posteriores y el destino le obligaron a vivir siendo un niño en el ghetto de Cracovia. Los padres fueron deportados, muriendo la madre en Auschwitz (aunque sólo su padre era judío las leyes nazis la consideraron como tal). El padre fue de los escasos supervivientes del campo de Birkenau. Por su parte, Polansky sobrevivió como un huérfano mendigo en el ghetto logrando escapar y, fingiéndose cristiano, fue dando tumbos por Polonia, de un lado a otro, consiguiendo sobrevivir hasta el final de la guerra.

El Holocausto y el horror nazi en Polonia (1ª parte)

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1ª parte:
-Introducción. Orígenes del antijudaísmo
-El guía: Mario Sinay
-Comienza el viaje. Varsovia
-Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
-Los antecedentes. La invasión nazi
-Comienza la caza del judío
-El ghetto de Varsovia
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
La aldea de Tykutin y el bosque de Lubojova
Lublin, cuna de la ortodoxia
El campo de Majdanek
Cracovia
3ª parte:
Schindler, el de la lista
Auschwitz-Birkenau
Los experimentos de Auschwitz
La vida cotidiana en los campos
El fin de Auschwitz
1ª parte:
Introducción. Orígenes del antijudaísmo

No sé ni por dónde empezar. He necesitado de las abundantes notas que tomé durante el recorrido, de las casi 900 fotos que hice por todos lados, de hojear libritos y folletos que reuní durante el viaje y muchos datos gracias a la inestimable ayuda de la Wikipedia para conseguir ordenar mis ideas. No obstante me quedaré corto. Para los interesados hay innumerables testimonios en forma de libros escritos por los supervivientes y cuya lista sería interminable.

Todos tenemos en la cabeza la idea del Holocausto, y nombres como Auschwitz, Treblinka o el doctor Méngele nos resultan familiares. Pero, por más que hayamos visto fotografías y reportajes, por más que hayamos leído sobre los ghettos y los campos, lo cierto es que hay que verlo con nuestros propios ojos, hay que estar allí para entender la magnitud de lo que fue una auténtica industria sistematizada y organizada por los nazis del expolio y de la muerte, y que se extiende mucho más allá de lo que fue el Holocausto judío. Pero vayamos por partes.
Mi hija Maya me convenció para apuntarme a un tour por Polonia, donde el motivo del viaje era un recorrido por varias ciudades en las que los judíos fueron encerrados en ghettos para, más adelante, ser confinados en campos de trabajo o, directamente, ser conducidos a los campos de exterminio. El nombre del tour era «Un viaje de la memoria», totalmente acertado, pienso yo. El viaje en sí estaba organizado por una agencia israelí, especializada en estos temas, y orientado para judíos. Pero no es necesario ser judío -aclaro que ni mi hija ni yo lo somos- para «disfrutar» (entre comillas) de semejante experiencia, cuando las ganas de conocer en directo son más fuertes que los prejuicios o que el rechazo.
Porque en España y por lo general, lo «judío» nos suele generar, como mínimo, cierta desconfianza. Viene de atrás. Ante persecuciones y represiones dictatoriales de toda índole y tendencia siempre habrá quien diga el comentario de…¡algo habrán hecho!... Por motivos históricos o de afinidad con los musulmanes, en España despiertan más simpatía el pueblo saharaui o los palestinos, por ejemplo. Y a los judíos en general se les ha considerado siempre como ejemplo de avaros, ricos y anticristianos. Un argumento antiguo era el de que fueron los responsables de la muerte de Cristo. Además, solían ser los asesores económicos y los prestamistas de los reyes europeos, o los recaudadores de impuestos, tarea siempre impopular… pero sea por estas u otras razones, la historia del pueblo judío ha sido desde la Diáspora (desde la expulsión por parte de los romanos de su patria original), en la Edad Media y en todo el mundo antiguo la historia de un pueblo acosado, castigado, masacrado, marginado…
Diásporas hubo varias, no sólo la del emperador Tito, tras el asedio y destrucción de Jerusalén. En diferentes periodos se los expulsa de Bizancio o de algunos países conquistados por el Islam en sus comienzos. Durante la Edad Media en Europa sufrieron persecuciones, tenían prohibido poseer esclavos (algo legal en aquellos tiempos) ni tierras, pertenecer a los gremios que regulaban los trabajos, así como ingresar en el ejército o trabajar en profesiones liberales.
A partir de la Ilustración del Siglo XVIII las relaciones se suavizaron pero aún así durante mucho tiempo tuvieron prohibida toda participación en la administración pública o excluídos de las universidades. Sólo hizo falta con el auge del nazismo que se convirtieran en cabeza de turco, en los supuestos responsables de la miseria de la población alemana, e incluso los causantes de la pérdida de Alemania en la conocida en su momento como la Gran Guerra: la 1ª Guerra Mundial. Adolf Hitler en el Mein Kampf se refiere a ellos como …el bacilo disolvente de la sociedad humana…Seis millones de muertos fue el precio que debieron de pagar los judíos ante estos prejuicios.
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El guía: Mario Sinay
En principio el grupo iba a ser mayor pero, por motivos que no vienen al caso, a última hora se borraron varios, con lo que el grupo quedó reducido a cuatro viajeros: mi hija Maya y yo, más una pareja de judíos argentinos de la ciudad (argentina) de Córdoba, Bobby y Adriana. Para nosotros fue la situación ideal: más fácil guiar a cuatro que a diez o a cuarenta, y con el guía casi para nosotros solos.
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El grupo, cenando en Cracovia. De izquierda a derecha: Bobby, Adriana, Maya, yo y Mario.
Porque, aparte de lo que vimos, lo mejor del viaje fue el guía: Mario Sinay. Nacido en Argentina, a los quince años se fue a Israel donde vive desde entonces. Estuvo en el ejército hasta los cuarenta y cinco años. Estudió comunicación, especializado en documentación gráfica. Y se dedica a guiar grupos, principalmente aunque no sólo por Israel y Polonia. No llegamos a hacernos amigos, una semana no da para tanto, pero nos cogimos mucho afecto.
 
Mi hija Maya y yo hemos viajado juntos a muchos destinos (Grecia, Islandia, Italia, Austria, Francia…) y cuando es posible valoramos el ir acompañados con buenos guías: te ilustran el recorrido y hacen disfrutar mucho más el viaje. Pero por encima de todos ellos, el ejemplo de Mario fue, con mucho, el mejor. Nos contó que lleva de guía unos 12 años, 188 viajes hasta ahora. Y se nota  la experiencia. Hombre muy informado, sumamente documentado y, sobre todo, un magnífico comunicador: cada día aparecía con una carpeta, repleta de fotos del Holocausto y numerosos textos: desde poemas a testimonios de testigos y supervivientes de lo que fue la experiencia de los ghettos y de los campos. Algunas de las fotos que acompañan esta entrada están tomadas directamente de las que Mario nos iba enseñando. Llevaba asimismo un pequeño altavoz conectado por wifi con el móvil y en algunos lugares especiales como en los cementerios, en los ghettos, en los campos de exterminio o en las sinagogas, nos hacía escuchar kadish. En la tradición judía es importantísimo. Para aquellos ajenos a su tradición, los kadish son unos cantos religiosos, siempre recitados en público y redactados en arameo, el idioma del pueblo judío en la época (talmúdica) en que fueron compuestos. En ellos se hace un panegírico a Yahvé al que se pide que acelere la venida del Mesías. Hay varias clases de kadish, según la ocasión y el contexto, aunque el más utilizado es el kadish del Duelo, o el kadish yatom = la plegaría de los huérfanos, como una señal de respeto que uno puede dar a aquellos que han fallecido.
 
Mario «jugaba» mucho con los efectos, nos manejaba muy bien. A menudo nos hacía mirar algún edificio con cualquier excusa y cuando estábamos en ello nos decía: Ahora vuélvanse y miren acá… y el objetivo real era otro edificio, algún trozo del muro del ghetto o alguna placa en concreto. Muchas veces nos enseñaba una foto de la época donde nos hacía reconocer algún detalle actual pero que, en la foto, se veía acompañado de los judíos o de los SS. Constantemente, fotos de la época, con la gente concentrada en los ghettos, recién desembarcados con sus petates del tren en los campos, conducidos a las cámaras de gas o trabajando como lo que eran, como esclavos, en los barracones. Y en los trayectos en coche (a Lublin, a Cracovia, a los campos de exterminio…) nos ponía en el ordenador largas secuencias de películas, tales como El pianista, La lista de Schindler, El triunfo del espíritu, centradas en el Holocausto, donde se escenificaba muy bien el ambiente de los ghettos y de los campos, y donde algunas de sus localizaciones Mario nos enseñaba después en la visita al ghetto o al campo en cuestión. Sumamente ilustrativo. Aunque ya las había visto, daban ganas de volver a verlas, para apreciarlas mejor.
 
Comienza el viaje. Varsovia
 
Polonia me sorprendió por su nivel de crecimiento. Varsovia estaba llena de grúas (indicio de construcción) y, sobre todo, en las autovías que recorrimos. En prácticamente todas, se estaban desdoblando los carriles, evidentemente se les estaban quedando insuficientes. Gran tráfico de camiones. Nos fijábamos en las matrículas: además de polacas, numerosas matrículas rusas, alemanas, bielorusas, lituanas, ucranianas… Polonia está en una encrucijada estratégica (lo cual ha sido causa de las constantes invasiones) para el transporte de mercancías, lo que evidenciaba tanto camión.
 
En Varsovia nos alojamos en uno de los hoteles situados en el centro comercial y empresarial por excelencia, con numerosos centros comerciales y altos edificios modernos de cristal, rodeando al edificio más emblemático: el Palacio de la Cultura y de la Ciencia, un regalo de Stalin a los polacos en los años 50, enorme edificio de más de treinta plantas y con una arquitectura de inspiración soviética. Nada más verlo me recordó mucho al hotel Rossía (en ruso: Rusia) situado en un meandro del río Moscova, en Moscú. Por cierto, los varsovianos lo odian, como símbolo que es del dominio soviético durante la guerra fría, y hasta se propuso tras la democratización de Polonia en 1.989, su demolición. Eso de demoler es tendencia común tras cambios de gobierno. En España se propone por algunos grupos políticos demoler el Valle de Los Caídos, símbolo del franquismo, por ejemplo, pero Mario, mi hija y yo estábamos de acuerdo en que no hay por qué derribar nada que al fin y al cabo forma parte de la historia. Escudados en esa tendencia purificadora se han quemado muchas bibliotecas a lo largo de la historia. Y por esa regla de tres hasta se podrían demoler las pirámides de Egipto, levantadas por esclavos. Y nada mejor que Polonia como ejemplo, que han preservado lo que queda de los campos, pese a ser la representación del horror, como memoria de lo que pasó. 
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Actualmente el Palacio de Cultura alberga teatros, salas de exposiciones, centros culturales, sede de congresos e incluso dos universidades privadas. Y es el centro desde donde se miden las distancias a toda Polonia, algo así como nuestro «kilómetro Cero», de la Puerta del Sol. Por cierto: con semejante pasado, polémica y visibilidad, pregunté a nuestro chofer polaco si a tan notorio edificio no le habían rebautizado los varsovianos con algún nombre coloquial, tales como el «Pirulí» de Madrid o el puente «El Paquito» de Sevilla… Se quedó pensativo un rato y al final respondió: No, el Palace le llaman… Obviamente los varsovianos no tienen el sentido del humor que gastamos por aquí…
 
Comenzamos el tour por Varsovia. Para empezar, poco queda de la ciudad de antes de la guerra. Sufrió tres episodios de bombardeos masivos: los dos peores la conquista alemana a partir de Septiembre de 1.939 con el uso intensivo de la aviación y la artillería y, ya en 1.944, el castigo nazi por la revuelta polaca, animada ésta por la cercanía del ejército ruso. Aún sufrirían otro gran bombardeo por parte del avance soviético para desalojar al ejército alemán. Como consecuencia, al acabar la guerra Varsovia quedó destruída en un 85%. Algún edificio resistió, lo milagroso es que tras tan severo castigo alguno se mantuviera en pie.
 
Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
 
El primer punto al que nos llevó Mario fue al cementerio judío. Muy extenso, unos de los mayores de Europa, ocupa más de 33 hectáreas. Fundado en 1.806, y sólo interrumpido durante la Segunda Guerra Mundial. El húmedo clima de Varsovia ha favorecido el crecimiento de los árboles, altos y tupidos, los grandes helechos o el musgo que cubre las abundantes lápidas (o, para ser más exacto, macevas, como se nombran por los judíos), dándole un aspecto sombrío, semiabandonado. Más de 200.000 tumbas identificadas, aunque en razón del tiempo transcurrido desde su creación, o bien debido a la muerte o el exilio de muchos varsovianos durante el Holocausto, la inmensa mayoría yacen en un estado de total abandono. Los caminos principales están pavimentados, y los monumentos más importantes están cerca de la entrada: homenaje a los niños muertos en el ghetto. Al lado, un monumento al doctor Janus Korczak, director de la Casa de los Huérfanos de Varsovia, que no quiso dejarles solos cuando ordenaron llevarles al campo de exterminio de Treblinka. Cerca de allí y en la calle principal, otros monumentos: a los héroes del levantamiento judío en el ghetto, a comunistas judíos, a destacados rabinos o a protagonistas de la cultura polaca, tales como escritores, filósofos, intelectuales (como el doctor Zamenhof, creador del esperanto), o la gran actriz de teatro Esther Kaminska. Pero si te apartas un poco o miras a los lados de la calle principal, numerosos caminos embarrados se abre paso por doquier entre los árboles, mostrando a través de la penumbra verde mausoleos y lápidas deterioradas, medio ocultas bajo el musgo.
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                          Memorial a los niños muertos en el Holocausto
Muy cerca de la entrada, dos espacios cercados, uno al lado del otro, del tamaño aproximado de una pista de tenis, están curiosamente libres de lápidas. Mario nos fue contando, ilustrando sus palabras como siempre con numerosas fotos de la época: aquí despejaron el terreno y se abrieron fosas comunes para enterrar a los cada vez más abundantes fallecidos dentro del ghetto. De unos 100.000 que allí murieron, se calcula que unos 20.000 acabaron en estas fosas. En las fotos que nos enseñaba Mario se podía ver esa imagen que se ha hecho icónica de cadáveres desnudos y esqueléticos, traídos en carretas y arrojados a los fosos, de cuatro o cinco metros de profundidad. Cuando los cuerpos formaban una capa, se les echaba cal por encima y volvían a arrojar más cadáveres. Creo recordar, no estoy seguro, que aquellos miles de muertos siguen ahí enterrados, anónimos, sin identificar.
 
Aunque la mayoría de las más antiguas eran lápidas grabadas verticales, había bastante variedad. Algunas eran una simple lápida vertical o bien colocadas sobre el suelo, mientras que otras eran mausoleos familiares, más o menos ostentosos. El estilo era muy variado, según el gusto familiar o la filosofía de los allí enterrados. Eran todos judíos, pero había -y hay- muchas tendencias, como las hay en el cristianismo. Por ejemplo: el texto solía estar en yiddish (la lengua de los judíos polacos) o en hebreo (la lengua sagrada), pero las había escritas en polaco, incluso algunas pocas en inglés. Decoraciones con estilo Art Nouveau, monolitos de imitación egipcia, templetes, bóvedas, bajorrelieves figurando puertos con barcos (familias de comerciantes)… En las más clásicas Mario nos explicaba a mi hija Maya y a mí la para nosotros desconocida iconografía judía: águilas (que representaban al reino polaco) junto a leones (símbolo del reino de Judá). Candelabros, que creo recordar representaban a los rabinos, recipientes con agua o llamas. O una figura repetida que me llamó la atención y que más tarde ví en un graffiti infantil en Auschwitz: la imagen de un árbol tronchado, representación de la figura de una madre muerta. Si en el árbol roto había un nido con dos o tres polluelos, la imagen nos contaba que la mujer murió dejando dos o tres huérfanos… Y en muchas de ellas, las señales dejadas por el impacto de las balas, dirigidas a los judíos que, huyendo de los nazis, se escondieron en la espesura del cementerio.
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                                      A una madre muerta que dejó dos «polluelos»
Visitando el cementerio había numerosos grupos de judíos, igual que nos los iríamos encontrando durante todo nuestro recorrido. Algunos, con la bandera de Israel por encima de los hombros. En los ghettos así como en Cracovia o en los campos de Majdanek, Auschwitz y Birkenau, grupos de militares israelíes. Mario, ex-militar, me contó que al menos una vez vienen desde Israel para visitar estos lugares tan importantes para ellos. Él los ha guiado en numerosas ocasiones y nos contaba que siempre traen consigo en la visita a los campos algún superviviente de los pocos miles que van quedando. Tuvimos ocasión de verlo en Birkenau: en uno de los barracones un numeroso grupo de militares guardaba un respetuoso silencio escuchando a un anciano que hablaba. Mario me explicó que no sueltan ningún tipo de mitin. Simplemente, recuerdan lo que hacían, lo que comían, cómo trabajaban y cómo vivían. Ese simple testimonio para ellos ya es muy importante. 
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                Militares israelíes escuchando el testimonio de un superviviente
En espacios de respeto para los judíos (sinagogas, cementerios, monumentos, memoriales…) los hombres se cubren la cabeza con la kipá, esa pequeña gorrita que apenas les tapa, en señal de respeto a Yahvé, simbolizando que no son lo más alto, sino que sobre su cabeza hay algo siempre superior (y que me perdonen los judíos si no es la explicación correcta). Yo, insisto, no soy judío -y lo aclaro ni por excusarme ni por justificarme- y como tal no estaba obligado a cubrirme, pero comenté con Mario que por respeto me podría poner una pequeña gorra de visera que llevaba por si la lluvia. Le pareció perfecto: cualquier cosa puede valer. Y yo creo, por su mirada, que ese pequeño signo de respeto le pareció bien.  
 
Los antecedentes. La invasión nazi.
ataud de los judíos… De esta forma tan gráfica llamó Heinrich Himmler al ghetto de Varsovia. Himmler fue el hombre de confianza de Adolf Hitler. Ministro de Interior, Jefe Supremo de las temidas SS (Schutzstaffel = escuadrón de protección), responsable de la planificación y construcción de los campos de exterminio. Si Hitler fué el ideólogo del Holocausto, Himmler fue el ejecutor.
 
No sólo los nazis mataron judíos (ni sus víctimas fueron sólo judíos, como veremos). Tras el ascenso al poder de Hitler se planificó la llamada Política de Higiene Racial destinado a esterilizaciones forzosas, así como el programa Aktion-4, para la eutanasia activa. Sin que sirva de descargo podemos comentar que, en países tan «desarrollados» como los Estados Unidos y de Europa occidental, ya a finales del S.XIX y comienzos del S.XX se implementaron políticas de esterilización forzada y masiva. Aunque el caso de Alemania bajo los nazis fue especial. Desde la subida de Hitler al poder en 1.933 hasta el año 1.939 se calcula que 400.000 alemanes «arios» fueron esterilizados, y unos 275.000 directamente asesinados en cámaras de gas, como un ensayo de lo que vino después.
Los esterilizados (con radiación o inyecciones de productos químicos)) y eliminados: delincuentes comunes y juveniles, enfermos mentales, discapacitados físicos (ciegos, sordos, impedidos), enfermos crónicos, disidentes políticos, alcohólicos, pedófilos, homosexuales o vagabundos. Entre ellos, 70.000 niños. Catalogados todos bajo la categoría de Lebensunwertes Leben = «vida indigna de ser vivida». Aún esos arios «indignos de vivir» eran superiores a los europeos, tales como franceses, ingleses u holandeses. Pero por debajo de ellos estaban los eslavos, considerados como Untermenschen = infrahombres. No había más escalones humanos por debajo de los eslavos, ni siquiera los judíos. Para los nazis, no se les consideraba tan siquiera como seres humanos.
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Batallón compuesto por judíos en la Iª Guerra Mundial, alemanes de pleno derecho, algunos de ellos merecedores de la Cruz de Hierro por su valor (y que no les valió de nada cuando el Holocausto)
En Alemania se conocen al menos seis centros donde se realizaron las campañas de esterilización y exterminio, en origen simples hospitales, a los que se adaptaron cámaras de gas (utilizando el anhidrido carbónico producto de la combustión de motores de camiones). De algunos hay registros bastante detallados, como el de Graefeneck, donde podemos saber que murieron 9.839 alemanes, o el castillo/hospital de Hartheim donde, entre Enero de 1.940 y Diciembre de 1.944 se eliminaron a 18.269 «enfermos». De entre ellos, 436 españoles procedentes del campo de Mauthausen. Tras la experiencia adquirida con el manejo de las cámaras de gas, muchos de los médicos que trabajaron en estos centros fueron posteriormente destinados a los campos de exterminio en territorio polaco.
 
Tras la partición de Polonia entre Alemania y la Unión Soviética, ambos países se dedicaron a masacrar polacos. El 23 de Agosto de 1.939 los ministros de Asuntos Exteriores alemán y soviético, von Ribbentrop y Molótov firmaron en Moscú el Tratado de No Agresión, con el que Alemania se daba un tiempo antes de atacar a los rusos y se concentró para atacar el frente occidental. Confiado Stalin en la palabra dada y, pese a los recelos que el despliegue alemán en la frontera ruso-alemana iba despertando, la ofensiva alemana conocida como la Operación Barbarroja barrió en un principio a las fuerzas soviéticas, el 22 de Junio de 1.941. 
 
Pero antes de eso y respaldados mutuamente por su Tratado de No Agresión, se repartieron Polonia. El 1 de Septiembre de 1.939 Alemania invadió su parte acordada, pese a la desesperada resistencia del ejército polaco, en inferioridad de condiciones frente a la moderna Wehrmacht (en alemán: fuerza de defensa, nombre dado al ejército del Tercer Reich). El 17 de Septiembre, lo hicieron los soviéticos. Ambos países descabezaron la oposición polaca, encarcelando, fusilando o mandando a campos de trabajo a intelectuales, profesores, sindicalistas y oficiales del ejército. 
 
Un episodio, esta vez por parte de los rusos, fue la conocida como la matanza del Bosque de Katyn, a 15km de la ciudad de Smolensk. Allí fueron enterrados en fosas comunes unos 22.000 (un mínimo de 21.768) polacos: 8.000 oficiales del ejército, 6.000 policías y el resto intelectuales, profesores y sindicalistas. Tras el descubrimiento fue relativamente fácil identificar a las víctimas: habían sido arrojado a las fosas con sus uniformes y sus pertenencias. Ejecutados por el efectivo método del tiro en la nuca, entre Abril y Mayo de 1.940, por órdenes directas del siniestro Beria, jefe de la policía y el servicio secreto soviético, mano derecha de su paisano (georgiano) Stalin. Lo «bueno» fue que fueron los nazis los que descubrieron las fosas en su avance por Rusia tras el comienzo de la Operación Barbarroja, atribuyendo la matanza a los soviéticos. Aunque durante muchos años los soviéticos lo negaron, echándole la culpa a los nazis. Varios monumentos guardan su memoria en Polonia. En Cracovia pudimos ver una larga cruz en el suelo formada por velas encendidas.
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Aparte de las masacres de Polonia, los nazis aún fueron responsables de otras en territorio soviético conquistado tras la Operación Barbarroja. En los barrancos de Babi Yar, próximos a la ciudad ucraniana de Kiev, se calcula un total de entre 100.000 y 150.000 ejecuciones durante la ocupación alemana: soldados rusos prisioneros, militantes comunistas, gitanos, partisanos ucranianos y ¡cómo no!, judios. Entre el 29 y el 30 de Octubre de 1.941 y durante 36 horas ininterrumpidas, fueron fusilados 33.771 judíos. La masacre alcanzó tal nivel que los soldados ejecutores se acabaron quejando a sus superiores de que los uniformes acababan empapados de sangre por las salpicaduras de los disparos. Los oficiales nazis, con la pragmática mentalidad alemana, decidieron en sus instrucciones para la tropa mantener una distancia mínima «higiénica» de 10 metros entre soldados y fusilados, aunque dado el «volumen de trabajo» comenzó la planificación de los campos de exterminio a cargo del no menos pragmático Heinrich Himmler. Y ya puestos con el pragmatismo, dentro de las SS se creó un cuerpo especial: los Einstazgrüppen, especializados en fusilamientos masivos, que se desplazaban de un lugar a otro para su «trabajo», desde los estados bálticos hasta Ucrania aunque más tarde, para evitar los gastos en desplazamientos y en balas, los encargados de la eliminación fueron las cámaras de gas dentro de los campos.
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     Instrucciones para la tropa, para una «correcta» ejecución de los condenados
Comienza la caza del judío
 
Se calcula que en Polonia un 10% de la población era judía. Tan sólo en Varsovia y de una población total de cerca de un millón y medio, unos 450.000 eran judíos, de los que aproximadamente 100.000 murieron en el ghetto, de hambre, de frío y de enfermedades, sobre todo a causa del tifus, transmitido por los piojos y las chinches. A la semana de la invasión, el 9 de Septiembre de 1.939, los nazis declaran una orden general para confinar a los judíos en los ghettos, perfectamente identificables con la estrella de David: una estrella de seis puntas en color azul sobre una banda blanca, cosida en sitio visible sobre sus ropas.
 
En Polonia les pilló de nuevas, tras la invasión alemana del 1 de Septiembre. En Alemania y en Austria (anexionada oficialmente en la Anschluss = «la reunión», el 12 de Marzo de 1.938) tras la subida al poder de Adolf Hitler, el 30 de Enero de 1.933, comenzó una serie de leyes restrictivas contra los judíos. La primera excusa fue el incendio del Reichstag en Berlín la noche del 27 de Febrero de 1.933. Aunque se detuvo allí mismo, se juzgó y se condeno a muerte a un joven albañil desempleado, comunista holandés, Van der Lubbe (lo que les dió la excusa perfecta para detener en toda Alemania a sus viejos enemigos, comunistas y socialistas), el clima tenso y enrarecido favorecía cada vez menos la presencia judía. Es a partir de 1.933 cuando mediante sucesivos decretos se les prohibe trabajar en la administración pública, los matrimonios mixtos e incluso las relaciones sexuales entre judíos y arios, se les priva de la ciudadanía alemana declarándoles apátridas y, por tanto, del derecho a voto, y se les excluye de ciertas profesiones como la medicina o la educación. Los 600.000 judíos de Alemania son señalados como enemigos.
 
El punto álgido llegó con la conocida como la Kristallnacht = la Noche de los Cristales Rotos, del 9 al 10 de Noviembre de 1.938. Como detonante, el asesinato a tiros un día antes del secretario de la embajada alemana en París a manos de un joven judío polaco de 17 años, Herschel Grynszpan. Herschel actuó desesperado ante las noticias que le hicieron llegar sus padres, judíos polacos emigrados a Hannover en 1.911. Por una orden del gobierno nazi cancelaron los permisos de residencia para extranjeros y, entre otros, los judíos polacos fueron obligados a regresar a Polonia, transportados en camiones y trenes, permitiéndoles llevar con ellos tan sólo una maleta. El resto de sus propiedades (casas, muebles, negocios…) fueron requisados por los nazis. 17.000 judíos fueron transportados a la frontera el 27 de Octubre de 1.938, y dejados allí a su suerte, al negarse los polacos a dejarles entrar en su territorio. Durante días o semanas, los judíos permanecieron abandonados en tierra de nadie, sin cobijo ni comida. De los 17.000 sólo 4.000 fueron al final admitidos. El resto (13.000) fueron llevados a campos de concentración.
 
Con la Noche de los Cristales Rotos comenzaron las masacres, como venganza y bajo la excusa del asesinato de von Rath, el secretario de la embajada alemana en París. Organizada por el lugarteniente de Hitler, Joseph Goebbels, fue ejecutada por los SA (Sturmabteilung = sección de asalto, compañía paramilitar), por los SS y por la Juventudes Hitlerianas, apoyadas por la Gestapo (policía secreta del estado). 91 judíos alemanes fueron asesinados y 30.000 detenidos y enviados a campos de concentración en Alemania, como Dachau (inaugurado precisamente para confinarles) y Buchenwald, principalmente. En Alemania fueron quemadas 1.574 sinagogas más las 94 de Viena. Alrededor de 7.000 comercios propiedad de judíos fueron destruidos, la mayoría en Munich y Berlín, pero también en otras ciudades con fuerte presencia judía, como Viena. Recordemos que pocos meses antes Austria ha sido anexionada e incluída en el programa nazi.
 
Es a partir de 1.938 cuando las medidas antijudías se endurecen. Se confiscan sus pasaportes, son obligados a declarar todos sus bienes y queda prohibida toda la prensa judía: diarios, revistas, libros… Antes de ese año los judíos alemanes y austríacos aún tuvieron la oportunidad de salvar sus vidas, saliendo del país. Dos tercios de la población judía de Austria y Alemania consiguieron escapar, marchando a Holanda, Bélgica, Francia o Italia (donde tras la conquista alemana serían capturados) o aún más lejos: América del Norte y del Sur… Entre otros la madre de Bobby, nuestro compañero de viaje, nacida en Viena y que acabó en Córdoba, Argentina. El tercio restante se quedó, bien por falta de medios materiales para pagar su viaje, o con la ilusoria esperanza de que, aún estando mal, las cosas no podían ser peores. El tiempo se encargaría de demostrarles que sí, que siempre las cosas pueden ser mucho peores.
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                         Un miembro de las SS rapando las barbas a los judíos
Aunque los que se fueron a tiempo consiguieron al menos salvar la vida, el sentimiento de desarraigo y de frustración, y el pensar en la suerte de los que allí quedaban, produjeron un gran sentimiento de depresión. Muchos de los supervivientes de los campos manifestaron un complejo de culpa pensando que por qué ellos habían tenido que salvar la vida, frente no ya a los millones que murieron, sino quizá su familia entera, sus amigos…. Un sólo ejemplo muy revelador es el del escritor austríaco de origen judío Stephen Zweig, el escritor más traducido en alemán después de Goethe. De familia acomodada, tuvo ocasión de viajar en su juventud, cultivando la amistad de numerosos intelectuales. Prolífico autor de novelas y biografías y traductor del francés, sus obras fueron prohibidas en Alemania en 1.936. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial consiguió escapar junto a su segunda mujer, iniciando un periplo que le llevó a París y Londres, y más tarde a los Estados Unidos y varios países de Hispanoamérica. Pero el sentimiento, ante un Hitler victorioso en todos los frentes, de que el nazismo acabaría conquistando el mundo, le condujo a suicidarse junto a su mujer en Brasil, el 22 de Febrero de 1.942, antes incluso de que llegase a conocer el desarrollo de la Solución Final.
 
El «negocio» de ilegalizar a los judios le salió redondo al gobierno nazi. Los trabajos que les fueron prohibidos (en la administración, profesorado, medicina y otros) fue cubierto por los no-judíos, reduciendo el número de los parados. Daba igual si no eran tan buenos profesionales: no eran judíos. El expolio de casas proporcionó viviendas a los que no las tenían, o la posibilidad de mejorar la propia… y como los judíos generalmente eran buenos administradores, vivían en buenas casas. El cierre o destrozo de sus comercios tras la Noche de los Cristales Rotos, eliminó competencia para otros comerciantes. El cierre de sus fábricas y empresas, lo mismo. Uno de los beneficiados, por ejemplo, fue Schindler, el de la famosa «lista», del que hablaré más tarde, y que se quedó con la fábrica de esmaltes de Cracovia.  Con mano de obra casi gratis (judíos de los campos) además. Si un obrero alemán (de pura cepa) cobraba 20 marcos, un polaco cobraba 10, mientras que un judío cobraba 5 que, por supuesto, no iba a parar a sus bolsillos, sino que el empresario pagaba directamente al gobierno. Cuando empezaron a ser deportados y muchos de ellos intentaron malvender sus propiedades, los abusos por parte de los compradores fueron infinitos. Muebles y demás bienes semovientes fueron adquiridos directamente por el gobierno nazi. Gracias a este expolio, el P.I.B. de Alemania subió un 7%. Lo que sacaron de los deportados y exterminados en los campos (dientes de oro, joyas, ropa y zapatos usados,  cepillos, objetos personales, el pelo rapado, incluso muletas) merecerá comentario aparte.
 
En su escalada antijudía, el 20 de Enero de 1.942 los jerarcas nazis planifican el exterminio. 1ª fase de la llamada Solución Final. En lo que se conoció como la Operación Reinhart, deciden crear en Polonia lo que fue el primer campo de exterminio: el de Treblinka. Las obras comenzaron en Mayo y finalizaron en Julio. El 22 de Julio de 1.942 comenzó la denominada Gran Acción de Realojamiento, destinada a irse llevando a los judíos del ghetto de Varsovia, quedando temporalmente excluidos aquellos que trabajaban en fábricas y talleres alemanes, o la policía judía que vigilaban dentro del ghetto. Para evitar las lógicas revueltas, nada de decirles que iban a ser exterminados. Se les comunicó que iban a ser deportados al Este, a campos de trabajo agrícolas.
 
El ghetto de Varsovia
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Dos mujeres en el ghetto de Varsovia. Mario nos aclaró: la de la izquierda, raquítica, tenía diez y seis años. La de la derecha parece su abuela, pero era su hermana mayor. Sólo tenía ventidós.
Comenzamos nuestro viaje visitando lo que fue el ghetto de Varsovia. Más tarde iríamos visitando el de Lublin, el de Cracovia y algún otro, aunque el de Varsovia fue el mayor establecido en toda Europa. En Varsovia aún quedan algunos trozos del muro, viviendas en pie, y numerosas placas donde lo detallan, además de la inestimable colección de fotos que Mario nos iba enseñando. Donde ya no hay muro, una traza en el suelo indicándolo. La orden partió el 9 de Septiembre de 1.939, con medidas tales como prohibición de utilizar transporte público, asistencia a parques y restaurantes y la obligación de ir identificados con un brazalete blanco con la estrella de David en azul cosido a sus ropa en lugar visible,  aunque la construcción y cerramiento del ghetto no concluyó hasta Septiembre de 1.940. Del total de habitantes de Varsovia: 1.400.000, 450.000 eran judíos. 
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Fragmento del muro que cercaba el ghetto, visitado por judíos
La orden era abandonar sus casas para vivir en el ghetto, un espacio reducido y delimitado de la ciudad, tan sólo el 2,4% de la superficie total, barrios viejos, cercado por 18 kilómetros de muro de ladrillo de tres metros, con cristales rotos en lo alto y rematado por alambre de espino, con 22 portones. Los no-judíos debieron abandonar sus casas dentro del ghetto pero les ofrecieron las mucho mejores casas de los judíos, sin duda salieron ganando. Nos explicaba Mario lo que constituyeron las cinco plagas de los judíos dentro del ghetto:
 
1/ hacinamiento: casi medio millón en un área, recordemos, equivalente al 2,4% de la ciudad. No solamente judíos de Varsovia, sino también de poblaciones cercanas, llegando a un máximo de 445.000 en Mayo de 1.941. Varias familias enteras se hacinaban en las casas asignadas. El promedio, eran siete personas por habitación. Por lo general no había letrinas en las casas, si acaso una por cada planta (similar a las antiguas corralas madrileñas). Con suerte, un lavabo. Fácil de entender las pésimas condiciones higiénicas.
 
2/ hambre: la ración oficial asignada por los nazis era de 184 calorías por día. Totalmente insuficiente. Para los polacos estaba fijada en 1.800 calorías diarias. Para los alemanes, 2.400. El hambre era una presencia constante y desesperante en sus vidas, como nos cuentan los supervivientes en sus memorias. Ante tan escasa ración, se crearon comedores para, al menos, repartir sopa a los más necesitados que no pudiesen obtener comida extra. Porque ante semejante escasez de comida, pronto se creó un mercado negro dentro del ghetto donde los que pudieron llevarse dinero o joyas lo cambiaban por un simple trozo de pan. Y desde fuera, se estableció un sistema de contrabando de comida en forma de paquetes que eran lanzados de noche por encima del muro, o bien por parte de los niños. Porque los niños fueron los «sustentadores de la familia». Gracias a su pequeño tamaño, se colaban por agujeros del muro o saltaban por encima, consiguiendo la tan necesaria comida que dentro escaseaba. Siempre, por supuesto, jugándose la vida: salir del ghetto sin la debida autorización demostrada con papeles estaba castigado con ejecución inmediata.
 
3/ frío: la temperatura en Varsovia puede bajar hasta 20º bajo cero. Faltos de carbón y de combustible, se quemaba lo que fuera (muebles, tablones, papeles) para intentar calentarse un poco. No hace falta explicar que el frío atroz propició la aparición de enfermedades, a los de por sí depauperados judíos del ghetto.
 
4/ enfermedades: además de pulmonías por el frío y raquitismo por la escasa alimentación, el principal problema fue el tifus. Enfermedad propagada por los piojos y por las chinches, imposibles de erradicar dadas las condiciones de hacinamiento y de insalubridad en el ghetto. La gente moría por las calles, quedando allí tirada, ante la indiferencia y la impotencia de los demás. Se calcula que, en lo que duró el ghetto, casi 100.000 judíos de los 450.000 que allí vivían, fallecieron a causa del hambre y de las enfermedades.
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5/ aislamiento: a nivel moral, el sentirse encerrados, abandonados, sin medios y sin esperanza, con un hambre contínua, propició una profunda depresión que condujo a frecuentes casos de suicidio. Arrancados de sus casas, sin otros trabajos que el que los nazis les obligaban a efectuar en sus fábricas y talleres, el sentimiento de desarraigo debió ser muy difícil de superar.
 
Quedan escasos metros de lo que fue el muro del ghetto, con placas conmemorativas o llenos de ofrendas de flores por los numerosos judíos de todo el mundo que lo visitan y que allí rezan sus kadish, en memoria de los ausentes. Actualmente está prohibido tocar ni un ladrillo, aunque algunos fueron llevados como testimonio a centros judíos en los Estados Unidos o algún museo en Varsovia. Pero en muchas zonas está marcado el contorno en el suelo junto a murales donde maquetas ilustran lo que fueron sus límites.
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Uno de los puntos a los que nos llevó Mario fue al Die Brücke: «el puente». Dentro del recinto cuadrado del ghetto penetraba una lengua de terreno «libre», debidamente vallada por el muro, ya que se levantaba al fondo una iglesia que los nazis respetaron. Incluso un tranvía circulaba hasta la iglesia. Para evitar el largo rodeo por un lado y por otro de la lengua de terreno, los nazis hicieron levantar un puente de madera que, desde  cada lado del muro, cruzaba por encima de la calle y de las vías del tranvía. No recuerdo si en la película El pianista, de Roman Polanski (judío polaco, por cierto) aparecen escenas de los judíos atravesando el puente.
Actualmente dos altos pivotes señalan el emplazamiento de los pilares del puente, mientras que en el suelo unas marcas señalan el trazado del muro. Para ilustrarlo aún mejor, nuestro inefable guía Mario nos mostró unas cuantas fotos, donde con la referencia de un edificio al fondo, todavía conservado, se veía el puente en construcción y luego en plena actividad, lleno de gente cruzando por encima a un lado y otro del terreno «libre», con los tranvías, algún coche y personas circulando por debajo. Mario nos comentaba que si los judíos estaban dentro del ghetto, invisibles para el resto de los varsovianos, en este punto del puente era imposible no verles simplemente desde el tranvía, negar su existencia.
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Un rincón de lo que fue el antiguo ghetto de Varsovia. En este patio se rodó una escena de la película El pianista