Nos vamos. Formando el grupo
Me llama mi viejo amigo Juan Carlos, biólogo, que si me apunto este finde a ver linces en Andujar, en plena Sierra Morena. Y como nunca he visto linces en libertad, como nunca me he pateado Sierra Morena y como además libro este sábado, le digo que sí, que por supuesto. Y lleno de emoción me paso lo que falta de semana esperando la partida. Juan Carlos ha creado un grupo de WhatsApp (guásap, para los amigos) llamado Lince para irnos comunicando entre nosotros, y que se convierte sobre todo en un hervidero de chascarrillos.
Quedamos el viernes, 13 de Enero del 2.017 a las seis frente a su casa en Getafe, para salir juntos en su furgoneta. Desde aquí saldremos cinco: además de Juan Carlos y yo, tres biólogos más. Dos de ellos conocidos de hace tiempo: el Rubio y Carlos, profes en distintos centros. Y Loreto, del Centro Regional del Sureste de Madrid, dedicada a observación y censos. Los cuatro muy viajados por toda la geografía española y expertos en avistar aves y demás fauna.

LOS CINCO DE LA FAMA: EL RUBIO, JUAN CARLOS, CARLITOS, SANTIAGO Y LORETO
En Andujar Juan Carlos, al que bautizaremos como el Amado Lider (al mejor estilo norcoreano) por sus dotes organizativas, ha quedado con más gente, algunos biólogos y otros no, pero todos amantes de la naturaleza y deseosos de ver al gran gato. Juan Carlos creó en 1.995 junto a el Rubio el grupo Mundo Azul, dedicados a organizar salidas con colegios de chavales a los que lleva por toda España visitando lugares de interés, enseñándoles no sólo animales, sino ilustrándoles con sus grandes conocimientos como biólogo. Desde el 95 han trabajado para él como monitores muchos recién licenciados con los que suele mantener contacto, de los que conozco bastantes y a algunos de los cuales nos encontraremos en Andújar, ampliando el grupo de amigos «linceros».
En Andujar, linces y cazadores
Juan Carlos ha reservado alojamiento para nosotros en un sitio que ya conoce, el Complejo Turístico Los Pinos, metido en la sierra, a 20km de Andujar. Un sitio que me sorprende agradablemente por la disposición de las casas, el confort de las habitaciones y por la amabilidad de los que trabajan allí. Con un gran comedor y precios baratos. Aunque llevamos cosas para picar (tortillas, quesos, empanadas, embutido, fruta, vino) que irán cayendo, cenaremos todos juntos las dos noches que vamos a estar allí alojados. Platos abundantes y sabrosos con productos de la sierra: conejo, carne de venado, perdiz…
Porque aunque la «estrella» de la zona es el lince, a cuyo alrededor se ha montado una próspera industria de visitantes, de empresas de excursiones o de visitas guiadas a fincas privadas, el segundo negocio de toda la región es el de la caza mayor. Numerosos cotos ofrecen monterías de venado y de jabalí principalmente, y por la mañana y por la tarde se concentran en el Complejo Los Pinos grupos de cazadores.

LOS CINCO DE NUEVO, ANTE CARTELES QUE OFRECEN VISITAS GUIADAS A FINCAS
El tema de la caza genera siempre debates. Muchos de los biólogos son anti-caza, aunque acaban reconociéndome a mi, que no he pegado un tiro en mi vida, que los mejores espacios donde se ha preservado la fauna, tales como Doñana, Cabañeros, Cazorla, el Monte del Pardo o Gredos se han mantenido y han llegado hasta nosotros casi intactos gracias a su dedicación a la caza mayor. Fuera de esos reductos hoy día protegidos, la caza genera beneficios a la gente de la zona y, bien regulada, no debe producir perjuicios al resto de la fauna. Los cazadores que yo conozco de hecho son los primeros interesados en la conservación de esos espacios. Lejos van quedando los tiempos, afortunadamente, en que se eliminaba a todos los demás animales bajo el calificativo de «alimañas». Una prueba es la conservación del lince en Andujar, al que todos o casi todos los habitantes de la zona consideran no sólo como una «joya biológica», sino al que reconocen su capacidad como potencial de atraer visitantes y generar riqueza.


LA OTRA RIQUEZA: MACHOS DE GAMO Y VENADO
El primer madrugón
Nuestro Amado Líder nos ha convocado a desayunar a las siete de la mañana, todavía noche cerrada, con la intención de llegar a los observatorios aún de madrugada, dado que al parecer la mejor hora para ver linces es al amanecer y al atardecer. Aunque creo que éso a los linces no se lo ha dicho nadie y, como nos demostrarán, campean cuando les sale de los bigotes. La cafetería está llena de cazadores mientras los perros de las rehalas ladran nerviosos en las camionetas aparcadas a la entrada, ansiosos porque saben que salen al campo. Estamos en Enero y en plena sierra así que sólo añadir que si anoche hacía mucho frío, a estas horas de la madrugada hace un frío de narices: estamos a 2ºC.
Nosotros estamos igual de ansiosos que los perros y además, bien abrigados, como se puede ver en las fotos. Incluso según avance la mañana y el sol nos bendiga con sus rayos, la ropa no sobra. Dudé si llevarme una gorrita con visera y al final decidí, sabiamente, llevar mi gorra de tanquista ruso de imitación (comprada en Estambul) con forro interior de cordero y orejeras, que no me quitaré casi ni para dormir. Y como no tengo guantes finos descarté al final llevarme unos gruesos y largos de motorista que entorpece para regular los prismáticos, y bien que me arrepentí, porque los dedos se quedaban tiesos. Para otra vez, Santiago, a ver si aprendemos. No te arrepentirás de lo que hiciste sino de lo que NO te atreviste a hacer.

EL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LA CABEZA (CON TELEOBJETIVO)
Salimos a las siete y media. Son unos veinte kilómetros de pista por el monte, llena de baches, curvas y todavía sin luz. La carretera donde se ubica Los Pinos es la que conduce desde Andujar hasta el Santuario Virgen de La Cabeza. Cogemos una desviación que está casi al lado de donde hemos dormido (¡sabio Gran Lider!), donde un cartel señala el camino hacia el Mirador del Pantano del Jándula. Tras media hora larga de traqueteos, por fin llegamos. El observatorio ideal y más utilizado es un tramo en ligero descenso de un par de kilómetros, que faldea por la ladera del monte y que contornea una amplia hondonada, llena de cerros, grandes rocas, bosquetes de encina, alcornoque y quejigos, y salpicada de lentiscos y acebuches. El paisaje no puede ser más hermoso, naturaleza pura. A lo lejos y en lo alto de la montaña más alta el sol empieza a iluminar el Santuario de la Virgen de La Cabeza. Afortunadamente hace un día ideal: un cielo totalmente despejado, no hay viento (lo que se agradece) ni niebla (buena visión). Aquí todavía estaremos a la sombra durante hora y pico, pelándonos de frío, pero para cuando llegamos ya hay pequeños grupos de observadores, todos apuntando sus prismáticos con atención, vigilando cada praderita y cada cerro, esperando con la inconmovible y proverbial fe del carbonero la milagrosa y ansiada aparición del lince.
Nuestro Amado Líder aparca la furgoneta al lado y mis compis, bien preparados por su condición de observadores curtidos, empiezan a sacar cantidad de aparatos que me fascinan: cámaras con teleobjetivos larguísimos, catalejos con sus trípodes (Swarosky, Nikon…) y prismáticos «de los de verdad», no como el mío, del que no recuerdo ni la marca, pero que me permitirá por lo menos ver el monte mientras me congelo los dedos. La mejor equipada, Loreto. Sus prismáticos marca Swarosky, me cuentan, valen unos dos mil euros. Pero Loreto me aclara que son ideales para la observación que ella necesita hacer a menudo en condiciones de poca luz, tales como el amanecer y el atardecer. Juan Carlos me informa que los catalejos más sencillos pueden costar unos mil, pero que los hay de dos y tres mil euros… Y en cuanto a las cámaras una «sencillita» puede costar entre 500 y 800 euros, a la que habrá que sumar 1.000 o 1.500 del teleobjetivo. Veremos una al día siguiente en una zona de nutrias que llevaba un tipo y al que le había costado el conjunto 12.500 euros…Yo, por mi parte, llevo una pequeña cámara Canon con un objetivo básico y un zoom muy mediano. Para mis viajes por África o por Asia me ha venido muy bien, a la hora de hacer fotos a la gente o al paisaje, pero desde luego no es la más indicada para «cazar» animales, aunque alguna haré. No importa: sé que los demás ya me pasarán las estupendas fotos de sus estupendas cámaras.
Poco a poco va llegando más gente… algunos jóvenes, otros de mediana edad pero también veo gente mayor (o por lo menos con el pelo blanco). Algunos son extranjeros: ingleses, franceses, veo un coche con matrícula de Bélgica… Si para nosotros el conseguir ver un lince sería apasionante, para estos «guiris» será toda una experiencia única, vienen de lejos para observar especies que en su tierra no hay: además del lince, águila real e imperial, buitre negro y leonado, azores, águila calzada….fauna presente aquí, una verdadera riqueza biológica. Todo el mundo muy preparado con su aparataje, sólo falta que el lince nos regale su presencia.
Se supone que estamos en una zona donde los hay…otra cosa es que se les vea. El año pasado y en esta misma zona mis amigos estuvieron dos días y no consiguieron ver ni uno solo. Unos colegas que vienen de Huelva nos cuentan que, tras vivir varios años en el entorno de Doñana, jamás vieron ninguno. El lince poco a poco y gracias a su protección se va expandiendo.
Según los estudios llevados a cabo por los expertos del Programa de Conservación Ex-situ del Lince Ibérico, el el año 2.002 el censo de linces en la península arrojaba la cifra de tan sólo 95 ejemplares repartidos en dos poblaciones aisladas: 54 ejemplares en Andujar-Cardeña y 41 en Doñana-Aljarafe. A partir del año 2.003 se consiguió que comenzara a funcionar el programa de cría del lince ibérico en el centro de El Acebuche, en el Parque nacional de Doñana.

Gracias a esos esfuerzos, hoy día se calculan en más de trescientos. Unos cien viven en la zona de Doñana pero la mayor población se encuentra aquí, en Sierra Morena, y sobre todo en la zona de Andujar. Pequeños núcleos en los Montes de Toledo, en Cabañeros, incluso en el Monte de El Pardo de Madrid, yo mismo vi huellas clarísimas de lince en el barro hace varios años… Se está reintroduciendo en Portugal. Pero el núcleo «gordo» está aquí en Andujar, donde está la mayor población reproductora de España y, por tanto, del mundo. La gran ventaja para ellos frente a los cazadores es que los linces no molestan a la caza mayor, se dedican a su presa favorita: el conejo, aunque no desdeñan las perdices y otras pequeñas presas. El lobo (del que hay una pequeña población en regresión en Sierra Morena) sí «estorba», porque donde hay lobos los ciervos se marchan de los cotos, y éso no les interesa. Pero, afortunadamente para él, el lince no compite.
¡¡¡El lince!!!

LA PRIMERA APARICIÓN. ESTABA EN LA CURVA DEL CAMINO PERO NI SE APRECIA
Y en ésto, llevaríamos allí algo menos de una horita, que un grupo de observadores cerca de nosotros se agitan, con esa excitación atávica del cazador ante su presa…¿estáis viendo algo?, preguntamos…¡sí, allí, en aquella ladera, donde la pista hace la curva!…y en efecto, en una ladera a unos trescientos metros, ya sin darnos cuenta del mordisco del frío en los dedos, pudimos enfocar con los prismáticos la figura de lo que parecía una hembra, caminar con parsimonia durante unos cien o doscientos metros hasta que quedó oculta en una vaguada… La sensación para todos era de euforia, dándonos abrazos, felices como perdices, ¿la viste, la viste?…¡sí, la ví, ya lo creo que la ví!…
Durante un buen rato todos escudriñamos la ladera arriba o abajo, vigilando la vaguada con atención, barriendo los alrededores, aunque la presunta lincesa se había esfumado…¡pero la habíamos visto, y éso ya era para colgarse una medalla!. Ya más serenos y al cabo de un rato empezamos a relajarnos. El sol, como para celebrarlo, se había levantado y empezaba a calentarnos la cara aunque seguíamos bajo nuestros forros polares, los gorros de lana o la gorra de imitación de tanquista ruso. Estábamos muy contentos, con la sonrisa boba. Recorríamos el camino arriba y abajo y la pregunta o el saludo siempre era, ¿qué tal, véis algo?, y la respuesta era ¡nada, de momento! o comentábamos con los que habían visto a la lincesa la jugada.

SENTADOS, COMO JUBILADOS EN TORREMOLINOS, Y BIEN ABRIGADITOS
Tras la emoción, se imponía reponer fuerzas. Mis amigos sacaron de la furgo unas sillitas de lona plegables, pensadas para sentar los reales en las largas esperas que el oficio de lincero o pajarero exige. Y con las sillitas, sacamos parte de lo que habíamos traído: tortillas, empanada… Aporté una botella de vino tras la que cayó otra más y con la alegría del deber cumplido comimos y bebimos cual corresponde. Estábamos contentos, como decíamos había sido llegar y besar al santo, aunque no dejábamos de otear a menudo en lontananza.
En la amplia hondonada Carlos había visto un lince de lejos durante unos segundos coronando una cresta pero sólo él pudo verlo, por más que todos dirigimos los prismáticos hacia allá. Pero sí vimos águilas imperiales posadas sobre una gran roca, inconfundibles con sus hombros blancos, sin duda esperando que el sol calentase un poco más para aprovechar las corrientes térmicas. Otra imperial, poco más tarde, voló por encima de nosotros. Más alto pudimos ver planear la gran silueta de los buitres leonados. Hubo su discusión si podían ser buitres negros pero en éstos las alas son más rectas, mientras que el leonado presenta una pequeña curva hacia atrás, eran leonados sin duda. Vimos un azor joven, dijeron los expertos pajareros y allá abajo en los prados que salpicaban las encinas, numerosos venados, gamos y conejos. Se oían por todos lados el canto de la perdiz, la berrea de los ciervos y el taca-taca-tacatá de los pitos reales martilleando sobre los pinos. Alrededor de las encinas grupos de rabilargos a los que estábamos atentos porque se sabe que cuando vislumbran un lince montan follón, igual que las urracas. El lugar bullía de vida. De los linces, de momento, ni señal.

EL EMBALSE DEL JÁNDULA
Juan Carlos y yo nos fuimos paseando un kilómetro camino abajo hacia el mirador sobre el embalse del Jándula. El entorno seguía siendo magnífico. El embalse serpenteaba entre altos montes cuajados de vegetación. Al lado del muro de la presa quedaban los restos de un poblado. Me explicó Juan Carlos que eran las construcciones destinadas a alojar a los cientos de trabajadores empleados en la obra del embalse. Se ocupaban por las familias los pocos años que duraban las obras hasta que, una vez acabadas y visto que ya no había trabajo, terminaban marchándose. Sólo una persona rondaba por allí, pensamos que podía ser el guarda, mientras que lo que fue iglesia del poblado estaba muy bien conservada. Nos volvimos andando otra vez. Juan Carlos no paraba de saludar a compañeros de su facultad que se iba encontrando, o antiguos monitores que le habían ayudado en sus excursiones.
Los de nuestro grupo no habían vuelto a ver linces, pero allí la cuestión por lo visto era tener paciencia. La gente iba pasando información, éramos todos como una gran familia. Unos observadores nos contaron que la tarde anterior, a éso de las seis de la tarde, vieron una cópula de linces al lado del camino, a unos escasos veinte metros. Y que otro lince joven que acudió al olor de la hembra y ahuyentado por el macho dominante, se había apartado a sentarse sobre unas rocas a escasos diez metros. ¡Pues habrá que esperar a la hora de la cópula!, nos decíamos, sin perder la sonrisa ni la esperanza. Los de mi grupo decidieron bajarse con la furgoneta para no tener que volverse andando hasta el muro de la presa. Yo me quedé allí sentado, vigilando los catalejos y el resto de las sillas. Se estaba ya a gusto bajo el solecito y con la tripa llena tras el piscolabis, aunque seguía haciendo fresco, e incluso estuve a punto de dar alguna leve cabezada. Pero no dejaba de vigilar, casi todo el tiempo con los prismáticos. Oteaba los cerros más lejanos, las vaguadas más próximas, las praderas y los grupos de encinas. Veía los grupos de ciervos pastar. Una hembra reposaba con su cría, todavía con sus manchas. Las bandadas de rabilargos. Alguna rapaz lejana que me sentía incapaz de clasificar. Pero se estaba muy bien allí, viendo aquel desfile de vida en plena naturaleza.

EL SUFRIDO CONEJO, LA PRESA «TIPO» DEL LINCE
Mis amigos volvieron al poco rato. Quiso la casualidad que a unos diez metros de nosotros se habían instalado un padre con su hijo y un amigo del padre, y andaban allí con sus aparatos oteando el monte y comentando las cosas que el chaval, Miguel era su nombre, iba descubriendo, se le veía muy espabilado. Para cuando llegó el Rubio el chaval le miró:… ¡Juan Carlos! …(se llama igual que el Amado Líder)…resultó que era alumno suyo, las cosas de la vida… Charlaron un rato y así quedó la cosa. Pero el contacto nos iba a resultar muy provechoso.
¡¡Más linces!!

LINCEROS EN PLENA FAENA
Estábamos en nuestro sitio, tan relajados, sentados en las sillas cual jubilados en Torremolinos, mirando de vez en cuando el monte cuando en ésto apareció corriendo Miguel, el alumno del Rubio avisándonos: ¡un lince, hay un lince allá arriba! (bendito chaval, le dije al Rubio, a éste tienes que darle matrícula)… Cogimos los pertrechos dejando allí las sillas y corrimos por la pista. En una curva y fuera del alcance de nuestra vista se habían arremolinado los observadores, todos dirigiendo sus prismáticos, cámaras y catalejos hacia unas rocas. ¿Dónde está, dónde?…y señalándole le vimos: entre unas grandes rocas y a unos cien metros escasos, un hermoso ejemplar asomaba la cabeza. Todos intentábamos coger un buen sitio para verle bien, pegados a la valla cinegética, arrimados a una encina, o sobre un repecho…sonaban los clic-clic-clic de las cámaras disparando a tope. Hasta con mis prismáticos del todo a cien le observaba a placer.


SECUENCIA DE GALO: ASOMANDO LA CABEZA Y SOBRE LA ROCA, ACECHANDO
Fue saliendo de su escondrijo, con tranquilidad, hasta situarse sobre una roca. Casi se camuflaba. Al parecer y según los habituales linceros, se trataba de Galo, un macho de unos siete años. Como los linces son territoriales y aunque se mueven mucho, éste era un viejo conocido en la zona, reconocible por sus manchas, diferentes para cada animal. En ésto Galo comenzó a tensarse con la cabeza atenta hacia adelante. ¡Está acechando, va a saltar!…y, efectivamente: pegó un salto y fuera de mi radio de visión, entre unas jaras, cogió un conejo, comiéndoselo allí mismo. El entusiasmo de los allí presentes iba in crescendo. No debió comérselo todo porque, en menos de un minuto, Galo comenzó a caminar ladera arriba, hacia nuestra izquierda. El camino hacía un gran arco, y para allá que fuimos todos, para observarle a placer. Continuó caminando durante unos minutos hasta que se perdió tras una pequeña loma.
…Y DESPUÉS DE COMER, CAMINITO ARRIBA
Un pequeño grupo de observadores se quedó al extremo del camino por aquello de si reaparecía, pero casi todos nos volvimos hacia nuestras posiciones. Estábamos eufóricos, abrazándonos, chocando las manos, con la gran sonrisa boba en la cara: ¡otro lince, tío, otro lince, y éste posando para nosotros!… Los linceros se enseñaban unos a otros las fotos que habían hecho. Lo cierto es que había sido casi una sesión de estudio. Bromeábamos: ¡sólo nos falta ya ver la cópula de ayer aquí mismo!…y como faltaban poco más de dos horas para las seis (la hora oficial de la cópula, decíamos), pues allí seguíamos dispuestos a apurar la tarde con la guinda del pastel, aunque sabíamos que con lo que habíamos visto ya, nuestras expectativas estaban de sobra compensadas. No lo podíamos saber, pero aún nos quedaba otra sesión lincera gloriosa.
Galo repite
Había pasado poco más de media hora cuando me subí a una pequeña atalaya para otear y vi en el sitio anterior otra vez al grupo de entusiastas. Con ésto del lince y por lo que vi tampoco hace falta estar demasiado pendiente. Es como lo de las bandadas de rabilargos o de urracas: ves follón y supones que allí hay algo. Ves que los linceros están todos tensos enfocando sus cámaras y, no falla: hay lince. Volvimos a subir. Efectivamente, Galo había vuelto al mismo sitio de antes. Los prismáticos, los catalejos y las cámaras estaban que echaban humo.
GALO POSANDO COMO LO QUE ES: COMO UNA ESTRELLA
Pero como de todo tiene que haber en la viña del señor una chica empezó a pegar voces. Primero entendimos como que la dejáramos sitio. Nos miramos sonriendo: el sitio te lo buscas tú entre la multitud, aunque sea a codazos. Pero realmente lo que decía la loca, o la pirada, o como queráis llamarla, era que dejásemos sitio al lince. Que según ella Galo quería cruzar el camino para marcharse y le estorbábamos. Por un momento me lo creí aunque Juan Carlos nos contó por el walki que de asustado nada, que de hecho había vuelto a cazar y se estaba comiendo el segundo conejo a unos diez metros del camino. Desde luego la impresión que nos daba es que estos linces estaban más que hechos a la presencia humana y que pasaban totalmente de nosotros. Me dirigí más arriba y allí pudimos ver que, efectivamente, Galo se estaba acabando el conejo y con tranquilidad comenzó a subir la cuesta, hacia el caminito. Nos abrimos a un lado y otro y por un espacio de unos diez metros Galo cruzó la pista y con calma, saltó a la ladera y se perdió monte arriba. Por mi trabajo estoy más que habituado a ver animales asustados y os puedo asegurar que aquel animal ni reculaba ni demostraba nerviosismo y ni tan siquiera miró a los lados: ese era su territorio y como un príncipe atravesó la pista y se marchó, indiferente a nuestra presencia y a los clic-clic-clic de las cámaras. Debo añadir que la única foto en la que mi cámara sacó a Galo se le ve ya de culo internándose en la maleza. Excepto alguna de paisajes o de grupos, las demás del lince y otros animales y como indicaré honestamente son del Amado Lider, de Nacho «el Guapo» y de Javi, que amablemente me han permitido utilizarlas para mostrároslas.
SECUENCIA DE GALO COMIÉNDOSE SU SEGUNDO CONEJO Y YA RETIRÁNDOSE, EN PAZ

Creo que no hace falta señalar que TODOS los linceros allí presentes éramos gente educada, amantes de la naturaleza y para nada bullangueros. Nada de tirarle piedras al lince para que se mueva, dar gritos ni saltitos ni cosas similares…excepto, precisamente, la loca «proteccionista» de turno, que gritaba cosas como incluso que el acceso al sitio debía estar prohibido (¿para todos excepto para ella, nos preguntábamos?). Al parecer y según me contaron era una habitual de la zona, e incluso me adornaron con anécdotas a cual más pintoresca de la tipa. Pero por desgracia incluso entre tanta gente maja siempre tiene que haber algún exaltado, algún integrista, algún inquisidor dispuesto a prohibir…
Eran ya las cinco y media. No sabíamos si los de la «hora oficial de la cópula» aparecerían o no pero nuestras esperanzas habían quedado totalmente colmadas así que, y con la felicidad en el cuerpo, decidimos retirarnos a tomar unas merecidísimas cervezas en honor de Galo a Los Pinos. El Amado Líder propuso al grupo (y como siempre, indiscutido, por total aclamación) que habíamos superado con creces las expectativas de ver linces así que volver otra vez mañana no era ya tan necesario, de forma que podíamos ir a un sitio donde se ven nutrias. Y así quedamos.
Segunda noche en Los Pinos

PAISAJE DE LA DEHESA CON HERMOSOS ASTADOS
La vuelta fue atardeciendo pero aún había bastante luz y no como esta mañana, así que según íbamos cruzando cotos veíamos numerosos ejemplares de ciervos a los lados del camino. Aún hicimos una paradita técnica al lado de una finca donde pastaban soberbios ejemplares de toros bravos, de hermosa estampa y no menos hermosas astas, que también merecieron ser objeto de fotos. Una vez en Los Pinos nos fuimos reuniendo en el bar, antes de la cena. Aunque el restaurante es muy grande y había mucha gente, Juan Carlos tuvo la prudencia de reservar mesa, éramos ya un total de diez y ocho linceros para cenar. En cuanto a alojamiento, este fin de semana el hotel se había llenado…calculamos que tendría un total de noventa camas, y estaban todas reservadas, las indiscutibles ventajas económicas del turismo ecológico. El turismo cinegético también se notaba: los cazadores habían regresado y entre cerveza y cerveza comentaban sus lances, al tiempo que nosotros comentábamos los nuestros. En el bar y aunque no se quedaron a cenar (habían venido esta mañana de Madrid y se volvían esta noche) coincidimos con Miguel: el alumno del Rubio que nos avisó de la presencia de Galo, junto a su padre y el amigo. Cada cual a su manera, todos contentos. Como teníamos tiempo hasta la cena, los onubenses Antonio y Javi se acercaron a Andujar para tomarse algo y palpar el ambiente nocturno… volvieron al poco rato alucinados. Nos contaron que no había nadie (¡pero nadie, nadie!), nos dijeron, por la calle. Un sábado por la noche, cosa extraña. Desde luego el ambiente debía estar en Los Pinos: entre linceros, cazadores y familias que venían bien vestidos a cenar, tanto el bar como el restaurante estaban hasta arriba. ¡Cosas de Jaén!.

Mañana no había que madrugar tanto, nuestro Amado Líder nos convocó a desayunar a las nueve, así que tras la cena aún tuvimos tiempo de tomarnos alguna copita. Lo cierto es que tras el madrugón, la emoción y las caminatas, estábamos casi todos bastante cansados y nos retiraríamos pronto. Sobra decir que el ambiente entre nosotros era supercordial. A los que ya conocía me alegraba de volver a verles de nuevo. A los que conocí en este fin de semana y que quizá no volvería a ver, los sentía ya como viejos amigos: Antonio y Javi, que venían desde Huelva. Javi y Arancha, amigos de ellos. Nacho «el Guapo» (así se quedó), antiguo monitor en Mundo Azul con Juan Carlos, con su no menos guapa novia Alice, italiana de Turín. Y a otros más cuyo nombre lamento no recordar, pero igualmente supermajos. No todos los linceros que vimos a lo largo del camino eran biólogos. De algunos supimos que eran abogados, jubilados o maestros. En nuestro pequeño grupo había administrativos, ingenieros agrónomos o veterinarios, como yo. Pero en todos, insisto, amor y respeto a la naturaleza.
Y ahora, a por las nutrias

Al día siguiente y tras desayunar nos dirigimos a una zona cercana conocida como El Encinarejo, en el cauce del Jándula pero más abajo del pantano que vimos ayer. Al pie de una pequeña presa el río se ensanchaba formando amplios remansos. Uno de los «enterados» linceros que conocimos durante los avistamientos nos aseguró que allí había nutrias y que a las once se veían sin dificultad. Así que aparcamos la furgoneta y con la parafernalia habitual de cámaras, catalejos y prismáticos nos fuimos recorriendo las orillas, hasta llegar a un puente donde había una buena panorámica. Como siempre ya había allí madrugadores que nos contaron que a las ocho de la mañana un lince había atravesado el río, saltando de piedra en piedra, junto al mismo puente. Seguramente no se quiso mojar las patas. Seguía haciendo mucho frío y los charcos entre las piedras estaban helados.

Desde lo alto del puente se veían multitud de aves. Aparte de una lejana águila imperial sobre los cerros, junto a la orilla del río yo pude ver lavanderas, cormoranes, rabilargos y alguno más desconocidos para mí, aunque los curtidos pajareros señalaron mosquiteros y otros. Se estaba bien allí, al sol, pero las nutrias no aparecían. Diez y media…once menos cuarto…once menos cinco…parecíamos los de la Puerta del Sol en Nochevieja esperando a que dieran los cuartos para después tomarnos las uvas. ¡Seguro que están bajo el agua mirando el reloj para aparecer a las once en punto!…bromeábamos. Pero, como en la canción de Sabina, nos dieron las once, y las once y media, y las doce, y las nutrias decidieron que ya habíamos tenido bastante con los linces. ¡Será que es domingo y hoy no trabajan!, dijo otro, y allí nos dejaron con las ganas. Yo pude verlas de lejos hace años en el río Estena, en la ampliación de Cabañeros. Y Juan Carlos las vio a placer en el Salto del Gitano, en Monfragüe. Pero, por ejemplo, Loreto, que se trabaja a tope los ríos, nunca las había conseguido ver.

LOS PACIENTES NUTRIEROS APOSTADOS SOBRE EL PUENTE
Como queríamos hacer aún una parada intermedia en Despeñaperros para ver una bonita cascada que nadie conocía, decidimos al final irnos de El Encinarejo, dejando a los cormoranes secándose en las ramas, con las alas abiertas. Como suele suceder, al día siguiente una conocida mandó una foto al grupo con la imagen de una hermosa nutria en la orilla que apareció al poco rato de irnos. Cosas que pasan, ni la biología ni las nutrias son una ciencia exacta. Nos tuvimos que conformar con sacar unas fotos a unas heces secas sobre una piedra, como acostumbran para marcar su territorio.

LA ÚNICA PRUEBA DE LAS ESQUIVAS NUTRIAS: HECES SOBRE UNA PIEDRA

CORMORANES SECÁNDOSE AL SOL TRAS SUS ZAMBULLIDAS
De todas formas tuve ocasión de aclarar mis confusas ideas sobre las nutrias con Loreto que, como ya avancé, trabaja como bióloga haciendo seguimiento y censos de fauna en el Parque Regional del Sureste de Madrid, lo que incluye los humedales y las lagunas de Rivas-Vaciamadrid y cauces de ríos como el Tajuña, el Manzanares o el Jarama, además de controlar otras zonas. En mi ingenuidad yo creía que las nutrias sólo se dan en parajes virginales, de ríos de aguas puras y alejados de poblaciones humanas, pero no. En la ribera del Ebro que discurre junto a Zaragoza las hay, y muchas. Y en la Comunidad de Madrid, además de humedales como los de Rivas, suben por el río Manzanares hasta prácticamente las primeras casas y, salvando la zona urbana, del Puente de los Franceses (donde al parecer hay una nutria muy simpática que se deja ver) hasta arriba, por El Pardo y el Parque Regional del Alto Manzanares.
El factor limitante en todo caso es la comida, y éso lo controlan bien los biólogos analizando las heces que depositan como marcaje sobre las piedras de la orilla. Me contó Loreto que en el norte de la península prefieren las anguilas por su mayor contenido en grasa aunque, cuando no hay anguilas, no le hacen ascos a las truchas, a las carpas o a los barbos. Los siluros por lo visto no les gustan por sus espinas. Y en cuanto al cangrejo de río, casi extinguida la especie autóctona (Austropotamobius pallipes) relegada a terrenos calcáreos del norte de Castilla/León, Navarra y Pais Vasco, y desplazado por el cangrejo americano (Procambarus clarkii) que le contagió la afanomicosis, la nutria ha salido ganando, porque el americano soporta niveles altos de contaminación con lo cual es abundante en muchos ríos y proporciona el alimento que necesita a la sufrida nutria.
Hacia las cascadas de Aldeaquemada
Cruzamos Andujar, la-sin-marcha-nocturna, y tiramos hacia Despeñaperros, ya cerquita. En la carretera señales de «Precaución linces»… En su expansión no son raros los atropellos, hacía muy pocos días habían matado uno en esta misma carretera, en la A-4, en el término municipal del Viso del Marqués. Ya en Despeñaperros nos desviamos siguiendo la indicación de Aldeaquemada. La carretera comenzó a subir…y a subir…y a subir. La vista era magnífica: desde arriba se veía la autopista como a vista de pájaro con el nuevo paso elevado, allá abajo. Comenzamos un largo trecho de curvas y más curvas entre robles, madroños y pinos, aquello no se acababa nunca, más de 20km que se nos hicieron pesadísimos pero, por fin, llegamos a Aldeaquemada, ya en el llano. El pueblo no era antiguo sino de nueva creación, con las calles trazadas a escuadra y en ángulos rectos, y fue uno de los fundados por Carlos III para repoblar la antaño salvaje comarca de Despeñaperros, con colonos europeos. Pero nuestro objetivo eran las cascadas y en concreto la Cimbarra (nombre local de las cascadas). Estaba perfectamente indicada, de hecho no creo que haya otra atracción turística digna de ese nombre.
Tiramos por una carreterita y a escasos dos kilómetros, y en una especie de parking dejamos la furgo, el camino continuaba a pie. Decidimos llevar con nosotros pan y vituallas, ya era la hora de comer. Había carteles explicativos de la geología de la zona y del recorrido a seguir: unos veinte minutos de ida hasta la Cimbarra y otros tantos de vuelta. El paisaje desde el pueblo había cambiado y era muy bonito: crestas de caliza se levantaban desde el cauce del río y, según avanzábamos, se iban haciendo más y más abruptas. Ya desde el camino se oía el estruendo del agua al caer. En un punto el camino se dividía. De frente continuaba por una cresta hacia arriba, hasta un mirador que se veía a lo lejos. A nuestra derecha comenzaba a bajar en un paisaje de cortados y aunque aún no veíamos la cascada se la oía ya perfectamente. Comenzamos a bajar por una senda escarpada rodeados de vegetación, no sin cierta dificultad, pero el esfuerzo mereció la pena: desde lo alto de una garganta caía el salto de agua, de unos 40 metros de alto, hasta una laguna de aguas oscuras, rodeada por las rocas. Hacia el lado derecho de la cascada se había formado una cueva donde el agua se metía, sugerente.

LA CIMBARRA DE ALDEAQUEMADA
Coincidimos allí con un matrimonio y su hija que estaban haciendo fotos y disfrutando del lugar, y que antes de marcharse nos hicieron amablemente unas fotitos. Estuvimos los cinco de acuerdo en que el paraje era excepcionalmente hermoso y, posiblemente, uno de los rincones más bonitos que habíamos tenido la oportunidad de conocer en España: los cortados, la cascada, la laguna, la cueva… Sacamos las vituallas y dimos buena cuenta, allí sentados, casi sin hablar, disfrutando de la espectacularidad del salto de agua y de la tranquilidad de semejante rincón. Pero tocaba irse y al cabo de un rato nos levantamos y remontamos la subida. Con la tripa llena nos costó un poquito más…

LOS CINCO DE LA FAMA DE NUEVO, POSANDO CON LA CIMBARRA
Aún nos asomamos al mirador, al extremo del otro camino. Desde lo alto la vista también era muy bonita pero estuvimos de acuerdo que el punto era allí abajo, al pié de la cascada. Una vez en la furgoneta tomamos el camino de regreso. Juan Carlos había preguntado en un bar si no existiría otra alternativa para evitarnos los veinte kilómetros de curvas y sí, por supuesto que la había: dirección Castelar de Santiago hasta Valdepeñas y allí coger la autovía. Nada que ver con el tramo anterior: rectas carreteras por un paisaje ya más domesticado donde empezaron a abundar las viñas, aunque aún vimos carteles de «precaución, zona de linces». De Valdepeñas poco tráfico hasta Madrid. Ya en Getafe nos despedimos esperando repetir en breve un fin de semana tan estupendo y completo como ha sido éste.

Y como postre, un murciélago: el Miniopterus schreibersii (me lo dijeron)