Balleneros vascos en la Antigüedad. Ballenas, bacalao y piratería

Balleneros chalupa 2
Traduciendo el texto: «Vizcaína, pequeña chalupa que va a la pesca de la ballena»
1.-La matanza de los balleneros vascos en Islandia. Glosario vasco-islandés
2.-Balleneros vascos en el Golfo de Vizcaya
3.- Un poco más lejos. La caza de la ballena en el Atlántico Norte
4.-Las ballenas, los cachalotes, Moby Dick y el Leviatán
5.-El bacalao: un pez que estuvo a punto de extinguirse. El skrei noruego
6.-Se acabaron las ballenas. Comienza el pirateo
7.-El Paso del Noroeste. Juan de Fuca: el timo del siglo
8.-Epílogo. Los últimos balleneros españoles en el siglo XX: Ceuta, Algeciras y Galicia…y dos arponeros vascos.
1.-La matanza de los balleneros vascos en Islandia. Glosario vasco-islandés
El 22 de Abril del 2015 se derogó -oficialmente- en Islandia la ley que permitía matar vascos: la Baskavigin, Spanverjavigin. A tal fin se hizo una celebración en la isla a la que acudieron miembros del gobierno vasco y autoridades islandesas, supongo que amenizado en amor y compañía con un banquete a base de salmón y cordero islandés (nada que ver con las paletillas castellanas), y regado con Brennivin, un aguardiente local elaborado con patata fermentada, también conocido como la «muerte negra».
En un viaje que hice hace pocos años a Islandia y entre otras muchas cosas preguntamos al guía local (hablaba un correcto castellano, aprendido en sus años de estudiante en Barcelona) que si en aquellos paisajes solitarios se producían crímenes a lo que, compungido, nos respondió que…bueno, un asesinato al año…o dos… De haber sabido que el Spanverjavigin aún seguía vigente quizá me hubiese planteado aquel viaje aunque, obviamente, hacía siglos que nadie la aplicaba. Pero, ¿de dónde salió semejante ley homicida?…
Ballenas mapa Islandia
Mapa de Islandia de la publicación Theatrum Orbis Terrarum, grabado por Abraham Ortellius en 1.585, dedicado por Andreas Velleius (Andreas Sorensen Vedel) a Federico II de Dinamarca. Es una colección de 70 mapas de todo el mundo, con un autor para cada país. El autor no es Andreas Velleius sino seguramente el islandés Gudbrandur Thorláksson, obispo de Hólar, por el gran detalle geográfico reflejado. En el centro se ve el volcán Hekla en erupción. A la derecha y sobre témpanos de hielo, osos polares. En el mar y según la tradición del momento se ven -con imaginación- varios monstruos marinos asimilables a ballenas, con sus chorros de vapor. Según el texto de su parte posterior en que se describe el mapa, el monstruo que se ve en la parte central del margen izquierdo, sería un cachalote. Los fiordos escenarios de la matanza son los del sector noroeste, correspondientes a los de la parte superior izquierda en el mapa.
A comienzos de los años 1.600 la presencia de los balleneros vascos era frecuente en Islandia. La primera mención registrada de acuerdos locales data de 1.610, entre los balleneros y los islandeses, que duraban lo que duraba la temporada de caza, con una estación ballenera en los remotos fiordos del noroeste y de los que ambos sacaban provecho. De hecho los islandeses se consideraban -y se consideran- granjeros, viviendo sobre todo de sus ovejas. El verano de 1615 fue especialmente frío y, para cuando quisieron irse, ya en el mes de Septiembre, unos fuertes temporales hicieron que de unos 20 barcos balleneros vascos, 3 de ellos resultaran dañados al estrellarse contra la costa y unos 80 marineros quedaran retenidos por el mal tiempo, dispersándose y buscando refugios en granjas abandonadas. Al frente de sus capitanes: Esteban de Tellaria, Pedro de Aguirre y Martín de Villafranca, al parecer cometieron abusos en algunas de las granjas, robando ganado para poder sobrevivir, lo que produjo la lógica tensión con sus habitantes.
El pastor luterano Jon Grimsson quiso mediar en el conflicto recibiendo amenazas -llegaron a ponerle en el cuello un dogal amenazando con ahorcarle-, con lo que en Octubre de 1615 y azuzados por el pastor y por Ari Magnusson, una especie de sheriff local, asesinaron por la noche a Martín de Villafranca y 30 marineros más de una forma cruel: a hachazos y a palos. El final de Martín de Villafranca fue poco menos que heroico. Herido, se tiró al mar siendo perseguido en una chalupa por los islandeses que al final le capturaron llevándole a la playa. Allí, con el vientre rajado y los intestinos fuera aún intentó escapar, siendo muerto a golpes. De los 31 balleneros vascos, sólo se libró de morir un grumete del que sólo sabemos que se llamaba García.
Los capitanes Pedro de Aguirre y Esteban de Tellaría pudieron resistir el invierno hasta el año siguiente. Junto a ellos los restantes 50 marineros pudieron escapar por los pelos gracias a una goleta inglesa que andaba por las cercanías. Conocemos los hechos gracias a una crónica escrita por Jón Guömundsson, llamado El Docto, en su obra Sönn frásaga af spanskra… («Un relato verdadero de los naufragios y luchas de los españoles»), en la que condena los crímenes. Baste decir que tras los hechos decidió irse al sur de la isla, para no verse mezclado con los asesinos.
En su defensa -la de los islandeses- hay que decir que un año antes, en 1614, un barco inglés había saqueado sus costas y para ellos un barco grande era casi sinónimo de piratería. La ausencia de bosques y de madera en la isla no les permitía disponer de barcos. La población en aquel entonces era de unos 50.000 habitantes -hoy son poco más de 350.000-, granjeros aislados, atrasados y muy pobres, desconfiados de todo lo que viniese de fuera. Dependientes de la corona danesa, una legislación de 1.281 les autorizaba a defenderse en caso de agresión…y éso fue lo que hicieron.
Afortunadamente, ya digo, y brindando sin duda con el Brennivin, en Abril del 2015 se derogó por fin la ley. Españoles y vascos ya podemos viajar con tranquilidad y disfrutar de los espectaculares paisajes de Islandia… y del Brennivin.
Glosario vasco-islandés, o cómo entenderse en el remoto Norte
Ballenas glosario 1
Uno de los glosarios. En su parte superior podemos leer (en latín): «Vocabulario vizcaíno, varios autores»
Pese al desgraciado -y afortunadamente aislado- incidente de la matanza de los vascos en 1.615, los contactos entre éstos y los islandeses hicieron necesaria alguna forma de comunicación. Si el euskera ya es difícil para los no hablantes, el islandés es una lengua enrevesada. A tal fin se creó lo que se conoce como un pidgin, una lengua mixta para facilitar el entendimiento, de la misma forma de la que se crearía más tarde entre vascos y los indios de Terranova.
En 1.937 se publicó una tesis doctoral sobre el glosario titulada Glossaria duo Vasco-Islandica, escrito en latín y publicado en Amsterdam, que dormía en los archivos de la universidad de Copenhage. El autor de la tesis fue el filólogo Nicolás Gerardus Hondricus Deen, al descubrir el manuscrito en la Biblioteca Arinnamela de Copenhage (recordemos: Islandia dependía de Dinamarca) donde constaba desde el siglo XVIII. La tesis fue descubierta gracias al trabajo de investigación por don Ángel  Irigay con la ayuda de la Diputación de Guipúzcoa. Se publicó en 1.991 por la misma Diputación.
El glosario fue recopilado en su momento por Jóns Ólafssonar úr Grunnavik, escrito en el siglo XVII, y se conserva en la actualidad en el Instituto Árni Magnússon, en Reikiavik. Dicho manuscrito consta de dos glosarios, el primero de ellos de 16 páginas con 517 palabras, y el segundo glosario cuenta con 10 páginas, con 228 palabras. En total, 745 palabras en ambos idiomas. Los glosarios tienen una intención básicamente comercial. En ellos se pueden encontrar términos de uso común, así como otros propios de la actividad ballenera. Por los términos en euskera, propios del dialecto labortano, podemos deducir que procedían de la zona vasco-francesa de San Juan de Luz, y que se asentaron en los fiordos del noroeste.
Se sabía que hubo un tercer glosario, dado por perdido. Hace pocos años el investigador Ricardo Etxepare encontró un cuarto glosario vasco-islandés en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard. Cabe puntualizar que no se trata de copias, uno del otro, sino que son totalmente independientes.
2.- Balleneros vascos en el Golfo de Vizcaya
La supervivencia de los vascos ha dependido en gran parte del mar. Tierra accidentada, si acaso en Álava, más llana, hay extensas zonas cultivables. Pero en el norte se limitaba al aprovechamiento de los pastos para el ganado, huertas familiares en los valles, el uso de los bosques y poco más. La minería del hierro y del carbón vino más tarde. Es el Cantábrico el que ha permitido desde siempre a los arrantzales (a los pescadores) la obtención del necesario alimento cercano a la costa: sardina, boquerón, merluza, besugo y un largo etcétera de lo que hoy se llaman «recursos renovables»…siempre y cuando la pesca excesiva no los agote.
La tradición y la necesidad impulsaron a los vascos de las poblaciones marineras a fijarse en unos grandes seres que, desde la antigüedad, se acercaban periódicamente a la costa: las ballenas. Y, en concreto, a la que se conoció como la ballena vasca o ballena franca (en Euskadi conocida como «ballena sarda»), científicamente Eubalena glacialis. Entre Noviembre y Marzo hacían su aparición, época de sus partos (se detallan a menudo las capturas de adultos con sus ballenatos). Y en cuanto a su caza, la ballena vasca gozaba de varias ventajas: se aproximaba mucho a la costa, era lenta en sus desplazamientos e, ¡importante!, al morir arponeada flotaba, debido a su alto contenido en grasa que, tras la carne, era el principal aprovechamiento de la ballena. Desde atalayas situadas junto a la costa los vascos oteaban el mar, y cuando distinguían los chorros de vapor de las ballenas, encendían grandes hogueras como señal, a cuyo reclamo los marineros echaban al mar las chalupas para comenzar la persecución. Había prisas: aunque partían las chalupas de varios puertos (todos estaban «al loro»), los primeros en arponear al cetáceo tenían prioridad para el reparto, así como una prima para los vigías…
…con el arpón se logran aquellas grandes pesqueras de peces monstruosos, en que el atrevimiento humano hace alarde de sí mismo, aquellas cuyo principio será siempre un monumento glorioso para los países Bascongados… («Diccionario Histórico de los Artes de la pesca nacional». Sañez Reguart. Madrid, 1.791).
ballena franca
                                    Ballena franca con su ballenato
La caza de la ballena está documentada desde antiguo y, para lo que supone su captura, despiece y procesamiento, podemos imaginar cierta organización. La primera mención data del año 670, en la que se habla de un cargamento de diez toneladas de saín (la grasa purificada de la ballena, lo hablaré con más detalle al tratar de las ballenas) enviadas al monasterio francés de Jumieges, junto a la orilla del Sena, a unos 50 kilómetros de su desembocadura. Debido a los impuestos que las capturas acarrean contamos con numerosos testimonios: en 1.095 se otorga a Bayona la autorización para vender carne de ballena, así como en 1.181 a Donosti o en 1.190  a Santoña. El 13 de Diciembre de 1.200 Alfonso VIII (rey de Castilla, de cuya corona depende la zona que más adelante se llamará Euzkadi) expide a Motrico un documento por el que hace donación de una ballena al año a la Orden de Santiago. El 28 de Septiembre de 1.237 el rey Fernando III redacta una carta de confirmación a Zarauz, por la que se reservaba para sí una porción de carne de ballena de las que se cogiesen por arrantzales de la ciudad, cada año. A mediados del siglo XIII y por carta de confirmación del Fuero de Guetaria, se menciona que la primera ballena capturada, sería para el rey.
ballenas chalupa 3
Debido a la fuerte competencia entre los puertos vascos, los arrantzales se van desplazando por la costa hacia el oeste, estableciendo factorías hasta Galicia y Asturias. Así se mencionan arrendamiento de puertos como el de Uriambre, cerca de San Vicente de la Barquera. Pero asturianos y gallegos pronto aprenden, y hay documentos que lo demuestran: caza de ballenas en 1.232 en Asturias, y en 1.371 en Galicia, más abundantes en localidades como Caión y Malpica, en costas tan batidas por el mar como las de la Costa de la Muerte o las rías de Lugo:
…porque estos puertos son muy bravos a la contínua y comunmente las ballenas acuden donde las ondas y la mar anda siempre muy alta. Y así aquí, en ciertos tiempos del año, como que es en los meses de diciembre, enero y febrero, que es la mayor sazón, ay grande matanza de ellas… («Descripción del Reyno de Galicia y de las cosas notables del». Licenciado Molina, 1.550).
La competencia aumenta. Además de los gallegos que ya han visto trabajar a los vascos, por su parte franceses, ingleses y holandeses también aprenden a aprovechar la caza de la ballena, aunque en el caso de al menos estos últimos reconocen la maestría de los balleneros vascos:
los Holandeses aprendieron de los Bascongados, habitadores de una Provincia de España, el método de pescar las ballenas. Son buenos marinos por naturaleza. Y no solamente se aplican en el distrito de su Costa a la pesca de un cierto pescado grande muy semejante a ellas, sino que dirigiéndose al Norte, y pasando más allá de Irlanda, para entrar en los mares de Islandia y de Groenlandia, dan caza a las ballenas. Los Bascongados habían hecho ya varias pescas muy ventajosas, y de los diferentes puertos de Vizcaya iban todos los años a Groenlandia de cincuenta a sesenta embarcaciones, que frecuentemente volvían muy bien cargadas. Los progresos de los Holandeses hacia los principios del siglo XVII, estimularon a algunos para emprender la caza de ballenas. Sin el socorro de los Bascongados no era fácil que esta empresa pudiera tener muy buenos efectos: por tanto juzgándolos como necesarios, se dirigieron a ellos, que convinieron sin repugnancia de hacer tráfico de su industria y servicio para los Holandeses. Todos los años se juntaban en Holanda un crecido número de Harponeros Vyzcainos, y empeñados luego por comerciantes particulares, se embarcaban para los mares del Norte, y dirigían la pesca, mandando entonces indistintamente a toda la tripulación, sin exceptuar los Capitanes y Maestres de las embarcaciones… («La Riqueza de Holanda». Sañez Reguart. Madrid, 1.791)
A consecuencia de tanta caza, la Eubalena glacialis  se fue haciendo cada vez más y más escasa en el Golfo de Vizcaya, según consta en documentos, a partir de 1.424. Pese a todo, siguen capturándose: entre 1.517 y 1.662 hay constancia que los de Lequeitio cazan 45 ballenas, de las que 7 eran ballenatos que acompañaban a la madre. Entre 1.637 y 1.801 los de Zarauz capturaron 55 ejemplares. Entre 1.728 y 1.789 los de Guetaria cazaron 12 ballenas, aunque se nota la disminución: en los años previos la media era de 4 a 10 por año.
ballenero ría Urumea s XIX
Ballena franca y ballenato en la ría del Urumea, frente a San Sebastián. S. XIX  
Y, como acontecimiento especial, el 14 de Mayo de 1.901 se cazó la última ballena franca frente a Orio, aunque se mató con dinamita al haberse perdido todo vestigio de la técnica tradicional de los arponeros. El suceso fue tan celebrado que incluso compusieron una canción, en la que figuraban los nombres de los patronos de las cinco chalupas que salieron en su persecución. El «animalito», por cierto, midió 12 metros de largo y pesó 1.200 arrobas el cuerpo y 200 la lengua (muy apreciada). Como aclaración, una arroba (de la que nos ha quedado su abreviatura en forma del signo @), equivalía aproximadamente a 11’300 kg. Y digo aproximadamente porque variaba según la región o incluso en Hispanoamérica. Si no he hecho mal el cálculo, podemos estimar el peso de aquella última ballena en trece toneladas y media mas dos y pico la lengua…nada mal. Podían estar contentos los oriotarras…
balleneros la ballena de Orio, 1901
                 La última ballena franca, la de Orio, cazada con dinamita en 1.901
Entregados a semejante actividad, se calcula que hubo 47 puertos del Cantábrico con asentamientos balleneros y de ellos, la mayoría en Euzkadi, 14 lucen en sus escudos municipales la figura de una ballena, lo que nos da una idea de la importancia que supuso para su economía.
Escudo de Bermeo en ayuntamientoSeñal en LekeitioEscudo de Lekeitio
Ballenas, LequeitioBallenas, Castro Urdiales
Como ejemplo, de izquierda a derecha y de arriba abajo, escudo en la fachada del ayuntamiento de Bermeo, placa en una calle de Lekeitio, señal en Lekeitio, escudo municipal de Lekeitio y el de Castro Urdiales
3.- Un poco más lejos. La caza de la ballena en el Atlántico Norte
Según iban escaseando las ballenas francas en el Cantábrico, los arriesgados arrantzales fueron ampliando poco a poco su radio de acción. Y, navegando, navegando, llegaron hasta los lejanos mares del norte, a las costas de Noruega, de Islandia y sobre todo de los ricos bancos de Terranova. La primera cita «oficial» de vascos en Terranova se refiere a 1.531, pero por diversas vagas menciones y restos arqueológicos podemos sospechar que ya andaban por ahí en los años 1.375 y 1.412, unos cuantos años antes, por tanto, del descubrimiento oficial de América por Cristóbal Colón. Incluso se aventura que los vascos ya cazaban ballenas en las costas de la isla de Terranova y de la península del Labrador unos cien años antes. El motivo de ese «secretismo» es muy claro: los exploradores necesitan hacer públicos sus descubrimientos de cara a reclamar derechos de posesión de las tierras descubiertas. Los pescadores, por el contrario, y al igual que los que buscan setas, son muy reacios a contar dónde encuentran sus mejores presas, por aquello de evitar competencia.
ballena chalupa 4
Los barcos y los costes aumentan. Si cerca de los puertos la persecución se hacía con chalupas o traineras, siempre a la vista de la costa, la travesía del Atlántico es cosa seria y puede durar 60 días, saliendo a comienzos o a mediados de Junio, y se necesitan naos grandes, cuyo flete se paga o bien a través de sociedades, o bien a costa del dueño de la embarcación. Al tiempo deben cargar con suficiente comida, barriles para cargar el aceite, y una tripulación para el manejo del barco, en el que no pueden faltar los arponeros. Se calcula que partían a Terranova de 15 a 20 barcos cada verano, que volvían ya en otoño cargados con barriles llenos de saín en sus bodegas, en total unos 9.000 barriles del preciado aceite. Asimismo se calcula una cifra aproximada -ya se sabe, el «secretismo» de los pescadores- de entre 25.000 y 40.000 ballenas tan solo entre los años de 1.530 y 1.610.
La presencia de los vascos en Terranova y la península del Labrador está confirmada por restos arqueológicos de varios asentamientos permanentes en la costa, donde los arrantzales procesaban las ballenas capturadas y cocían en grandes hornos la grasa para extraer el saín, que a su vez guardaban en barriles para su transporte. El saín se usaba sobre todo para las lámparas, debido a que no producían humo ni mal olor. Del saín se consideraban tres categorías: el amarillo (el de mejor calidad), el blanco (algo inferior) y el rojo, que era el peor. Pero de las ballenas, como del cerdo, se aprovechaba todo. Cuando se cazaban en las costas del Cantábrico la carne era muy valorada, aunque en las lejanas factorías de Terranova no valía más que para el consumo local de los pescadores o para intercambio con los indios. La lengua, muy apreciada, si se podía se salaba para que aguantase más tiempo. Las barbas (con las que las ballenas filtran el plancton o los pescados pequeños de que se alimentan) eran utilizadas para corsés, vestidos o abanicos. Y los largos huesos de las mandíbulas se aprovechaban para hacer jambas, para las puertas.
Los asentamientos costeros han dejado testimonio de su origen vasco en el nombre de varias localizaciones de la actual Canadá: Port-aux-Basques, Miarritz, Placentia, Portutxa («pequeño puerto», hoy Port au Choix) u Opur Portu («puerto de descanso», hoy Port au Port), entre otras. Hace pocos años se localizó el pecio de la nao San Juan, construída en el puerto de Pasajes en 1.563 y que se hundió en Red Bay (península del Labrador, Canadá) en 1.565. Los científicos pudieron rescatar y estudiar el utillaje de un barco ballenero de la época, aunque después volvieron a depositarlo en el fondo, respetando los restos. Se calcula que se llegaron a reunir hasta nueve mil personas en algunas temporadas, estableciéndose relaciones amistosas con los nativos que trabajaban para los vascos a cambio de pan y sidra, que llevaban en gran cantidad en barriles y cuyo consumo les libraba del escorbuto (debido a la falta de vitamina C), enfermedad frecuente en los marineros de largas travesías. La vida de los arrantzales en semejantes climas sin duda debió ser de todo menos fácil. Además de la dura faena de los pescadores, eran muy frecuentes las bajísimas temperaturas, los vientos, las fuertes corrientes o la presencia de hielos, más abundantes -y peligrosos- cuando el otoño se presentaba muy frío, como les pasó a los desgraciados vascos en Islandia, cuando la matanza de 1.615. Así, el documento civil más antiguo de cuando Canadá todavía no era Canadá, es el testamento del pescador vasco Domingo de Luca, fechado el 15 de mayo de 1.563, y donde se expresa la voluntad del moribundo:
…de llevarme de esta enfermedad de la presente vida que mi cuerpo sea sepultado en este puerto de Placencia (por el antiguo nombre de la actual Plentzia) a un lugar donde los que mueren suelen enterrar…
Aunque los barcos con los que atravesaban el Atlántico eran grandes naos, una vez avistadas las ballenas el acercamiento era, al igual que en la costera del Cantábrico, a bordo de chalupas. Las medidas podían variar, pero solían ser barcas de unos 8 metros de eslora (de largo), 2 de manga (de ancho) y cerca de 1 metro de puntal (desde la borda hasta el fondo de la nave). A veces incorporaban un mástil de quita y pon, para una pequeña vela, aunque la maniobra se hacía a base de remos. Hay numerosos restos rescatados y asimismo varias reconstrucciones pero por lo general la dotación constaba de 5 o 7 marineros, uno de ellos a cargo del remo de popa con el que dirigía el rumbo de la chalupa y, a la proa, el arponero que también remaba hasta que con la suficiente aproximación a la ballena, a unos diez metros, se ponía en pie para lanzar su arpón.
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Reconstrucción idealizada de una chalupa, según restos documentales
El arpón iba fijado a un largo cabo, generalmente sujeto a la chalupa y otras veces a una boya, para fatigar a la ballena en su huída. Una vez cansada la remataban a lanzazos. Las diferentes partes de la embarcación (quilla, cuadernas, tablazón, bancos) estaban hechas de madera de roble, de árboles talados en invierno, según vieja costumbre en la carpintería de la construcción o de los carpinteros de ribera, y además en la fase de luna menguante. Ellos no podían saberlo, pero era justo el momento (invierno y con luna menguante) en que menor cantidad de savia circula por el árbol, con menos azúcares por tanto, y por esa misma razón menos putrescible.
4.- Las ballenas, los cachalotes, Moby Dick y el Leviatán
Balleneros chalupa 1
En los inicios y en el golfo de Vizcaya la presa favorita fue la ballena vasca, o ballena franca, Eubalena glacialis, gracias a su abundancia y a que se movía muy cerca de la costa. Pero, según aumentó la competencia y con ella la caza, se fueron haciendo más y más escasas, como reflejan los partes de capturas. A finales del siglo XV, la ballena franca comienza a escasear en el Cantábrico, aunque mientras hubo ballenas la caza continuó. Al expandirse los arrantzales hacia las costas de Terranova se encuentran con nuevas especies a las que aprovechan por su aceite, su carne, su lengua o sus barbas: la ballena de Groenlandia (para el que quiera ampliar información: Balaena mysticetus, parecida a la ballena franca en cuanto a carácter y que también flotaba tras morir por su abundancia de grasa) y otras como las ballenas grises, azules, rorcuales o una de las más apreciadas por los balleneros: el cachalote.
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Reproducción a tamaño natural de ballena de Groenlandia, en el Museo de las Ballenas de Reikiavik
Ballenas hay en todos los mares. En el mar Mediterráneo se han contabilizado hasta nueve especies de cetáceos. Además de los ubícuos delfines, algunas otras de gran tamaño, como rorcuales, calderones y cachalotes. En alguna de esas especies se ha comprobado hace tiempo la ruta que, tras atravesar el Estrecho de Gibraltar, realizan hasta el Golfo de Lyon, al sur de Francia, en su época de reproducción. Tanto en las costas del Estrecho como en el Golfo de Lyon se organizan hoy día salidas en barco para los turistas con el ecológico propósito de avistamiento de cetáceos. Durante mi estancia en Islandia salimos en un barco para el avistamiento de ballenas desde el puerto de Husavic, en el norte de la isla. En aquella ocasiones pudimos ver rorcuales. Por cierto: si tenéis ocasión de acercaros a Reikiavik os recomiendo no dejar de visitar el Museo de las Ballenas, en el puerto. En una gran nave se muestran reproducciones a tamaño natural  de unas 27 especies: desde delfines a orcas, pasando por cachalotes, ballenas grises y la más grande, la ballena azul. Impresiona verlas tan de cerca, realmente son animales enormes. Y aunque no viene al caso y hablando de museos en Reikiavik, otro museo «interesante» de visitar es el Museo Falológico (que no «falocrático», de connotaciones machistas). Con una completísima colección de falos de muchas especies, entre ellos algunos guardados en urnas con formol como, por ejemplo, falos de cachalote de dos metros de largo, que despiertan el lógico asombro. El ambiente de los visitantes, sobra decirlo, es festivo, y casi nadie puede evitar una sonrisa en su cara.
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             «Posando» junto a un pene de cachalote, en el museo falológico de Reikiavik
En mis travesías en velero cerca de las Baleares he podido ver, además de los amistosos delfines, calderones, creo que algún rorcual y, yo no lo ví, pero alguno de mis colegas de marinería me lo contaron, encontraron una vez un cachalote muerto, flotando, al sur de la isla de Ibiza. No es frecuente pero de vez en cuando ha aparecido alguna ballena muerta varada en las costas de levante. Pero hasta el siglo XIX  y en la isla de Ibiza hubo su «momento ballenero». Desde los acantilados de la costa sur de la isla había atalayas desde las que, al observar el paso de los cachalotes, daban aviso a los naturales que a bordo de barcas tipo chalupa o trainera perseguían a los cachalotes para, tras arponearlos, acercarlos a la costa.
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Navegantes antiguos y modernos no podían dejar de asombrarse ante lo que se encontraban. A la izquierda imagen medieval de ballena. A la derecha «hombre-pez», posiblemente manatís del Caribe o vacas marinas (parientes de éstos) de los mares del Norte.
Griegos y romanos ya mencionaban en sus navegaciones por el Mediterráneo avistamientos de monstruos que, no es de extrañar, avivaron la fértil imaginación de los siempre supersticiosos marineros, dando lugar a numerosas leyendas, aunque no hay constancia de que las cazasen; si acaso, el aprovechamiento de alguno de aquellos cetáceos varados en la playa por casualidad. De hecho la palabra «cetáceo» (que da nombre a toda la familia de las ballenas) proviene del griego ketos, con la que denominaban a un monstruo marino. En la tradición judía y en el Antiguo Testamento aparece otro mito, el del Leviatán: monstruo asociado a Satán, inicialmente descrito como una larga serpiente enrollada que vive en el mar, aunque pronto el mito se desplaza a otros seres que los antiguos pueden contemplar a menudo en sus navegaciones y que les infunden el mismo terror: las ballenas. Las citas son abundantes:
…Leviatán hace que brille una senda tras sí; se diría que el profundo mar es cano… (Job)
Allí andan navíos; allí está el Leviatán que hiciste para que jugase en ella…(Salmos)
Y, siguiendo a la Biblia, muchas otras citas:
Esa bestia marina, el Leviatán, que entre todas las obras de Dios es la más grande que nada en las corrientes oceánicas («El Paraíso perdido», Milton)
Allí el Leviatán, la más inmensa de las criaturas vivientes, en las profundidades extendida como un promontorio duerme o nada, y parece una tierra en movimiento; y por sus agallas aspira y al aspirar arroja todo un mar… (Ibid).
Llegado a este punto he de mencionaros una novela muy conocida -y recomendable-:
Moby Dick, del norteamericano Herman Melville. Escritor de vida aventurera, él mismo estuvo embarcado en barcos balleneros, y sabe muy bien de lo que habla cuando nos cuenta las aventuras del barco Pequod y las obsesiones de su capitán Ahab, en su búsqueda por todos los mares de la mítica ballena blanca, en este caso un cachalote. Y de la mano (mejor dicho: de la aleta) de Moby Dick, llegamos al puerto de Nantucket.
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                                          Vista del puerto de Nantucket en 1.881
Nantucket es una pequeña isla, al sureste de Boston, en la costa atlántica que, junto a New Bedford, constituyeron los dos principales puertos balleneros de los Estados Unidos. Fue famosa por su industria ballenera, que se extendió desde el año 1.712 hasta finales del siglo XIX. Sólo mencionar que entre ambos puertos y en el periodo entre 1.820 y 1.850 se cazaron unas 10.000 ballenas al año, con más de 700 barcos actuando en todos los mares y unas 70.000 personas asociadas a la caza y al comercio, lo que la convirtió en toda una potencia económica. Y cuando digo una potencia, es porque se trataba de una actividad con resultados millonarios. De una sola ballena, según tamaño, se podían conseguir de 40 a 90 barriles de aceite. Un barco pequeño podía cargar 800 barriles mientras que un barco grande tenía capacidad hasta 3.000 toneles. Y cada barril (los había de 35 o de 42 galones, cada galón equivalente a 3’8 litros en la medida americana, o 4,5 litros en la medida inglesa) venía a suponer entre 4.000 y 5.000 euros actuales. Sólo hay que hacer números.
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                                 Calderos para cocer la grasa y purificar el saín
El aceite se purificaba hirviendo la grasa en grandes calderos. Cuando se puede y tras trocear la ballena, el trabajo se hace en la misma costa, en grandes hornos donde en calderos se cuece la grasa.
Cuando comienza la época de las largas navegaciones, el proceso se hace en los mismos barcos. Tras arponearlas se las amarraba al costado del barco donde comenzaba la faena de trocearlas e ir procesando la grasa para obtener el aceite o saín, como se llamaba en España. Ya comenté que de la grasa se consideraban tres clases: la amarilla (de mejor calidad), la blanca (intermedia) y la roja, la de peor calidad. Pero cuando las ballenas de Groenlandia o las francas van escaseando, la actividad de los balleneros sin desdeñar la caza de las ballenas, acaba por especializarse en otro gran cetáceo común en todos los mares y con más posibilidades comerciales: el cachalote.
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Reproducción a tamaño natural de cachalote, en el Museo de Reikiavik
El cachalote (Phiseter macrocephalus), por su aspecto peculiar debido a su gran cabeza, seguramente sea el cetáceo más popular y reconocible por todos. No está del todo claro pero la palabra «cachalote» parece provenir del francés arcaico de la Gascuña: «cachau» (pronunciado «cachó») = «dentón», o del portugués «cachola» = «cabezón». En un documento de 1.710 aparece reflejado como «trompa», así como en documentos gallegos de los siglos XVI y XVII, seguramente por su enorme «cabezón». El cachalote  pertenece al grupo de las ballenas «con dientes» (como el delfín o los calderones), por oposición a las ballenas «con barbas» (como son la franca, la de Groenlandia, la ballena azul y otras especies). Los machos de cachalote llegan a alcanzar los 20 metros de largo y un peso de hasta 45 toneladas. Pero el cachalote, además de su grasa, contiene en su enorme cabeza gran cantidad de un producto que se vuelve muy apreciado, el espermaceti, y que el animal utiliza como control de flotación en sus largas inmersiones (a más de mil metros de profundidad) en su busca de su presa favorita: el calamar gigante.
Químicamente la grasa de la ballena no es exactamente una grasa, sino más bien una estearina, una cera muy blanda, muy apreciada para velas y lámparas por lo que ya comenté de que al arder no produce apenas humo ni mal olor. El espermaceti de la cabeza del cachalote es un palmitato (éster de alcohol cetílico y ácido palmítico), y muy similar al aceite de la yoyoba (Simmondsia chinensis)un arbusto del desierto de Sonora y del Mojave y, como el espermaceti muy utilizado en cosmética, como fijador para la industria de la perfumería. Una vez cazado el cachalote, el espermaceti se sacaba de la cabeza del animal a través de un agujero en la cabeza, con un cubo o incluso introduciéndose un hombre en la cavidad, y almacenado para su transporte posterior en barriles.
De un cachalote grande se podían sacar hasta tres toneladas de espermaceti, y sólo comentar que era aún más caro que el saín. Pero no acababa ahí el aprovechamiento del animal. En sus intestinos se buscaban pedazos de ámbar gris, un producto ceroso, de olor dulzón y terroso, parecido al del alcohol isopropílico formado a partir de la secreción biliar y que facilitaba el tránsito intestinal de objetos duros y afilados, como el pico de los calamares gigantes de que se alimenta. El ámbar gris se encuentra a veces en las playas, al ser expulsado por los cachalotes en sus heces, pero cuando los cazaban los balleneros lo buscaban en sus intestinos debido al alto precio que alcanzaban. Hoy día y, en bruto, se cotiza a unos 10 dólares el gramo. Los trozos que aparece en las playas puede pesar de pocos gramos hasta 45 kilos. El récord  lo consiguió un trozo encontrado en el intestino de un cachalote, cazado en 1.912, que alcanzó el respetable tamaño de 454 kilogramos. Todo un tesoro.
Pero, pese a su valor como presa, el cachalote presentaba un problema: su agresividad. Al contrario que las pacíficas ballenas francas o las de Groenlandia, cuya mayor defensa podía ser, en todo caso, un coletazo accidental (bueno, ¡un pedazo coletazo, en todo caso!), los cachalotes podían revolverse contra las chalupas, atacándolas al sentirse arponeadas o al verse rodeadas o incluso, en el caso de los grandes machos, para proteger a sus hembras y a sus ballenatos. Los balleneros refieren varios casos en los que partieron las chalupas a mordiscos de sus largas y fuertes mandíbulas. Un caso que se hizo muy famoso en su día fue el hundimiento del ballenero Essex.
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Imagen del ballenero Essex. A su derecha, Mocha Dick, con una anotación del día de su hundimiento
El Essex era un barco de los de la flota ballenera de Nantucket, de 27 metros de eslora (recordemos para los poco avezados en la marinería: de largo) y 238 toneladas de peso. Había sido construído en 1.799 y aunque reforzado, era ya un casco viejo. El barco partió de Nantucket el 12 de Agosto de 1.819 y tras largo periplo y teniendo ya sus bodegas casi llenas, el 20 de Noviembre de 1.820 fue embestido -dos veces, una tras otra- por un gran cachalote macho que defendía a sus hembras, con la consecuencia de destrozar el casco y provocar su hundimiento en el Pacífico Sur. Al parecer y según contaron las crónicas, el cachalote era un viejo conocido, experto en escapar de los arponeros y del que se contaba -no hay que descartar alguna exageración propia de pescadores- que había conseguido burlar más de cien veces a sus tenaces perseguidores. Según los supervivientes, le calcularon una longitud de 26 metros…y calculaban muy bien a ojo, estaban acostumbrados. En el mundillo de los balleneros donde todos se conocían hasta le pusieron un nombre: Mocha Dick…por la isla chilena de Mocha, donde se le solía ver. ¿No os recuerda a «alguien» el nombre?… Efectivamente: a Moby Dick, protagonista de la novela publicada en 1.851 (no mucho después) y a cuyo autor sirvió de inspiración. Para más «casualidad», Mocha Dick era un cachalote blanco (…¡era blanco como la lana!…, dejó escrito en sus memorias uno de los supervivientes).
La tragedia del Essex, «basada en hechos reales» como se suele decir en las películas, no fue sólo el hundimiento del barco, sino las desgracias de la tripulación. Los ventiún marineros consiguieron escapar en tres chalupas, tras rescatar del barco que se hundía agua dulce, bizcocho marinero, un par de grandes tortugas capturadas en las Galápagos, un par de cerdos vivos y algo de herramienta y armamento. Tras un mes de vagar, racionando comida y agua por el Pacífico, arribaron por fin a la pequeña isla deshabitada de Henderson, en el archipiélago de las Pitcairn (donde a otra de sus islas habían llegado años antes, huyendo de la justicia, los protagonistas del motín de la Bounty), un islote en medio del Pacífico y lejos de todo. Allí encontraron un pequeño hilo de agua dulce y subsistieron unos pocos días marisqueando o cazando aves marinas, pero los recursos se acabaron y, dejando tres hombres que prefirieron quedarse en la isla, los demás decidieron intentar la huída en dos de los botes.
Tras dos meses más vagando por el mar (en total fueron 93 días desde el hundimiento del Essex), muriendo de hambre y enfermedades y hasta que por fin pudieron ser rescatados, los náufragos acabaron recurriendo para sobrevivir y atenazados por el hambre, a comerse a los muertos, e incluso decidiendo a quien matar para poder comérselo. De los ventiún marineros, sólo ocho sobrevivieron. Dos de ellos, uno de los arponeros y un grumete de 14 años, escribieron sendos relatos de sus desgracias. Herman Melville, antes de escribir su novela Moby Dick, tuvo la ocasión de hablar en Nantucket con el hijo de uno de los supervivientes. De hecho Melville tenía en su poder un ejemplar del libro La narración del más extraordinario y desastroso naufragio del ballenero Essex, escrito por el arponero Owen Chase, en el que había hecho anotaciones de su puño y letra.
Está claro que la tragedia del Essex y la ballena Mocha Dick inspiraron a Melville para escribir su novela. Creo que no hace falta que os la cuente. Moby Dick, por su relato como libro de aventuras y, sobre todo, por la satánica amenaza de la ballena blanca, ha quedado en nuestro imaginario como una de las novelas más famosas de la literatura occidental. Algún crítico literario -hay gustos para todos los colores- ha dicho que no pudo pasar de las primeras páginas, pero el criterio general la sitúa como una de las obras cumbres de la novelística. Yo, en particular, la he leído dos veces: la primera, en mi lejana adolescencia (por su atracción como libro de aventuras). Y la segunda hace unos meses en la que, como muchos otros ejemplos, la captas, la «disfrutas» mucho mejor.
Tanto si alguna vez habéis navegado como si no, la descripción de las travesías y de las ballenas (es un completo tratado de cetología, se nota que Melville sabía del tema), como el duro trabajo de los balleneros a bordo y, sobre todo, esa obsesión patológica del capitán Ahab hasta que, por fin, se enfrenta con su Leviatán particular, con la ballena blanca, aún a sabiendas como todos nos «olemos» desde el principio, que va a arrastrar a todos los suyos al infierno. Con semejante y tremebundo «guión» se han hecho varias películas sobre Moby Dick, aunque al fin y al cabo sea sólo ficción. Sobre la tragedia del Essex también se hizo al menos que yo sepa una película: En el corazón del mar, estrenada en el 2.015. Yo no la he visto pero, y esta vez sí, como dicen en el cine: «basada en hechos reales».
La caza de la ballena se había extendido a todos los mares: desde el Ártico al Antártico y desde el Atlántico al Pacífico. Los barcos partían de Nantucket suficientemente provistos de agua y alimentos para travesías que se prolongaban uno, dos años o más, hasta cinco años las más dilatadas. Tan extensas expediciones se debieron al control que sobre la caza de las ballenas plantearon los británicos en el Atlántico Norte, plantando cara a los balleneros vascos a partir de 1.610, intentando monopolizar la costa noruega desde la isla de Spitzbergen (archipiélago de Svalbard, al norte del Círculo Polar Ártico). A partir de 1.612 les siguen los holandeses, y poco más tarde alemanes, daneses y los propios noruegos. Pero los siempre hábiles negociadores ingleses mediante el Tratado de Utrech (en 1.713) consiguen que los territorios de pesca de Terranova pasen oficialmente a manos británicas ascendiendo a Gran Bretaña como principal potencia ballenera.
Catedral San Bavón de Gante
Esqueleto de yubarta en la catedral de San Bavón de Gante (Bélgica). Foto tomada por mi amigo Luis Martínez Guerrero. En 2015 el animal, de 12 metros de longitud, entró en el puerto de Gante en el interior del bulbo de una embarcación procedente de Brasil. Había muerto en el mar y fue recogido por los bomberos. Fue entregado a la universidad donde le pusieron el nombre de Leo
Se buscaron nuevas zonas de caza libres de los límites territoriales, como el Pacífico Sur o los mares antárticos. Pero según iban mejorando los barcos surgieron avances técnicos que facilitaban las capturas. Así, con la aparición de los cañones arponeros patentados en Noruega y disparados desde el propio barco, con lo que la peligrosa aproximación de las chalupas ya no fue necesaria, arpones a los que se dotó además con explosivo en la punta (100 gramos de pentrita, un explosivo plástico), arpones que, frente a los aproximadamente 10 kilos de los «manuales», pesaban unos 80 kilogramos. Letal, para las ballenas. El punto álgido llegó en la temporada de caza entre los años 1.930 y 1.931 en la que, y tan sólo en aguas de la Antártida, se organizaron expediciones, a cargo de 232 barcos balleneros. En ese periodo se cazaron 40.000 ballenas…sí: cuarenta mil ballenas, a lo largo de un año…
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Ballenero japonés dotado de cañón lanza-arpones en la proa, y su presa colgando antes de remolcarla
Con semejantes matanzas algunas especies de ballenas  comenzaron a correr un serio peligro de extinción. Así, la gran ballena azul o rorcual azul, la ballena más grande que puede alcanzar los 30 metros de longitud (en 1909 se cazó un ejemplar de 33,85 metros en la isla Georgia del Sur), y ahora presa apetecible para los grandes barcos, vio descender su número desde los 150.000 ejemplares que se calculaban en 1.920 a los escasos 1.000 individuos de la actualidad. De las ballenas, como del cerdo, ahora se aprovechaba casi todo: además de su carne congelada para consumo humano, la harina de carne y de sus huesos para la alimentación animal y para abonos, la piel, la grasa y sus barbas. Aunque ya menos apreciadas, en 1.890 se pagaban 1.500 libras esterlinas por una tonelada de barbas, y una ballena grande producía más de esa cantidad…
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Barbas de ballena, de rorcual en este caso. En la fotografía de la derecha, rorcual en la factoría gallega de Caneliñas, donde se pueden ver las barbas. Más cortas que las de la ballena franca y la de Groenlandia
Para paliar el desastre, en 1.946 se creó la Comisión Ballenera Internacional. Ya en 1.935 la Liga de Naciones  auspició un primer borrador para regular la caza y el comercio aunque al comienzo sólo lo suscribieron Gran Bretaña y Noruega, los dos principales países cazadores: entre los dos cazaban más del 95% de las  30.000 ballenas capturadas
anualmente. Poco a poco se fueron adhiriendo más países. Inicialmente se decretó la prohibición o veda de nueve meses al año, así como la protección de hembras y crías, y zonas de reserva. En 1.972 se aprobó en Estocolmo una moratoria de 10 años para la caza comercial y que las poblaciones pudieran recuperarse. Con altibajos, con muchas reticencias por algunos países que han ido cediendo a causa de las presiones internacionales, por fin en 1.985 se decretó el fin de la caza comercial…aunque dejando una puerta abierta para la «caza científica», en su artículo VIII. Actualmente y por esa «puerta falsa», Japón reconoce la prohibición comercial, pero sigue cazando unas 400 ballenas cada año aduciendo que es con fines científicos (aunque, por supuesto, comercializan sus productos). Islandia y Noruega siguen también, de una forma o de otra, eludiendo la ley.
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                         Carne de ballena en un supermercado de Japón
Hoy la Comisión Ballenera Internacional tan solo concede permisos excepcionales para la caza comercial: un pequeño cupo de 260 ejemplares al año para los inuit (los esquimales) de Alaska y Groenlandia, y 20 ejemplares al año para los indígenas de Kamchatka, al norte de Siberia, y ello respetando su cultura de susbsistencia y su método tradicional de caza, a bordo de canoas y con arpones, como en los viejos tiempos…como cuando los vascos. Incluso en las islas Azores, donde los balleneros de Nantucket recalaban para reclutar a sus diestros arponeros, y donde se mantenía la caza tradicional a la vieja usanza con chalupas, se abolió definitivamente la caza. El último cachalote se arponeó desde la isla de Pico, en 1.987.
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Secuencia de la caza del cachalote en las islas Azores antes de la prohibición. El arponero lanza su arpón, el cachalote arroja sangre por el espiráculo al resultar herido, la lancha se aparta para evitar posibles ataques por el animal que, finalmente, flota muerto.
(Fotografías sueltas de un viejo ejemplar de la revista Aventura, no tengo datos del autor del reportaje ni de las fotos)
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Peculiar técnica de arponeo saltando desde una rampa en la proa de las canoas, en Lamalera, isla de Lembata (Indonesia). No he conseguido enterarme si la Comisión lo permite o no, pero desde luego demuestran valor.
5.- El bacalao, un pez que estuvo a punto de extinguirse. El skrei noruego
Un poco en paralelo a la caza de las ballenas y la exploración de las costas de Terranova, fue la pesca del bacalao. En 1.497 el genovés Giovanni Caboto, al servicio de la corona de Inglaterra bajo el nombre de John Cabot, emprendió viaje bajo el patrocinio del rey Enrique VII hacia el Nuevo Mundo recién descubierto por su (presunto) paisano Cristóbal Colón, descubriendo tierra firme a los 35 días de haber partido del puerto de Bristol. Ya junto a las costas de lo que aún no se llamaba Terranova, descubrió tales bancos de bacalao que a su regreso contó, literalmente, que…se podía andar sobre ellos…, o que con sólo lanzar una cesta al mar, se la podía sacar repleta de pescado… En 1.537, 37 años después de los informes de John Cabot, el francés Jacques Cartier se adjudicó el «honor» del descubrimiento de aquella «Terra Nova»: tierra nueva, aunque admitiendo en sus informes la presencia allí de «mil pescadores vascos»… Ya se sabe: los descubridores reivindican, los pescadores callan…
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                                           La pesca del bacalao en el siglo XVIII
Semejante abundancia tiene su explicación: el llamado Gran Banco de Terranova se extiende muchas millas hacia el sur de esta isla. La plataforma continental se extiende mar adentro, con una profundidad media de entre 25 y 100 metros, hasta un máximo de 200 metros. Ello, unido a que aquí se encuentran dos corrientes: la fría del Labrador, pegada a la costa, y la cálida del Golfo, más exterior, convierte a este banco en un lugar donde prolifera el fitoplancton y el zooplancton, constituídos por algas y por krill, respectivamente, alimento a su vez de bancos de pequeños peces que, a su vez, son el alimento de los grandes bacalaos, formando uno de los caladeros más ricos en pesca del mundo. Una situación parecida al del llamado Gran Sol (del francés «Grand Sole»: gran lenguado), entre los paralelos 48 y 60 al oeste de las Islas Británicas, tradicional caladero de merluza, otro pez de gran importancia económica y explotado hace siglos por vascos, franceses y británicos.
Desde 1.371 ya hay documentos que demuestran que los vascos traían bacalao a Europa, aunque desde el año 1.000 ya lo salaban y exportaban. Lo que no decían (secretismo de pescadores) era dónde lo pescaban. La importancia económica del bacalao (nombre científico: Gadus morhua) consistía primero, en su gran abundancia y tamaño. Los bacalaos viven hasta 20 años, pero ya a los 10 alcanzan una longitud de más de un metro y un peso de entre 15 y 25 kilogramos. El mayor ejemplar del que se tiene noticia fue pescado frente a las costas americanas y alcanzó un peso de 80 kilogramos. El segundo factor era la facilidad de su conservación en sal una vez limpio de cabeza y tripas, lo que a su vez produjo un comercio de la sal -sujeta a los inevitables impuestos- procedente sobre todo de España. La conservación se favorecía además al ser un pescado muy bajo en grasa, un 2% solamente. Y, por último, porque la Iglesia permitió su consumo los viernes, día de abstinencia para la carne, lo que multiplicó su demanda. El bacalao se convirtió en un alimento barato y muy popular que se consumía en toda Europa. En concreto en España, a mediados del siglo XX el consumo de bacalao se evaluaba en unas 40.000 toneladas al año, que se completaba (además de la pesca «nacional») mediante importaciones, que suponían un gasto de entre 25 y 30 millones de pesetas/oro. Los ingresos de la Hacienda Pública por aranceles de importación llegaron a suponer el tercer monto en cantidad tras el café y el petróleo.
En el siglo XVII el político y ensayista inglés Francis Bacon ya decía que:
estas pesquerías (las del bacalao) eran de más provecho que todas las minas del Perú…
Y el aristócrata y explorador francés, Nicolás Denys, nos ilustra sobre las condiciones de los pescadores:
son los vascos entre todos los que practican esta pesca los más hábiles, los de La Rochela ocupan el segundo lugar, después de éstos los insulares que están a los alrededores, luego los bordeleses y después los bretones. De todos estos lugares puede ser que vaya allí cien, ciento veinte o ciento cincuenta naves todos los años…En cuanto a las condiciones son diferentes. Los vascos se rigen según la carga del barco, éste se valora por la cantidad de quintales de pescado que pueden cargar. Los armadores acuerdan con la tripulación, que son dos o trescientas partes, y dan al capitán un cierto número de partes, según la reputación que tiene en su cargo, al maestre del secadero tanto, al piloto tanto, a los guardarropas tanto, a los maestres de chalupas tanto, a los armadores y aguadores tanto a cada uno y a los marineros tantas partes a cada uno. Al volver el navío si no traen el número de quintales convenido se rebaja a cada uno a prorrateo lo que falta de la parte que debía haber, pero si traen mayor cantidad se les aumenta de la misma manera… («Descripción Geográfica e Histórica de las costas de América Septentrional», Nicolás Denys, S.XVII).
 En Euskadi se hacían dos campañas al año: desde mediados de Enero, «hacia el día de San Sebastián» (20 de Enero, patrón de Donosti, que se continúa celebrando con la «tamborrada») hasta Julio, unos 4 o 6 meses, hasta completar la carga del barco, con las provisiones necesarias para seis meses. En el siglo XVI, inicialmente los barcos tenían capacidad para 100 toneladas; según aumentó el tamaño de los barcos también aumentó la capacidad de la bodega: entre 600 y 1.100 toneladas. Tras un descanso de veinte días en tierra, tras descargar y preparar el barco, volvían a partir hasta poco antes de las Navidades, en que se regresaba con lo que se hubiera podido pescar.
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Procesado del bacalao en Euskadi, en el que intervenían tanto hombres como mujeres
Una vez llegados a la zona de los bancos de bacalao, se replegaban las velas y se dejaba el barco al pairo, a merced de las corrientes. Se bajaban entonces las chalupas con capacidad para uno o dos marineros y para, desde ellas, lanzar las artes. Los bancos de pesca se encontraban en zonas de frecuentes temporales y de muy bajas temperaturas: a veces bajaban de los 20º bajo cero, con tanto hielo en cubierta que había que eliminarlo a hachazos para que el barco no se desestabilizase. Aunque no navegaban tan al norte como los balleneros, no era rara la presencia de témpanos de hielo ante los que había que guardar precauciones. Y al ser zonas de encuentro de dos corrientes (la fría de Groenlandia y la cálida del Golfo), las nieblas eran frecuentes y muy espesas. Para que las chalupas no se extraviasen entre la niebla, se sujetaban al barco con cabos, de una longitud de hasta cinco mil metros. Hasta que en los años 40 del pasado siglo no se estandarizaron los radares, los riesgos de colisión con otros barcos a causa de la niebla eran un peligro frecuente, avisando de su posición con toques de bocina, aunque hubo varios casos de barcos chocados y hundidos.
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Bacaladeros vascos en Terranova, en plena faena. Mediados siglo XX
La pesca originalmente era a mano, con anzuelo, con una captura media de entre 25 y 200 bacalaos por marinero al día, aunque hubo casos excepcionales de 400 ejemplares diarios. Desde las chalupas se soltaban hasta 24 palangres, largos cabos de más de 100 metros cada uno, desde donde colgaban las brazoladas a cuyo extremo iban los anzuelos, y de los que iban tirando periódicamente para liberar las capturas. Una modalidad que se utilizó al principio era sujetar, clavados a cada lado del barco, una serie de barriles cortados por la mitad, de aproximadamente un metro de alto, donde se metían los pescadores. Para estabilizarse y evitar la caída al mar con los bandazos del barco, se rellenaban hasta la mitad con serrín húmedo para sujetar mejor las piernas.
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                                     Factoría de procesado del bacalao

Las condiciones de vida de los pescadores de bacalao eran incluso más duras que las de los cazadores de ballenas: turnos de 12 horas de trabajo y 6 de descanso. La tripulación constaba de 15 a 20 hombres, rotando para no parar el trabajo. Hacinados en bodega, la dieta era a base del propio bacalao, tres cuartos de litro de vino al día y algo de fruta, sobre todo manzanas. Un complemento habitual era una sopa elaborada a base de cocer las cabezas del pez. Los que no estaban pescando trabajaban en cubierta: descabezando, desventrando (guardando el hígado, muy valorado), desespinando y, ya en plano, salado en capas, renovando la sal cada tres días. El secado posterior se haría con los bacalaos colgados, en tierra.
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                                                    Secadero de bacalao
Tras el descubrimiento de Terranova, en la costa atlántica del Canadá, la pesca del bacalao pronto fue adoptada por todos los países de Europa Occidental: Francia, España, Portugal, Inglaterra y Holanda, principalmente. La pesca era intensiva: hasta comienzos del siglo XX la cantidad oscilaba en torno a 300.000 toneladas, en total. Pero fue a partir de los años 50 cuando con la ayuda de los barcos frigoríficos y dotados de redes de arrastre y sónar para detectar los bancos de peces, las capturas alcanzaron el máximo en el año 1.965, de 800.000 toneladas anuales. Pero ya nada volvió a ser igual. Si el bacalao es un pez muy prolífico y capaz de recuperarse de las pérdidas debidos a una extracción moderada (aunque fuera en esas cantidades), a partir de ese momento se superó lo que se conoce como la «tasa de regeneración» y las capturas comenzaron a caer en picado.
En 1.968 las capturas descendieron a 63.000 toneladas, que bajaron a 8.000 a principios de los 80, y a menos de 1.000 a comienzos de los 90. Varios países ribereños (Canadá, Noruega e Islandia) establecieron en 1.977 la inclusión territorial de 200 millas alrededor de sus costas, prohibiendo faenar a barcos de otras nacionalidades. Visto lo visto, el 2 de Julio de 1.992 se produjo una moratoria total de la pesca comercial, que dejó en el paro a 40.000 personas tan sólo considerando los que vivían de la pesca y el procesado del bacalao en las costas de Terranova. En el año 2.007 se pudo volver a pescar, pero sólo se consiguieron 2.700 toneladas. Se calcula que sus poblaciones no llegan en la actualidad al 1% de la que había en 1.977. De hecho, el bacalao ha sido catalogado como «especie amenazada de extinción». En el puerto vasco de Pasajes quedan unos pocos barcos que realizan las campañas de bacalao, aunque sólo de 2 o 3 meses, y previa licencia, en las islas noruegas de Svalbard.
Un «recurso renovable»: el bacalao skrei.
Ejemplos de agotamiento por sobreexplotación, que pueden llegar a la extinción, los tenemos a cientos. En el caso de los cetáceos, desde el caso de la ballena franca del Golfo de Vizcaya al gran rorcual azul. Pero no es un problema moderno: ya en tiempos de la Grecia clásica, la sobreexplotación de los bancos de sardina en el Mar Negro, abundantísima en su momento, hicieron que ya no fuese rentable su pesca. Ahora mismo se ha planteado en el Golfo de Vizcaya establecer una veda o moratoria prohibiendo la pesca de la sardina durante unos años, a la vista de la progresiva escasez de las capturas por una reducción en la población de sardina cántabra. La moratoria se ha reducido, por presiones de España y Portugal ante la Comisión Europea de la Pesca, a una veda limitada a un máximo de 14.600 toneladas al año, a partir del 1 de Mayo del 2018. Un ejemplo de lo que representa un «consumo sostenible» nos lo da el bacalao skrei, del noruego: el «nómada».
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Esta moneda de 1 corona no es noruega sino islandesa, pero también refleja uno de sus «tesoros»: el bacalao
Entre los meses de Febrero y Abril el bacalao baja desde el mar Ártico, bordeando la costa noruega hasta su lugar de desove, en las islas Lofoten, por encima del Círculo Polar Ártico. Pero los noruegos, con su mentalidad «escandinava» y para evitar sobrepesca lo tienen sometido a un rígido control, con ayuda del Skrei Patrol, una patrulla de barcos con vigilantes que supervisa todo el proceso de la pesca, de los tamaños de los peces y de su tratamiento posterior. Se controla desde el número de barcos a los que conceden licencias, hasta la cantidad máxima para cada barco y, por supuesto, en la época adecuada. El proceso de preparación es igualmente exquisito: una vez en tierra, lo descabezan y desventran, aunque no les quitan la espina. De hecho, el bacalao skrei ni se sala ni se congela, sólo se refrigera, y además el hielo se pone en las cajas por delante y por detrás del bacalao, nunca por encima, para evitar las alteraciones debidas a la congelación de la carne.
El descabezado y la extracción de las cocochas (parte de la carne bajo las agallas, algo así como la papada del atún) y de las lenguas, muy apreciadas, lo realizan chavales noruegos de entre 14 y 18 años de las localidades donde se faena. Nada que ver -con perdón- con los niños negros que vemos en los documentales de países exóticos ayudando a sus mayores. Estos chicos están contratados, son todos voluntarios, reciben un buen sueldo, y están contentos de ayudar en la faena a sus mayores, y además sacarse un buen dinerito. Todo un ejemplo, el de Noruega. ¡Ah!, y además el skrei está exquisito, con una carne blanca sin grasa que se deshace en la boca.
6.- Se acabaron las ballenas. Comienza el pirateo
Para los que queráis profundizar en el tema de los corsarios vascos os recomiendo ver la página «Bertrán-5-corsarios y piratas», muy completo y documentado, como a mí me gustan. Me ha servido para recabar documentación, y desde aquí se lo agradezco, aunque no sido el único consultado.
Se establece una distinción entre piratas y corsarios. Se llama pirata a todo aquel que en el mar y por su cuenta captura otros barcos para robarles, bien la carga, bien el propio barco, o incluso para tomar a la tripulación como rehén de cara a rescates o a venderles como esclavos. La piratería siempre fue perseguida y los piratas sabían que se arriesgaban caso de ser capturados, a pena de horca o de ser condenados a galeras. Por contra, navegar con «patente de corso» era muy parecido, salvo en que actuaban bajo la cobertura o por mandato directo de alguna corona. El límite entre uno u otro era una línea a veces un tanto confusa, y con frecuencia los corsarios eran tachados por las víctimas como simples piratas.
En un mar tan frecuentado como el Golfo de Vizcaya, y sujetos a la jurisdicción de las coronas española y francesa, más las apariciones de ingleses u holandeses, las acciones del corso/piratería fueron frecuentes desde los comienzos de la navegación. Si bien el objeto eran barcos con cualquier tipo de comercio, al hacerse frecuente la pesca del bacalao o la caza de la ballena, carga de mucho más valor, los pesqueros se convirtieron en presa favorita de los corsarios/piratas. Y a su vez, muchos de estos pesqueros desvalijados, comenzaron a atacar a otros barcos. Ya en una fecha tan temprana como el año 1.304 hay menciones a piratas vascos que se echaban a la mar para asaltar barcos mercantes. En el siglo XIV Eduardo III de Inglaterra se queja de tener que enfrentarse a los piratas y corsarios vascos:
tanta es su soberbia que habiendo reunido en las partes de Flandes una inmensa escuadra, tripulada de gente armada, no solamente se jactan de destruir del todo nuestros navíos y dominar el mar anglicano, sino también de invadir nuestro reino…(¡y aún faltaba tiempo para lo de la Armada Invencible!).
Así, Fernando el Católico concede cédulas de patente de corso en 1,497 y 1.498 a guipuzcoanos y vizcaínos. Los vascofranceses de San Juan de Luz, por su parte, reciben de la corona francesa una patente de corso en 1.528. En 1.555 un tal Martín Cardez, de San Sebastián, llegó a capturar 42 naves francesas cargadas con bacalao. A finales del siglo XV un tal Antón de Garay, vizcaíno, se inició en el corso del Atlántico, aunque no debió tener patente real como tal o bien se confundió de enemigo, ya que murió ajusticiado por la corona española bajo la acusación de piratería. Ya desde 1.480 el guipuzcoano Juan Martínez de Elduayen hacía lo mismo, pirateando a los suyos. Se apropió de tres pinazas de Fuenterrabía que llevaban mercaderías francesas, ya que la carga, si procedía de país enemigo, era susceptible de corso:
so color de ciertas cartas de marca y represarias que dis que teníades desde en tiempo de la guerra…
En el siglo XVII los dos principales puertos corsarios fueron San Sebastián y Fuenterrabía. Entre los siglos XVII y XVIII, sólo el señorío de Vizcaya contaba con 77 barcos corsarios. Cuando estalla la guerra con Holanda en 1.621, y hasta 1.635 en que comenzó la guerra hispano-francesa, estas dos localidades se convirtieron en las principales suministradoras de corsarios al servicio del rey. La «patente de corso» era todo un contrato establecido entre la corona y los armadores. Para hacer el corso ya no bastaban los barcos de pesca, más lentos y pensados para acumular carga, sino que se necesitaban barcos más ligeros, tipo fragata, tripulados por soldados o, lo que era más frecuente, gente armada, aunque el interés del corso no era destruir el barco enemigo -que valía para pedir rescates o integrarlo en su propia flota- sino sobre todo hacerse con la carga. Por ello más que «batallas navales» con el empleo de cañones, se intentaba siempre el abordaje, aunque los intercambios de disparos y sablazos fueron inevitables. Como ejemplo de lo que era una «patente de corso» valga este contrato, suscrito entre la Corona (¡ojo, firmado en Madrid!) y el armador de la fragata donostiarra Nuestra Señora del Rosario, en 1.690, donde se especifica muy claro a los barcos de qué potencias pueden atacar, o los límites geográficos de sus correrías:
en virtud de la presente, permito al dicho capitán, Pedro de Ezábal, que en conformidad de las Ordenanzas del Corso, de 29 de Diciembre de 1621 y 12 de Septiembre de 1624, puede salir a corso con la referida fragata gente de guerra, armas y municiones necesarias, y recorrer las costas de España, Berbería y las de Francia, pelear y apresar los bajeles que de la nación francesa encontrare, por la guerra declarada con aquella corona; y a los demás corsarios turcos y moros que pudiere; y a otras embarcaciones que fuesen de enemigos de mi Real Corona, con calidad y declaración que no puede ir ni pasar con la fragata a las costas del Brasil, islas de las Terceras, Madera y Canarias, ni a las costas de las Indias con ningún pretexto…Dado en Madrid, a 28 de Agosto de 1690. Yo, el Rey…
La proximidad de los puertos vascos, tanto españoles como franceses, hacen que el corso apenas conozca treguas. En 1.528 y con ocasión de la guerra declarada (¡otra vez!) contra Francia e Inglaterra, dan carta blanca desde el puerto francés de La Rochelle a tres capitanes, dos de ellos con apellidos vascos: Harismendi, Dolabarantz y Duconte. Otro corsario vascofrancés famoso fue Joanes de Suhigaraychipi, de Bayona, conocido como «Le Coursic»: «el corsarito» (debía ser bajito). Con su fragata La Légère, armada con 24 cañones, fue autorizado por el rey de Francia para practicar el corso contra España y Holanda. En seis años había capturado 100 navíos. En 1.692 y a la vista de la playa de la Concha, atacó y capturó dos navíos holandeses superiores en peso y armamento.
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                                Puerto de Bilbao (¿Guetxo?) en el siglo XVII
En 1.553 y por orden del todavía príncipe Felipe II, recomendó dar caza a navíos corsarios de Laburdi, con lo que los franceses dejaron de proveer a Guipúzcoa al interrumpirse la navegación normal. Ya antes, en 1.536, y tras haber apresado tantos barcos franceses, los de Laburdi firmaron un tratado de concordia en Hendaya con los vascos para volver a las antiguas relaciones de amistad, comprometiéndose para avisarse si sus reyes se declaraban la guerra…está claro que su comercio les preocupaba más que guerras decididas por las lejanas cortes de París o de Madrid. Pese a este tratado de concordia y por la orden del príncipe Felipe, al año siguiente (1.554) los capitanes Martín de Cardez capturó los ya citados 42 barcos franceses cargados de bacalao, Pablo de Aramburu (que capturó otros 47 bacaladeros), Domingo de Albistur y Domingo de Ituráin siguieron en lo suyo. Se ve que la paz duraba poco y menos.
Por resumir algo, la relación de piratas y/o corsarios vascos es larga: Miguel Etchegorría, alias «Michel le Basque», vasco-francés que actuaba en el Caribe. El bilbaíno Pedro de Larraondo, «reconvertido» al corso tras haber sido repetidamente objeto de saqueos por parte de catalanes durante su etapa de honrado comerciante por el Mediterráneo: capturado por los moros, le ofrecieron el perdón a él y a su tripulación si se convertía al Islam pero, al negarse, fue decapitado. Íñigo Artieta, de Lequeitio. Vicente Antonio de Icuza y Arbaiza, de Rentería. Sánchez de Arbolancha, asesinado por corsarios genoveses y vengado ocho años después por su hijo. Gaspar Antonio, de Fuenterrabía. Juan Arriola, de San Sebastián. Alonso de Idiaquez, de Pasajes, aunque nacido en Amberes. Pedro de Ezábal, de San Sebastián (el capitán de la Nuestra Señora del Rosario, construída por el comercio de Donosti para patrullar la costa). Pedro Aguirre, alias «El Campanario» (éste debía ser alto), de San Sebastián. Juan Bernardo Lizardi. Pedro Diústegui y su hijo, Agustín Diústegui, de San Sebastián. Francisco de Escorza. Cristián Echevarría, nacido en Roscoff, en la Bretaña francesa, aunque vivió toda su vida en San Sebastián. Francisco de Zárraga Breográn….podría seguir…
Con tanto ambiente corsario, no puedo evitar terminar con un apunte curioso sobre una mujer, Juana Lorando. Al parecer, Juana era viuda de un pescador (¿quién sabe si no corsario?) que regentaba una posada en San Sebastián. En su posada alojaba corsarios, a los que daba ….todo de fiado, hasta que volviesen con presa y cobrasen lo que procediese… (según Archivo del Corregimiento de Tolosa). Le debió ir tan bien este trato de honor con los corsarios que, sin duda, cumplían con la palabra dada, que al final se asoció con dos corsarios de Orio y de Donosti, para comprar un barco pequeño, el San Juan, capitaneado por Juan de Echániz, para «trabajar» en las costas de Francia y en el Canal de La Mancha. ¡Toda una empresaria, la tal Juana Lorando!…o una «emprendedora», como dicen ahora…
7.- El Estrecho de Anián o Paso del Noroeste. Juan de Fuca: el timo del siglo
En el capítulo 129 de su libro Il millione, más conocido como el de Las Maravillas del Mundo, el escritor veneciano Marco Polo nos habla de una provincia de China llamada Anián, ubicada hacia Levante, la cual fue incorporada a los antiguos mapas de Catay (como se denominaba China en aquellos tiempos) como el «Reino de Anián». Y con tal nombre, Anián, pasó a dar nombre a la costa pacífica de China y, andando el tiempo, a un mítico paso que conduciría hacia sus dominios: el Estrecho de Anián.
Una vez comenzada la exploración de la isla de Terranova y de la península del Labrador por parte de los balleneros vascos seguida por los franceses, a las potencias europeas (Francia, Inglaterra, Holanda…) se les planteó una delicada cuestión. Para el comercio desde Europa con China o las Molucas (o las «Islas de La Especiería», como se las conoció en su día) la travesía podía suponer un mínimo de 6-8 meses, con los problemas logísticos, de aprovisionamiento, etc. y las muy frecuentes tormentas del Cabo de Hornos, además del control por parte de los españoles. Si la opción era bordear África por el Cabo de Buena Esperanza, el viaje podía ser aún más largo, hasta un año. La opción, caso de encontrar un paso al norte de Norteamérica, reduciría la travesía a apenas tres meses, evitando a españoles y portugueses. La idea era buenísima…pero había que encontrarlo.
ballenas mapa antiguo atlántico norte
                         
                            Los mapas del siglo XVI eran todavía bastante inexactos
El llegar a las Molucas con sus ricas especias de gran demanda en Europa (canela, clavo, pimienta roja y negra, nuez moscada…) suponía acceder a una fabulosa fuente de ingresos. Hasta que los portugueses dieron con la ruta a Oriente doblando el cabo de Buena Esperanza, el comercio estaba en manos de los musulmanes, aunque los intentos de llegar a China y La India fueron constantes, como el ejemplo de Marco Polo. Pero un viaje por tierra era larguísimo, cuestión de varios años, y muy arriesgado. La opción era por mar. Aunque no dejaba de ser un viaje largo, los riesgos eran menores, borraban de un plumazo el control de los musulmanes y los beneficios compensaban el esfuerzo.
España y Portugal tuvieron su contencioso sobre a qué país correspondía el dominio sobre las Molucas. Una vez circunnavegado el globo por Magallanes y Elcano, demostrada de una vez por todas la esfericidad de la tierra, el Tratado de Tordesillas arbitrado por el papa Alejandro VI (conocido como Rodrigo Borgia antes de ser papa, español de nacimiento y pro-Castilla a tope), tras largas disputas y deliberaciones en las que intervinieron afamados peritos por ambas partes, estableció las respectivas áreas de demarcación en América a un lado y a otro de una línea que, de polo a polo, transcurría a 370 leguas al oeste de la isla más occidental del archipiélago de Cabo Verde. Hasta ahí quedaron más o menos de acuerdo pero, una vez descubierto el Pacífico y el acceso a través del Cabo de Buena Esperanza, tocó discutir sobre el reparto de las islas de las especias, al otro lado del globo.
ballenas tratado de tordesillas
Hoy día nos parecería fácil, con los adelantos técnicos de que disponemos en forma de satélites, GPS e instrumentos de medir exactísimos, delimitar la zona geográfica. Pero en aquellos tiempos dar continuidad, seguir trazando el «antimeridiano», la «raya» de Tordesillas más allá de los polos, condujo a otra serie de debates y discusiones que se prolongaron varios meses, en la primavera del año 1.524. Hoy podemos saber que las Molucas quedaban en zona bajo supuesto dominio portugués, pero en aquel momento peritos y pilotos prestigiosos dieron su opinión por ambos bandos sin terminar de ponerse de acuerdo hasta que, por fin, ambas coronas llegaron a un acuerdo mediante el Tratado de Zaragoza de 1.529, por el que España cedía sus derechos a Portugal a cambio de una sustanciosa compensación económica, mediante la cual Portugal de hecho compró los derechos castellanos (a su manera los estaban reconociendo) sobre las que se conocieron en la época como «las Islas de la Especiería». El precio pagado por las Molucas: 350.000 ducados de oro de 375 maravedís cada uno, el equivalente actual a 9.500.000 euros…nueve millones y medio de euros…
Aunque los holandeses, paradojas de la historia, fueron los que al final y sin pagar nada se quedaron con Las Molucas, durante aquellos años y como acabo de decir, la preocupación principal de Francia, Holanda e Inglaterra era encontrar un «atajo» por el norte que les facilitase el acceso hasta Asia. Hubo que esperar hasta 1.906 para que un noruego, Roald Amundsen (el mismo que en 1.911 llegó el primero hasta el Polo Sur), consiguiese franquear mares helados y corrientes, sobreviviendo en condiciones climatológicas pésimas  hasta llegar por fin a Alaska desde el Atlántico, proeza en la que invirtió tres años.
Todos creían en la existencia del Estrecho de Anián. Hernán Cortés, una vez conquistado México, encargó en 1.539 al capitán Francisco de Ulloa la exploración de la costa de California hacia el norte, hasta sobrepasar la isla de Vancouver, en la actual frontera con Canadá, encontrando hielos, tormentas, fuertes corrientes, y un enrevesado y laberíntico paisaje de islas, golfos y desembocadura de grandes ríos, pero sin localizar el estrecho.
Los cartógrafos italianos Giacomo Gastaldi (en 1.562) y Bolognini Zaltieri (en 1.567) publicaron mapas -inventados- que mostraban un angosto paso que separaba Asia del Atlántico. Hasta el famoso pirata/corsario inglés sir Francis Drake buscó la entrada desde 1.579, sin conseguir hallarlo en el laberinto de islas, penínsulas y grandes ríos. En su momento la Corona Británica ofreció 20.000 libras esterlinas a quien descubriese el paso, y ante tan golosa recompensa y, lo que era aún más importante, el honor del descubrimiento, llevó a unos cuantos valientes exploradores a internarse entre los hielos, pero a menudo perdiendo la vida en el intento.
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Según puede leerse al pie, se representa el reino de Quivira (reino legendario y, como corresponde en los reinos legendarios, lleno de riquezas al norte del actual Méjico) y, arriba a la izquierda, la supuesta entrada al estrecho de Anián.
Uno de los más conocidos fue el desastre de la expedición de sir John Franklin. Capitán de la Royal Navy, ya había participado en varias expediciones. En una de ellas sólo sobrevivieron 11 de sus 20 acompañantes que, para sobrevivir, llegaron a comerse sus propias botas de cuero. En Mayo de 1.845 partió con dos barcos, el Erebus y el Terror. Jamás volvieron, y durante doce años no se supo nada de ellos pese a las expediciones enviadas a encontrarles y en las que algunos también encontraron la muerte. Aunque llevaban provisiones para tres años, los pocos que más aguantaron no sobrevivieron ni tan siquiera dos.
En los restos que, poco a poco, fueron apareciendo, encontraron evidencias de canibalismo (algo inevitable en situaciones límite como las que sin duda debieron sufrir), pero se sospecha que murieron de escorbuto, e incluso de intoxicación por plomo, al estar las latas de conserva utilizadas en aquel tiempo y de las que se alimentaban exclusivamente, selladas con ese metal. Sea como sea, los barcos quedaron atrapados en el hielo y se vieron obligados a vagar con los trineos en la extensión infinita del Ártico.
Años más tarde algunos testigos, indígenas inuit, contaron a los que les buscaban que vieron pasar «gente enloquecida» (¿por el plomo, que afecta a la razón, o simple desesperación?) a los que prefirieron no acercarse, arrastrando trineos por la nieve. Sobre la expedición de Franklin también se acaba de estrenar una serie televisiva, El Terror -como uno de sus dos barcos- bajo la producción de Ridley Scott (el que dirigió Alien, el octavo pasajero), donde se cuentan las penalidades de aquellos desgraciados con el inevitable añadido por mor del éxito televisivo de un monstruo blanco…la sombra de Alien les acompaña, aun que en este caso no fuese en el espacio, sino en la nieve.
Y entre todos estos exploradores árticos, entre tanto cosmógrafo y tanto hielo, es cuando hace su aparición en escena un personaje digno de una película: Juan de Fuca. A veces citado como Apóstolos Valerianos, nació en 1.536 en Valerianos, localidad de la isla de Cefalonia, en Grecia. Aproximadamente en 1.555 entró al servicio de la marina española en Sicilia (en aquel entonces parte del reino de Aragón), desde donde acabó en Nueva España en 1.587, participando en las primeras expediciones de las costas del Pacífico mexicanas, llegando a la América septentrional, allá por 1.592. Tras varios años de exploración y ya de vuelta en España depositó en el Archivo de Indias en Sevilla unos mapas y portulanos en los que reflejaba sus supuestas navegaciones, señalando un paso misterioso:
balleneros el paso de Anián
…cuya entrada oriental marca un pináculo triangular y puntiagudo, por el que he podido comunicar desde el Mar del Sur -el Pacífico- con el océano Atlántico…
Se trataba del legendario Paso de Anián con el que soñaban los cartógrafos de toda Europa y que reduciría a menos de 90 días de navegación la travesía entre Europa, China, y las Islas de la Especiería en vez del casi un año que suponía el paso por el Estrecho de Magallanes o el cabo de Buena Esperanza, sin contar las frecuentes tormentas y el control del Estrecho por parte de los españoles.
La Corona Española no necesitaba para nada ese atajo, pero los cartógrafos del Archivo de Indias de Sevilla se alarmaron ante la posibilidad de que los ingleses lo descubriesen, con el agravante del peligro que suponía la pérdida del control del Mar del Sur, ese «lago español» como lo denominaban, y el riesgo para las poblaciones de sus orillas a todo lo largo de América. La información fue calificada como «preciosa» y Juan de Fuca bien pagado, aunque al parecer menos de lo que él pensaba que valía, dejándole sin duda cierto resquemor con la corona española, quedando planos e información puestos a buen recaudo, escondidos en lo más profundo de los archivos sevillanos.
Pero aquí entra en acción el espionaje que nunca cesa. Los ingleses al parecer tenían infiltrado algún «topo», algún informante dentro del Archivo y, ya en 1.596, recién entregados mapas e informes, se pusieron en contacto con Juan de Fuca. Éste se había jubilado en la marina española y de vuelta a su tierra, a comienzos de  1.602 un agente inglés, un tal Michael Yok, consiguió reunirse con él en Venecia, comprando a precio de oro una copia de los mapas y de los informes y del que recibió además 1.000 libras esterlinas en concepto de adelanto por sus futuros servicios como guía para una expedición inglesa. Los franceses a su vez tenían espías entre los británicos y, de una forma u otra, consiguieron contactar con Juan de Fuca pagándole una fortuna por otra copia más. Cuando poco tiempo después los ingleses fueron a reclamarle cuentas a su isla, un tanto cabreados por su desaparición, sólo pudieron encontrarle plácidamente enterrado en una apacible tumba, esta vez en la vecina isla de Zakynthos, con apacibles vistas a otra isla más, la de Ítaca, patria de otro navegante mítico: Ulises.

Sobre este personaje no se ha hecho ninguna película y es que los españoles, al contrario de los británicos, no explotamos apenas semejante filón inagotable de historias e historietas además de que, en honor a la verdad Juan de Fuca, quizá por su condición de griego, sigue siendo un perfecto desconocido para nosotros. Pese a tanto timo y con la peculiar picaresca griega (su «vecino» de isla, Ulises, ya es reputado en La Iliada La Odisea como un auténtico «liante», el Gran Engañador: suya fue la invención del famoso Caballo de Troya), después de haber desplumado a las coronas española, inglesa y francesa, retornado millonario a su isla, Juan de Fuca no cayó en el olvido. En la actualidad y desde 1.788 un pequeño estrecho a la altura de la isla de Vancouver, en el Pacífico canadiense, lleva su nombre. E

so sí, no nos engañemos esta vez: os juro que no comunica con el Atlántico.

8.- Epílogo. Las últimas factorías balleneras españolas en el siglo XX: Ceuta, Algeciras, Galicia…y dos arponeros vascos.

Colgada ya en el blog esta entrada, me comentó mi amigo malagueño Manuel Navarro, compañero de aventuras en Mali y Tombuctú, productor de documentales en su La Nave de Tharsis y gran conocedor de la historia (antigua y moderna) de Andalucía, si no había mencionado las factorías balleneras del Estrecho de Gibraltar… ¡pues ni idea!… le contesté. E ipso facto me puse a buscar información, que os resumo, como añadido a la entrada.
El 24 de Junio de 1.947 se inauguró en Beliones (actual Belyounech, Marruecos) la factoría ballenera del mismo nombre, por la empresa Industrial Martinez S.A. Inicialmente la empresa dispuso de un solo buque, el Alcatraz (posteriormente rebautizado como el Benzú), de 500 toneladas y equipado con varios cañones arponeros. Posteriormente la empresa incorporó un segundo buque, el Hval IV, capitaneado por el noruego Hjlmar Paulsen. Los comienzos no pudieron ser más prometedores: durante la primera semana se capturaron seis rorcuales y tres cachalotes, todos en la zona del Estrecho, aunque fue un comienzo excepcional. Durante sus siete años de existencia la media de capturas anuales fue de 150 ejemplares. En total, 317 rorcuales y 337 cachalotes.
Las causas del cierre fueron varias. En 1.954 Marruecos alcanzó su independencia quedando la factoría en territorio marroquí. Por otra parte, el aceite de ballena fue perdiendo importancia al irse extendiendo los derivados del petróleo. Pero sobre todo, la población de ballenas del Estrecho había descendido considerablemente. El motivo, la intensa actividad de otra factoría ballenera al otro lado del Estrecho, la de Getares (muy cerca de Algeciras). Entre ambas y según testimonios de la época, se hizo una auténtica carnicería.
La factoría de Getares se creó en 1.914, comenzando su explotación en 1.921 con socios españoles e ingleses, aunque la mayoría del capital estaba en poder de accionistas noruegos, creando la Compañía Ballenera Española, más tarde ampliada como Compañía Ballenera Internacional, al extender su radio de acción al Atlántico Norte y sobre todo en la Antártida. Tras una pausa debida a la Guerra Civil y a la posguerra, la compañía reanudó su actividad a partir de los años 40 bajo el nombre de Sociedad Ballenera del Estrecho con una frenética actividad, siempre actuando en el Golfo de Cádiz y alrededores, llegando a cazar en seis años un total de 3.609 rorcuales y 345 cachalotes. Aunque estaba en territorio español y no le afectó, como a la de Beliones, la independencia de Marruecos, sí les afectó el descenso de cetáceos y el uso creciente de los derivados del petróleo en detrimento de la grasa de ballena, cesando su actividad en 1.963.
balleneros Beliones
                                          Factoría de Beliones, 1.940
Más al norte y ya en Galicia, como comenté en el capítulo de los balleneros vascos, hubo bastante actividad desde la Edad Media. La primera noticia data de 1.288, del puerto del Prioiro, cerca de El Ferrol. Sancho IV confirma carta de 1.286 salvaguardando el derecho del monasterio de Sobrado a percibir parte del «diezmo de ballenación» que corresponde a aquel puerto. La actividad ballenera en Galicia tuvo su momento de mayor esplendor en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII hasta llegar, tras una pausa de dos siglos, a comienzos del siglo XX. Llegó a haber hasta 18 puertos gallegos dedicados al balleneo, como Camelle, Caión, Malpica, Nois, Rego de Foz, Bares, San Cibrao (con actividad ballenera registrada desde 1.291), Rinlo, Portocelo o Morás, que se amplían en el siglo XVIII a otros nuevos como Porto Vello, Foz y Cangas de Foz. Algunos de ellos comenzaron inicialmente sólo como puertos balleneros, tales como Suevos-Punta Langosteira y Burela… Seguro que entre tanto puerto, me dejo alguno…
Ante la evidente competencia, los balleneros gallegos intentan proteger y monopolizar su industria. En 1.521 y 1.531 sendos decretos del emperador Carlos V excluyen la actividad de barcos «extranjeros» (vascos y franceses) de la costa gallega. Y en 1.628 los del puerto de Bares prohíben a los «vizcaínos» hacer su centinela desde la isla de Coelleira, sin licencia -y supongo que previo pago- del deán y del cabildo de Mondoñedo.
Tras una pausa transcurrido el siglo XVIII, en el siglo XX se reanudaron las capturas en algunos puertos, principalmente el de Caneliñas (en Cee) y el de Punta Balea (en Cangas). En concreto y en el de Caneliñas se cazaron entre 1.924 y 1.927 entre 2.200 y 3.000 rorcuales y cachalotes. Tras la pausa debida a la Guerra Civil y posguerra se reanudó la actividad en 1.951. Hasta 1.975 el control ya es más cuidadoso y en ese periodo de 24 años se contabilizan las capturas de 6.337 cachalotes, 4.686 rorcuales comunes, 291 rorcuales norteños, 17 ballenas azules y 2 yubartas…un total de 11.333 animales… La misma empresa de mayoría noruega, la Compañía Ballenera Española, fue la que propulsó la caza de las ballenas desde los puertos gallegos. En sus inicios, 1.921 en el caso de Getones y 1.924 en el de Caneliñas, y hasta 1.929, casi todo el personal de los barcos era noruego: desde el capitán al cocinero pasando por los arponeros, aunque el personal de tierra encargado del procesamiento de las ballenas eran españoles y, en el caso de la de Beliones, en parte personal marroquí. Tras la reapertura y finalizada la Guerra Civil y el periodo de posguerra, se incorpora gradualmente tripulación española.
balleneros Factoría Balea en cangas, rorcual
                                    Rorcual en la factoría Balea, de Cangas
A diferencia de los balleneros del Estrecho, los gallegos no cazaban sólo en sus costas, sino que extendieron su actividad hasta Terranova y el Antártico. Son travesías más largas, pero obligados a ello al reducirse la población de ballenas en sus zonas costeras. Por esta razón e inicialmente, los barcos del Estrecho y Galicia, más pequeños, no faenaban lejos de la costa, sino que amarraban sus capturas al costado transportándolas a las factorías en tierra. Se consideraba un radio de 70 a 100 millas desde Finisterre. Hubo algún problema mencionado cuando, al cazar una ballena a 150 millas de la costa, el animal llegó ya en muy mal estado y no se pudo aprovechar ni un kilo de carne. Hay que considerar que con un cetáceo amarrado al barco, estorbando su hidrodinámica, la velocidad seguramente no alcanzase ni los 20 nudos, es posible que si acaso la mitad. Como información náutica, un nudo es una milla marina por hora. En el caso ideal de que alcanzase los 20 nudos, el recorrido serían 20 millas x 24 horas = 480 millas al día. Más de tres días (y posiblemente 4 o 5) con el animal a rastras y descomponiéndose…
ballenero de Getares Condesa Moral de calatravaballenero Temerario
Dos buques balleneros de la compañía: a la izquierda el Condesa Moral de Calatrava, y a la derecha el Temerario. En ambos se ve el cañón arponero en proa y en lo alto del mástil la cofa, para otear desde lo alto las ballenas. Barcos pequeños, lo justo para amarrar las capturas al lado y llevarlos a las factorías en tierra.
Cuando hayan de ampliar sus zonas de caza, utilizan barcos más grandes (y procesar en ellos las ballenas) o utilizar factorías flotantes, más próximas, a las que llevar los animales arponeados. En Terranova, precisamente, se produjo un accidente similar al ya relatado del barco Essex, de Nantucket. Al clausurarse -temporalmente- la actividad ballenera en Getones (1.926) y Caneliñas (1.927), parte del material y de los barcos fueron llevados a Terranova, a otra de las filiales noruegas, entre ellos el Caneliñas, el Condesa Moral de Calatrava y el Pepita Maura. En la campaña de 1.928 un cachalote embistió al Pepita Maura, destrozándole una sección de la popa, una pala del timón y la hélice, dejándole sin capacidad de maniobra con lo que embarrancó en la costa. No se hundió, y al menos no hubo víctimas. Como anécdota, en 1.925 y en la factoría de Caneliñas se encontró en los intestinos de un cachalote un trozo de ámbar gris de más de 100 kilos de peso, que se vendió por la estupenda cifra de medio millón de pesetas de la época.
Los buenos arponeros eran muy solicitados por su capacidad y experiencia. De su puntería y «sangre fría» dependía el éxito de las campañas. Incluso ya en la época de los cañones lanza-arpones los bandazos del barco no facilitaban la tarea de hacer puntería. Su salario era alto, sólo por detrás del capitán. En 1.929 se detallan sus sueldos: 300 pesetas (de las de la época) al mes, mas primas por capturas:
-100 por rorcual azul
-50 por rorcual común
-50 por cachalote grande (más de 12 metros)
-25 por cachalote pequeño.
Y al final de la campaña se añadía una prima complementaria según todo lo que se hubiese cazado:
-de 1 a 75 capturas, 50 por cetáceo (rorcual y cachalote grande) y 25 por cachalote pequeño
-de 76 a 100 capturas, 80 por cetáceo y 40 por cachalote pequeño
-a partir de 101 capturas, 100 por cetáceo y 50 por cachalote pequeño.
Dos arponeros vascos en Galicia
Hablamos de dos hombres: Jose Juan Zubiaur Irazábal y Ramón Inchausti Pujana. Naturales de Erandio, el primero, y de Elanchove el segundo, vascos de «pura cepa». Ambos comenzaron de arponeros casi por casualidad. Inchausti comenzó como telegrafista en el Ea, un barco carbonero. En el puerto de Gijón se enteró que estaban preparando dos balleneros, el Marsa y el Benzú, que iban a partir al Estrecho de Gibraltar. Avisó a su amigo Zubiaur, que fue contratado como maquinista en el Benzú y partieron juntos. Una vez en la factoría de Beliones, Zubiaur comenzó como arponero aprovechando un momento de urgencia de la compañía al causar baja por enfermedad el arponero noruego contratado al efecto. Una vez de arponero, recomendó a su amigo Inchausti.
Inchausti pasó del Marsa al Temerario, Zubiaur ejerció en el Caneliñas y un tercer arponero, asturiano, Juan Álvarez, ejerció en el Benzú. Pronto los dos vascos destacaron en su oficio siendo destinados a Galicia. Sólo en la campaña de 1.953 cazaron respectivamente 150 cetáceos (Inchausti) y, casi empatado, 149 Zubiaur, que hubieran sumado una más de no haber perdido otro ejemplar, ya arponeado, en medio de un temporal. Y sólo en 1.953 las primas acumuladas por capturas, sueldo aparte, superaron las 50.000 pesetas (un auténtico dineral para la época), pasando de 60.000 una de Zubiaur el mes que cazó -en un mes, insisto- 41 cetáceos.
En un primer momento la compañía decidió ponerles a prueba:
el vapor Caneliñas salió a pescar con orden de cazar una sola ballena y a las pocas horas de su salida entró en la factoría de Caneliñas con un ejemplar de 24 metros y 70 toneladas de peso… (Borrador de la memoria de IBSA, año 1.951, correspondiente a Mayo de 1.952).
Una vez en Galicia las campañas se extendían de 7 a 8 meses seguidos en el año, desde Abril o Mayo hasta Noviembre o Diciembre. Cuando el mar estaba muy revuelto los barcos atracaban un par de días en Caneliñas, en aquel momento puerto aislado y muy mal comunicado, incluso por tierra. Los marineros gallegos aún podían aprovechar para hacer una «escapadita» y ver a sus familias, pero para aquellos dos amigos vascos significaba una reclusión forzosa, lejos de casa, y encima sin poder cazar (ballenas). Para Inchausti, que se había casado con una gijonesa (su casa estaba en Gijón), eran separaciones demasiado largas. Fueron momentos sin duda para los dos únicos vascos en Caneliñas en que reforzaron su amistad, que demostraron con una lealtad mutua, lejos del individualismo de los arponeros. Como muestra de su cooperación:
este cachalote fue cazado conjuntamente por los dos barcos, habiendo arponeado primero el Caneliñas (Zubiaur) y rematado por el Temerario (Inchausti) de común acuerdo y para que les fuese posible hacer la captura… (parte de capturas correspondiente a Septiembre de 1.953, memoria de IBSA, año 1.954).
Ramón Inchausti decidió jubilarse de tanto mar y tanta ballena en 1.960, retornando con su familia a Gijón, viviendo en una casa estilo caserío vasco que había levantado con el dinero ganado, y pasando sus últimos años leyendo tranquilamente (no le gustaba que le molestaran), cuidando su huerto y sus gallinas sin echar de menos el mar. Debía ser muy bueno en lo suyo, porque José Docampo, presidente de IBSA, hizo un viaje en coche -lujoso coche negro con chófer- desde La Coruña hasta Gijón, presentándose impecablemente vestido para, con suerte, impresionar más y reforzar sus argumentos, ofreciendo a Inchausti que volviese al mar aumentando las primas por capturas, ofrecimiento que Inchausti, sin duda ya con suficientes ahorros y acomodado con su familia, rechazó.
Por su parte, Juan José Zubiaur aún aguantó tres temporadas más. Al contrario que Inchausti nunca se casó, era el típico «solterón» sin una familia a quien echar de menos, pero sin duda la jubilación de su amigo le dejó más solo, y en 1.963 volvió definitivamente a la casa familiar de Obieta kalea en  Erandio, su pueblo, donde además de las -suponemos frecuentes- partiditas de mus con la cuadrilla, se entretenía en cazar con sus amigos de la Sociedad de Caza y Pesca de Erandio, recorriendo Castilla en vez del mar, persiguiendo perdices y conejos. Sin duda agradeció el cambio: perdices en vez de  ballenas…un poco como acaban los cuentos:…y fueron felices y cazaron perdices…
balleneros Franco
Sin tanto mérito como Zubiaur e Inchausti, Franco también cazó algún cachalote. Tras preguntar a unos y otros, investigar y ver su «éxito» como ballenero, he decidido que se merece una entrada aparte en el blog que podréis consultar: Los cachalotes de Franco.
Establecida en 1.986 la prohibición de la pesca comercial para las ballenas por parte de la Comisión Ballenera Internacional, hubo acuerdos previos que fueron poco a poco restringiendo las capturas, aunque los balleneros gallegos las ignoraban, saltándoselas «a la torera» y fueron calificados, incluso por el gobierno español, como «piratas», continuando con la venta de la carne de ballena a un buen cliente como era el gobierno japonés. Ante este «mirar para otro lado» (que no fuesen las ballenas), el 27 de Abril de 1.980 sendas bombas estallaron en los barcos Isba 1 e Isba 2, de la compañía, anclados en el puerto de Marín, aunque uno de ellos aún se pudo reparar. Los causantes: el «brazo armado» de la Sea Sepherd Conservation Society, una escisión radical de los proteccionistas Greenpeace, más moderados en sus acciones, que se limitaban si acaso con sus lanchas a estorbar delante de los barcos arponeros.
balleneros 7
Definitivamente en 1.986, y por imposición de la moratoria de la Comisión Ballenera, las últimas factorías de Caneliñas y de Punta Balea (en Cangas) se vieron obligadas a cerrar, aunque bien a regañadientes, porque las capturas en aquel momento eran numerosas y la compañía, económicamente, marchaba muy bien.
                                  
Postdata
Una vez publicada esta entrada (y la siguiente, donde menciono «Los cachalotes de Franco»), tuve ocasión de conocer la existencia de un libro: Chimán. La pesca ballenera moderna en la península ibérica, de Àlex Aguilar, editado por la Universidad de Barcelona. Me hice con él en cuanto pude y sólo puedo decir que lo he disfrutado a tope: bien escrito, muy bien ilustrado y documentado. Según los datos reflejados, creo que algunos de los que yo he colgado en mi entrada seguramente tengan alguna inexactitud, pero ahí lo dejo. Sólo recomendar a los interesados en el tema la lectura de Chimán (como aclaración, nombre que daban los balleneros modernos a las ballenas más grandes). No os defraudará. Mi agradecimiento al autor.

Un comentario en “Balleneros vascos en la Antigüedad. Ballenas, bacalao y piratería

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