1/ De piedras, piedras y más piedras. Un viaje arqueológico
2/ Un grupo variopinto, pero muy entregado
3/ La locura de El Cairo. ¿Cómo aguantan ésto los egipcios?
4/ Si hoy es martes, ésto es Bélgica. El Síndome de Sthendal
5/ Faraones, más faraones, y algún saqueador.
6/ El Nilo, un río que da para mucho
1/ De piedras, piedras y más piedras. Un viaje arqueológico
Conocí a Pausanias, agencia especializada en viajes arqueológicos, en Septiembre del 2017 con ocasión de un viaje a Sicilia, al que me apunté con mi hija. Y quedamos tan entusiasmados con todo lo que vimos y aprendimos que, al decirnos que planeaban un viaje a Egipto, cogimos la idea al vuelo. Al final y por problemas laborales mi hija Maya no pudo venir pero, tras pensar inicialmente en no ir sin ella, decidí que semejante viaje no me lo podía perder y así fue como al final me apunté yo sólo.

Una visión sugestiva para abrir boca nada más llegar, desde la habitación del hotel: las tres grandes pirámides en el horizonte
He estado en Egipto tres veces (cuatro, con ésta). La primera en Marzo del 2004 buceando en el Mar Rojo, coincidiendo allí con el famoso atentado de Atocha. La segunda ya fue en el 2005 con mi hija Maya y una amiga de San Lorenzo, en el que recorrrimos el Nilo en un barco-hotel (desde Assuan hasta Luxor) y visitando «lo clásico»: Abu Simbel, las pirámides, el Museo Egipcio y varios de los templos y tumbas más famosos: Karnak, Luxor, los Valles de los Reyes y de las Reinas, el templo de Hatshepstut, etc. En aquel viaje ya nos pudimos hacer una buena idea de todo lo que el valle del Nilo encierra.
Como anécdota, nos «hermanamos» en aquel viaje con una familia granadina formada por la madre (ya mayor y aficionada a la lectura de libros de pirámides y similares) y tres de sus cuatro hijos. Al final íbamos juntos a todos lados, incluyendo coger taxis en El Cairo, los siete dentro, cediéndole respetuosamente el asiento del copiloto a la madre (los otros seis amontonados atrás) que le daba instrucciones a voces en un perfecto «granaíno» al conductor, el cual por supuesto no se enteraba de nada pero no paraba de troncharse de la risa. Seguimos siendo muy amigos y nos vemos cuando vamos a «Graná» o cuando vienen alguno de ellos a Madrid. Es lo que tienen los viajes, que haces amigos para siempre.
Aquel viaje estuvo muy bien, considerado como viaje de «descubrimiento», pero sabiendo lo que Pausanias preparaba y, además, con la incorporación de un egiptólogo curtido, suponíamos que podía ser (como de hecho fue) mucho, mucho más completo. Puedes visitar una catedral, un museo, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial que tengo a 300 metros de mi casa o pasear por una ciudad como Roma, y admirarte de lo que ves. Pero cuando cuentas con un buen guía, cualquier viaje resultará mucho más rico e interesante. Y Egipto, que no sólo está llena de «piedras», sino con una historia extensa, densa y particular, plagada a lo largo de miles de años de dinastías, conflictos y batallas, se merecía el esfuerzo. Y por si todo ésto fuera poco, con una ciudad como El Cairo, abarrotada, caótica, que merecía la pena ser paseada, aún a costa de resultar abrumado por sus multitudes.

Orondo y simpático cairota en Jan el-Jalili
2/ Un grupo variopinto, pero muy entregado

Los 25 de la fama frente a Abu Simbel. Falta Ahmed (¡señoreees, por favooor!) que disparó la foto
Éramos 23 viajeros. Si incluíamos a Víctor, el encargado de la agencia, mas José Ramón, el egiptólogo, constituíamos un grupo de 25 personas. Si además añadimos al sufrido de Ahmed, el guía egipcio con su cartel de Pausanias en alto (¡señoreees, por favoooor!), sumábamos 26.
Los viajeros, de todo un poco. No voy a enumerarlos, porque esta entrada no pretende ser un diario de viaje sino una memoria de «impresiones», aunque será inevitable hacer alguna mención particular. Jóvenes y menos jóvenes. Parejas estables y viajeros solitarios. De varios puntos de España, e incluso un poquito más lejos: de Puerto Rico. Sólo decir que todos, como es lógico, aficionados a la historia y la arqueología. La mayoría, con experiencias previas de viajes con Pausanias a destinos tan «golosos» como Grecia, Roma, Malta, Líbano o, como yo, a Sicilia. De aquel viaje coincidí en éste con dos conocidas: Resu y Elisa. Pero todos los viajeros (los había profesores, ingenieros, médicos, funcionarios, incluso algún veterinario como yo) muy puestos en arqueología y alguno muy, muy puestos, se ve que traían la lección bien aprendida o se lo habían empollado antes.
Egipto tiene una historia muy atrayente, incluso para el «gran público». Una de las razones, creo, es su exotismo. Por ejemplo: la historia del Imperio Romano también es muy sugestiva, y ha dado origen a películas, series de televisión y multitud de libros, pero Roma nos resulta más «familiar», más próxima. Casi podríamos decir que eran algo así como nuestros tatarabuelos. Nuestro idioma deriva directamente del latín y en muchos lugares de España tenemos todavía monumentos que podemos admirar casi como fueron construídos, tales como el Acueducto de Segovia, las ruinas de Tarraco o Mérida.
Los egipcios, por contra, eran más lejanos, nada que ver con nuestra historia. Situados en otro continente, en un entorno rodeado de desiertos y de palmeras, y con una arquitectura monumental desarrollada a lo largo de un mínimo de tres mil años (los romanos duraron «sólo» un milenio) que se nos muestra, para nuestro asombro, bastante bien conservada. No es de extrañar que hasta los griegos quedasen maravillados, o que los europeos decimonónicos flipasen con todo aquello.
Con semejantes mimbres, los europeos y, especialmente, los británicos -los franceses son mucho más eclécticos y los españoles ni te digo, las cosas como son-, decidieron «trasplantar» como suelen hacer cuando salen de la Gran Bretaña, sus clubes, sus hoteles y sus bares. Se ve que, aunque rodeados de negros, de hindúes o de egipcios (o en la Costa del Sol, llegado el caso), les tranquilice sentirse en un reducto de la Pérfida Albión… La «Pérfida Albión», expresión anglófoba que Napoleón Bonaparte popularizó en su constante lucha contra Inglaterra, pero que acuñó el poeta y diplomático francés (de origen aragonés) Augustin Louis Marie de Ximénès, en su poema L’ère des Français, («La era de los franceses»), escrita en 1793, y en la que animaba a sus paisanos a atacar a «la Pérfida Albión» en sus propias aguas…

Oficina de cambio en Luxor. Si queréis cambiar pesetas, aquí todavía se puede. Yo creo que el cartel lleva sin tocarse desde antes de las pirámides…¡Ésto es Egipto!
De todas formas, tanto ingleses como franceses aprovecharon su coyuntura colonialista y la situación inestable del país como pudieron. Un ejemplo que me gusta citar es el del «intercambio» (entre comillas) entre Francia y Egipto, de un gran reloj mural a cambio de un obelisco…un obelisquito de nada…total, dirían los gabachos, ¡con la de ellos que tienen, y lo mono que nos va a quedar!. Espero que no se me acuse de racismo por lo que voy a decir (y si me acusan me da igual), pero al sultán o al jedive de turno seguro que le fascinaban en plan cateto los grandes relojes europeos, se pensaría que iba a quedar tan requetemoderno…y le engañaron no como a un chino, que era egipcio, sino como al del timo de la estampita.
Los franceses se llevaron tan contentos su obelisco, uno de los dos que flanqueaban los pilonos del templo de Luxor, y que ahora luce tan bonito en la Place de la Concorde, en París. Le mandaron a cambio su reloj, con tan mala suerte que al llegar el barco a Alejandría ya no funcionaba…y así sigue, sin funcionar. No obstante el sultán, o el jedive, o lo que fuera, disimulando y mirando para otro lado lo mandó instalar. De todas maneras quedaba bonito. Y ahí sigue, en un torreón que domina la fuente de las abluciones de la gran mezquita de Mohammed Alí, también conocida como la de Alabastro, erigida sobre el recinto de la Ciudadela de El Cairo. Andar no anda, pero justo dos veces al día marca la hora exacta. Ni gasta pilas ni hay que darle cuerda, todo son ventajas, ¡si todavía tendrían que darle las gracias a los franceses!…

El hotel Old Cataract, en Assuán
Los grandes hoteles «clásicos» fueron, durante los años de la ocupación, como islas británicas en Egipto. Hablaré un poco más adelante del vintage Hotel Windsor en El Cairo. Otro hotel muy nombrado es el Old Cataract, en Assuan, un hotel de cinco estrellas inaugurado en 1899, con una espectacular ubicación sobre la orilla del Nilo donde se alojó, entre otros personajes célebres, la escritora Agatha Christie y que ambientó aquí parte de su novela Muerte en el Nilo (aunque la escribió en el Winter Palace). Aunque lo teníamos frente a nuestro hotel, en la otra orilla, no tuvimos la oportunidad de acercarnos.
Donde sí estuvimos un par de veces fue en otro hotel célebre: The Winter Palace, en Luxor – para los habituales como nosotros, el «Winter»- . Inaugurado en 1907, situado como el anterior en la Corniche (el paseo «marítimo», en este caso fluvial, junto al Nilo), con una ubicación privilegiada: con vistas al Nilo por un lado y al templo de Luxor por el otro, y sede entre otros ingleses ricos de los egiptólogos que se alojaban aquí para limpiarse el sudor y descansar entre excavación y excavación, entre momia y momia, tomándose un buen whisky, supongo, tales como Howard Carter o su patrono, lord Carnavon. Ya nos contaba nuestro amable Jose Ramón que el trabajo de egiptólogo es cansado, dado a sudores y a llenarse de polvo, aunque creo que el presupuesto de los egiptólogos españoles no les da para tanto lujo ni para tanto whisky…

Embarcadero de falúas, al atardecer, desde La Corniche
El «Winter» estaba a unos diez minutos andando desde nuestro hotel, y aunque los numerosos conductores de las calesas nos ofrecían constantemente sus servicios al módico precio de un euro, preferíamos andar por la orilla del Nilo, viendo el espectáculo de las falúas, de las típicas barcas con vela latina, amarradas en los embarcaderos. La noche de Nochevieja estábamos ya apuntados a la cena de gala que se celebraría en nuestro hotel. No estuvo mal, aunque se nos hizo larga la espera: desde las 20’30, muy lento el servicio, hasta que por fin dieron las doce. Por supuesto, sin campanadas ni nada, ni Anne Igartiburu ni Ramón García por la tele. Nochevieja egipcia, y punto. En una pista central nos amenizaban músicos, guitarristas (egipcios) que versionaban temas del mainstream occidental, algún grupo folklórico y lo que más me atrajo, que fue el espectáculo de un sufí, un derviche giróvago al estilo egipcio (larga falda de colores en muchas capas que iban subiendo y bajando), aunque adornado con luces en las faldas y la cabeza, un poco al estilo Las Vegas.
Les he visto otras veces -en plan más serio, con su grupo de percusión marcando un ritmo hipnotizante- y lo cierto es que el chico no lo hacía mal, sabía lo que hacía, pero el efecto de las luces le restaba seriedad. Hay que considerar que, entre los numerosos comensales, y además de muchos egipcios, había bastantes occidentales y había que darle un «toque de color». Como las bebidas no estaban incluídas habíamos estudiado con anterioridad la carta de vinos. Los de importación (sólo franceses, tipo Borgoña), prohibitivos. El champán francés, ni te cuento: 750 euros del ala la botella, así como suena. Ni los ingleses ricos se dejarían liar, ¡menudos son los ingleses ricos para ésto del dinero!. Reservado sin duda a egipcios millonarios -que los hay- que se quieran tirar el pisto un día que estén ligando. Pero los vinos egipcios eran asequibles: unos 15€ el blanco y unos 20€ el tinto, de los que pedimos dos y dos para una mesa de diez. El blanco se dejaba beber, tenía un pase, aunque el tinto entraba ya en la categoría de los «cariñenas», tirando a peleón. Por la diferencia de horarios dimos entrada al Año Nuevo a las doce egipcias…que eran todavía las 11 españolas. Y como prácticamente ni hubo baile ni nada, a éso de las 00:30 egipcias, 23:30 españolas, nos fuimos todos armados de nuestros móviles al hall del hotel, único sitio donde podíamos coger la wifi, para hacer las inevitables llamadas a casa. Pero perdonad que me enrollo, estábamos hablando del Winter Palace (¡Santiago, por favor, céntrate!).
Habíamos vuelto pronto de nuestras excursiones arqueológicas y aún faltaba tiempo para la cena. Algunos propusimos acercarnos al «Winter» para tomar algo, pero al final sólo fuimos un servidor de ustedes y Puri, una decidida chica capaz de apuntarse a todo. Como no éramos más que dos me puse en plan caballeroso y le dije…¡yo invito!…Al subir por las escalinatas de entrada y asomarnos al hall ya pudimos ver que aquello no es que fuera lujoso…¡lo siguiente!… (¡a ver por cuánto me va a salir la broma!, pensé, tentándome el bolsillo). En la entrada, el fornido y elegante recepcionista nos preguntó sonriente si estábamos allí alojados…no, -respondimos con cierta timidez cual catetos, por lo de lo lujoso- pero, ¿nos podemos tomar una copa?…Por supuesto -nos dijo- pueden pasar al jardín… Y al salir al jardín ya flipamos.
Digno de las Mil y Una Noches. Fuentes, estanques, palmeras, árboles, todo con una preciosa iluminación. Una piscina y un par de terrazas. Al fondo, estaban preparando una fiesta (de Nochevieja) en una sala y los camareros se estaban disfrazando como auténticos faraones. Nos sentamos en unas cómodos sillones al exterior y pedimos dos cervezas, la típica de allí, la Stella, tamaño pinta (herencia inglesa) de casi medio litro. Para mi alivio, al mismo precio que en los restaurantes modestos: 75 libras egipcias, el equivalente a 3’75 euros, un precio de lo más normal, y más para semejante lugar. Pagué satisfecho quedando además como un señor. Brindamos, nos hicimos los inevitables selfies y saliendo del jardín vimos unos lujosos corredores y en el hall un gran retrato de Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankhamon. Había que irse ya para la cena de Nochevieja, pero prometimos volver. Ignorando los ofrecimientos de las calesas, regresamos paseando al hotel.

Nuestra vieja amiga, la cerveza Stella al lado de un libro de Tutankamon (me da que esta lata la sacaron de la tumba)
Cuando les contamos a los del grupo el éxito de lo del «Winter» ya se animaron algunos más…es lo que tiene el ser líder, que te siguen las multitudes, y si no que se lo pregunten a nuestro Amado Líder… Nuestra última noche en Luxor, un grupo de unos diez nos acercamos al «Winter». Puri-la-decidida se había informado de que en el hotel había varias salas y bares. En la entrada saludamos al recepcionista ya con total naturalidad, como si fuésemos ingleses ricos y, tirando por uno de los elegantes pasillos, entramos al bar. En la puerta un cartel avisaba -en inglés- que no se podía entrar al bar con «casual wear», o sea, con ropa no elegante. Para la cena de Nochevieja quien más, quien menos, nos habíamos arreglado un poquillo. Pero volvíamos de ver tumbas y nuestra impedimenta era la habitual: calzado resistente, del de andar por las piedras, pantalones sufridos y ropa de abrigo, que por las noches refrescaba.
Sin hacer caso al cartel del «no casual wear» nos acodamos en la elegante barra curva y oscura de madera. En la sala, tipo club inglés, los clientes del hotel se arrellanaban en cómodos butacones y, junto a la barra, un piano de cola negro marcaba estilo. Vistos los precios de la otra noche y en plan torero me tiré el farol, como buen castizo: ¡invito a toda la barra!.. que se vea que he nacido en El Rastro… (la ronda me debió salir a unos veinte euros, y volví a quedar como un señor). Y entre las cervezas marca Stella, algún te y el ambiente londinense, lo cierto es que nos sentíamos de lo más a gusto, conversando amigablemente…como ingleses ricos.

En elegante bar del Winter Palace. Jose Ramón es el del fondo, el de la barba. Obsérvese nuestra impedimenta, totalmente «casual wear»
A todo ésto nuestro egiptólogo de cabecera Jose Ramón, que nos había acompañado, me comentó que acababa de pasar por allí y meterse en otra sala el famoso arqueólogo egipcio Zahi Hawass, ex-ministro de Antigüedades Egipcias y otros altos cargos, y que ha dirigido durante años todas las excavaciones habidas y por haber. Conocido irónicamente como el «Indiana Jones egipcio», este hombre ha sido el amo de la egiptología aunque, tras los últimos cambios de gobierno, cayó en desgracia siendo destituído. No obstante, toda una ocasión -pensé- de saludar a tan insigne personaje. Y como mi inglés es muy justito cogí del brazo a Puri-la-ya-no-tan-decidida, que se resistió inútilmente para que me acompañase.
El gran hombre, muy trajeado, estaba sentado charlando con una señora. Me cuadré ante él y le solté lo único que se decir en inglés: Nice to meet you!, con mi mejor sonrisa. Puri-la-decidida-a-ratos, con su correctísimo inglés, le contó brevemente que éramos españoles y que estábamos haciendo un viaje con arqueológos. El hombre, muy correcto, inclinó la cabeza y nos sonrió educadamente. Sin duda agradeció la cortesía y la brevedad. Seguro que al buen hombre le dan la paliza muchos egiptólogos aficionados, como nosotros, pero por nuestra parte también fuimos correctos y educados y, aunque lo genial hubiera sido haberse hecho un selfie con el gran hombre, ahí el que se cortó fui yo, como un auténtico cateto, avergonzado de mi «casual wear» ante tan famoso personaje…

…y los lujosos corredores del lujoso «Winter», testigo del paso de familias principescas
Pero no acabaron con Zahi Hawass lo de las celebrities en el «Winter». Cuando ya nos retirábamos por el lujoso pasillo las chicas empezaron a alborotarse viendo un grupo que caminaba por allí. Distinguí un hombre muy alto con el pelo claro acompañado por una señora distinguida y un niño impecablemente vestido con un traje de chaqueta (nada de «casual wear»)… ¿Qué pasa, quienes son?, pregunté… ¡Los reyes de Bélgica!…Para mí, que ni tengo tele ni jamás hojeo las revistas del corazón, eran unos perfectos desconocidos, pero se ve que para ellas sí eran parte del «famoseo». No obstante, días más tarde, me mandaron por el grupo de wassap la foto de una revista donde se les veía, posando justo entre las leoninas patas de la Esfinge (donde los vigilantes no dejan ponerse a nadie, ¡hace falta estar enchufado!) al real grupo. Por cierto, consultando a San Google datos sobre el «Winter» vi que ya los padres de los actuales reyes belgas eran unos asíduos del mencionado hotel.
En los bajos del hotel y tras bajar las escalinatas, unas cuantas tiendas en semicírculo ofrecían sus productos. Sobra decir que la calidad era muy superior a la de las tiendas del zoco, y la diferencia de precios tampoco era tanta, aunque no eran los «chollos» de la calle. Había una librería muy surtida, con una sección de prendas de vestir, había una joyería, pero sobre todo había una tienda con reproducciones arqueológicas de muy buena calidad. Justo en el escaparate una reproducción de la Paleta de Narmer, cuyo original habíamos podido contemplar en el Museo Egipcio, a tamaño natural y muy bien hecha. No tenía previsto comprar nada pero Juanjo, uno de los del grupo, entró mirando muy interesado unos canopos y alguna otra figura, y lo que nos sorprendió -y quizá no debería- es que en tan «selecto» sitio, el correcto vendedor le ofreció directamente descuentos. Seguro que de haberse tomado en serio el regateo, hubiera sacado un buen precio. Ya de camino al hotel le pregunté a Juanjo si se había fijado en la Paleta de Narmer… ¡noooo, no me fijé!…. Le hubiera encantado -y a mí, ¡qué leches!- aunque suponemos que era más cara aún que los canopos. De todas formas era nuestra última noche en Luxor. Otra excusa para volver a Egipto: regatear por la Paleta de Narmer.
Esa noche y aprovechando la wifi del hall del hotel, le mandé un wassap a mi buen amigo Manolo-de-Tombuctú diciéndole que había tenido el placer de saludar al gran Zahi Hawass. Le tengo así en mi dirección de correos porque precisamente nos conocimos allí, en Tombuctú, para distinguirle de otros «manolos». Este Manolo es el dueño de la productora de documentales La Nave de Tharsis, centrada en temas históricos y antropológicos, y que acababa de recibir un premio internacional por un documental que había rodado justo en Egipto. Manolo-de-Tombuctú me devolvió el mensaje recomendándome que me tomara allí -está claro que conocía el lugar- un cóctel del que, al parecer, son especialistas: el Crocodyle tail: la «cola de cocodrilo»… pero para cuando lo recibí ya nos habíamos ido de Luxor. Intentamos probarlo en otros sitios, como Assuan, o nuestra última noche en el hotel de El Cairo, sin éxito. Otra excusa para volver a Egipto: probar la «cola de cocodrilo».
Con toda esta plétora de viajeros fue inevitable, al regreso, recibir en el grupo de wassap que formamos una verdadera avalancha de fotos, un tsunami fotográfico. Algunas de las que ilustran esta entrada las he cogido «prestadas» de las suyas (espero que no les importe). Bien es verdad que muchas se repetían, todos íbamos a los mismos templos y veíamos las mismas escenas: pirámides, tumbas, mezquitas con su colorido mihrab, iglesias coptas, templos con sus salas hipóstilas y sus pilonos…, pero también es cierto que hubo muchos enfoques personalizados, o escenas de la gente y de los mercados que son, en mi opinión, las que te «sitúan» en el plano humano. Como decía antes, las piedras están muy bien, pero el «sabor» de El Cairo, es mucho sabor.

3/ La locura de El Cairo. ¿Cómo aguantan ésto los egipcios?

El tráfico habitual en las calles de El Cairo
Porque…sí, señores, El Cairo tiene mucho, pero que mucho sabor. No sé si bueno, pero mucho sabor. Comparo a El Cairo con La India: o se la ama o se la odia, pero nunca te será indiferente. Una ciudad con doce millones de habitantes…declarados. Según nuestro egiptólogo de cabecera José Ramón, el Amado Líder…y quizá veinte millones… Como sucede en muchas capitales del Tercer Mundo, millones de campesinos, obligados por la crisis del campo y el exceso de natalidad, van confluyendo allí. El resultado es una ciudad muy contaminada, con un tráfico demencial de coches viejos, consumidores de una gasolina mala de 95 octanos, que abarrotan a todas horas (siempre es hora punta) calles, callejuelas y avenidas, con la sempiterna ayuda del claxon con el que avisan y son avisados a la hora de girar, cruzar, adelantar (por la derecha o por la izquierda, da igual), cambiar de carril o sencillamente porque sí. Por supuesto, los pocos semáforos que ves son ignorados. Si acaso, en algunos cruces concretos, algún guardia que detiene momentáneamente, sólo momentáneamente, la circulación.
Con mucha frecuencia veíamos también puestos de la policía. Estando nosotros allí hubo un atentado yihadista: una bomba explotó al paso de un autocar de turistas matando a cuatro personas. La presencia policial y militar es abundante. El gobierno mima a los turistas, no en vano el turismo es su segunda fuente de ingresos (por detrás de los peajes de los barcos por el Canal de Suez). De todas formas, es cuestión de suerte que te pueda pasar algo aunque, como les contaba a mis compañeros, es más fácil sufrir un atentado en Francia que en Egipto.

Siempre que los veía rogaba para que tuviesen echado el seguro del kalashnikov, no fuese a darles un ataque de tos…
En una ciudad tan grande hay barrios para todos los gustos, incluso lujosas zonas residenciales, que las hay, pero el nivel es modesto, pobre o muy pobre. En las zonas de «clase media», por llamarlo de alguna manera, enormes bloques que a nosotros, occidentales burgueses, nos parecerían feos, pero que para ellos es un grado por encima de la media. Lo más frecuentes son barriadas de casas con su ladrillo sin revocar (total, ¿para qué?, si allí nunca llueve…) y con los hierros de la ferralla asomando en el último piso. ¿Es que se les acabaron los ladrillos?…no. Es que, para cuando se les case un hijo, no tienen más que armar un forjado con la ferralla, colocar los ladrillos y, ¡ale!, ya tenemos otra planta…
Y todo esto, con una masa igualmente densa de peatones que cruzan entre los coches porque, aunque veas unas rayas de paso cebra pintadas en el suelo no te engañes: están de adorno, al igual que los semáforos. En mi primer viaje a El Cairo y ante estas calles de 2, 3 o 4 carriles por cada lado atestados de vehículos, miraba «aquello» un tanto asustado ante la posibilidad de no poder cruzar. ¡No te preocupes –me dijo un cairota-, cógete de la mano de un lugareño que vaya a cruzar, mira al suelo y cruza despacito!… Efectivamente: éste es el truco, porque si cruzas corriendo los coches no te podrán esquivar y morirás atropellado. Hay que cruzar despacito, como ellos. Y el sistema funciona porque, pese a tanto coche, manteniendo distancias de escasos centímetros unos de otros, no se ven accidentes. A nosotros, urbanitas occidentales, nos parece imposible, moriríamos en el empeño. Pero es su sistema, y les funciona.
La última tarde en Egipto, ya de vuelta de tanta piedra, teníamos la tarde libre y, deseosos de gastar nuestras últimas libras egipcias y de darnos un baño de multitud, decidimos unos pocos ir hasta el gran mercado que rodea la plaza de Khan al-Khalili (o, más propiamente, Jan al-Jalili, como pronuncian ellos). El Amado Líder, siempre paternal con nosotros, se ofreció a acompañarnos. Desde el hotel sería una caminata de 20 o 30 minutos, dijo, pero…¡qué 20 o 30 minutos!. Las primeras calles que cruzamos no tuvieron demasiada dificultad, el tráfico allí no estaba «demasiado» denso (para lo que es El Cairo), aunque al comienzo nos dió un poco de miedito. Utilizando el método cairota, fuimos cruzando. Pero cogimos soltura: a la 4ª o 5ª calle, ya parecía que hubiésemos nacido allí.

Uno de los callejones que rodean la plaza de Jan el-Jalili
Según nos íbamos acercando a Jan al-Jalili, aquello fue cogiendo más «sabor»: puestos abarrotados pegados unos a otros aprovechando cualquier hueco, multitud de gente caminando por donde podía y, en las callejas donde ya no entraba un coche, motos, carricoches o los carros de mano de los repartidores. Aprendiendo a esquivar las motos haciendo un gracioso quiebro, como los toreros… Para mí que (¿ya lo dije antes?) nací en El Rastro y me encantan los mercados callejeros, aprovecho cualquier viaje para recorrerlos. Aunque tengo que reconocer que, ante el Jan el-Jalili, todos los demás (el Mauer Park berlinés, Le Marché aux Puces parisino, El Rastro madrileño, incluso los tercermundistas mercados de Bamako, los zocos marroquíes o argelinos) se quedan cortos…
Jose Ramón nos condujo a la tienda de un amigo. En semejante caos de calles, nos metimos por una oscura callejuela donde, en oscuro portal y subiendo unas escaleras, llegamos a una especie de corrala, en cuyo derredor se abrían muchas tiendecitas. ¿Quién coños puede encontrar ésto?, me pregunté, y sin embargo las tiendecitas estaban llenas y la del amigo de José Ramón («Jordi», se hacía llamar, tal cual, aunque era cairota con pedigrí, en su tarjeta consta como Mohamed el-Naby) estaba a rebosar de japoneses y de europeos. La tienda, llena hasta el techo de reproducciones arqueológicas, de pañuelos, de papiros, de objetos de alabastro, de imanes, de pequeñas joyas…Las chicas, entusiasmadas revolviéndolo todo, como en las rebajas, era una locura. Tengo que reconocer que hasta yo, que no quería comprar nada, me fui al final con un pañuelo para el cuello y un gran vaso de alabastro… Imposible sustraerse a la fiebre de Jan al-Jalili…

En ca’Jordi, la tienda de nuestro amigo. En primer lugar Puri-la-decidida y Resu. Detrás de ellas, Elisa
Poco antes de llegar a la tienda de Jordi-Mohamed el-Naby, Jose Ramón nos sugirió tomar una cerveza en un lugar que a él le gustaba mucho y donde solía parar cuando iba a El Cairo. …¡Por supuesto, donde tú nos digas!… (no dijimos esta vez lo de Amado Líder pero sin duda lo pensamos todos) y, paternalmente conducidos por Jose Ramón, nos metimos en el Hotel Windsor. En tiempos de la ocupación británica, nos contó, fue la sede de los oficiales ingleses. Actualmente es un pequeño hotel con cierto aire vintage. Lo primero, el ascensor: de madera y metal, amplio. Jose Ramón nos explicó que es el ascensor más antiguo de toda África…y todavía en uso. ¡El más antiguo y con el ascensorista con menos dientes!…nos aclaró, riendo, una de las chicas que se atrevieron a subir en él. Los demás, por la escalera hasta la 1ª planta donde se encontraba el bar.
Excepto por el camarero, autóctono, no sabías si te encontrabas por arte de magia en un club inglés o en Suiza. Adornaban las paredes trofeos de caza muy poco egipcios: cráneos de corzo, de rebeco, de íbice de los Alpes o una lámpara adornada con cuernos de ciervo. En las paredes algún banderín típico de los clubes ingleses y en las paredes de la escalera, bonitas imágenes de los Alpes nevados. Imágenes exóticas para cualquier egipcio, aunque no creo que allí entrasen muchos. La respuesta a tanto misterio digno de los corredores de las pirámides consistía en que, tras la ocupación británica, lo compró un suizo, que se encargó de darle un toque de su tierra. Sin duda sentía morriña el buen hombre de la nieve de sus Alpes, entre tanta arena.

Tomando una cervecita en el Windsor. La foto nos la tomó nuestra amiga Susi, la de Connecticut
Pedimos unas cervezas y al llegar el momento de las fotos y de los selfies se nos acercó una anciana señora sentada en otra mesa, ofreciéndose a disparar los móviles. Realmente, lo que le apetecía era pegar la hebra con un grupo tan simpático como el nuestro. Aceptó sin remilgos el ofrecimiento de sentarse y le faltó tiempo para contarnos su vida: se llamaba Susi, tenía 82 años, vivía en Connecticut, donde tenía una agencia de viajes con la que había dado ya tres veces la vuelta al mundo (conocía más de 140 países), y estaba a punto de comenzar la cuarta. Se acercó hasta nosotros con un sesentón discreto, alto y distinguido. Viejo para ser su hijo pero joven para ser su marido, pensamos. Pero nuestra ya amiga Susi nos lo presentó sin el menor pudor: era su segundo marido, más que un amante un caballero de compañía para sus viajes con el que llevaba casada unos meses… Si alguna vez se cansa de mí –nos confió- podrá irse cuando quiera, no habrá ningún problema, e incluso tengo dispuesto un dinero para él. Y entonces, volveré a casarme con otro hombre veinte años más joven que yo… ¡Chapeau por Susi!…A éso llamo yo tener las cosas claras…
Tras la cervecita en el Hotel Windsor y las compras en Casa Jordi, tocaba volver al hotel para cenar. Jose Ramón nos aconsejó hacerlo en taxi. Hombre curtido en las lides egipcias, negoció con unos taxis de la plaza Jan al-Jalili el precio: 50 libras egipcias (dos euros y medio al cambio, ¡un pastón!) hasta el hotel y ya, confortablemente a salvo dentro de los coches, tuvimos nuestra última experiencia de lo que es el tráfico cairota. De nuevo pitidos y más pitidos, de nuevo meter el morro por espacios inverosímiles que a nosotros nos hubieran supuesto roces contínuos con los otros vehículos, ganando espacio muy poco a poco para avanzar, pero avanzando. ¡Chapeau por los taxistas cairotas!. Y sin mayor problema, llegamos al hotel.
Mañana tocaba levantarse a las 6 para coger el avión de vuelta, pero además había que tener en cuenta que hoy nos habíamos levantado a las 4 para tomar cuatro vuelos: Assuan-Abu Simbel, Abu Simbel-Assuan, Assuan-Luxor y Luxor-El Cairo, recorriendo en un día el país de extremo a extremo. Estábamos muertos de cansancio, pero aún tuvimos el valor para tomarnos la última cerveza Stella de despedida de Egipto, en el bar del hotel. Aunque lo pedimos, no tenían «Crocodyle tail»…¡lástima, para la próxima!…
4/ Si hoy es martes, ésto es Bélgica. El Síndrome de Sthendal
La primera frase no es mía. Es el título de una película de 1969, dirigida por Mel Stuart en la que se narra el viaje frenético de un grupo de turistas norteamericanos que, en dos semanas, recorren siete países europeos. La rapidez del viaje hace que, en algún momento, pierdan la noción de en qué país están, de ahí el título de la película…
…Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados…
La segunda frase tampoco es mía. Es del escritor francés Sthendal, sacada de su libro Nápoles y Florencia, y es como describió su propia sensación -con temblor de piernas incluído, añadió él mismo- al salir aturdido, semiatontado, abrumado de la basílica de la Santa Croce, en Florencia. Sencillamente, estaba saturado de tanta belleza, ya no le cabía más en el alma.

En nuestro periplo no todo fueron piedras. Cerca de Luxor comimos tres días en el restaurante de unos conocidos de Jose Ramón. El último día nos obsequiaron con un espectáculo musical, más auténtico que el «de Las Vegas» de la cena de Nochevieja
Aunque Pausanias nos proporcionó a cada uno, como acostumbran, un cuaderno con mapas, planos de los templos, reconstrucciones de los mismos y demás información, he de reconocer que a veces me sentía perdido, confuso, como los de la película antes citada, con el «disco duro» saturado en mi cabeza. Tomaba notas en una libreta como muchos de nosotros, consultaba por las noches en mis guías y en el cuaderno. Procuraba estar atento a las explicaciones de Jose Ramón pero no siempre estaba al alcance. ¿Estas paredes, estas escenas, estos pilonos?…¿ésto es Kom Ombo, el Ramesseum, Dendera, Abydos?… ¿Esa imagen de Ramsés a punto de hundirles la cabeza a sus enemigos, no la hemos visto ya?…Si hoy es martes, ésto es Bélgica…¡Todo tan grandioso, tan abrumador!…creo que a punto estuve de sucumbir al Síndrome de Sthendal.
Debo confesar ahora que no me escucha nadie que, como acostumbro en estas situaciones, o como cuando paseo por la montaña, a menudo dejaba reposar la cámara y todas sus fotos habidas y por haber
en el bolsillo y me apartaba del grupo, sentándome en alguna milenaria piedra para contemplar, tranquilo y en silencio el conjunto. No es que no me interesasen los sabios comentarios del Amado Líder, no es que estuviese cansado, no es que «pasase» de mis compañeros…sencillamente estaba dejándome «empapar» con calma de todo aquello. Para mi consuelo no era el único, algun@ viajer@ me confesó lo mismo: demasiada historia y demasiada belleza juntas. Más de tres mil años comprimidos para once días de viaje.
Visitando las pirámides me despisté en exceso. Yo ya había visto la Gran Galería que penetra en la de Keops la otra vez que estuve y, mientras un grupo entró a verla, nos acercamos Víctor -el delegado de la agencia- y yo con otro grupito, rodeando la pirámide, que quería ver la reconstrucción de la Barca Solar. Pero como también la había visto ya, me dediqué a pasear con calma contemplando aquella grandiosidad, rodeando la Gran Pirámide. Habíamos quedado todos en la cara norte, donde se abre la entrada a la Gran Galería, a una hora concreta.
Andando el rato me acerqué, y esperé…y esperé….y esperé… Cerca de una hora estuve, soportando el acoso de la multitud de vendedores de papiros, de pequeñas pirámides y demás souvenirs. Más que la frase mágica de ¡la, sukran! (¡no, gracias!) que les iba repitiendo, yo creo que al final se habían aprendido mi cara y me fueron dejando en paz. Tuve tiempo, aparte de fumarme varios cigarros y de pensar mosqueado…¿dónde coño se habrán metido todos éstos?…, de contemplar las multitudes de turistas de todos los países y de todos los colores que repetían las caras de asombro, que disparaban fotos…¡qué a cientos…a miles!…o que subían dispuestos a ser tragados por la Gran Pirámide, y sobre todo de contemplar a los naturales que ofrecían paseos en calesa, en camello o a caballo.

Un simpático calesero de los muchos que ofrecían sus servicios a los turistas
Y recordé, viendo a los camelleros, una experiencia total la otra vez que estuve aquí. Junto a la familia de «granaínos» quisimos, nuestra última tarde, despedirnos de la Esfinge. Pero al llegar, unas vallas nos impidieron el paso. Habían preparado el recinto con abundantes sillas para un espectáculo de luz y sonido. Estando acodados en las vallas y mirando tristones a nuestra querida Esfinge se nos acercó un egipcio: ¿queréis acercaros hasta las pirámides?… El acceso a los turistas ya estaba cerrado, pero nos ofreció alquilar unos camellos o unos caballos hasta llegar al mismo pie. Dicho y hecho: algunos nos subimos a caballo, otros en camello, y dando un gran rodeo por la parte de atrás, nos fuimos acercando dando pequeñas galopadas-con nuestra pequeña tormentita de arena incluída- hasta la mismísima base de las pirámides. Estaba atardeciendo, ya no había turistas, estábamos maravillosamente solos y, excepto algún vigilante a camello que se nos acercó y al que nuestro guía le daba discretamente unos billetitos, tuvimos la sensación de ser los dueños de todo aquello.
Al final, y tras un par de llamadas nerviosas con el móvil, recuperé al grupo. Se habían dispersado: unos procedentes de la Gran Galería, otros de la Barca Solar, y lo cierto es que, a fuer de ser sincero, creo que yo me acerqué al punto de reunión unos diez minutos más tarde de la hora fijada… nadie sabía si yo estaba con los unos o con los otros. Estaban al pie de la pirámide de Kefrén y, aliviado de no saberme perdido, me dirigí hacia ellos, volviendo a rodear de nuevo la Pirámide (¡y anda que no es grande, la jodía!). A medio camino me esperaba el bueno de Ahmed (¡señoreees, por favooor!), al que se veía también aliviado de recuperar a la ovejilla descarriada.
5/ Faraones, más faraones, y algún saqueador
Si el Nilo fue el elemento propicio para el desarrollo de Egipto, los faraones fueron la cabeza principal para organizar ese desarrollo. Pero ya empezamos mal, no era tan simple. En los más de tres mil años (datados) en que se extendió su poder hubo de todo: conspiraciones dinásticas, luchas internas, periodos de gran esplendor, periodos de decadencia, movimientos religiosos «secesionistas» o golpes de estado… La lista de los faraones, englobados en sus correspondientes periodos y dinastías es larguísima. Se consideran por los expertos hasta XXXI dinastías, y no sólo de egipcios: las hubo de hiksos, nubios y persas (sin hablar de los ptolemaicos, de origen griego).
Incluso en algunos casos los sucesores sometieron a los testimonios de sus predecesores a lo que los romanos llamaron una damnatio memoriae: en latín, una «condena de la memoria», una censura para intentar borrar de la historia a aquellos indignos -según los censores- de ser recordados. El método: una destrucción de sus monumentos o un minucioso martilleo de sus nombres (bajo la forma de los cartuchos) o de sus figuras. Aunque no fueron los únicos en destruir. Los cristianos recién llegados también destrozaron a mansalva aquellas «herejías» o, más tarde, los musulmanes también le dieron con entusiasmo a la piqueta (ejemplos recientes tenemos con las destrucciones de restos milenarios en Próximo Oriente).
Un par de ejemplos conocidos de damnatio fueron al que se sometió la faraona (nada que ver con Lola Flores) Hatsepshut o, sobre todo, el más conocido hoy día del «faraón hereje» Akenatón. Durante 20 años (entre los 1350 y 1330 a.C.) instauró un nuevo culto, en contra de los todopoderosos sacerdotes de Amón, para lo que construyó una nueva capital, en Tell el-Amarna. Sus imágenes son famosas, con una nueva iconografía más «realista» (dicen algunos que deformada), y sobre todo por las imágenes de la reina Nefertiti, esposa real de Akenatón y paradigma de la belleza.
Nuestro egiptólogo de cabecera Jose Ramón nos informó, de forma muy clara y amena como siempre, que el poblado de artesanos de Deir el-Medina, los encargados de construir y decorar las tumbas de los Valles de los Reyes y las Reinas, cerca de Luxor, y que mantuvo su actividad a lo largo de 450 años, fueron llevados a Tell el-Amarna y reeducados para plasmar esta nueva iconografía, tarea que profesionalmente hicieron aunque, una vez acabado este periodo «hereje» de veinte años, fueron llevados a sus antiguas casas y reanudaron su antigua forma de representar a sus nuevos señores. Con relación al famoso busto de Nefertiti, actualmente en el Museo de Berlín y considerado hoy día una de las «joyas» del arte egipcio, los arqueólogos lo encontraron tirado entre otros restos en el antiguo taller del artesano, del que nos ha llegado el nombre: Tutmose. Una vez acabado su momento de gloria, para Tutmose ya no tuvo ningún valor y allí lo dejó, sin más, entre escombros, en el suelo.

Una de las famosas escenas de la familia real de Akenatón, con su peculiar estilo
Porque para los propios egipcios aquellos restos «viejos» muchas veces ya no eran más que «trastos» que estorbaban. Algo así como pasó en España tras la mecanización del campo, cuando todos aquellos instrumentos como los rastrillos, los cedazos o los viejos trillos perdieron su utilidad y acabaron arrumbados y llenos de telarañas en las cuadras, ahora sin animales. Tuvieron que pasar muchos años para que aquellos «trastos» inútiles cobraran valor y hoy día se vendan como joyas en los anticuarios y almonedas.
Un ejemplo de «trastos» que estorbaban lo constituye lo que el arqueólogo francés Legrain encontró excavando en el gran templo de Karnak, en Luxor. En un área entre el VIIº pilono y la Puerta de Ramsés, y muy cerca del estanque sagrado, Legrain encontró la friolera de 751 grandes estatuas (algunas muy grandes) y estelas, más unas 17.000 pequeñas figuras, la mayoría de bronce. Legrain lo llamó le cour de la cachette (que podemos traducir como «el patio del escondrijo», del francés cacher = esconder), más abreviado en el argot de los egiptólogos como cachette . Lo cierto es que no estaban allí amontonadas, cual escombro, sino más o menos «colocaditas»: los egipcios eran conscientes de su importancia pero, ¿por qué las tiraron alli?… Según algunos, los sacerdotes ya en época ptolemaica las escondieron para protegerlas de los nuevos faraones de origen griego, aunque es cierto que la dinastía de los Ptolomeos respetaron los templos e incluso construyeron otros nuevos, siguiendo los antiguos modelos. Otra teoría con la que yo estoy más de acuerdo es que, sencillamente, ya no les cabía tanta estatua. Tras miles de años de faraón tras faraón, el templo estaba «petado» y necesitaban hacer sitio para las que seguían fabricando y colocando. La gran mayoría que podemos ver en el Museo Egipcio de El Cairo salieron de allí, del cour de la cachette.
Ante tanta tumba, tanta momia y tanto tesoro enterrado (los faraones eran muy, muy ricos, tenían oro a espuertas), la tentación para los ladrones fue tremenda, pero no hizo falta esperar mucho: desde los primeros enterramientos los saqueadores hicieron su agosto. Solamente unas pocas tumbas intactas, que se pueden contar con los dedos de una mano, fueron descubiertas por los egiptólogos. Su gran desafío, su gran sueño es encontrar alguna tumba «vírgen». Hasta «El Gran Faraón», el arqueólogo egipcio Zahi Hawass, ex-ministro de Antigüedades Egipcias y al que tuvimos el placer de saludar en el lujoso Hotel Winter Palace, de Luxor, sigue empeñado en la tarea, incansable, a sus 71 años. La última, es que «cree» que ha descubierto la tumba de Cleopatra, en el Delta…
Hasta la más famosa de las tumbas, la de Tutankhamon, famosa precisamente por haber sido hallada intacta…no lo estaba. Pocos años tras el enterramiento de Tutankhamon, los hábiles saqueadores de tumbas entraron en ella, se llevaron oro y joyas y si no se llevaron o no destrozaron más fue precisamente por ser pequeña e incómoda, dejando alguna cámara sin abrir, aunque es cierto que en las fotos realizadas in situ nada más abrir las cámaras aparece todo amontonado, extraña un poco ese desorden tan poco «faraónico»… Hay algunos puntos oscuros en su «descubrimiento», en 1922. La historia de la maldición de la tumba ha llenado novelas, casi todo el mundo la conoce. Pero hay algunos pequeños detalles. En el palacete inglés de Lord Carnavon, patrocinador de la excavación y jefe de Howard Carter (el encargado de la excavación), apareció hace unos años escondido tras una librería otro cachette, un escondrijo con varias piezas pertenecientes a la tumba de Tutankhamon, al parecer anteriores al descubrimiento «oficial».
Pero hablábamos de los saqueadores. Desde los comienzos se saquearon las tumbas (hoy día el contrabando de objetos robados continúa), y tanto faraones como sacerdotes lo sabían. A menudo se colocaban inscripciones con maldiciones del tipo de…la muerte abatirá sus alas sobre aquel que turbe el sueño del faraón…hasta algunas otras mucho menos poéticas, tales como…a aquel que entre se le retorcerá el cuello como a un pollo… A los ladrones pillados en falta les esperaban graves castigos. Unos documentos nos cuentan que Tramun (carpintero), Hapi (cantero), Kemwese (aguador), Amenheb (campesino) y Ehenufer (esclavo), que habían confesado bajo terribles torturas haberse llevado…todo el oro de las momias del dios y de la reina…fueron azotados hasta que las palmas de sus manos y las plantas de sus pies quedaron irreconocibles, y después fueron ejecutados. Pero, ¡ay!, los campesinos siempre son pobres, y los pobres siempre desearán dejar de serlo. Y la tentación, en un país como Egipto, siempre está ahí. Un caso conocido fue el de la familia el-Rassul, de Kurna, del que podemos seguir la pista entre 1871 hasta 1902.
Kurna es hoy un poblado que las autoridades han obligado, no sin resistencia, a abandonar, situado en la zona de Deir al-Bahri, justo en la región de Luxor donde más tumbas hay: el Valle de los Reyes, el Valle de las Reinas, el Ramesseum o el templo de Hatsepshut, entre otros. Nadie estaba más familiarizado con todos los rincones del Valle de los Reyes que los descendientes de quienes habían trabajado en las tumbas, y los habitantes de Kurma llevaban allí desde siempre. En 1871 aparecieron en el comercio europeo unos papiros ilustrados de una calidad excepcional que, además, pertenecían a un periodo del que se sabía muy poco hasta entonces. Los expertos del Departamento de Antigüedades de El Cairo sospecharon que procedían de una tumba que ellos no conocían. Con la ayuda de un «espía» norteamericano disfrazado de comprador rico y cual un auténtico Sherlock Holmes, fueron poco a poco cerrando el cerco. Lo asombroso es cuando, más tarde, comprobaron que durante diez años el contenido de una tumba había estando alimentando, de una forma o de otra, a casi todo el pueblo. Sólo la familia el-Rassul conocía la existencia de la tumba, y la severa policía egipcia se puso en acción. Durante tres largos meses los hermanos Ahmad y Hussein Abd el-Rassul aguantaron en los calabozos las torturas como leones sin abrir el pico, aunque al final Muhammad, el cabeza de familia, confesó, sacando a sus hijos de la cárcel y recibiendo 500 libras como compensación.
Condujo al arqueólogo alemán Emile Brugsch, por aquel entonces representante del Departamento de Antigüedades, a un agujero escondido en el circo del desfiladero que rodea el templo de Hatshepsut. Tras descender por un estrecho agujero de 15 metros sujeto a una cuerda e iluminado por una vela, el alemán no podía dar crédito a sus ojos: allí estaban los restos de varias momias ilustres, de las de «Primera División» (Ramsés II, su padre Seti I, Tutmosis II, Tutmosis III y Amenhotep I), escondidas por sacerdotes celosos de su deber para impedir, precisamente, que los cuerpos fuesen profanados. Brugsch calculó que con los tesoros que guardaba este otro cachette (¿cuántos cachette no quedarán esperando ser descubiertos?), este escondrijo, el pueblo entero podía haber vivido el resto de sus vidas. Organizó una escolta de 300 guardias y durante dos días trasladaron los restos al Museo Egipcio, dejando allí sólo la momia de Amenhotep I. Cuenta que, según fueron sacando las momias, un grupo de mujeres las veían pasar, llorando y tirándose de los pelos. Me entra la duda si sería un llanto fúnebre por los difuntos, tipo plañideras, o si es que se desesperaron porque se les había acabado el «chollo»…
Pero no quedó ahí la cosa. En 1902 Carter, inspector jefe del Departamento de Antigüedades, fue llamado para investigar un robo en la tumba de otro Amenhotep, en este caso el IIº. Al parecer, un grupo armado se había abierto paso entre los vigilantes y, tras saquear, habían sacado el cuerpo del faraón de su féretro dejándolo tirado por el suelo. Al igual que en la tumba anteriormente citada, la descubierta por Brugsch, en ésta (otro cachette más para la lista) los sacerdotes habían escondido en cámaras laterales los restos de unos cuantos faraones: Tutmosis IV, Amenhotep III, Meremptah, Seti II, Siptah, Ramsés VI y la de una mujer sin identificar a la que se conoce como la «Mujer Desconocida». Esta vez la policía, ayudada por el olfato de perros, siguieron el rastro de los ladrones que les condujo…¿hasta dónde?…¡bingo!…hasta la casa de la familia el-Rassul, en el poblado de Kurma. Como el jefe del clan colaboró con la policía desde el principio no hubo mayores consecuencias….¡Total, si ya eran viejos conocidos!, ¿para qué vamos a complicarnos la vida?…esto es Egipto, señores…
Otro caso reciente, sin llegar a considerarse saqueo como tal, fue el de una vieja campesina que, en 1887, acarreó un saco lleno de tablillas de arcilla que había encontrado en lo que fueron los restos de una casa, trabajando sus tierras, en la zona de Amarna. Intentó venderlas a comerciantes de antigüedades que le compraron unas pocas a muy bajo precio, al estar llenas de signos ininteligibles y considerarlas sin valor. Pero alguna de las tablillas llegó a los siempre alertas expertos del gobierno, a los que no les costó trabajo rastrear hasta llegar a la pobre vieja. Desde luego, estaban escritas con el sistema cuneiforme, pero al no estar en sumerio (que era lo normal) no las consiguieron descifrar. Conscientes de que «aquello» podía ser importante, consiguieron dar con el quid de la cuestión: las tablillas estaban escritas en acadio, en aquel momento la lingua franca, impuesta como la lengua internacional del Asia Menor. Se trataba de un conjunto de 300 tablillas, lo que hoy se conocen como la «Correspondencia de Amarna», o las «Cartas de el-Amarna», entre los asirios y la corte del faraón Akenathon. El problema es que, al ser un idioma muy poco conocido por los escribas egipcios (no era ni sumerio ni siquiera babilonio), estaban mal escritas, en esa «maldita lengua extranjera».

No todos los bajorelieves eran de tema mitológico. En éste se representan instrumentos médicos: sierras, pinzas, curetas, ventosas… A la izquierda representación de dos mujeres de parto, en postura obstétrica
Pero no deja de resultarme curioso cómo a lo largo de esos tres mil años (cuatro mil, si consideramos el periodo pre-dinástico) los sucesivos faraones repitieron los mismos motivos una y otra vez. Por ejemplo: en la paleta de Narmer (=Menes) que pudimos admirar en el Museo de El Cairo, considerado el fundador de la Iª Dinastía y unificador de Egipto, datado según los diferentes métodos entre los años 3150 y 2920 a.C., se ve una imagen que ser repetirá, sobre todo por Ramsés II, el gran guerrero pero también en otros, del faraón sujetando por el pelo a sus enemigos con la mano izquierda, y a punto de darles el golpe de gracia con una maza que sujeta en la otra. Siempre con el pie izquierdo adelantado.


Reproducción de la Paleta de Narmer en la tienda del «Winter» y escena de Ramsés II. En ambas, ejecutando a sus prisioneros, con la misma postura. Entre las dos, más de 1.700 años de distancia
La iconografía egipcia me recuerda por su complejidad a la hindú, con un horror vacui que no deja en los thankas budistas hueco por rellenar, y en los que cada detallito tiene su mensaje. En las paredes de templos y tumbas egipcios no hay espacio para más imágenes, y con un panteón igual de complejo. Dioses y semidioses, cada cual con sus características propias de cabezas de animal (chacal, ibis, cocodrilo, vaca, halcón, buitre…), con soles, brazos alzados, escarabajos o serpientes, cada cual con un significado concreto y en las que se repiten sus gestos y sus ofrendas de dones, o los propios faraones, indicándonos según sus coronas (que detallan del Alto y del Bajo Egipto) y sus tocados (con cobra o con buitre), marcando la ubicación territorial de sus dominios o sus ropajes.

La famosa máscara de oro de Tutankamon en el Museo Egipcio de El Cairo, con su clásico tocado nemes y en la frente las cabezas de la cobra y el buitre, símbolos respectivamente del Bajo y del Alto Egipto
Hasta las plantas nos dicen algo: la flor del loto simboliza el Alto Egipto (río arriba, para entendernos), mientras que la del papiro representa el Bajo Egipto (río abajo). Los estilos varían algo, pero las posturas son similares. Una de ellas es la posición típica, cuando están de pie, con la pierna izquierda adelantada…La postura militar…nos detallaba el bueno de Ahmed. Cierto, pero…¿por qué?. Pues muy fácil: es la posición en que un soldado hará más fuerza y mantendrá su equilibrio cuando, con su mano derecha, empuñe una lanza o una espada. La misma postura que nos muestra, a lo largo de tres milenios, al faraón ajusticiando a aquellos desgraciados que intentaron desafiarle. Al fin y al cabo, los faraones no dejaban de ser reyes guerreros.

Del mismo Tutankamón y en el Museo Egipcio, detalle de la conocida como la Caja Pintada donde se pueden observar, bajo el carro del faraón, los grandes perros empleados para la guerra mordiendo a sus enemigos, en este caso, nubios. En el otro lado de la Caja Pintada, están atacando a enemigos asiáticos
En uno de los templos se veían escenas de montones de manos cortadas a los prisioneros, incluso de penes…aventuramos si sería para llevar una contabilidad de las victorias, o simplemente porque sí. Y una representación frecuentísima era la de prisioneros maniatados, distinguibles por su aspecto: libios, asiáticos, nubios… Para nosotros, occidentales influídos por el marketing, podíamos pensar que era una propaganda del faraón victorioso y una advertencia a sus enemigos, pero no. Jose Ramón nos insistía siempre que las escenas de ofrendas, de cosechas, de vacas o de caza en los templos no eran marketing diciendo: «¡qué valiente y qué rico soy!». El faraón se estaba dirigiendo en exclusiva a su dios. Las escenas de prisioneros, lo mismo: era una ofrenda en privado a su dios. Nadie entraba a los templos, excepto el faraón y los sacerdotes, nadie iba a contemplar esas escenas y, menos que nadie, los desgraciados de sus enemigos. A ésos más les valía correr, pero nunca entrarían en los templos.

Bajorelieve en Abu Simbel de prisioneros maniatados, de diferentes orígenes según evidencian sus tocados. Frecuentes en todos los templos donde se representaron batallas, que eran muchos.
Pero, al igual que el amor es eterno mientras dura, el Egipto faraónico alcanzó su fin. El emperador romano Teodosio decretó en el año 380 que el cristianismo sería la única religión en todo el imperio, incluyendo a Egipto. La última inscripción en jeroglífico se realizó en el año 394, en el templo de Isis, en la isla de Philae.
6/ El Nilo, un río encajonado que da para mucho.
…saber del sol do naçe, el Nilo de do mana… En tales versos, el autor anónimo del Libro de Alexandre (inicios del Siglo XIII, y que dio origen al género del llamado Mester de Clerecía), pone en boca de un idealizado Alejandro Magno su inquietud por saber lo hasta entonces desconocido: ¿de dónde sale el Sol, dónde nace el Nilo?...

Verdes cultivos, bendecidos por el agua del Nilo
En los desplazamientos en autobús, tanto siguiendo el curso del río como cuando nos metíamos por zonas rurales, me (nos) impresionó el tremendo verdor de sus cultivos: campos y más campos que a veces se extendían en lontananza. Si consideramos que Egipto es un país que, en su inmensa mayoría, es un país árido y desértico, está claro que la clave de su vida y desarrollo nació a las orillas del Nilo. Los egipcios lo sabían, está claro, y los faraones construyeron «nilómetros» en varios puntos no por «curiosidad científica» sino por un prolijo tema fiscal: a más crecidas, más terreno inundado. Más cosechas, y más impuestos.
Porque una cosa estaba clara: las crecidas anuales (las hay detalladas hasta de cinco metros sobre el nivel usual del río) al retirarse, dejaban sus orillas con una capa fertilísima de limo negro que permitía crecer todo lo que se sembrara, a veces con dos y hasta tres cosechas anuales, de las que dependía la vida de sus habitantes. Si, por las causas que fueran, el Nilo sufría sequías y no se producían las crecidas, era la muerte por hambre. De ahí historias como la maldición bíblica de «las siete vacas flacas» que venían a explicar siete años seguidos de sequía. De ahí el interés de los sacerdotes y faraones por construir canales para repartir el agua y poder sembrar en otras tierras, el acumular en silos el trigo excedente para los años «de vacas flacas»…
Y de ahí la especial protección a los gatos como eficaces «raticidas». Los antiguos egipcios pueden colgarse la medalla de haber sido los primeros en domesticar al actual gato, el Felis catus. Su agriotipo o antepasado salvaje es el gato norteafricano, el Felis lybica, común en el norte de África y Asia Menor. Pero se trata de un animal apenas desconfiado, con facilidad para acercarse a asentamientos humanos…y más si esos humanos acumulan semillas que atraigan a los ratones, su presa favorita.

Enterramiento de Sylurokambos, Chipre. Podemos ver el esqueleto del gato dentro del cuadrado más claro, en la parte de abajo
El primer indicio de domesticación, datado en el año 7.500 a.C., lo tenemos en una
tumba descubierta en Sylurokambos, en la isla de Chipre, donde se encontró el esqueleto (intacto) de un gato de unos diez meses de edad, junto a un hombre joven, de unos 30 años. Lo curioso es que se trataba de un Felis lybica. Y dado que en Chipre no existían gatos salvajes, el hecho nos demuestra que ese gatito -o sus progenitores- fue llevado a la isla a bordo de los barcos de los primeros pobladores neolíticos, en calidad de mascota. El primer gato doméstico como tal bajo su especie de Felis catus se encontró en Mostagedda, en el Alto Egipto, y se dató en unos 2.000 años a.C. La diferenciación de especies, os aclaro, se realiza por estudios anatómicos, sobre todo en el cráneo y dentición…¡palabra de veterinario, y especialista en gatos, además!…

El antepasado de nuestro gato doméstico, el Felis lybica norteafricano, cazando una víbora del desierto
Hay historias como la de los persas, narradas por Polieno (general macedonio al que se achaca a veces que estaba…más interesado por la fantasía que por la exactitud histórica…) en su obra Estratagemas, y en la que nos cuenta que los ejércitos del rey aqueménida Cambises II, al asediar en el año 525 a.C. la ciudad de Pelusio, se escudaron tras gatos para que los egipcios no les lanzaran flechas. O la que cuenta Diodoro de Sicilia acerca del asesinato en el año 60 a.C. de un romano que, accidentalmente, atropelló un gato con su carro, siendo muerto por un soldado egipcio. O las historias que nos cuenta nuestro viejo amigo Heródoto, sobre el luto que guardaban las familias durante los 70 días que duraba la momificación (depilación de las cejas de los propietarios en señal de duelo incluidas) cuando se moría el gato de casa. Heródoto visitó la ciudad de Bubastis en el año 450 a.C., situada en el este del Delta, consagrada a la diosa Bastet -con figura de gato- , diciendo que era…un placer para los ojos…., en la que se celebraba un festival anual en su honor, y al que acudían miles de egipcios de todo el país. Hasta Napoleón, al que no le gustaban nada los gatos, se entrevistó con un sultán otomano manteniendo un gato en su regazo, sabiendo que al sultán les gustaban y así le iba a caer más simpático…
Sin duda los egipcios estaban muy agradecidos a sus gatos por cuidar sus semillas, y hay muchas escenas donde se les representan en las casas, como animales domésticos. Gatos momificados los había a miles y, como en todo, aquí había su cara y su cruz. La cara, la devoción por los gatos. La cruz era que los sacerdotes de Bubastis criaban cientos de gatos a los que, a la edad de 4-6 meses, sacrificaban por el expeditivo método de partirles el cuello, como los análisis de las momias mediante radiografías han demostrado, para atender la alta demanda de momias de gato que los peregrinos demandaban para llevarse a sus casas, como protección. ¡El negocio es el negocio, y de algo hay que vivir!, podrían alegar los sacerdotes…

Bronce egipcio de gata amamantando a dos gatitos, aunque esta foto la tomé en el Museo del Louvre, en París
Pero los muy «comerciales» sacerdotes egipcios no fueron los únicos en aprovechar las momias de los gatos. A mediados del siglo XIX se encontró en Beni Hassan un cementerio con más de 300.000 momias de gato… Eran otros tiempos, no había tanta protección a los restos arqueológicos y un avispado comerciante británico se los llevó hasta Alejandría, donde los metió en las bodegas de un barco y los condujo a Liverpool, donde los vendió casi en su totalidad…¡como abono para los campos!, mezclados con la tierra de la Pérfida Albión. Unas veinte toneladas, al precio de 4 libras de las de entonces por tonelada. Tampoco le salió mal el negocio, los gatos dan para mucho, como el Nilo.
Pero no nos distraigamos, estábamos hablando del Nilo. Los primeros griegos -mentes científicas- que viajaron por Egipto, tal y como Heródoto nos cuenta en sus Historias, se asombraron al ver que, justo en la época más seca y al contrario de lo que sucedía en sus países, el río experimentaba crecidas. Algunos de ellos fueron capaces de elaborar teorías lógicas imaginando montañas lejanas. Lo paradójico es que, cuanto más bajaban hacia el sur, hacia las presuntas fuentes, el país era más y más árido. Los sucesivos intentos por parte de egipcios, griegos y romanos se encontraban con pantanos impenetrables…¿De dónde brotaban sus aguas?… el Nilo, ¿de do mana?…
Ante semejante enigma, poco a poco y tras varias expediciones, que hoy se nos antojan románticas pero que eran muy peligrosas, fueron los británicos los que consiguieron desenredar la madeja del misterio. Pero el descubrimiento de las fuentes es otro tema prolijo que excedería la extensión y el motivo de esta entrada. Dejémoslo para otra ocasión, como el Crocodyle tail, aunque me quede con las ganas de hablar de otro de mis «héroes»: Richard Burton, el explorador (¡por favor, no confundir con el marido de Liz Taylor!) que, entre otras proezas, aprendió árabe en El Cairo -hablaba más de treinta idiomas-, se circuncidó y fue uno de los primeros europeos en viajar disfrazado a La Meca.
En el entorno del río y gracias a la riqueza que proporcionaban sus crecidas, se creó la grandiosa civilización egipcia. Muchos de sus templos, incluso, tenían salida directa al Nilo. Para cuando llegaron los europeos (a los árabes les resultaba un tanto indiferente), se quedaron impactados ante tanta grandeza. Pero eran los comienzos del siglo XIX, la Ilustración había comenzado en Francia unos años antes, y todos estaban ansiosos por saber, por descubrir, por viajar… Al final, fueron los ingleses, siempre mucho más prácticos, los que se quedaron con el pastel. Pero no puedo por menos de imaginarme aquellos británicos, tiesos en sus uniformes e imbuídos por la supuesta superioridad de su civilización, descubriendo asombrados templo más templo…mirando incrédulos las pirámides…algo así como, cuando en la época victoriana, dominaron La India…¡pero si son unos salvajes, si van semidesnudos, si son negros -o casi negros-, si viven entre la suciedad!…sí, pero…¿cómo han sido capaces de construir estas maravillas, a cuyo lado nuestros monumentos no son más que una sombra?…
El Nilo discurre de sur a norte y de sus 6850 km de longitud total, unos 1300 corresponden a Egipto. A cada lado (excepto en el Delta, terreno de aluvión donde se abre como un abanico), las tierras de cultivo cubren una franja que oscila entre unos cientos de metros hasta más de 15 kilómetros. Pero, más allá, y excepto contados oasis, sobre el río se levantan en lo alto las mesetas, por donde se extiende el desierto puro y duro. Un desierto árido, pedregoso, habitado si acaso por beduínos nómadas a lomo de sus camellos, despreciados como «salvajes» por los estables campesinos pero, que a su vez, eran despreciados por ellos, amantes de la libertad que les concedía «su» desierto y que les consideraban casi como a esclavos. La orografía del valle del Nilo ha marcado también su historia, y su cultura. El río ha ido excavando durante millones de años un profundo surco en el terreno calizo, dando lugar a pequeñas montañas y desfiladeros a uno y otro lado. Y son estos cortados, estos desfiladeros los que han favorecido los mitos, la espiritualidad y la religiosidad de los egipcios.
Una de las cosas (entre tantas) más interesantes que nuestro egiptólogo de cabecera, Jose Ramón, nos contaba, fue la importancia que la orientación geográfica tuvo para la construcción de templos y pirámides. Quitando esas teorías esotéricas tan en boga en ciertos medios -se sonreía- de que si los extraterrestres construyeron las pirámides, fue la orientación Este-Oeste, de cara a la salida y la puesta del Sol. No es un tema aislado: en nuestras propias iglesias y ermitas, o monumentos megalíticos como Stonehenge y otros, se orientan teniendo en cuenta ese factor. Pero en concreto y en la mitología egipcia el Sol, deificado bajo su aspecto de Ra, marcaba desde el ritmo circadiano día-noche hasta cuestiones como los solsticios y equinoccios. En algún templo pudimos ver grabados en las paredes calendarios astrológicos, con unas imágenes similares a como conocemos hoy día los doce signos: el aguador (de Acuario), el carnero (de Aries), el león (de Leo), etc.

La Montaña de Tebas, la «pirámide», desde el templo de Luxor
Cuando llegamos a Luxor, donde se concentran la mayoría de los templos, Jose Ramón nos hizo fijarnos en la «montaña de Luxor» y en su forma de pirámide, situada al oeste de los grandes templos de Luxor y Karnak, sitos a su vez en la orilla izquierda del Nilo, o sea, al este. El oeste, el occidente, era el lugar por donde «moría» el Sol. Al pie de la montaña y ya en la orilla derecha, se construyeron otros templos como el Ramesseum, pero con sus puertas orientadas al este. Con la arquitectura sagrada, el Sol salía iluminando sus entradas y pilonos porque, con la orientación Este-Oeste, el sancta-santorum, la capilla del dios, la parte más sagrada del templo, sólo accesible al faraón y los sacerdotes, quedaba ya al Oeste. El Valle de las Reinas se orientaba de forma parecida con una particularidad: la entrada se sitúa en unos cortados donde una gran grieta puede asimilarse a una gran vagina…símbolo femenino.
Montañas = pirámides, pirámides = montañas… Pero donde Jose Ramón nos hizo fijarnos especialmente en la importancia de la orografía fue en el templo de Abydos, unos 40 km en línea recta (si siguiésemos el Nilo sería mucho más, porque forma un gran meandro) al Norte de Luxor. Abydos es uno de los centros de culto más antiguos de Egipto. Se han descubierto unas 300 jarras y tablillas con la primera escritura jeroglífica, datadas por el método del Carbono-14 entre 3300 y 3200 años a.C., encontradas en el enterramiento del soberano predinástico Horus Escorpión I. El egiptólogo francés Émile Amélineau excavó en el año 1894 en la necrópolis de Umm el-Qaab (en árabe: «la madre de las vasijas» al encontrarse allí más de 8 millones de restos de cerámicas), hallando los restos de una ciudad y cementerio de hace más de 5300 años… ¡Impresionante!.. Si tenemos en cuenta que la gran pirámide de Keops se acabó «sólo» en el año 2570 a.C., los restos datados de Abydos serían entonces unos 800 años aún más viejos.
Los soberanos encontrados en las tumbas de Abydos son tan antiguos como de la dinastía de Naqada (3250 a.C.), soberanos predinásticos o de la dinastía 0 (el ya mencionado Horus Escorpión I), de la dinastía I o los últimos de la dinastía II… Insisto: anteriores en casi un milenio a los de la dinastía IV, los constructores de las pirámides… Con tal antigüedad, las tumbas son mucho más sencillas: fosas excavadas en el suelo protegidas por muros de adobe y, las más recientes, con pequeñas estructuras sobre el suelo, precursoras de las posteriores mastabas. Otra circunstancia peculiar de las antiguas tumbas de Abydos fue la presencia de numerosos sacrificios humanos, en una cantidad de varios cientos. Sacrificados, según demuestran los estudios, en el momento (no iban metiendo poco a poco a los difuntos según fallecían, a éstos los enterraban todos de golpe), por el método del estrangulamiento, quizá envenenados con cianuro. Hombres jóvenes, a veces en formación militar, como escoltas, o mujeres (quizá concubinas o esclavas), que acompañaban al soberano para sus necesidades en el más allá. Los jeroglíficos, por si nos quedase alguna duda, muestran también escenas de sacrificios…
Aquí llegamos al quid de la cuestión: Abydos está consagrado al dios Osiris, símbolo de la muerte y resurrección, pero sobre todo al dios Anubis, representado con cabeza de chacal, uno de los símbolos más antiguos de Egipto. En su faceta de chacal, animal nocturno y carroñero que desentierra los muertos para devorarlos (otra vez, muerte y resurrección), a Anubis se le considera como guardián de las tumbas y maestro de embalsamadores. A veces se le denomina como «señor de las necrópolis», «el que está sobre su montaña», o «señor de las cavernas». Está asignado como el vigilante del Occidente: la tierra de los muertos. Y se le describe como partícipe de la reconstrucción del cuerpo de Osiris, asesinado y descuartizado por Seth, inaugurando la práctica de la momificación…otra vez, muerte y resurrección…

El dios Anubis, en el Museo de Egipto, procedente de la tumba de Tutankamon
Y aquí volvemos al tema de la orografía, en la que tanto nos insistía Jose Ramón. La ubicación de Abydos no es casual (en Egipto nada lo es). En los cortados que se levantan…¿hacia dónde?…¡bingo!, habéis acertado, veo que ya estáis aprendiendo: hacia el Oeste, hacia ese Occidente símbolo de la muerte, una profunda escotadura se abre en el desfiladero justo por donde muere el sol cada tarde. En la base de esa escotadura ya se excavaron las más antiguas tumbas entre las viejas tumbas de Abydos y donde Anubis, el señor de los muertos, tenía su reino.

Esta imagen es muy mala, fotografiada directamente del ordenador y ya borrosa en la propia pantalla, correspondiente a Abydos. El templo es lo que se ve destacado en rojo. Sobre él en la figura, zona de tumbas. Pero la he puesto porque se ve muy bien la gran escotadura que se abre en la montaña. Hacia Occidente
Algo debo haber aprendido de Jose Ramón, o algo se me habrá pegado porque ahora, cuando miro las montañas que circundan mi casa ya no veo montañas, sino que me parece ver pirámides…

Vista desde la habitación del hotel. La última tarde en Egipto