Argelia: viaje a las pinturas rupestres del Tassili N’Ayyer

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Viajé al sur de Argelia en tres ocasiones. La última vez fue para hacer un trekking a la cordillera del Tefedest, sobre la que ya hice una entrada para este blog. Las otras dos, para visitar las pinturas rupestres del Tassili N’Adyer y las zonas próximas de Yabaren/Sefar.

En muchas partes del Sahara hay pinturas rupestres, desde Marruecos y Mauritania hasta Egipto y Sudán. Se hicieron famosas aquellas que aparecen en la película El paciente inglés, estrenada en 1996. En ella aparecen las llamadas de «La Cueva de los Nadadores», originalmente en el Suroeste de Egipto, cerca de la frontera con Libia, en la meseta de Gilf Kebir (la Gran Barrera). Pero especialmente en el sur de Argelia y, concretamente, en el Tassili N’Ayer (La Meseta de los Ríos), la abundancia de pinturas es extraordinaria, se han calculado en más de 15.000.

Los primeros descubridores europeos

Para una zona ya de por si bastante despoblada para lo que es el desierto, los habitantes de la zona -los tuareg-  por supuesto ya conocían las pinturas a las que no daban apenas importancia, aunque y como ya comentaré más adelante, tenían sus propias teorías relacionadas con los yinn, los «diablillos» que pululan por todos lados. Tuvieron que ser europeos los que al ir explorando estas regiones tan inhóspitas las descubriesen para Occidente, y se maravillasen de lo que iban encontrando. En concreto, el descubridor de la Cueva de los Nadadores fue el explorador húngaro Lászlo Almásy, en el año 1.933, protagonista de la película El paciente inglés. El investigador exhaustivo de las pinturas del Tassili fue el francés Henry Lothe. Pero antes de él, el que le puso sobre la pista e inicialmente le ayudó, fue el teniente Brenans.

La colonización francesa de Argelia supuso un lento avance desde la costa mediterránea hasta los remotos confines del sur, con la lógica e inevitable resistencia armada de grupos como los tuareg, para nada acostumbrados a que nadie limitase su libertad de movimientos. En 1933 el teniente Brenans patrullaba al frente de un pelotón de camelleros indígenas cuando descubrió, ante su estupefacción, grandes figuras de tamaño natural de animales grabados en las paredes de roca: elefantes, jirafas, rinocerontes, hipopótamos… restos de una fauna totalmente desconocida en aquellos lugares. Los camelleros se estaban moviendo por el reseco cauce del Ued Yerat, aproximadamente a unos 150 kilómetros al Noreste de la ciudad de Yanet y de la meseta del  Tassili, en una zona extremadamente árida. Pararon un momento a descansar a la sombra en un cañón de unos 200 ó 300 metros de largo en el que, y a ambos lados del cañón, en unas paredes de 25 ó 30 metros de altura (aunque en exploraciones posteriores comprobaron que los grabados se extendían durante más de 10 kilómetros) descubrieron aquellas figuras que dejaron al teniente Brenans literalmente de una pieza. Brenans no podía saberlo y murió antes de comenzar la gran exploración de Lothe, pero el Ued Yerat, como describiré más adelante, es una de las dos o tres zonas más interesantes en cuanto a contenidos de toda la extensa región del Tassili.

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                                                Jirafas y elefantes

Brenans informó a sus superiores que, a su vez, informaron a Henry Lothe, y allí empezó todo. Henry Lothe gozaba ya de cierto prestigio como etnógrafo y «hombre del Sahara». Con sólo 20 años estuvo tres años vagando en camello como explorador por el desierto, durante los que recorrió unos 8.000 kilómetros. El estallido de la Segunda Guerra Mundial interrumpió durante años las primeras expediciones al Tassili N’Adyer, acompañado de Brenans. Una vez acabada la guerra y patrocinado por el Museo del Hombre de París, Lothe formó un equipo de seis pintores y fotógrafos con los que entre los años 1956 y 1957, y durante diez y seis meses, soportando sed, fríos y calores, exploró la meseta del Tassili y Yabaren, fotografiando y realizando calcos de más de ochocientas pinturas, aunque describió unas seis mil. Reflejó las vicisitudes, las venturas y desventuras de aquel año y medio en un libro titulado El descubrimiento de los frescos del Tassili. En sus recorridos tuvo la fortuna de contar con la inestimable ayuda de un guía targui (singular de tuareg): Yebrine ag Mohamed, un perfecto conocedor de la zona, requerido como guía por militares, científicos y viajeros. Para el trabajo de Lothe y todo lo que supuso la estancia y la exploración del Tassili la presencia de Yebrine fue, sencillamente, imprescindible.

Se supone que los calcos estuvieron largos años en el Museo del Hombre, situado en la Plaza del Trocadero, frente a la Torre Eiffel. Yo ya había estado en el museo con anterioridad pero, en mis primeras visitas a París -la penúltima en el 2004-, aún desconocía el Tassili y esta historia. Para cuando volví la última vez, en el 2012 y con ganas de ver entre otras cosas los calcos, ya me había informado que el Museo llevaba cerrado hacía años por reformas, desde el 2009 exactamente, y así seguía. Sí que pude visitar el recientemente inaugurado Museo de las Artes Primitivas, en el Quai Branly a las orillas del Sena, donde habían llevado parte de las colecciones del Museo del Hombre y donde albergaba la esperanza de encontrármelos. El nuevo museo es una auténtica maravilla, merecedor de una visita…pero los calcos no estaban allí.

Investigando por internet y gracias a «San Google» pude acceder al blog del barcelonés  Carlos Mesa -con el que he podido comunicarme gracias a internet- , periodista, escritor y viajero, donde cuenta que a finales del 2008 se acercó hasta el Museo del Hombre con mi misma intención: ver los famosos calcos que hizo Lothe en Argelia. Tampoco estaban allí (nos persigue la maldición), los estaban restaurando y fotografiando antes de llevárselos a La Provenza sine die, o sea, para largo rato, sin prisas. Pero acabó contactando con el Departamento de Restauraciones del Museo del Louvre, donde pudo hablar con el director del departamento y con un fotógrafo que había estado haciendo las fotos, y que estaban justo comenzando un trabajo: el de «fotogrametría» in situ de los frescos del Tassili, y que comentaré más adelante.

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Fragmento de uno de los calcos originales de Henry Lothe. Afortunadamente en mi última visita a París (Mayo del 2.018) el Museo del Hombre había vuelto a abrir. Se exponían los calcos originales, restaurados, debidamente protegidos tras un cristal, y que se iban turnando cada dos o tres meses para protegerles de los agentes externos. 

Comienza el viaje y primer susto

Se planeó para la Semana Santa del 2007. Reservamos los vuelos en una agencia con la que ya había viajado otras veces: Cultura Africana y Viajes y cuyo director, Javier, es un enamorado y gran conocedor de bastantes países africanos, aunque la agencia organizadora en sí para el recorrido en Argelia era la de un catalán, Miquel Petit. Debíamos ir pues, de Madrid a Barcelona, desde donde salía el vuelo directo hacia Yanet. La agencia se encargaba de proveer de alojamientos en Yanet, la comida y demás intendencia, incluyendo tiendas de campaña tipo iglú -que nos regalaron-. El saco de dormir y la ropa, obviamente, iban por nuestra cuenta: ropa cómoda y ligera con algo de abrigo para las noches -porque en el desierto y por las noches refresca- y calzado cómodo para andar. Un frontal para iluminarnos por las noches y poco más.

Primera sorpresa. Ya en Barcelona y en la cola para facturar en el mostrador de Air Algérie (el avión estaba completo y reservado para «nuestra» agencia), empezamos a mirar a los que iban a ser nuestros compis de viaje, de los que se harían varios grupos: mochilas, bastones de caminata, calzado fuerte…parecían preparados como para andar «en serio». Casi todos llevábamos unas botas ligeras pero una de las de nuestro grupo, que nos había acompañado el año anterior a Mauritania con desplazamientos en 4×4, en plan comodón, llevaba unas zapatillitas muy ligeras…no unas chanclas, pero casi…y al ver aquella intendencia se empezó a acojonar.

Ya con cierta duda carcomiéndonos por dentro preguntamos a una pareja delante de nosotros y muy preparada en cuanto a equipo que si «aquello» de las botas y demás era necesario… Nos miraron con cierto asombro… ¿No os habéis leído los consejos para el viaje?… Se nos empezó a poner cara de tontos… Pues… no. Pues mirad… Y cogiendo el bono del viaje, justo entre «Duración: 10 dias» y «Viaje: compartido» ponía: «Dificultad: media»… Y ya, obviamente mucho mejor enterados que nosotros, nos contaron que este viaje suponía caminar varias horas al día, y además por zonas, ora arenosas, ora pedregosas…como poco, incómodas…

Allí nos pudieron ver corriendo a unos como si nos persiguiera el diablo por el Duty Free del aeropuerto del Prat de Barcelona mientras los otros iban facturando equipajes, buscando alguna tienda de deportes (las zapaterías sólo tenían zapatos de tacón, los desechamos rápido por lo poco prácticos en el desierto) a ver si con suerte encontrábamos algo adecuado. Desesperábamos, nuestra amiga comenzó a entrar en pánico, pero hubo suerte y lo encontramos: una tienda de Panamá Jack donde nuestra amiga encontró justo un par de botas, justo de su número, justo el último par….¿Os las envuelvo?…¡¡¡¡No, gracias!!!! (ya habían llamado para el embarque)…y con las botas en la mano, otra vez corriendo, nos subimos al avión.

Djanet, como sale en los mapas (en francés), o Yanet, como realmente se pronuncia (en cualquier idioma)

Llegamos casi a las diez de la noche a Yanet (prefiero escribirlo como suena) y no nos dio tiempo a ver nada, ya tendríamos tiempo mañana. Además el aeropuerto estaba como a 30 kilómetros…un poco lejano, nos extrañó, ¡con la de espacio vacío que les sobra por aquí!, y aún  nos tocó un pequeño recorrido por el vacío desierto hasta llegar a Yanet. Nos esperaban en el pequeño aeropuerto Miquel Petit y los tuareg que nos acompañarían por el Tassili, y nos llevaron en autobusitos un tanto destartalados al hotel Zeriba. Zeriba, por cierto, es el nombre que le dan a las empalizadas de cañas. Pelín destartalado también, pero más que suficiente. Las habitaciones bastante escuetas, los baños y duchas algo más que escuetas pero estábamos en el Sahara e, insisto, era más que suficiente.

A la mañana siguiente desayunamos en el también escueto jardín, pero ya bajo el sol y la luz deslumbrante de África y del desierto. Yanet tiene unos 15.000 habitantes, ni demasiado muchos ni demasiado pocos, y se extiende a lo largo del cauce del tímido río que le da nombre y que forma el oasis sobre el que Yanet se ha desarrollado desde tiempo inmemorial. Zona tuareg, como todo el suroeste de Argelia. En este caso y en esta región, de la tribu Kel Adyyer, que podríamos traducir como «los del Este». Aunque había gente de otras etnias los tuareg eran mayoría y, recién llegados, nos los señalábamos unos a otros cuando los veíamos en las terrazas o en las aceras, deslumbrantes con sus ganduras azules y sus turbantes blancos cubriéndoles parte de la cara, como corresponde a todo targui que se precie. Nos sentíamos superaventureros tan sólo por poder verlos en su salsa…¡Sahara, tuareg, palmeras!… Pero ésto no había hecho más que empezar.

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Los míticos tuareg tomando el sol, como si fuesen tranquilos jubilados en cualquier pueblo de La Mancha

Antes que al Tassili, a las dunas

Yanet se encuentra situado entre la meseta montañosa del Tassili, al Este, y el Erg d’Admer al Oeste. Como Erg, se conoce al desierto de grandes dunas de arena. Repartidos los grupos, al nuestro le tocó los dos primeros días en la zona Oeste, en parte ocupada por el gran desierto de dunas y por una llanura de reg (desierto llano y pedregoso) y de grandes rocas. Las dunas del Erg d’Admer son extensas, altas, impresionantes… Cuando piensas en el desierto siempre te imaginas grandes dunas. Y siempre que las ves, atraído por esas montañas de arena y no se por qué, quieres subir hasta lo alto. Pero, según subes, los pies se hunden en la blanda arena y te vas agotando. Las subíamos -o lo intentábamos al menos- y nos dejábamos caer corriendo y riéndonos, porque al clavarse los pies era inevitable caerse rodando…era como un juego, no te hacías daño, aunque acababas con arena literalmente hasta los calzoncillos.

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                                 Allá, a lo lejos, subiendo…y acá, más cerca, bajando

La idea inicial era montar el primer campamento allí, al pie de las grandes dunas, pero coincidiendo con el atardecer y como suele pasar en el desierto, se empezó a levantar un viento muy molesto que convenció a nuestros guías tuareg de desplazarse hacia la zona de reg, mucho menos arenosa. Montamos pues, el primer campamento en una zona resguardada entre grandes rocas y arena, donde disfrutamos del fuego, del te y de los cantos de los tuareg. Aquella primera noche apenas pudimos ver el cielo estrellado porque el viento había levantado una «niebla de arena», pero tendríamos ocasiones de sobra las siguientes noches para extasiarnos.

En el desierto amanece pronto y madrugas. A la mañana siguiente los tuareg nos condujeron a una zona: Tegharghert (lo copio de las notas, no tengo tan buena memoria) donde en las paredes de los grandes monolitos rocosos pudimos ver los grandes grabados en piedra de vacas con largos cuernos, lo que se conoce como el Periodo de los Búfalos, y la más famosa de todas ellas: «La vaca que llora»…contraposición y que daba lugar a juegos de palabras con el famoso quesito francés: «La vaca que ríe».

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                     Justo en medio y junto al sonriente targui, «La vaca que llora»

Es curiosa la imagen, con el «lagrimón», perfectamente grabado -no es una grieta en la piedra-  que le escurre a la vaca por el ojo derecho. Como veterinario fui inmediatamente rodeado por los allí presentes e interrogado por la causa de este lagrimón digno de un tango, ante el interés añadido de los tuareg, lo que más adelante me supuso otro «examen» con los burritos de la expedición. Como por mi prurito profesional no podía dar la callada por respuesta argumenté, por quedar bien y con gesto serio cual catedrático, con alguna que otra patología ocular pero, y ahora que no me oyen, no tengo ni idea. Como decimos en estos casos: me faltan datos.

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                                                Camino a la guelta

Aún nos llevaron nuestros guías tuareg a un sitio casi mágico: un estrecho desfiladero entre altas montañas donde al final se embalsaba una guelta. Las gueltas a veces no son más que pequeños charcos entre piedras, y otras veces enormes lagunas de cientos de metros de largo, pero siempre sirven para acumular esa cosa tan valiosa en el desierto como es el agua. Amam imam, dice un proverbio tuareg: «el agua es la vida». En el seco lecho del ued que por el fondo del desfiladero conducía hasta la guelta, restos de ramas secas y cañas estaban enganchados en las ramas de las adelfas y de los arbolillos hasta una altura de dos metros… lo que nos daba la pista de que, en las épocas de lluvias, las torrenteras debían ir bien altas y crecidas, aunque en aquel momento el ued estuviese seco. La presencia de la guelta, en todo caso, proporcionaba humedad y frescor a aquel escondite en el desierto. No lo pudimos evitar: aquellos valientes -o inconscientes- que no tuvimos ningún miedo a las Giardias, Esquistosomas, dracunculiasis y otros parásitos tropicales y desoyendo las advertencias de los medrosos, nos arrojamos al agua ante la mirada divertida de los tuareg que declinaron, amable y pudorosamente (¿quitarse la gandura, y menos ante una mujer?…¡jamás!), la invitación al baño.

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Comienza la ascensión al Tassili

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Primero de una serie de siete planos del Tassili que me facilitó, ya a la vuelta, un miembro del viaje, de los que iban realmente «preparados». Para cada área encuadrada dentro de éste, había otros planos con más detalle. Con una precisión que se agradece.

Tuvimos la tarde libre que dedicamos a pasear por Yanet. Mercadillos, alguna terraza donde tomar una cerveza (¡sin alcohol, por favor, estamos en un país musulmán!), y mucha gente dando su tradicional paseo vespertino, con la «fresquita» como acostumbran, con un aire muy tranquilo. A la mañana siguiente los 4×4 nos acercaron al pie del macizo del Tassili, los coches ya no podían subir más. Ni los camellos por su particular anatomía pueden subir cuestas empinadas. Del tema de cargar la impedimenta se ocuparía una recua de unos catorce burritos a los que estaban aparejando los bultos. Aunque se adivinaba su silueta desde Yanet, según nos acercábamos nos íbamos dando cuenta de lo alto que estaba aquello. Desde el nivel en el que estábamos, la meseta se elevaba unos mil metros más, en total unos 1.800 metros sobre el nivel del mar, lo que íbamos a comprobar por el frío que se notaba por las noches, pese al calor que hacía de día.

La ascensión la haríamos a pie, unas seis horas por un desfiladero, el cañón del Tafilalet… curioso, pensé, el mismo nombre del largo oasis formado por el río Ziz, al sudoeste de Marruecos, con su centro en la ciudad de Rissani. Lo que conforma el mayor palmeral del mundo, con 800.000 palmeras datileras y unos dátiles deliciosos que te venden por todos lados, los deglet. Pero en este rincón perdido del sudoeste de Argelia no había ni una palmera. Alguna triste acacia en la parte más baja que irían desapareciendo según ascendíamos entre rocas; cansados, sudorosos, con alguna paradita a la escasa sombra y algún trago de agua para combatir la deshidratación, y recordando con nostalgia el baño de ayer en las frescas aguas de la guelta. Sí, pensé: aquí las botas SI son necesarias. Bendito Panamá Jack. Nuestra amiga se hubiera destrozado los pies.

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       Comenzando la subida…¡y sólo estábamos al principio!. Aún, alguna tímida acacia

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Los burritos se desviaron pronto dando un rodeo, pronto vimos el por qué. Pero según cuenta Henry Lothe en su libro, por este Tafilalet subieron él, sus compañeros e incluso intentaron que subieran los camellos, que acabaron destrozándose las patas. Alguno de los animales acabó despeñándose y rodando cuesta abajo cargado con todo el equipo que llevaba encima: útiles de dibujo, caballetes y cartulinas… Antes de completar la subida decidieron, sabiamente, prescindir de los camellos y cargar ellos a sus espaldas con lo que necesitaban.

El último tramo, poco menos de la mitad, se hizo especialmente duro. Más empinado, siguiendo el sendero entre rocas cada vez más grandes…Hicimos una paradita intermedia para descansar buscando una sombra y reponer fuerzas. Pero había que seguir, y seguimos. Más tarde me facilitaron copias de unos planos de la zona donde rotulan este último tramo del Tafilalet con un término utilizado en montañismo: «Chimney climb» (escalada en fisura, o en chimenea)…ya sólo con ese nombre te puedes hacer una pequeña idea de la dificultad… Hubo numerosos tramos en los que fue necesario agarrarnos con las manos a las rocas, no era alpinismo pero casi, aquí entendimos por qué los burros habían cogido un desvío: ni siquiera los sufridísimos burros hubieran podido superar estos contrafuertes. Por fin, poco a poco, piedra a piedra, sudorosos y casi sin creérnoslo  (¿¡pero cuándo se acaba ésto!?)  llegamos al final.

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                                      El último tramo, el Chimney climb

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Resoplando, ante nosotros se extendía una llanura pedregosa. Pero antes de continuar hasta lo que sería nuestro primer campamento en el Tassili hicimos una pequeña ceremonia. Los cientos de viajeros que lograron subir hasta allá habían formado montoncitos de piedras. Algunos pequeñitos, otros más grandes, que se repartían por el borde de la grieta y, como no íbamos a ser menos y había que celebrarlo, hicimos nuestro montón. Todavía, aunque esta vez ya por terreno llano, teníamos que llegar al campamento. Una caminata de aproximadamente una hora más, hasta llegar a Tamrit.

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Un descanso para los burritos en Tamrit. El de la izquierda ya no puede con su alma.

Nos esperaban los burritos que ya habían llegado por su atajo. Fuimos cogiendo nuestras cosas y montando las tiendas cada cual a su aire, en los «rinconcitos» que había por todos lados. Porque si se pudiera definir con una palabra al Tassili, aparte de sus pinturas, sería «laberíntico»… Por todos lados, enormes rocas y entre ellas, corredores con el suelo de arena que se abrían por doquier a uno y a otro lado. Había que conocer aquello muy bien para no perderse. Los días que estuvimos recorriendo aquel lugar para ver las pinturas, a veces éstas estaban muy cercanas, aunque en otros casos había que dar largos paseos de unas a otras.

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           Otro de los planos, detallando en este caso la zona de Tamrit

Si, como era frecuente, te quedabas concentrado y contemplando los frescos más tiempo del «prudente», podías perder de vista al grupo que había seguido andando sin ti, y la sensación era de absoluto desamparo… De repente, te encontrabas solo…¿por dónde coños habrán tirado?, te decías con un pequeño punto de pánico… Imaginarte perdido allí daba escalofríos, porque el Tassili en su gran extensión (de 800 kilómetros de largo por 100 km.de ancho) está absolutamente deshabitado. Alguna vez -y ya no están permitidos los asentamientos al ser un enclave protegido- Henry Lothe se encontró con una pequeña familia de tuareg. En más de una ocasión tuve que mirar las huellas en la arena para saber por cuál de aquellos corredores (¿de frente, a la derecha, a la izquierda?) habrían salido los demás, aunque lo normal era que el propio guía, al darse cuenta que se había despistado alguno del «rebaño» retrocediera para rescatarle, con gran alivio por parte de la «ovejita descarriada».

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                             Por los laberintos de piedra

Las pinturas

Comenté al principio que se calculan en unas 15.000 las pinturas que hay entre el Tassili, Sefar y Yabaren. Algunas aisladas, la mayoría en grupos, a veces numerosos. Se estiman las más antiguas en unos 8.000 años, aunque hay quien las hace retroceder hasta hace 10.000 e incluso 12.000 años. Y se van sucediendo en el tiempo, en sus diferentes y marcados periodos, coincidiendo en los mismos abrigos. Superpuestas a menudo unas sobre otras. De ahí el interés de la gente del Departamento de Restauración del Museo del Louvre que mencioné al principio para datar las respectivas antigüedades mediante la técnica de la fotogrametría. La fotografía convencional nos ofrece una imagen sólo en dos dimensiones. Mediante la fotogrametría y aplicando luces infrarrojas y ultravioletas se consigue una representación «en relieve» de los frescos pudiendo calcular su edad y la superposición, aunque es un trabajo que empezaron en el año 2009 y que les va a llevar mucho tiempo ya que su intención es analizar todos los frescos.

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Antes y después. Un ejemplo del uso de la fotogrametría: descubriendo detalles como la cornamenta del muflón. 

Caminando uno de los días nos encontramos con un grupo de italianos contemplando uno de los abrigos donde se representaban numerosas figuras, superpuestas. Traían consigo un experto que les iba explicando detalles, detalles que nos quedamos a escuchar y que pudimos entender fácilmente del italiano. Una de las cosas que mencionaba el experto es que el Tassili nunca estuvo habitado, porque nunca se han encontrado enterramientos de tipo ritual. Henry Lothe en su libro ya destaca con cierto asombro este hecho, y remarca que en los diez y seis meses que vivieron y recorrieron el Tassili, y aunque sí encontraron restos de vasijas, en ningún caso restos óseos. Con posterioridad a Lothe si acaso y en muy escasa cantidad, algún resto, posiblemente debidos a fallecimientos esporádicos o accidentales. Vimos una tumba de targui aislada en la parte más baja del desfiladero de Tafilalet y relativamente moderna, de algún hombre que pudo morir allí. Pero en el Tassili no hay tumbas de ningún tipo.

Todas aquellas pinturas fueron hechas por gentes que no vivían en el Tassili sino que, por los motivos que fueran (¿lugar sagrado?) subían a pintar, y luego volvían a bajar a Yanet, donde si se han encontrado numerosos enterramientos, demostración de haber sido habitado desde antiguo. Los grandes rebaños de vacas que nos muestran los frescos más frecuentes en número, los del Periodo bovidense, debieron apacentarse en los entonces abundantes y frescos pastos de la llanura, hoy desertizada y apta para escasas cabras, pero que hace pocos miles de años presentaba un verdor digno de la campiña inglesa. Y ésto no lo dijo el experto italiano, lo digo yo como veterinario y con mi pequeña experiencia en ganadería.

Quizá hicieron alguna pequeña trashumancia estacional desde la llanura a lo alto del Tassili, pero cualquier ganadero nos haría notar que las vacas gustan de praderas, y nos señalaría que la orografía del Tassili, ayer como hoy, con sus enormes rocas y estrechos corredores, podrían mantener si acaso un pequeño puñado de vacas aisladas, nunca un rebaño grande. Los pintores de los frescos dibujaron sus vacas en el Tassili, sí, pero no «del natural», de la misma forma que los pintores de Altamira no dibujaron sus bisontes con el modelo delante (aparte de que en la cueva no hubieran podido meterlos).

Lo más intrigante del caso, y ésto ya si que lo dijo el experto italiano, es que durante miles de años, como poco durante 5.000, y en periodos sin aparente conexión unos con otros, los pintores utilizaron muchas veces los mismos abrigos, con la consecuencia de superponer pinturas de diferentes periodos, unas encima de otras. Los que retrataron (de memoria, insisto) sus vacas reparten sus frescos por numerosas zonas, y como son las más numerosas en cuanto a representación pueden aparecer solas, sin superposiciones. Pero incluso las vacas aparecen en algunos abrigos, mezclados con los «cabezas redondas».

La pregunta del millón es: ¿por qué tendieron a utilizar los mismos lugares?… Cuando los ves in situ son paredes bien visibles, con cierta «perspectiva», como escenarios naturales, llamémoslos así. Quiero pensar que fueron lugares para ritos de magia pero vuelvo a insistir. ¿Les valió a todos, los «cabezas redondas» y los «vaqueros» que subían desde Yanet a pintar -quizá uno, quizá varios días- y luego se bajaban?… ¿Tuvieron cierta conexión cultural entre todos, a lo largo de miles de años?… Solamente los dos últimos periodos, el del caballo y el del camello, aparecen en lugares aislados, sin mezclarse con los anteriores. Obviamente eran culturas diferentes: la de los garamantes, por un lado, y la de los camelleros, sin conexión cultural ni con los «cabezas redondas» ni con los «vaqueros». Yo no se la respuesta, pero ahí lo dejo.

Llegado a este punto es el momento de «echarme unas flores»: tuve la suerte de descubrir un friso de pinturas del Periodo de los Bóvidos, que por lo visto nadie había clasificado. Fue en la zona de Sefar, en mi segundo viaje, y los tuareg ya habían organizado el campamento en un llano arenoso rodeado por un circo de montañas. Y como no hacía frío, siempre que podía evitaba el dormir en las tiendas, prefería buscar algún pequeño abrigo y disfrutar del aire libre y las noches estrelladas. Los tuareg siempre me decían: –¡Cuidado con las serpientes!, a lo que yo contestaba: –¡Que tengan cuidado ellas conmigo!, y se reían. Cuando llegamos caminando miré por las escarpaduras y me pareció divisar a unos ocho o diez metros por encima del nivel de la planicie una especie de «balconcito». Había que subir un pequeño pedregal, y lo hice.

El lugar era perfecto: un nicho de 4×2 metros, con el suelo de arena limpia, una barandilla de piedra hacia la parte de abajo y protegido por la propia roca, que formaba un techo con la altura necesaria para estar de pié. . Dejé el aislante para el suelo y el saco dentro de su funda, ya lo sacaría en el momento de dormir. Contemplé el panorama allí abajo, del campamento y del circo de rocas y, antes de reunirme con los demás, miré las paredes. Ante mi asombro un friso de frescos lleno de pequeñas figuras de vacas de todos los colores y sus pastores rodeaba todo el enclave.

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                                    Parte de los frescos de mi «apartamento»

Bajé rápidamente y les dije a todos lo que había encontrado. Los más excitados, los propios tuareg, que han recorrido cientos de veces el Tassili y se conocen de memoria cada enclave y cada pintura. Subieron más que rapidito -ellos, que nunca parecen tener prisa- la pequeña cuesta hasta «mi apartamento», de haber tenido té les hubiera invitado a una taza, gustosamente. Estuvieron un buen rato mirándolas y hablando entre ellos nerviosamente, señalándolas de una en una. Obviamente, y nos lo dijeron, no las habían visto jamás. Aquella noche dormí cómodo y tranquilo en mi nuevo «apartamento», contemplando tumbado sobre la blanda arena aquella maravilla que, miles de años antes, habían pintado los vaqueros, sólo para mí.

Hay varios periodos clasificados en la larga historia de las pinturas del Tassili. Relacionadas en algunos casos con los cambios de clima que ha sufrido el Sahara en los últimos 10.000-12.000 años. Hace 10.000 años, aproximadamente, se estableció un periodo de lluvias importante que reverdeció toda África del norte. Hace 4.000 ó 6.000 años lo que hoy es desierto, era un vergel, permitiendo la abundancia de toda aquella fauna (hipopótamos, elefantes, rinocerontes, jirafas) que el teniente Brenans pudo descubrir para su asombro en el Ued Yerat, pero que fueron desapareciendo según las lluvias iban escaseando hasta que hace 2.000 años  el desierto quedó como es ahora, árido y seco. Pero entre los años 9.000 y 2.500 a.C. el Sahara fue perfectamente habitable, y habitado.

Henry Lothe estableció hasta un total de once periodos que, incluso en su momento de mayor y comprensible euforia, subió hasta diez y ocho. Actualmente los periodos que se consideran y que se han establecido serían los siguientes:

1.-Hace unos 12.000 años. Periodo de los grabados en roca, o Periodo de los búfalos (más algunos otros animales de la fauna salvaje). Los búfalos representados  (a tamaño natural) pertenecen a la especie denominada Pelovoris (antes englobados dentro del género Bubalus) antiquus.  Animales de enormes cuernos. Un ejemplo sería el de La vaca que llora. 

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2.-Entre 9.000 y 6.000 años a.C.. Periodo de los Cabezas Redondas. La tipología de los cuerpos y cabezas (braquicéfalos) sugiere pueblos negroides, con seguridad los pobladores más primitivos de la zona. Tardíamente pudieron comenzar un tímido proceso de domesticación de los bóvidos pero por lo que deducimos de sus abundantes representaciones no fueron ganaderos, sino cazadores. Las presas variaban según las zonas aunque los restos más abundantes son los del muflón.

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El bautizado por Lothe como «El dios orante», una de las figuras que más especulaciones ha desatado. A su derecha y superpuesta sobre un antílope oscuro, lo que parece una parturienta. Alrededor del «dios orante»unas figuras femeninas parecen adorarle

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Otra representación del periodo de las Cabezas Redondas

3.-Entre 7.000 y 2.500 años a.C. Periodo bovidense, o Periodo de los cazadores y pastores. Aproximadamente hace 5.000 años a.C. las lluvias remitieron, lo que estableció un paisaje de grandes praderas y pastos, ideales para el ganado vacuno. Periodo de gran naturalismo, con abundantes representaciones de escenas de vida familiar. Y con un gran parecido a las pinturas del Levante español en cuanto a las figuras humanas. Su tipología es estilizada, con cabezas dolicocéfalas.

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Y entre tanto ganado y escenas de caza, hacen su aparición los perros

DSCN2752Ued Tebobarén, en Tassili Ti-N-Eggoleh

En la foto de la derecha y bastante difundida (dentro de lo que cabe), una de las primeras representaciones conocidas de un perro, en el Tassili N’Ayyer. La de la izquierda representa un antílope rodeado por varios perros . Es una imagen prácticamente desconocida, de una zona desértica muy alejada del Tassili N’Ayyer y nada frecuentada: el Ued Tebobaren, en el Tassili Tin Gegoleh

4.-Entre 2.000 y 1.200 años a.C. Periodo de los caballos, o Periodo de los garamantes. Aparecen por primera vez figuras de caballos y de carros con ruedas, atribuidos al pueblo y cultura de los garamantes, con su presunta capital en Gadamés  o en Garama -actual Germa- , Libia. Pueblo mencionado por el historiador griego Herodoto y conocidos por los romanos. En el Tassili son escasas. Entre otras cosas, supongo, porque no era uno de los corredores de paso utilizados para el desplazamiento con sus caballos. Al parecer son mucho más abundantes en el Fezzan de Libia, más cerca de sus «acuartelamientos».

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                                                    Del libro de Henry Lothe

5.-A partir de 100 años a.C. Periodo del camello. El camello se introduce en el norte de África procedente de Asia Menor, coincidiendo y favorecido por la desertización del Sahara.

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Entre los camellos y en vertical inscripciones en tifinag, la escritura de los tuareg

Como podéis suponer, hice muchísimas fotografías. El problema es que la mayoría se encuentran en muy mal estado y en algunas, incluso al natural y de cerca ( y retocadas con el Photoshop) se ven mal. En parte se atribuye a los miles de años pasados y a que la erosión del viento y la arena, sobre todo las que están situadas expuestas en zonas más bajas, las ha deteriorado. En otros casos la culpa se la echan a Henry Lothe que, en sus trabajos de calco, las mojaba con una esponja para poder dibujarlas mejor. Sea como sea, en algunas hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para poder ver lo que las imágenes de los libros enseñan con tanta claridad.

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Reconstrucciones actuales de cómo debieron ser en su momento las pinturas. En la superior podemos ver lo que sería el traslado de un campamento, con el rebaño, algunas mujeres cabalgando sobre bueyes sujetando fardos, y alguno de ellos con las tiendas desmontadas sujetas a los cuernos. En la inferior, pastores armados de azagayas atacan a un león que ha capturado una oveja

Los precursores de las pinturas del Tassili

Pero…¿de dónde vinieron los «pintores», y cómo evolucionaron los dibujos?. Malika Hashid, argelina, licenciada en prehistoria y protohistoria sahariana por la Universidad de Provenza , ex-directora del Parque del Tassili N’Ayyer  y autora de varios libros sobre las pinturas y los pobladores del Tassili, nos ofrece abundante información al respecto. Podemos considerar a Malika Hashid como «la mayor experta» del Tassili. Me costó meses y esfuerzos conseguir su agotado libro «Le Tassili des Ajjer», pero mereció la pena. A sus conocimientos como prehistoriadora y arqueóloga sumó los muchos años como directora del parque, que ha recorrido en toda su extensión y en todos sus rincones, además de zonas más alejadas, como Níger o Libia. Y si a eso añadimos su condición de argelina (no extranjera, con lo que de óbice supone éso a veces), su facilidad para contactar y comunicarse con los tuareg, tanto guías como lugareños, podemos fiarnos sin ninguna duda de sus conocimientos y deducciones.

Sin meternos en profundidades sobre como sería la descripción geológica y la formación del Tassili, y sólo como introducción, Malika Hashid  nos describe los periodos en los que el clima de la región (y del Sahara entero) varió. Así, hasta hace unos 20.000 años, el Sahara fue una región muy húmeda, con la presencia de grandes lagos desde la costa atlántica hasta el actual Egipto. Pero con las glaciaciones que cubrieron Europa de hielos, sobre todo la última y más fría llamada de Wurm, el clima del Sahara se afectó al punto que, durante los diez mil años siguientes (hasta hace aproximadamente diez mil), experimentó un periodo muy árido y de bajas temperaturas, sin lluvias y con vientos fríos y helados. Los grandes ríos actuales (el Níger, el Senegal, el Nilo o el lago Chad) se secaron y su cauce quedó relleno de arena.

Fue ya hace unos diez mil o doce mil años, coincidente con el fin de la era glaciar europea, cuando el Sahara reverdeció. Volvieron las lluvias y el paisaje se volvió arbolado y con verdes praderas. La caza era abundante, como nos demuestran los restos óseos y los grabados de una fauna casi tropical y, con el tiempo, se produjo el proceso de la domesticación animal: ovejas, caprinos y principalmente bóvidos. Aún se documenta un periodo árido que duró unos quinientos años, entre los años cinco mil y cuatro mil quinientos pero el paisaje volvió a reverdecer, aunque el proceso de desertización fue avanzando progresivamente y desde hace unos tres mil años el aspecto del Sahara se transformó en lo que ahora conocemos.

Hace más de treinta mil años, en el periodo más verde del norte de África, la cultura presente y extendida por todos lados era la que se denominó Ateriense (que recibe el nombre del yacimiento argelino de Bir el Ater), de población negroide, según demuestran los esqueletos de sus enterramientos. La cultura ateriense y sus pobladores desaparecieron durante los diez mil años de sequía y frío. Fue al final de este durísimo periodo cuando en la templanza posterior aparecen los primitivos pobladores del Tassili:  cazadores-recolectores de origen negroide procedentes del sur y, en concreto, de la meseta de Yado, en el actual territorio de Níger, y precursores del Periodo de las Cabezas Redondas, en el período que se ha llamado del Akakus Temprano, datado entre 12.000 y 10.000 años. Estos precursores se extendieron durante 2.500 años y gracias a la bonanza del clima por el Tadrart (la montaña) Meridional, cerca del Tassili, por el Tadrart Akakus, en territorio de la actual Libia, e incluso más al este, por el Fezzan.

Sus grabados y dibujos son muy esquemáticos. En la meseta de Yado corrían las abundantes aguas del río Tafessasset, por aquel entonces uno de los grandes ríos del Sahara central y meridional. Dibujan en el Yado o, más bien, graban en la piedra la fauna salvaje de aquel entonces -no se había domesticado todavía el ganado vacuno-: elefantes, rinocerontes, jirafas, avestruces, grandes felinos…pero además de éstos dibujan figuras humanas esquemáticas, lo que se ha llamado los «Ictiomorfos»: hombres con forma de pez, en la zona norte de la meseta de Yado, ya muy cerca del Tassili. Estos Ictiomorfos fueron evolucionando poco a poco a formas más humanizadas, más parecidas a las Cabezas Redondas, pero todos ellos fueron llamados posteriormente por los tuareg como los Kel Assuf: «los de la soledad», atribuyéndolos a yinn, ubícuos y susceptibles diablillos que los tuareg ven en todos lados.

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                          Los Kel Assuf, los ictiomorfos del Yado

Porque los tuareg son muy supersticiosos. Ya conté en la entrada correspondiente a Argelia: por la cordillera del Tefedest el pavor que a nuestro hasta entonces simpático guía le produjo la simple idea de tener que acompañarnos en nuestra subida a la montaña del Garet Al Yenún: el Jardín de los Genios, considerada su morada favorita, aunque para los tuareg los yinn viven en cada manantial, en cada arroyo, en cada montaña y en cada árbol. No deja de ser un rastro del primitivo animismo de los tuareg previa a su islamización. Como bereberes que son, guardan todavía tradiciones «paganas» que los árabes o los musulmanes observantes consideran signo de su poca fe. En su disculpa apuntar que en gentes pobladoras de lugares tan extremosos donde vivir cada día ya es un riesgo -como los esquimales, los montañeses o los marineros- es fácil ser supersticioso.

Recuerdo en un campamento que, de repente, los tuareg comenzaron a perseguir y acorralar un lagarto entre las peñas. El lagarto en cuestión era un Uromastix o «lagarto de las palmeras», de cola espinosa, pacífico y vegetariano, para más señas. Por más que se lo expliqué no hubo forma de convencerles. Me juraron que era muy venenoso y que los camellos morían cuando les mordían. Observé también en los trayectos que he realizado en sus Toyotas que todos tienen en el salpicadero un ejemplar de akaraba (Anastatica hierochuntica, para los curiosos), planta de la familia de las crucíferas. Por su forma de puño cerrado es para los tuareg el símbolo de los hombres tacaños. Y su infusión la utilizan para problemas de garganta. Pero, ¿y qué pintan en el coche?… La primera vez que les pregunté por qué las llevaban me decían, como intentando restarle importancia -como los gallegos: eu non creo nas bruxas, pero habélas haylas-, que era para evitar el mal de ojo (supongo que accidentes o alguna avería causada por los tocapelotas de los yinn)… Todo se pega: yo por si acaso llevo una en el salpicadero.

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                                                          Akarabas en el desierto

Teorías y divagaciones sobre las pinturas del Tassili

Aquí hay opiniones para todos los gustos, y sobre todo por el Periodo de las Cabezas Redondas. Es muy cierto que las figuras de este periodo son, como mínimo, «extrañas». Personajes que, en ocasiones,

podrían parecer embutidos en monos, en trajes de neopreno o según algunos, en trajes de astronauta. Algunas cabezas son estructuras redondas, sin rastro de ojos. Y hay «cosas» representadas sin mucha explicación lógica, aunque seguro que las tiene, tales como formas discoides con «hilos» que cuelgan, que parecen estar por encima de las demás figuras, con un aspecto como de «medusas». Algunos y entre ellos yo, pensamos que son representaciones de nubes de lluvia. Otros, llevados por su imaginación, dicen que parecen platillos volantes…

El propio Henry Lothe en un arrebato místico sugiere si no habría descubierto la Atlántida, e incluso aventura ante las extrañas figuras de cabeza redonda la posibilidad de «extraterrestres»… Cuando uno, por juventud o falta de pensamiento crítico, descubre hechos como éstos, extraños e inexplicados, tiende con facilidad no exenta de entusiasmo a buscar soluciones esotéricas o a atribuir a los extraterrestres (advertencia: lo «último» en esoterismo ya no son los extraterrestres, sino los «intraterrestres», ¡no me seáis antiguos!) cosas grandiosas tales como las pirámides de Egipto y similares. Estos temas son terreno abonado para todos los esotéricos y «marcianólogos» profesionales, tales como el suizo Erich Von Däniken (obras suyas: El oro de los dioses, Recuerdos del futuro, La odisea de los dioses…) o en nuestro país Jiménez del Oso, J. J. Benítez o el televisivo Iker Jiménez, que encuentran siempre un público amplio dispuesto a escuchar sus teorías y muchos de los cuales se han «forrado» a costa de los crédulos, o al menos les va muy bien. Siempre ha sido así: lo llamado antes mágico y ahora paranormal, vende.

El lotori, los peul y Amadú Hampaté Ba

Pero a veces hay explicaciones (para mí al menos) mucho más bonitas. Amadú Hampaté Ba nació en 1900 (sin saber día concreto, como pasa en África) en Diafarabé, pequeña población maliense a la orilla del Níger, entre Mopti y Segú, y muy cerca de  Mássina, ciudad de mayoría peul, como él mismo. Cuenta que de niño  acompañó a menudo a su abuelo ayudándole a cuidar el ganado. Cuenta también que su abuelo, que se mantenía en la religión animista de sus antepasados, era un silatigui, un sabio y transmisor de las tradiciones, ritos secretos y de iniciación a los jóvenes de la cultura pastoril de los peul que le transmitió y sólo en parte, debido a que marchó de su pueblo a estudiar cuando aún era muy joven. Tuvo la oportunidad de formarse y se convirtió en un erudito, etnólogo y compilador de la tradición peul y, con el tiempo, representante de su país -Mali- en la sede de la UNESCO en París.

Los peul (que ellos pronuncian «piul»), también conocidos según las diversas zonas por las que se extienden como fulbes, fulanis o bororos, son una etnia antiguamente sólo de pastores nómadas aunque la mayoría se hayan sedentarizado. Extendidos por todo el Sahel ( en árabe: la orilla), desde Senegal hasta Nigeria, a los que aún puedes ver pastoreando al frente de sus rebaños de vacas por esa zona semiárida del Sahel, la frontera u «orilla» intermedia entre el desierto del Sahara y la sabana, más al sur. Los peul es una etnia que destaca mezclada entre los pueblos negros de la zona y sus vecinos del norte, los tuareg. Altos, delgados, dolicocéfalos (de caras y cabezas estilizadas) y aunque morenos por el sol, con una piel bastante clara para lo que es la zona. Y para mayor identificación, llevan unos grandes sombreros cónicos de paja con los que se protegen del sol y que me recordaban cuando viajé por Mali un poco a los típicos de los chinos.

En los años 60 Germaine Dieterlen, etnóloga del Museo del Hombre de París y que compilaba las tradiciones peul con la inestimable ayuda de Amadú, le invitó a ver una exposición en el Pabellón de Marsan, en las antiguas Tullerías, sobre los calcos que Henry Lothe acababa de traer del Tassili. De entre todos uno le llamó extraordinariamente la atención, uno calcado en el emplazamiento de Tin Tazarif y al que habían llamado «los bueyes echados», o «los bueyes esquemáticos», donde se podían ver 28 bueyes «incompletos», con las patas recortadas, al igual que los pastores que les rodeaban, algo un tanto extraño si consideramos el naturalismo, perfección y gran detalle con el que los antiguos pintores representaban sus figuras. Cuando Amadú contempló el dibujo exclamó: ¡es el lotori!…

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Los «bueyes esquemáticos» según Henry Lothe, en una representación de su libro

Días más tarde Amadú dio una conferencia que duró horas y donde pudo explicar en qué consistía el lotori, que él pudo ver en su niñez. Una vez al año y en fecha prefijada con exactitud, los pastores peul conducían a una marisma durante toda la noche un rebaño de 28 bueyes, ni uno más ni uno menos, el mismo número de los que aparecían en el calco, número mágico para los peul que condicionaba entre otras cosas su astronomía (exactamente los días de un mes lunar). Los bueyes del calco parecían estar mutilados cuando, en realidad, se representaban metidos dentro del agua que les tapaba las patas. Para los peul los bueyes provenían míticamente del agua, y por esa razón y en esa ceremonia les dejaban toda una noche con las patas dentro de la marisma.

La conclusión era sencilla: los pastores peul eran herederos directos de aquellos pastores que hace unos seis mil años representaron, cuando el Tassili aún estaba lleno de verdes pastos, sus rebaños de vacas. Y las propias representaciones de los pastores de los frescos muestran una tipología similar a la de los peul: estilizados y de largas cabezas, aunque en el caso concreto de los «bueyes esquemáticos» se representan con tocados en las cabezas y en los brazos. Fuera del grupo y a la derecha aparece una estructura compartimentada, como de «corrales», donde podemos ver grupos de pastores, algunos en corro y escuchando a otro de ellos, posiblemente un silatigui, como fue el abuelo de Amadú Hampaté Ba. .

Las plantas del Tassili.

Nosotros seguíamos caminando cada día varias horas de un emplazamiento a otro, disfrutando del espectacular paisaje y viendo pinturas y más pinturas, nunca te cansabas de verlas. A veces y como dije antes algunas eran muy difíciles de distinguir por el desgaste, por las húmedas maniobras de Henry Lothe para obtener sus calcos o por lo que fuera, aunque en general se veían bien y te dejaban siempre maravillado. Organicé un segundo viaje con otro grupo de amigos a los que les había hablado, entusiasta, de este primero, porque aún me quedaban zonas por ver. Además de revisitar el Tassili del que a la vuelta, y ya conociéndolo en parte, me había informado a conciencia, acercarme hasta Yabaren (Los Gigantes, en bereber, por algunas figuras enormes). Mi idea también era que me acompañara mi hija aunque al final desistió: no es de desiertos.

Desde el Tassili hasta Yabaren, como ejemplo, estuvimos casi un día caminando por una árida planicie pedregosa, bajo un sol de justicia. En este segundo viaje y del que no me arrepentí en absoluto de repetir (a veces me planteo un tercero, aunque las cosas se hayan puesto más difíciles en la región por el auge de los integristas), me acompañaban entre otros Carlos, un buen amigo, botánico al que conocí en Pirineos, con el que he compartido viajes por la montaña y con el que aprendía muchas cosas de todas las plantas, plantitas y hierbajos que te encontrabas por el camino.

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                                Carlos, fotografiando una de sus plantitas

Sólo un par de ejemplos. En el Tassili y gracias a sus condiciones de mayor altitud y su escarpado paisaje, habían pervivido algunas especies vegetales alejadas miles de kilómetros de sus hermanos más próximos, como el ciprés del Sahara o el humilde olivo.

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Del ciprés del Sahara (Cupressus dupreziana) y al que los tuareg llaman tarut, quedan en el Tassili exactamente 231 ejemplares, si es que no ha muerto alguno en estos años, cosa rara porque han demostrado con creces su capacidad de supervivencia, la mayoría tienen más de dos mil años. Aunque los hay dispersos por todo el Tassili, una gran parte se encuentran protegidos en una larga garganta, en el emplazamiento de Tamrit, por cuyo fondo discurre un ued que en las raras épocas de lluvia fluye hacia el vertiginoso desfiladero o gran cañón de Tamrit, formando una cascada que se precipita doscientos metros hacia su fondo.

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                                                             El Gran Cañón de Tamrit

De este ciprés hay ejemplares a más de dos mil kilómetros hacia el norte, en las montañas de Argel y de Marruecos, y se obtienen plantones en algún jardín botánico de Europa, incluso hace poco han plantado uno en en el Jardín Botánico de Madrid, pero en el Tassili las condiciones de sequedad son tan extremas que prácticamente no se reproducen. Antaño les servía a los tuareg como suministro de madera para sus fogatas, e incluso Henry Lothe llegó a recurrir  a ellos en sus momentos más necesitados, aunque hoy en día y como es lógico está absolutamente prohibido sacar ni una astilla. Asombra ver estos árboles, los más grandes de hasta 20 metros de alto, y cómo han podido resistir hasta hoy en condiciones tan duras.

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                                      Cipreses y olivos, reliquias del Tassili

Del olivo, tan abundante en la cuenca mediterránea, lo mismo. Mi amigo Carlos me dijo que había leído en publicaciones botánicas que había ejemplares relictos en el Tassili, y efectivamente pudimos verlos. Por supuesto nadie los cuida y si producen aceitunas nadie las recoge, aunque para ser exactos (como me puntualizó) Carlos no serían olivos, especie domesticada, sino su antepasado salvaje: el acebuche. Los pocos ejemplares que vimos eran árboles muy viejos, no muy grandes, guarecidos junto a las paredes de algún seco ued, de añosos troncos retorcidos y raíces aún más retorcidas pero ahí estaban aguantando como los cipreses. Sólo se podría clasificar como un milagro. Sólo verlos, daban como respeto.

Los burritos del Tassili

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              Los burritos, en un descanso, y en pleno y duro trabajo

Si nosotros caminábamos de un lado a otro, los burritos se encargaban de llevar toda la impedimenta de un campamento a otro. Salieron de Yanet cargados hasta arriba, con nuestras tiendas, con la comida necesaria para todos aquellos días y de grandes bidones negros de plástico llenos de la rica agua de Yanet. Al cabo de dos o tres días de andar por el Tassili, de preparar te, ensaladas, de cocer pasta, alguna sopa y la que bebíamos (nosotros y la poca que debían beber los burritos si es que bebían alguna), comencé a observar que los negros bidones parecían pesar menos…o no pesar nada. Una mañana levantando el campamento pude ver a dos de los tuareg que se alejaban de las tiendas con un par de bidones vacíos cada uno -no les pesaban nada- para volver al cabo de quince minutos con ellos llenos. Les pregunté: -¿guelta?, a lo que contestaron muy sonrientes:  -Oui!,  señalando con el dedo en una dirección.

Me acerqué con cierto mosqueo porque ya me habían dicho que aquel invierno (era Semana Santa) no había llovido prácticamente nada, con lo que los posibles pozos de agua, las gueltas, debían estar bajo mínimos. Efectivamente. Cuando me acerqué al charco, que no era otra cosa, el agua negruzca y estancada me dio muy mal rollo. Si en la gran guelta donde nos zambullimos el primer día no me dio miedo bañarme, otro tema muy diferente era el beber de este agua un tanto sospechosa. Una cosa era el agua del te o la de cocer la pasta, que al fin y al cabo era agua hervida. Pero la de las cantimploras era agua tal cual. Estábamos muy lejos de cualquier punto médico y una gastroenteritis en el Tassili podía convertirse en un verdadero problema.

Afortunadamente y como siempre que viajo por zonas como éstas, previsor, llevaba una caja de pastillas potabilizadoras que había tenido buen cuidado de traer conmigo. Regresé al campamento e informé a todos mis compis (españoles) de lo que había visto. Y cada mañana repartía a cada uno de los miembros de la expedición una pastillita para que la disolviesen en sus cantimploras. Os podría parecer exagerado, pero mientras que nosotros no tuvimos ningún problema, en otro grupo con el que íbamos casi a la par nos enteramos ya en Yanet que se dieron dos casos de gastroenteritis tan fuertes que, uno de los enfermos, el día del regresotuvo que bajar a lomos de uno de los burros, porque ya ni tenía fuerzas para sostenerse sobre sus piernas.

«Nuestros» guías tuareg eran de la tribu Kel Ayyer, de Yanet, argelinos por tanto. Pero los encargados de la recua de burritos aun siendo tuareg no eran argelinos sino de Níger. Si los tuareg son pobres, los de Níger eran pobres entre los pobres, se les notaban en sus pobres ganduras y en sus sheshs, en sus turbantes. Venían andando desde Níger con sus burros. Aunque Argelia y Niger  tienen frontera común, aquella gente podía venir desde 200 ó 300 kilómetros fácilmente, para cobrar posiblemente una mierda. El último día y al despedirnos les repartimos unas propinillas. Nos lo agradecieron muy educadamente y uno de ellos nos preguntó si les podíamos cambiar billetes pequeños, de 5 ó de 10 euros, por billetes más grandes. -¡Claro!, les dijimos. -¿Y para qué?. Y nos contaron: al llegar a la frontera los gendarmes les quitaban dinero y, para esconderlo, lo guardaban en tubitos de medicamentos de aluminio…y se lo guardaban en el culo. Y, ¡claro!, los billetes grandes abultaban menos. ¡Ésto es África!.

Cuando el segundo día nos enseñaron «la vaca que llora», y ante el diálogo con los españoles, nuestros guías tuareg ya se enteraron que yo era veterinario, aunque muchas veces te preguntan directamente a qué te dedicas en tu país. Los arrieros seguramente ya lo sabían, entre ellos no paran de hablar y sin duda hacen comentarios de todos los colores sobre los turistas a los que llevan. Aunque como es en su dialecto, en el tamasek, nosotros por supuesto no nos enterábamos. Una mañana se me acercaron los arrieros y señalando uno de los burros me dijeron:

l’âne a mal a coté! (¡al burro le duele la tripa!). -¡Dios!, pensé, yo no tengo ni idea de burros, yo me dedico a perros y a gatos pero, claro, ni podía decírselo ni se lo iban a creer (¿curar perros?…¡¡¡curar gatos!!!). Si los tuareg de Níger son muy pobres, sus burros son ya el paradigma de la miseria. Pequeñitos, muy duros y cargados como lo que eran, como burros, se les suponía resistentes a todo pero más de una vez encontramos cadáveres de burros por el camino que no habían podido aguantar, y allí se habían quedado, blanqueando sus huesos al sol.

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Como correspondía y vigilado atenta, respetuosa y silenciosamente por el grupo de arrieros de Níger, inspeccioné el burrito. En el campamento y por las noches les ataban las patas delanteras para que pudiesen «pastar» los resecos hierbajos que encontrasen por los alrededores y que no se alejasen mucho. Les «manean» como dicen en el campo, en este caso con cuerdas verdes de nylon que, como podíamos ver, se les clavaban y les producían heridas profundas en la carne. Por la mañana y mientras se organizaba el reparto de bultos les soltaban un ratito. Momento que aprovechaban los burros para lanzarse como fieras, mordiéndose y coceándose entre ellos (ya lo dice el refrán: «más malo que una pelea de burros»), peleando por las cajas de cartón manchadas de restos de tomate o verdura que habían contenido, y que se comían sin dejar rastro. En las boñigas se solían ver restos de estas cuerdas de nylon…no serán digestivas, pero igual hasta matan el hambre…

Inspeccioné al burrito enfermo…burrita, para ser exacto. Como decía, rodeado en silencio por los arrieros, a los que se sumaron nuestros guías y, ya puestos, los compis del viaje. Todo un desafío. Su interés era lógico. Mi currículum y prestigio profesional a los arrieros les daba absolutamente igual, pero su pobre vida dependía de los pobres burros, y estaban lógicamente preocupados. Aunque no tengo ni idea de burros (bromeaba luego con los compis: «el día que explicaron los burros en la Facultad a mí me pilló en el bar») apliqué unos conocimientos básicos: estaba un poco flaca pero no mucho más que los otros. Le palpé el abdomen (no parecía molestarle), le exploré las encías (no parecía anémica), vi sus boñigas (no tenía diarrea)…al menos no parecía grave, ¡vaya!.

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 Explorando como un auténtico profesional a la pobre burra. Sus pobres dueños, tuareg como los de Argelia, pero para nada dignos, orgullosos ni señoriales 

Pregunté a los del grupo: -¿qué tenemos en los botiquines?…-Paracetamol, dijo uno. Así que con una botellita pequeña de las de agua disolvimos un par de pastillas y con la inestimable ayuda de los arrieros se la enchufamos. La pobre burra no dijo ni pío.

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Ante mi asombro a la mañana siguiente me dijeron los arrieros, sonrientes, que estaba mucho mejor…¡magia de hombre blanco ser poderosa!, como decían los negros en las películas de Tarzán…así que, cada mañanita, le preparábamos el «bibe» a la burrita. Cuando nos despedimos aún les dejamos un blister de pastillas, para que le diesen. Agradecidísimos se quedaron, aquella buena gente.

Paisajes del Tassili. Los arcos de piedra y la fuerza del viento

El Tassili, como ya dije al principio, se podría definir en una sola palabra como laberíntico. Pero aparte de laberíntico era, sencillamente, espectacular. Día a día y casi de hora en hora descubríamos parajes a cada cual más variado: estrechas gargantas por las que apenas podíamos circular, de uno en uno. Profundos desfiladeros que no permitían pasar los rayos del sol en ningún momento del día. Enormes moles de piedra, de arenisca, testigo de un antiquísimo pasado sedimentario y que formaban acumulaciones en forma de capas superpuestas, como crêpes, apilados unos encima de otros.

Los pasadizos se multiplicaban. A veces transcurrían por laberintos rocosos por los que se hacía complicado transitar, por donde había que ir casi saltando. Otras veces eran lechos de arena…En algunos parajes elevados, de repente tenías una perspectiva de la lejanía, con la amplitud del desierto.

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Los guías tuareg nos iban conduciendo de un sitio a otro, y fuimos descubriendo numerosos arcos de piedra, tallados en la «blanda» arenisca en parte por el agua, sobre todo en las gargantas donde las ocasionales pero torrenciales lluvias arrastran arena y desgastan las paredes, pero sobre todo por el viento. Viento que sopla casi constante en el desierto y que, al ir cargado de arena, va erosionando, va tallando poco a poco, año tras año, siglo tras siglo las rocas dándoles formas y equilibrios inverosímiles, con unas formas que yo sólo he podido contemplar aquí.

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Me enteré a la vuelta que hay auténticos «especialistas» en visitar arcos de piedra por el mundo. De hecho, en los estupendos y detallados planos, originalmente dibujados a mano que me pasaron, en cinco de los siete «pasan» ampliamente de las pinturas rupestres y se centran tan sólo en los arcos. Me apuntaron un correo: http://www.naturalarches.org/tassili , por si a alguien le interesa. Siempre hay gente para todo. A mí, personalmente, lo que más me interesaban eran las pinturas, a mi amigo Carlos quizá las plantas…pero hay que reconocer que los arcos son espectaculares.

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Uno de los cinco planos que describen el aspecto y los accesos a los arcos de piedra

Las noches del desierto

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Noches a la luz de la hoguera…antes o, mejor, después de cenar… Los tuareg disfrutan -se les nota- especialmente en esos momentos. Tras la cena, siempre se ponían a cantar durante varias horas, acompañados por una percusión improvisada sobre los bidones de plástico vacíos. A veces les acompañábamos con palmas, o intentando llevar el ritmo con un bidón, pero a mí me gustaba verles y escucharles cantar, aunque por supuesto no entendía la letra. Daba igual: tampoco me entero de muchas letras en inglés y me gustan, es la música lo que te lleva…

Según se iban entusiasmando más y mientras unos cantaban y percutían, otros se levantaban y se ponían a bailar. Nos invitaban, yo me levanté alguna vez pero para estas cosas soy más bien vergonzoso. A las que sí les gustaba salir era a las chicas, y más con estos tuareg altos, picarones y sonrientes… Una de las veces -y sin chicas en el baile que lo justificase- uno de ellos se fue animando más… y más… y cada vez más… entrando en una especie de trance digno de una bacante, al punto que en un par de minutos cayó en pleno frenesí, temblando, al suelo…¿creéis que se preocuparon?…¿que dejaron de cantar?…¡para nada!…entre dos le sacaron del corro, le echaron a un lado sencillamente para que no estorbase y le dejaron allí tirado hasta que -nosotros le mirábamos de reojo, preocupados- se le pasó el éxtasis. Levantóse un poco atontado, fuése…y no hubo nada.

Algunas noches y aprovechando los rescoldos de la hoguera, nuestros amables tuareg prepararon taguela, o táguela, con acento esdrújulo, que de las dos formas les he oído llamarla.

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La taguela es una torta de harina de trigo, de maiz o de mijo, con agua y sal que los tuareg amasan mezclando bien los ingredientes en un cuenco. Cuando está preparada apartan del hogar donde estuvo el fuego las brasas y, sobre el lecho de arena bien caliente, ponen la masa cubriéndola de arena y, sobre ésta, las brasas de nuevo. La dejan unos 15 ó 20 minutos «al horno», la descubren y prueban la cocción pinchándola con un palito. Y si les parece que va bien, le dan la vuelta y repiten la operación de cubrirla con arena y brasas, otros 10 minutos más, aproximadamente. El resultado es un pan sencillamente delicioso. Ellos, los tuareg, la añaden desmigada en sopas o la acompañan con verduras o con carne, pero nosotros, los cristianos -y ellos, los tuareg, divertidos bien que lo sabían- nos la comíamos con ganas en trozos nada más sacarla, calentita y sabrosísima. La he probado en todos los viajes que he hecho con los tuareg y siempre me ha parecido una delicia. ¡Todo un invento, la taguela!

Después de la cena y antes o después de la «fiesta», nos solíamos apartar,  lejos del resplandor de la hoguera, para disfrutar de otra de las maravillas del desierto: el cielo inmensamente cuajado de estrellas. El hecho de poder ver tanta estrella tiene su explicación. En primer lugar, la humedad ambiental del Sahara es menor del 10% con lo que el «enturbiamiento» que produce el agua en la atmósfera es mínimo. Sólo pensar que una zona tan reseca en España como es La Mancha o Extremadura, ya «goza» -comparada con el Sahara- de un 60% de humedad. En segundo lugar, la ausencia de contaminación. No hay ciudades próximas que produzcan contaminación lumínica, ni por supuesto industrias que emitan humos que ensucien la atmósfera. Y en último lugar, la altitud. Estábamos a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar, con un aire menos denso…

Con todas esas circunstancias a su favor, la visión del cielo nocturno llegaba a sobrecoger, no veías una zona oscura libre de estrellas. Nos conocíamos más o menos las constelaciones visibles en el Hemisferio Norte: la Osa Mayor, la Osa Menor, Casiopea, Andrómeda, el Cisne…pero lo que en España eran puntos en la oscuridad que conformaban las constelaciones con bastante claridad, en el Tassili se veían «rellenas» de muchas más estrellas dentro, al punto de confundirnos, haciéndonos dudar a veces de si estábamos viendo una constelación o no. Al poco de oscurecer ya podíamos contemplar el espectáculo, y antes de que saliese la luna que, con su luz, enturbiaba la visión de las estrellas, igual que de día no las vemos, debido al resplandor del Sol. Pero cuando salía la luna comenzaba otro espectáculo…la oscuridad desaparecía del paisaje, volvíamos a ver las rocas y montañas lejanas. Proyectábamos sombra en el suelo y nos mirábamos divertidos a la cara, que hasta hacía unos momentos apenas podíamos distinguir.

Unos apuntes sobre los tuareg 

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El amenokal de Yanet, o el Gran Jefe de los tuareg Kel Adyyer, con su takuba bien sujeta a la izquierda

Si hay un pueblo fascinante en la tierra para los occidentales, sin duda ése es el pueblo tuareg. Altos, dignos, orgullosos, elegantes… Desde Europa uno se los puede imaginar atravesando el desierto subidos en los camellos, con sus blancos turbantes cubriéndoles casi toda la cara. Cuando tienes la oportunidad de tratarles de cerca, descubres personas con su dignidad, sí -la dignidad que no falte- pero también amables, hospitalarios y con un gran sentido de humor. Antaño conduciendo sus propias caravanas, sirviendo de guía a las ajenas o, lo que era más frecuente, cobrando «peaje» a los que se atrevían a cruzar sus territorios…éso, o saqueándoles, sin más. Pero para los tuareg y sus caravanas los buenos tiempos pasaron hace tiempo, aunque sigan conservando su «dignidad», cual hidalgos pobretones castellanos venidos a menos.

El camión sustituyó como medio de transporte a los camellos, aunque te encuentras a menudo pequeñas caravanas de los que no tienen para pagar un camión, que siguen y seguirán manteniendo el pequeño comercio en todo el Sahara, entre pueblo y pueblo. Además de la competencia del camión, el establecimiento de nuevas fronteras con la colonización europea obstaculizó lo que antes era -casi, y ahora aclararé lo del «casi»- un libre deambular por todo el Sahara.

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                            Los pequeños comerciantes en sus pequeñas caravanas

Porque el Sahara, por muy extenso y abierto y «sin puertas» que nos parezca, tiene límites aunque no veamos carteles, y tiene dueños. En concreto y con los que ahora nos ocupan, los tuareg se extienden por un amplio territorio: desde el sur de Argelia al norte de Mali, y desde el sur de Libia hasta el norte de Níger y de Burkina Fasso.  Aproximadamente, un millón y medio de tuareg repartido por esos países…no son muchos, es cierto, pero su densidad es bajísima debido a los lugares tan extremosos donde viven.

Un mauro (de Mauritania) podrá viajar hasta Sudán cruzando zona tuareg, o un hausa del norte de Nigeria podrá llegar hasta Senegal atravesando Mali, pero no es lo normal. Hacen falta acuerdos, pagar «peajes» y aún así no será fácil. A los pobres subsaharianos procedentes de Costa de Marfil, o de Burkina, o de Guinea, o de cualquier otro lugar que pretenden llegar al Mediterráneo atravesando el desierto, o hasta Senegal para subirse a un cayuco, les extorsionan en cada cruce de caminos. Es un paseo muy largo, muy peligroso…y además les sale caro.

Dentro del territorio tuareg también hay diferentes tribus, cada cual en su zona, que suele dar el nombre a la tribu en cuestión con el prefijo Kel («los de»): los Kel Ayyer, como los de Yanetpor ejemplo, o los Kel Ahaggar, moradores del macizo del Hoggar. Cada zona claramente delimitada y, aunque hoy día suelen llevarse bien, no siempre ha sido así. Para complicar más las cosas, dentro de los tuareg hay tribus «nobles» y tribus «vasallas». Y dentro de cada tribu hay familias más nobles -aristocráticas- junto a los pobretones…exactamente igual que en Europa. Como jefe supremo en cada tribu está el amenokal, personaje respetadísimo incluso fuera del ámbito tuareg y encargado de velar por sus intereses ante los gobiernos centrales respectivos. A nosotros quizá nos pueda parecer un lío, pero entre ellos es un sistema que les vale para organizarse.

Con estos «mimbres» se entenderá que actualmente mantener las antaño activas caravanas, hoy día se haya vuelto casi imposible. Prácticamente sólo se mantienen dos, limitadas dentro de un mismo país, respectivamente Mali y Níger, y dentro del territorio de su propia zona tuareg. Las dos son caravanas para el comercio de ese elemento tan valioso y que generó un activo comercio que atravesaba el desierto hasta hace un siglo para cambiarla por oro: la sal. La de Níger, atravesando el durísimo desierto del  Teneré  (en tamaseq: «no hay nada») desde la «capital» tuareg Agadez, hasta las salinas de Bilma, a 1.200 kilómetros. En Mali y partiendo de Tombuctú hacia el norte, a las salinas de Taudeni, catorce días en camello, los últimos siete sin un sólo pozo de agua. Ambas, antaño trabajadas por esclavos. Hasta hace poco destino de trabajos forzados para condenados políticos, lo que equivalía prácticamente a una condena a muerte. Hoy día, por gente que paga sus deudas extrayendo la sal.

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                               Ladrillos de sal de las minas de Taudeni

Sin caravanas, limitados en sus movimientos, los tuareg van poco a poco sedentarizándose y encuentran o buscan trabajo en las ciudades, sobre todo en la construcción, mientras las mujeres, las targuías, se ocupan de sus rebaños de cabras en los campamentos móviles. Los pocos desplazamientos que hacen los hombres, como los de los tuareg de la zona desértica al norte de Mali hasta la cuenca del río Niger, ya no tienen más objeto que intercambiar sus productos por arroz o mijo. Los tuareg son un pueblo bereber, de rasgos casi europeos: piel más o menos clara, ojos a veces claros, narices rectas…aunque los hijos tenidos con sus esclavas -negras- hayan oscurecido un tanto la raza, y algunos tuareg son más negroides que otra cosa.

Las targuías, bellas, libres, dignas…

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Lo que voy a contar ahora es una información que les encanta escuchar a las mujeres. La sociedad tuareg es una sociedad de base matriarcal. Las mujeres son las transmisoras del apellido, de las líneas nobiliarias y las propietarias del ganado. Son ellas las que escogen marido (al contrario que en el Magreb, donde las casan de niñas y, por supuesto, sin consultarlas) y cuando, una vez casadas, si éste no les gusta, sencillamente le echan de casa -conocí algún triste «repudiado»-. De solteras son bastante…desenvueltas, por decirlo de alguna manera. En la entrada donde cuento el viaje a la cordillera del Tefedest describo una situación que nos sucedió con dos jóvenes targuías, un tanto embarazosa. Raramente cubren su pelo, si acaso ya de mayores y una vez casadas. Y tienen una institución que da idea de su libre mentalidad: el tindé.

El tindé es el cubo de madera donde muelen el arroz o el mijo. Cuando las mujeres de los campamentos, donde se tiran meses con la única compañía de sus cabras, tienen ganas de un poquito de diversión, cubren el tindé al atardecer con una piel de cabra y a guisa de tambor empiezan con la percusión y a cantar durante muchas horas…igual que nuestros guías se «arrancaban» a cantar, junto a los fuegos del campamento. En el desierto el sonido llega a varios kilómetros, y es fácil que acudan desde muy lejos jóvenes con las mismas ganas de diversión, acabando todos por cantar y bailar en alegre compañía…

Ya dice el refrán con su sabiduría refranera: El hombre es fuego y la mujer estopa, y viene el diablo y sopla…. Pues éso, luego pasa lo que pasa, y no es nada extraño que, de repente, una parejita se esconda detrás de las dunas practicando el amor libre. Pero en la libre y matriarcal sociedad tuareg, un detalle como este no supone ningún problema. Si, como a veces pasa, la joven targuía se quedase embarazada, a esos frutos del amor desértico se los conoce como «los hijos de la arena». Cuando la muchacha se case, aportará  sus «hijos de la arena» como prueba irrefutable de su fertilidad, y como tal serán bien recibidos por el feliz marido. Y ya sabemos: como se lo tome a mal, le echan de casa… (mujeres todas: ¿a que os ha gustado?).

Los presumidos tuareg y sus taguelmust

La típica figura del targui con su gandura azul y su voluminoso turbante, su taguelmust blanco, forma parte del imaginario que desde Europa tenemos de los tuareg. Pero ése es el traje de «vestir», podríamos decir, el «traje de los domingos». Cuando les ves subidos en sus camellos suelen ir elegantes. Cuando trabajan, sobre todo en la construcción, se ponen el «traje de faena», como cualquier currante. Cuando conducen a sus grupos de turistas, alguno se pone más fino pero en general se ponen «más cómodos»…no en chandal, pero casi. Los tuareg conceden gran importancia al aspecto físico, y desprecian a esos turistas «aventurillas» que, por aquello de parecer más intrépidos y aparecer más curtidos en las fotos, gastan camisetas sucias o rotos en los pantalones, en demostración pública de su «dureza». Los tuareg no se reirán, son educados, pero las miradas de guasa que les echan lo dicen todo.

Supercoquetos, nos llamó la atención en el trekking que hicimos por la cordillera del Tefedest  la manera en que, tras más de una semana de desierto, de dormir por el suelo y de poca higiene, con lo que ello suponía y citando a Machado de cierto «desaliño indumentario», llegando a pocos kilómetros del pueblo de  Hirafok,  localidad natal del jefe de nuestros guías y donde nos esperaba la familia para brindarnos su hospitalidad, todos sacaron de no se sabe dónde ganduras limpísimas y taguelmust impecables, todo como recién estrenado, con lo que pudieron cambiarse de ropa haciendo una entrada triunfal como si de auténticos príncipes se tratara.

Colocarse el taguelmust es todo un proceso, teniendo en cuenta que se trata de una pieza de algodón que mide hasta diez metros. Van enrollando con cuidado sus vueltas en la cabeza dejando  una pequeña banda que les protegerá boca y nariz, y que al final dejará sólo sus ojos al descubierto. Permanecerán cubiertos delante de su amenokal, su Gran Jefe, por todos respetado, o ante sus padres, igualmente respetables, o ante los desconocidos. El hecho de comer en semejantes situaciones les supone el esfuerzo de introducir la comida en la boca con cuidado por debajo del taguelmust, sin destaparse. Pero cuando están en confianza, se descubren.

La costumbre de protegerse la cabeza o la cara contra el viento es general en todo el Islam. Y tipos de turbantes hay muchos: desde los más ligeros como el shesh, simple tela que cubre la cabeza, hasta el litham, que protege además la cara, o el aparatoso taguelmust tuareg. Pero es más una costumbre social que una protección ante el sol, al igual que en Europa y en muchas épocas se generalizó el uso del sombrero. En Marruecos y en Mauritania ves muchos viejos con una simple franja de tela que se enrolla en la frente dejando toda la calva al aire. Se especula con el origen de los tuareg y su uso del taguelmust. Está claro que son un pueblo bereber. Hay quien propugna que son los descendientes de los antiguos garamantes, citados por el historiador griego Estrabón y los romanos, antiguos pobladores de Libia y que introdujeron el caballo y el carro en el Sahara.

Como bereberes que son pudieron adquirir la costumbre de taparse la cara de los antiguos almorávides, pastores y guerreros de las tribus zanatas, igualmente bereberes y fuertemente integristas que, desde Mauritania, se expandieron hacia el sur y hacia el norte, llegando a dominar parte de España. La palabra «almorávide» viene de al-morabitum: «los del convento» o «los que se atan», en el sentido de estar sujetos moralmente y dispuestos a la batalla. Pero en su momento se los conoció más por el sobrenombre de al-mulattamum: «los del litham, el turbante», debido a su costumbre de taparse completamente cabeza y cara, dejando tan sólo los ojos al descubierto.

De hecho, el ir enturbantados se convirtió en un signo reservado y exclusivo tan sólo para los almorávides, nadie más que ellos podían llevarlo bajo severos castigos. No estoy proponiendo que los tuareg desciendan de los almorávides -también hay quien lo sugiere-, pero sí que es fácil y posible que, tras el monopolio de cubrirse la cara y una vez pasado su momento de esplendor, otras tribus como los tuareg adoptasen la costumbre, como una identificación, como un signo de «ardor guerrero», tan caro a los feroces nómadas del desierto. Como taguelmust de gala, llevado por el amenokal o los miembros más respetados de la comunidad  está el mucho más caro y teñido de azul índigo (azul oscuro casi negro, como en la película de Daniel Sánchez Arévalo), de tela muy rígida y con un brillo metálico, auténtico turbante de lujo para las ocasiones muy especiales.

que tus esclavos guarden tus rebaños, que tu takuba guarde tu honor…(proverbio tuareg)

Los tuareg ya no son los feroces guerreros de antaño, pero siguen manteniendo en su espíritu las mismas normas tradicionales. La esclavitud, bajo el papel, se abolió hace muchos años, pero sigue manteniéndose entre los tuareg y sus antiguos esclavos, de diversos orígenes étnicos pero agrupados bajo la denominación de los bela, una relación de clientelismo. Hoy día un bela por muy teóricamente libre que sea, jamás se atreverá a plantar cara o a discutir con un targui, y se les nota en la mezcla de respeto teñida de sumisión con que se dirigen a ellos…aunque el targui sea más pobre que una rata y el bela haya prosperado. Incluso en este último caso, no es nada raro que el bela destine parte de su sueldo para su antiguo amo. Esté el bela en Tombuctú, o emigrado en Francia.

Los conflictos de los tuareg con los gobiernos centrales de sus respectivos países varía según sea un estado bajo el gobierno de «blancos» (si son árabes o bereberes, para ellos serán blancos), como sucede en Argelia o Libia, en cuyo caso son muy respetados, a que si el gobierno es de «negros», como es el caso de Mali, con su capital en Bamako -zona bambara- o el caso de Níger, con su capital en Niamey, o el caso de Burkina, con su capital en Ugadugu. Para unos antiguos esclavistas como los tuareg, el saberse sometidos a un gobierno de negros y sólo con mencionárselo, hace que les lleven los demonios. Y para el gobierno central de negros, el tener a unos nómadas incontrolados como los tuareg y para colmo racistas (no hay nada más racista que un árabe con un negro, ríete tú de los de Alabama), les supone una pesadilla, aparte de vengar antiguas afrentas con sus antiguos «amos» a costa de humillaciones. Los últimos acontecimientos del intento de independencia por parte de los tuareg del Azawad maliense (la zona norte del país, pleno desierto) y su secuela de luchas al ser apoyados por AlQaeda del Magreb y los salafistas no son más que la consecuencia de una tensión larvada.

Como antiguo símbolo de su status guerrero, además de las lanzas y las dagas, está sobre todo la takuba, espada recta de un metro y de doble filo. En Argelia y en Mali está prohibido llevarla hoy día salvo en festejos oficiales, para evitar «accidentes». Pero en Níger está permitido y de vez en cuando dos tuareg y por un quítame allá esas pajas todavía pueden dirimir su honor a base de «takubazos». Lo curioso es que las más antiguas takubas se forjaron hasta el Siglo XVIII por armeros europeos, sobre todo en Solingen (Alemania, con el sello visible del «lobo corredor» en la hoja) y en Toledo (con el sello visible del «águila»).

La gran calidad, dureza y resistencia del acero toledano hizo exportar las hojas a todo el mundo desde antes del Siglo XV. Me contó un amigo armero, muy enterado, que los musulmanes conocieron las espadas toledanas a raíz de los saqueos con que los corsarios turcos hicieron presa sobre barcos cristianos, en tiempos del gran Saladino. De ahí que utilicen estas espadas de hoja recta frente a las espadas curvas, tipo cimitarra, tradicionalmente preferidas por los árabes. Aunque los tuareg eran los mayores consumidores, también podían llevarlas los peul fulani, y los hausa de Nigeria. Hoy día los africanos ya no llevan espadas, ¿para qué?. Hasta al más rústico pastor del Sudán, de Etiopía o de Chad le verás deambulando detrás de sus vacas con los ubícuos kalashnikov, los «kalash» en bandolera…Y las pocas takubas que se forjan, y por un tema de economía, que no de calidad, las hacen en Kano, Nigeria.

Despedida y final feliz

Afortunadamente para nosotros, nuestros tuareg no empuñaban takubas. En todo caso y occidentalizados sin duda por el repetido contacto con tanto «perro infiel», parecían haber perdido sus tradiciones…bueno, habría que verles luego en la intimidad del contacto con la familia…  Les encantaban las gafas de sol -de las de marca-, el tabaco rubio -de marca- , los vaqueros -de marca- y sin duda eran afortunados por tener un trabajo, más o menos estable, relacionado con el turismo, aunque me temo que el auge del integrismo les haya hecho «pupa» y les haya reducido mucho la clientela.

Nos contaron que sólo en Tamanraset (Tam, para los amigos), la capital de la vilaya –la provincia- del sur, había más de 60 agencias de viajes, para una población de menos de cien mil habitantes. Pero no hay que pensar en grandes agencias tipo Marsans, Halcón Viajes o Catai… En Tam una agencia podían ser cuatro o cinco familiares que, en un momento dado, alquilaban un Toyota para llevar a sus grupos. Tengo tarifas por ahí que me apuntaron en sus tarjetas. Pero en nuestro caso, habíamos contratado los vuelos y el viaje con Cultura Africana que, a su vez y con la lógica comisión, nos puso en manos de la de Miquel Petit. Que nos delegó en nuestro grupo de guías. Los cuales a su vez habían subcontratado a los arrieros de Níger…todos sacaban algo del turista.

Pero en aquel momento los salafistas todavía no habían empezado a enredar y estábamos en Argelia donde los tuareg estaban muy bien considerados, y no en Mali, donde se lió todo, y donde los tuareg con los que traté eran más pobres y, aunque correctos, pelín circunspectos, o ésa fue mi impresión. Nuestro grupo de guías eran gente maja, alegres, jóvenes y había muy buen rollo entre ellos y el grupo.

Y dado que en estos viajes suele haber más chicas (bueno, en el del Tefedest éramos cuatro varones, aquello parecía la Legión, o un monasterio benedictino), que todas a excepción de la novia de mi amigo Carlos estaban solteras y sin compromiso, que los viajes a zonas exóticas excitan e incluso desatan la imaginación, que para los tuareg las occidentales tienen el aroma de la fruta prohibida del Bien y del Mal -sobre todo del Mal-, cual las proverbiales suecas en las españoladas de Alfredo Landa…que si las fogatas nocturnas, que si los bailes étnicos al son del bidón…pues no hacía falta organizar un tindé ni ser un profeta para adivinar que allí podían pasar cosas.

Los tuareg como casi todos los pueblos de la tierra -exceptuando quizá los salafistas y los amish (anabaptistas de Pennsylvania., USA) son gente que suele sonreir. Y los tuareg, mucho. Los de nuestro grupo eran bastante picarones, pero aunque la perniciosa presencia de las chicas -alguna de ellas rubia, para más inri- podría explicar esa conducta deplorable, lo cierto es que cuando estuve en el Tefedest, y sólo tíos, insisto, las conversaciones en los campamentos con los tuareg también tenían su «gracia».

Uno de los días mientras caminábamos por el Tassili nos fueron acercando a un abrigo, tan muertos de la risa que se doblaban y apenas podían ni hablar… -¿Pero qué pasa?… Al acercarnos a la roca pudimos verlo con claridad: una figura de mujer claramente «espatarrá», en una postura más que provocativa. Si te fijas bien se la ve bien barrigona, podría haber sugerido un parto, pero no había indicios del neonato. Lo cierto es que era un fresco carente de la habitual precisión de las figuras de cazadores y pastores, aunque también es verdad que no siempre eran tan perfeccionadas. ¿Una modernidad?. Los tuareg conocen perfectamente los pigmentos que utilizaban aquellos artistas, y el Periodo de los Camellos, relativamente reciente, aunque del mismo color tienen un trazo mucho más burdo. La bautizamos como «La Porno», y estuvimos a punto de proponer un quinto periodo: el Periodo Pornográfico…A nosotros nos valió para reirnos un rato. A los tuareg les duró la risa todo el día…

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                                                                         La Porno

Al final, como era de suponer, entre tanto alegre fuego de campamento, tanta pintura pornográfica, tanto ciprés y tanto burrito, y tras la inevitable fase de tanteos una chica de las del grupo y uno de los guías acabaron liados. Tengo fotos de ellos pero soy un caballero y no pienso difundirlas…salvo que alguna revista en papel «couché» me las pagase bien. Lo cierto es que el targui era un buen mozo, guapete, alto y fuerte. Pero no se trató de un «romance de verano». El chico estudiaba en Argel, y ella fue a verle varias veces. Aunque hace un tiempo que no se de ellos, sí me enteré que tuvieron un niño…no sé si un «hijo de la arena», pero entre las arenas del Tassili  nació el romance. Final feliz.

Un comentario en “Argelia: viaje a las pinturas rupestres del Tassili N’Ayyer

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