
1ª parte:
-Introducción. Orígenes del antijudaísmo
-El guía: Mario Sinay
-Comienza el viaje. Varsovia
-Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
-Los antecedentes. La invasión nazi
-Comienza la caza del judío
-El ghetto de Varsovia
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
La aldea de Tykutin y el bosque de Lubojova
Lublin, cuna de la ortodoxia
El campo de Majdanek
Cracovia
3ª parte:
Schindler, el de la lista
Auschwitz-Birkenau
Los experimentos de Auschwitz
La vida cotidiana en los campos
El fin de Auschwitz
3ª parte:
Schindler, el de la lista

Los 1.200 judíos de la Lista de Schindler, junto a su oficina, en Cracovia
Hay un cargo honorífico creado en Israel en el año 1.963 por el Yad Vashem (institución creada para honrar a las víctimas del Holocausto), para honrar a su vez a aquellas personas que, sin ser de confesión o ascendencia judía, prestaron ayuda de manera altruista a las víctimas -generalmente en situación de muy grave riesgo- por su condición de judíos durante la persecución nazi. Añadiendo, además, que eran conscientes de estar poniendo en peligro su propia vida al estar penada la ayuda por las autoridades alemanas. Es el de Justo entre las Naciones. Entre otras prebendas económicas y sociales por parte del estado de Israel, se les concede una medalla: la Medalla de los Justos con una inscripción tomada del Talmud que reza así: Quien salva una vida salva al Universo entero.
Hasta el año 2.010 el número alcanzó la cifra de 28.000 «Justos». El porcentaje mayor por nacionalidades está encabezado, en más de un 75%, por ciudadanos polacos, ucranianos, franceses, holandeses y belgas, pero en la lista de «Justos» hay personas de 48 países. Entre ellos algunos españoles como Ángel Sanz Briz, embajador en Hungría (el «ángel de Budapest»), o José Rojas Moreno, embajador en Bucarest. De los que ya hemos mencionado, el polaco Tadeusz Pankiewicz (el farmacéutico del ghetto de Cracovia). Y un alemán: Oskar Schindler.

Ángel Sanz Briz, un Justo entre las Naciones
Schindler fue uno de tantos que aprovechó las circunstancias del expolio de los judíos para amasar una gran fortuna. Pero antes de éso, ya había colaborado con los nazis. Nacido en Moravia (en la actual Chequia) de familia alemana y antes de la ocupación nazi de Checoeslovaquia en 1.938, aprovechó su nacionalidad checa y sus movimientos como comerciante para pasar información al gobierno alemán desde el año 1.936, en lo relacionado con vías férreas y movimiento de tropas, muy útiles de cara a la ya prevista anexión. De hecho el gobierno checo lo arrestó y encarceló bajo la acusación de espionaje, aunque hubieron de liberarlo debido a las presiones del gobierno alemán. En 1.939 solicitó la afiliación al partido nazi, que le fue concedida al poco tiempo, entre otras cosas por sus méritos como espía.
En 1.939 le encontramos en Cracovia donde, utilizando sus contactos, compró (iba a alquilarla pero un amigo le convenció para adquirirla) una fábrica de menajes esmaltados incautada a los judíos, la llamada Rekord Ltd., situada en la otra orilla del Vístula, junto al ghetto judío de Podgorze. Gracias a las invitaciones y regalos con los que agasajaba a menudo a la oficialidad de las SS y de la Wehrmatch, consiguió numerosos contratos como proveedor al ejército, con lo que la fábrica, ahora rebautizada como Deutsche Emarlewaren-Fabrik (Fábrica Alemana de Esmaltes), familiarmente conocida como Emalia, comenzó a funcionar muy bien desde el principio. Llegó a contratar hasta 1.750 trabajadores, de los cuales unos 1.000 eran judíos. Procedentes todos del ghetto de Cracovia, con lo que la mano de obra le resultaba muy barata. Recordemos: si un alemán cobraba 20 marcos, un polaco cobraba 10, mientras que un judío cobraba sólo 5. Cantidad que el empresario, en este caso Schindler, no entregaba a los judíos, sino directamente al gobierno nazi.
En Julio de 1.944 los nazis fueron evacuando los campos situados más al Este ante el avance de las tropas soviéticas. Por la razón que fuese, Schindler había dejado de ver a los judíos no ya como mano de obra anónima, sino como personas, y personas con un futuro muy negro, además. En la película La lista de Schlinder, el punto de inflexión es el momento en que, paseando a caballo ve, caminando escoltados por las SS, a un grupo de judíos, entre ellos una niña, «la niña del vestido rojo», dirección a la plaza Bohaterov, para ser embarcados al campo de Plaszow. Sea como sea, allí empezó la transformación de un especulador como era Schindler a un «Justo». Consiguió para sus judíos medidas beneficiosas, entre otras, como que durmiesen junto a la fábrica, en naves habilitadas al efecto, y evitarles los para ellos peligrosos desplazamientos.
Schindler convenció (sobornando) al capitán de las SS, Amon Göth, comandante del campo de Plaszow, para trasladar su factoría a la región de los Sudetes (en la actual Checoeslovaquia) con el argumento de fabricar munición y material de guerra en zona segura, librando de esta manera a sus trabajadores de la peligrosa vecindad de los campos. Y no sólo a sus mil judíos. Consiguió añadir, haciendo trampas, a unos doscientos más. De acuerdo con el secretario judío del ghetto que le confeccionó una lista con 1.200 nombres, el secretario de Göth mecanografió una lista con los 1.200 nombres, la famosa «lista de Schindler», que pudieron viajar en trenes hasta Brünnlitz, a costa de ir sobornando todo el tiempo desde Amon Götz a todos los oficiales de las SS con los que se cruzaba. Schindler tuvo un momento de grave riesgo cuando intervino para rescatar a 300 trabajadoras de su fábrica que, por un despiste, fueron llevadas en los trenes al campo de Auschwitz. Consiguió, por fin, sacarlas de allí al precio, como siempre, de sobornar a unos cuantos oficiales alemanes. Para cuando acabó la guerra, en Mayo del 1.945, había logrado salvar la vida de los 1.200, pero él había quedado arruinado.
Tras la paz aún intento algunos negocios, como una cementera en Alemania o la cría de ganado en Argentina, pero ya no tenía las «facilidades» que la guerra y el expolio judío le habían proporcionado, y no levantó cabeza. Tras varias quiebras, de hecho en Alemania fue ayudado para subsistir gracias al apoyo financiero de los conocidos como Schindlerjuden: los judíos de Schindler. No sin alguna voz en contra, fue nombrado «Justo entre las Naciones». Hoy reposa en el cementerio de Monte Sión, en Jerusalén.
El Museo de Schindler es posiblemente el más visitado sobre el tema judío. A ello contribuye su vecindad a Cracovia, ciudad turística per se, pero sin duda ha contribuído mucho la ya mencionada película de Spielberg. Pero además, el museo tiene un planteamiento expositivo muy bueno. El museo como tal ocupa la planta superior, lo que fueron las oficinas, ya que la fábrica -en la planta inferior- aloja actualmente a un museo de arte contemporáneo. Vamos haciendo un recorrido con abundancia de objetos y, sobre todo, de fotografías, donde podemos ir viendo desde reconstrucciones de las escenas del ghetto a imágenes de los campos. Mario, como experto documentalista, nos iba explicando algunas en concreto porque, y gracias al testimonio de los supervivientes, se ha conseguido poner nombre a muchos de aquellos judíos. Así, escenas de familias enteras junto al tren o por las calles del ghetto dejan de ser personas anónimas para convertirse en padres e hijos o parientes con nombre y apellidos.
Hubo, hay y habrá numerosos genocidios en la historia de la humanidad. De algunos conocemos detalles arqueológicos. De otros del Siglo XX como el de los armenios por parte de Turquía, nos llegaron algunas fotografías. Pero el Holocausto judío fue el primero del Siglo XX en ser abundantemente documentado. La industria óptica se había desarrollado y puesto a disposición de todo aquel interesado muchas cámaras fotográficas con las que retratar todo lo retratable. Los alemanes hicieron no sé si millones, pero sí miles y miles de fotografías como propaganda, tanto para eternizar los triunfos nazis, como para reflejar lo que fueron campos de batalla y, entre otras cosas, la vida diaria en los ghettos y en los campos de concentración. Dentro de los campos se hicieron algunas fotos clandestinas con la intención de sacarlas fuera y mostrar al mundo lo que allí estaba pasando. Pero fueron las propias fotos de los alemanes las que muchas veces sirvieron de prueba en los procesos posteriores al fin de la guerra.
El único testigo español en los Juicios de Nuremberg fue un ex-prisionero republicano del campo de Mauthausen, el catalán Francisco Boix, ayudante del laboratorio fotográfico del campo para positivar los negativos de las abundantes fotos que se hacían. Con riesgo de su vida logró esconder muchos de aquellos negativos. Fue gracias a aquellas fotografías como se pudo demostrar la presencia en el campo del «arquitecto del Reich» y hombre de confianza de Hitler, Albert Speer, que siempre había negado el conocimiento de la existencia de los campos, y que le valió la condena a prisión.
El caso de Lilly Jacob merece mención especial. El 26 de Mayo de 1.944 fue deportada con 18 años desde Hungría a Auschwitz con su familia. Sólo sobrevivió ella, y podríamos decir que milagrosamente. Liberada al final de la guerra, se encontraba en un hospital alemán y estaba enferma de tifus. Pesaba 32 kg. En el cajón de la mesilla junto a su cama encontró un montón de fotografías. En una de ellas pudo ver a su familia subiendo la rampa de Auschwitz, camino de las cámaras de gas. Tiempo después donó las fotos al ya citado Yad Vashem de Jerusalén, con las que muchos judíos han podido identificar a parientes y conocidos, presentes en Auschwitz.


Reproducciones de dibujos hechos por los niños de los campos.
El museo estaba lleno de gente. La inmensa mayoría y como es lógico, judíos. Y muchos grupos de militares israelíes de los que luego veríamos en abundancia en los campos. En una de las salas me impresionó ver, reproducidas en la pared, pequeños graffitis pintados por los niños en los campos, con lo que era su cotidianeidad en aquellos días: escenas de ahorcamientos, de fusilamientos, soldados armados, prisioneros en filas…uno de ellos representaba un árbol tronchado (¿recordáis, el símbolo de la madre muerta en el cementerio de Varsovia?) con una inscripción en yiddish: querida mamaíta…

En lo que fue el despacho de Schindler está su mesa con un par de teléfonos (de los antiguos, de bakelita), algunos portafotos, tinteros y un flexo. La sala es grande. Justo enfrente, y contenidos por una tela metálica, una instalación hasta el techo de los cacharros que se fabricaban allí: perolos, jarras, bandejas… Si lo rodeamos por detrás, un gran panel con la lista de los 1.200 Schindlerjuden: aquellos 1.200 afortunados a los que consiguió salvar la vida. Pero ya en el museo de Auschwitz nos esperaba otro listado de nombres: los de 4 millones de judíos de los 6 millones que murieron, y de los que al menos ha quedado la memoria. El resto, los otros dos millones, me dijo Mario que ya será muy difícil recuperar ni siquiera el nombre, quedan pocos supervivientes, no más de 15.000 en todo el mundo, ya muy mayores, casi cada día muere alguno y de los que quedan su memoria flaquea cada vez más, aunque las investigaciones continúan a otro nivel y, en goteo, se consigue identificar a muchos.

Buscando apellidos de antepasados entre los cuatro millones del listado
El listado de las víctimas del Holocausto en cuestión eran dos enormes libros, a guisa de guía telefónica pero a lo bestia. Con páginas de aproximadamente un metro de alto por cuarenta o cincuenta centímetros de ancho, a doble cara, y a lo largo de cuatro o cinco metros, quizá más, por cada lado. Allí estaban registrados por orden alfabético de apellidos y, en cada apellido, los nombres. Si había datos, constaba lugar y fecha de nacimiento, y lugar y fecha de la muerte. Obviamente en la mayoría eran registros incompletos. Muchas personas, civiles y militares, hojeaban los registros, en busca de algún antepasado o algún pariente. Venían de muy lejos, de Israel y de otros sitios, y podías ver a muchos que, cuando encontraban algo, fotografiaban con sus móviles las páginas. Nuestros dos compañeros argentinos de viaje: «Bobby» y Adriana, encontraron sus apellidos. Yo, por mi parte y por curiosidad busqué mi apellido materno: Caraballo. Siempre hemos tenido la idea en la familia de que, siendo un apellido de la zona de Génova, podríamos tener judíos en la familia. Busqué «Caraballo», «Caravallo», «Caravaggio», por apurar posibilidades, pero lo cierto es que no encontré nada, creo que me hubiera hecho ilusión este rastreo familiar. Pero sí que vi apellidos claramente de origen castellano, seguramente de los sefardíes -de origen español- que también cayeron en los campos.
Auschwitz-Birkenau

La tristemente famosa puerta de entrada a Auschwitz con su lema Artbeit macht Frei: «El trabajo os hará libres», y con la no menos famosa letra «B», de Arbeit, puesta al revés, posible ironía del herrero (prisionero en el campo) pero que nunca se corrigió.
Posiblemente sea el nombre, el símbolo más conocido a nivel mundial de lo que fue el Holocausto. Cada año lo visitan 1.200.000 personas. A ello contribuyen su proximidad a Carcovia (está a 43 kilómetros, suele formar parte de los «tour» turísticos organizados), su buen estado de conservación (los nazis huyeron ante el avance soviético y no les dio tiempo a destruirlo), y al ser los últimos en construirse y los más grandes, su perfeccionamiento y eficacia en lo que se llamó eufemísticamente la Endlösung = la solución final. Sólo por dar algunos datos: desde que se abrió el 20 de Mayo de 1.940 hasta que entraron los soviéticos, el 27 de Enero de 1.945, allí murieron entre 1.100.000 y 1.500.000 personas, el 90% de ellos judíos.
Auschwitz tuvo tres sectores:
-Auschwitz-I, el original. Lo mencionaré por mayor sencillez sólo como Auschwitz. Se utilizó aprovechando un acuartelamiento de ladrillo del cuerpo de caballería del ejército polaco, construído durante la 1ª Guerra Mundial. Su primer uso fue el de campo de concentración y exterminio donde perdieron su vida unas 70.000 personas, entre intelectuales polacos y prisioneros de guerra soviéticos. Los primeros internos, el 14 de Junio de 1.940, fueron 30 criminales comunes alemanes, utilizados como kapos, y 728 prisioneros políticos polacos. Según aumentaba el número de prisioneros, ya en Septiembre de 1.940 los alemanes decidieron levantar en los bloques un segundo piso.
-Auschwitz-II-Birkenau. Por mayor sencillez, como Birkenau a secas. Sobre todo utilizado como campo de exterminio. Llegaron a instalarse 4 crematorios que funcionaban noche y día. Con capacidad para eliminar hasta 2.500 cuerpos cada día, lo que arrojaba la cifra de 10.000 judíos incinerados diariamente. Birkenau está a 3 kilómetros de Auschwitz-I y era el más grande: 2,5 x 2 kilómetros, dividido en secciones por doble alambrada electrificada, así como la perimetral.
-Auschwitz-III, utilizado como campo de trabajo con diferentes subcampos (unos 40) con fábricas, de armamento u otros productos como caucho sintético, tales como la I.G. Farben.
Según las normas de la organización de visitantes debíamos ir acompañados con un guía oficial del lugar. Así, en el museo de Schindler de Cracovia nos acompañó durante toda la visita una chica joven que hablaba un castellano muy bueno. En Auschwitz y Birkenau Mario no iba acreditado como guía oficial pero, hombre curtido en acompañar grupos, ya en Birkenau le dijo a la guía si podríamos hacer la visita los cinco solos, para ir con más soltura. Desde el gran portón de entrada por donde entraban los trenes hasta el andén, una gran torreta de madera ofrece una visión panorámica del campo. Pero al intentar acceder a la escalera, un torno nos impedía la entrada. El vigilante nos preguntó por la guía, y como íbamos sin ella desistimos de subir. Ya dentro del recinto de Birkenau y nada más entrar Mario se encontró con un guía amigo, israelí (¡este hombre no hacía más que saludar amigos por toda Polonia!) que, con una sonrisa y diciendo…¡para Mario, lo que necesite!… nos facilitó el acceso al torno con lo que pudimos subir la escalera y contemplar la panorámica desde lo alto de la torreta… ¡Hay que tener amigos hasta en Birkenau!…

Vista desde la torreta, gracias a los «buenos oficios» de Mario. Al fondo, las cámaras.
Cerca de 6.500 miembros de las SS sirvieron en estos tres campos durante los casi cinco años de existencia. El número habitual solía ser de 1.000 hombres y 200 mujeres, todos de las SS. El número de prisioneros oscilaba entre 13.000 y 16.000, llegando a 20.000 en 1.942. A los que no se eliminaba directamente se les destinaba a trabajar: en las canteras y graveras cercanas, en el mantenimiento del campo, en las fábricas cercanas o como Sonderkommando, para ocuparse de los cuerpos de los gaseados y del crematorio. En Birkenau se prolongaron las vías del tren hasta el interior, hasta un apeadero donde actualmente se ha dejado un vagón como muestra: vagones de carga, sin ventilación, cerrados por fuera, donde se transportaba una media de 100 prisioneros por vagón y generalmente sin agua, en un trayecto que en los desplazamientos más largos (Grecia, Hungría, Holanda, incluso Francia) podía suponer más de una semana. No era raro que por el calor y la deshidratación llegasen muertos la mitad de los deportados. En el andén se les clasificaba, según el criterio de los médicos del campo: a un lado los útiles para trabajar, hombres generalmente, y a otro lado viejos, enfermos, mujeres y niños.

Según avanzaba la guerra había novedades en el campo. En Marzo de 1.944 los alemanes ocuparon Hungría, aunque tenía un régimen filonazi. Entre Mayo y Junio de 1.944 llegaron a Birkenau 438.000 judíos húngaros. Un 90% acabaron en las cámaras de gas. Otros recién llegados fueron los gitanos, aunque también se les había perseguido y eliminado con anterioridad por Alemania y los territorios conquistados. El trato dispensado a los gitanos no dejaba de ser curioso. En Birkenau llegaron la mayoría procedentes de Alemania, Austria y Hungría desde 1.942. Vivían en barracones aparte, el llamado campo de las familias gitanas, con toda la familia, mujeres y niños incluídos, aproximadamente unos 6.000.
El hecho de que fuesen tan «tribales» no hubiese supuesto ningún escrúpulo para los nazis, que de todas formas les consideraban antisociales. Entre ellos hubo una familia de siete hermanos enanos (la familia Ovitz), que se dedicaban al circo. A Mengele les hizo gracia e hizo algunos experimentos con ellos pero tuvieron suerte y sobrevivieron todos. Pero la compasión brillaba por su ausencia. Desde la subida de Hitler al poder comenzó su persecución por todos lados aunque para los nazis los gitanos constituían una paradoja. Claramente su lengua, el romaní, procedente del norte de La India, era una lengua aria. Al final los «expertos» y tras investigarles decidieron que sí, que eran de origen ario, pero durante siglos de deambular por su vida nómada se habían mezclado con razas inferiores y constituían un riesgo para la pureza aria buscada.

Expulsión de gitanos
El 16 de Diciembre de 1.942 Heinrich Himmler ordenó que los gitanos de Alemania y Austria fueran llevados a Polonia, la mayoría a Auschwitz, donde se les identificaba mediante un triángulo marrón invertido cosido sobre sus ropas. En el campo de las familias gitanas se declararon epidemias de tifus y de difteria por lo que las autoridades del campo decidieron acabar con ellos, aunque se llevaron una sorpresa: los gitanos les esperaban y decidieron resistir. El 16 de mayo de 1.944 unos 50 ó 60 miembros de las SS rodearon el campo encontrándose con los hombres armados con barras de hierro y otras armas improvisadas. No les faltaban arrestos ni experiencia: entre los gitanos había muchos veteranos del ejército. Por no correr riesgos y evitar otros motines en Auschwitz, los SS decidieron retirarse aunque, más tarde y poco a poco, fueron llevándose los que salían a trabajar, hasta un total de 3.000.
Los 3.000 restantes (exactamente 2.897), mujeres y niños sobre todo, fueron sacados pese a su débil resistencia la noche del 2 al 3 de Agosto de 1.944, la llamada Zigeunermatch, «la noche de los gitanos», y llevados directamente a las cámaras de gas. El Holocausto más conocido y difundido fue el de los judíos. En el caso de los gitanos y por el hecho de estar menos organizados, es muy difícil calcular el número de los asesinados. Del aproximadamente un millón de gitanos que vivían en toda Europa, se calcula que murieron entre un 25 y un 50% o, lo que es igual: entre 220.000 y 500.000.
Hubo otros grupos. Tras anexionarse Grecia, los nazis deportaron a unos 55.000 judíos de la numerosa comunidad de Salónica. Sólo considerar que el viaje en tren desde Atenas hasta Auschwitz solía tardar hasta 8 días, con el sufrimiento y el porcentaje de muertos que las durísimas condiciones del transporte en los vagones de carga suponían. Lo curioso y lo que, entre los propios judíos, suponía paradójicamente de racismo es que, al ser judíos sefarditas, procedentes de la expulsión de España a comienzos del Siglo XVI bajo los Reyes Católicos, su lengua era el «ladino», directamente derivado del castellano.
Para la mayoría de los judíos centroeuropeos de origen askenazi y que hablaban yiddish, aquellos «judíos del sur» eran como judíos de 2ª, al no hablar yiddish. Una de las placas de homenaje junto a las cámaras de gas en Birkenau está escrita, precisamente, en ladino, que pudimos leer perfectamente. Ya nos comentaba nuestro guía Mario con su socarronería habitual las divisiones que enseguida se plantean entre los propios judíos:… Cuando se juntan dos judíos, edifican no dos, sino tres sinagogas…

La placa en ladino, el idioma de los sefardíes expulsados de Grecia
Sea como sea a los que iban a ser eliminados se les conducía a la zona de las cámaras de gas. Eran estancias subterráneas donde a los recién llegados se les decía que iban a recibir una ducha y donde previamente debían desnudarse en un plazo de 10 minutos como máximo. Para evitar reacciones de pánico y dar imagen de verosimilitud, en las salas había numerosas perchas numeradas donde, les decían, debían colgar su ropa y dejar los zapatos en el suelo atados por los cordones. Y les insistían en recordar el número de cada percha para recoger sus ropas después de la «ducha» y no perder tiempo. Acompañados de los Sonderkommando y de los SS les conducían a las cámaras de gas donde, para figurar, hasta había plafones en el techo (por supuesto sin servicio de agua). En un momento dado daban un aviso para que Sonderkommando y SS salieran de las cámaras, y cerraban las puertas. Y una vez encerrados, introducían por unos conductos el gas Zyklón-B con lo que, en unos 25 minutos, habían muerto todos.
Una vez comprobado que estaban todos muertos, un equipo de Sonderkommando cortaban el pelo a las mujeres si no lo habían hecho previamente con la excusa de eliminar los piojos. Les quitaban los anillos de los dedos y los pendientes, con tenazas les arrancaban los dientes de oro y registraban sus orificios por si habían ocultado joyas o dinero. En un montacargas que había más adelante les subían a nivel de calle y allí, en camillas y carros, les llevaban hasta los hornos, donde según el volumen de «trabajo» debían esperar los cadáveres horas, incluso días, para ir siendo incinerados.
Previamente habían recogido la ropa y los zapatos y, de sus fardos, cualquier objeto útil: perolos de cocina, peines, cepillos del pelo, cepillos de dientes…incluso las muletas. Todo ello era desinfectado con el Zyklon-B (por si los piojos), lavado y enviado a Alemania para revenderlo. Los zapatos se remendaban si hacía falta, así como la ropa. Hoy día no compraríamos un cepillo de dientes usado, nos daría asco pensar en qué bocas no habrá estado, y tenemos la facilidad de que en cualquier supermercado los hay a docenas y bien baratos, pero en aquellos tiempos hasta los alemanes eran pobres y todas esas cosas encontraban fácil acomodo.
Al extremo de Birkenau uno de los barracones servía de almacén de todo lo que le quitaban a los prisioneros: desde los dientes de oro hasta las gafas, pasando por las joyas, el dinero, la ropa o los cepillos, todo. Los alemanes le pusieron el mote de Kanada, porque en su imaginario la lejana Canadá era un país rico donde sobraba de todo aquello. Pero como se suele decir, donde está la tentación está el peligro. Entre soldados y oficiales de las SS no era raro el robo de algunos de los objetos más valiosos (supongo que precisamente los cepillo de dientes no), hubo una red de corrupción y contrabando, e incluso el primer comandante del campo, Rudolf Höss del que hablaré más tarde, fue destituído por esta causa.


Peines por un lado; a la izquierda brochas de afeitar, cepillos y cepillos de dientes.


Zapatos de todos los tipos. A la izquierda un zapato de niño con su calcetín dentro, seguramente tal y como lo dejó una madre tras descalzar a su hijo, tras entrar en las cámaras


Montones de pelo en la foto superior. En la inferior, fieltro tejido con pelo humano
Una de las cosas más espectaculares y difundidas de Auschwitz son las inmensas montañas de pelo que ocupan todo un lateral hasta el techo, en forma de trenzas, coletas, melenas…, pelo que se rapaba en vida o post mortem, sobre todo a las mujeres. Había oído hace tiempo que se usaba como aislante en los submarinos. Mario me corrigió: se usó como relleno para almohadillar los sillones y sofás. Otros grandes montones son los zapatos: ves de todo tipo, muchos de tacón, otros infantiles…los judíos encargados de remendarlos los ponían a punto. En otros grandes montones las gafas, los cepillos, las muletas… Lo que podemos hoy día ver allí es lo que los soviéticos hallaron al llegar a Auschwitz: cientos de miles de trajes de hombres, 800.000 vestidos de mujeres, 8.000 kilos de pelo… Si consideramos que lo que vemos es lo último que quedó, podemos imaginar las toneladas que fueron enviadas a Alemania durante los años que el campo estuvo a plena «producción»…

Las latas del Zyklon-B
En Auschwitz y Birkenau ya no se usó anhidrido carbónico de los motores, sino sólo el Zyklon-B. En su composición interviene el ácido cianhídrico, también conocido como ácido prúsico, empapado en fibra o tierra caliza de diatomeas como estabilizante. Su efecto es el de provocar la muerte celular al impedir la captación de oxígeno, por inhibición enzimática de la respiración celular. Se usó en sus principios como raticida e insecticida, y en los campos para despiojar el pelo rapado o la ropa de los prisioneros antes de mandarla a Alemania. Por sus características, cuando absorbe humedad ambiental (basta la eliminada por cuerpos sudorosos) se vaporiza como cianuro de hidrógeno, siendo letal por inhalación, aunque no es una muerte instantánea: se producía sofocación, anoxia con pérdida del control de esfínteres (los prisioneros se orinaban y defecaban encima), inconsciencia y muerte cerebral en un plazo de 15 a 20 minutos. Se supone que bastaban 4 gramos por persona.
En los campos utilizaban unos 2.700 kilos al mes, suministrados por la empresa química IG Forben (fusión de la Bayer y otras dos). La primera prueba en humanos se realizó en Enero de 1.940, con 250 niños gitanos procedentes de Brno, en el campo de Buchenwald. En Majdanek también se usó al final, sustituyendo al CO2 de los motores. Ya en Auschwitz la primera prueba se realizó el 3 de Septiembre de 1.941, con un grupo de 850 polacos y rusos, en el Bloque 11 de Auschwitz.
El Bloque 11 era conocido como el de las torturas, para aquellos prisioneros que se habían atrevido a mostrar algún signo de insumisión, incluso de agresión a miembros de las SS. En su planta baja se pueden recorrer pasillos donde, a un lado y a otro, mínimas mazmorras alojaban a los desgraciados prisioneros. Muertes por hambre y sed, por latigazos, a bastonazos, o encerrados en estrechos cubículos de un metro por un metro en los que no podían ni tumbarse. En algunos de estos cubículos llegaron a encerrar hasta cinco presos juntos…sin sitio ni para respirar. Cuando el castigo se quería hacer público se les ahorcaba a la vista de todos, en unos raíles de tren colocados especialmente. Si el castigo quería ser más cruel, a veces se les dejaba colgados por el cuello con los pies apoyados en una silla durante uno, dos, tres días…hasta que no conseguían mantenerse más en pie y morían. Pero la imaginación de los carceleros siempre encontraba maneras aún más dolorosas: se les colgaba de las manos atadas a la espalda, en un tormento que podía durar hasta un par de días…

Rail de tren colocado en Auschwitz para los ahorcamientos. Siempre estaba lleno
Un pequeño patio separa el Bloque 11 (el de las torturas) del Bloque 10 (el de los experimentos). Cuando entramos al patio a través de un portón vemos un muro de ladrillo rojo al fondo con un revestimiento parcial de oscuros bloques de hormigón. En su momento se le conoció como «el paredón negro». El actual es una reconstrucción, ya que los nazis lo destruyeron al evacuar el campo ante el avance de los soviéticos. Aquel paredón era el sitio escogido por los alemanes para fusilar a los prisioneros, principalmente a los polacos. Aunque echaban arena en el suelo para empapar la sangre, a menudo ésta acababa corriendo por dos canalones a cada lado del patio. Al pie del «paredón negro» ramos de flores y velas encendidas sirven de homenaje a los fusilados. Se calcula que unos 60.000 fueron aquí ejecutados.

El Paredón negro
Los experimentos de Auschwitz
El Bloque 10 era el de los tristemente célebres experimentos. Es de los pocos que permanecen cerrados al público, para evitar visitas. El médico más famoso fue el doctor Méngele, pero no era el único. En Auschwitz y Birkenau trabajaron unos 20, ayudados en algunas tareas por médicos prisioneros, aunque Méngele llegó a ser ascendido a «primer médico» de Birkenau. Entre otras funciones, los médicos eran los encargados de seleccionar a simple vista, de entre los que bajaban de los vagones, a los útiles para el trabajo físico o a los inútiles. Simplemente señalando con el dedo les mandaban a la derecha o a la izquierda, lo que significaba o bien una muerte inmediata en las cámaras de gas, o bien una muerte lenta a costa del trabajo y las privaciones. Aunque la selección no era competencia directa de Méngele, supervisaba a los recién llegados buscando «objetos de investigación»: parejas de gemelos, personas con heterocromía (ojos de diferente color), enanos u otras anomalías físicas.


Selección de los prisioneros en Birkenau. En la de abajo y a la derecha, con uniforme de oficial, Méngele
Josep Méngele, capitán médico de las SS, fue conocido como Todesengel = el «ángel de la muerte». Su afición era la genética, investigando sobre todo en gemelos y en embarazadas para intentar aplicar sus conocimientos a fin de aumentar la natalidad de la raza aria. Uno de los barracones estaba destinado a los niños, a los que protegía y alimentaba mejor, pero no por humanidad sino para que sus «conejillos de indias» aguantasen mejor los experimentos. Creó incluso una guardería con zona de juegos y cuando les visitaba repartía caramelos y se hacía llamar el «tío Méngele». Pero llegó al extremo de coser, espalda con espalda, a parejas de gemelos (lo que conducía a infecciones y muerte), a trasplantes de miembros y transfusiones entre gemelos (con idéntico resultado) o en inyecciones de productos químicos en los ojos para cambiar el color del iris (con consecuencia de ceguera). Sólo en gemelos Méngele investigó en más de 1.500 pares de ellos, de los que sólo sobrevivieron 200… Méngele abandonó Auschwitz el 17 de Enero de 1.945, pocos días antes de la llegada de los soviéticos. Ayudado por organizaciones de las SS consiguió huir a Sudamérica, cambiando de nombre y eludiendo la persecución de los «cazanazis», muriendo en Brasil.

El barracón de los niños

Arriba, ficha con la firma de Méngele. Abajo, recibo por un envío de Zyklon B
Los experimentos que realizaron los nazis aprovechando los prisioneros que tenían a su disposición perseguían un fin científico: casi todos ellos, aunque no todos, estuvieron enfocados a los problemas de los soldados en plena guerra. Para ello utilizaron judíos, gitanos, soldados soviéticos, disidentes políticos polacos… La lista de los diferentes experimentos es larga: heridas en la cabeza a base de golpes para ver lesiones cerebrales abriendo el cráneo (a veces en vivo), trasplantes (y regeneración) de huesos, músculos y nervios…secciones que se hacían sin anestesia.
Inoculación de malaria, tifus, fiebre amarilla, viruela, cólera y difteria, haciendo lotes con prisioneros vacunados y no vacunados, o para ver el efecto de medicamentos. Diferentes tipos de venenos administrados en la comida. Quemaduras en la piel con fósforo y gas mostaza para ver el efecto de las bombas incendiarias. Consecuencias de altitud elevada (el equivalente a 20.000 metros de altura) en cámaras de baja presión. El uso de sulfamidas en heridas provocadas donde se introducían astillas de madera o trozos de cristal para que se infectasen. Efecto de ingestión tan sólo de agua de mar, lo que producía deshidratación y desequilibrios electrolíticos con consecuencia de muerte en un par de días…
El doctor Carl Vaernet inyectó productos químicos en homosexuales para «curar» su homosexualidad. O el doctor Sigmund Rascher, que diseñó una tabla llamada Exitus donde anotaba metódicamente temperaturas del agua, temperatura rectal del cuerpo, tiempo en el agua y tiempo de supervivencia para calcular cuanto aguantaba un ser humano en agua a 4º centígrados. Rascher pudo comprobar que con una temperatura corporal de 25º ya se producía la muerte, aguantando los que más un máximo de 3 horas. A veces a los comatosos intentaban reanimarles con agua caliente, bajo focos infrarrojos o incluso rodeándoles de cuerpos humanos, de mujeres principalmente. Otra prueba de resistencia al frío la hacían con prisioneros desnudos a los que empapaban una y otra vez con agua helada, por aquello del frío siberiano que soportaban los del ejército alemán en la campaña de Rusia (aunque los de la Wehrmatch iban con uniforme, también se helaron).
Otro de los experimentos más conocidos era el de la esterilización, efectuados por Carl Clauberg. Con exposiciones de radiación mediante rayos X y en sesiones de 2 ó de 3 minutos (una radiografía normal tiene una exposición de sólo décimas de segundo) buscaban sobre las gónadas: testículos y ovarios, el cese de la actividad hormonal. El otro método era mediante inyecciones endovenosas con sustancias tales como Yodo y nitrato de plata. Los efectos secundarios oscilaban desde grandes hemorragias vaginales, aparición de cáncer de cuello de útero o dolor abdominal severo.
En todos estos conejillos de indias, si es que no morían durante los experimentos, se les eliminaba mediante inyecciones de fenol en vena o, a los niños, inyecciones de cloroformo intracardiacas. Y a los hornos. No obstante y como nos contaba Mario, los programas de esterilización no estaban pensados tanto para los judíos (que eran «pocos» y cuyo destino era la eliminación inmediata) sino a los 300 millones de eslavos (Rusia, Ucrania, Bielorusia, Polonia, etc) que «estorbaban» de cara al programa del Lebensraum, del «espacio vital», de la colonización por parte de alemanes de tan amplios territorios, destinados según el ideario nazi a ser La Gran Germania.
Carl Clauberg no llegó a extender sus experimentos como a él sin duda le hubiera gustado. No pudo escapar, como Méngele. Fue capturado, juzgado y murió en prisión el 9 de Agosto de 1.957. Otro de los médicos, esta vez del campo de Mauthausen, fue el doctor Eduard Krebsbach (juzgado y ejecutado en 1.947) al que haciendo un juego de palabras fue llamado irónicamente por los prisioneros doctor Spritzbach = doctor «inyección», por su afición a ejecutar con inyecciones de gasolina intracardiacas. Entre sus hazañas hay una que nos tocan más de cerca: mató a 732 prisioneros republicanos españoles con una inyección de fenol intravenosa. No fueron los únicos: en Auschwitz se calcula que murieron otros 1.200 republicanos españoles.
La vida cotidiana en los campos

En el extremo de Auschwitz, al lado opuesto al de la entrada y pegado a los barracones, había una piscina que todavía podemos ver: larga aunque no muy ancha, con césped a su alrededor y hasta con su trampolín y todo… Claro que, no estaba destinada a los presos, sino para el disfrute exclusivo del comandante del campo. Aunque desde sus barracones o camino del trabajo, los prisioneros podían verla. Para los prisioneros había otras «distracciones»…
Gracias a los testimonios de los supervivientes sabemos que, al igual que en otros campos de exterminio, nada más llegar a Auschwitz se les dividía en «inútiles» (que iban directamente a las cámaras de gas) y en «útiles» para el trabajo, lo que no garantizaba supervivencia: la vida media era unos pocos meses, un año como sumo. No obstante al llegar se les ordenaba dejar la ropa y los objetos personales, se les proveía del uniforme oficial: pantalón, camisola y gorra a rayas, y zuecos de madera, y se les tatuaba un número en el brazo para su control. Para ello utilizaron un sistema de tipos móviles, como los de la imprenta, tipos con agujas que formaban números, sujetos sobre una placa que se presionaba sobre el brazo, aplicando la tinta. Número que debían aprenderse en alemán para repetirlo cada vez que se lo exigieran y al que los prisioneros, con un sentido de humor muy negro, pero sentido de humor al fin y al cabo, llamaban el Himmlische Telefonnummer: «el número de teléfono celestial».
La jornada empezaba antes del amanecer, toque de diana a las 4 o las 5 de la mañana. Unos escasos 10 minutos para recolocar la paja de las literas, para asearse (a veces sin agua y en todo caso agua fría, sin jabón ni toallas) y el desayuno: un tazón de «café», o lo que es lo mismo, agua caliente con un toque de color marrón que, al menos, les servía para calentarse. Entre Auschwitz y Birkenau dormían hasta 20.000 prisioneros, a razón de 600 o más por cada barracón. Literas de madera de tres pìsos con algo de paja a guisa de colchón. Las literas podían ser corridas o simples. En las simples y en cada piso o nivel llegaban a apretujarse hasta 8 prisioneros. Para caber, se colocaban intercalados: los pies de uno en la cara del siguiente. Complicado hasta para darse la vuelta. A cada lado de la puerta de cada barracón una pequeña dependencia para los vigilantes, los temidos kapos. Por supuesto y aunque en invierno la temperatura en Polonia puede bajar a 20º bajo cero, nada de calefacción. En Auschwitz sí había instalaciones en forma de «glorias» para calentar los barracones…pero de cuando allí, en tiempo de los polacos, estabulaban los caballos del ejército. Para los prisioneros, nada.
Al amanecer, primer control, el Appel, formados en posición de firmes al exterior mientras pasaban lista. A veces un cuarto de hora, otras veces un par de ellas… Nos contaba Mario que la vida en el campo te obligaba a agudizar los sentidos. Durante el Appel convenía no ponerse en primera fila (corrían el riesgo de ser más visibles) ni tampoco en la última (los SS o los kapos podían pasar por detrás de ti sin poderles controlar). Siempre estarías más seguro en las filas intermedias. Si alguno necesitaba orinar por la noche, había unos grandes baldes en cada barracón, con la obligación de que el que lo llenaba debía salir fuera a vaciarlo en las letrinas exteriores…lo que les exponía estar a la vista de los SS o los vigilantes que, aburridos, quizá le daban un tiro al paseante. Moraleja: por el sonido de los que meaban sabías si el balde estaba a punto de llenarse o todavía no, todavía era seguro vaciar la vejiga sin jugarse la vida.
La jornada de trabajo (en las carreteras, en las canteras, en la construcción, en las fábricas) duraba 11 ó 12 horas, hasta el atardecer, en que de nuevo formados en filas se repetía el control. A eso de las 12 de mediodía y luego por la noche, tocaba el rancho: un plato de sopa de patatas o repollo y las «porciones»: un trozo de 300 gramos de pan, amasado con salvado o incluso mezclado con serrín. Para los que hacían trabajos más duros, alcanzaba 1.300 calorías al día. Para los trabajos más «suaves», sólo 1.200. Totalmente insuficiente para un adulto. Recordemos que en el ghetto de Varsovia la ración oficial era de 184 calorías. Y, como en el ghetto, el hambre era tanta que los prisioneros comían hierba, mondas de patata o cualquier cosa que se pudiesen echar a la boca.
Y aquí nos volvía a repetir Mario aquello de que la vida en el campo obligaba a agudizar los sentidos. Por el olor sabías si la sopa era de patatas o de repollo. Las patatas se hunden: conviene ponerse al final de la cola por si hay suerte y te toca un trozo. Por el contrario, si es de repollo, flota: convenía ponerse de los primeros para pillar algo más que caldo. La dieta insuficiente y el trabajo duro iba consumiendo a los prisioneros.
En la jerga del campo se conocía como Muselmann (plural, Muselmänner: musulmanes) a aquellos pobres desgraciados extenuados, débiles, sin capacidad de reacción que acababan inútiles para el trabajo. Lo de «musulmanes» se lo pusieron, evidentemente, no por su religión, sino porque solían caer al suelo, agotados y encogidos en una postura como la de los musulmanes cuando rezan en las mezquitas. No duraban mucho: los SS los eliminaban con rapidez.
Pero no hacía falta llegar al grado de Muselmann para ser eliminado. En Plaszow, junto a Cracovia, el comandante de campo Amon Göth (aquel con quien Oskar Schlinder negoció llevarse a sus judíos a territorio seguro) gustaba de disparar con su rifle, a capricho, a cualquier prisionero que se cruzase por delante, sin más motivo que por puro placer. Su pulcritud llegaba al extremo de pedir la ficha del ejecutado para, si tenía familiares en el campo, ejecutarles también con el argumento de que no quería «gente insatisfecha» en su campo. Por esta diversión, se calcula que pudo eliminar a 8.000 prisioneros. En el caso de Amon Göth se hizo justicia: juzgado tras la guerra por un tribunal polaco, se le condenó a ser ahorcado en «su» campo de Plaszow. En Auschwitz y sin llegar a los graves castigos reservados para rebeldes, cualquier falta, cualquier lentitud, cualquier mirada, cualquier desacato o cualquier lo que fuese, suponía como mínimo una tanda de latigazos, tanda que el prisionero debía ir contando -en alemán- y que, caso de equivocarse, volvía a repetirse desde el principio, las veces que hiciera falta.

Según las reglas del campo, los domingos no se trabajaba: se dedicaban a limpiar los barracones y se duchaban (esta vez de verdad, con agua y no con Zyklón B) aunque, por supuesto, con agua fría, sin jabón y sin toallas: con quitarse la mugre ya era suficiente. Afeitarse, se afeitaban. Lo que no he conseguido por más que he mirado y he leído es saber cómo. No había maquinillas en aquel tiempo y era imposible que tuviesen navajas en su poder. En un prurito de higiene los SS les inspeccionaban tras la ducha, desnudos. A los Muselman o a aquellos con pinta de enfermos les mandaban a las cámaras de gas. Les rapaban el pelo y controlaban las uñas de los prisioneros: si no se gastaban con el duro trabajo manual y a falta de tijeras, las de las manos se las roían con los dientes. Las de los pies solían desgastarse por el roce con los zuecos.

Para hacer sus necesidades los llevaban al menos una vez al día a las letrinas donde, en unas largas planchas de cemento, se abrían alternativamente a un lado y a otro en zig-zag (para caber más, todos apretados) unos agujeros de aproximadamente 30 centímetros de diámetro sobre los que se sentaban para evacuar. Cabían al tiempo según el tamaño de las planchas unos 200 o más. El tiempo concedido eran 7 minutos para cada grupo de 100 o 200 prisioneros, transcurrido el cual debían levantarse y ceder el sitio a los siguientes, y éstos a los siguientes, y así todo el campo. Podemos imaginar con facilidad la peste y la suciedad de aquellos servicios. Por supuesto sin papel higiénico ni nada que se le pareciese. Y aquí hacen su aparición los niños que, como todos en el campo, tenían su utilidad. Su pequeño tamaño unido a su delgadez les convertían en idóneos para meterse en los sumideros del campo o, en el caso de los servicios, en los agujeros por donde los presos defecaban. Tras acabar todos los hombres de hacer sus necesidades los niños entraban por las letrinas para acabar de arrastrar -o sacar- los excrementos.
El cine nos llega siempre mucho mejor que lo escrito, ilustrando por su obvia fuerza de lo que entra por los ojos. Bien lo sabe nuestro guía Mario, experto en comunicación audiovisual que nos enseñaba tantas fotos, o nos puso durante los trayectos en coche fragmentos de películas (y no de las de Walt Disney, precisamente). Hay unas cuantas películas que se han hecho sobre el tema del Holocausto y basadas en historias reales, que ilustran tanto la vida en el ghetto como en los campos. Como se suele decir, «parece que estuvieras ahí»… Algunas como El pianista de Polanski, La lista de Schlinder de Spielberg o El triunfo del espíritu de Robert M. Young (por cierto, sobre un boxeador judío griego, Salamo Aruch, uno de aquellos sefardítas sureños despreciados por los askenazis del norte), están bien consideradas por los judíos, tanto por la exposición correcta de los hechos como por el trato respetuoso de lo que fue el drama del Holocausto. Hay otras en cambio, muy bien acogidas por el público pero que dan una visión edulcorada de la vida en un campo de exterminio, muy poco realista, huyendo de exponer lo que fue: una desagradable verdad, tales como El niño del pijama de rayas o La vida es bella. A los judíos no les gustan nada, aunque para gustos se hicieron los colores. Mi opinión me la reservo, aunque creo que se me nota.
El fin de Auschwitz
El 7 de Octubre de 1.944 el Sonderkommando consiguió destruir el crematorio número IV de Birkenau. Cuatro prisioneras que trabajaban en las fábricas de explosivos: Ella Gartner, Regina Safir, Estera Wajsblum y Roza Robota, fueron poquito a poco robando pólvora y por medios inverosímiles puesto que no tenían contacto con los hombres, pasárselo a ellos. Cuando tuvieron suficiente explosivo, demolieron el horno y en la confusión intentaron huir, aunque fueron todos capturados y ejecutados.
Murieron tres de los SS y unos 450 Sonderkommando. Aquellas cuatro mujeres fueron públicamente ahorcadas el 6 de Enero de 1.945. Como es de suponer hubo numerosos interrogatorios a los sospechosos, entre ellos al ya citado boxeador sefardita Salamo Aruch. Pero aunque realmente estuvo implicado consiguió resistir los tormentos y no confesó nada. Había perdido a toda su familia en Auschwitz: su hermano se negó a trabajar en los Sonderkommando lo que le supuso la ejecución inmediata. La mujer de su hermano fue seleccionada nada más llegar para las cámaras de gas. Y su padre, aunque robusto cargador de muelle se fue agotando hasta que, convertido en un Muselmann y pese a los esfuerzos de Salamo, también fue ejecutado.
Salamo sobrevivió y, con el tiempo, se casó con el amor de su juventud de Salónica y se establecieron en Israel, donde se integró en el ejército. Tuvieron varios hijos, y después nietos, con los que se le puede ver, sonriente, en las fotos. En el museo de Schindler de Cracovia y en el de Auschwitz podemos ver numerosas fotos de supervivientes, ya ancianos, sonrientes y rodeados de su familia. Mario nos contaba que para estos hombres que tan cerca estuvieron del final y a los que no lograron exterminar, el hecho de engendrar hijos y nietos supone el triunfo sobre la muerte, y la perpetuación de su familia y de su raza. Miles de SS consiguieron escapar, como Méngele, aunque otros miles fueron capturados por los soviéticos o por las fuerzas aliadas. Algunos fueron juzgados y condenados en Nuremberg. Otros pocos fueron localizados por los «cazanazis», como Simon Wiesenthal, superviviente de Mauthausen. Para la mayoría, sin embargo, tras cortas condenas o amnistías, recobraron la libertad e incluso continuaron ocupando cargos en la política y la administración alemanas.
El destino de los comandantes de campo de Auschwitz afortunadamente no fue tan bueno. El primero de ellos, Rudolf Höss, fue famoso por su crueldad con los prisioneros. Investigado y destituído por sus superiores, acusado de haber robado riquezas del barracón Kanada, e incluso por haber mantenido relaciones sexuales con una prisionera judía austríaca (cargo que no pudo probarse o que al menos se sobreseyó). Debido a sus buenas relaciones con Himmler y con Méngele, volvía a menudo por Auschwitz. Rudolf Höss había ingresado en las SS en Junio de 1.934. Destinado en Noviembre de 1.934 en Dachau, donde adoptó por primera vez el famoso lema Arbeit mach Frei: «el trabajo os hará libres», que lucía en la entrada de varios campos de trabajo. Cuando el avance soviético se hizo inminente se disfrazó de suboficial de la marina alemana cambiando su nombre. Pese a éso fue localizado y entregado a las autoridades polacas. Procesado y condenado a muerte, fue ahorcado el 16 de Abril de 1.947 en un patíbulo levantado en «su» Auschwitz, para mayor humillación, donde la ejecución fue abundantemente fotografiada. El patíbulo es también una de las cosas más retratadas por los visitantes.

Tras la destitución de Höss vino Arthur Liebehenschel, que tampoco le iba a la zaga. También fue condenado por un tribunal polaco, y ejecutado en 1.948. A Liebehenschel le sucedió Richard Baer. Baer consiguió escapar de los soviéticos aunque no pudo salir de Alemania. Las redes de las SS le consiguieron identidad falsa y con ella vivió varios años, pacíficamente, en Hamburgo. Pero tuvo mala suerte: fue reconocido y arrestado. Se suicidó en prisión en 1.963.
Pero decíamos que el avance soviético seguía imparable desde el Este, recuperando el territorio de lo que estaba destinado a ser La Gran Germania. Hasta los más furibundos SS veían que la guerra estaba perdida. El 17 de Enero de 1.945 los nazis deciden evacuar Auschwitz y Birkenau y replegarse a Alemania, volando antes las cámaras de gas para no dejar demasiadas evidencias así como destruyendo numerosa documentación. Pero no se van solos: en lo que se llamó La Marcha de la Muerte se llevaron consigo 30.000 prisioneros, dejando en el campo unos 7.600, demasiado débiles ni para andar. Mario se preguntaba: ¿para qué se los llevan, si sólo les entorpecían en su marcha?. Mi hija Maya y yo pensábamos que, quizá, como salvoconducto, o quizá como escudo humano.
Aquella Marcha de la Muerte fue la última prueba que les quedaba por resistir a los prisioneros. Desde Auschwitz hasta su destino, el campo de Buchenwald, cerca de la ciudad de Weimar, la distancia es de 720 kilómetros. Durante casi un mes de marcha, debilitados, agotados, algunos no podían ni caminar. Las SS iban liquidando a tiros directamente a los demasiado débiles. Para cuando llegaron a Alemania, de los 30.000 sólo quedaban 20.000. Diez mil se quedaron por los caminos.
Los que aguantaron desde Auschwitz fueron realojados en Buchenwald. El caos imperaba en el ejército alemán, cada cual pensaba en salvarse como podía. Aún así en su rabia y desesperación, las ejecuciones continuaban. En algunos casos, los nazis incendiaron en su retirada barracones cerrados con todos los prisioneros dentro. En Büchenwald los deportados sabían que la guerra estaba a punto de acabar pero temían la venganza nazi. Organizaron un servicio de vigilancia dentro del campo pero un día, como si nunca hubiesen estado allí, los alemanes habían desaparecido. En pocos días, el 11 de Abril de 1.945, aparecieron los primeros destacamentos del ejército norteamericano, alucinando con el aspecto de muertos vivientes de los prisioneros. Aún alcanzada la ansiada liberación y tras aguantar tantas desgracias, cientos de ellos no pudieron recuperarse, muriendo de las secuelas de la desnutrición crónica y las enfermedades.
Para cuando los soviéticos entraron en Auschwitz, el 27 de Enero de 1.945, les esperaba una escena parecida. Los 7.600 prisioneros dejados allí precisamente por su debilidad aún protestaron cuando los soviéticos se proclamaron, muy en su línea soviética, «liberadores de Auschwitz». De éso nada – dijeron, o algo parecido- , nosotros ya éramos libres cuando llegásteis…
Nos decía Mario que, en Europa, antes de la guerra, había 18 millones de judíos. Quitando los seis millones del Holocausto, quedaron doce. Actualmente, dice, hay 14 millones de judíos en todo el mundo… Aún no nos hemos recuperado…
