
1ª parte:
-Introducción. Orígenes del antijudaísmo
-El guía: Mario Sinay
-Comienza el viaje. Varsovia
-Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
-Los antecedentes. La invasión nazi
-Comienza la caza del judío
-El ghetto de Varsovia
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
La aldea de Tykutin y el bosque de Lubojova
Lublin, cuna de la ortodoxia
El campo de Majdanek
Cracovia
3ª parte:
Schindler, el de la lista
Auschwitz-Birkenau
Los experimentos de Auschwitz
La vida cotidiana en los campos
El fin de Auschwitz
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
Una vez construído el campo, comenzó la Gran Acción de Realojamiento. Se ordenó al Presidente del Consejo Judío del ghetto, Adam Czerniakow, que a partir del 22 de Julio de 1.942 comenzase a sacar judíos en número de 6.000 diarios (al día siguiente le ordenaron que debían ser 7.000). El argumento por parte de los nazis era que iban a ser conducidos «al Este», a trabajar en fincas agrícolas. Pese a esa intención manifestada, el hecho de ser sacados del ghetto y conducidos a los trenes produjo gran inquietud en los deportados. De hecho Adam Czerniakow, desesperado al intuir el final que les esperaba a todos, se suicidó al día siguiente. La intención real de los nazis era terminar la «limpieza» del ghetto para el 31 de Diciembre de ese mismo año.
El método era el siguiente: los policías judíos del ghetto acordonaban una calle, e iban sacando de las casas a todos los judíos. Los que se resistían eran ejecutados allí mismo. Tras revisar su documentación, sólo permitían quedarse a aquellos que trabajaban en fábricas o talleres de alemanes, así como a la policía judía y sus familias. Los demás: hombres, mujeres, jóvenes, viejos y niños, sanos y enfermos, con un hatillo como única posesión y escoltados por guardias letones y ucranianos bajo el uniforme de las SS, eran conducidos a pie desde el ghetto hasta un lugar conocido como el Umschlagplatz (=lugar de transferencia), un recinto junto a las vías del tren. Allí permanecían por lo general unas pocas horas aunque en ocasiones debieron esperar días. Los que tenían dinero, intentaban sobornar a los guardianes para escapar. Al principio algunos lo consiguieron por mil o dos mil zlotys. Días más tarde el soborno ascendió a diez mil.
Eran encerrados en vagones de carga en grupos de 100 por cada vagón, 60 vagones por cada convoy, un total de 6.000 judíos (llegaron a ser 10.000) en cada tren. El trayecto hasta Treblinka, poco más de 100 kilómetros, con suerte duraba pocas horas pero, debido a que estaban categorizados como trenes de carga, debían esperar en las estaciones intermedias a que pasaran otros trenes, bien de pasajeros normales o los más preferentes, con tropas destinadas al frente del Este, con lo que el trayecto podía dilatarse hasta dos días. Vagones cerrados, con candados en las puertas, sin apenas ventilación, con suerte con un cubo de agua, la mayoría de las veces ni éso.
El ambiente dentro de los vagones era dantesco. Sin apenas sitio para moverse, los supervivientes nos narran que se deshidrataban en los vagones bajo el sol, llegando a beber su propia orina. Obligados a hacer sus necesidades en un rincón, que se iban mezclando en el suelo con los vómitos y los cuerpos de aquellos que morían al no poder resistir más la sed, el calor y el agotamiento… Cuando consideramos los hechos, pensamos que no podía haber nada peor…pero siempre lo hay. De Varsovia a Treblinka el trayecto era relativamente corto. Cuando más tarde comenzaron a llegar los trenes a Auschwitz, a Majdanek o a Birkenau, con su carga humana desde Francia, Hungría o desde Grecia, el viaje podía prolongarse una semana o más, en idénticas y pésimas condiciones. No era raro que muriese en el trayecto la mitad del pasaje.
Hasta el 21 de Septiembre de 1.942, 263.000 judíos del ghetto de Varsovia fueron conducidos a Treblinka, Para cuando acabaron las deportaciones quedaban en el ghetto menos de 50.000, de los 400.000 que lo habitaban. Uno de los «héroes» de la deportación, si es que puede llamarse así, y recordado en varios monumentos, fue Janus Korczak: médico y pedagogo innovador. Fundó en 1.912 en Varsovia el Dom Sierot = el Hogar de los Huérfanos. Tras la creación del ghetto lo siguió dirigiendo desde dentro, con los numerosos huérfanos que se fueron acumulando. El 5 de Agosto de 1.942 le ordenaron que los niños fueran al Umschlaplatz pero no quiso abandonarlos y con más de doscientos huérfanos junto a una decena de educadores, ordenadamente, marcharon a los trenes con él al frente. Fueron eliminados todos en Treblinka.
Los hubo con más suerte. Unos 20.000 consiguieron esconderse por sótanos y escondrijos, dentro del ghetto, evitando la deportación. Fuera de él, unos 8.000 judíos por el resto de Varsovia, protegidos por polacos. Cabe decir que en toda situación de horror a veces brilla la caridad humana. Hubo pueblos protestantes de Holanda que escondieron a todos sus judíos. No se puede negar que en plena Alemania nazi miles de judíos fueron escondidos por «arios». Sobra decir que todos ellos: arios, holandeses, polacos y judíos, se jugaban -y a veces perdían- literalmente sus vidas.
Treblinka no fue un campo grande. Cuando las «necesidades» de la Solución Final fueron aumentando, se crearon otros campos de exterminio en Polonia como Majdanek, Auschwitz o Birkenau, donde llegaron a alojarse hasta 50.000 personas, entre judíos y guardianes. Treblinka se extendía en un área de 600 x 400 metros. Su objetivo inicial fue el exterminio de los judíos del ghetto de Varsovia, pero no fueron solamente varsovianos. Desde el 22 de Julio de 1.942 hasta el 2 de Agosto de 1,943 en que se clausuró, fueron eliminados 870.000 judíos de toda Europa mas unos 2.000 gitanos.
El personal de vigilancia consistia en doce oficiales alemanes ayudados por unos 120 o 150 ucranianos, que patrullaban el campo y controlaban a los deportados. Los que se encargaban del trabajo sucio eran los Sonderkommando, unos 500 judíos utilizados tanto para gasear los prisioneros como para ir quemando los cuerpos, aunque formar parte de los Sonderkommando no suponía garantía de supervivencia: eran simple mano de obra que cada 3 ó 5 días eran ejecutados y sustituídos por otros. El gaseamiento se hacía en Treblinka con CO2 (anhidrido carbónico), dentro de cámaras donde motores de tanques T-34 en funcionamiento vaciaban los gases tóxicos. Se estima en unos 15 a 20 minutos el tiempo que tardaban en morir. El «famoso» gas Zyklon-B se utilizó más tarde, cuando las necesidades del exterminio se fueron haciendo más y más numerosas.
Se prolongaron las vías férreas desde la estación próxima para llegar al campo aunque debido a las escasas dimensiones, en la terminal no cabían más de veinte vagones. Se fraccionaban los convoys de sesenta vagones en grupos de veinte. Una vez allí, eran desembarcados los judíos y conducidos a través de un camino en curva, cerrada la visión con árboles y cercado con alambre de espino electrificado, directamente hasta las cámaras de gas. El camino era denominado eufemísticamente por los alemanes como el Himmelstrasse = el camino al cielo, aunque más coloquialmente como «el embudo».
Los deportados a Treblinka lo fueron no para trabajar, sino para ser asesinados directamente. La media de vida de los que bajaban del tren no pasaba de una hora, aunque en repetidas ocasiones en los que el «trabajo» se acumulaba, los judíos debieron esperar en los andenes hasta un par de días. El problema logístico era que a veces se amontonaban los cuerpos de los gaseados sin darles tiempo a ser quemados. Hubo veces en que los cuerpos quedaban allí, apilados durante una semana, pudriéndose al sol. Para evitar que se deshiciesen en trozos al cogerlos, la dirección del campo hubo de disponer largas correas de cuero con las que ceñirles y poder arrastrarles hasta las piras donde iban a ser quemados.
Los hornos crematorios se dispusieron más tarde, en otros campos. En Treblinka el método de eliminación consistió en quemar los cuerpos. Para ello fue dispuesto un foso de un metro de profundidad por 20 metros de largo. Inicialmente utilizaron gasolina, pero como les salía muy costoso uno de los encargados, Herbert Floss y tras controlar las cremaciones, anotó en sus informes de forma meticulosa y germánica, que los cuerpos viejos (más deshidratados) ardían mejor que los recién muertos, que los gordos (los pocos que había, supongo, y por tener más grasa) mejor que los flacos, que las mujeres mejor que los hombres y que los niños peor que las mujeres pero mejor que los hombres… Científico, sin duda. Animados por estas observaciones hicieron pilas de unos mil cuerpos en el foso poniendo debajo los más «combustibles» y encima los menos. Arrimaron haces de leña y, de forma oficial, como en una ceremonia, Herbert Foss encendió la hoguera. Aquel método funcionó tan bien que los alemanes dispusieron mesas con cervezas y aguardiente, haciendo brindis con entusiasmo durante casi toda la noche mientras duró la pira, por el Führer y por Alemania.
Treblinka se cerró en parte porque en Varsovia quedaban ya pocos judíos, pero sobre todo por una revuelta organizada por los Sonderkommando, la noche del 2 de Agosto de 1.943. Con queroseno que habían ido reuniendo poco a poco, y alguna pistola distraída a los guardas ucranianos, rociaron varios edificios incendiándolos, matando algunos alemanes y ucranianos y sembrando una gran confusión. La mayoría de los Sonderkommando consiguieron salir del campo, aunque se organizó su caza sin piedad por los SS y la guardia ucraniana. Así y todo, 40 lograron escapar y sobrevivir para contarlo.

El «bosque de piedras» de Treblinka. Al fondo, el memorial
Durante su funcionamiento Treblinka fue un campo clandestino, muy escondido de la población en medio de los espesos bosques polacos. Cuando lo construyeron, los alemanes desalojaron a los granjeros de la zona. Cuando se clausuró, los alemanes destruyeron todas las instalaciones, incluyendo las vías del tren, y asentaron allí algunos de los ucranianos, en granjas destinadas inocentemente al cultivo del altramuz. Todo lo que vemos allí hoy día es una utópica reconstrucción de lo que fueron las vías, un gran monumento en hormigón, y unas doscientas rocas formando un bosque de piedras donde podemos leer el nombre tallado del lugar de procedencia de los judíos, junto a varias placas escritas en yiddish, en alemán, en polaco o en francés. En una de las piedras, el nombre del que fue director del Orfanato del ghetto, Janus Korczak, y que decidió acompañar hasta aquí a doscientos niños y no dejarles solos. Junto al memorial, una fosa con negras piedras de basalto simulando el carbón, señala el lugar donde se quemaban los cuerpos.

Memorial en el ghetto de Varsovia a Janus Korczak, director del Orfanato
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
Además de la revuelta de los Sonderkommando, hubo algún superviviente en Treblinka. Algún fugitivo aislado, e incluso alguno que consiguió tirarse de los trenes en marcha arrancando tablones del suelo de los vagones. Los primeros que regresaron al ghetto -no tenían dónde ir- y contaron lo que habían visto, fueron recibidos con escepticismo por los que allí seguían. Les parecía imposible que algo así se estuviese produciendo. Al fin y al cabo, pensaban, los alemanes les pretendían convencer de que su destino eran campos de trabajo agrícolas en el Este… de que podían seguir viviendo… Poco a poco se fueron rindiendo a la evidencia. Entre los abusos, los malos tratos y los testimonios de los supervivientes, se organizó la insurrección del ghetto. La primera medida que tomaron fue asesinar a los judíos colaboradores con los nazis, incluyendo a la policía judía.
Se achaca a menudo a los judíos que se dejaran encerrar en los ghettos o ser llevados a los campos, como ovejas al matadero, sin ninguna resistencia. Es cierto que la mayoría eran mujeres, viejos y niños, o que no había evidencias al principio de propósitos de exterminio. Quizá que con una última esperanza (lo último que se pierde) confiaban en que la situación no fuese a peor. Pero los testimonios que iban llegando de los escapados de los campos y las pésimas condiciones de vida en los ghettos disiparon toda esperanza. El detonante fue la orden De Heinrich Himmler en Enero de 1.943 para organizar la reanudación de las deportaciones de los judíos del ghetto hacia el campo de exterminio de Treblinka.
Entre los judíos que continuaban malviviendo en el ghetto menos de mil tenían alguna experiencia militar. Mordechai Anielewicz, un joven de 24 años (conocido entre los suyos como «el abuelo» al ser el de mayor edad) organizó un grupo de unos 200 jóvenes para la resistencia, escondidos en una red de búnkeres que comunicaban los sótanos entre sí. Contaban con algunos revólveres y pistolas, algunas decenas de rifles viejos y granadas de mano que habían conseguido de la resistencia polaca, a través de las alcantarillas. El resto del armamento eran cócteles molotov.
La insurrección duró menos de un mes -28 días- pero con la desesperación de los que no tenían ya nada que perder, salvo la vida. Para cuando los alemanes entraron en el ghetto, en Enero de 1.943, consiguieron repelerles desde ventanas y azoteas, lanzándoles granadas de mano y cócteles molotov, y haciéndoles retroceder. El general Jürgen Stroop se hizo cargo del asalto al frente de unos 2.000 soldados y oficiales acantonados alrededor del ghetto, más unos 800 granaderos de las Waffen-SS. El día 19 de Abril de 1.943 comenzaron los ataques por parte de los alemanes. La táctica era quemar casa por casa, dirigir los lanzallamas a los sótanos y alcantarillas, y asesinar a todos los judíos que capturasen. Jürgen Stroop relata en sus diarios cómo… familias enteras se arrojan por las ventanas de edificios incendiados…
El 6 de Mayo en un golpe de mano capturaron 1.500 judíos y asesinaron directamente a 365 combatientes, calificados por loa alemanes como bandidos. El 8 de Mayo los alemanes descubren los búnkeres, arrasando con el fuego de sus lanzallamas todo lo que estuviese dentro. Anielewicz y sus compañeros prefirieron suicidarse dentro del bunker a caer en sus manos. Se calcula que 51 resistentes quedaron allí, enterrados en el bunker, que no se ha tocado desde entonces. Un sencillo túmulo guarda su memoria. Tras la represión de la revuelta el ghetto quedó arrasado casi en su totalidad. Unos 7.000 judíos murieron en los ataques, otros 6.000 perecieron asfixiados o quemados en los búnkeres. Los restantes 40.000 supervivientes fueron enviados a Treblinka.

Sobre el memorial del túmulo del bunker, bajo el que yacen los resistentes
La aldea de Tykutín y el bosque de Lubojova
Polonia es un país muy verde, lleno de bosques salpicados por frescas praderas. Me sorprendía por todos lados la abundancia de flores amarillas de la plantita llamada en España «diente de león». En España la flor dura poco y enseguida forma sus frutos, los llamados popularmente «paracaidas», por cuando los soplas y se reparten por el aire. En Polonia, por el contrario, de clima mucho más húmedo, la planta parecía eternamente fresca y las flores llenaban los prados. Desde los desplazamientos en coche casi todo el tiempo atravesábamos extensos bosques que yo identificaba como de pinos, abetos, robles, arces, hayas y olmos. Enclavado en uno de esos bosques se encuentra la aldea de Tykutín o Tykocín en polaco, según la grafía. En yiddish, Tykuchin.
Hoy día Tykutín es una pequeña aldea agrícola de casitas bajas, casi todas de madera, de una sola planta, al lado del río Narew. Tiene un par de calles principales y en medio una gran plaza donde se celebra el mercado semanal y en uno de cuyos extremos se levanta la iglesia cristiana. Adornando la plaza, una figura a tamaño natural de bisonte europeo, que todavía vive en libertad -protegido- en las cercanas selvas de Bialowieza.
En 1.941 vivían 2.500 judíos, además de otros 2.500 polacos. Los judíos comenzaron a llegar en el año 1.522, traídos por el rey Segismundo, inicialmente diez familias procedentes de Grozno para desarrollar el comercio. Ya en 1.548 era una ciudad próspera, con numerosos comerciantes y artesanos, al ser una encrucijada de caminos hacia Cracovia. De hecho, la actual frontera con Bielorusia se encuentra a unos escasos 60 kilómetros. Protegidos por los nobles, en el año 1.642 edificaron la sinagoga, esta vez de ladrillo en vez de la anterior, levantada en madera.
Reconstruída, en la actualidad es la segunda más grande de Polonia, decorada en su interior con pinturas simbólicas y cabalísticas y numerosos textos de la Toráh, que los fieles podían leer en la pared para seguir los rezos, al no tener entonces la mayoría, campesinos pobres, los libros. Hoy día en todas las sinagogas hay libros que los judíos pueden tomar prestados, al igual que en las iglesias católicas disponen de libros de salmos para los fieles.
En 1.941 se desató la tragedia. El 24 de Agosto por la tarde fueron avisados los judíos de que a las seis de la mañana del día siguiente deberían reunirse todos en la plaza. A las 8 del día 25 y ya concentrados los judíos, aparecieron siete camiones de la Gestapo armados con ametralladoras, del Kommando Bialystok, dirigido por Wolfang Birkner. Los alemanes separaron a los judíos por grupos: a un lado las mujeres y los niños, al otro lado, los hombres. Mujeres y niños fueron llevados en camiones hasta el cercano bosque de Lubojova. Los hombres fueron obligados, escoltados, a caminar los 8 kilómetros que les separaban de un claro en el bosque, cercado con alambre de espino en donde les fueron concentrando a todos. Ellos aún no lo sabían pero a un kilómetro escaso habían abierto días antes tres fosas: dos de ellas de 12 metros de largo por 4 de ancho y 5 de profundidad, más otra un poco menor.

El método fue el siguiente: conducidos en grupos de diez, las primeras fueron las mujeres, sujetas del brazo por los soldados hasta las fosas, donde les arrojaban y después les disparaban. Seguramente los que esperaban su turno en el claro podían oir los disparos, y en todo caso podían darse cuenta de que no volvía nadie de aquel «paseo», pero les era imposible escapar. Cuando acabaron las ejecuciones, habían eliminado a 1.700 judíos. Al día siguiente registraron concienzudamente las casas, sacando a unos 700 judíos más que se habían escondido y a los que ejecutaron en el bosque. La mayoría de ellos delatados por sus vecinos polacos, que aprovecharon para saquear las casas de los judíos, o para robar su ganado. Fue una ocasión magnífica para vengarse de afrentas, hacerse con sus cosas o librarse de deudas, por parte de los vecinos de los judíos.

El camino que conduce desde el claro, donde actualmente se aparcan los coches, serpentea por el bosque hasta donde estuvieron las fosas. Es un camino casi sagrado, por lo que supuso en su día de camino hasta la muerte. No costaba mucho esfuerzo imaginar el sufrimiento de aquella gente conducidos a la fuerza por el camino, entre el bosque, intuyendo que iban a morir. Al final del camino unos cercados delimitan el lugar de las fosas. En medio, una gran roca con inscripciones y unos cuantos ramos de flores, junto a banderas israelíes y sobre la cerca numerosas piedrecitas con la estrella de David pintada en azul. Varios grupos de judíos -los hombres tocados con la kipá, algunos con la bandera de Israel sobre los hombros- rezaban. Mario nos puso un kadish en su pequeño altavoz que sonó en el silencio del bosque.
El lugar, sobra decir, impone como si fuera un templo. Pero me sorprendió que incluso entre los judíos no todos guardaran el debido respeto a semejante lugar. Observé una mujer que allí mismo se encendió un cigarrillo, con despreocupación. Creo que a mí no se me hubiese ocurrido por mucho «mono» que tuviese. Se lo hice notar a Mario que fue hacia ella y le pidió que lo apagase, cosa que hizo pidiendo disculpas. Pero hubo otro detalle más. Ya cerca del claro, de un autobús salieron dos jóvenes que a un lado del camino, de aquel camino «sagrado», se pusieron a orinar. Cuando se lo comenté a Mario puso cara de desesperación y me comentó que bien podían haberse ido a aliviar al otro lado de la carretera -a escasos diez metros- y no allí, pero prefirió no decirles nada, y nos marchamos.

Visitamos la sinagoga -yo respetuosamente cubierta la cabeza con mi gorra- y después recorrimos la apacible aldea de Tykutin. Mario nos iba enseñando fotografías de la época. Frente a una de las casas de madera, que pudimos reconocer, posaba una sonriente madre con seis niños, el menor de ellos en brazos. La mujer se llamaba Regina Taube y, según nos contó Mario, fue degollada junto a sus hijos la noche anterior, siendo la casa saqueada. De los 2.500 judíos de Tykutin tan sólo consiguieron escapar 160, la mayoría niños. Según los testimonios de alguno de los supervivientes, se escaparon al mismo bosque de Lubojova que conocían bien y, donde escondidos, vieron las ejecuciones de sus familiares o vecinos. Cuando, sin saber dónde ir, volvieron a la aldea, alguno pudo ver en su casa cómo una vecina polaca ordeñaba a la vaca que fue de su familia. Al ver al niño, la vecina se limitó a encoger los hombros. Hoy viven en Tykutin 2.000 personas, ninguna de los cuales es judía.
Lublin, la cuna de la ortodoxia
Lublin es actualmente una de las mayores ciudades de Polonia, con un censo total de unas 600.000 personas. Declarada Monumento Histórico por su riqueza en monumentos y arquitectura, está considerada como ciudad universitaria contando con dos centros: la Universidad Católica, y la tecnológica de Marie Curie-Sklodowska, en homenaje a la investigadora polaca nacionalizada francesa, premio Nobel de Física en 1.903 y de Química en 1.911, por sus descubrimientos en el campo de la radioactividad, y la primera mujer que impartió clases en la Universidad de La Sorbona.
En su casco antiguo podemos ver la gran Plaza del Mercado, donde las casas que la rodean aparecen con sus fachadas decoradas con policromías, figuras y emblemas de sus propietarios alusivos a su actividad: músicos, panaderos, etc. En lo que fue la antigua muralla se abren dos grandes puertas: la de Cracovia por un extremo, y la Grodzka, frente al castillo, separando esta última lo que fue el barrio judío del cristiano. Ya en 1.553 se había legislado prohibiendo que viviesen en el casco antiguo, junto a los cristianos.
Saliendo por la puerta Grodzka y a su izquierda hay una pequeña plaza abierta cuyas fachadas, en curva, se orientan hacia el castillo, allá en lo alto. A la derecha de la puerta un pequeño parque y, en el parque, una farola siempre encendida, tanto de noche como de día. Así lo dispuso el obispo (cristiano, obviamente) de Lublin al finalizar la Segunda Guerra Mundial con la intención, según declaró, que los judíos que quisiesen regresar a la ciudad no se perdiesen y encontrasen el camino.
En 1.939 vivían 42.830 judíos en Lublin, de un total de casi 130.000 habitantes. En las comarcas de los alrededores, vivían unos 300.000 judíos más. Lublin siempre fue un importante centro judío de educación, de cultura y de religión, con dos periódicos en yiddish. Contaba con doce sinagogas y unas cien casas particulares de oración. Los judíos eran propietarios de más del 50% de los talleres de la ciudad y del 30% de las factorías: principalmente textil, piel y joyería. Y aunque la comunidad judía era sólida había un nivel alto de asimilación con sus vecinos polacos. La mayoría y sobre todo los jóvenes hablaban fluidamente en polaco.
Hay dos cementerios judíos en Lublin. El de Kirkuk, el más viejo, data según su lápida más antigua al menos desde 1.541. Mario nos dijo que la reja de hierro que da acceso suele estar cerrada (hay que pedir la llave a una vecina, como en algunas ermitas románicas de Castilla) pero tuvimos suerte: la encontramos abierta, y pasamos. El cementerio se halla sobre una pequeña colina boscosa donde en el Siglo X hubo un castillo. En este viejo cementerio sólo están enterrados los que fueron grandes rabinos. Y las lápidas (o macevas) están casi ilegibles, escritas en hebreo, la lengua sagrada de los judíos, cubiertas por el musgo que los siglos han acumulado sobre ellas. Quedan unas sesenta macevas, algunas aisladas, otras en pequeños grupos.
Había muy pocas personas paseando por el cementerio, entre ellas dos chicas hacían fotografías con trípode y buenas cámaras a las macevas. Sin duda, pensé, para hacer algún trabajo de investigación… Mario -como siempre, en su papel de buen guía- nos llamó la atención hacia dos árboles que habían crecidos pegados el uno al otro. ¿Véis la lápida?… Y al fijarnos ya con detenimiento pudimos verla: una pequeña lápida, totalmente ilegible por el tiempo y por el musgo, a la que los árboles en su crecimiento casi habían engullido, tapándola por ambos lados, dejando ver menos de la mitad. Todo un símbolo.

El cementerio nuevo es mucho más grande, a un lado de una avenida donde en la otra acera se levanta el cementerio cristiano, cuyas cruces asoman por encima de la tapia. Subimos unos peldaños para asomarnos al interior del cementerio judío pero, ¡oh, asombro!, allí sólo había una pradera despejada. En el muro del cementerio y adosadas por su parte interior sí había algunas lápidas, con pinta de ser nuevas. Pero en el recinto, no había ninguna. Cuando miramos a Mario con la interrogación en nuestras miradas nos explicó. Allí hubo, y seguramente siguen enterrados los cuerpos, 130.000 tumbas. ¿Y las lápidas?… Se las llevaron todas los alemanes. Les vino muy bien para pavimentar los caminos embarrados cuando levantaron el cercano campo de Majdanek.
La ocupación nazi comenzó el 18 de Septiembre de 1.939. Gradualmente comenzaron los abusos y las extorsiones. El 14 de Octubre fueron conminados a entregar 300.000 zlotys al ejército alemán como «compensación» de gastos de guerra. El 25 del mismo mes se hace un censo, arrojando un total de 37.054 judíos. La diferencia de 5.000 fue debida sobre todo a jóvenes y activistas políticos que, viendo el peligro, se habían marchado tras la ocupación para intentar alcanzar el territorio polaco bajo dominio soviético. El 9 de Noviembre de 1.936 es nombrado Odilo Globocnik como SSPF Lublin: jefe de las SS y de la policía en el distrito de Lublin. Una vez efectuado el censo y designado Globocnik, comenzó el proceso de confiscación de propiedades, echándoles de sus casas, y el asentamiento en la zona judía del casco antiguo.
Los nazis deciden que el distrito de Lublin debía transformarse en Judenreservat = reserva judía, donde judíos del Reich (Alemania y Austria) y de los territorios incorporados (Checoslovaquia, Polonia) serían reasentados. Desde Diciembre de 1.939 hasta Febrero de 1.940, decenas de miles de judíos fueron deportados a Lublinland. Acantonados allí, los nazis podían disponer de ellos como de mano de obra esclava. Ya en 1.940 miles de ellos fueron enviados a campos de trabajo cerca de la frontera soviética para construir la «Muralla Oriental», fortificaciones pensadas para reforzar la próxima ofensiva de la Operación Barbarroja.
Para la primavera de 1.941 se había creado el ghetto, alojando allí a 40.000 judíos procedentes de Lublin y alrededores, deportando a 14.000 desempleados y pobres al campo de exterminio de Belzec. A finales de ese año, fueron llevados muchos jóvenes para construir el campo de Majdanek, en las afueras de Lublin. Dentro del ghetto pronto fueron delimitadas dos partes: el ghetto A (donde alojaban a los desempleados) y el ghetto B (donde se alojaban los ocupados en trabajos para los alemanes). Con esta división disponer de los judíos fue todavía más fácil. El 16 de Marzo de 1.942 los desempleados, los habitantes del ghetto A, fueron conducidos a Belzec. Cada día 1.500 judíos debían presentarse para ir «al Este, a trabajar». Podían llevar consigo 15 kg de equipaje con los objetos de valor y las joyas. Hasta el 14 de Abril de 1.942, 26.000 judíos fueron deportados a Belzec. Pero algunos no llegaron tan lejos: muchos eran directamente fusilados en los suburbios. Varios cientos de ancianos y enfermos fueron sacados de los hospitales y fusilados junto con sus médicos y enfermeras. Y 200 niños del orfanato judío junto a sus profesores fueron también ejecutados en los suburbios, en un anticipo casi calcado de cuando un poco más tarde, el 5 de Agosto, Janus Korczak quiso acompañar a sus 200 huérfanos desde el ghetto de Varsovia hasta Treblinka.
Los nazis sólo autorizaron inicialmente a 2.500 judíos que trabajaban para ellos permanecer en el ghetto, debidamente acreditados e identificados, pero no les duró mucho la calma: el 30 de Marzo de 1.942 se llevaron a los miembros del Judenrat (el consejo judío de la ciudad) así como a la policía judía, junto a sus familias. Cada vez quedaban menos. El 3 de Noviembre de 1.943 y como respuesta a la revuelta que el 2 de Agosto los Sonderkommando habían organizado en Treblinka, el SSPF Lublin sucesor de Globocnik, Jacob Sporrenberg, organizó a su vez lo que llamaron pomposamente como la Aktion Erntefest = la Fiesta de la Cosecha, eufemismo para designar el fin de la Operación Reinhard: fueron fusilados 18.000 judíos entre los pocos que quedaban de Lublin y alrededores, prisioneros en Majdanek y arrojados a las fosas. Para cuando acabó la pesadilla, de los 42.000 judíos de Lublin sólo habían sobrevivido 200 o 300, escondidos o supervivientes de los campos. Ignoro si a alguno le apeteció regresar, pero ahí sigue, encendida, la farola.

Majdanek
A tan sólo 4 kilómetros del centro de Lublin y literalmente pegado a las casas de las afueras se levantó el campo de exterminio de Majdanek. Del polaco, «el pequeño Majdan», al llamarse Majdan el suburbio junto al que se construyó. Si Treblinka fue un campo casi clandestino, Majdanek quedó bien a la vista de todo el que quisiera verlo, como aviso de lo que les esperaba a los que se resistiesen a los nazis. Una cerca de alambre de púas, no electrificada, rodea todo el perímetro, pero a ningún polaco se le ocurrió ni siquiera acercarse a ella: había orden de disparar a todos los que se arrimasen, orden escrupulosamente cumplida. Porque el primer destino de Majdanek fue el de alojar a prisioneros políticos polacos, funcionando como fábrica y como almacén. Lo del exterminio vendría más tarde.
Himmler ordenó su construcción el 21 de Julio de 1.941 dentro de la Operación Reinhard, efectuada por jóvenes judíos del ghetto como trabajos forzados. En un principio se denominó como Campo de prisioneros de guerra de las Waffen SS en Lublín, y estaba destinado a formar parte de la red de complejos agrícolas militarizados e industrializados. Majdanek, en concreto, para la producción de munición y como fábrica de armamento. La idea era ir expandiendo asentamientos alemanes en la Europa Oriental, tras exterminar a los judíos y a las élites polacas y soviéticas e incluso posteriormente a los eslavos en general, una vez que la Operación Barbarroja hubiese limpiado de Untermenschen, de «infrahombres» toda Rusia y Ucrania, para crear lo que en el ideario nazi se llamó con antelación La Gran Germania bajo la idea del Lebensraum = el espacio vital. Afortunadamente para nosotros, los soviéticos no sólo les contuvieron sino que, al final y para su asombro, les derrotaron. Sólo hay que imaginar qué hubiese pasado de haber tenido éxito su plan: el dominio del mundo bajo el ideario nazi. En aquel momento la situación era más que posible. Sólo por ese miedo se suicidaron muchos. Como ejemplo el que ya mencioné, el del escritor judío austríaco Stefen Zweig, aunque estuviese tan lejos del escenario como en Brasil.
De los seis campos de exterminio que hubo, todos ellos en Polonia, Belzec, Sobibor, Treblinka y Chelmno fueron campos pequeños, no llegaban a un kilómetro cuadrado. No necesitaban mucho más: los presos no iban allí para trabajar ni, por tanto, se alojaban allí sino que, recién llegados, eran directamente conducidos a las cámaras de gas. Los posteriores, como Auschwitz-Birkenau y Majdanek, y llevados por sus necesidades de servicio, eran mucho más grandes, aproximadamente de 4 x 5 kilómetros. El número de eliminados es difícil de evaluar exactamente por motivos obvios pero, y según las diferentes fuentes, oscilaron dentro de las siguientes cifras:
-Auschwitz-Birkenau: entre 980.000 y 1.500.000
-Treblinka: entre 700.000 y 870.000
-Belzec: entre 434.000 y 600.000
-Majdanek: entre 78.000 y 350.000
-Chelmno: entre 152.000 y 340.000
-Sobibor: entre 167.000 y 250.000
Y, ya fuera de Polonia, podemos añadir el de Maly Trostinek, en Bielorrusia, con una cifra entre 160.000 y 500.000. Sólo como añadido, en Julio de 1.941 vivían unos 400.000 judíos en Bielorrusia. El 80% fueron eliminados por el método de fusilamiento y las fosas en bosques como el de Blagovschina. El resto, en campos como el de Maly Trostinek.
Pero, y como objetivamente nos lo señalaba Mario, las víctimas no fueron solamente judíos, aunque el Holocausto haya sido lo más conocido. Por poblaciones, la cifra de muertos aproximada fue:
-judíos: 6.100.000
-civiles eslavos: 6.000.000
-prisioneros de guerra, sobre todo soviéticos: 4.000.000
-prisioneros políticos (disidentes y comunistas): 1.500.000
-gitanos: 500.000
-discapacitados (físicos y mentales): 400.000
-religiosos «molestos» (Testigos de Jehová principalmente pero también jesuítas): 2.500
En Majdanek llegaron a alojarse al tiempo hasta 50.000 personas, entre vigilantes y prisioneros, llegando a pasar por el campo durante su existencia hasta casi 500.000, y de 52 nacionalidades diferentes. Ya en Octubre de 1.941 comenzaron a llegar los prisioneros. Los primeros y como ya adelanté, disidentes polacos. Los segundos, judíos del ghetto y alrededores de Lublin. En todos los campos han levantado grandes monumentos de hormigón con iconografías, símbolos del horror que alojaron. El de Majdanek me pareció singularmente impresionante: para acceder a la base debes bajar una pequeña rampa flanqueada por muros de piedra para, inmediatamente después, subir una escalera, con lo que el monumento te recibe allá en lo alto, imponente, una gran mole sujeta sobre dos peanas. Ya en la base y bajo la mole puedes ver el campo y un poco más allá de la alambrada exterior, las casas de Lublin, del barrio de Majdan.

Majdanek se extiende ahora por una verde pradera donde aún se pueden ver los barracones y, al fondo, las chimeneas de los crematorios. Antes de los barracones estaban las viviendas de los SS que controlaban el campo y, antes de las viviendas, una casita blanca, aislada, en la que vivía el comandante del campo. El primero y desde Septiembre de 1.941 fue Karl Otto Koch al que, por cierto, arrestaron por corrupción un año más tarde, en Julio de 1.942. Koch, durante el año que estuvo en Majdanek, vivió en la casita con sus tres hijas y con su mujer, Ilse Koch. Al parecer formaban una familia feliz. Las niñas estudiaban piano (con un profesor, judío, prisionero en el campo), latín (con otro profesor, judío, también prisionero) y hasta daban clases de hípica (ya no sé si con profesores alemanes o judíos). Pero Ilse tenía una pequeña «manía»: le gustaba forrar los libros (incluso los de sus hijas) o hacer pantallas para las lámparas con piel humana, especialmente las que tenían tatuajes. Para escoger las que más le gustaban, inspeccionaba a los recién llegados a Majdanek, seleccionaba los más apropiados y ya estaba. Los SS se encargaban de darles un tiro en la cabeza. Supongo que eran prisioneros los que les desollaban y curtían las pieles para que Ilse pudiese desarrollar su afición favorita.


El hogar de los Koch, e Ilse juzgada tras la guerra ante un tribunal militar

Parte de la colección de Ilse Koch
Pero la afición de Ilse venía de atrás. Antes de mudarse a Majdanek, la familia Koch estuvo viviendo en Buchenwald, al estar allí destinado Karl en calidad de comandante del campo. En la «colección» de Ilse figuran, enmarcados, numerosos trozos de piel tatuada procedentes de Buchenwald. En el cuarto de los oficiales del campo varias «piezas» decoraban las paredes, se ve que a los de las SS les hacía gracia. Lo que ya no se quién le contagió la afición a quién. La felicidad de Ilse Koch duró hasta el final de la guerra. Fue capturada, juzgada y condenada a cadena perpetua. Pero no pudo soportarlo: el 1 de Septiembre de 1.967 se ahorcó anudando las sábanas de la cama y colgándose del techo, a la edad de 60 años. Que se sepa, nunca dio señales de arrepentimiento.
Mujeres como Ilse Koch hubo varias en los campos. Ilse era comandante-consorte, pero dentro de las SS también hubo mujeres famosas por su crueldad con los y, sobre todo, con las prisioneras. De Majdanek nos han llegado testimonios de algunas como Hermine Braunsteiner, Rosy Suess o Elsa Erich. En Auschwitz fueron tristemente famosas otras como Irma Grese, conocida en su momento por el eufemismo de «el Ángel de Auschwitz», a cargo de 30.000 reclusas a las que gustaba de azotar, sobre todo a las más atractivas, destrozándole los senos a latigazos, y que seleccionaba cada día un mínimo de 150 prisioneras con destino a las cámaras de gas. Irma se adhirió al partido nazi con sólo 18 años y pronto hizo carrera en las SS. Por éstas y otras bestialidades, fue juzgada en Nüremberg y condenada a la horca. Aunque no fue la única en actuar en los campos de exterminio: Herta Oberheuser, Alice Orlowski, Herta Ehlert… ¡para qué seguir!…

Majdanek está en una zona de prados bastante húmedos. Y en un clima como el polaco, de frecuentes lluvias, los caminos se embarraban con facilidad. Como ya conté, trajeron unas 100.000 lápidas del cementerio de Lublin para pavimentar los caminos. Eso sí: con las inscripciones hacia abajo, creo que más por estética que por no verlas. Para asentar mejor los suelos y como especial forma de castigo, unos pesados rulos de piedra, de hasta una tonelada de peso, eran rodados por todo el campo arrastrados por grupos de prisioneros a los que se hacía tirar de ellos hasta el agotamiento. Cuando ya no podían más y caían al suelo, los compañeros debían seguir tirando de los rodillos, machacando al pobre desgraciado, que sería reemplazado con rapidez. Mario nos contó que nuestra vieja conocida Ilse Koch prestaba especial atención en que el camino que discurría frente a su casa estuviese siempre «bien planchado»… posiblemente para no manchar sus botas con barro… aunque seguro que tenía a su servicio un tropel de zapateros para dejárselas siempre impecables.

La alambrada exterior que perimetraba el campo era sencilla y sin electrificar. Dentro del campo y dividiéndolo en secciones, la alambrada era alta, de unos tres metros, doble y electrificada con cables de alta tensión. En las esquinas y en algunos puntos intermedios, torretas de vigilancia desde donde vigilaban los SS. Majdanek se organizó en seis recintos separados uno del otro por doble alambrada:
-recinto I: para alojar a las mujeres
-recinto II: hospital de campo para colaboradores rusos integrados en el ejército alemán
-recinto III: prisioneros políticos polacos y judíos de Varsovia
-recinto IV: prisioneros de guerra soviéticos
-recinto V: hospital de campo para hombres
-recinto VI: crematorios, cámaras de gas y fábricas, que no dio
tiempo a construir.
Sólo cabe añadir que como el ser humano es así, tras la liberación de Majdanek por parte del ejército soviético, éstos utilizaron los barracones como campos de concentración para la resistencia polaca y los miembros del Armia Krajowa, el ejército popular polaco.

Las cámaras de gas. La ventana lateral es nueva, para darle claridad.
Visitamos -y nos metimos- en lo que fueron las cámaras de gas. Decir que impresiona, suena casi a necedad. Acojona, sería una mejor definición de lo que se siente cuando entramos -mejor si es solos- en esos cubículos cuadrados, reducidos, vacíos de todo, de techos bajos (menos volumen de aire, mayor concentración del gas), oscuros, cuya única ventilación es la puerta (que obviamente, se cerraba) y unos huecos por el techo por donde, una vez dentro, no cuesta trabajo imaginarlo, apretados y desnudos comenzaba a entrar el gas, hasta que empezabas a marearte, a toser, a vomitar, viendo -si no eras el primero- como a tu alrededor los demás comenzaban a caer al suelo… Hay mucha gente con los que he hablado cuando les contaba el destino de mi viaje, cuya respuesta invariablemente era: …¡Uy, no, qué horror, no quiero ir allá para sufrir!… Pero incluso los que iban con nosotros u otras personas desconocidas con las que coincidíamos en la visita a los campos, algunos lloraban prefiriendo ni entrar siquiera…y puedo entenderlo.

Los hornos
Al principio los judíos de los Sonderkommando vaciaban de las cámaras los cuerpos y en unas depresiones, decenas de metros más allá, los quemaban. Según nos contaba Mario muy gráficamente y con un sentido de humor irónico, muy argentino (¿he dicho ya que es un magnífico guía?) las mujeres de los oficiales de las SS que vivían cerca de la entrada, la propia Ilse Koch, quizá, se quejaron a sus maridos por las humaredas y la peste de las piras, con lo que para que no les diesen la tabarra y agilizar la eliminación de los cuerpos, instalaron en la parte posterior, al final del campo, los hornos crematorios. Actualmente y para protegerlos de las inclemencias del tiempo están protegidos por un pequeño edificio, aunque en su momento estaban al descubierto (que lloviese sobre los Sonderkommando les daba igual), para ventilar mejor. Cuando había muchos cuerpos, funcionaban día y noche. Las cenizas y los pequeños restos óseos que quedaban se iban acumulando en unos patios posteriores. De hecho, se vendían como abono para los campesinos (se aprovechaban hasta las cenizas).
Hoy día se ha levantado un mausoleo, un recinto redondo de más de diez metros de diámetro donde se acumulan en un enorme montón las cenizas que quedaron tras quemar miles de cadáveres. Dado que a veces el fuerte viento las repartía, añadieron más tarde una cúpula, una especie de gran boina de hormigón, para protegerlas y que el aire no se las llevase. Como en todos estos lugares, ramos de flores y pequeñas piedrecitas con la estrella de David pintada en azul. Mario nos puso en su pequeño altavoz un kadish, que escuchamos con respeto.
Cracovia
El centro de Cracovia fue declarado hace pocos años como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. De hecho, está considerada como una de las ciudades más bonitas del mundo, centro muy importante de turismo local e internacional. Se calcula en unos ocho millones la cifra de turistas que la visitan cada año. La mayor parte de los atractivos turísticos se concentran en los barrios del centro: el Stare Miasto (la ciudad medieval) y el Kazimirz (el centro histórico de los judíos). Es una ciudad vieja y las primeras menciones que se hacen de ella constan del S. VII. Ya en el año 966 se la describe como un activo centro comercial. Su nombre en polaco: Krakow, significaría «la ciudad de Krak», legendario héroe fundador de la ciudad.
En el año 1.370 Casimiro el Grande facilitó el asentamiento de judíos en Cracovia, conocedor de su capacidad para el comercio y la industria. En aquella época habían sufrido persecuciones por varios países de Europa Occidental y muchos acudieron, aunque poniéndole al rey tres condiciones:
-mantener su autonomía religiosa, cultural y su educación.
-prerrogativas para el comercio, como el intercambio de mercancías a lo largo del Vístula (que recorre Polonia de sur a norte).
-seguridad, a cuyo fin se redactó una carta real de protección.
Aceptadas las condiciones por Casimiro, la comunidad judía fue prosperando. Fue en Cracovia donde se levantó la primera sinagoga de Polonia, en el año 1.570 (la de Tikuchin fue en 1.620).
Cracovia fue la capital de Polonia hasta 1.596, año en que la capitalidad se desplazó a Varsovia, pero sigue siendo la segunda ciudad en población, tras ésta. Actualmente viven en el centro unas 760.000 personas, que aumentan hasta los 3 millones si consideramos todo el área metropolitana. Pasear por su parte vieja es un placer para los sentidos, con su castillo, la Barbacana, la catedral, su gran plaza, docenas de viejas iglesias a cada cual más bonitas o los 28 museos de la ciudad.
Numerosas tiendas, lujosos restaurantes o cafeterías, con clubes de jazz por doquier, hacen el paseo aún más ameno. En la plaza varios coches de caballos, ricamente engalanados y conducidos por señoritas en traje de época, que invitan con una sonrisa a los visitantes a dar un paseo. Mi hija Maya y yo nos fijamos que bajo las herraduras llevaban unos calzos de goma, seguramente para evitar resbalones sobre el suelo empedrado.

Rodeada en parte por el río Vístula, tradicionalmente Cracovia ha sido el centro económico, científico, cultural y artístico de Polonia. Ocupada por los alemanes tras la invasión, fue nombrada la capital de la administración nazi a partir del 4 de Noviembre de 1.939, con Hans Frank al frente, que instaló sus dependencias en el castillo de Wawel. Aunque fue saqueada en parte de sus tesoros artísticos, la ciudad se mantuvo intacta, no disparándose ni un tiro por designio personal de Hans Frank, salvándose su legado arquitectónico. Los oficiales alemanes, las cosas como son, solían ser cultos y amantes de las artes, lo que ayudo a que Hans Frank la protegiese.
Los judíos vivían tradicionalmente en el distrito de Kazimirz (nombre en polaco del rey Casimiro, que los acogió). En Noviembre de 1.939 se legisló obligando a todos los judíos de más de 12 años a ir identificados con brazaletes donde debía figurar la estrella de David. Las sinagogas fueron todas cerradas, y los alemanes confiscaron las reliquias y los objetos de valor. Ya en Mayo de 1.940, la autoridad central nazi decidió que Cracovia debía convertirse en la ciudad «más limpia» de Polonia, comenzando la deportación en masa. De los más de 68.000 judíos que vivían en Kazimirz, sólo permitieron permanecer allí a 15.000 trabajadores de los alemanes, con sus familias. El resto fueron expulsados de Cracovia y asentados en las comunidades circundantes.

Paseamos por el barrio de Kazimirz, viendo las diferentes sinagogas. Las más interesantes, la Vieja y la Remuh, única que en la actualidad presta servicios religiosos. A su lado, un viejo cementerio del S.XVI. La sinagoga Remuh se encuentra en la calle Ancha, donde se abren varios bares y restaurantes. Mario nos iba guiando y señalando lugares destacados. Así, en uno de los restaurantes se podía ver el rótulo: Rubinstein. Nos aclaró: de la familia de la empresaria Helena Rubinstein, emigrada a los Estados Unidos donde se convirtió en una de las mujeres más ricas del mundo gracias a su actividad en el mundo de la cosmética. En otro de ellos, el Ariel, se filmó la primera escena de la película La lista de Schindler (del director Steven Spielberg, otro judío, en este caso norteamericano), cuya acción se desarrolló en Cracovia. Mario iba enseñándonos sus imprescindibles y didácticas fotos. A mi hija Maya y a mí nos llamó la atención que fue sólo en Cracovia donde vimos varios grupos de judíos ortodoxos, típicamente ataviados con bombín, largas levitas negras y medias -también negras- en vez de pantalones. Bajo el bombín asomaban los característicos tirabuzones que los hombres se dejan crecer desde las sienes, además de la barba.


Otro detalle que me sorprendió mucho fue la presencia de un restaurante en apariencia árabe, muy cerca de la sinagoga Remuh (en pleno barrio judío, por tanto) llamada Hamsa y con el símbolo de la mano de Fátima. «Hamsa», en árabe, significa «cinco», y la mano de Fátima (hija de Mahoma) simboliza con sus cinco dedos ese «cinco», por los cinco pilares o preceptos del Islam (declaración de fe, los rezos diarios, la limosna, la peregrinación a La Meca y el ayuno durante el Ramadán). Se lo comenté a Mario pero me dijo que en israelí «hamsa» también es cinco, y que el símbolo de la mano de Fátima es también un amuleto de buena suerte en Israel. El restaurante en cuestión no era árabe, sino judío. Sólo pude responderle que no les faltan puntos en común, entre árabes y judíos.
El 3 de Marzo de 1.941 se crea el ghetto. Desde Kazimirz son llevados al distrito (pobre) de Podgorze, en la otra orilla del Vístula. Antes de cerrar el ghetto vivían allí 3.000 polacos no judíos, que fueron obligados a realojarse al barrio de Kazimirz, donde se les adjudicaron las mucho mejores casas de los judíos, ahora vacías. Con la llegada de los judíos, el censo ascendió a 15.000 habitantes, hacinados en tres calles, con 320 edificios y 3.167 habitaciones en total. Haciendo una sencilla cuenta, en cada apartamento vivían cuatro familias. Así y todo, los más desafortunados y por falta de espacio se vieron obligados a dormir al raso.
El ghetto estaba rodeado por un muro. Quedan algunos restos donde podemos ver que simulaba, irónicamente, grandes lápidas. Las ventanas que desde las casas de los judíos daban a las calles de los polacos fueron tapiadas. El día 30 de Mayo de 1.942 comenzó la salida de los judíos desde el ghetto hacia los campos. Algunos fueron llevados al de Plaszow, creado el 28 de Octubre de 1.942, muy próximo a la ciudad, en principio sólo campo de trabajo y no de exterminio, aunque la mayoría fueron conducidos al cercano de Auschwitz.
El 13 y 14 de Marzo del año 1.943 el Sturmbannführer de las SS, Willi Hasse, comenzó lo que llamaron la liquidación final. Unos 8.000 judíos capaces de trabajar fueron llevados al campo de Plaszow. Otros 2.000 enfermos y débiles fueron asesinados directamente en las calles. Los demás, a Auschwitz. El método, similar al utilizado en el ghetto de Varsovia, era el siguiente: desde sus casas y custodiados por las SS los concentraban en la Plac Zgody, actualmente rebautizada como Plac Bohaterow Getta (= Plaza de los Héroes del Ghetto) donde los iban seleccionando y metiéndoles en los vagones de carga, con destino a los campos.

Placa en la Farmacia del Águila, homenaje a su propietario, salvador de judíos
Visitamos la Plaza Bohaterow, en el antiguo ghetto. Es una plaza grande y cuadrada. Mario nos enseñó fotos donde se veían algunos edificios circundantes, de la época. En una de las esquinas hay una farmacia: la Apteka pod Orlem o Farmacia del Águila. Su propietario Tadeusz Pankiewicz, al que los nazis ofrecieron locales fuera del ghetto, solicitó (y obtuvo) permiso del gobierno alemán para seguir allí al frente de su negocio. Durante aquellos años fue el único habitante no judío del ghetto, con permiso para entrar y salir libremente. Lo que los alemanes no sabían era que, por su parte trasera y camuflado, un estrecho corredor daba salida a la parte exterior, a la zona «libre». Además de suministrar medicamentos a los judíos, consiguió sacar a muchos de ellos. Pankiewicz les conseguía comida, hacía de correo con el exterior, contactos con el ejército de resistencia polaco o cosas tan útiles en aquel momento como tintes para el pelo, con lo que los viejos podían pasar como más jóvenes (y no ser eliminados), o sedantes para los niños que sacaban ilegalmente del ghetto y que no les delatasen, llorando, en el último momento.

En medio de la plaza Bohaterow hay plantadas unas veinte sillas de bronce. Se trata del Monumento a Las Sillas, como homenaje a los judíos que esperaban allí a ser deportados. El monumento fue costeado por el director de cine Roman Polansky, director entre otras de la película El pianista, sobre una historia real sucedida en el ghetto de Varsovia. Polansky nació en París en 1.933 pero en 1.936 sus padres decidieron regresar a Cracovia. ¿Nostalgia de la tierra, búsqueda de nuevas oportunidades?… ¡Cuántas veces no lamentarían la decisión!… Durante su infancia no se le educó en el judaísmo, pero los acontecimientos posteriores y el destino le obligaron a vivir siendo un niño en el ghetto de Cracovia. Los padres fueron deportados, muriendo la madre en Auschwitz (aunque sólo su padre era judío las leyes nazis la consideraron como tal). El padre fue de los escasos supervivientes del campo de Birkenau. Por su parte, Polansky sobrevivió como un huérfano mendigo en el ghetto logrando escapar y, fingiéndose cristiano, fue dando tumbos por Polonia, de un lado a otro, consiguiendo sobrevivir hasta el final de la guerra.