Introducción
Ninfas y demás seres acuáticos sujetos a censura
Sirenas
Cantos de sirena…
La cafetería Starbucks y la sirena de dos colas, Melusina y la Mixopárzenos
Dragones y cocodrilos
«Matadragones» al servicio de la Iglesia: San Jorge y San Miguel
Introducción
Comienzo esta entrada con un título ya un tanto iconoclasta -por lo de San Jorge, como ser imaginario-. Si el ser humano a lo largo de su historia ha necesitado inventar seres extraños para ordenar su mundo, no ha dejado por ello de añadir nuevas figuras, añadidas a los diversos santorales (incluído el cristiano), con los que completar o complementar el bestiario de los seres imaginarios. Hay un interesante libro, traducido al español como Psicoanálisis de los cuentos de hadas, del psicólogo austríaco Bruno Bettelheim, donde detalla los antiguos cuentos populares europeos poblados de ogros, brujas, madrastras y otros seres malvados. Aunque la Factoría Disney haya edulcorado cuentos como Caperucita Roja, Cenicienta, Blancanieves, Hansel y Gretel y similares dándoles un final feliz, en las versiones originales de final feliz nada: los niños que se «descuidan», suelen acabar muertos o devorados por lobos, ogros y demás. Según Bruno Bettelheim los cuentos eran una formación, un «aviso» para los niños, advirtiéndoles de los peligros, nada imaginarios, que suponía confiar en desconocidos, porque había -y hay- mucha gente mala. Algo así nos ilustra la mitología, ordenando los personajes y clasificando el confuso mundo nos rodea.
Yéndonos un poco más allá y sólo como ejemplo, el complejísimo panteón hindú tiene en «plantilla» aproximadamente -lo dicen ellos- 330.000 millones de dioses, diosas, demonios y demás figuras mitológicas. Pero no voy a entrar esta vez en semejante laberinto. El santoral del cristianismo ya nos ofrece un espectro de unos cuantos santos, hoy día totalmente asimilados en la Iglesia y de cuya veracidad histórica o, al menos, de la leyenda tejida a su alrededor, podemos dudar sin riesgo de que nos quemen en la hoguera por herejes. Santos como San Valentín, patrón de los enamorados, San Nicolás-Santa Claus (estupendo invento como el anterior para fomentar el comercio de regalos) o, el que nos atañe, San Jorge.
Seres inventados o seres híbridos (formados éstos cual collage, mezclando partes de unos y de otros), tales como las sirenas, los grifos, los minotauros, las esfinges o los centauros aparecen por todas las culturas, pero voy a ceñirme sobre todo a aquellos presentes en el mundo mediterráneo y, especialmente, su parte oriental: Asia Menor, Grecia, Egipto… foco y origen de nuestra civilización. Las tradiciones orales durante cientos o miles de años, la imaginación de los artistas que los representaron, las supersticiones y la mitología dieron forma a esos seres míticos, muchos de los cuales será ya imposible sacar de nuestra imaginación. Pero vayamos por partes.
Ninfas y demás seres acuáticos sujetos a censura
En Enero de 2.018 Clare Gannaway, coordinadora de la Galería de Arte de Manchester, mandó retirar de la vista del público el cuadro Hilas y las ninfas, del pintor prerrafaelita John William Waterhouse, pintado en 1.896. ¿El motivo?: por «cosificar» el cuerpo de la mujer, considerando su imagen como un… objeto pasivo y decorativo…(sic). La obra en cuestión se hallaba expuesta en una sala denominada En busca de la belleza (Gannaway, por cierto, dijo que era un mal título para aquel espacio) junto con otros desnudos femeninos del siglo XIX. En él se representaba una escena mitológica: Hilas, uno de los argonautas que acompañaban a Jasón en su búsqueda del vellocino de oro, fue encargado de buscar agua potable en una isla. Estando rellenando las cantimploras en un lago unas cuantas ninfas emergieron del agua, representadas en el cuadro como unas jóvenes a las que se ve, desnudas de cintura para arriba. Una de ellas besó a Hilas en la boca…y del mítico viajero nunca más se supo… Gannaway no sólo ordenó retirar el cuadro, sino además las postales a la venta en las que se representaba la escena…¿quién dijo que el puritanismo y la Inquisición habían desaparecido?…

Hilas y las ninfas, el cuadro «escandaloso» de John William Waterhouse
Aunque acuáticas como las sirenas, las ninfas se limitaban a las aguas dulces y eran, según la mitología griega, habitantes de ríos, fuentes y naturaleza salvaje, en general. A diferencia de las sirenas, muestran un aspecto «normal», de muchachas jóvenes, sin cola de pescado. De hecho la palabra «ninfa» proviene del griego, en su acepción de «veladas» o, por extensión, «novias» (que se velaban para la ceremonia). Pero ahí acaba su candor. De la palabra «ninfa» procede otro término con el que estamos más familiarizados: «ninfomanía», término que se extendió desde la psiquiatría del siglo XX para definir el deseo sexual irrefrenable. Las ninfas, según la tradición griega, atraían a veces a los hombres con su belleza con la intención de seducirles y, a veces, acabar con ellos, como le pasó al pobre Hilas, protagonista muy a su pesar del escándalo del cuadro retirado por Clare Gannaway en Manchester.
Y, al hilo de las ninfas y la ninfomanía, no puedo por menos que mencionar a la famosa novela Lolita. Escrita por el ruso Vladimir Nabokov, se publicó en 1.955 por primera vez en una editorial francesa al ser rechazado inicialmente por varias editoriales norteamericanas, tildado de pornográfico. El tema es conocido: trata de la obsesión sexual de un hombre de mediana edad por una adolescente de 12 años -la «Lolita» del título- a la que el protagonista, Humbert Humbert, se dirige a veces como «nínfula» = pequeña ninfa… En los últimos meses y al hilo del movimiento feminista #MeToo, como plataforma de denuncia contra acosos sexuales, se ha llegado a proponer la prohibición para su venta de Lolita en los Estados Unidos de América acusándola de pornográfica… igual que en 1.955, hace ya 63 años…¿he dicho antes que el puritanismo y la Inquisición habían desaparecido?…
No ha sido el único cuadro «escandaloso». En el MET (Museo Metropolitan de Arte Moderno de Nueva York) hubo hace poco una denuncia, instigada por una vecina de Nueva York y a la que se adhirieron unos cientos más, para que retirasen otro cuadro: Teresa soñando, del pintor franco-polaco Balthasar Klossowsky, más conocido como Balthus. En el cuadro, pintado en 1.938, aparece la niña-musa parisina Thérèse Blanchard, la hija de sus vecinos pasteleros, a la edad de 12 o 13 años (otra «nínfula»), dormitando en un sillón y mostrando algo las bragas. La denuncia se basó por… incitar a la pederastia… (sic). Afortunadamente en este caso la dirección del MET emitió un comunicado en el que decía:..creemos en el respeto por la expresión creativa…negándose a retirar el susodicho cuadro. Cabría preguntarse dónde está la «suciedad»: si en el objeto en sí o en la mente de los que lo miran…

Ulises y las sirenas, obra de 1.909 por James Herbert Draper, expuesto en la Ferens Art Gallery, de Kingston Upon Hull, en la comarca de Yorkshire, Inglaterra. Tan «provocador» como Hilas y las ninfas, pero en la Ferens a nadie se le ha ocurrido decir ninguna tontería.
Sirenas
…Circe me cogió de la mano, me hizo sentar separadamente de los compañeros y, acomodándose cerca de mí…me dijo estas palabras: Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna a sus hogares, sino que los hechizan las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda…mas si tu desearas oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil…y así podrás deleitarte escuchando a las sirenas. Y caso de que supliques o mandes a tus compañeros que te suelten, átente con más lazos todavía… (Homero, La Odisea, canto XII).
En semejante narración, Homero nos cuenta la primera referencia escrita de las sirenas, de su canto y de sus peligros, aunque no detalla su número ni su aspecto…algo parecido al Evangelio de San Mateo en el que sólo habla de…unos magos de Oriente…(Evangelio de San Mateo, II, 1-2) sin decir su número, sus nombres ni, por supuesto, que uno para más detalle fuese negro. (Si alguien tiene más curiosidad al respecto, le aconsejo que visite mi blog DersuLee y, en él, la entrada correspondiente a Sobre Reyes Magos, reliquias y evangelios). Según los diferentes estudiosos, La Odisea está escrita en el siglo VIII a.C. (el alfabeto griego comenzó a utilizarse en el siglo IX a.C.), compilado por diferentes poemas que se transmitían oralmente. Las primeras cerámicas griegas se decoran, en el periodo conocido como de las «figuras negras» en el siglo VI a.C., y se perfeccionan en el período llamado de las «figuras rojas» ya en el siglo V a.C. Es en este período de las «figuras rojas» en el que aparecen las primeras representaciones del tema «Ulises y las sirenas», figurando éstas con cabeza humana y cuerpo y garras de ave.
Las sirenas forman parte de nuestra cultura occidental. Su imagen tan pintoresca de mujeres con cola de pez han invadido la iconografía de ciudades: la sirena de Copenhague, o el escudo de armas de Varsovia, por ejemplo, donde figura armada de espada y escudo: la popular «syrenka», protectora de la ciudad. O de ciertos negocios como la cadena de cafeterías Starbucks, aunque no sea exactamente una sirena sino otra figura mítica: el hada Melusina. Hasta la Factoría Disney sacó su película de animación La sirenita, inspirada en el cuento del danés Hans Christian Andersen (del cual se representó la sirena de Copenhague) y, en este mundo consumista y mercantilizado, hasta podemos conseguir en el mercado «colas de sirena» como complemento para disfraces, con las que incluyen cursos para nadar en el agua imitando sus movimientos…
La sirenka de Varsovia, protectora de la ciudad, en la puerta de un taxi
Pero quitando esta moderna imagen idílica ofrecida por la Factoría Disney de La sirenita, y las colas para disfraces infantiles (y no tan infantiles), las sirenas han tenido a lo largo de la historia, salvo excepciones según países, un componente mucho más cruel y siniestro…como lo que apuntaba Bruno Bettelheim en el libro ya citado. De hecho, en sus comienzos las sirenas no ofrecían el aspecto archiconocido de mujeres con cola de pez, aunque una de sus primeras representaciones, en la cultura asiria (más de mil años antes de Cristo), una tal diosa Atargatis, sí es representada como mitad mujer, mitad pez. Por contra, en la cultura egipcia, se representa a Bâ, el alma del difunto, con un aspecto de ser humano pero con cuerpo de ave, aunque en este caso era el alma del difunto y no una sirena como tal. Bâ, como tal representación, aparece indistintamente con cara de hombre (siempre con barba) o de mujer, según el sexo del difunto.

Representación del Bâ egipcio
Sirena. Museo de Olimpia
Es en la cultura griega donde aparecen las primeras representaciones de sirenas, pero con una imagen donde se las ve como figuras con cabeza y pecho de mujer, y con el cuerpo, alas y garras de ave. Suelen estar en peñascos sobre el mar, y una característica es que aparecen acompañadas de instrumentos musicales: arpas, flautas, cítaras o panderos. Porque se asocia a las sirenas con la música, o con un canto armonioso y seductor con el que atraían a los marineros a la costa haciendo que naufragasen y devorándolos, dejando sus restos en las playas.
Los nombres de algunas de ellas, en la compleja mitología griega, evocan su capacidad seductora: Molpe («canto»), Aglaófonos («la de voz espléndida»), Telxíepia («la que dice palabras que embelesan»), Ligia («la de voz clara»), Telxíonoe («la que encanta con su mente»), Telxíope («la irresistible») o Aglaope («la de aspecto espléndido»)…
Sirena tocando el aulós (flauta doble) ante Ulises, 550-600 a.C. Sobre un lekythos (jarra de cuello alto y estrecho con una sola asa, para contener aceite o pomadas). Origen etrusco. Museo arqueológico de Atenas
Inicialmente las sirenas están asociadas a los fantasmas de los muertos, o bien a genios que controlaban el paso hacia las llamadas Puertas de la Muerte. Algo así como esa imagen mencionada del Bâ egipcio, representación del alma del difunto, encargado de guiarle en su confuso camino al más allá. Más adelante es cuando asumen la imagen tétrica de engañadores de los marineros, a los que conducen a la perdición (al fin y al cabo, a la muerte). Las imágenes más arcaicas de sirenas pueden ser masculinas (con barba) o femeninas. Es sólo a partir del siglo VI a.C. cuando las figuraciones se vuelven exclusivamente femeninas.
Sirena mirándose al espejo. sosteniendo un pandero (en horizontal). Vaso de Paestum. Museo Arqueológico de Atenas.
Parece igual a la anterior, pero no lo es, aunque posiblemente sea de la misma escuela, si no del mismo autor. Vaso procedente también de Paestum (ciudad de la Magna Grecia, al sur de Italia), pero en este caso en el Museo Arqueológico de Nápoles.
Al comienzo de esta parte ya he reflejado la historia más famosa, ampliamente representada en la cerámica griega: la de Ulises y las sirenas, narrada en el canto duodécimo de La Odisea. En ella, deben pasar para regresar a Itaca por el peligroso paso entre Escila y Caribdis, lugar de fuertes corrientes y remolinos (hoy día identificado como el estrecho de Mesina, que separa la isla de Sicilia y la península itálica). Pero la hechicera Circe, que le ha cogido «cariño» a Ulises tras un año de convivencia en su isla de Eea le advierte: en sus promontorios las sirenas acechan para seducir a los marineros con sus cantos, distrayéndolos y provocando su naufragio. En las cerámicas vemos repetidamente la escena: Ulises atado al palo, mientras las sirenas con su cuerpo de ave sobrevuelan la embarcación, intentando seducirles.
Fresco pompeyano representando a Ulises y las sirenas, atravesando el peligroso paso entre Scila y Caribdis
Cerámica ática de figuras rojas representando a Ulises y las sirenas, aprox. 480 a.C. Vaso stamnos (recipiente ancho con dos asas y que solía usarse para contener vino) en el British Museum
Otra imagen de Ulises y las sirenas. La de la izquierda porta un arpa y la de la derecha un pandero
Será más adelante, a partir del siglo X y en Europa Occidental, donde su imagen de mujer-ave va dando paso a la imagen de mujer-pez. Todavía en los Bestiarios de la época carolingia (siglos IX) como el del Phisiólogo de Bruselas, aparecen como mujeres-ave. Más adelante, serán mujeres-pez. La primera mención aparece en el Liber Monstrorum, un Bestiario del siglo VII o VIII atribuído, casi con total seguridad, al monje benedictino anglosajón Aldhelm de Sherborne. El autor nos cuenta:
…son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su gran belleza y la dulzura de su canto; de la cabeza al ombligo tienen el cuerpo de vírgen y forma semejante al ser humano, pero poseen una escamosa cola de pez que siempre ocultan el mar…
Posiblemente en las costas atlánticas de Francia, Irlanda, Inglaterra y Escocia, de costas rocosas y azotadas por un mar bravío y frecuentes tormentas, escenario de naufragios y donde se mantienen todavía leyendas populares de sirenas, la presencia habitual de las focas y algunos cetáceos pudo favorecer la creencia en mujeres-pez, seres fantásticos con poder sobre el mar y causantes -o protectoras- ante las tempestades.
Está claro que tanto focas como cetáceos eran animales bien conocidos por los habitantes de la costa, pero la lógica superstición de los habitantes y pescadores pudo llegar a hacerles creer en esos seres, causantes de tantas desgracias. En la tradición británica hacen una distinción entre siren y mermaid. La diferencia es un poco difusa. Las mermaid: «doncellas o -más exactamente- criadas del mar» tienen el típico aspecto de mujer-pez. Las sirens, aún teniendo el mismo aspecto, son personajes más seductores, causantes de encantamientos en los pobres mortales que sucumben a sus encantos.
Ilustración ya más fantasiosa de una sirena-demonio en la Monstrorum Historia, de Ulisse Aldobrandi, de Bolonia (1.600)
Hasta Colón las menciona en sus Diarios, narrado esta vez por fray Bartolomé de las Casas:
…el día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vió tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna forma tenían forma de hombre en la cara…
Seguramente lo que Colón vio fueron manatís, un mamífero de vida acuática de la familia de los sirénidos (al que le puso nombre a la familia, también se lo debieron recordar) habitantes del Caribe y también conocidos como «vaca marina», y cuyo remotísimo parecido a una mujer es la posición de las mamas, en posición pectoral. Podemos imaginar a los desesperados marineros, tras meses de navegación y sin mujeres -con lo que ello supone de «tensión sexual no resuelta»- en los barcos que, tras otear en el mar semejantes criaturas, en posición vertical y ,para colmo, con «un par de tetas», se les desbocase la imaginación. Aunque, como bien puntualizó el Almirante…no eran tan hermosas como las pintan… Cabezas gordas, calvas y de gruesos belfos…desde luego, de «sexys» nada…aunque a algunos marineros, quizá ni les hubiese importado demasiado…
Ilustraciones de «sirenas» de las costas americanas por viajeros españoles en la época del Descubrimiento
Cantos de sirena…
Si hay algo que define a las sirenas -además de su aspecto mixto- es su canto seductor. Su nombre parece proceder del púnico sir = «canto», aunque hay estudiosos que lo relacionan con el griego clásico seiren = «las que encadenan». Aunque su iconografía, como númenes encargados de conducir a los hombres hasta las Puertas del Más Allá, sea frecuente en todo el Mediterráneo Oriental, las sirenas como mujeres-ave son situadas por los antiguos griegos justo en la mitad sur de la península itálica, en lo que, siglos antes de la formación del Imperio Romano, se conoció como la Magna Grecia: conjunto de colonias griegas que dieron lugar a la fundación de numerosas ciudades, tanto en Italia como en Sicilia. Zona, por tanto, muy bien conocida y recorrida por los antiguos griegos.
Pero es en una región concreta donde la «presencia» de las sirenas es más numerosa, lo que demuestra la cantidad de santuarios dedicados a ellas, en el territorio que discurre entre Nápoles (fundada por los griegos en el siglo VII a.C. y bautizada como Neápolis = «la ciudad nueva») hasta las ruinas de Paestum, cuyos templos son los mejor conservados del mundo griego, manteniéndose en pie como en sus comienzos, jamás derruidos. En especial, la zona del golfo de Nápoles con sus islas (Ischia y Capri), las ciudades de Sorrento y Salerno y, más en concreto, la bellísima Costa Amalfitana. Y, frente a la ciudad amalfitana de Positano, las islas de Li Galli, que podríamos traducir como «las de las aves» o «las de las codornices», aunque conocidas también popularmente como Le Sirenuse (¿por qué será?)…
A Nápoles a veces se la conoce como «la Partenopea», por la tradición que dice que cuando Ulises, tras superar con éxito el «acoso» de las sirenas, éstas se vieron condenadas a morir por su fracaso, arribando a las costas de Nápoles el cadáver de una de ellas: Parténope (con el muy sugestivo nombre que podemos traducir del griego como «la de aroma de doncella»), a la que se dedicaron templos. A veces se sitúa la localización de las sirenas en islas como Ischia o Capri, pero si hay un lugar con más papeletas para ser la «patria» de las sirenas, éste sería el pequeño archipiélago de Li Galli (recordemos: Le Sirenuse)…
El geógrafo griego Estrabón ya identificó a las sirenas con estas islas a las que llamó, ¿cómo?: pues precisamente, Sirenai…Los poetas latinos Virgilio y Ovidio también coinciden en situar a las sirenas en este lugar. Li Galli consta de tres pequeñas islas. La mayor, Gallo Lungo («La Grande»), con una silueta que recuerda mucho a la de un delfín, en forma de media luna, de poco más de cuatrocientos metros de larga. Frente a su costa occidental y a una distancia entre doscientos y trescientos metros las otras dos: al norte Castelluccia (también conocida como Gallo dei Briganti) y La Rotonda, al sur.
Mapa de Li Galli
Buscando información sobre el canto de las sirenas encontré un detallado trabajo publicado en 2.007 por el Departamento de Historiografía y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, y cuya autora es María Isabel Rodríguez López, titulado La música de las sirenas. Si tenéis curiosidad por saber más os lo recomiendo, lo podéis encontrar en Google. En él hacía relación, entre otras cosas, a un trabajo realizado por Wolfgang Ernst en el año 2.005, de la Universidad Humboldt de Berlín, titulado a su vez Resonance of Siren Songs (fácil de traducir: «La resonancia del canto de las sirenas»). En él estudiaron un fenómeno, sin duda ya conocido desde la antigüedad: la amplificación del sonido entre las tres islas.
El hecho es que la costa occidental de Gallo Lungo (la isla grande), frente a la cual están las dos islas más pequeñas, presenta una forma cóncava y sobre ella, un acantilado. Cuando desde las islas pequeñas o, aún mejor, desde un barco situado entre ambas islitas, se produce un ruido no muy grande, tales como voces o incluso el sonido de un objeto al caer sobre la cubierta del barco, dicho sonido rebota llegando hasta una distancia de 400 metros, produciéndose desde la pared curva del acantilado una multiplicación sonora por la reflexión acústica, como un amplificador natural, similar al efecto acústico dentro de una bóveda o el de los anfiteatros griegos, en cuyas gradas más altas se podía escuchar como si estuviesen al lado el susurro de los actores en el escenario. Es lo que se conoce en acústica como una «interferencia constructiva».
Así, el sonido producido entre las islas pequeñas reverbera en la isla grande, sumándose en los barcos por una parte el sonido original (por ejemplo, las voces de los marineros) y además el mismo sonido multiplicado, deformado por la resonancia, con aumento de la sonoridad. Sin duda, y más en aquellos tiempos, un efecto inquietante, el de esas voces multiplicadas que venían de la isla a nuestro paso, y que sin duda contribuyó a crear el mito del canto atrayente de las sirenas.
La cafetería Starbucks, las sirenas de dos colas, Melusina y la Mixopárzenos
El conocido logo actual de Starbucks
…El primer oficial del Pequod era Starbuck… Con esta frase comienza el capítulo 26 de la famosa novela Moby Dick, la de la ballena blanca y, precisamente por esta razón, tres amigos de Seattle: Jerry Baldwin (profesor de inglés), Zev Siegel (de historia) y Gordon Bowker (escritor), amantes de la literatura, el café y el mar, escogieron «Starbucks» como nombre para la tienda de cafés, tes y especias que en 1.971 abrieron en el mercado de Pike Place, junto a los muelles de Seattle, en el estado norteamericano de Washington. Hoy día cuenta con más de 26.000 sucursales en 50 países del mundo. Bien, ya sabemos de dónde tomaron el nombre pero, ¿de donde sacaron su imagen, tan característica?…
Buscando algún motivo que recordase temas marinos, encontraron la imagen de un grabado medieval en madera, donde se representaba a Melusina como una sirena de dos colas, un hada de la literatura medieval francesa, descrita en la Historia de Lusignan por Pierre D’Arras. Melusina personifica el mito, pero la imagen de una sirena con dos colas de pez es bastante más antigua y ya hay figuras griegas donde se las representa.
Posteriormente y en el románico europeo, la encontramos con frecuencia adornando capiteles. Pero su imagen, al contrario que las de las sirenas «clásicas» no es la de las mujeres-ave que seducen sólamente con sus cantos, representaciones de seres que conducen a los hombres al Más Allá, sino figuras con un claro significado sexual: con pechos visibles y piernas-colas bien abiertas, a menudo con el sexo visible, imagen de la tentación y del pecado.
La Melusina, imagen del tipógrafo veneciano Vittore dei Ravani (1.538) sobre el grabado de Aldo Manuzio. Manuzio fue un impresor especializado en obras clásicas griegas. Por esa razón la leyenda que rodea a Melusina está en griego, y no en latín.
Sirena de dos colas en el Museo Arqueológico de Atenas
La cafetería Starbucks no pudo permanecer inmune a esta escandalosa sexualidad, para la mentalidad puritana norteamericana. Mientras que en sus primeras imágenes se veía una figura completa, de cuerpo entero y mostrando sus pechos, el logo de la casa fue evolucionando, borrando en cada paso los pechos, recortando su figura y quedando como la podemos ver hoy, con una cara virginal, los cabellos tapando el poco cuerpo que se ve y el extremo de sus dos colas sujetas por las manos. Otra muestra más de censura de lo «políticamente incorrecto»…
Logo original de Starbucks en 1.971, más «provocador»
Iglesia de San Juan Evangelista en Arroyo de la Encomienda, Valladolid
Abadía benedictina de Sant Pere de Galligans, en Gerona.
Y como tercer ejemplo, capitel en la ermita románica de Cerezuelo (Segovia)
Un mito antiguo de la sirena de dos colas, a veces de pez, a veces de serpiente, la encontramos en otro mito: el de la Mixopárzenos (o lo que es igual: en griego, «la semi-vírgen»). Cuenta la leyenda que Hércules se vio obligado a cumplir con sus Doce Trabajos. El Octavo consistió en capturar las cuatro yeguas del rey Diómedes, animales salvajes que comían carne humana. Pero, tras vencer a Diómedes y domar a las yeguas, estando en lo que hoy sería el sur de Ucrania perdió las yeguas de su carro. Algo parecido a lo que cantaba Manolo Escobar, aunque en este caso no le robaron el carro, sino las yeguas.
Buscándolas llegó hasta el frondoso bosque de Hilea, hoy desaparecido, cerca de la actual ciudad de Jersón (en la ribera del río Dnieper, a unos 30 kilómetros de su desembocadura en el Mar Negro), en el que al fondo de una cueva encontró una mujer, con dos colas de serpiente en vez de piernas y de apariencia al parecer nada agraciada: la Mixopárzenos, que le puso como condición para devolverle sus yeguas que fuese su amante. La tal Mixopárzenos no debía ser ninguna belleza pero, Hércules, habituado a los más duros trabajos y por recuperar sus yeguas, cumplió con su parte. Continúa la leyenda diciendo que el menor de los tres hijos que tuvo con ella, Escites, fue el padre de los primeros guerreros escitas, jinetes nómadas muy diestros con el arco y habitantes de las estepas rusas que tanta importancia tuvieron en el mundo antiguo. El Padre de la Historia, Heródoto, nos lo cuenta de esta manera:
…que, cuando desde allí llegó Heracles al que actualmente se llama país escitio (le sorprendió, en efecto, el invierno y el frío), tras envolverse en una piel de león, se quedó profundamente dormido y que sus yeguas -que estaban paciendo libres del carro- en ese tiempo desaparecieron por disposición divina. Que, cuando se despertó Heracles, se puso a buscarlas y, después de recorrer la totalidad del país, finalmente llegó a la tierra que se llama «Hilea». Y que aquí él encontró en una cueva a una serpiente mitad doncella -de doble naturaleza (en el original griego consta como «Mixopárzenos»)-, cuyas partes superiores, desde las nalgas, eran las de una mujer y las inferiores, las de una serpiente… (Heródoto, «Historias», Libro IV, cap. 9, según traducción de Antonio Gómez Caballo, Ed. Akal/Clásica).
Si en Europa Occidental la Mixopárzenos no es figura conocida, en la antigua cultura de Ucrania, la de los escitas, sí lo fue. Hay que considerar que la cultura de éstos nómadas no era la griega, sino la irania, con otros dioses y semidioses. Aunque en todo el Mar Negro hubo numerosos contactos entre las colonias griegas y los nómadas escitas, la presencia de la Mixopárzenos es frecuente en monumentos o en la rica joyería de oro con que los escitas se adornaban ellos, y a sus caballos. Los escitas, poco a poco, fueron helenizándose y en las ciudades costeras del Mar Negro fundadas por mercaderes griegos procedentes de la ciudad de Mileto (frente a la costa mediterránea de Turquía), convivieron ambas culturas. En la antigua ciudad de fundación milesia de Panticapeo (la actual Kerch, situada al extremo oriental de la península de Crimea), hubo dos grandes estatuas de la Mixopárzenos flanqueando, como diosas protectoras, la entrada de la ciudadela. Hoy día una de ellas puede verse en el museo de Kerch, figurando como siempre de frente y sujetando sus dos colas. No es una sirena, no es Melusina…no es una sucursal de Starbucks…es la Mixopárzenos, de la que tan orgullosos siguen mostrándose los orgullosos descendientes de los orgullosos escitas.

La Mixopárzenos, en el museo de Kerch
Dragones y cocodrilos
Otra figura muy presente en el imaginario popular, es el dragón. Pero podemos distinguir entre los «orientales» (China, Japón, Corea, Vietnam), benéficos, símbolos del conocimiento y de la fuerza, y los «europeos» que son los que nos interesan, personificación del mal y de la destrucción. Hasta tal punto se han popularizado que no hay casi ciudad donde no aparezcan, siendo hoy día motivo más de fiesta que de horror en ciudades como Tarascón con su Tarasca, en el sur de Francia, diferentes localidades de Bélgica y, en nuestro país, las diferentes Tarascas de Granada, Valencia o Toledo o, más personalizadas, la Patum de Berga, el Drach de Vilafranca, la Mulassa de Reus o, un poco más apartada de su original zona mediterránea, la Coca de Redondela.
Obviamente estas tarascas populares dan de todo menos miedo. Ya metidos en «cachondeo», hasta Madrid tuvo sus tarascas, que salían en procesión durante la festividad del Corpus Christi en el siglo XVII hasta que Carlos III las prohibió por «atentar contra la moral»…otra censura más. Se puede entender esta prohibición viendo las pinturas que las representaban: monstruos de grandes senos (recalcando su condición femenina) y con un cortejo de personas disfrazadas, más propias del Carnaval que del Corpus, con toda la pinta de estárselo pasando muy bien, con el jolgorio y la irreverencia típicos de los madrileños…
Imagen de comienzos del siglo XX de la procesión de la Tarasca, en la ciudad francesa de Tarascón. En ella podemos ver representado, tal y como la leyenda cuenta, cómo una joven condujo al monstruo con la única ayuda de una cinta de su vestido
Representaciones de Tarascas en la procesión del Corpus Christi en Madrid. 1.663 y 1.670
Pero no siempre los dragones fueron tan festivos. Desde sus comienzos, los artistas que los representaron quisieron dejar bien claro, casi como si compitiesen entre ellos, que se trataba de la personificación del mal. Así aparecen con una, dos y hasta cien cabezas que escupen fuego, armadas de crestas y fuertes colmillos, con alas membranosas al estilo de los murciélagos o de los demonios, con patas robustas de grandes garras, y cuerpos de aspecto reptiliano, acorazados y de largas colas…Sabemos que la imagen del dragón es muy antigua pero, ¿de dónde surgió la idea, cómo empezó a formarse la imagen del dragón?…
El antropólogo de la Universidad de Florida David E. Jones, aventuró en el año 2.000 (no sin cierta controversia) en su libro An Instinct for Dragons, la interesante tesis de que el ser humano, tras millones de años de evolución, hemos desarrollado al igual que los primates, reacciones instintivas de pánico ante animales que eran nuestros más peligrosos predadores: los grandes felinos, las grandes aves de presa con sus garras, y las serpientes… Desde luego he podido observar directamente que hasta los monos más pequeños (titis, cercopitecos o macacos) muestran auténtico terror, no ya ante serpientes verdaderas, sino incluso ante una correa agitándose ante ellos… Y los seres humanos manifestamos como mínimo rechazo, si no miedo, ante las serpientes.
En una encuesta realizada en los Estados Unidos las serpientes (junto a las arañas, otro «bicho» peligroso y, curiosamente, los gatos, posiblemente como felinos que son) eran los animales que más rechazo producían en las personas. Podemos imaginar para nuestros no tan lejanos parientes del Paleolítico, habitantes de selvas, pantanos y riberas de ríos, el terror que podría despertar en ellos la visión de grandes serpientes…o de cocodrilos. De ahí a creerles encarnación de demonios, sólo hay un paso.
Y aquí llegamos al posible origen de las grandes serpientes y, sobre todo, de los cocodrilos, como «antepasados» de los dragones. El conocido como cocodrilo del Nilo (Crocodylus niloticus) era un gran predador extendido en África del norte y no sólo por el Nilo, hasta su desembocadura en el gran Delta, territorio laberíntico que se extiende por un área de 200 por 150 kilómetros, llena de brazos, lagos y zonas pantanosas. Incluso, históricamente, hasta ríos de Marruecos, tales como el Draa, tuvieron cocodrilos.
Actualmente el Ued Draa es río de poco caudal, fronterizo con Argelia al sur en parte de su recorrido, que forma un hermoso palmeral de 200 kilómetros hasta Zagora y que desaparece tragado por las arenas del desierto (como nuestro Guadiana) para reaparecer poco antes de su desembocadura en el Atlántico, cerca de Tan-Tan. Pero en el siglo X era el río más largo de Marruecos (1.100 kilómetros) y en los siglos XIII y XIV está documentado como río caudaloso y habitado por cocodrilos hasta su desembocadura.
Hoy día en Egipto los cocodrilos han sido muy cazados y están prácticamente exterminados en el Nilo egipcio. Tras la construcción de la gran presa de Assuán (formando lo que se conoce como el lago Nasser) se estableció una barrera con lo que los cocodrilos procedentes de Sudán ya no bajan por su corriente, pero en tiempos históricos infestaban sus riberas y el Delta hasta su desembocadura: grandes ejemplares de hasta 6 y 8 metros de largo, muy capaces de atrapar personas y, como mínimo, darles grandes sustos «de muerte»…si no la muerte, directamente. Pero hay más: al igual que los grandes y peligrosos «cocodrilos de agua salada» (Crocodylus porosus) del sudeste asiático son capaces de recorrer muchos kilómetros nadando en mar abierto, los cocodrilos del Nilo también pueden aventurarse en el mar.
No es descabellado pensar que un animal como éste, muy abundante hasta hace poco en las mismas orillas del Mediterráneo, pudiese nadar lejos o, costeando, alcanzar zonas pantanosas ribereñas de Asia Menor o de Europa, afincándose en diversos humedales y lugares propicios. En el último siglo han desaparecido debido al desecamiento (para cultivos) o para su explotación como salinas más de un 50% (hasta un 90% según zonas) de los humedales mediterráneos. Pero hasta hace nada estaban repartidos por toda la zona costera, en forma de marismas, deltas, estuarios, llanuras de inundación o lagunas salinas.
Nos resultan más conocidos los grandes humedales actuales (aunque ya «domesticados» y reducidos) como el delta del Ebro, el del Ródano (que forma la región de la Camarga, en Francia), el del Guadalquivir (Doñana) o la Albufera de Valencia. Pero estaban muy extendidos, repartidos por diferentes países: el delta del Po en Italia, el río Strymion en Grecia, el río Júcar en España, el delta del Axios en Grecia, Utique y Ichkeul en Túnez, el delta del Kizlimak en Turquía, el Estanque de Santa Gila y la laguna Orbetello en Cerdeña (Italia), la albufera de Mallorca…la lista sería casi interminable…
En muchos de estos lugares (y no lo digo yo, lo confirman autores más «serios») la aparición, si no frecuente sí esporádica de algún cocodrilo pudo aterrorizar a los lugareños de la zona. Los egipcios ya estaban acostumbrados a ellos, pero en el sur de Europa eran animales desconocidos. Es fácil imaginarlo: grandes animales, muy agresivos, que surgían de repente de la orilla con enormes bocas llenas de colmillos atrapando a quien se descuidaba, arrastrándoles bajo el agua para devorarles ante los gritos de los testigos… La imaginación de aquellos pobres desgraciados seguramente les hizo pensar que algún demonio les estaba castigando.
Sólo bastó la imaginación posterior para irles adornando, en cuadros y esculturas, con detalles escabrosos: alas membranosas, grandes garras y amenazadoras bocas llameantes. Y, llegando a nuestros tiempos, donde las multinacionales del entretenimiento han descubierto sus posibilidades comerciales, para hacerles protagonistas de series de televisión (como los que aparecen en Juego de Tronos) o películas y juegos de rol de ambientación guerrera y heroica, como las muy acertadamente bautizadas Dungeons and Dragons: «Dragones y mazmorras»… Faltaban aún siglos para que el cristianismo hiciera su aparición y se sacara de la manga un héroe con suficiente talla como para poder someter al diablo: San Jorge.
«Matadragones» al servicio de la Iglesia: San Jorge y San Miguel
La Iglesia cristiana ha demostrado con creces su capacidad sincrética para asimilar y llevarse a su terreno lugares sagrados: numerosas ermitas donde antes hubo templos paganos, por ejemplo, y santificando de paso antiguas divinidades y rebautizándolas, «reciclando», podríamos decir, añadiéndolas a su santoral, tales como los antiguos cultos mediterráneos de Isis, convertidos ahora bajo la luz del cristianismo en nuevas versiones de la Vírgen María (en sus numerosas manifestaciones). Ejemplos hay muchos, pero no son el tema de esta entrada. El que sí me interesa ahora es la figura de San Jorge, el «matadragones» por antonomasia. El otro «matadragones» es San Miguel Arcángel, considerado como capitán de los ejércitos de Dios:
… hubo un gran combate en los Cielos. Miguel y sus arcángeles lucharon contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar en el Cielo para ellos. Y fue arrojado el Dragón, la Serpiente Antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él… (Apocalipsis, 12, 7-9).
A San Miguel se le representa también frecuentemente a caballo, armado con lanza y combatiendo al dragón aunque, en su calidad de arcángel, no se le atribuya existencia histórica. La única diferencia con las imágenes de San Jorge es que San Miguel, por su categoría de arcángel, aparece adornado con dos alas a la espalda, como todo buen ángel que se precie. Lo interesante, o curioso, es que al Arcángel Miguel se le reconoce autoridad como capitán de los ejércitos divinos no sólo en la cristiandad (en las iglesias católica, ortodoxa, copta y anglicana), sino asímismo en la religión judía, donde se le denomina «Príncipe de las Naciones» y protector de las sinagogas, y también en la religión musulmana. Para los musulmanes, Miguel (llamado Mijal en el Corán) es uno de los cuatro arcángeles junto a Izrail, Israfil y Yibril, y el ángel principal encargado de la entrega de bendiciones.
La historiografía cristiana está llena de libros con vidas de santos o, como se llaman más técnicamente, las hagiografías. Si los santos modernos son más comprobables, en el caso de los primeros tiempos del cristianismo con sus largas secuelas de mártires, son un campo abonado para crear santos, santos por otra parte cuya comprobación histórica es bastante más difícil, teniendo en cuenta además que las fuentes son todas cristianas y, por tanto, parciales, nada objetivas. Y dicho este «anatema» que en otros tiempos me podía haber costado la hoguera, pasemos a la vida de San Jorge.
Dicen las fuentes cristianas que Jorge nació en Capadocia (dentro de la actual Turquía) entre los años 275 o 280. Hijo de un oficial romano se incorporó al ejército imperial, destacando al punto de ser nombrado antes de los 30 años como tribuno, llegando a formar parte de la guardia personal del emperador Diocleciano. Cuando éste decretó una persecución contra los cristianos Jorge se negó, al haberse convertido por influencia de su madre, siendo por ello decapitado en el 303 en Nicomedia.
Su culto comenzó pronto: durante el reinado de Constantino (hasta el 337) ya había una iglesia en Dióspolis (una antigua colonia romana en Palestina, bautizada como Lydda en la época bizantina y actualmente Lod, en Israel) donde se le rendía culto.Y entre los años 518 y 530 el archidiácono Teodosio relata que Dióspolis era el centro del culto de Jorge. Pero, incluso la Iglesia, mantenía sus dudas: en el 494 fue canonizado por el Papa Gelasio I que, prudentemente, lo incluyó con…aquellos cuyos nombres son justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo con conocidos por Dios…
De acuerdo con la Enciclopedia Católica, el texto más antiguo preservado sobre la vida del ya declarado santo se encuentra en el Acta Sanctorum, redactado por los jesuítas a partir de 1.615 y declarado por la propia Iglesia como… lleno de extravagancias y maravillas más allá de cualquier credibilidad… Y entre estas «extravagancias y maravillas» es donde encontramos la leyenda del dragón, junto a cuya imagen aparece ya para siempre San Jorge como el «matadragones».
¡Ojo!: no niego la existencia de Jorge de Capadocia, más conocido como San Jorge. Sí que pudo haber un soldado romano, mártir por su cristianismo, de nombre Jorge, y a cuyo alrededor se crease un culto. Ejemplos de mitos con base histórica hay muchos. Lo que es más difícil de creer es su faceta más conocida, la de «matadragones», ante la cual hasta la propia Iglesia se muestra, como poco, prudente.
La leyenda del dragón aparece ya en el siglo IX como parte de la Leyenda Aurea, compuesta por Santiago de La Vorágine, arzobispo de Génova, y se considera el posible origen de todas las leyendas y cuentos de hadas sobre caballeros, princesas y dragones en Occidente, aunque hay antecedentes, tales como el mito griego del héroe Perseo, que decapitó a la gorgona Medusa para salvar a Andrómeda, o el de Sabacio (Sabazius para los romanos), padre celestial de los frigios, que se representa siempre a caballo arrollando a una gran serpiente. Otra posible alternativa es la de una manifestación terrenal de Miguel Arcángel, capitán de las huestes celestiales y al que se representa a menudo matando dragones, aunque a veces la única diferencia entre ambos y como señalé antes, es que San Miguel, como tal arcángel, tiene alas.
La leyenda occidental medieval como tal cuenta que, en una ciudad sin identificar, apareció un día un dragón que hizo su nido en la fuente de la que se abastecía la ciudad. Para poder conseguir agua, los ciudadanos debían apartar al dragón de la fuente, ofreciéndole un sacrificio humano, seleccionando a las víctimas al azar. Un día le tocó en suerte a la desgraciada princesa pero, cuando el dragón iba a devorarla, apareció por allí, como quien no quiere la cosa San Jorge, montado en su blanco caballo y armado con lanza, con la que mató al dragón liberando a la doncella y de paso a la ciudad. Y con semejantes mimbres se tejió la leyenda de San Jorge el «matadragones».
Imágenes de época bizantina de San Jorge y el dragón. Museo Benaki de Atenas
Y con semejante leyenda, la fama de San Jorge creció y creció, llegando a convertirse en el patrón de los cruzados que defendían Tierra Santa, siendo declarado además Gran Mártir de Grecia, patrón de las coronas de Aragón y Portugal, de la ciudad de Barcelona, de la de Cáceres y otras muchas, de Inglaterra, de Rusia, de Ucrania, de Malta…pero donde vino la nota curiosa fue al tener que declarar un santo patrón a la recién reconquistada ciudad de Jaen.
Tras dos fallidos asedios en 1.225 y 1.230, el rey de Castilla Fernando III el Santo consiguió por fin rendir la ciudad árabe de Yaiyán, la actual Jaén, en 1.246. Su orografía montañosa y la posición del castillo en lo alto (donde ahora se encuentra el Parador Nacional, con unas vistas magníficas) la habían hecho inexpugnable durante el periodo de los reinos de taifas. Pero una vez rendida y con toda su población musulmana presente, Fernando III necesita una figura patronal, un santo con el que poner a la ciudad bajo su advocación. El patrón del reino de Castilla es Santiago, pero la figura de Santiago «Matamoros» puede ser mal visto, no ya como «extranjero», sino como ofensivo para los musulmanes jienenses (se ve que lo de la «corrección política» no viene de ahora), aunque no obstante y ya que Fernando III lo tenía como patrón, tiene su capilla en la catedral, incluyendo un cuadro donde se le ve decapitando con entusiasmo sarracenos a lomos de su caballo blanco.
Un santo muy adecuado podría ser San Jorge pero, ¡ay!, San Jorge ya estaba «adjudicado» como patrón protector del reino de Aragón, su competidor, y que están viendo con muy malos ojos la expansión castellana como una amenaza para los aragoneses. Descartado San Jorge. Pero Jaén también tiene su dragón o, en este caso, «el lagarto», con su correspondiente leyenda. Posiblemente viejas tradiciones de la cultura ibérica (ribereña del Mediterráneo, con ocasionales presencias de cocodrilos), con figuraciones de dragones y serpientes que han pervivido en el imaginario popular. La iglesia de la Magdalena, la «Malena» para los jienenses, fue una de las primeras iglesias construídas, justo al lado de la mezquita. Una fuente al lado (moderna) representa una figura de cocodrilo, precisamente. El santo elegido como patrón protector de la ciudad fue, al final, San Miguel Arcángel. Un «matadragones» que como ya vimos, está integrado en el «santoral» musulmán y, por tanto, bien aceptado por los habitantes recién asimilados a la corona de Castilla. Toda una lección de diplomacia política.
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