Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza, decían las crónicas. Tiempos revueltos, aquellos últimos años de la dominación visigoda en la península. Pero, ¿quién era ese tal Witiza de tan mal agüero?… pues el penúltimo rey godo, y el último «legal», en el sentido de que, entre los nobles visigodos, se designaba al sucesor por asamblea. En algunos casos podía ser su hijo, pero en otros no: se nombraba al que se considerase más apto. En el caso de Witiza la sucesión se solucionó por la vía más drástica: su sucesor, Roderico (más conocido en las crónicas como Don Rodrigo) con el acuerdo de parte de la nobleza visigoda le hizo prisionero y lo más seguro es que muriese estando encarcelado, aunque las crónicas son confusas y contradictorias.
De Toledo a Tombuctú. Unitarios, trinitarios y los descendientes de Witiza.
Witiza se había convertido en un personaje «incómodo» ante la nobleza visigoda y, sobre todo, ante la Iglesia. Cuando los visigodos se establecen en España en el año 507 siguen los principios de Arrio, presbítero de Alejandría, que niega el dogma de la Santísima Trinidad. Para los arrianos Dios es uno, y Jesucristo que llegó después, tan sólo su hijo, careciendo de la naturaleza divina. En el griego, lingua franca en el que se expresan los primitivos cristianos, definen la naturaleza de Jesús con una palabra muy bonita: la homoiusia, lo que vienen a decir que es de sustancia semejante a Dios Padre pero no igual, al carecer de vida eterna. Por contra, la Iglesia de Roma a la que el emperador Constantino debe su apoyo proclaman en cambio la firmeza de ese dogma en el Concilio de Nicea, en el año 325, y vuelven a establecerlo de forma definitiva en el Concilio de Constantinopla, año 381. Para dejarlo bien claro a sus fieles, redactan la oración del Credo (en latín= yo creo). Dios es uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Definen la naturaleza de Jesús con otra palabra: homoousia, o consustancialidad. Una sola letra de diferencia pero que marca una enorme distancia. Sus seguidores serán los católicos, también llamados trinitarios, mientras que el unitarismo de los arrianos queda declarado como herejía.
Semejante diferencia teológica era una más entre las controversias de las numerosas sectas cristianas, más de doscientas durante los tres primeros siglos del cristianismo (aunque surgirían otras durante la Edad Media), que se extendían por el Mediterráneo. Pero el poder se apoya en la fe, y viceversa. Cuando el rey godo Recaredo, aprovechando el Tercer Concilio de Toledo en el año 587 se declara públicamente católico, y abandona el arrianismo hasta entonces practicado por sus antecesores, lo condena como pública herejía, perseguible y castigable. En su decisión muy posiblemente cuenta el que la poderosa Iglesia hispano-goda, con sede en Toledo, sigue las directrices de la de Roma y es, por tanto, trinitaria.
Cabe pensar que para la Iglesia, sobre todo para sus miembros más preparados, estas disquisiciones teológicas eran, si no fácilmente comprensibles, sí asumibles. Pero para la gran masa de la población aunque cristianos, este nuevo dogma de la Santísima Trinidad podía resultarles un tanto difícil de asimilar. No en vano, cuando la Iglesia se refiere a él lo suelen denominar como el «misterio» de la Santísima Trinidad, ya están dando pistas de que no es tan fácil entenderlo. Ahora y tras casi dos mil años de repetirlo lo tenemos bastante asumido. Pero para aquellas gentes sencillas creer en Dios, en un único Dios, era fácil.
Ahora bien: que ese Dios sea uno y trino, que el Hijo (que al fin y al cabo nació después, y fue hombre en un cuerpo material y mortal) sea de la misma naturaleza que el Dios creador de todo, es más extraño. Pero que además haya una Tercera Persona (el Espíritu Santo), sin entidad visible, y al que para poder imaginar se le represente en forma de paloma, no deja de ser confuso…el «misterio» era un tanto misterioso… La gente de a pie, se sentían más cómodos, tenían que pensar menos bajo el unitarismo de los arrianos que bajo el trinitarismo de los católicos, aunque para estar a bien con la autoridad, y más bajo el peligro de ser considerados herejes, aceptasen el dogma. Fe, al fin y al cabo, significa creer ciegamente, con la proverbial e incombustible fe del carbonero, en lo que no se puede ver ni demostrar.
Tras más de cien años desde la conversión oficial de la aristocracia goda al catolicismo, Witiza da un golpe de timón y se declara partidario del unitarismo arriano. No podemos saber sus motivos, tan sólo especular. ¿Enfrentamientos con la Iglesia…convencimiento propio?…. Su decisión divide a los nobles visigodos: mientras unos vuelven al unitarismo arriano, otros siguen siendo partidarios del trinitarismo católico. Pero hay un hecho que resulta sospechoso. De los diez y ocho concilios de Toledo (desde el año 397 hasta el 702) se conservan las actas de todos…excepto del último, celebrado ya bajo el reinado de Witiza. ¿Perdido, destruído quizá…?. En los concilios se registraban tanto acontecimientos religiosos como las leyes promulgadas por el monarca de turno.
Aunque no podamos consultar las actas de ese último concilio, y cualquier especulación sobre su contenido está sujeto a la particular interpretación de numerosos autores, hay testimonios y comentarios que giran sobre él en los que, con una mezcla de escándalo y de asombro, se nos cuenta que, por ejemplo, Witiza autoriza el matrimonio de los sacerdotes y tolera la poligamia, amén de otras reformas «escandalosas», y que limitan el poder de la Iglesia. Es muy posible que Witiza regularice unas costumbres que se habían vuelto casi norma. La moral de la época no era la nuestra, y concubinatos (dentro de la iglesia) o poligamia (usual entre los judíos) no eran hechos aislados.
Hay otro hecho a tomar en cuenta: los musulmanes son unitarios (No hay más Dios que Alá, comienza la shahada,su declaración de fe), al igual que los judíos, para los que sólo hay un Yahvé. La masa de la población hispana posiblemente también. Y el sector visigodo como el que encabeza Witiza, se declaran unitarios. En cambio para los musulmanes, ese trinitarismo les resulta cuando menos extraño, y lo asimilan al politeísmo de los griegos. Para ellos, en absoluto respetable. El entendimiento es mucho más fácil con los unitarios, con los que se identifican.
Sea como sea y por estas u otras razones, efectivamente, «oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza»… De una forma que las crónicas reconocen como violenta, Witiza es encarcelado y desaparece del mapa. De Don Rodrigo nos cuenta la historia su derrota a manos de los invasores musulmanes que, desde su foco original en Arabia, se van expandiendo y van dominando el Magreb hasta acabar desembarcando en Gibraltar. Las crónicas nos cuentan también que el gobernador de Ceuta y de la Hispania Tingitana, provincia española que comprendía la franja costera de lo que ahora es Marruecos, el conde Don Julian, solicita ayuda a los recién llegados para combatir a Rodrigo. ¿La causa?. Por una parte, por fidelidad debida al depuesto Witiza que le había nombrado gobernador. Y, por otra parte, el romancero cuenta que Rodrigo había violado o seducido a su hija, Florinda la Cava, por lo que Don Julian busca venganza para restablecer su honor. Como argumento de los abusos de Don Rodrigo cuenta el romancero con un toque muy fantasioso que, cuando localizan a Rodrigo, ya derrotado y escondido en una cueva donde mora una enorme serpiente, ésta le está devorando y, en sus propias palabras confiesa: …ya me come, ya me come, por do más pecado había…
Visigodos y musulmanes se enfrentan en la famosa batalla del Guadalete, que se extendió entre el 19 y el 26 de Junio del año 711, en forma de escaramuzas o combates abiertos. Durante esa semana los enfrentamientos son constantes. Ya apunta el romancero:
…Las tropas de Don Rodrigo se desmayaban o huían cuando en la octava batalla sus enemigos vencían…
En una de esas contiendas los partidarios y parientes de Witiza se largaron del campo de batalla dejando solo a Rodrigo, lo que condujo a su derrota. No fue sólo éso: a finales de ese mismo año Don Oppas, hermano de Witiza y obispo de Toledo entrega la ciudad sin combatir, completando su venganza.
Fueron muchos los nobles godos que se islamizaron voluntariamente, sin excesivo esfuerzo, bien por identificarse con el unitarismo de los musulmanes, bien por conservar sus privilegios, para ayudar a los inicialmente escasos musulmanes (Tarik cruza el Estrecho con tan sólo siete mil soldados), o un poco de todo. Como ejemplos: Los Banu Qasi (arabización de Casius, apellido latino), dinastía hispano-goda que durante generaciones gobiernan la zona al norte del Ebro, o Tudmir (de Teodomiro), noble godo que gobierna parte de las provincias de Alicante y Murcia. Y, entre ellos, los familiares de Witiza. Sus descendientes arabizan su apellido como los Kati o Quti. Incluso hay una rama que descienden de Sara, nieta de Witiza: los Qutiya (=los de la goda). Y bajo ese apellido y en sucesión directa, el destino quiso que acabaran en la lejana Tombuctú. Pero eso es motivo para otro artículo…¡perdón!…para otra entrada.