Sobre Reyes Magos, reliquias y evangelios

 

Lipsonoteca 3

Uno de los relicarios expuestos en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

En el extra de Navidad de hace unos años, en la revista Apuntes de la Sierra, revista de ámbito local en San Lorenzo de El Escorial, S. Zapke y G. Sabau en su artículo El sepulcro de los Reyes Magos comienzan diciendo que:

…la veracidad de la encantadora historia de los Reyes Magos está básicamente fundamentada en el Evangelio de San Mateo…para añadir que: …el texto de San Mateo no admite discusión…y continuar después con un bien documentado trabajo sobre sus reliquias, incluyendo la del dedo del rey Baltasar, custodiado en la lipsonoteca (la colección de reliquias) atesorada por Felipe II, del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Con la intención, no de polemizar, sino de arrojar alguna luz sobre tan delicados temas, me gustaría exponer algunos hechos, quizá no tan conocidos como la historia de los Reyes Magos.

De sectas, herejes y evangelios:

Las primitivas comunidades cristianas se extendieron desde Judea por todo el Mediterráneo y el Medio Oriente hasta Persia, por una región y en una época repletas en creencias y filosofías pre-cristianas. Desde influencias del budismo al panteón greco-latino, pasando por los cultos de Mitra, Zoroastro, mazdeísmo, mitos egipcios, esenios, gnósticos, etc., que impregnaron en mayor o menor grado al joven cristianismo en expansión.

Este cristianismo ha ido asentándose en pequeñas comunidades, a veces aisladas o muy lejanas unas de otras. Hay que tener en cuenta que el cristianismo surge como una secta divergente dentro del judaísmo oficial, estando inicialmente muy mal visto o incluso perseguido por parte de los propios judíos, por no hablar del imperio romano, bajo el que nace. Dentro de estos pequeños grupos, cada cual se ha ido formando y ha ido recibiendo diferentes influencias y el mensaje o la evolución de ese mensaje en cada una de ellas puede llegar a ser radicalmente opuesto al de otras. Aún no hay un canon que las homologue, aún no hay unas normas que las unifique, éso lo irá imponiendo la Iglesia más tarde. Pero todas y cada una de ellas se creen en posesión de la verdad absoluta.

Al filo de esta evolución, surgen diferentes sectas, de las que llegaron a contabilizarse hasta 128 a finales del Siglo IV. La lista es casi infinita: coreítas, setheistas, maniqueos, carpocracianos, sabeanos, coliridianos, docetas, montanistas, cerdonianos, valentinianos, astotiritas, ofitas, cainitas, nicolaítas, tascodrujitas, sampseanos, hemerobaptistas, nestorianos, monofisitas, etc., etc., etc…, de alguna de las cuales, a su vez, nacerían herejías europeas posteriores como el priscilianismo, los cátaros o los bogomilos, entre otras. Cada cual con su diferente interpretación del mensaje cristiano. Y, como es de suponer, cada una de estas sectas se veía como la única y verdadera, cruzándose mutuamente acusaciones de herejía (del griego aíresis: la convicción):

Ningún hereje es cristiano. Pero si no es cristiano, todo hereje es demonio: reses para el matadero del infierno (San Jerónimo, Doctor de la Iglesia).

En las comunidades cristianas se van recopilando, por escrito, los testimonios orales que circulaban de boca en boca, dándoles formas o versiones diferentes. Aparecen así los Evangelios. El origen de la palabra es griego, de Eu (bueno) y Angelos (mensaje, la misma raíz que designará a los «ángeles»: los mensajeros celestiales, intermediarios entre Dios y los hombres). Cuando en una remota comunidad cristiana aparecía alguien -que generalmente venía de lejos- trayendo noticias y novedades, era todo un acontecimiento y motivo de gozo para aquellas gentes, era un buen mensaje. Era la única forma de estar actualizado, en unos tiempos en que no existía la radio, la televisión, y mucho menos internet o los teléfonos móviles.

Los cuatro evangelios…y cincuenta más.

Hoy conocemos como Evangelios por antonomasia los llamados Evangelios Canónicos, reconocidos por la Iglesia: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Pero existen al menos cincuenta más, conocidos como Apócrifos (del griego: ocultos). Hasta el Siglo IV se admitieron como buenos todos ellos, incluso los Padres de la Iglesia citaron con veneración numerosos pasajes de los Apócrifos. Pero es a partir de los Concilios de Nicea (año 325) y de Laodicea (año 363) cuando las autoridades eclesiásticas, de una Iglesia cada vez más poderosa, impusieron la admisión exclusiva de los cuatro Evangelios Canónicos, con la prohibición absoluta y penada de dar crédito a los Apócrifos.

Curiosamente el Evangelio de San Juan estuvo a punto de no ser admitido, bajo sospecha de gnóstico, y el Apocalipsis de San Juan fue considerado herético hasta que los Padres de la Iglesia lo declararon oficial a finales del Siglo IV. En el Concilio de Hipona (año 393) quedó definitivamente fijada la lista:

el Canon Bíblico. El por qué se admitieron unos y no otros es una interesante cuestión que no viene ahora al caso.

La autoría de los Evangelios ha hecho correr ríos de tinta por parte de los tratadistas de la Iglesia así como numerosos seglares. Este artículo como tal fue publicado hace unos diez años, pero en el 2014 se editó un libro: El Reino, del francés Emmanuele Carrère, donde investiga y documenta abundantemente sobre la figura y la vida de San Lucas, secretario y acompañante del apóstol San Pablo, auténtico «creador» (San Pablo) de lo que constituiría la ideología cristiana, abierta a la predicación a los gentiles (a los no-judíos) precisamente por oposición al núcleo judío que permaneció en Jerusalén y que era partidario de la conversión tan sólo a los hebreos.

No obstante, se admite por fuentes tan libres de toda sospecha como teólogos, filólogos y tratadistas de la Iglesia, que ninguno de los Evangelios, ni Canónicos ni Apócrifos, tiene un único autor, y que todos han sufrido a lo largo de los años modificaciones, así como la supresión de párrafos que chocaban con las ideas del momento.

El Evangelio según San Mateo y los Reyes Magos

En los Evangelios Canónicos podemos detectar la primera división surgida entre los cristianos: los hebraicos, partidarios de reservar el cristianismo únicamente para los judíos (tendencia de San Pedro, reflejada en el Evangelio según San Mateo), y los helenizantes, o partidarios de extenderlo también a los gentiles, o no judíos. El Evangelio según San Lucas defiende esta otra línea, encabezada por San Pablo, lo que le valió alguna paliza, cárcel, confinamiento e intentos de linchamiento en sus dilatados viajes por parte de hebraicos un tanto integristas. Era un hombre sufrido, sin duda. Se hizo tejedor para mantenerse de su propio trabajo. No admitía regalos y el dinero que recolectaba en las comunidades cristianas para la «casa madre» lo llevaba a Jerusalén donde, las pocas veces que estuvo, siempre fue muy mal visto.

Pues bien; paradójicamente, el hebraico Evangelio según San Mateo es el único de los cuatro Canónicos que menciona a los Reyes Magos. Y digo paradójico, pues sugiere la aceptación del cristianismo por parte de extranjeros. Pero la mención es un tanto confusa: no dice ni cuántos, ni el nombre, ni que fuesen reyes:

Después de haber nacido Jesús en Belén de Judea, en el tiempo del rey Herodes, unos magos de Oriente (el subrayado es mío) se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el que ha nacido, el Rey de los Judíos?. Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo» (San Mateo, II-1,2).

¿De dónde salió entonces toda esta historia de que eran tres (en los relatos armenios y sirios el número suele ser doce), de que eran reyes y además llamados Melchor, Gaspar y Baltasar, uno de ellos negro, para más señas?. Viene a cuento el comentario del Director de la Casa de la Biblia de Madrid, Don Evaristo Martín Nieto, en la introducción al Evangelio según San Mateo, de La Santa Biblia (Ediciones Paulinas, página 1149):

Este evangelio es, pues, esencialmente doctrinal. La preocupación histórica es siempre en él puramente marginal.

Como vamos viendo, el texto de San Mateo, sí admite discusión.

Aparecen los Reyes Magos

David Copperfield hubiese asombrado a los antiguos con sus trucos, pero nunca le hubieran llamado mago. Los magos (del sánscrito meg mag: grande, sabio) constituían la élite de la casta sacerdotal en la antigua Persia. Y, para los judíos, decir mago era decir persa, con un componente añadido de exotismo y fascinación.

Ya en el Antiguo Testamento aparecen remotas profecías sobre estrellas brillantes a cuyo resplandor acudirán reyes cargados de presentes. En los salmos de David se habla de mirra, áloe y oro de Arabia (XLV, 9). El profeta Isaías se extiende un poco más cuando predice que:

Las naciones caminarán a tu luz y los reyes al esplendor de tu aurora (LX, 3)….todos vendrán de Saba, trayendo oro e incienso…(LX, 6). Y ya, como curiosidad, Isaías menciona al reino de Tartessos, que floreció en las costas de Cádiz hace más de tres mil años: …Y al frente de ellos los navíos de Tarsis (LX, 9).

El profeta Balaam, en el Sepher Vaieddaber (XXIV, 17), menciona también…una estrella brillante que se levantará, cual rey glorioso, de la estirpe de Jacob… Estas y otras profecías dejaron el terreno abonado para los relatos sobre la Adoración del Mesías que aparecen tanto en los Evangelios Canónicos como en los Apócrifos.

El evangelio considerado más antiguo por los expertos (su primera redacción en arameo se estima posterior al año 60), el apócrifo Proto-Evangelio de Santiago, menciona…unos magos de Oriente (XXI,1-4), de forma prácticamente calcada a la única cita canónica, la del Evangelio según San Mateo (II, 1-2). Y dado que éste se redactó entre los años 90 o 100, podemos suponer quién copió a quién.

Pero hay otros dos evangelios, apócrifos, que hablan de los Reyes Magos con bastante más detalle: el Evangelio Armenio de la Infancia y el Evangelio Árabe de la Infancia, traducidos por Peeters (Evangiles apocryphes, 1914), que les llamó las mil y una noches cristianas  por su abundancia en narraciones. El Evangelio Árabe (VII, 1-4) habla de los persas:

…adoradores del fuego y las estrellas, que enviaron a tres reyes, hijos de los reyes de Persia, con oro, incienso y mirra…según que Zoroastro lo había predicho…

El Evangelio Armenio es el que más datos proporciona (V, 10; XI, 1-25):

Y aquellos reyes de los magos eran tres hermanos. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gathaspar, rey de los indios; y el tercero, Paldasar, rey de los árabes.

De ambos evangelios derivó el Libro de la Infancia, citado por Sargis Shnorhali (Siglo XII) y por el príncipe armenio e historiador Vardán, en el Siglo XIII, de donde copió los nombres (con su fonética primitiva) y sus cualidades. Vardan, en su Geographia, dice que en el convento de Amenaphrkié se creía poseer la tumba de Gaspar. Para terminar, y ya en Europa, el primero que habla de ellos con sus nombres actuales fue el benedictino inglés, San Beda el Venerable (673-735), en su Historia Ecclesiastica.

Hasta aquí, todo bien, excepto por un par de detalles. Los Evangelios de la Infancia fueron redactados, como muy pronto, a finales del Siglo VI, ya un «poquito» alejados en el tiempo del momento de la Adoración, y en una zona de fuerte influencia de cultos orientales (cita de Zoroastro, más conocido en Europa como Zaratustra, mítico profeta persa) que pudieron «contaminarles».

Por otra parte y, muy importante para un buen creyente, los nombres y detalles concretos de los Reyes Magos únicamente aparecen en unos evangelios condenados por la Iglesia, hace ya 1.600 años. La cuestión es: ¿debe un buen cristiano conceder crédito a lo que cuentan unos libros condenados por falsos y heréticos?…aunque a San Beda el Venerable no pareció importarle mucho. ¿O debe ceñirse a lo que cuentan los Canónicos y admite, por tanto y en exclusividad, la Iglesia?. O sea: ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltasar, ni reyes, ni negro. Ni, por supuesto, reliquias fiables.

Reliquias para todos los gustos

Vidrieras Sainte Chapelle

Las impresionantes vidrieras, que fueron revolucionarias para su época por los colores y su estructura, de la Sainte Chapelle de Paris. Construida entre los años 1.242 y 1.248 en la isla de la Cité, en París, por el rey Luis IX, llamado El Santo. Se edificó con la intención de albergar dos reliquias de la Pasión de Cristo: la Corona de Espinas y un fragmento de la Santa Cruz, compradas al emperador de Constantinopla. Dicho emperador hizo un gran negocio: la compra de las reliquias costó más que la construcción de todo el edificio.

Los primeros cristianos siguen, hasta el Siglo III, los usos judíos, y los judíos no guardan reliquias. Fue a partir de la peregrinación a Tierra Santa de Santa Helena, la madre de Constantino (el emperador que «legalizó» a los cristianos), y su búsqueda de restos de la Pasión, cuando se abrió la veda. Santa Helena era la mujer del anterior emperador, Constancio Cloro, y se cristianizó. Con casi 80 años viajó a Tierra Santa (entre los años 326 y 328) y se entrevistó con el obispo Macario. Dice la historia que buscaron en el monte Gólgota desenterrando restos de cruces, clavos y hasta la tabla que clavaron en la cruz con la leyenda I.N.R.I. (Iesus Nazarenus Rex Iudeorum = Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos).

Si pensamos que el monte Gólgota era el lugar de las crucifixiones, castigo reservado a los ladrones, criminales y a los esclavos fugitivos (nunca a ciudadanos romanos de pleno derecho, a ésos se les decapitaba ahorrándoles el largo tormento de la cruz), podemos imaginar que en trescientos años habían pasado por el monte Gólgota cientos o incluso miles de condenados. Al monte Gólgota se le conocía también como el monte Calvario, por la cantidad de calaveras allí existentes, restos de las víctimas. Y los restos de madera podrida de las cruces o los clavos herrumbrosos deberían ser muy abundantes. Pero Santa Helena, ¡ay!, era nada más y nada menos que la madre del emperador, y había que encontrar restos, sí o sí

. Y, por supuesto, los encontraron. Los judíos siempre han sido grandes comerciantes y no iban a dejar escapar semejante oportunidad.

Pero fue a raíz de la conquista de Jerusalén por los cruzados cuando comenzó el negocio millonario de la búsqueda (o fabricación) y venta de reliquias, que inundaron Europa. San Cirilo de Jerusalén ya se quejaba de que el orbe cristiano estaba lleno de astillas de la Vera Cruz. Apenas hay iglesia o monasterio que no se precie de atesorar algún fragmento de Lignum Crucis, de madera de la cruz, hasta tal punto que si se reuniesen daría para montar más de veinte cruces.

Con los clavos de Cristo se podría montar una ferretería: el historiador alemán Herrmann enumeró ventisiete, pero hay más. Espinas de la corona, se cuentan más de ochocientas. Del Santo Grial, el cáliz de la Última Cena, hay cuatro sólo en España y cinco más en Francia e Italia. En cuanto a la Sábana Santa (la más famosa, la de Turín, está datada por el carbono-14 en el Siglo XIV) existen cincuenta y una entre Francia, España e Italia, sin contar con los paños de la Verónica.

Pero hay reliquias mucho más surrealistas. Del Santo Prepucio, de cuando circuncidaron a Jesús, hay catorce, estudiados por el dominico A. V. Müller, uno de ellos en Burgos. Santa Catalina de Siena, según propia confesión, llevaba y sentía «latir» en el dedo el prepucio que Cristo mismo le había entregado.

El Monasterio de El Escorial alberga la mayor colección de reliquias de todo el mundo: más de 7.000 (concretamente, 7.422), muchas con su «certificado de autenticidad». La «lipsonoteca» (nombre más exacto) fue reunida en vida por Felipe II, en la que gastó sin duda una fortuna, aunque inferior a la que pagaría San Luis de Francia por las suyas. Se pueden ver en la entrada de la basílica dos días al año: el Domingo de Resurrección y el 1 de Noviembre, días en que se abren las puertas que la protegen. A la izquierda, la dedicada a reliquias de santas y de mártires, mientras que a la derecha reposan los restos masculinos.

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Parte de las reliquias femeninas. Como símbolo del martirio, corte en el cuello

Sólo entre dos iglesias de Sangüesa, Navarra: la de Santa María y la de Santiago, reúnen tres pedazos de la cruz, piedra del santo Sepulcro, cabellos de la Virgen María, aceite en el que frieron a San Juan Evangelista, maná del que alimentó a los judíos en el desierto durante su huída de Egipto, un pié de San Bartolomé, barro del que sobró de moldear a Adán, lágrimas de Moisés, etc…

Más ejemplos: plumas y huevos (?) del Espíritu Santo (obispado de Maguncia), una pluma blanca del ala del arcángel Gabriel (Sangüesa), otra pluma del arcángel Miguel (Liria), una pezuña del diablo (Cuenca), leche de la Vírgen María, dientes de leche del Niño Jesús, el cuerpo de uno de los Santos Inocentes, una sandalia de San Pedro… Yo, humildemente, me atrevo a preguntar: ¿serán de verdad todas estas reliquias?…

Epílogo. Unas pequeñas dudas

Unos Reyes Magos que aún ni se conocían cuando, teóricamente, aparecieron, y que posiblemente inventaron (para colmo, unos «herejes») quinientos años después…y unas reliquias, bastante dudosas de por sí, de estos más que dudosos Reyes.

Como motivo para cabalgatas navideñas o como historia para contar a los niños, me parece un cuento precioso, y me extraña que los de la factoría Disney no la hayan aprovechado para una película. Pero para una persona seria, creo que la historia arroja las suficientes sombras como para admitir discusión…a no ser que uno la quiera contemplar bajo la inconmovible y proverbial fe del carbonero.

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