¿Hablamos?. El maullido

Casa de los gatos Salamanca

                                            La Casa de los gatos, en Salamanca

Decir maullido es decir gato. No puede haber una palabra que sugiera más a este animal. Pero, ¿qué significado tiene que relacionemos de forma tan directa el maullido con los gatos?…

El maullido: un invento muy felino

Para entender algo más la relación directa entre el maullido y los gatos, comencemos con una pista: estamos hablando de comunicación, de lenguaje…¿Otra pista más?…Os lo estoy poniendo facilito: ¿cuál es la manera en que los gatos «hablan» con nosotros…¡bingo!: maullando.

Sin embargo, y para asombro de muchos, el maullido propiamente dicho no forma parte de la comunicación natural entre los gatos. Para decirlo de otra manera: los gatos no maúllan entre ellos, sino que utilizan otros sonidos. ¿Ésto quiere decir que los gatos sólo maúllan con las personas?…¡premio otra vez!: ésa es la respuesta acertada. El maullido es un invento de la domesticación que, salvo en contadísimas excepciones, sólo utilizan los gatos para comunicarse con nosotros. La excepción es cuando dos gatos se maúllan entre ellos, aunque siempre es en nuestra presencia. Por poner un ejemplo sencillo: sería como sí dos españoles (que saben francés) junto a un francés (que no hablase español), hablasen en francés entre ellos como cortesía para que el francés estuviese en la conversación. Pues lo mismo con los gatos.

No es la única forma en que nos «hablan», por supuesto. Un gato nos puede ronronear, bufarnos, gruñirnos e incluso lanzarnos llamadas sexuales, pero todo ésto forma parte de su vocabulario interespecífico que, por muchas circunstancias, emplea con las personas. Pero para saber qué es exactamente el maullido y por qué nos lo dedican con tanta generosidad, conviene antes aclarar algunos conceptos.

S.O.S. infantiles

A partir de palabras, el ser humano puede insultar, adular, amenazar, seducir, etc. Incluso expresar complicados conceptos abstractos y filosóficos. En los animales, carentes de vocabulario, el tono o la frecuencia del sonido ya avisa de las intenciones del que lo emite. Un tono grave, ronco, como el gruñido de un perro, por ejemplo, resulta amenazador, mientras que un tono agudo «pide» protección El llanto de los bebés y las llamadas de los cachorros responden al mismo patrón: el del desvalido que necesita ayuda.

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Vamos ahora a tratar un poco de «musicología»: el maullido tiene una frecuencia alta, infantil por lo que estamos viendo, de 700 a 800 Herzios (Hz). ¿A qué otro sonido felino, dentro de los doce o trece categorizados, se parece más?… Pues no precisamente a los bufidos ni a los gruñidos, sino a una llamada que los cachorros intercambian con sus madres, el conocido como trino chirrido, de una frecuencia entre 250 y 800 Hz.

Estos trinos chirridos son voces cortas, de 0’4 a 0’7 segundos (los maullidos más cortos duran como poco 0’6 segundos, aunque lo normal es que se prolonguen entre 3 y 6), emitidas por los gatitos menores de cuatro semanas para llamar a la madre en cualquier situación de alarma: cuando se quedan solos, cuando tienen frío o cuando tienen hambre. Curiosamente, la llamada por frío es la más aguda, aunque se va igualando con las otras cuando, sobre las cuatro semanas, ya van siendo capaces de termoregularse. La llamada de «encierro» es la más grave (en cuanto a su tono), mientras que la de «soledad» es la más larga. Por supuesto, la madre distingue perfectamente cada una de ellas y responde a sus cachorros con una tonalidad similar.

A estas alturas creo que podemos ya ir viendo cierta correlación entre los sonidos infantiles y el maullido, aunque tienen sus diferencias. El ronroneo seguirá siendo igual cuando sean adultos que cuando eran pequeños, no se modifica. Pero el maullido como tal no existe en los cachorros . Desaparece la llamada infantil cuando, sobre el mes de edad, dejan de depender para todo de la madre. El maullido aparecerá poco después, a partir de los tres meses. Podemos decir entonces que es la evolución y la utilización de un sonido infantil.

Infantilizados, pero muy listos

Me estoy imaginando los comentarios de algunos: Pero…entonces, ¿los gatos adultos siguen siendo cachorros?… Pues hasta cierto punto, sí. Es el fenómeno de la neotenización o persistencia de caracteres físicos y conductas infantiles, fenómeno que va ligado a la domesticación, permitiendo manejar a animales que de otra forma serían ingobernables: una vaca no se dejaría ordeñar, un caballo no se dejaría montar, una oveja no se dejaría esquilar, un perro nos mordería…

Hemos convertido a los gatos salvajes en pacíficas mascotas cual peludos Peter Pan, «el niño que no quería crecer»…conservando, entre otras conductas infantiles, una versión de aquellas llamadas de socorro. Pero, ¿qué quieren los gatos cuando maúllan?. ¿Por qué a nosotros, y no a otros gatos?. Y, ¿qué quieren conseguir?.

Lo primero, asumamos de una vez que somos las «madres» de estos eternos Peterpanes. El lenguaje, la forma de comunicación favorita de los gatos adultos es el olfativo. Dejan marcas olorosas con sus heces y orina, o frotando las garras allí donde quieren dejar constancia de su paso, evitando el tener que verse porque si se ven, puede acabar en peleas, y en una pelea hasta el ganador puede acabar seriamente herido. Pero a nosotros, «animales visuales y verbales», esos olores no nos llegan, no nos «dicen» nada.

Han descubierto que maullando sí que les hacemos caso. Nos maúllan a nosotros y no a otros gatos porque quieren que les prestemos atención y conseguir cosas de nosotros. Y una vez captada nuestra atención, obtener comida, o juego, o caricias, o que les abramos la puerta…y son tan listos que aprenden rápidamente maullidos especiales para cada cosa. Por nuestra parte, al convivir con un gato, aprendemos enseguida qué es exactamente lo que quieren. Y una vez que lo han conseguido, no hay forma de callarles: los gatos pueden estar maullando a un ritmo de dos maullidos por minuto durante dos horas o más… Así, ¿quién se va a negar a lo que pidan?…

Es asombroso, pero los gatos han conseguido de casualidad y sin ser el suyo, conectar con nuestro medio de comunicación preferido (el verbal) y, literalmente, «adiestrarnos» para que les hagamos caso. ¡Genial!. Para que luego digan que van a su bola.

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