Momias de gato
Los gatos en Egipto
Las enciclopedias atribuyen al Egipto de los faraones el honor de haber «domesticado» (luego aclararé lo de entre paréntesis) al gato en algún momento entre la VI y la XII dinastías, aproximadamente 2.000 años antes de Cristo. El primer hallazgo achacable, por su anatomía ya definida, al Felis catus como tal, se encontró en un enterramiento en Mostagedda, en el Alto Egipto, en zonas de tumbas donde comenzó el proceso de las primeras momificaciones.
Es conocido por casi todos que en el Antiguo Egipto el gato era un animal sagrado, dedicado a la diosa Bast, o Bastet. La importancia del gato en una economía agrícola como la egipcia estaba clara: hoy, como ayer, su principal función era la de cazadores de roedores, principal plaga de los cultivos y de los depósitos de cereales.
Figura egipcia de bronce, de gata amamantando a sus cachorros
El antepasado salvaje del gato doméstico: el Felis lybica
El agriotipo o antepasado salvaje del gato doméstico, del Felis catus como tal, es el gato salvaje norteafricano: el Felis lybica. Hay unas cuantas especies de gatos silvestres en el Viejo Continente, con una distribución que a veces se superpone, de un tamaño similar e incluso con una capa parecida: el gato montés europeo (Felis sylvestris), el norteafricano (Felis lybica), el de patas negras (Felis nigripes), etc. Ocupan todo tipo de biotopos, desde bosques cerrados a zonas esteparias, e incluso el desierto.
A parte de discusiones que no vienen al caso entre biólogos sobre si son especies diferentes, o meras subespecies dentro de la Felis sylvestris, lo que sí parece claro es que el gato salvaje norteafricano es el verdadero precursor de nuestro gato doméstico, y ello por unas cuantos motivos, siendo el principal su buen carácter, su predisposición o su facilidad para convivir con los seres humanos.
Por una parte, se han hecho varios intentos de domesticar al gato montés europeo, el Felis sylvestris, pero incluso criando camadas desde muy pequeños, manifiestan siempre un carácter sumamente asustadizo, cuando no claramente agresivo. En cambio, del norteafricano (Felis lybica), hay numeroso testimonios de que en las aldeas de los nativos de su zona de distribución (Oriente Medio y África hasta la zona central), tal y como se ha descrito entre los azande del Sudán, los gatos norteafricanos deambulan tranquilamente entre las chozas, siendo respetados por su cualidad de ser unos excelentes cazadores de ratones.No viven «con» ellos, viven «entre» ellos, pero todos salen beneficiados.
Dos naturalistas nos han legado su testimonio personal al respecto: el botánico y explorador alemán Schweinfurth (en 1868) y, un siglo más tarde, el zoologo sudafricano Reay Smithers. Ambos vivieron durante varios meses en una aldea azande haciendo trabajos de campo. Al cabo de pocas semanas, estaban desesperados: los ratones habían invadido su choza comiéndose, no sólo su comida, sino sus libros, sus papeles, su ropa, sus ejemplares recolectados, todo. Hasta que los nativos les aconsejaron: Coge un gatito muy pequeño y tenle contigo hasta que se tranquilice. Así lo hicieron: el gatito intentó escaparse durante unos días pero se acostumbró enseguida a la compañía del hombre, comenzó a cazar y sus problemas con los ratones desaparecieron de raíz.
Respecto a Egipto, hay historias como la de los persas, narradas por Polieno (general macedonio al que se achaca a veces que estaba…más interesado por la fantasía que por la exactitud histórica…) en su obra Estratagemas, y en la que nos cuenta que los ejércitos del rey aqueménida Cambises II, al asediar en el año 525 a.C. la ciudad de Pelusio, se escudaron tras gatos para que los egipcios no les lanzaran flechas, por miedo a matarlos. O la que cuenta Diodoro de Sicilia acerca del asesinato en el año 60 a.C. de un romano que, accidentalmente, atropelló a un gato con su carro, siendo muerto por un soldado egipcio. O las historias que nos cuenta nuestro viejo amigo Heródoto, sobre el luto que guardaban las familias durante los 70 días que duraba la momificación (depilación de las cejas de los propietarios en señal de duelo incluídas) cuando se moría el gato de casa.
Mencionaba hace unas líneas el ejemplo de la ciudad de Bubastis, situada en el este del Delta del Nilo, y consagrada a la diosa Bast o Bastet, con cabeza de gato. Heródoto la visitó en el año 450 a.C. diciendo en sus Historias que era…un placer para los ojos…, y en la que se celebraba entre los meses de Abril y Mayo una gran fiesta anual, donde acudían más de 700.000 personas… Según cuenta, esas fiestas comenzaban con música y vino y acababan siendo, como diríamos hoy, un «desmadre», con las mujeres desnudas paseando y bailando por las calles.
Los peregrinos que acudían a Bubastis solían llevarse a sus hogares momias de gatos, para proteger su hogar. Pero en ésto, como en todo, hubo su cara y su cruz: la cara, la devoción por los gatos. La cruz, que para atender la alta demanda de momias de gato, los sacerdotes de Bubastis los criaban hasta que a la edad de cuatro a seis meses les sacrificaban partiéndoles el cuello, como los análisis de las momias mediante radiografías han podido demostrar. ¡El negocio es el negocio, y de algo hay qué vivir!, podrían haber alegado los sacerdotes…
El «negocio» con los gatos no se ciñó con las ventas de las momias por parte de los sacerdotes. En 1.888 y durante unas excavaciones cerca de Bubastis se encontró un cementerio felino que contenía la cantidad aproximada de 80.000 momias de gato. Como tampoco se trataba de estatuas ni grandes restos arqueológicos un comerciante inglés no tuvo problemas para llevárselos a Gran Bretaña: un total de 19 toneladas, con la idea de pulverizarlos y, mezclados con el suelo, formar un buen fertilizante. Quiso la fortuna, o quizá la diosa Bastet estuvo al quite, que los campesinos ingleses no aceptasen de buen grado semejante abono, y el avispado comerciante tuvo que malvenderlo, a muy bajo precio.
Como último apunte, cuando Napoleón -al que no le gustaban nada los gatos- se entrevistó con un sultán otomano, mantuvo durante toda la entrevista un gato sobre su regazo, sabiendo que al sultán sí le gustaban y así le iba a caer más simpático…¡el negocio es el negocio!…
Fue cuestión de tiempo que hombres y gatos fueran adaptándose. Anteriormente a los huesos (ya diferenciados anatómicamente) de Felis catus hallados en Mostagedda, se encontraron restos de Felis lybica en unos de los estratos de la ciudad de Jericó, datados en unos 6.000 años antes de Cristo. La duda surge al pensar si pudieron corresponder a «animales de compañía», adaptados a la convivencia con los humanos, o bien pudieran ser restos de animales cazados y utilizados como alimento, ya que Jericó está dentro de la zona de distribución del Felis lybica en libertad.
El primer «minino» de la historia
La revolución en la datación felina vino de la mano de los descubrimientos efectuados en el año 2004 por Jean-Denis Vigne, arqueólogo del Museo de Historia Natural de Paris, en el yacimiento de Silurokambos, al sur de la isla de Chipre, yacimiento que venía siendo excavado desde 1992, y al que se ha datado con una antigüedad de 9.500 años. Esta isla situada al este del Mediterráneo fue colonizada, hace aproximadamente 10.000 años, por agricultores neolíticos procedentes, al parecer, de la costa de Turquía. Llevaron consigo sus animales de los que, hasta entonces, no había restos arqueológicos en la isla: perros, vacas, cabras y cerdos. Y, como se comprobó en el 2004, gatos o, al menos, un gato.
Se encontró un enterramiento de un hombre joven, unos treinta años aproximadamente, posiblemente perteneciente a una casta superior,acompañado de hachas pulidas de piedra, herramientas de silex y conchas marinas y, a su lado, cuidadosamente enterrado a cuarenta centímetros, el esqueleto de un Felis lybica intacto, de ocho meses de edad, como se observa en el recuadro de la parte inferior.
El hallazgo en cuestión evidencia muchas cosas: en primer lugar, en Chipre no hay restos anteriores ni de Felis lybica ni del Felis sylvestris, el gato montés europeo. Luego aquel gatito había sido llevado a Chipre intencionadamente en los barcos de los pobladores neolíticos, o quizá había nacido allí, hijo de una gata anterior, igualmente «importada». En segundo lugar, los restos del gato están intactos: no hay sospecha -como en los de Jericó- que pudiese haber servido de alimento. Y, en tercer lugar, su posición tan cercana al esqueleto del hombre, sugiere que era un animal con cierto componente afectivo, incluso que pudo haber sido sacrificado para hacer compañía a su dueño en el más allá. El primer minino de la historia.