Ésta es una historia absolutamente verídica. Os pongo en antecedentes.
Inocencia y el Parque del Retiro
Inocencia era mi perra Fox Terrier. Debía su nombre a que nació justo el Día de los Inocentes: el 28 de Diciembre de 1992. Murió a los catorce años y pico de edad, pero para cuando se produjo su secuestro yo llevaba trabajando ya varios años, desde 1995, en una clínica veterinaria: la Clínica Gattos, que abrí junto a mi entonces socia Marisa Palmero en aquella fecha, y que estaba situada en la Avenida de Menéndez y Pelayo de Madrid, justo enfrente del Parque del Retiro.
Acostumbraba a dar a Inocencia («Ino», para los amigos) largos paseos, al menos una vez al día, por el Retiro. Como prácticamente vivía en la clínica y tenía muy buen carácter ya la conocían todos los clientes. Pero algunas veces, a mediodía, y si no tenía tiempo para acercarla al parque y la veía con ganas de salir, simplemente le abría la puerta para que se diese un paseíto por la acera, con la intención de que hiciese un pis y poco más; enseguida estaba de vuelta rascando tras el cristal. Yo estaba al tanto y la dejaba pasar.
El 24 de Julio de 2002
Aquel día (es así como comienzan las grandes historias) la dejé salir pero, liado con el trabajo, no me dí cuenta hasta el cabo de un rato que Ino no había vuelto. Me asomé a la calle…Salí a buscarla, recorrí toda la acera. Generalmente sus paseos se limitaban a la manzana, pero seguí sin encontrarla. Crucé un par de calles, y nada…¿dónde podría estar la jodía perra?, pensé… ¿No se habrá atrevido a cruzar Menéndez Pelayo (tres carriles en cada sentido) para irse al Retiro?… Crucé hasta el parque y busqué por nuestra zona de paseos habituales, hacia el estanque, pero no hubo éxito.

Fue ya al cabo de un par de horas desesperantes cuando unos clientes que la conocían bien me dijeron que les había parecido verla, en el Retiro, pero mucho más para allá, enfrente del Hospital Infantil del Niño Jesús, a unos 200 ó 300 metros, junto a una pareja, joven, que estaban comiendo en la hierba y, al parecer, picoteando de lo que le daban… Ino vendería su alma a Satanás por un trozo de lo que fuese, éso bien lo sabía yo. El hombre, me contaron, llevaba un mono blanco. Sin duda uno de los obreros que estaban trabajando en las reformas que, por aquellos días, estaban haciendo enfrente, en el Hospital. Me acerqué para allá pero no vi ni a la perra ni a ningún obrero. A esas horas seguramente había acabado el turno de trabajo y ya se habían ido. Si se trataba de aquella pareja, posiblemente se la hubiesen llevado…
Comienza la búsqueda
Aquella misma noche sembré de carteles la zona del Retiro, tanto dentro del parque como en las aceras de las calles y, como es lógico, en la puerta de la clínica. Incluso pegué varios en el Hospital: en la cafetería y por la entrada: Extraviada perra Fox Terrier. Tiene microchip. Responde al nombre de Inocencia. Se gratificará. Por otra parte envié un correo electrónico a todos los colegas de Madrid a través del Colegio de Veterinarios informándoles del suceso y rogándoles que me informasen si se enteraban de algo relativo a Ino (todavía años después me preguntaban por ella).
La noticia corrió como la pólvora entre vecinos y clientes, casi todos gente del barrio, que se acercaron a preguntar, muy preocupados. Algunos se lo tomaron tan a pecho que patrullaban el Retiro todos los días, buscando a Ino. Pero las mejores pistas me las dio el matrimonio que me había informado en primer lugar. Me dieron una descripción de la chica. De su pareja, sólo que llevaba un mono blanco.
Al día siguiente, 25 de Julio, era aquel año fiesta nacional (el Día de Santiago, patrón de España) y los obreros no trabajaron. De todas formas me acerqué al Hospital del Niño Jesús donde me informaron del horario de los obreros, de su pausa para comer y cuando acababan su turno: a las 6. Mi cartel seguía allí pegado, en la cafetería. Al día siguiente, viernes 26 de Julio, me acerqué a la hora en que comían los obreros y, disimulando, fui mirando de lejos a los que llevaban un mono blanco. Estábamos a finales de Julio y hacía calor, y sobre la hierba se estaba muy bien como para comer. Había tres parejas de «mono blanco». Dos de ellos eran ya hombres maduros. El otro, más joven, estaba acompañado de una chica como la que me habían descrito: morena, bajita y con una melena corta. Ambos, con cierta pinta como… «macarrilla», por describirles de una forma fácil. El dilema era que si les preguntaba directamente por la perra y, efectivamente, se la habían llevado, podrían negarlo sin ningún problema, y luego sería muy difícil, si no imposible, recuperarla. En ésto acabaron de comer. Cruzaron la verja del Retiro. Él se fue para el Hospital y ella se subió a un autobús, no pude ver el número…
La red de espionaje
Era viernes y al día siguiente, sábado, ya no trabajarían. Antes de las seis, su hora de salida, estaba ya vigilando desde la acera del Retiro. La chica también estaba esperando por allí cerca. Me coloqué cerca de la parada del bus con la intención de que si, lo cogían, subirme detrás para enterarme por dónde vivían. Pero para mi sorpresa cuando él salió se dirigieron a un coche aparcado enfrente, y se largaron rápidamente… La parada del bus quedaba lo bastante lejos como para no ver el modelo (era un utilitario oscuro) ni, por supuesto la matrícula… ¡Maldita sea!… Tenía que esperar hasta el lunes.
El lunes era ya 29 de Julio y, en dos días más, sería 31, se acababa el mes y quizá, no lo sé, se acabaría la obra del Hospital (estaba muy avanzada) y se irían por ahí. Yo daba los pasos que podía sin saber nada a ciencia cierta: no podía saber si la pareja a la que espiaba en El Retiro se habían llevado la perra o no, y en todo caso no sabía dónde vivían. En la clínica vecinos y clientes seguían preguntando por Ino. Los «voluntarios» seguían patrullando el Retiro. Pero nada. La mañana del lunes me acerqué a inspeccionar los coches aparcados frente al Niño Jesús, a ver si alguno se me parecía en el que les vi marcharse. De entre la fila de diez o doce, varios coches de gama alta, otros de colores claros y unos pocos, tipo «utilitario», podían responder a lo que yo buscaba. De entre ellos, uno bastante descuidado, chapa con roces y, sobre el asiento del copiloto, un par de cintas de cassette de grupos tales como Camela, Los Chichos y demás. Podía ser éste. Apunté la matrícula.
Teníamos un cliente y amigo en la clínica, un tio supermajo aunque con pinta de delincuente, el típico chaval al que ninguna mujer le gustaría que saliese con su hija…pero era guardia civil para más señas, de los que se infiltran en grupos de camellos y traficantes (el chaval tenía muy mala pinta pero es lo que se necesita para esos trabajos), que me había dicho, visto el resultado de mis investigaciones que, si conseguía una matrícula, él, de forma absolutamente extraoficial, me podría dar el nombre del dueño y la dirección… Que quede claro que ésto es ilegal, y si me preguntase algo un juez o la policía lo negaré todo y diré que ésto es pura ficción…
(Continúo con la ficción). Llamé a mi amigo guardia civil y le pasé la matrícula…me dijo, muy bajito: te llamo en un rato…me llamó, y me dio un nombre y una dirección, una calle en Carabanchel Alto. ¡Bingo!. ya tenía por lo menos algún dato.
Martes, 30 de Julio
Una «voluntaria» se empeñó en vigilar mientras comían a la pareja presuntamente sospechosa, y de una forma tan entusiasta como poco discreta: pasaba una y otra vez delante de ellos, casi pisándoles, quitándose y poniéndose a cada rato unas gafas de sol o una gorrita para «disimular»…le tuve que pedir por favor (agradeciéndole el detalle) que no les vigilase más, no fuesen a acabar mosqueándose. Afortunadamente en El Retiro hay mucha gente, y bastante rara. Los presuntos sospechosos no parecieron darse cuenta.
A las cinco y media de la tarde había aparcado mi coche en un hueco, cinco o seis coches más para atrás, y yo estaba dentro, esperándoles. Mi intención era seguirles. Pero para cuando se subieron (efectivamente, el utilitario de las cassettes de Camela y Los Chichos era el suyo) y arrancaron, justo en ese momento venía un río de coches por Menéndez Pelayo que me impidieron salir de mi sitio. Para cuando arranqué, los había perdido de vista. ¡Desolación!.
Yo estaba un tanto desesperado. Había pasado casi una semana desde la desaparición de Ino, sin ninguna pista sobre ella más que las especulaciones, totalmente especulativas (valga la redundancia) de que aquella pareja pudieran ser los autores del secuestro. Al día siguiente era 31 de Julio, se acababa el mes, mucha gente se iba de vacaciones, quizá la pareja de marras también… Se me acababa el tiempo…

En Carabanchel
Al día siguiente, volví a aparcar mi coche tras el suyo, esta vez tan sólo dejando otro entre medias. A las cinco y media estaba allí, como un reloj. Agradezco a mi entonces socia, Marisa Palmero, todo el apoyo que me dió, entre otras cosas para mis escapadas al Retiro. A las seis arrancaron, y yo detrás. Les fui siguiendo, a veces dejando uno en medio, a veces directamente pegado. Por su ventanilla bajada se dejaban oir las rumbitas gitanas. Fuimos tirando por María Cristina, Atocha, Santa María de la Cabeza…íbamos bien, dirección Carabanchel. Había mucho tráfico: víspera de vacaciones, sin duda mucha gente se había puesto en camino. El coche de los presuntos a veces se alejaba un poco más, el del mono blanco conducía rápido, y yo adelantaba a los intermedios de forma poco ortodoxa, pero procurando siempre mantenerme cerca, no podía despistarme. En un par de ocasiones se saltaron algún semáforo en ámbar, y ahí estaba yo, saltándomelo en rojo…si me hubiesen estado vigilando los municipales, me hubiese merecido un par de multas. Afortunadamente no me vieron.
Enfilamos la calle General Ricardos. ¡Bien!, íbamos subiendo en dirección a Carabanchel según lo previsto pero, en una de éstas, entre el tráfico y su rápida forma de conducir, inevitablemente les perdí de vista. No importaba: tenía la dirección y seguí hasta la calle en cuestión. Llegué allí y aparqué en un sitio libre con el portal bien a la vista. No se veía el coche, pero estaba dispuesto a esperar toda la noche si hacía falta, hasta que la sacasen a pasear.
Padre Coraje se infiltra
¿Recordáis la historia de Padre Coraje?. Fue la historia real de un hombre (hicieron hasta una película) , a cuyo hijo habían asesinado (22 cuchilladas) en el atraco a una gasolinera de Jerez de la Frontera en 1995 y que, pacientemente consiguió localizar e infiltrarse en el grupo de delincuentes autores del crimen. Su drama fue que, aunque grabó una conversación con el autor donde reconocía el asesinato, los jueces lo invalidaron como prueba y no hubo condena.
Pues, sin llegar a éso, algo así me pasó a mi aquella tarde el 31 de Julio del 2002. Dentro del coche observé el panorama: asomados a las ventanas (y algunos mirándome a mí, al desconocido) gente mayor y no tan mayor. De vez en cuando pasaban por la calle coches de cristales tintados desde donde asomaban brazos morenos de gitanos con mucho «colorao»: relojes y pulseras de oro, y de donde salían, con el volumen bien alto, rumbitas y flamenco.
Al cabo de una hora vi salir del portal a una chiquilla, 12 ó 13 años, gorda, paseando un perrito que no era Ino, pero que si vivía en la misma casa, debía conocerla. Salí del coche (atentamente vigilado por los vecinos desde sus ventanas) y me puse a hablar con ella. La conversación fue un tanto surealista:
–Hola, ¿que tal?, es tuyo el perrito, ¡qué mono!.
-Si, es mío.
-Oye, perdí hace poco a mi perra por aquí y no sé si la habrás visto.
-Pues no sé.
-Es un Fox Terrier.
-No sé cómo son.
-Como el Milú, de Tintín.
-No sé cómo es ese perro (¿sabría leer?).
-Mira, es así. Le dibujé en un papel una figura de Fox Terrier, me salía muy bien.
–¡Ay, es como la de mi padre! (¡Bingo, vamos bien!)
–¿Y no puedes decirle a tu papá que me la enseñe?
-Es que ya no vive aquí (¡Vaya por dios!)
A todo ésto, una mujer desde dos ventanas más arriba empezó a gritarle a la niña:
-¡Niña, qué pasa!
-Este señor, que se le ha perdío la perra…
-Es que la estoy buscando, se me perdió hace una semana por aquí…
Diálogo a voces, desde la calle hasta el segundo. Todos los vecinos superatentos.
-Yo es que vivo por General Ricardos (mentira cochina), se me escapó hace unos días, y me han dicho que la vieron por aquí, y me ha dicho la niña que su padre tiene una igual.
-Ejque nos hemos separao, ya no vive aquí.
-¿Y no me puede decir dónde vive?
-Pues no. (La Ley del Silencio)
-¿Y no tendrá usted un teléfono o algo?.
-Creo que sí que tengo argo, voy a mirar.
La mujer bajó a la calle, mirándome desconfiada de arriba abajo. A todo ésto un niño con un monopatín se nos arrimó también, dándonos de vez en cuando en las piernas. Ni caso.
Le volví a enseñar el dibujo. La mujer lo miró atentamente. Creo que la estaba reconociendo, a Ino. El niño nos seguía dando en las piernas con el monopatín. La mujer traía un trozo de papel donde habían garabateado tres números de móvil.
-Me lo dejó mi marío
-¡Ah, muy bien, pues muchas gracias, voy a probar!
A todo ésto, desde una de las ventanas de los edificios colindantes, uno de los numerosos espectadores, un hombre más o menos joven en camiseta de tirantes, tomó parte en la conversación con la clara intención de tomar las riendas:
-¿Qué pasa?…
-¡Ná, el señor, que está buscando a su perra!
-Ahora bajo…
El de la camiseta desapareció de la ventana y, mientras bajaba y temiendo complicaciones, aproveché rápidamente para teclear en mi móvil los tres números garabateados en aquel trozo de papel. Marqué el primero:
-Éste número no se encuentra disponible… El segundo: misma respuesta. El tercero: dio señal de llamada… colgué el teléfono. ¡Bien!, pensé, el número quedó registrado en mi móvil.
El de la camiseta acababa de aparecer, con más cara de desconfianza aún que la madre de la niña gorda con la que, obviamente tenía algún nexo. El del patinete seguía dándonos en las piernas. Los vecinos, encantados con aquella distracción en sus vidas. Yo, poniendo mi mejor cara de inocente, volví a repetir la cantinela enseñándole el retrato robot de Inocencia.
-No, yo le decía a….a…
-Mi cuñá (bien, bien éste era el hermano del del mono blanco).
-Pues le decía a tu cuñá que yo vivo aquí cerquita, por General Ricardos, se me escapó la perra hace unos días y me han dicho que la vieron por aquí…
El de la camiseta me miraba cada vez con más cara de mosqueo y más nervioso. Seguro que estaba pensando: «Y éste, ¿cómo coño nos habrá localizado?»… Yo estaba ya totalmente convencido de que andaba sobre la pista correcta. En un momento dado les pegó un grito a su cuñá, a la niña gorda y al crío del patinete:
-¡Hala, largaos! (obedecieron la orden sin rechistar, con gran alivio para mis piernas).
Había un bar allí cerca y le propuse tomarnos una cervecita.
Confidencias en el bar
El bar era un resumen del barrio. Totalmente «auténtico», como el bar de Maki Navaja. Un mostrador un tanto sucio. La parroquia, unos viejos, un par de moros, algún tipo raro y, tras la barra, un menda más sucio que el mostrador, con barba de cuatro días y una camiseta con la hoja de la marihuana, llena de lamparones (la camiseta, no la marihuana). Ni tapas, ni raciones. Si acaso, unos cacahuetes. Pedí primero un par de botellines (pagaba yo, por supuesto) a los que siguieron otros dos, y otros dos…y nos pusimos a hablar. Me pidió otra vez ver el retrato robot.
-No, no es la perra de mi hermano. La de mi hermano es más salpicá… (se debía referir a las manchas).
-No, si seguro que no es…
-Amás mi hermano la tié hace un mes
-No, si seguro que no es…
Saqué el tema personal, para ir intimando:
-Yo es que me he separao, que mi mujer era una hija de puta (¡si me escuchase mi ex, pensé!), y mi hija tiene un disgusto con lo de la perra que no veas, ya sabes cómo son los críos…
Más cervezas… Al de la camiseta ya le iban haciendo efecto. En una de éstas me suelta:
-¡Oye, que yo no he robao ná! (¡Aaaaaah, cabrón!, pensé, tu no, pero tu hermano sí. Debía pensarse que era policía. Aún me lo repitió alguna vez más a lo largo de las confidencias. A lo mejor el hermano hasta tenía antecedentes y se jugaba el puesto si había alguna denuncia).
-¡Oye, que yo no soy policía, eh! (Todo digno, con la dignidad de los sinvergüenzas). Que yo soy veterinario ná más. Yo trabajo por El Retiro. Oye, y tú, ¿a qué te dedicas?…
-Yo soy arbañil…pero micieron un contrato ful y mecharon a los tres meses y ahora estoy en el paro…
-¡Qué hijos de puta, los cabrones de los empresarios, cómo abusan de la gente!…
-¡Ya lo creo, qué hijos de puta!…Oye, y me dijiste que tabías separao…Yo también estoy separao…
-¡Vaya!, ¿y éso?.
-Pues ná. Miban a dar la custodia de los hijos porque mi mujer se puso a trabajar de puta (así, con esa naturalidad, como si me hubiese contado que se había metido al Carrefour), pero un día me tocó los cojones y estuve a punto de darle una buena paliza, la mu puta…
Ahí me puse en plan coleguilla-coleguilla, le puse la mano en el hombro, vehemente:
-¡No lo hagas, Ricardo (ya nos habíamos presentado, se llamaba Ricardo), no lo hagas, quesque te provocan y luego te buscan la ruina, las muy hijas de puta!…
-Sí ques verdá, que te buscan la ruina, unas hijas de puta, quéso es lo que son…
Más cervezas. Volvimos a hablar de la perra.
-¿Y cuanto hace que se te perdió?…
-Una semana.
-No es la de mi hermano, que la tié hace un mes…
-No, si seguro que no es…pero, ¿no podrías llamar a tu hermano y verla, pa quedarme tranquilo?.
Se quedó pensando un rato. Yo creo que ya se iba fiando de mi, pero aún debía pensar cómo coño les había localizado.
-Mira, vamos a hacer una cosa. Tu vete a casa. Dame tu número. Voy a llamar a mi hermano y si es la tuya, quedáis pa que te la devuelva y en paz. (¡Ya estaba casi hecho!).
–Oye, Ricardo, muchísimas gracias, de verdad, tío, eres cojonudo, un verdadero colega…
Pagué las cervezas, por supuesto, y muy bien pagadas estaban. Nos dimos un fuerte abrazo aparentando emoción como si nos quisiésemos de toda la vida. Quedé en pasarme otro día «pa tomarnos unas birritas» (jamás he vuelto a verle ni falta que hace), cogí el coche (había suerte, no le faltaba ni una rueda) y me fui contentísimo para la clínica, a esperar. Porque sabía que me iban a llamar. Pero había que ser cauto: aún no la tenía.
Rescatando a Ino
Serían casi las once de la noche. Sonó el móvil. Una voz de mujer (la novia del del mono blanco), quejumbrosa, medio lloriqueando:
-¡Oyeee, que la hemos tratao mu bien, que la hemos dao de comer tós los días, que hasta la hemos lavao!…
-Oye, qué bien, muchas gracias por cuidármela, muchas gracias. Dime dónde vivís y me acerco a recogerla…
-No, mira, no vengas a casa, quedamos enfrente del canódromo…pero ven tú sólo (me puntualizó. Obviamente tenían miedo de que apareciese con alguien en plan violento, o con la policía).
Se refería al antiguo canódromo de Madrid, en la Vía Carpetana, al otro lado de General Ricardos. Por éso me despisté al seguirlos, porque debieron torcer para la derecha en un momento dado.
-Vale, vale, voy solo, estoy ahí en un cuarto de hora…
Aún tuve la mala suerte de que un amigo y vecino de la clínica, al tanto del secuestro de Ino y que en ese momento estaba a mi lado, se enterase de que iba al punto de encuentro, en un semidescampado con unas chabolas cerca y punto de venta de droga.
-¡Pero…estás loco…cómo vas a ir tu solo para allá, que igual te matan!…
-Que no, tío, que están acojonados.
-Yo me voy contigo (no hubo manera de disuadirle).
–Vale, pero te bajas antes del coche…
Nos fuimos para allá, le hice bajarse en una esquina, como a cien metros, se escabulló como jugando a la guerra, sólo bastaba que le vieran, se asustasen y no me diesen a la perra. Al poco vi acercarse a la chica del del mono: era ella, la que había visto en El Retiro… A su lado, venía Ino tan contenta. No os creáis que se alegró de verme, la muy perra. En cuanto llegó a mi altura la cogí en brazos. La chica olía a vino o algo parecido… Gimoteaba…
-Oye, que la hemos cuidao mu bien…que la hemos dao de comer…que la hemos lavao…
-Gracias, muchas gracias por cuidármela, mi hija se va a poner muy contenta…
-Ques mu cariñosa, como no tenemos hijos que la hemos cogío mucho cariño…
Yo, con la perra en brazos. La verdad es que la chica me daba hasta pena.
-Claro, claro…oye, muchas gracias por cuidármela tan bien…
Y sin más, me volví al coche. Recogí a mi «guardaespaldas» y nos volvimos a la clínica. Era tarde, pero aún me tocó llamar por teléfono a mi socia (que estaba acojonada por mí y que no sabía nada desde que me fui siguiendo a la pareja de marras con el propósito de ir hasta Carabanchel), a mi ex y a mi hija, preocupadísimas, acababa de volver de Dublín y se había enterado de casualidad al ver los carteles que pegué por todos lados…
Epílogo
Al día siguiente, en la clínica, y como se había corrido la voz con el rescate, hubo una auténtica romería de gente para saludarla y felicitarnos. Yo lo que sé es que, posiblemente, jamás la hubiesen llevado a ningún veterinario con lo que el chip no hubiera servido para nada. En todo caso, y con la ayuda de algunos colaboradores, voluntad y paciencia, Ino volvió con su dueño.
No volví a dejarla salir sola.
