La época medieval en la Sierra de Guadarrama es una etapa poco conocida, tanto por la escasez de documentos históricos fiables como por el hecho de que, al tratarse de una zona fronteriza, estuvo muy escasamente poblada hasta ya avanzada la Reconquista, careciendo del esplendor de las ciudades monumentales, avatares históricos, romances y crónicas que sí tuvieron Castilla y León, por un lado, o Al Ándalus, por otro. Pero los escasos testimonios que han llegado a nuestras manos nos cuentan que aquella lejana época fue de todo, menos aburrida.
Tierra de frontera
Tiempos épicos, de incursiones guerreras, de castillos en tierra de nadie, con la guarnición siempre alerta ante la inminencia de un ataque… Viejos pueblos escondidos entre bosques y peñascos, ignorados y al margen de la historia, o pueblos nuevos fundados ante la necesidad de poblar y defender las tierras recién conquistadas y que, una vez eliminado el enemigo común, habituados a la lucha, guerrearon entre sí…
Si miramos el actual paisaje de la sierra, resulta difícil imaginar tiempos tan turbulentos, de espadas y armaduras, de castillos asediados, donde sólo podemos ver ahora chalets adosados, carreteras y coches, muchos coches. Pero no está tan lejana aquella época -solo basta mirar y usar un poco la imaginación- en que, en vez de motores, se oyeron los gritos, relinchos y el retumbar del suelo bajo los cascos de los caballos.
Antecedentes históricos
Los primeros pobladores conocidos de la Sierra de Guadarrama se remontan a diez mil años atrás: cazadores nómadas, atraídos por la abundante caza de la región y que dejaron numerosos restos de su presencia en forma de campamentos estacionales e instrumentos de piedra: puntas de flecha, rascadores, hachas…
La presencia humana en la sierra es contínua, aunque las primeras descripciones se las debemos a los cronistas que acompañaron a los legionarios de Roma: Estrabón, Apiano, Polibio, y que nos hablaron de los diferentes pueblos que encontraron en su avance por la meseta. Y en esta zona concreta que nos ocupa, de los carpetanos, pueblo celtíbero dedicado sobre todo al cuidado de numerosos rebaños de vacas, ovejas y caballos. El clima de la sierra y de su templada vertiente sur favorece unos pastos excelentes para el ganado, que sorprenden a los romanos por su abundancia y a los árabes por su calidad:
…en cuanto a su alimentación, se sirven de todo tipo de carnes, que abundan entre ellos… (Diodoro de Sicilia, Libro V, capítulo 34)
…en esta sierra hay mucho ganado vacuno y ovino con el que trafican los ganaderos para aprovisionar todas las comarcas. No hay ninguna vaca ni oveja flaca, antes bien, todo lo contrario, están bien cebadas y gordas. Por éso corre un refrán por toda España aludiendo a la bondad de las vacas y ovejas serranas… (Al Idrisi, geógrafo árabe, año 1100).
La presencia árabe
Es un error muy difundido hablar de los 800 años de presencia árabe en España (781 años, exactamente). Ésto se puede aplicar, si acaso, a Almería, Granada y Málaga. En Andalucía Occidental o Murcia, la cifra se rebajaría a 250 años, y en Toledo, Madrid o Zaragoza a 120 ó 130 años como máximo. Sí que hubo incursiones o expediciones hasta Galicia, Cataluña y el sur de Francia, pero apenas hubo ocupación al norte del Ebro o del Duero, encontrando siempre tenaz resistencia por parte de los visigodos.
Hacia el año 740 llegaron de Oriente tropas sirias para sofocar los ataques de los vándalos del norte de África y los visigodos de España. Éstos, desde Galicia, León y Extremadura se agruparon cerca de Toledo, amenazando la ciudad, aunque serían derrotados por la coalición árabe-siria.
Los sirios fueron asentados con sus familias, de acuerdo con el régimen de la hospitalidad romana, vigente en la España visigoda, recibiendo dos tercios de las propiedades donde se instalaron, tanto en tierras como en ganado y esclavos, con la condición de prestar ayuda militar a los emires de Córdoba. A partir del año 743 las provincias ocupadas por los sirios recibieron el nombre de «provincias militarizadas», porque en cada una de ellas estaba acantonada un ejército sirio, cuyo régimen militar estaba calcado de la milicia romana o bizantina, ocupando la zona que se extiende hoy desde Cartagena al Algarve.
Éste fue el territorio realmente ocupado por los árabes desde mediados del Siglo VIII hasta el Siglo XI, porque hay que distinguir entre ocupación efectiva de un territorio enemigo, al de las incursiones esporádicas con el objetivo de destruir cosechas o capturar botín y prisioneros.
La Marca Norte
Los territorios al norte del Guadiana pertenecientes a Al Ándalus y sin guarnición militar fija, se regían por las capitulaciones con estatutos especiales, gozando de un régimen de autonomía local y, en muchos casos, el reconocimiento de la autoridad de Córdoba sería más formal que real. Esta situación tan especial produjo frecuentes conflictos con ciudades tan importantes como Mérida, Zaragoza y, especialmente, la levantisca Toledo, contra la que menudearon expediciones de castigo en los años 797, 807 y 814 (esta última, con incendio de la ciudad incluído), o la «Jornada del Foso», en la que 700 notables de la ciudad fueron decapitados como escarmiento a su rebeldía.
Toledo, Talavera y Guadalajara constituyen las tres plazas fuertes que defienden la Marca Norte de los cristianos, siempre amenazando desde el otro lado de las sierras. Entre el Tajo y el Guadiana, un territorio controlado que sirve como colchón de protección para la población estable y las prósperas ciudades de Al Ándalus: Jaén, Sevilla, Córdoba, Almería, Murcia… Y entre el Tajo y la Sierra de Guadarrama, la «tierra de nadie», casi despoblada, difícil de defender ante las frecuentes incursiones de «infieles», y donde el dominio musulmán sólo se reconoce en un puñado de plazas fuertes, castillos que sufren una y otra vez asedios por parte de los cristianos, o desde las que parten aceifas, expediciones de castigo, contra Castilla.
Son fortalezas como las de Atienza, Talamanca del Jarama, Alcalá de Henares, Castejón, el muy fortificado Madrid, Peñahora, Calatalifa o, más al norte, Medinaceli, comparado por un cronista árabe a un:
…espolón contra Castilla y un nudo en la garganta de los infieles…
Pero es en plena Sierra de Guadarrama donde se encuentra la primera línea de fuego, la frontera, el último campamento tras el cual ya sólo hay tierra cristiana: el Fagg Humaid o Puerto de Humaid, identificado también como Balat Humaid (Camino de Humaid), el Balatomé mencionado en las fuentes cristianas:
…se exime de todo pecho (impuesto) a las alberguerías de los puertos de Valathomé, Fuenfría e de Manzanares e de Malangosto… (Carta de Alfonso X El Sabio, fechada el 26 de Junio de 1273).
Las fuentes árabes confirman que la frontera siempre estuvo ahí, desde el Siglo VIII al X. Se llegaba a él subiendo el curso del río Guadarrama, hasta la altura de Tablada, camino del Puerto del León (o de Los Leones, llamado así por el frente mantenido aunque, esta vez, en la Guerra Civil), paso natural entre ambas Castillas. Pero que a los árabes no les asustaba cruzar la montaña, lo demuestra la misma existencia del Puerto y, sobre todo, el frecuente uso del mismo para dirigir desde allí sus aceifas por territorio cristiano:
-Abderramán I, casi recién llegado, huído de Damasco para restaurar la dinastía Omeya en Córdoba, cruzó el Puerto el año 755 para atacar Segovia.
-Abderramán II organizó una expedición de castigo contra Castilla por la ayuda prestada a los rebeldes toledanos, el mes de Julio del año 838. Partiendo de Toledo, subió el curso del río Guadarrama hasta llegar al Balatomé. En el año 840 repitió la expedición, llegando hasta Galicia.
-En el año 943, Abderramán III invitó a un príncipe idrisí, norteafricano, que quería participar en una aceifa, y le aseguró que sería regiamente atendido en cada uno de los treinta campamentos reales, desde el primero en Algeciras, hasta el de Humaid, en el confín de la frontera.
-o el más famoso, el caudillo militar Almanzor (del árabe Al Mansur = el Victorioso), azote de cristianos durante más de treinta años, que utilizó este paso en varias ocasiones, en alguna de sus temidas razzias, en las que llegó a destruir Barcelona o a saquear Compostela, llevándose las campanas de la catedral a lomos de cristianos hasta Córdoba para utilizarlas como lámparas de aceite en la Mezquita. Como ejemplos y en un par de ocasiones, el 23 de Mayo del año 977 y partiendo de Madrid, cruzó el Puerto para conquistar y saquear Cuellar. O en el año 989, al menos, volvió a pasar otra vez, camino de León.
-por último y para no extenderme demasiado, citar la expedición de Al Mamún, que en el año 1072 atacó Segovia, destruyendo parte del acueducto, reconstruído siglos más tarde por Isabel La Católica en 1484.
La guarnición de estos puestos avanzados, no exentos de peligro, también fue especial. Además de pequeños destacamentos regulares, se recurría a un sistema de claros antecedentes romanos: tropas fronterizas auxiliares, contratadas entre la población local, con sueldo y parte en el botín obtenido en las aceifas.
Pero otro sistema paralelo consistía en la concentración de ascetas y jóvenes novicios, monjes guerreros que, durante el Ramadán y otras épocas, se acercaban a la frontera para consagrarse al ayuno, la oración, el estudio y la yihad (del árabe: el esfuerzo), la guerra santa. A Toledo, sede de estudios coránicos, acudían jóvenes llegados de todas partes, incluso de Oriente, y desde allí se repartían como ribat o combatientes por la fe, desde Medinaceli hasta Coria, por todos los castillos, allá donde su presencia fuera necesaria.
PostData: los dos mapas reproducidos pertenecen al Atlas Histórico de la Península Ibérica, Vol. I (y último, no hubo más), con el subtítulo: Desde Tartessos hasta la muerte de Alfonso VIII (1214). Esta serie de 56 mapas se publicaron, como suplemento, del boletín El Miliario Extravagante, entre 1993 y 1999. Su autor, ya fallecido, Gonzalo Arias, y al que tuve el placer de conocer personalmente, fue todo un personaje. Le dedico una entrada en este blog.