Muchos tendrán aún fresca en la memoria las imágenes de la violenta muerte del dictador libio Muamar El Gadafi, ejecutado a manos de sus captores, el 20 de Octubre del 2011.
Todo un personaje, El Gadafi. Calificado por sus enemigos, que fueron muchos, como dirigente imprevisible, temido y déspota. También llamado por sus contemporáneos como socialista, panarabista o panafricanista. Interventor militar en Uganda y en Chad. Con varios intentos de derrocamiento por parte de los Estados Unidos, incluyendo bombardeos en su palacio de Trípoli, debido a su implicación en los atentados y derribo de aviones comerciales, como el de la compañía Lockerbie. Con su guardia personal de más de trescientas soldados vírgenes, fuertemente adiestradas. Montando lujosas jaimas donde dormía en sus visitas a capitales europeas, entre ellas a Madrid, «reconciliándose» visto lo visto con las potencias occidentales, entre ellas su antiguo enemigo, los Estados Unidos… Todo un personaje…
Pero estuve a punto de relacionarme con Muamar El Gadafi o, al menos, con uno de sus múltiples hijos (Muhammad, Saif al Islam, Al-Saadi, Hannibal, Montassem, Saif al Arab o Khamis, no llegué a saber cual de ellos), hará ya más de diez años, con ocasión de la bonita historia de los tigres de El Gadafi. Pero paso a contároslo:
Trabajaba yo por aquel tiempo en calidad de colaborador con mi amigo y colega, Carlos Rodriguez, en el programa de radio Como el Perro y el Gato, en Onda Cero, los fines de semana. Como su nombre indica, dedicado a los animalitos y con un grupo de colaboradores, equipo de gente muy maja y divertida, nos lo pasábamos todos muy bien. Yo, concretamente, llevaba la sección de gatos.

Carlos es un gran comunicador y muy metido desde hacía muchos años en los medios: radio y televisión, principalmente, aunque también llegamos a hacer revistas, alguna serie en la televisión y otras cosas de divulgación. Me ayudó a presentar mis dos primeros libros (de gatos) e incluso escribimos otro a medias.
El caso es que un día -o una noche, no recuerdo bien- me llamó Carlos, excitadísimo:
–Oye, ¿tú entiendes algo de tigres?…
-Pues…son unos bichos con rayas, ¿no?…
-Que no, capullo. Que si entiendes de cosas de salud. De reproducción, vamos.
Me contó: le acababa de llamar un libio. En aquellos momentos Libia era un país muy desarrollado, de gran nivel económico y con gente muy preparada (profesionales, técnicos, economistas…). El tal libio debió ponerse en contacto con Carlos por el prestigio que le daba su «visibilidad» en los medios. Según le dijo, tenían un «problema» con unos tigres, y es que no acababan de reproducirse. Al parecer, los tigres en cuestión eran de uno de los hijos. Me enteré más tarde que de los ventidós leones que tenían en su zoo, nueve eran de uno de sus hijos, de Al Saadi, concretamente. Buscaban una solución a cargo de «expertos»…los «expertos» íbamos a ser nosotros, claro.
Según me contó Carlos, y me imagino la conversación, y más con el «aplomo» que le echaba Carlos en circunstancias como éstas, el diálogo telefónico debió ser más o menos así:
–¿Usted entiende de tigres?…
–¡Por supuesto! (Carlos no tenía ni idea, más allá de que tienen rayas).
–Pero…(el libio quizá dudaba)…¿usted los ha tratado personalmente para reproducción?…
–(más aplomo por parte de Carlos) Personalmente no, pero cuento en mi equipo con expertos en estos casos (supongo que Carlos estaba pensando en mí).
–Perfecto, le llamaré en un par de días…
Cuando me contó la conversación, no pude por menos que decirle que sí, que muy bien, pero que mi trabajo como «experto» en clínica felina se limitaba a la patología general. Sí que es cierto que había llevado temas de reproducción (control de celos, etc.), pero los gatos son muy peculiares para muchas cosas y, entre ellas, los problemas de la reproducción.
Para los que no lo sepáis, y no tenéis por qué saberlo, mientras que en vacas, yeguas, ovejas y perras, el control es fácil, debido a sus ciclos ováricos regulares, y las técnicas de la inseminación artificial hace muchos años que están estandarizadas, en las gatas es muy distinto.
En primer lugar no tienen ciclos regulares. A las gatas les influye fuertemente los ciclos de luz, mas otras cosas. En segundo lugar, la ovulación se produce justo por la estimulación que les produce la monta de los gatos, que es muy breve (un par de segundos). En tercer lugar, la cantidad de semen del macho es muy escasa, apenas un par de gotas. Y en cuarto lugar la inseminación artificial requiere anestesia total, tanto para la obtención de semen en los machos como la aplicación en la gata, a la que previamente hay que estimular hormonalmente para que esté «preparada», con sus óvulos a punto de madurar. Una tarea dificultosa y muy compleja. Yo nunca lo había hecho.
Pero me acordé de un colega de Huelva, Fausto Andrés Fúnez, que había trabajado en reproducción de linces y grandes felinos de zoos y con el que había hablado en congresos sobre el tema de la reproducción en los felinos. Me puse en contacto con él y se mostró entusiasmado y dispuesto a colaborar. Ya teníamos el equipo de «expertos»: Carlos como director técnico, yo como experto en patología felina, y Fausto como experto en reproducción. Carlos estaba eufórico…
Para cuando el libio volvió a ponerse en contacto con Carlos fuimos preparando el plan de ataque. Por supuesto, había que desplazarse a Libia y estudiar a los tigres. No sabíamos exactamente dónde los tenían y en qué condiciones. Investigué y me enteré que, en Trípoli, tenían un gran zoo, en un parque de 200 hectáreas, en el bosque de An-Nasr, cerca de una de las residencias de El Gadafi, en Bab al-Aziziya. Pero una cuestión importante era, ¿y qué presupuesto le íbamos a dar por este trabajo?…
Me puse en contacto con un buen amigo, Pedro, compañero de travesías en velero, y alto informático en una gran empresa española. Muy acostumbrado a recibir y enviar presupuestos para todo tipo de negocios. Quedamos en un bar, por Goya. Cuando le expliqué de qué se trataba flipó.
-Sois tres, ¿no?. ¿Cuántos días crees que necesitaréis?.
-Pues así por encima, como una semana para observar a los tigres. Ver cómo están alojados, su alimentación. Incluso -nos reímos- si tienen juntos a los machos y a las hembras, y en qué condiciones. Y después ya análisis de sangre para controles hormonales, ecografías a las hembras para descartar problemas, las anestesias para obtener el semen de los machos e inseminar a las hembras, y algún análisis posterior más alguna otra ecografía.
Me empezó a detallar cómo se elabora y redacta un presupuesto. Máximo dos o tres hojas, dijo, para verlo de un vistazo, no se puede entregar un tocho de hojas. Conciso. Pormenorizando los pasos que hay que ir dando, el tiempo calculado, los gastos previstos, los plazos de ejecución…
–¿Y el dinero, Pedro, qué se le puede cobrar por ésto?…
Se quedó pensando un rato. Iba haciendo sus cálculos.
-Pues teniendo en cuenta que es un trabajo muy especializado y, sobre todo, a quién va dirigido, yo creo que un presupuesto de 1.500 dólares diarios no sería pedir demasiado…
-¡¡¡1.500 dólares al día!!!…
-Si, para cada uno.
Ahora el que flipaba era yo. No estaba acostumbrado a estos números, en mi cotidiano trabajo desde luego que no, pero Pedro me aseguró que sí, que a altos niveles, los presupuestos oscilaban por ese rango.

Me faltó tiempo para llamar a Carlos. Cuando nos vimos en la radio estábamos eufóricos: si calculábamos una semana de estudio y observación, mas unos diez días de análisis e inseminación, nos salía el apaño por una pasta, unos 25.000 dólares…para cada uno, ¡ojo!. Pero decíamos: ¿y qué es éso para Gadafi?…¡una miseria!… El entusiasmo nos hacía delirar: ¿alimentarán a los tigres con prisioneros?…¿cómo vamos a ir a Libia?…pues si no nos manda un jet privado, fijo vamos en primera en la Lybian Airlines. ¿Y el alojamiento?…pues en hotelazos de lujo…o en algún palacio de los que tiene el jefe…¡anda, Carlos, que seguro que en el jacuzzi de la habitación no te vas ni a poder meter de la de tías que hay dentro!…
A los pocos días volvió a llamar el libio a Carlos. Le dijo que teníamos ya el plan de trabajo diseñado, le explicó lo de la semana de estudio y los diez días de intervención, y le dio el presupuesto. Por teléfono no puedes ver la cara de la gente pero, según Carlos, el libio ni pestañeó.
-Muy bien (hablaba al parecer un castellano bastante correcto), hablaré con mis superiores y le volveré a llamar en dos días.
En esos dos días nuestra imaginación se desató. Yo ya me veía, a la sombra de una palmera, observando tigres y tigresas, tomando notas en mis blocs, haciendo fotografías y filmando vídeos, y muy serio, como un investigador de verdad, como los de las películas. Carlos creo que se veía abriéndose hueco en el jacuzzi a codazos. Fausto esperaba novedades… A los dos días llamó el libio:
-En principio, de acuerdo. Pero, dado que la primera parte es de estudio, ¿podrían rebajar el presupuesto?.
Carlos le dijo que sí, que podría rebajarse a la mitad (¡sólo a 750 dólares al día, ná, una miseria!). El libio quedó en volver a llamar para que le enviásemos el presupuesto…pero no volvió a dar señales de vida. Estuvimos esperando una, dos semanas, tres…pero Carlos no recibió ninguna otra llamada. Y así quedó la cosa. Con el tiempo nos fuimos olvidando del tema aunque, de vez en cuando, cuando nos acordábamos nos partíamos de la risa y de lo bonito que hubiera sido la experiencia.
Pensé que quizá Carlos, por lo que fuera, no le acabó de convencer (había que echar la culpa a alguien). O quizá encontraron un chino o un coreano experto en tigres con un presupuesto más «apañado»… Adiós tigres, adiós residencia de lujo. Adiós jacuzzi y, sobre todo, adiós a la pasta.
Cuando, pasando el tiempo, pasó lo que pasó y El Gadafi acabó de tan mala manera, aún tuve tiempo de acordarme de sus tigres.