Se casan
Me llama mi amiga Pati:
-Hola, Santiago, ¿qué tal?. Mira, te llamaba por una cosa.
–Pues tu dirás.
–Mira, no sé si sabes que se casan Sonia y Cristina, la francesa (para aclarar, se casaban cada una con su novio, por separado, no entre o contra ellas)….
–¡Anda, qué bien, pues no lo sabía!. (Las dos forman parte de una panda de amigas con las que hasta hace pocos años nos veíamos en Madrid).
–Pues el caso es que nos vamos a juntar todas las amigas en El Escorial para una pequeña despedida de solteras. Pensábamos cenar allí, tomar unas copas…vamos a reservar en el Hotel Victoria y, bueno, había pensado darles una sorpresa. Y lo que no sé, o si tu sabrás, si hay por allí algún «boys» para pasar un rato divertido…
–¡Hombre, qué buena idea!… Yo (puse una voz muy digna), por supuesto, no frecuento esos sitios de mala nota (nos reímos)…pero que yo sepa no, no hay ningún «boys» por la zona. Pero…(y aquí entró en juego mi imaginación)…si quieres te organizo yo algo de ésto, con unos amigos, y hacemos de strippers nosotros mismos…
-¡Uy, estaría genial!…
-Pues dime para cuando, y lo voy preparando…
Y así fue como me lié, para el sábado 5 de Diciembre del 2012, con la idea de preparar un espectáculo de «boys». Lo primero, necesitaba contar con algunos amigos. Lo segundo, la ropa. Lo tercero, el local y la música. Lo cuarto, quitarnos de encima, además de la ropa, la vergüenza…
Aquella misma noche se lo conté a mi hija Maya (podéis consultar en Google su correo mayapixelskaya, su tienda virtual shopmayapixelskaya.com y su blog historic.trash), con la que había quedado para cenar en Madrid. Y como la «niña» es (casi) peor que yo para muchas cosas se rió mucho, le pareció una idea excelente y comenzó a darme ideas. Me dijo que acababa de ver en la calle Preciados, en el escaparate de la lencería Intimissimi, «algo» que me podría valer. Tras cenar, nos acercamos a verlo: se trataba de unos calzoncillos de gala elegantísimos, casi como de frac, negros con botoncitos y ribetes blancos, y con el añadido de unos tirantes finos, negros, sujetos con botones a la prenda. ¡Genial!, le dije, ya tenemos parte del «uniforme»…
El staff
Hablé con varios amigos para intentar convencerlos… A todos les hacía mucha gracia, pero a todos les daba muchísima vergüenza. Al final, y no sin trabajo, convencí a dos amigos: Juan Carlos, frutero de San Lorenzo, motero, aficionado a la juerga, y Lee, médico-acupuntor surcoreano. Lee me había tratado de alguna lumbalgia y nos habíamos hecho íntimos. También le gustaba el cachondeo. Juan Carlos lo tuvo claro desde el principio y no hubo arrepentimientos de última hora.
Pero Lee, pocos días antes y en un par de ocasiones aún me envió un par de whatsapp excusándose y diciendo que no podía venir a la fiesta… Para decidirle sólo tuve que responderle, de forma muy educada y diplomática:
-Tú lo que eres es un maricón y un cobarde y ya he comprado la ropa. Como no vengas te doy un par de hostias…(que conste que Lee está cachas, practica Taekwondo y esgrima de katana). Le convencí.
La impedimenta
Estuve barajando la posibilidad de pantalones con velcro, para poder quitárnoslos de un tirón, llegado el momento, como en la película Full Monty, pero era más complicado. Ya había comprado tres calzoncillos de los de Intimissimi, pero dado que el evento era un 5 de Diciembre y aunque estaríamos en un local, para esas fechas hacía mucho frío en El Escorial. Para cubrir el torso y para ir los tres iguales, adjunté tres camisetas que guardaba como oro en paño de cuando presenté mi tercer libro, ¿Qué le pasa a mi gato?, y donde figuraba la imagen de un gato, dibujada precisamente por mi hija para la portada.
Teníamos que taparnos la cara (inicialmente) porque a mí las chicas sí me conocían. A tal fin conseguí tres caretas de las que usaban los Indignados, las de Anonymous, las de V de Vendetta, inspirada en el católico Guy Fawkes que en 1605 intentó volar el parlamento de Londres. Para completar el camuflaje y dado que faltaba poco para la Navidad, tres gorritos rojos de Papá Noel. Y ya, para redondear el disfraz, y a juego con los elegantes calzoncillos, tres pajaritas. Para completar y seguir con el numerito, alguna gorra de policía y algunas esposas…
El local y la música
Hacía falta un local despejado y de confianza. Hablé con mis amigos Jóse y Silvia, dueños del Clipper, local de copas con buena música de fondo y que estaba, además, muy cerca de mi casa. Como a todo el mundo, les hizo muchísima gracia la idea, y además iban a hacer negocio. Estuvimos preparando una selección de música con temas idóneos de strip-tease , del tipo de You can leave your hat on, todo un clasico de Joe Cocker, como You sexy thing, de Hot Chocolate, o como Moving on up, de M People…además de unas cuantas más que ya irían saliendo.
El día D y la hora H
Sábado 5 de Diciembre de 2012. Aquel día se murió un viejo amigo, al que hacía más de un año que no veía, me avisó su hija, y aunque al día siguiente estuve muy resacoso me acerqué a despedirle al tanatorio. Pero aquella noche estaba ya todo dispuesto para el espectáculo de los «boys».
Mi amiga Pati sólo sabía que tenían que dejarse caer, cuando acabasen de cenar, por el Clipper. Pero no sabía nada de nada más: ni la impedimenta, ni el numerito preparado. Sólo tenía que hacerme una llamada discreta por el móvil al salir del restaurante para que estuviésemos ya preparados. Calculaba que sería a partir de las once de la noche. A tal fin habíamos quedado los tres «boys» en mi casa a las diez, para vestirnos y picar algo. A las 9, una hora antes, se presentó Lee, nerviosísimo, con una enorme bolsa de deportes.
-¡No sé bailar, no sé bailar!…
Corrió al ordenador y descolgó vídeos de «boys»…en ellos se veían tíos cachas, musculosos, semidesnudos, con calzoncillos de cuero negro y bates de beisbol y cosas así, contorneándose y plantándoles la entrepierna en la cara a las excitadísimas y risueñas parroquianas de los locales de strippers. Lee sudaba, angustiado….
-No te preocupes, Lee, tranquilo, no va a ser así, no va a ser así… Pero, ¿qué traes en esa bolsa?…
Y como le había avanzado lo de las gorras de policía, a Lee sólo se le había ocurrido traer un traje completo de ninja y, en sus fundas, dos katanas: una de entrenamiento, de madera, y otra de las de verdad, de brillante acero.
-Pero, ¿qué quieres hacer con éso?…
En un momento y en la soledad de mi casa, Lee me hizo una demostración de esgrima de katana. La hoja silbaba, cortando el aire, a cada movimiento…
-Mira, mejor dejamos ésto aquí, en casa. Porque como te bajes la katana las chicas se van a entusiasmar y vamos a acabar cortándole la cabeza a alguien…
A todo ésto llegó Juan Carlos. No habían visto los calzoncillos todavía. Nos los pusimos, muertos de la risa, junto con la camiseta del gato y las pajaritas. Juan Carlos se trajo un pantalón de motero, tipo zahón, que se podía quitar con rapidez. Lee y yo, unos de chándal. Para taparnos, unos forros polares. En una bolsa, las máscaras de Anonymous y los gorritos de Papá Noel.
Como la primera parte íbamos a estar con las caretas y callados, había preparado cuatro pancartas, que iríamos sacando por turnos. En primer lugar una donde ponía: ¿Quién se casa aquí?. En la segunda: ¿Queréis menos ropa? (para irnos quedando ya en gayumbos y en camiseta). En la tercera: Ésto se está poniendo más duro (y sacar las gorras de policía). Y en la cuarta, y una vez ya liberados de las máscaras: Heterosexuales, solteros y con trabajo.
Bajamos al Clipper. Había mucha gente, estaba prácticamente lleno. Nos colocamos semiescondidos al final del local. Al cabo de un rato llamó Pati, acababan de salir del restaurante e iban andando hacia el bar, llegaron en diez minutos. Además de Pati y las dos novias, Cristina y Sonia, había cinco o seis chicas más. Venían riéndose. Esperamos a que pidieran las copas y, discretamente, nos pusimos las máscaras y los gorros (seguíamos tapados por los forros polares), le dí la señal a Jóse para empezar con las canciones y armados con la primera pancarta, salimos al ruedo.
Comienza el espectáculo
Había que vernos: tres tíos con la careta de Anonymous y gorros de Papá Noel, silenciosos y con una pancarta donde decía: ¿Quién se casa aquí?, señalando con el dedo a todas y cada una de las chicas que había en el local, que se reían diciendo: ¡No, yo no!, y dejando para las últimas, como corresponde, a las interfectas. Desde su grupo empezaron a gritar: ¡Éstas, éstas son las que se casan!…
Ya centrados y frente a ellas, contoneándonos como dios nos daba a entender, pero sin quitarnos las máscaras, sacamos la segunda pancarta: ¿Queréis menos ropa?… Todo el mundo aullaba en Clipper: ¡¡¡si, si, menos ropa!!!…y empezamos a bajarnos, lo más sensualmente que podíamos, o sea, poco y torpemente, la cremallera de los forros polares, y a quitarnos los pantalones, mostrando al tendido nuestros estupendos y elegantísimos calzoncillos…
El público y, en especial, nuestras chicas, se doblaban de la risa, nos silbaban en plan piropo, nos gritaban ¡tíos buenos! y demás expresiones al uso…en un momento dado, y dado que estábamos sudando como pollos, nos quitamos los gorros de Papá Noel y las caretas, y aunque hacía unos años que no me veían me reconocieron al instante:
-¡Pero si es Santiago….Santiago!…
Ya fueron todo besos… para mí, para Juan Carlos y para Lee… Juan Carlos es mucho más desenvuelto, estaba encantado con todas aquellas chicas. Luego contaría -yo no lo ví- que más de una le metió mano al paquete e incluso le arrancaron la camiseta, pero Lee…el tímido Lee… el vergonzoso Lee…aquella noche descubrió el paraíso y a sus huríes. El que no sabía bailar, decía… ¡No paró en toda la noche, arrimado a una o a otra, a todas!. Durante muchos días después no paraba de repetirme: ¡Nunca había bailado tanto!... Sacamos las otras dos pancartas, con gran jolgorio por parte del respetable. La música no paraba, las copas tampoco (las chicas no nos dejaron pagar ni una)…
Perdí las gorras de policía y las esposas. El resto de la parroquia del Clipper se nos unió, bailaba todo el mundo, todos estaban encantados y, muy especialmente, las chicas, que lo recordaron durante mucho tiempo como una de sus mejores fiestas. Hasta nos llegamos a plantear dedicarnos a ésto profesionalmente. Pero cuando le tocó el turno de casarse a Cristina, la francesa, el 14 de Febrero, y nos propuso repetir el numerito antes de su boda dijimos que no: el factor sorpresa es el factor sorpresa, y las repeticiones ya no son lo mismo.
Ya no recuerdo ni a que hora acabamos. Les regalé los calzoncillos a mis colegas, como recuerdo y por lo «sudaos». Las camisetas sí se las pedí porque para mí valían mucho. Y al día siguiente, molido y resacoso, aún fui al tanatorio a despedir a mi amigo.