Nuestras sombras. Siempre de Este a Oeste, siempre con el sol a las espaldas
Sostienen los heterodoxos que en la cripta de la Catedral de Compostela no está enterrado el Apóstol Santiago, sino Prisciliano. Decía Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler:
Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá
El que, siglo tras siglo, una idea o creencia se mantenga, perpetuada por aquellos que se copian unos a otros sin plantearse apenas variaciones no revalida nada, pero se convierte en materia de fe, que consiste en creer aquello que nadie puede demostrar. La Historia está plagada de casos.
Los exégetas la defienden con ardor, ardor guerrero incluso, pero históricamente la figura del Apóstol Santiago no es más que un cúmulo de leyendas. Dicen, se supone, nos cuentan que, en vida, llegó incluso a predicar en España. Que descorazonado por el poco caso que aquí se le hacía, se le apareció milagrosamente en Zaragoza la Vírgen María en persona, encima de una columna por más señas, lo que daría origen a «La Vírgen del Pilar», patrona de Zaragoza y de España entera. Que de regreso a Judea, fue martirizado y decapitado y que, milagrosamente de nuevo y a bordo de una barca de piedra que navegaba sola, atravesó todo el Mediterráneo y las Columnas de Hércules hasta llegar a Galicia. En concreto hasta Iria Flavia, la actual Padrón, donde unos fieles le enterraron tierra adentro.
Con mi amigo Killian, frente a la catedral
Que en el Siglo VIII, un eremita de la zona llamado Pelagio viese luces por el campo, que un obispo llamado Teodomiro le escuchase, y que un rey batallador llamado Alfonso, por otro nombre El Casto le diese crédito, no significa mas que le daba argumentos para combatir contra los sarracenos, en unos tiempos que aún nadie llamaba Reconquista.
Llama la atención el desconocimiento de la predicación de Santiago el Mayor en Hispania en toda la tradición literaria cristiana, al menos hasta el siglo VII. Y hay muchos autores que pudieron haberlo reflejado (de haber sido cierto) en sus obras y donde sin embargo no aparece.
Así, Prudencio (348-405) relata tradiciones hagiográficas españolas, pero no menciona a Santiago. Orosio (383-420) escribió su Historia Universal, en la que no se habla de él. Hidacio ((400-469), obispo de Chaves, localidad próxima a Compostela, escribió una Crónica Gallega sin mencionarle. Martín de Dumio, también conocido como San Martín de Braga (510-580), no le cita. Gregorio de Tours (-594) describió los santuarios marianos pero no habla de Santiago el apóstol.
Como curiosidad (para el que le interese el tema), Venancio Fortunato (-600) en su De Virginibus, enumeró las regiones correspondientes a cada apóstol y santos. A los dos Santiagos (el Mayor y el Menor) les adjudicó Palestina, dejando Galicia para San Martín de Braga, con quien mantuvo correspondencia. Ni mención a Santiago.
Menos conocida es la tradición de los llamados «varones apostólicos», según un manuscrito del siglo X, aunque basado en un texto original entre los siglos VIII y IX. Según la tradición, siete discípulos (Torcuato, Tesifonte, Segundo, Indalecio, Eufrasio, Hesiquio y Cecilio) fueron enviados por los apóstoles desde Roma para predicar la fe cristiana en Hispania. Tras unos avatares de persecución, establecieron varias diócesis, todas en Andalucía. Una inscripción datada en el año 652 hallada en Guadix, Granada, enumera 30 santos, aunque no figura ninguno de los siete «varones apostólicos». Por supuesto, tampoco Santiago.
Por si no fuera bastante semejante «ignorancia» sobre el apóstol Santiago en Hispania, para terminar quiero citar al prestigioso historiador Claudio Sánchez Albornoz:
…pese a todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy, no es posible, sin embargo, alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su traslado a ella, una sola noticia remota, clara y autorizada. Un silencio de más de seis siglos rodea la conjetural e inverosímil llegada del apóstol a Occidente, y de uno a ocho siglos la no menos conjetural e inverosímil «traslatio». Solo en el siglo VI surgió entre la cristiandad occidental la leyenda de la predicación de Santiago en España; pero ella no llegó a la península hasta fines del siglo VII…(«En los albores del culto jacobeo». 1971)
Prisciliano
Que Prisciliano existió históricamente está demostrado con numerosos testimonios. Gallego de nacimiento, obispo de Ávila y predicador de creencias gnósticas, de las que abundaban en todo el orbe cultural grecoromano, desde Hispania hasta Asia Menor. En los comienzos del cristianismo más de doscientas sectas diferentes se extendían por cada comunidad cristiana, con nombres que hoy nos suenan extraños pero que estaban muy bien definidas y, bajo las cuales y en aquellos tiempos, se agrupaban múltiples ideologías, enfrentadas unas a otras: agapetas, basilianos, maniqueos, carpocracianos, felicianos, adamitas… y unas doscientas más.
En el Epitoma Chronicon de San Próspero de Aquitania se nos cuenta que…(en el año 379) bajo el consulado de Ausonio y de Olybrio comenzó a predicar un discípulo de los agapetas llamado Prisciliano, natural de Galicia… Por otra parte un testigo de la época, Sulpicio Severo en su obra Chronicorum Libri Duo (también conocida como Historia Sacra) nos lo describe como perteneciente a una familia aristocrática, muy rica, lo que le había permitido adquirir una gran cultura. Más personalmente nos lo describe como:
…atrevido, facundo, erudito, muy ejercitado en la declamación y en la disputa; feliz, ciertamente, si no hubiese echado a perder con malas opiniones sus grandes dotes de alma y de cuerpo. Agudo e inquieto, habilísimo en el discurso y la dialéctica. Velaba mucho, nada codicioso, sumamente parco y capaz de soportar el hambre y la sed. Pero con estas cualidades mezclaba gran vanidad, hinchado con su vana y profana ciencia, puesto que había ejercido las artes mágicas desde su juventud….
Prisciliano propugna el rechazo a la unión de la Iglesia con el estado imperial, y a la corrupción y el enriquecimiento de las jerarquías eclesiásticas. Los obispos peninsulares se dividen ante sus planteamientos. Dos de ellos, Salviano e Instancio consiguen elevarle a la sede episcopal vacante de Ávila. Otros se convierten en enemigos suyos a muerte: Higinio de Córdoba e Hidacio de Mérida escriben una carta a Ambrosio, obispo de Milán, donde se encontraba la corte imperial, consiguiendo la excomunión de Prisciliano.
Pero el enemigo más feroz es Itacio, obispo de Ossonoba (la actual Faro, al sur de Portugal). En su Apologetica atribuye sus conocimientos de magia y astronomía a Marcos de Memphis (Egipto), creador en España de la secta de los agapetas, gnóstico y seguidor de las doctrinas del esclavo persa Manes, fundador del maniqueísmo, creencia dualista (bien frente al mal, luz frente a la oscuridad, Belcebú frente a Dios, etc), acusaciones que Prisciliano rebate constantemente frente a sus acusadores. Itacio, de hecho, en su campaña personal llegó a Tréveris antes que Prisciliano, «calentando» el ambiente y consiguiendo la condena de éste. No debía ser el tal Itacio trigo limpio. Sulpicio Severo define a Itacio como: …osado, parlanchín, desvergonzado, suntuoso, demasiado proclive al vientre y a la gula…
Prisciliano gana adeptos en toda España con un credo abierto al que se adhirieron gentes de todas clases y sobre todo, ¡peligro!, mujeres, a las que admitía en sus grupos. Pero en un momento tan convulso como fue el Siglo IV y bajo una iglesia cristiana cada vez más fuerte y protegida por el Imperio Romano, que quiere controlar a todos aquellos herejes, Prisciliano resultaba cuanto menos incómodo, si no peligroso.
Catalizó la tradición céltica precristiana, que aún se mantenía de «tapadillo» en su Galicia natal, con sus cultos druídicos de adoración a la naturaleza, junto a tradiciones arcanas de Oriente. Los que le critican nos dan la pista. Uno de sus detractores, el Padre de la Iglesia San Jerónimo, redactor de la biblia Vulgata, en su Ad Ctesiphontem adversus Pelagium, llama a Prisciliano: Zoroastris magi studiosissimum («estudiosísimo de la magia de Zoroastro»), lo que nos da una pista de sus conocimientos de las religiones orientales. Otros le acusan a él y a sus discípulos de permitir a las mujeres asistir a sus lecciones. Les critican, concretamente, y causa cierto estupor el escándalo, por ayunar, por celebrar ritos en las cavernas y en los montes, por dejarse el pelo largo o por caminar descalzos… Aún dos o tres siglos después el hecho de caminar descalzo o el «ser gallego» (tal cual), era motivo sospechosísimo que te podía llevar ante un tribunal de la Inquisición o ser añadido como agravante.
Confiado en su inocencia y con el propósito de revocar su edicto de excomunión, Prisciliano se dirigió con un grupo de fieles hasta Tréveris, ciudad en el noroeste de Alemania. En Tréveris el general romano de origen hispano, Magno Clemente Máximo, gobernador militar de Britania, se ha rebelado cruzando a las Galias derrotando y asesinando a Graciano, emperador de Occidente, proclamándose a su vez emperador. Su «jefe» y emperador de Oriente, Teodosio, aceptó a regañadientes y le cedió el mando de la parte occidental del imperio. Sabedor Clemente Máximo de su situación de inestabilidad, procura atraerse el apoyo de la Iglesia Católica. Ésta a su vez necesita el apoyo institucional para enfrentarse a las numerosas sectas que proliferan en el imperio. Sólo en Occidente se cuentan por decenas: arrianos, rigoristas, binionitas, patripasianos, novacianos, nicolaítas, ofitas, maniqueos, agapetas, homuncionitas, catáfragos, borboritas… y los propios priscilianistas.
En este marco de guerras civiles y sus alternancias de poder dentro del Imperio Romano, con un emperador de Occidente católico y ultra ortodoxo como era Máximo, y una iglesia recelosa de la popularidad y la heterodoxia de Prisciliano, éste fue acusado en Tréveris, entre otras cosas, de maleficios, de utilizar hierbas abortivas, de orar desnudo, de conciliábulos con danzas nocturnas y de otros graves pecados.
Pecados inventados o, mejor aún, confesados al final bajo tortura, donde hasta el más valiente admite todo lo que le digan sus torturadores. En un proceso rápido y casi de tapadillo, y en lo que fue la primera condena por herejía, Prisciliano fue decapitado en el año 385 junto con seis de sus seguidores. Las reacciones de protesta fueron numerosas e inmediatas en toda la cristiandad, de entre ellos personajes tan poco sospechosos de simpatías priscilianistas como San Martín de Tours o San Juan Crisóstomo en Oriente que declara: …condenar a muerte a un hereje sería desencadenar en la tierra una guerra sin cuartel… (¡ni se imaginaba la reacción de la Iglesia en los siglos posteriores!), e incluso el Papa Siricio… pero en aquellos tiempos el único medio de comunicación era mediante cartas, muy lentas en llegar, y para entonces el enemigo ya había sido eliminado. Tres años más tarde, en el 388, el emperador Teodosio que no ha olvidado la traición, derrota y decapita a Clemente Máximo y condena a los que condenaron a Prisciliano. El propio obispo de Ossobona, Itacio, es excomulgado y deportado en el año 389 por su implicación en el juicio.
¿Qué quedó de Prisciliano?. Pues que pese a las contínuas condenas y admoniciones por parte de la jerarquía eclesiástica, el priscilianismo siguió extendiéndose y practicándose por toda Hispania desde su centro gallego, de una forma más o menos encubierta durante varios siglos más, aprovechando que los suevos conquistan Galicia en el año 409 y les libran de los controles del Imperio Romano. La Iglesia, no obstante, sigue condenando siglo tras siglo los «errores» priscilianistas, señal inequívoca de que seguía latente. Todavía en el IV Concilio de Toledo, en el año 633, los obispos allí reunidos condenan los dogmas de Prisciliano..
Que Prisciliano seguía molestando, y mucho, lo demuestran las actas del Primer Concilio de Toledo, celebrado entre los años 397 y 400, doce años después de la eliminación del «hereje». Los diez y nueve obispos reunidos para la ocasión condenan, en primer lugar, el priscilianismo. Obviamente seguía latente y tan preocupante como para obligarles a celebrar un Concilio. Aprovechan también para reafirmarse en lo que se ha acordado en el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, y uno de cuyos controvertidos dogmas es el del «misterio de la Santísima Trinidad». A tal fin, se instaura el rezo del Credo (en latín: «yo creo»). Durante el Concilio de Toledo el obispo Sinfosio escribe, literalmente:
Condeno, juntamente con su autor, todos los libros heréticos y en especial la doctrina de Prisciliano, según acaba de ser expuesto, donde se afirma que escribió que el Hijo de Dios no puede nacer…(opinión contraria al dogma de Nicea).
En el año 567 y en el Concilio de Braga, se insiste en sus diez y siete cánones contra la, se supone que resistiendo contra viento y marea, herejía priscilianista. Entre otras:
–si alguno niega que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas, de una sola substancia, virtud y potestad, y sólo reconoce una persona, como dijeron Sabelio y Prisciliano, sea anatema.
–si alguno introduce otras personas divinas fuera de las de la Santísima Trinidad, como dijeron los gnósticos y Prisciliano, sea anatema.
–si alguno cree, con los paganos y Prisciliano, que las almas humanas están sujetas fatalmente a las estrellas, sea anatema.
–si algún clérigo o monje vive en compañía de mujeres que no sean su madre, hermanas o próxima parienta, como hacen los priscilianistas, sea anatema.
–si alguno afirma, al modo de Prisciliano, que los doce signos del Zodiaco influyen en las diversas partes del cuerpo y están señalados con los nombres de los patriarcas, sea anatema.
–si alguno lee, sigue o defiende los libros que Prisciliano alteró según su error, bajo los nombres de patriarcas, profetas y apóstoles, sea anatema.
Como curiosidad, el 2º Concilio de Toledo, de los diez y ocho que se convocaron, se celebró 127 años después del primero. Pero en éste primer Concilio, y como demostración de que eran otros tiempos, bastante machistas (de ahí el escándalo de que Prisciliano admitiese mujeres en sus ritos), permitidme tan sólo citar un par de «perlas»:
Cánon VII: …que el clérigo cuya mujer pecare (obviamente se casaban), tenga potestad de castigarle sin causarle la muerte (describe tenerla atada y someterla a ayunos y azotes), y que no se siente con ella a la mesa…
Cánon XVII: …que sea privado de la comunión aquel (clérigo) que teniendo ya esposa tuviere también concubina…
Pero, volviendo a Prisciliano. Tres años tras la ejecución y ya restaurada la normalidad bajo Teodosio, un grupo de seguidores fue autorizado a rescatar sus restos de Tréveris. Bajando el río Mosela y después el Rin, navegaron hasta Galicia donde le dieron sepultura. Seguía siendo, aún después de muerto, una «figura» incómoda, no consta públicamente dónde le enterraron y posiblemente fue una ceremonia, si no clandestina, bastante restringida. En todo caso no muy lejos de donde le desembarcaron. Y, ¿dónde desembarcaron sus restos?. Pues precisamente en Iria Flavia, actual Padrón (a una jornada de Compostela), donde justo la tradición cristiana posterior sostiene que apareció, milagrosamente transportado en su barca de piedra, el cuerpo del Apóstol Santiago, casual y curiosamente decapitado, al igual que Prisciliano.
Los escritos de Prisciliano fueron cuidadosamente expurgados y quemados sus libros. Se condenaba a aquellos que guardasen textos priscilianistas aunque, como ya hemos visto, debieron de quedar algunos cuidadosamente ocultos para mantener y difundir su doctrina. Oficialmente, desaparecieron todos. Pero en 1885 el erudito alemán Georg Schepps encontró en la biblioteca de la Universidad de Würzbourg, en Baviera, once opúsculos en un códice datados por los expertos como de finales del Siglo V y con evidentes caracteres de escritura española, con hermosas letras unciales. Consta de diez y ocho cuadernos que contienen en todo 146 hojas que reproducen textos de Prisciliano y de sus seguidores. En ellos aparecen parte de sus doctrinas y poemas místicos. Los tres más interesantes (para los estudiosos o teólogos al menos): el Liber Apologeticus, Liber as Damasum episcopum y el Liber de fide et de apocryphis.
Cuenta el escritor Fernando Sanchez Dragó (al que la figura de Prisciliano le apasiona) que, hace muchos años, y hablando con un anciano aristócrata gallego, éste le contó que hacía también muchos años, un cantero gallego le confesó, llorando, un secreto. En unas obras llevadas a cabo en la cripta de la Catedral de Compostela descubrieron sobre la supuesta tumba de Santiago una lápida donde se podía leer el nombre de Prisciliano. El obispo le ordenó destruirla a mazazos. Así se construye -o destruye- la historia.
La pregunta es, de nuevo: ¿quién está enterrado en Compostela?.
Fin del camino en Finisterre, como mandan los cánones. Donde acaba la tierra, donde se pone el sol.