Gatita en el refugio de montaña de La Renclusa, en la base del Aneto, totalmente feliz con un topillo que acababa de cazar
Una boca diseñada para cazar
la familia de los felinos son un grupo de cazadores superespecializados, auténticas «máquinas de matar», dotados de un sistema nervioso capaz de proporcionarles la coordinación y los reflejos necesarios para el acecho ya la caza, así como de unos órganos de los sentidos (vista, olfato, oído) de una finura exquisita, sin olvidar unas armas mortales como sus garras y sus colmillos.Asombra con toda esta parafernalia que haya presas que se les puedan escapar, aunque la explicación está en que, al igual que ellos evolucionaron para ser unos perfectos cazadores, sus presas han evolucionado para ser unos hábiles «escapistas», es la ley de la naturaleza.
Recuerdo una frase que repetía el gran naturalista Félix Rodríguez de la Fuente en sus documentales sobre la fauna ibérica, en éste caso rfiriéndose al lince ibérico:
…la vida del cazador es la vida del muerto de hambre: de cada diez veces que el lince acecha a un conejo, se le escapan nueve…
Como buenos cazadores que son, los felinos han ido especializándose, por tamaño y hábitat, en presas muy concretas, los que les aportan más alimento con el mínimo esfuerzo. En el caso de los leones -los únicos félidos salvajes sociales- son los grandes ungulados como las cebras, los búfalos o los antílopes que llenan la sabana africana. Precisamente se han hecho gregarios formando manadas por el esfuerzo que supone la caza de estos grandes animales, imprescindible si consideramos el gran esfuerzo que les supone cazar a un animal tan grande -hasta casi una tonelada de peso- y tan fuertemente armados como es el búfalo africano.
Los tigres, solitarios predadores de las junglas y los bosques asiáticos, se han especializado en ciervos y jabalíes, más fáciles de dominar para un cazador que actúa solo. Y en lugares menos exóticos como son nuestro monte mediterráneo, el lince se especializó en la caza del conejo, la presa ideal también para otros grandes cazadores como el águila imperial. De hecho, semejante especialización ha colocado a linces y águilas en situación crítica cuando los conejos escasean, debido a epidemias naturales, tales como la mixomatosis o la enteritis hemorrágica vírica. Cuando los conejos desaparecen, sus predadores naturales pasan hambre.
En el caso de los gatos, su espectro alimenticio abarca desde insectos hasta pequeños ungulados, pasando por todo tipo de aves y reptiles e incluso peces, nunca van a desaprovechar la ocasión de cazar cualquier «bicho» que se les ponga a tiro, porque con las cosas de comer no se juega. Pero tanto para las diversas especies de pequeños gatos salvajes como para nuestro gato doméstico, su presa ideal son los pequeños roedores y, especialmente, los ratones.
Dos cráneos de gato doméstico donde podemos apreciar perfectamente sus colmillos
La boca del gato está «diseñada » para cazar ratones. Es una paradoja que al examinar la boca de los gatos callejeros con mucha frecuencia los colmillos estén partidos, a consecuencia de las peleas entre ellos por el control del territorio y de las hembras. Al morderse unos a otros en el cuello o los costados, la dura piel de estas zonas en los machos (a veces se nos doblan las agujas a la hora de ponerles alguna inyección) hace de coraza para evitar graves lesiones, con la consecuencia de que los caninos suelen quebrarse.
Podríamos pensar que, ¡qué contrasentido!, esos colmillos deberían ser anchos y fuertes como los de los grandes felinos (leones, tigres, panteras…) o incluso los lobos y sus descendientes directos, los perros. La explicación está en sus diferentes hábitos de caza. A los grandes felinos, al igual que a los cánidos, les interesa sujetar muy bien a sus presas, por lo general grandes herbívoros (cebras, antílopes, ciervos, jabalíes) a los que asfixian mordiéndoles la garganta. El pobre animal se debatirá lo que tarde en morir, hasta un minuto, y el único riesgo es que acierte de casualidad con alguna patada de sus pezuñas.
Una excepción en las presas africanas y que quizá hayamos podido ver en los documentales sobre la naturaleza es la lucha entre el leopardo africano y los babuínos, o papiones, robustos monos que caminan en grupos por el suelo de la sabana y a los que los leopardos, cuando encuentran alguno suelto, atacan. Pero no son presas fáciles. Ya con considerar el nombre de la familia de estos monos nos podemos hacer una idea de su «seriedad»: cinocéfalos, que en griego significa «cabeza de perro».
Los papiones están siempre en competencia entre ellos mismos, peleando por la jefatura del grupo y son poseedores -en especial los grandes machos- de una boca temible, con unos colmillos que no tienen nada que envidiar a ningún Rottweiler. Y esta peligrosa boca, unida a su agilidad de monos, hace que hasta el leopardo más hambriento tenga muchísimo cuidado al atacar un babuíno, estableciéndose un tétrico ballet, saltando ambos como en un ring de boxeo, y no siendo nada raro que el leopardo, que aprecia su integridad física tanto como nosotros, decida en un momento dado que no vale la pena correr semejantes riesgos, y decida batirse «honorablemente» en retirada.
Las presas «tipo» de los pequeños felinos o de nuestros gatos cazadores, los roedores, no tienen la «cabeza de perro» de los papiones, pero son presas que en un momento dado se defienden bien. Hasta el menor ratoncito está dotado de unos incisivos agudos. En principio su uso es el de roer sus alimentos, pero cuando se debaten pueden inflingir serias y profundas mordeduras al defenderse. Todo el que ha sujetado un hamster «rebelde» se ha podido dar cuenta, en un momento dado, de lo bien que se defienden clavando esos dientecitos tan afilados. Y no hablemos ya de las ratas, cuyos mordiscos, más profundos, pueden resultar mortales si aciertan un órgano vital o un vaso sanguíneo importante.
La razón final de que los gatos tengan esos colmillos tan finos, como estiletes, es que su misión al cazar es clavarse entre las vértebras del cuello de los roedores y acabar con ellos de forma fulminante, antes de que puedan revolverse y morderles a su vez. No pueden permitirse el lujo de esperar un minuto, como cuando un león sujeta a una cebra por la garganta. Los que salen perdiendo con esta especialización evolutiva son los territoriales machos. Todos necesitan cazar, tanto machos como hembras, pero los machos deben además luchar por su territorio, y la evolución les ha protegido a ellos con su dura piel de los mordiscos…a costa de perder a menudo la punta de los colmillos.
Afortunadamente para nuestros gatos caseros se acabó la dependencia de la caza, y la competencia territorial. Mantienen la anatomía de su boca aunque ya sólo mastiquen las bolitas del pienso: ahí no van a tener la preocupación de que las bolitas se les resistan ni de que estén tan duras que su «sonrisa» se vea perjudicada por unas antiestéticas melladuras.
Este Felis lybica está entregado a una tarea tan peligrosa como cazar una víbora del desierto, poniendo en juego todas sus habilidades