Capítulo extraído de mi libro Terapias alternativas para tu animal de compañía.
¿Ángeles o demonios?
He hablado de las vacunas para nuestras mascotas domésticas en el capítulo correspondiente a las enfermedades infecciosas, pero no quería dejar de hacer algún comentario frente a la eficacia, a la inocuidad, la inutilidad o el daño que las vacunas puedan causar. Hay opiniones para todos los gustos. En círculos alternativos, e incluso entre algunos médicos, las vacunas están totalmente denostadas, y hay una tendencia creciente a no vacunar. Uno de los argumentos es que las vacunas sólo son un gran negocio para las potentes multinacionales farmacéuticas. Otro, son las posibles reacciones vacunales, debidas sobre todo a los excipientes, necesarios para la estabilidad de las vacunas.
Reacciones vacunales
Como pequeña lista, aquí van unos cuantos productos de los más usados como excipientes en diferentes vacunas, tanto las empleadas para las personas como en veterinaria, solos o combinados: gelatina, caseína, colágeno, miosina, tiroglobulina, laminina, sorbitol, suero bovino, proteína de huevo, formaldehido, fenoxietanol, fosfato de aluminio, hidróxido de aluminio, polisorbato, timerosal… Algunos de estos excipientes, sobre todo los constituídos por proteína, pueden producir una hipersensibilidad alérgica.
En 1998 apareció un artículo en la prestigiosa revista médica The Lancet (El Bisturí), firmada por el médico británico Andrew Wakefield. Wakefield vinculaba la vacuna triple vírica inoculada a los niños con el autismo. El artículo provocó un auténtico revuelo en los medios científicos, pero también obtuvo una amplia difusión mediática. Más tarde se demostró que no existía tal relación, que Wakefield había tergiversado datos y, de hecho, el doctor Wakefield fue inhabilitado por el Colegio de Médicos de Gran Bretaña, pero el escándalo había echado a rodar y no hubo quien lo parase.
Eficacia de las vacunas
Para empezar, ninguna vacuna, ni las más elaboradas, es eficaz al 100%. Es cierto que se han dado casos de reacciones graves: la reciente contra el papiloma del cuello uterino, unas pequeñas verrugas de transmisión sexual que suelen acabar evolucionando a carcinoma del cuello uterino, o el dramático caso de la que se conoció como «cepa rusa», contra la poliomielitis y que produjo la enfermedad en los años 60 en niños vacunados precisamente para prevenirla. Pero siempre hay que considerar a las vacunas como medicina preventiva.
Como ejemplo, unos datos frente a la incidencia del sarampión en las personas, y me baso en datos proporcionados por el Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III. En España, entre los años 1965 y 1978 comenzaron las campañas de vacunación. En principio cubría sólo sarampión aunque se fueron añadiendo paperas y rubeola, lo que se conoce como la Triple Vírica. Se consiguió una bajada drástica de los brotes de sarampión: frente a los más de 200.000 de los años 80, la cifra bajó a sólo 244 casos en 1999, casi mil veces menos. De hecho el sarampión casi llegó a estar erradicado: en 2004 hubo sólo 2 casos.
Hay un factor de riesgo, y son los grupos de inmigrantes (sobre todo de la Europa del Este y los magrebíes, con una política sanitaria bastante deficiente, cuando no nula) y también las poblaciones marginales, como los gitanos, donde el control sanitario es menor, y donde la incidencia del sarampión y otras enfermedades es mucho más alta. Pero hay otro factor, y es el de los grupos reacios a la vacunación infantil. Curiosamente, estos grupos reacios son gente de nivel cultural y económico de medio a alto. Pero la mentalidad “anti-vacuna” cada vez se extiende más y hay datos que demuestran el riesgo de no vacunar.
Los grupos anti-vacuna
Por ejemplo: en los Estados Unidos el sarampión se dio por erradicado en el año 2000. Sin embargo, en California, el estado donde más presencia tienen los “antivacunas”, fueron apareciendo casos hasta llegar a 644 en el 2014, la mayor incidencia en 20 años. En concreto en Diciembre de 2014 y en Disneyworld (en Orlando, estado de Florida) hubo un brote de 100 casos de contagio entre los niños que acudían con sus padres, más algunos otros casos entre los empleados del parque. El transmisor, al parecer, fue un visitante portador. Los niños contagiados en su mayoría (más de un 95%) no estaban vacunados previamente. En Europa, varios países, entre los que se incluye España, tuvieron incremento de casos durante el año 2011, de los que el 82% eran niños que no habían sido vacunados.
El porcentaje de padres anti-vacuna oscila entre un 1 y un 5%, aproximadamente, según países y según zonas. Pero los niños no vacunados cuentan con una ventaja si viven en países desarrollados con altas tasas de vacunación: si en un colegio, pongamos que uno de cada cien niños no está vacunado, el riesgo de contagio será ínfimo al estar correctamente vacunados los otros noventa y nueve, no habrá fuentes de contagio. Los padres quizá no “crean” en la vacuna, pero obviamente si que se están aprovechando de que otros padres crean y hayan vacunado a sus hijos.
El riesgo, en todo caso, sería para los otros noventa y nueve niños vacunados en caso de un brote, sobre todo si tenemos en cuenta que de cada 1.000 niños -o adultos- vacunados, uno puede que no desarrolle inmunidad. Si su entorno es seguro al estar todos vacunados, el riesgo de que alguien se lo contagie es prácticamente nulo. Pero si algún otro niño -o adulto- no está vacunado y coge la enfermedad, ese niño -o adulto- vacunado pero que no ha desarrollado inmunidad, sí que puede contagiarse.
Otra situación muy diferente se da en países tercermundistas con bajas o nulas tasas de vacunación. El hecho de no estar vacunado supone un riesgo real y alto de contagios. Como ejemplo, ahí están las tasas de mortalidad en muchísimos países a lo largo de la historia. En muchos países africanos se exige de forma obligatoria junto al pasaporte, la cartilla de vacunación contra la fiebre amarilla. Hay que ser un suicida para moverse por esos países y no protegerse, cuando está en nuestra mano.
Pero el caso más reciente y más dramático se produjo en Mayo del 2015, y fue el de un niño de seis años, de Olot (Gerona), enfermo de difteria, una enfermedad erradicada en España desde hacía 28 años. El niño, tras 25 días ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Vall d’Hebrón, falleció por las complicaciones cardiacas y renales de la enfermedad, pese a la aplicación de suero-antidifteria y los tratamientos asociados. La difteria es una enfermedad muy grave. En los años 30 del pasado siglo fue la tercera causa infecciosa de muertes en Gran Bretaña. Y en España, de entre las sucesivas epidemias de difteria, se conoció al año de 1613 como el año del garrotillo (por la asfixia que producía la inflamación de la garganta), y que se recordó especialmente con ese nombre por la enorme incidencia y mortandad, muy por encima de lo habitual, que padeció aquel año la población.
El niño de Olot, como es de suponer, tampoco había sido vacunado. Los padres pertenecían a asociaciones antivacuna aunque, escarmentados tras la muerte del pobre chaval, sí que han vacunado a su otra hija, e incluso ellos mismos. Por contacto con el niño enfermo unas diez personas adquirieron la bacteria de la difteria aunque, gracias al hecho de que en estos casos si habían sido previamente vacunados, no han desarrollado la enfermedad, y sólo estuvieron sujetos a tratamiento antibiótico para eliminar completamente la bacteria.
Pero una asociación antivacuna, la Liga por la Libertad de Vacunación, no sólo han sido capaces de cuestionar que la causa de la muerte del niño fuese la difteria, sino que siguen aconsejado no vacunar. Sin comentarios. Por el contrario, asociaciones de padres de alumnos están haciendo fuerza ante la administración para exigir la cartilla de vacunación a los niños en los colegios, como sucede por ejemplo en Italia.
En cuanto al sarampión, el caso de Francia es especial, porque es un país con muy bajas coberturas de vacunación. En el año 2008 se notificaron 23.000 casos y, de entre ellos, 10 fallecimientos. La evolución en España, sin ser tan dramática, al ser la vacunación obligatoria y, en general, respetada, también demuestra la correlación entre la no vacunación y los casos. Entre el 2007 y el 2009 hubo 135 casos. Ya en el 2010, fueron 260. Pero en el año 2011 ascendieron a 3.000. La inmensa mayoría, en niños no vacunados.
Otros ejemplos muy recientes demuestran que, pese a estar prácticamente erradicadas, son enfermedades para tomárselas muy en serio. El 18 de Febrero de 2015 murió en Berlín un niño de año y medio, de sarampión. Obviamente no había sido vacunado. No fue un caso aislado: desde Octubre del 2014 en la zona de Berlín se han detectado 450 contagios, de un total de 574 en toda Alemania, entre niños y adultos. Más del 95% no habían sido vacunados.
La rabia, mortal al 100%
Otras vacunas podrían considerarse indiscutibles, tales como la vacunación antirrábica, obligatoria en la mayoría de los países, incluida España, por el alto riesgo que supone a la población. La rabia es endémica en toda Asia, América (del Norte y del Sur) y África, y en la Europa del Este hay epidemias o focos con cierta periodicidad, propagada por los carnívoros salvajes, sobre todo los zorros y los lobos. Es lo que se conoce como la rabia selvática.
Se detectan casos también por parte de los biólogos, de murciélagos infectados que cruzan los estrechos: el de Gibraltar, viniendo desde África, o el Canal de la Mancha, desde Francia a Gran Bretaña. Son animales que, incoordinados al quedar afectado su sistema nervioso, pierden la capacidad de volar y caen al suelo. Por su pequeño tamaño no son peligrosos de cara a las personas, pero sí pueden darse casos de perros o gatos que, atraídos por el animal, pudieran ser mordidos.
En España está oficialmente erradicada hace más de 50 años, pero casi cada año se detecta algún caso de perros asilvestrados en Ceuta y Melilla que, igual que cruzan los inmigrantes ilegales, atraviesan las vallas desde Marruecos. También de perros provenientes del Norte de África adoptados por turistas, que atraviesan la península con sus dueños y comienzan a manifestar los síntomas en Europa. Como casos recientes: Francia, Julio del 2014, un gatito procedente de Marruecos. Francia, Mayo del 2015, un perrito procedente de Argelia. Holanda, Febrero del 2012, un perrito procedente de Marruecos. En Junio del 2013 tuvimos un caso de rabia demostrada en Toledo, producido por un perro supuestamente mal vacunado que, de vuelta de un viaje por Marruecos donde se supone pudo contagiarse, se escapó mordiendo a varias personas.
Aquí no caben consideraciones del tipo de prevenir reforzando inmunidad, buena nutrición, etc, como en otras enfermedades infecciosas donde el buen estado físico puede ayudar a salvar la vida. Si a un perro o gato (o un ser humano) perfectamente sanos un animal rabioso le muerde inoculándole la enfermedad, el resultado si no se trata a tiempo es la muerte en todos los casos. Según la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud), cada año mueren en el mundo entre 55.000 y 90.000 personas debido a la rabia. Se calcula que cada 10 minutos muere un ser humano a consecuencia de esta enfermedad. El 98% lo son por mordeduras de perro, y más de un 50% de las víctimas son chicos menores de 15 años, que se acercan o juegan con esos perros vagabundos.
Perros parias de La India: flacos, sarnosos…y a veces rabiosos
El último caso de persona infectada por la rabia en la península fue precisamente el de un médico malagueño en el verano de 1975 cuyo perro, a la vuelta de una estancia en Marruecos (donde fue infectado) le mordió. El médico descartó que su perro estuviese rabioso y para cuando el hombre manifestó síntomas el virus había afectado el sistema nervioso y ya era tarde. Y el último caso mortal en personas en España, aunque en territorio extrapeninsular, sucedió en Melilla, donde ya he comentado que se detectan casos todos los años y el contagio es más fácil, en 1979.
La malaria
En países desarrollados como los del mundo occidental, con un alto nivel de vida, nutrición más que suficiente y unas correctas medidas higiénicas, contamos con unas defensas a priori de las que carece la población del Tercer Mundo, mal alimentada y en condiciones penosas. Que el SIDA, la tuberculosis, el Ébola o la malaria sean un azote mortal en los países pobres no es casualidad.
Cuando el investigador colombiano Elkin Patarroyo desarrolló en 1997 su vacuna contra la malaria, causante de miles de muertes cada año en zonas tropicales (1ª causa de mortalidad infantil, de niños menores de cinco años en África) y donó, generosamente, su patente a la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) en vez de comercializarla, las multinacionales, que vieron perder el “negocio”, se le tiraron a la yugular criticando que tan “sólo” tenía una eficacia del 30%. Se calcula que la malaria mata cada año entre 700.000 y 2.700.000 personas (las estadísticas son complicadas en esas zonas), de las que el 75% son niños.
Cada año se calculan 400 millones de casos, la mayoría en el África subsahariana. Se sigue investigando la vacuna por potentes multinacionales, pero los resultados no superan de momento la tan denostada vacuna de Patarroyo. Si consideramos que de cada mil niños se salvarían al menos la tercera parte, creo que su uso ya está justificado. Lo ideal será cuando esos millones de niños mejoren sus condiciones nutricionales o higiénicas…lo que por desgracia tardará aún muchos años.
Niños africanos, las víctimas de la malaria
La viruela
Tras la llegada de los españoles al Nuevo Mundo la población indígena quedó diezmada debido a la mortandad producida por una epidemia de viruela, transmitida al parecer por un esclavo negro enfermo, desconocida y ante la que no tenían defensas. Según las crónicas el esclavo viajaba en los barcos con los que Pánfilo de Narvaez desembarcó en Yucatán con la intención de hacer prisionero a Hernán Cortés. La epidemia asoló al imperio azteca y facilitó en parte la conquista de Méjico.
La viruela se consideró erradicada en todo el planeta en 1980, el último caso se produjo en Somalia. Desde entonces se conservan cepas congeladas en dos almacenes oficiales: el CNC (Center for Disease Control and Prevention) de Atlanta, en USA, con 350 cepas, y el VECTOR de Novosibirsk, Rusia, con 120 cepas. La cuestión de mantenerlas y no destruirlas se basa en la posibilidad de investigación, de obtener nuevas vacunas y de un supuesto control en caso de bioterrorismo o guerra bacteriológica.
Niño africano enfermo de viruela
Sólo en Europa enfermedades como la misma viruela o la difteria (conocida popularmente como el garrotillo, hasta hace cien años, al producir muertes por asfixia debido a la inflamación de la garganta) que antes producían miles en muertos, hoy día están erradicadas, por el hecho de la prevención.
La filosofía del uso de las vacunas al fin y al cabo es de la medicina preventiva: prevenir y de esa forma evitar la aparición de un mal mayor. Pero lo más curioso es que el mecanismo de acción de las vacunas sea muy parecido que el de una medicina alternativa muy denostada por la medicina oficial, la homeopatía (de la que hablaremos en extenso). Similia similibus curantor, como dijo su creador, el alemán Hannemann: una pequeñísima aplicación de lo que causa la enfermedad, produce una reacción en el organismo que ayudará a curar la enfermedad en sí.
Otro debate frecuente entre profesionales de la salud (médicos, veterinarios, investigadores) es, si se admite la necesidad de las vacunas, cuales utilizar, en qué momento, con qué plazos y con qué frecuencias. Todos los mamíferos, incluido el ser humano, por supuesto, adquirimos nuestras primeras defensas (las Inmunoglobulinas IgA, IgM e IgG) contra las infecciones al mamar los calostros, la primera leche que producen las madres tras el parto. Para según que enfermedades, estas defensas maternales tienen un tiempo de efectividad variable, de algunos meses. En Veterinaria conocemos con bastante certeza estos plazos, y aconsejamos pasado ese tiempo inmunizar a las crías con calendarios de vacunas, según cada especie.
Hay poca discusión, aunque alguna hay, en cuanto a la importancia de las primeras vacunas. Las dudas surgen en cuanto a la necesidad de revacunar periódicamente frente a algunas enfermedades. En el caso de nuestras mascotas: rabia, moquillo, hepatitis, leptospirosis o parvovirosis, como más habituales en el caso de los perros, y en el caso de los gatos herpesvirus, calicivirus, panleucopenia o leucemia. Decía que hay opiniones para todos los gustos, y una de ellas es la influencia desfavorable del exceso de vacunaciones para la salud de nuestras mascotas, con argumentos que pretenden ser sólidos.
Los laboratorios aconsejan revacunación anual pero, ¡claro!, puede surgir la duda sobre si es una necesidad biológica o, tal vez, conveniencia económica. En algunas enfermedades se ha demostrado que la inmunidad se prolonga más allá del año aconsejado, llegando a los tres, los siete años, o incluso toda la vida. La polémica está servida.