1ª parte:
-Introducción. Orígenes del antijudaísmo
-El guía: Mario Sinay
-Comienza el viaje. Varsovia
-Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
-Los antecedentes. La invasión nazi
-Comienza la caza del judío
-El ghetto de Varsovia
2ª parte:
Comienza el exterminio. Treblinka
La revuelta judía del ghetto de Varsovia
La aldea de Tykutin y el bosque de Lubojova
Lublin, cuna de la ortodoxia
El campo de Majdanek
Cracovia
3ª parte:
Schindler, el de la lista
Auschwitz-Birkenau
Los experimentos de Auschwitz
La vida cotidiana en los campos
El fin de Auschwitz
1ª parte:
Introducción. Orígenes del antijudaísmo
No sé ni por dónde empezar. He necesitado de las abundantes notas que tomé durante el recorrido, de las casi 900 fotos que hice por todos lados, de hojear libritos y folletos que reuní durante el viaje y muchos datos gracias a la inestimable ayuda de la Wikipedia para conseguir ordenar mis ideas. No obstante me quedaré corto. Para los interesados hay innumerables testimonios en forma de libros escritos por los supervivientes y cuya lista sería interminable.
Todos tenemos en la cabeza la idea del Holocausto, y nombres como Auschwitz, Treblinka o el doctor Méngele nos resultan familiares. Pero, por más que hayamos visto fotografías y reportajes, por más que hayamos leído sobre los ghettos y los campos, lo cierto es que hay que verlo con nuestros propios ojos, hay que estar allí para entender la magnitud de lo que fue una auténtica industria sistematizada y organizada por los nazis del expolio y de la muerte, y que se extiende mucho más allá de lo que fue el Holocausto judío. Pero vayamos por partes.
Mi hija Maya me convenció para apuntarme a un tour por Polonia, donde el motivo del viaje era un recorrido por varias ciudades en las que los judíos fueron encerrados en ghettos para, más adelante, ser confinados en campos de trabajo o, directamente, ser conducidos a los campos de exterminio. El nombre del tour era «Un viaje de la memoria», totalmente acertado, pienso yo. El viaje en sí estaba organizado por una agencia israelí, especializada en estos temas, y orientado para judíos. Pero no es necesario ser judío -aclaro que ni mi hija ni yo lo somos- para «disfrutar» (entre comillas) de semejante experiencia, cuando las ganas de conocer en directo son más fuertes que los prejuicios o que el rechazo.
Porque en España y por lo general, lo «judío» nos suele generar, como mínimo, cierta desconfianza. Viene de atrás. Ante persecuciones y represiones dictatoriales de toda índole y tendencia siempre habrá quien diga el comentario de…¡algo habrán hecho!... Por motivos históricos o de afinidad con los musulmanes, en España despiertan más simpatía el pueblo saharaui o los palestinos, por ejemplo. Y a los judíos en general se les ha considerado siempre como ejemplo de avaros, ricos y anticristianos. Un argumento antiguo era el de que fueron los responsables de la muerte de Cristo. Además, solían ser los asesores económicos y los prestamistas de los reyes europeos, o los recaudadores de impuestos, tarea siempre impopular… pero sea por estas u otras razones, la historia del pueblo judío ha sido desde la Diáspora (desde la expulsión por parte de los romanos de su patria original), en la Edad Media y en todo el mundo antiguo la historia de un pueblo acosado, castigado, masacrado, marginado…
Diásporas hubo varias, no sólo la del emperador Tito, tras el asedio y destrucción de Jerusalén. En diferentes periodos se los expulsa de Bizancio o de algunos países conquistados por el Islam en sus comienzos. Durante la Edad Media en Europa sufrieron persecuciones, tenían prohibido poseer esclavos (algo legal en aquellos tiempos) ni tierras, pertenecer a los gremios que regulaban los trabajos, así como ingresar en el ejército o trabajar en profesiones liberales.
A partir de la Ilustración del Siglo XVIII las relaciones se suavizaron pero aún así durante mucho tiempo tuvieron prohibida toda participación en la administración pública o excluídos de las universidades. Sólo hizo falta con el auge del nazismo que se convirtieran en cabeza de turco, en los supuestos responsables de la miseria de la población alemana, e incluso los causantes de la pérdida de Alemania en la conocida en su momento como la Gran Guerra: la 1ª Guerra Mundial. Adolf Hitler en el Mein Kampf se refiere a ellos como …el bacilo disolvente de la sociedad humana…Seis millones de muertos fue el precio que debieron de pagar los judíos ante estos prejuicios.

El guía: Mario Sinay
En principio el grupo iba a ser mayor pero, por motivos que no vienen al caso, a última hora se borraron varios, con lo que el grupo quedó reducido a cuatro viajeros: mi hija Maya y yo, más una pareja de judíos argentinos de la ciudad (argentina) de Córdoba, Bobby y Adriana. Para nosotros fue la situación ideal: más fácil guiar a cuatro que a diez o a cuarenta, y con el guía casi para nosotros solos.

El grupo, cenando en Cracovia. De izquierda a derecha: Bobby, Adriana, Maya, yo y Mario.
Porque, aparte de lo que vimos, lo mejor del viaje fue el guía: Mario Sinay. Nacido en Argentina, a los quince años se fue a Israel donde vive desde entonces. Estuvo en el ejército hasta los cuarenta y cinco años. Estudió comunicación, especializado en documentación gráfica. Y se dedica a guiar grupos, principalmente aunque no sólo por Israel y Polonia. No llegamos a hacernos amigos, una semana no da para tanto, pero nos cogimos mucho afecto.
Mi hija Maya y yo hemos viajado juntos a muchos destinos (Grecia, Islandia, Italia, Austria, Francia…) y cuando es posible valoramos el ir acompañados con buenos guías: te ilustran el recorrido y hacen disfrutar mucho más el viaje. Pero por encima de todos ellos, el ejemplo de Mario fue, con mucho, el mejor. Nos contó que lleva de guía unos 12 años, 188 viajes hasta ahora. Y se nota la experiencia. Hombre muy informado, sumamente documentado y, sobre todo, un magnífico comunicador: cada día aparecía con una carpeta, repleta de fotos del Holocausto y numerosos textos: desde poemas a testimonios de testigos y supervivientes de lo que fue la experiencia de los ghettos y de los campos. Algunas de las fotos que acompañan esta entrada están tomadas directamente de las que Mario nos iba enseñando. Llevaba asimismo un pequeño altavoz conectado por wifi con el móvil y en algunos lugares especiales como en los cementerios, en los ghettos, en los campos de exterminio o en las sinagogas, nos hacía escuchar kadish. En la tradición judía es importantísimo. Para aquellos ajenos a su tradición, los kadish son unos cantos religiosos, siempre recitados en público y redactados en arameo, el idioma del pueblo judío en la época (talmúdica) en que fueron compuestos. En ellos se hace un panegírico a Yahvé al que se pide que acelere la venida del Mesías. Hay varias clases de kadish, según la ocasión y el contexto, aunque el más utilizado es el kadish del Duelo, o el kadish yatom = la plegaría de los huérfanos, como una señal de respeto que uno puede dar a aquellos que han fallecido.
Mario «jugaba» mucho con los efectos, nos manejaba muy bien. A menudo nos hacía mirar algún edificio con cualquier excusa y cuando estábamos en ello nos decía: Ahora vuélvanse y miren acá… y el objetivo real era otro edificio, algún trozo del muro del ghetto o alguna placa en concreto. Muchas veces nos enseñaba una foto de la época donde nos hacía reconocer algún detalle actual pero que, en la foto, se veía acompañado de los judíos o de los SS. Constantemente, fotos de la época, con la gente concentrada en los ghettos, recién desembarcados con sus petates del tren en los campos, conducidos a las cámaras de gas o trabajando como lo que eran, como esclavos, en los barracones. Y en los trayectos en coche (a Lublin, a Cracovia, a los campos de exterminio…) nos ponía en el ordenador largas secuencias de películas, tales como El pianista, La lista de Schindler, o El triunfo del espíritu, centradas en el Holocausto, donde se escenificaba muy bien el ambiente de los ghettos y de los campos, y donde algunas de sus localizaciones Mario nos enseñaba después en la visita al ghetto o al campo en cuestión. Sumamente ilustrativo. Aunque ya las había visto, daban ganas de volver a verlas, para apreciarlas mejor.
Comienza el viaje. Varsovia
Polonia me sorprendió por su nivel de crecimiento. Varsovia estaba llena de grúas (indicio de construcción) y, sobre todo, en las autovías que recorrimos. En prácticamente todas, se estaban desdoblando los carriles, evidentemente se les estaban quedando insuficientes. Gran tráfico de camiones. Nos fijábamos en las matrículas: además de polacas, numerosas matrículas rusas, alemanas, bielorusas, lituanas, ucranianas… Polonia está en una encrucijada estratégica (lo cual ha sido causa de las constantes invasiones) para el transporte de mercancías, lo que evidenciaba tanto camión.
En Varsovia nos alojamos en uno de los hoteles situados en el centro comercial y empresarial por excelencia, con numerosos centros comerciales y altos edificios modernos de cristal, rodeando al edificio más emblemático: el Palacio de la Cultura y de la Ciencia, un regalo de Stalin a los polacos en los años 50, enorme edificio de más de treinta plantas y con una arquitectura de inspiración soviética. Nada más verlo me recordó mucho al hotel Rossía (en ruso: Rusia) situado en un meandro del río Moscova, en Moscú. Por cierto, los varsovianos lo odian, como símbolo que es del dominio soviético durante la guerra fría, y hasta se propuso tras la democratización de Polonia en 1.989, su demolición. Eso de demoler es tendencia común tras cambios de gobierno. En España se propone por algunos grupos políticos demoler el Valle de Los Caídos, símbolo del franquismo, por ejemplo, pero Mario, mi hija y yo estábamos de acuerdo en que no hay por qué derribar nada que al fin y al cabo forma parte de la historia. Escudados en esa tendencia purificadora se han quemado muchas bibliotecas a lo largo de la historia. Y por esa regla de tres hasta se podrían demoler las pirámides de Egipto, levantadas por esclavos. Y nada mejor que Polonia como ejemplo, que han preservado lo que queda de los campos, pese a ser la representación del horror, como memoria de lo que pasó.

Actualmente el Palacio de Cultura alberga teatros, salas de exposiciones, centros culturales, sede de congresos e incluso dos universidades privadas. Y es el centro desde donde se miden las distancias a toda Polonia, algo así como nuestro «kilómetro Cero», de la Puerta del Sol. Por cierto: con semejante pasado, polémica y visibilidad, pregunté a nuestro chofer polaco si a tan notorio edificio no le habían rebautizado los varsovianos con algún nombre coloquial, tales como el «Pirulí» de Madrid o el puente «El Paquito» de Sevilla… Se quedó pensativo un rato y al final respondió: No, el Palace le llaman… Obviamente los varsovianos no tienen el sentido del humor que gastamos por aquí…
Comenzamos el tour por Varsovia. Para empezar, poco queda de la ciudad de antes de la guerra. Sufrió tres episodios de bombardeos masivos: los dos peores la conquista alemana a partir de Septiembre de 1.939 con el uso intensivo de la aviación y la artillería y, ya en 1.944, el castigo nazi por la revuelta polaca, animada ésta por la cercanía del ejército ruso. Aún sufrirían otro gran bombardeo por parte del avance soviético para desalojar al ejército alemán. Como consecuencia, al acabar la guerra Varsovia quedó destruída en un 85%. Algún edificio resistió, lo milagroso es que tras tan severo castigo alguno se mantuviera en pie.
Primera parada: el cementerio judío de Varsovia
El primer punto al que nos llevó Mario fue al cementerio judío. Muy extenso, unos de los mayores de Europa, ocupa más de 33 hectáreas. Fundado en 1.806, y sólo interrumpido durante la Segunda Guerra Mundial. El húmedo clima de Varsovia ha favorecido el crecimiento de los árboles, altos y tupidos, los grandes helechos o el musgo que cubre las abundantes lápidas (o, para ser más exacto, macevas, como se nombran por los judíos), dándole un aspecto sombrío, semiabandonado. Más de 200.000 tumbas identificadas, aunque en razón del tiempo transcurrido desde su creación, o bien debido a la muerte o el exilio de muchos varsovianos durante el Holocausto, la inmensa mayoría yacen en un estado de total abandono. Los caminos principales están pavimentados, y los monumentos más importantes están cerca de la entrada: homenaje a los niños muertos en el ghetto. Al lado, un monumento al doctor Janus Korczak, director de la Casa de los Huérfanos de Varsovia, que no quiso dejarles solos cuando ordenaron llevarles al campo de exterminio de Treblinka. Cerca de allí y en la calle principal, otros monumentos: a los héroes del levantamiento judío en el ghetto, a comunistas judíos, a destacados rabinos o a protagonistas de la cultura polaca, tales como escritores, filósofos, intelectuales (como el doctor Zamenhof, creador del esperanto), o la gran actriz de teatro Esther Kaminska. Pero si te apartas un poco o miras a los lados de la calle principal, numerosos caminos embarrados se abre paso por doquier entre los árboles, mostrando a través de la penumbra verde mausoleos y lápidas deterioradas, medio ocultas bajo el musgo.

Memorial a los niños muertos en el Holocausto
Muy cerca de la entrada, dos espacios cercados, uno al lado del otro, del tamaño aproximado de una pista de tenis, están curiosamente libres de lápidas. Mario nos fue contando, ilustrando sus palabras como siempre con numerosas fotos de la época: aquí despejaron el terreno y se abrieron fosas comunes para enterrar a los cada vez más abundantes fallecidos dentro del ghetto. De unos 100.000 que allí murieron, se calcula que unos 20.000 acabaron en estas fosas. En las fotos que nos enseñaba Mario se podía ver esa imagen que se ha hecho icónica de cadáveres desnudos y esqueléticos, traídos en carretas y arrojados a los fosos, de cuatro o cinco metros de profundidad. Cuando los cuerpos formaban una capa, se les echaba cal por encima y volvían a arrojar más cadáveres. Creo recordar, no estoy seguro, que aquellos miles de muertos siguen ahí enterrados, anónimos, sin identificar.
Aunque la mayoría de las más antiguas eran lápidas grabadas verticales, había bastante variedad. Algunas eran una simple lápida vertical o bien colocadas sobre el suelo, mientras que otras eran mausoleos familiares, más o menos ostentosos. El estilo era muy variado, según el gusto familiar o la filosofía de los allí enterrados. Eran todos judíos, pero había -y hay- muchas tendencias, como las hay en el cristianismo. Por ejemplo: el texto solía estar en yiddish (la lengua de los judíos polacos) o en hebreo (la lengua sagrada), pero las había escritas en polaco, incluso algunas pocas en inglés. Decoraciones con estilo Art Nouveau, monolitos de imitación egipcia, templetes, bóvedas, bajorrelieves figurando puertos con barcos (familias de comerciantes)… En las más clásicas Mario nos explicaba a mi hija Maya y a mí la para nosotros desconocida iconografía judía: águilas (que representaban al reino polaco) junto a leones (símbolo del reino de Judá). Candelabros, que creo recordar representaban a los rabinos, recipientes con agua o llamas. O una figura repetida que me llamó la atención y que más tarde ví en un graffiti infantil en Auschwitz: la imagen de un árbol tronchado, representación de la figura de una madre muerta. Si en el árbol roto había un nido con dos o tres polluelos, la imagen nos contaba que la mujer murió dejando dos o tres huérfanos… Y en muchas de ellas, las señales dejadas por el impacto de las balas, dirigidas a los judíos que, huyendo de los nazis, se escondieron en la espesura del cementerio.

A una madre muerta que dejó dos «polluelos»
Visitando el cementerio había numerosos grupos de judíos, igual que nos los iríamos encontrando durante todo nuestro recorrido. Algunos, con la bandera de Israel por encima de los hombros. En los ghettos así como en Cracovia o en los campos de Majdanek, Auschwitz y Birkenau, grupos de militares israelíes. Mario, ex-militar, me contó que al menos una vez vienen desde Israel para visitar estos lugares tan importantes para ellos. Él los ha guiado en numerosas ocasiones y nos contaba que siempre traen consigo en la visita a los campos algún superviviente de los pocos miles que van quedando. Tuvimos ocasión de verlo en Birkenau: en uno de los barracones un numeroso grupo de militares guardaba un respetuoso silencio escuchando a un anciano que hablaba. Mario me explicó que no sueltan ningún tipo de mitin. Simplemente, recuerdan lo que hacían, lo que comían, cómo trabajaban y cómo vivían. Ese simple testimonio para ellos ya es muy importante.

Militares israelíes escuchando el testimonio de un superviviente
En espacios de respeto para los judíos (sinagogas, cementerios, monumentos, memoriales…) los hombres se cubren la cabeza con la kipá, esa pequeña gorrita que apenas les tapa, en señal de respeto a Yahvé, simbolizando que no son lo más alto, sino que sobre su cabeza hay algo siempre superior (y que me perdonen los judíos si no es la explicación correcta). Yo, insisto, no soy judío -y lo aclaro ni por excusarme ni por justificarme- y como tal no estaba obligado a cubrirme, pero comenté con Mario que por respeto me podría poner una pequeña gorra de visera que llevaba por si la lluvia. Le pareció perfecto: cualquier cosa puede valer. Y yo creo, por su mirada, que ese pequeño signo de respeto le pareció bien.
Los antecedentes. La invasión nazi.
…ataud de los judíos… De esta forma tan gráfica llamó Heinrich Himmler al ghetto de Varsovia. Himmler fue el hombre de confianza de Adolf Hitler. Ministro de Interior, Jefe Supremo de las temidas SS (Schutzstaffel = escuadrón de protección), responsable de la planificación y construcción de los campos de exterminio. Si Hitler fué el ideólogo del Holocausto, Himmler fue el ejecutor.
No sólo los nazis mataron judíos (ni sus víctimas fueron sólo judíos, como veremos). Tras el ascenso al poder de Hitler se planificó la llamada Política de Higiene Racial destinado a esterilizaciones forzosas, así como el programa Aktion-4, para la eutanasia activa. Sin que sirva de descargo podemos comentar que, en países tan «desarrollados» como los Estados Unidos y de Europa occidental, ya a finales del S.XIX y comienzos del S.XX se implementaron políticas de esterilización forzada y masiva. Aunque el caso de Alemania bajo los nazis fue especial. Desde la subida de Hitler al poder en 1.933 hasta el año 1.939 se calcula que 400.000 alemanes «arios» fueron esterilizados, y unos 275.000 directamente asesinados en cámaras de gas, como un ensayo de lo que vino después.
Los esterilizados (con radiación o inyecciones de productos químicos)) y eliminados: delincuentes comunes y juveniles, enfermos mentales, discapacitados físicos (ciegos, sordos, impedidos), enfermos crónicos, disidentes políticos, alcohólicos, pedófilos, homosexuales o vagabundos. Entre ellos, 70.000 niños. Catalogados todos bajo la categoría de Lebensunwertes Leben = «vida indigna de ser vivida». Aún esos arios «indignos de vivir» eran superiores a los europeos, tales como franceses, ingleses u holandeses. Pero por debajo de ellos estaban los eslavos, considerados como Untermenschen = infrahombres. No había más escalones humanos por debajo de los eslavos, ni siquiera los judíos. Para los nazis, no se les consideraba tan siquiera como seres humanos.

Batallón compuesto por judíos en la Iª Guerra Mundial, alemanes de pleno derecho, algunos de ellos merecedores de la Cruz de Hierro por su valor (y que no les valió de nada cuando el Holocausto)
En Alemania se conocen al menos seis centros donde se realizaron las campañas de esterilización y exterminio, en origen simples hospitales, a los que se adaptaron cámaras de gas (utilizando el anhidrido carbónico producto de la combustión de motores de camiones). De algunos hay registros bastante detallados, como el de Graefeneck, donde podemos saber que murieron 9.839 alemanes, o el castillo/hospital de Hartheim donde, entre Enero de 1.940 y Diciembre de 1.944 se eliminaron a 18.269 «enfermos». De entre ellos, 436 españoles procedentes del campo de Mauthausen. Tras la experiencia adquirida con el manejo de las cámaras de gas, muchos de los médicos que trabajaron en estos centros fueron posteriormente destinados a los campos de exterminio en territorio polaco.
Tras la partición de Polonia entre Alemania y la Unión Soviética, ambos países se dedicaron a masacrar polacos. El 23 de Agosto de 1.939 los ministros de Asuntos Exteriores alemán y soviético, von Ribbentrop y Molótov firmaron en Moscú el Tratado de No Agresión, con el que Alemania se daba un tiempo antes de atacar a los rusos y se concentró para atacar el frente occidental. Confiado Stalin en la palabra dada y, pese a los recelos que el despliegue alemán en la frontera ruso-alemana iba despertando, la ofensiva alemana conocida como la Operación Barbarroja barrió en un principio a las fuerzas soviéticas, el 22 de Junio de 1.941.
Pero antes de eso y respaldados mutuamente por su Tratado de No Agresión, se repartieron Polonia. El 1 de Septiembre de 1.939 Alemania invadió su parte acordada, pese a la desesperada resistencia del ejército polaco, en inferioridad de condiciones frente a la moderna Wehrmacht (en alemán: fuerza de defensa, nombre dado al ejército del Tercer Reich). El 17 de Septiembre, lo hicieron los soviéticos. Ambos países descabezaron la oposición polaca, encarcelando, fusilando o mandando a campos de trabajo a intelectuales, profesores, sindicalistas y oficiales del ejército.
Un episodio, esta vez por parte de los rusos, fue la conocida como la matanza del Bosque de Katyn, a 15km de la ciudad de Smolensk. Allí fueron enterrados en fosas comunes unos 22.000 (un mínimo de 21.768) polacos: 8.000 oficiales del ejército, 6.000 policías y el resto intelectuales, profesores y sindicalistas. Tras el descubrimiento fue relativamente fácil identificar a las víctimas: habían sido arrojado a las fosas con sus uniformes y sus pertenencias. Ejecutados por el efectivo método del tiro en la nuca, entre Abril y Mayo de 1.940, por órdenes directas del siniestro Beria, jefe de la policía y el servicio secreto soviético, mano derecha de su paisano (georgiano) Stalin. Lo «bueno» fue que fueron los nazis los que descubrieron las fosas en su avance por Rusia tras el comienzo de la Operación Barbarroja, atribuyendo la matanza a los soviéticos. Aunque durante muchos años los soviéticos lo negaron, echándole la culpa a los nazis. Varios monumentos guardan su memoria en Polonia. En Cracovia pudimos ver una larga cruz en el suelo formada por velas encendidas.

Aparte de las masacres de Polonia, los nazis aún fueron responsables de otras en territorio soviético conquistado tras la Operación Barbarroja. En los barrancos de Babi Yar, próximos a la ciudad ucraniana de Kiev, se calcula un total de entre 100.000 y 150.000 ejecuciones durante la ocupación alemana: soldados rusos prisioneros, militantes comunistas, gitanos, partisanos ucranianos y ¡cómo no!, judios. Entre el 29 y el 30 de Octubre de 1.941 y durante 36 horas ininterrumpidas, fueron fusilados 33.771 judíos. La masacre alcanzó tal nivel que los soldados ejecutores se acabaron quejando a sus superiores de que los uniformes acababan empapados de sangre por las salpicaduras de los disparos. Los oficiales nazis, con la pragmática mentalidad alemana, decidieron en sus instrucciones para la tropa mantener una distancia mínima «higiénica» de 10 metros entre soldados y fusilados, aunque dado el «volumen de trabajo» comenzó la planificación de los campos de exterminio a cargo del no menos pragmático Heinrich Himmler. Y ya puestos con el pragmatismo, dentro de las SS se creó un cuerpo especial: los Einstazgrüppen, especializados en fusilamientos masivos, que se desplazaban de un lugar a otro para su «trabajo», desde los estados bálticos hasta Ucrania aunque más tarde, para evitar los gastos en desplazamientos y en balas, los encargados de la eliminación fueron las cámaras de gas dentro de los campos.

Instrucciones para la tropa, para una «correcta» ejecución de los condenados
Comienza la caza del judío
Se calcula que en Polonia un 10% de la población era judía. Tan sólo en Varsovia y de una población total de cerca de un millón y medio, unos 450.000 eran judíos, de los que aproximadamente 100.000 murieron en el ghetto, de hambre, de frío y de enfermedades, sobre todo a causa del tifus, transmitido por los piojos y las chinches. A la semana de la invasión, el 9 de Septiembre de 1.939, los nazis declaran una orden general para confinar a los judíos en los ghettos, perfectamente identificables con la estrella de David: una estrella de seis puntas en color azul sobre una banda blanca, cosida en sitio visible sobre sus ropas.
En Polonia les pilló de nuevas, tras la invasión alemana del 1 de Septiembre. En Alemania y en Austria (anexionada oficialmente en la Anschluss = «la reunión», el 12 de Marzo de 1.938) tras la subida al poder de Adolf Hitler, el 30 de Enero de 1.933, comenzó una serie de leyes restrictivas contra los judíos. La primera excusa fue el incendio del Reichstag en Berlín la noche del 27 de Febrero de 1.933. Aunque se detuvo allí mismo, se juzgó y se condeno a muerte a un joven albañil desempleado, comunista holandés, Van der Lubbe (lo que les dió la excusa perfecta para detener en toda Alemania a sus viejos enemigos, comunistas y socialistas), el clima tenso y enrarecido favorecía cada vez menos la presencia judía. Es a partir de 1.933 cuando mediante sucesivos decretos se les prohibe trabajar en la administración pública, los matrimonios mixtos e incluso las relaciones sexuales entre judíos y arios, se les priva de la ciudadanía alemana declarándoles apátridas y, por tanto, del derecho a voto, y se les excluye de ciertas profesiones como la medicina o la educación. Los 600.000 judíos de Alemania son señalados como enemigos.
El punto álgido llegó con la conocida como la Kristallnacht = la Noche de los Cristales Rotos, del 9 al 10 de Noviembre de 1.938. Como detonante, el asesinato a tiros un día antes del secretario de la embajada alemana en París a manos de un joven judío polaco de 17 años, Herschel Grynszpan. Herschel actuó desesperado ante las noticias que le hicieron llegar sus padres, judíos polacos emigrados a Hannover en 1.911. Por una orden del gobierno nazi cancelaron los permisos de residencia para extranjeros y, entre otros, los judíos polacos fueron obligados a regresar a Polonia, transportados en camiones y trenes, permitiéndoles llevar con ellos tan sólo una maleta. El resto de sus propiedades (casas, muebles, negocios…) fueron requisados por los nazis. 17.000 judíos fueron transportados a la frontera el 27 de Octubre de 1.938, y dejados allí a su suerte, al negarse los polacos a dejarles entrar en su territorio. Durante días o semanas, los judíos permanecieron abandonados en tierra de nadie, sin cobijo ni comida. De los 17.000 sólo 4.000 fueron al final admitidos. El resto (13.000) fueron llevados a campos de concentración.
Con la Noche de los Cristales Rotos comenzaron las masacres, como venganza y bajo la excusa del asesinato de von Rath, el secretario de la embajada alemana en París. Organizada por el lugarteniente de Hitler, Joseph Goebbels, fue ejecutada por los SA (Sturmabteilung = sección de asalto, compañía paramilitar), por los SS y por la Juventudes Hitlerianas, apoyadas por la Gestapo (policía secreta del estado). 91 judíos alemanes fueron asesinados y 30.000 detenidos y enviados a campos de concentración en Alemania, como Dachau (inaugurado precisamente para confinarles) y Buchenwald, principalmente. En Alemania fueron quemadas 1.574 sinagogas más las 94 de Viena. Alrededor de 7.000 comercios propiedad de judíos fueron destruidos, la mayoría en Munich y Berlín, pero también en otras ciudades con fuerte presencia judía, como Viena. Recordemos que pocos meses antes Austria ha sido anexionada e incluída en el programa nazi.
Es a partir de 1.938 cuando las medidas antijudías se endurecen. Se confiscan sus pasaportes, son obligados a declarar todos sus bienes y queda prohibida toda la prensa judía: diarios, revistas, libros… Antes de ese año los judíos alemanes y austríacos aún tuvieron la oportunidad de salvar sus vidas, saliendo del país. Dos tercios de la población judía de Austria y Alemania consiguieron escapar, marchando a Holanda, Bélgica, Francia o Italia (donde tras la conquista alemana serían capturados) o aún más lejos: América del Norte y del Sur… Entre otros la madre de Bobby, nuestro compañero de viaje, nacida en Viena y que acabó en Córdoba, Argentina. El tercio restante se quedó, bien por falta de medios materiales para pagar su viaje, o con la ilusoria esperanza de que, aún estando mal, las cosas no podían ser peores. El tiempo se encargaría de demostrarles que sí, que siempre las cosas pueden ser mucho peores.

Un miembro de las SS rapando las barbas a los judíos
Aunque los que se fueron a tiempo consiguieron al menos salvar la vida, el sentimiento de desarraigo y de frustración, y el pensar en la suerte de los que allí quedaban, produjeron un gran sentimiento de depresión. Muchos de los supervivientes de los campos manifestaron un complejo de culpa pensando que por qué ellos habían tenido que salvar la vida, frente no ya a los millones que murieron, sino quizá su familia entera, sus amigos…. Un sólo ejemplo muy revelador es el del escritor austríaco de origen judío Stephen Zweig, el escritor más traducido en alemán después de Goethe. De familia acomodada, tuvo ocasión de viajar en su juventud, cultivando la amistad de numerosos intelectuales. Prolífico autor de novelas y biografías y traductor del francés, sus obras fueron prohibidas en Alemania en 1.936. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial consiguió escapar junto a su segunda mujer, iniciando un periplo que le llevó a París y Londres, y más tarde a los Estados Unidos y varios países de Hispanoamérica. Pero el sentimiento, ante un Hitler victorioso en todos los frentes, de que el nazismo acabaría conquistando el mundo, le condujo a suicidarse junto a su mujer en Brasil, el 22 de Febrero de 1.942, antes incluso de que llegase a conocer el desarrollo de la Solución Final.
El «negocio» de ilegalizar a los judios le salió redondo al gobierno nazi. Los trabajos que les fueron prohibidos (en la administración, profesorado, medicina y otros) fue cubierto por los no-judíos, reduciendo el número de los parados. Daba igual si no eran tan buenos profesionales: no eran judíos. El expolio de casas proporcionó viviendas a los que no las tenían, o la posibilidad de mejorar la propia… y como los judíos generalmente eran buenos administradores, vivían en buenas casas. El cierre o destrozo de sus comercios tras la Noche de los Cristales Rotos, eliminó competencia para otros comerciantes. El cierre de sus fábricas y empresas, lo mismo. Uno de los beneficiados, por ejemplo, fue Schindler, el de la famosa «lista», del que hablaré más tarde, y que se quedó con la fábrica de esmaltes de Cracovia. Con mano de obra casi gratis (judíos de los campos) además. Si un obrero alemán (de pura cepa) cobraba 20 marcos, un polaco cobraba 10, mientras que un judío cobraba 5 que, por supuesto, no iba a parar a sus bolsillos, sino que el empresario pagaba directamente al gobierno. Cuando empezaron a ser deportados y muchos de ellos intentaron malvender sus propiedades, los abusos por parte de los compradores fueron infinitos. Muebles y demás bienes semovientes fueron adquiridos directamente por el gobierno nazi. Gracias a este expolio, el P.I.B. de Alemania subió un 7%. Lo que sacaron de los deportados y exterminados en los campos (dientes de oro, joyas, ropa y zapatos usados, cepillos, objetos personales, el pelo rapado, incluso muletas) merecerá comentario aparte.
En su escalada antijudía, el 20 de Enero de 1.942 los jerarcas nazis planifican el exterminio. 1ª fase de la llamada Solución Final. En lo que se conoció como la Operación Reinhart, deciden crear en Polonia lo que fue el primer campo de exterminio: el de Treblinka. Las obras comenzaron en Mayo y finalizaron en Julio. El 22 de Julio de 1.942 comenzó la denominada Gran Acción de Realojamiento, destinada a irse llevando a los judíos del ghetto de Varsovia, quedando temporalmente excluidos aquellos que trabajaban en fábricas y talleres alemanes, o la policía judía que vigilaban dentro del ghetto. Para evitar las lógicas revueltas, nada de decirles que iban a ser exterminados. Se les comunicó que iban a ser deportados al Este, a campos de trabajo agrícolas.
El ghetto de Varsovia

Dos mujeres en el ghetto de Varsovia. Mario nos aclaró: la de la izquierda, raquítica, tenía diez y seis años. La de la derecha parece su abuela, pero era su hermana mayor. Sólo tenía ventidós.
Comenzamos nuestro viaje visitando lo que fue el ghetto de Varsovia. Más tarde iríamos visitando el de Lublin, el de Cracovia y algún otro, aunque el de Varsovia fue el mayor establecido en toda Europa. En Varsovia aún quedan algunos trozos del muro, viviendas en pie, y numerosas placas donde lo detallan, además de la inestimable colección de fotos que Mario nos iba enseñando. Donde ya no hay muro, una traza en el suelo indicándolo. La orden partió el 9 de Septiembre de 1.939, con medidas tales como prohibición de utilizar transporte público, asistencia a parques y restaurantes y la obligación de ir identificados con un brazalete blanco con la estrella de David en azul cosido a sus ropa en lugar visible, aunque la construcción y cerramiento del ghetto no concluyó hasta Septiembre de 1.940. Del total de habitantes de Varsovia: 1.400.000, 450.000 eran judíos.

Fragmento del muro que cercaba el ghetto, visitado por judíos
La orden era abandonar sus casas para vivir en el ghetto, un espacio reducido y delimitado de la ciudad, tan sólo el 2,4% de la superficie total, barrios viejos, cercado por 18 kilómetros de muro de ladrillo de tres metros, con cristales rotos en lo alto y rematado por alambre de espino, con 22 portones. Los no-judíos debieron abandonar sus casas dentro del ghetto pero les ofrecieron las mucho mejores casas de los judíos, sin duda salieron ganando. Nos explicaba Mario lo que constituyeron las cinco plagas de los judíos dentro del ghetto:
1/ hacinamiento: casi medio millón en un área, recordemos, equivalente al 2,4% de la ciudad. No solamente judíos de Varsovia, sino también de poblaciones cercanas, llegando a un máximo de 445.000 en Mayo de 1.941. Varias familias enteras se hacinaban en las casas asignadas. El promedio, eran siete personas por habitación. Por lo general no había letrinas en las casas, si acaso una por cada planta (similar a las antiguas corralas madrileñas). Con suerte, un lavabo. Fácil de entender las pésimas condiciones higiénicas.
2/ hambre: la ración oficial asignada por los nazis era de 184 calorías por día. Totalmente insuficiente. Para los polacos estaba fijada en 1.800 calorías diarias. Para los alemanes, 2.400. El hambre era una presencia constante y desesperante en sus vidas, como nos cuentan los supervivientes en sus memorias. Ante tan escasa ración, se crearon comedores para, al menos, repartir sopa a los más necesitados que no pudiesen obtener comida extra. Porque ante semejante escasez de comida, pronto se creó un mercado negro dentro del ghetto donde los que pudieron llevarse dinero o joyas lo cambiaban por un simple trozo de pan. Y desde fuera, se estableció un sistema de contrabando de comida en forma de paquetes que eran lanzados de noche por encima del muro, o bien por parte de los niños. Porque los niños fueron los «sustentadores de la familia». Gracias a su pequeño tamaño, se colaban por agujeros del muro o saltaban por encima, consiguiendo la tan necesaria comida que dentro escaseaba. Siempre, por supuesto, jugándose la vida: salir del ghetto sin la debida autorización demostrada con papeles estaba castigado con ejecución inmediata.
3/ frío: la temperatura en Varsovia puede bajar hasta 20º bajo cero. Faltos de carbón y de combustible, se quemaba lo que fuera (muebles, tablones, papeles) para intentar calentarse un poco. No hace falta explicar que el frío atroz propició la aparición de enfermedades, a los de por sí depauperados judíos del ghetto.
4/ enfermedades: además de pulmonías por el frío y raquitismo por la escasa alimentación, el principal problema fue el tifus. Enfermedad propagada por los piojos y por las chinches, imposibles de erradicar dadas las condiciones de hacinamiento y de insalubridad en el ghetto. La gente moría por las calles, quedando allí tirada, ante la indiferencia y la impotencia de los demás. Se calcula que, en lo que duró el ghetto, casi 100.000 judíos de los 450.000 que allí vivían, fallecieron a causa del hambre y de las enfermedades.

5/ aislamiento: a nivel moral, el sentirse encerrados, abandonados, sin medios y sin esperanza, con un hambre contínua, propició una profunda depresión que condujo a frecuentes casos de suicidio. Arrancados de sus casas, sin otros trabajos que el que los nazis les obligaban a efectuar en sus fábricas y talleres, el sentimiento de desarraigo debió ser muy difícil de superar.
Quedan escasos metros de lo que fue el muro del ghetto, con placas conmemorativas o llenos de ofrendas de flores por los numerosos judíos de todo el mundo que lo visitan y que allí rezan sus kadish, en memoria de los ausentes. Actualmente está prohibido tocar ni un ladrillo, aunque algunos fueron llevados como testimonio a centros judíos en los Estados Unidos o algún museo en Varsovia. Pero en muchas zonas está marcado el contorno en el suelo junto a murales donde maquetas ilustran lo que fueron sus límites.



Uno de los puntos a los que nos llevó Mario fue al Die Brücke: «el puente». Dentro del recinto cuadrado del ghetto penetraba una lengua de terreno «libre», debidamente vallada por el muro, ya que se levantaba al fondo una iglesia que los nazis respetaron. Incluso un tranvía circulaba hasta la iglesia. Para evitar el largo rodeo por un lado y por otro de la lengua de terreno, los nazis hicieron levantar un puente de madera que, desde cada lado del muro, cruzaba por encima de la calle y de las vías del tranvía. No recuerdo si en la película El pianista, de Roman Polanski (judío polaco, por cierto) aparecen escenas de los judíos atravesando el puente.
Actualmente dos altos pivotes señalan el emplazamiento de los pilares del puente, mientras que en el suelo unas marcas señalan el trazado del muro. Para ilustrarlo aún mejor, nuestro inefable guía Mario nos mostró unas cuantas fotos, donde con la referencia de un edificio al fondo, todavía conservado, se veía el puente en construcción y luego en plena actividad, lleno de gente cruzando por encima a un lado y otro del terreno «libre», con los tranvías, algún coche y personas circulando por debajo. Mario nos comentaba que si los judíos estaban dentro del ghetto, invisibles para el resto de los varsovianos, en este punto del puente era imposible no verles simplemente desde el tranvía, negar su existencia.

Un rincón de lo que fue el antiguo ghetto de Varsovia. En este patio se rodó una escena de la película El pianista